Cómo ser perfecto La respuesta correcta a cualquier cuestión moral
Michael Schur Con minucias filosóficas del profesor Todd May
Traducción de Joan Soler Chic
CÓMO SER PERFECTO Michael Schur EL LIBRO DE FILOSOFÍA MORAL QUE NOS ENSEÑA A SER MEJORES. UNA GUÍA DIVERTIDA Y ESTIMULANTE PARA VIVIR UNA VIDA ÉTICA.
La mayoría de las personas se consideran «buenas», pero no siempre es fácil determinar qué es «bueno» o «malo», especialmente en un mundo lleno de elecciones complicadas, trampas y malos consejos. Afortunadamente, muchos filósofos han reflexionado sobre este acertijo durante milenios, ofreciéndonos su guía. Con un ingenio brillante y una visión profunda, Cómo ser perfecto explica conceptos como «deontología», «utilitarismo», «existencialismo», «ubuntu», entre otros, para que podamos parecer los más listos de la clase y convertirnos en mejores personas. Y mucho más. Cuando hayamos terminado el libro sabremos exactamente cómo actuar en cada situación concebible, a fin de producir una cantidad máxima y verificable de bien moral. Seremos perfectos, y todos nuestros amigos sentirán celos de nosotros. Vale, no del todo. Pero sí obtendremos una sabiduría fresca, divertida e inspiradora sobre los problemas más difíciles que afrontamos todos los días. ACERCA DEL AUTOR Michael Schur, licenciado por la Universidad de Harvard, es un aclamado escritor y productor de series de televisión, entre las que se incluyen The Good Place, The Office, Parks and Recreation, Brooklyn Nine-Nine, Master of None y Hacks. Vive en Los Ángeles consu mujer y sus dos hijos.. ACERCA DE LA OBRA «Una reflexión amable e increíblemente divertida sobre lo que es ser un buen ser humano. Como ser humano lo disfruté muchísimo. Estoy seguro de que otros seres humanos también lo disfrutarán.» Steve Carell «Una guía bulliciosa sobre la vida moral. Si quieres mejorar moralmente y no te importa hacerlo de manera entretenida, has elegido el libro perfecto.» Jeff McMahan, profesor de Filosofía en Oxford «Hilarante y estimulante. Cómo ser perfecto es una gran lectura para todo aquel al que le guste The Good Place o para cualquiera que quiera ser una buena persona. Y, como beneficio adicional, una vez que hayas leído el libro, te vuelves perfecto.» Jake Tapper «Un libro brillante. Cómo ser perfecto toma las encantadoras y divertidas lecciones de The Good Place y las aplica a la vida cotidiana.» Ted Danson «Te guiará a través de los más espinosos acertijos morales con claridad e hilaridad, y aumentará enormemente tus posibilidades de terminar en… The Good Place.» Kristen Bell
Este asunto nos toca a todos Albert Camus, La peste Haz lo máximo hasta saber más. Luego, cuando sepas más, hazlo mejor. Maya Angelou
Hace decenas de miles de años, después de que los seres hu-
manos primitivos hubieran concluido la tarea básica de evolucionar, descubrir y usar el fuego y luchar contra tigres y otras bestias, unos cuantos se pusieron a hablar de moralidad. Dedicaron parte de su valioso tiempo y de su energía en pensar por qué las personas hacen cosas y en buscar medios que les permitieran hacer esas cosas mejor, de manera más justa y equitativa. Antes de que esas personas muriesen, aquello que decían fue recogido y discutido por otros, y luego por otros, y así sucesivamente sin parar hasta este mismo instante: lo cual significa que durante los últimos milenios personas de todo el mundo han estado manteniendo una larga e ininterrumpida conversación sobre ética. La mayoría de los individuos que dedicaron su vida a esta conversación no lo hicieron por dinero, fama ni gloria —si es eso lo que buscas, la academia (y más en concreto la filosofía) no es el mejor camino—. Lo hicieron tan solo porque la moralidad importa. Porque para descubrir y describir un mejor camino para todos nosotros, vale la pena hablar de las cuestiones básicas sobre cómo debemos comportarnos en el mundo. Este libro está dedicado, con mi más sincero agradecimiento, a todos los que han participado en esa extraordinaria y profunda conversación humana. También lo dedico a J. J. William e Ivy, que son los que a mí más me importan.
