QUERIDOS DIFUNTOS Lorenzo Montatore
¿Qué mejor forma de hablar de la muerte que convirtiéndola en protagonista de la historia? Acompañada de un demonio aficionado al anís, visitan un pueblo típicamente español para intentar comprender las emociones humanas de aquellos cuyas vidas ha de arrebatar. Tragicomedia picaresca, Queridos difuntos confirma la capacidad innata de Lorenzo Montatore para reescribir la tradición a su gusto.
ACERCA DEL AUTOR Lorenzo Montatore (Madrid, 1983) es dueño de un lenguaje y unos códigos muy personales, y siempre con la mirada puesta en artistas tan dispares como Valle-Inclán, Mihura, Ivà, Gila, Tono o Jardiel-Poncela. Factura un expresionismo pop de brillantes resultados logrando algo tan difícil como ser original. Es autor de La muerte y Román Tesoro (De Havilland), por la que fue nominado como autor revelación en el Salón Internacional del Cómic de Barcelona y mereció el Gran Premio en los Golden Globos de 2017.
© 2020, Lorenzo Montatore Primera edición: marzo de 2020 © de esta edición: 2020, Roca Editorial de Libros, S. L. Av. Marquès de l’Argentera 17, pral. 08003 Barcelona www.sapristicomic.com Dirección editorial: Octavio Botana Maquetación: Àngel Solé Impreso por Egedsa ISBN: 978-84-949808-7-9 Depósito legal: B-3041-2020 Código IBIC: FX Código del producto: RS80879
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Prólogo
Una metafísica cartoon
Cuando me propusieron escribir el prólogo de este libro, mi primera reacción fue de alegría: Lorenzo Montarore es uno de mis autores de cómic favoritos desde que descubrí su trabajo, hace cuatro años, gracias a algunos de sus fanzines y a su primer obra larga: La muerte y Román Tesoro (DeHavilland, 2016). Lo segundo que me vino a la mente fue cierto miedo o, más bien, respeto —«respetito», como diría uno de los personajes de Lorenzo—. Su obra es una de las más originales del panorama español, y capturar sus claves en un texto al tiempo que invito a su lectura no es nada sencillo, aunque, por eso mismo, resultaba un reto estimulante que no iba a dejar pasar. Creo que esa originalidad se debe a que no hay otro autor que exponga tanto a sus referentes y, al mismo tiempo, logre ser tan absolutamente personal. En sus cómics, un hilo conecta la conocida como «otra generación del 27», los Mihura, Tono y Jardiel Poncela, con las últimas corrientes del cómic más experimental. De una vanguardia a otra, lo viejo y lo nuevo se combinan sin jerarquías y sin complejos, salpimentadas de una estética tomada de los videojuegos de 8 bits o los dibujos animados de la UPA y la Warner. Un libro puede abrirse con una cita de Maquiavelo, y un fanzine puede haberse realizado mientras se escuchaba la discografía de Neu! ¿Cómo es capaz el autor de integrar todo eso y, al mismo tiempo, ser profundamente original? Creo que sé la respuesta: Lorenzo Montatore conoce el secreto. Y yo, ahora, os voy a contar ese secreto, pero que no salga de aquí: Montatore ha entendido lo que tienen en común los videojuegos retro, los dibujos animados, el 5
cómic y el teatro. Todos estos medios funcionan mediante códigos de representación no figurativa, que requieren de un pacto con el espectador para funcionar. Cuando vemos una fotografía o una película, todos los elementos de nuestra realidad están ahí, tal cual; pero cuando vemos un corto de animación del Coyote y el Correcaminos, cuando jugamos al Super Mario Bros y hacemos saltar por la pantalla a un sprite con bigote, o cuando vamos a ver Macbeth y nos explican que vemos un bosque que se mueve donde solo hay, en el mejor de los casos, una tela pintada, es preciso hacer un ejercicio de imaginación diferente. Todos estos medios funcionan mediante la ilusión y el símbolo, y, en ese sentido, el cómic puede no ser tan diferente. Por supuesto, existen tebeos con un dibujo figurativo y minucioso, que construyen una realidad que parece la nuestra, como si cada viñeta fuera una fotografía o un fotograma de una película: no dejan de emplear un lenguaje igualmente ilusorio, pero que no apela a la imaginación de la misma manera. Por eso, a mí me suelen interesar más los cómics que se insertan en la tradición del cartoon, los cómics de los autores que entienden que el dibujo puede ser mucho más poderoso que la imagen fotográfica. De Krazy Kat a Frank, pasando por las obras de Max, la impronta de todas ellas se aprecia en el trabajo de Montatore, porque él también sabe del poder del lápiz y la tinta sobre el papel, donde todo es posible. De las vanguardias pictóricas parece sacar esa certeza de que el arte puede crear nuevos mundos, que no se ciñan a replicar el nuestro. Como escribió Van Gogh: «que salgan, si es necesario, hasta mentiras, pero mentiras que sean más verdaderas que la verdad literal». Lorenzo Montatore dibuja mentiras. Traza escenarios de videojuego de plataformas, esboza monigotes y los mueve en dos dimensiones, como si fueran siempre conscientes de que se están desplazando por la superficie plana del papel, de forma que incluso pueden asomarse a la página siguiente, como sucedía en La muerte y Román Tesoro. Pero sus mentiras también resultan más verdaderas que la verdad, porque esas representaciones de lo humano se liberan de lo particular, de los rasgos y detalles concretos, y adquieren categoría de universal. La empatía que podemos sentir por un dibujo animado o por la figura esquemática pero tremendamente llena de vida de Román Tesoro, Centramina o cualquier otro de los personajes de Montatore es mucho mayor, como bien sabe el autor: no en vano es también devoto de los muppets de Jim Henson, otro ejemplo perfecto de cómo algo que no es más que un objeto puede volverse humano. Y, por este motivo, otro de sus cómics recientes, California Rocket Fuel (Sugoi Ediciones, 2019) es la obra que me ha hecho entender y sentir de manera más auténtica en qué consiste la depresión. Pero, todo esto, ¿para qué? «¿A dónde nos llevan estas falsas perspectivas?», como preguntó Centramina, preclara, en las páginas finales de ¡Cuidado, que te 6