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Índice
Introducción ........................................................................... 15 Antes de empezar, algunas preguntas que quizá los lectores quieran hacer ..................................................................... 23
parte uno ........................................................................... 29 En la que aprenderemos varias teorías sobre cómo ser buenas personas a partir de las tres principales escuelas de la filosofía moral occidental que han surgido a lo largo de los últimos 2500 años, además de otras muchas cosas interesantes. Todo en unas ochenta páginas
Capítulo 1 ............................................................................... 31 ¿Puedo dar un puñetazo a mi amigo sin razón alguna? Capítulo 2 .............................................................................. 55 ¿Debo dejar que este tranvía fuera de control que estoy conduciendo mate a cinco personas o debo tirar de la palanca y matar adrede solo a una persona (diferente)? Capítulo 3 ............................................................................... 77 ¿Debo mentir y decirle a mi amiga que me gusta su horrorosa blusa? Capítulo 4 .............................................................................. 97 ¿Debo devolver el carrito de la compra a la fila? Es que… está muy lejos
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parte dos .......................................................................... 115 En la que cogemos todo lo que hemos aprendido, empezamos formulando algunas preguntas más difíciles y utilizamos lo sabido para intentar responderlas; y también nos enteraremos de más cosas interesantes
Capítulo 5 ............................................................................. 117 ¿Debo irrumpir en un edificio en llamas e intentar salvar a los atrapados dentro? Capítulo 6 ............................................................................. 133 Acabo de hacer algo altruista. Pero ¿qué saco de ello? Capítulo 7 ............................................................................. 149 Sí, he chocado contra tu coche. Pero ¿te preocupaste en algún momento del huracán Katrina? 12
Capítulo 8 ............................................................................. 163 Hemos hecho algunas buenas obras y dado un montón de dinero a organizaciones caritativas, y en general somos personas amables y moralmente íntegras. Entonces, ¿podemos coger tres de esas muestras gratuitas de queso de la bandeja del supermercado pese a que dice muy claro «una por cliente»?
parte tres ......................................................................... 183 En la que las cosas se ponen de veras difíciles, pero avanzamos decididos y completamos nuestro periplo, y acabamos siendo personas superiores totalmente virtuosas y deontológicamente generadoras de felicidad pura; también hay un capítulo con algunas maldiciones, pero es por una buena razón
Capítulo 9 ............................................................................. 185 Vaya, te has comprado un móvil nuevo. Qué guay. ¿Sabías que en el sudeste de Asia pasam hambre millones de personas?
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Capítulo 10 ........................................................................... 207 Este bocadillo es problemático desde el punto de vista moral. Pero también está muy rico. Al final ¿me lo como? Capítulo 11 ........................................................................... 233 Tomar decisiones éticas es difícil. ¿Podemos… no tomarlas sin más? Capítulo 12 ........................................................................... 249 Le di una propina de veintisiete centavos al camarero, y ahora en Twitter todo el mundo me está criticando… ¡solo porque soy multimillonario! ¡Ni siquiera puedo disfrutar de los rollitos de cangrejo que mi cocinero de sushi me preparó para un viaje privado en dirigible a las Antillas Holandesas! Capítulo 13 ........................................................................... 269 Metí la pata. ¿Debo pedir disculpas? Epílogo .................................................................................. 279 Muy bien, niños. ¿Qué hemos aprendido? Agradecimientos .................................................................. 287 Referencias ........................................................................... 293 Índice .................................................................................... 311