asesinas! (La Cúpula, 2018), otra de las obras largas de Lorenzo. ¿Qué es lo que persigue en sus obras, que entrega al público a una velocidad de vértigo y con una productividad envidiable? Quizás si recurre a esos códigos que subrayan la condición de farsa y de artificio, es porque es la única manera de hablar de verdad de su gran tema, que no es otro que la muerte. Que es lo mismo que decir que lo es la vida, claro. El misterio. Todos sus personajes están siempre buscando, aquejados de una melancolía indefinible, y deambulan sin rumbo por paisajes geométricos, que son lugares simbólicos, estados de ánimo más que emplazamientos. En sus viajes mentales, sus protagonistas suelen ir acompañados por un ayudante, alguien que les da la réplica; ambos se van encontrando con otros seres, de condición diversa y, casi siempre, aquejados de algún problema. No siempre encuentran lo que buscaban, pero, como suele suceder, es el camino lo importante. También para nosotros, los lectores que nos sumergimos en los mundos de Montatore, con el que es inevitable establecer una cierta conexión familiar, porque, de algún modo, nace en nosotros la certeza de que, en sus obras, está abriéndose de un modo mucho más íntimo que si realizara una autobiografía convencional. Y él mismo parece advertirlo cuando destacaba unas palabras de Francisco Umbral —otro de sus grandes referentes—: «el tema de mi libro soy yo». Llegados a este punto, también me resulta importante advertir de algo esencial en la obra de Lorenzo Montatore: su vocación popular. Al contrario que otros compañeros de generación que experimentan con el lenguaje del cómic para romper las normas narrativas o, incluso, entregarse a la abstracción pura, suele resultar escrupuloso en el respeto a las normas del relato. Sus historias empiezan y terminan, y pueden seguirse, una vez se ha aceptado su particular código gráfico, con total normalidad. Ese interés por la narración popular no extraña si atendemos a su fascinación por la copla y el flamenco, a los que recurre frecuentemente —a veces citando composiciones reales, otras inventando canciones propias—, o a sus referentes teatrales, que eran y son totalmente populares. Quizás es esta nueva obra donde todos estos rasgos se aprecian de forma más evidente. Queridos difuntos me ha resultado un compendio de todos sus intereses, sus maneras de contar y sus temas predilectos, tratados de una manera rotunda y gráficamente muy rica. Aquí, la relación con el teatro es mucho más directa, ya que se presenta directamente como tal: una tragicomedia en varios actos, con sus coros, sus escenarios y sus canciones, que toma un tema clásico, el de la muerte que se encarna por un día para poder sentir las emociones humanas de aquellos cuyas vidas ha de arrebatar. Porque, ¿qué mejor forma de hablar de la muerte que haciéndola protagonista de la historia? La acompaña un demonio cambiaformas aficionado al anís. Juntos, visitan un pueblo típicamente español, tal vez de esa 7
Extremadura donde tiene sus orígenes Montatore. Allí visitarán diferentes lugares, en los que hablarán con sus habitantes, siempre en torno a la muerte, para que la protagonista pueda, quizás, llegar a entender su trabajo. Pero las cosas, por supuesto, no serán tan sencillas como parecen. En muchos aspectos, Queridos difuntos es la obra más pulida de su autor. En ninguna otra se le saca más partido al entorno de videojuego, ni se utiliza con más gracia la autoconsciencia de los personajes sobre su propia condición de seres dibujados. Hay momentos de humor, y de ternura, y otros que golpean como mazazos, porque, súbitamente, nos revelan una verdad profunda que duele. Y está maravillosamente escrita. Cuando Montatore afila los diálogos, su reinvención del lenguaje lo acerca a las que desarrollaron Arniches, su admirado Valle-Inclán o Ivà. Y, sin embargo, es cuando destierra las palabras y narra solo con sus dibujos cuando alcanza todo su potencial como autor de cómics. Porque, de algún modo, cualquier cosa que se diga con palabras es mentira, pero aquello que se cuenta con imágenes resulta verdadero, ya que apela a símbolos que están en nuestro inconsciente. Allí donde la palabra queda corta para explicar lo inefable, allí donde no resulta suficiente para transmitir emociones y estados de ánimo, el dibujo se revela como el verdadero lenguaje de lo universal y lo humano. Y por eso este libro puede llegar a territorios nuevos e inexplorados. Si este es el primer cómic de Montatore que vas a leer, tienes, además de mi envidia, la oportunidad de entrar en el mundo de un autor único, que ama la tradición pero también sabe hacerla propia. Queridos difundos es la puerta perfecta a su extensa obra, porque es su libro más accesible, y el que expresa de manera más redonda y clara todos los motivos que pueblan su universo. Y ahora, se abre el telón. Gerardo Vilches
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A Serafín y Reyes
Por dura que sea la vida, es lo mejor que conozco. Alejandro Casona
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