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Pero entonces, tendido en la cama, contemplas el techo. Algo te angustia. ¿Cuánta «bondad» mostraste realmente? Piensas que hiciste algunas cosas buenas, pero también pensaste que podías ponerte aquel sombrero de fieltro con estampado de piel de cebra que luciste el año pasado en la fiesta de la oficina; y todos sabemos cómo acabó aquello. Imagina, pues, que puedes llamar a cierto Contable de la Bondad en el Universo para que te dé un informe omnisciente y matemático sobre lo bien que lo hiciste. Tras efectuar las operaciones correspondientes a tu día de buenas obras y sacar la cuenta en su Calculadora de Bondad Definitiva, te da una mala noticia. ¿El vaso de plástico que tiraste a la papelera? A la larga acabará en el mar y se incorporará a esa isla de basura del tamaño de Texas que está amenazando la vida marina en el Pacífico. (Leíste al respecto cuando viste las noticias antes de acostarte, pero no pensaste que tú tuvieras nada que ver con eso.) Las hamburguesas vegetales fueron enviadas a tu supermercado del barrio desde algún lugar lejano, lo cual dejó una enorme huella de dióxido de carbono, y las vacas que te imaginaste felices están de hecho encerradas en una granja industrial, pues las definiciones legales de «orgánico» y «alimentado con hierba» son vergonzosamente imprecisas debido a una legislación sospechosa redactada por lobistas de la agroindustria. Las vacas no están contentas. Están tristes. Son vacas tristes. Aún peor: las zapatillas que llevas para correr provienen de una fábrica en la que los trabajadores cobran cuatro centavos a la hora. El que hizo el documental es un sinvergüenza a quien le disgusta oler el pelo de los desconocidos en el metro —acabas de meter diez pavos en su bolsillo—, y el servicio de streaming que viste forma parte de un conglomerado internacional que también fabrica drones asesinos para la fuerza aérea norcoreana. Ah, por cierto, la anciana a la que ayudaste colecciona parafernalia nazi. «Si parecía muy bondadosa», te dices. ¡Qué va! Una nazi camuflada. De hecho, iba a comprar más material nazi: para eso la ayudaste a cruzar la calle.
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Bien, fantástico. Ahora te sientes abatido. Intentaste ser bueno, con arreglo a tus posibilidades, y el mundo te dio un tortazo. También estás enfadado. Tenías buenas intenciones e hiciste el esfuerzo. ¿No debería esto contar para algo? Y estás desanimado. No puedes permitirte hacer mucho más, pues no eres un multimillonario capaz de crear una fundación benéfica gigante, y teniendo en cuenta todas las demás cosas con las que hemos de lidiar en la vida cotidiana, ¿quién tiene tiempo, dinero y ánimo para pensar en la ética? En resumidas cuentas, ser bueno es imposible, y además es inútil intentarlo siquiera: deberíamos limitarnos a comer hamburguesas con queso llenas de hormonas, arrojar la basura directamente al Pacífico y tirar la toalla. Fue un experimento divertido. ¿Y ahora, qué? La mayoría de las personas creen ser «buenas» y les gustaría ser consideradas como tales. En consecuencia, muchas (dada la opción) preferirían hacer una cosa «buena» a hacer una «mala». Sin embargo, no siempre es fácil determinar qué es bueno y malo en este mundo retorcido como un pretzel, lleno de posibilidades complicadas y obstáculos y trampas cazabobos y malos consejos de amigos aparentemente fiables, como la estúpida Wendy, la que te dijo que el sombrero de fieltro era «supermono» y te convenció de que lo compraras. Y aunque de algún modo recorras el campo minado de la vida moderna y consigas ser bueno, ¡eres solo una persona! El planeta contiene ocho mil millones de personas más, a muchas de las cuales no parece importarles en absoluto eso de ser bueno o no serlo. Hay políticos corruptos, ejecutivos maquinadores y gente que no recoge la caca del perro en la acera, y además está la estúpida Wendy (¿qué pasa con ella? ¿Disfruta fastidiando a los demás?), por lo que es difícil no preguntarse siquiera si es importante que una persona sea «buena». O bien, para expresarlo como hice yo cuando empecé a leer filosofía moral y a pensar sobre este lío enorme, intrincado y enrevesado: ¿Qué demonios debo hacer? Esta pregunta —¿cómo podemos vivir una vida más éti-
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ca?— ha atormentado a la gente durante miles de años,1 pero la respuesta nunca ha sido tan difícil como ahora debido a grandes y pequeños problemas que inundan nuestra vida cotidiana y amenazan con abrumarnos con decisiones imposibles y resultados complicados que tienen consecuencias no deseadas. Además, para ser algo mínimamente parecido a una «persona ética» hace falta pensamiento diario, introspección y trabajo duro: no hemos de pensar en cómo ser buenos, no sé, una vez al mes, sino literalmente todo el tiempo. Para que esto sea un poco menos agobiante, este libro espera reducir el marasmo a cuatro preguntas sencillas que podemos formularnos a nosotros mismos siempre que nos enfrentemos a un dilema ético, grande o pequeño:
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¿Qué estamos haciendo? ¿Por qué estamos haciéndolo? ¿Podemos hacer algo mejor? ¿Por qué es mejor?
Esto es ética y filosofía moral2 en pocas palabras: la búsqueda de respuestas a estas cuatro preguntas. Y aunque el Departamento de Contabilidad de la Bondad en el Universo tiene sobre todo malas noticias que darnos, he aquí una buena: los filósofos llevan muchísimo tiempo pensando en estas mismas preguntas. Y tienen respuestas para nosotros —o al menos tienen ideas que acaso nos ayuden a encontrar nuestras propias respuestas—. Y si podemos eludir el hecho de que muchos de esos filósofos utilizaron una prosa exasperantemente densa 1. Bueno, seamos sinceros: ha atormentado a algunas personas. Por cada ciudadano consciente hay un montón de charlatanes, mentirosos y maníacos de El lobo de Wall Street para quienes las normas éticas son obstáculos molestos para la consecución de sus objetivos. 2. Como muchas personas, utilizo los términos «moral» y «ética» de forma un tanto intercambiable pese a la objeción de filósofos aplicados y obsesos de la lingüística. Si te gustan las madrigueras semánticas, puedes husmear en diferentes diccionarios y entresacar las diferencias… y luego vuelve conmigo mientras aquí pasaremos despreocupadamente por alto estas diferencias, pues la vida es demasiado corta.
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que nos provoca una cefalea tensional al instante, quizá asimilemos sus teorías, las utilicemos al tomar decisiones y seamos hoy algo mejores de lo que fuimos ayer. Mi interés en la filosofía moral se despertó cuando comencé a crear la serie televisiva The Good Place. Si la has visto, reconocerás muchas de las ideas en este libro, pues allí las exploramos. Si no la has visto, a) cómo te atreves a ofenderme así, b) estoy de broma, y c) ¡no te preocupes! Porque el objetivo de este proyecto es acompañarte en el viaje que yo emprendí, un tipo que apenas sabía nada al respecto y que acabó siendo capaz de escribir un libro sobre el tema. (O al menos de convencer a mis editores de que yo podía escribir algo sobre ello.) Me enamoré de la ética por una razón sencilla: casi todas las cosas individuales que hacemos tienen algún componente ético, tanto si nos damos cuenta como si no. Esto significa que, para no estar metiendo la pata todo el rato, debemos aprender qué demonios es la ética y cómo funciona. Compartimos el planeta con otras personas. Nuestras acciones afectan a esas personas. Si nos preocupan mínimamente, hemos de descubrir la manera de tomar las mejores decisiones que sean posibles. De la ética hay otra cosa que me encanta: ¡es gratis!3 Para ser ético no tienes que solicitar ningún permiso, del mismo modo que para tomar buenas decisiones no hay que pagar ninguna cuota anual. Imaginemos que el mundo es un museo, y que las normas éticas son trabajadores voluntarios del mismo, de pie en silencio con una americana verde y las manos juntas a la espalda. Estamos recorriendo el museo mirando obras de arte (en esta metáfora: situaciones moralmente complicadas), algunas de las cuales nos resultan comprensibles y otras ni por asomo, pues están llenas de remolinos y son abstractas y confusas. Y cuando vemos algo que no sabemos interpretar, podemos preguntar sin más a la amable señora de la americana verde qué estamos mirando y qué significa, y ella nos lo explicará 3. Menos, supongo, el precio de este libro, si decides comprarlo. Además, quiero añadir que en realidad «actuar» éticamente suele requerir que dediquemos a ello tiempo y dinero. Solo me refiero a que las ideas, o los conceptos, están a disposición de todos.
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¡de forma gratuita! Entonces podemos asentir pensativamente y fingir que entendemos —un gesto de larga tradición, tanto en los museos como en la vida—, pero como en la siguiente sala va a haber más material desconcertante, quizá volvamos a necesitar ayuda para dotar de sentido a lo que tenemos delante. Antes de empezar, tengo otra buena noticia. El mero acto de trabajar con estas ideas y formular estas preguntas significa que ya hemos dado un paso crucial: hemos decidido simple y llanamente preocuparnos de si lo que hacemos está bien o mal. Es decir, hemos decidido intentar ser mejores. Esto ya de por sí tiene mucha importancia. Si echamos un vistazo alrededor, veremos muchísimas personas que han decidido a todas luces que les da igual ser éticas, por lo que en realidad no lo están intentando. Una parte de mí no les culpa del todo, pues el intento de ser un agente moral decente en el universo —una manera elegante de decir lo de «procurar hacer lo correcto»— está abocado al fracaso. Aunque hagamos nuestros máximos esfuerzos para ser buenas personas, vamos a fastidiarla. Constantemente. Tomaremos una decisión que nos parece buena y acertada, y luego descubriremos que es desacertada y mala. Haremos algo que pensamos que no va a afectar a nadie, y resulta que es totalmente al revés, y entonces, amigos, tenemos un problema. Herimos los sentimientos de nuestros amigos, dañamos el medioambiente, respaldamos a empresas inhumanas, ayudamos por error a una fascista a cruzar la calle. Fallamos y volvemos a fallar, una y otra vez. En este ensayo, que realizamos a diario lo queramos o no, el fracaso está garantizado: de hecho, conseguir un aprobado raspado está irremediablemente fuera de nuestro alcance. Debido a todo eso, preocuparnos de lo que hacemos —o, en la jerga actual, «que nos importe algo más que una mierda»— quizá parezca inútil. No obstante, este fracaso significa algo más y tiene más valor potencial. Porque si nos preocupa hacer lo correcto, también querremos averiguar en qué hemos fallado, lo cual nos brindará más posibilidades de acertar en el futuro. El fracaso duele, y es embarazoso, pero es también así como aprendemos cosas: este proceso se denomina «ensayo y error», no «un en-
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sayo perfecto, damos en el clavo y listos». Además, ¡venga ya!: la alternativa a la preocupación por nuestra vida ética no es de hecho ninguna alternativa. ¿Hemos de dejar a un lado sin más todas las cuestiones relativas a nuestra conducta? ¿Pasar de todo, desde el punto de vista moral? No me parece lo más adecuado. Si nos importa algo en esta vida, nos ha de importar si ese algo que estamos haciendo está bien o mal. (Más adelante conoceremos a un grupo de franceses muy sombríos según los cuales Dios no existe y somos minúsculas motas insignificantes flotando en una roca grande y tonta en el espacio —y resulta que ni siquiera ellos quieren que arrojemos la toalla ética—.) Este libro es un relato de mi propio viaje a través de la filosofía moral, pero trata también de aprender a aceptar el fracaso —o, en realidad, de abrazarlo— como un subproducto necesario y beneficioso de nuestros esfuerzos por intentar aprender y mejorar. Bien. Vamos a formular preguntas sobre qué hay que hacer en determinadas situaciones, y trataremos de contestarlas empleando algunas ideas que tienen ya 2500 años de historia y otras que se propusieron prácticamente ayer. Para introducir estas ideas empezaremos por lo fácil: qué dicen, qué piden de nosotros, cómo aseguran que harán de nosotros mejores personas si las seguimos. Después subiremos el nivel y aplicaremos lo aprendido a cuestiones más enrevesadas y retorcidas introduciendo ideas nuevas a lo largo del proceso. Y cuando hayamos terminado el libro, sabremos cómo actuar exactamente en todas las situaciones imaginables a fin de producir una cantidad verificablemente máxima de bien moral. Seremos perfectos. La gente nos contemplará con asombro y admiración. Todos nuestros amigos nos tendrán envidia. Estoy bromeando: vamos a seguir fallando continuamente. Pero es igual, ¡no pasa nada! Así que empecemos a meter la pata. O, parafraseando a Samuel Beckett: Inténtalo otra vez. Fracasa de nuevo. Fracasa mejor.
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Antes de empezar, algunas preguntas que quizá los lectores quieran hacer
Antes de leer este libro, ¿necesito saber algo de filosofía moral?
No. Mi objetivo era escribir un libro comprensible para todo el mundo, con independencia de su conocimiento del tema. Pretende ser una introducción a estas ideas para legos en la materia…, lo que era yo cuando empecé a documentarme. Entonces ¿no eres filósofo, profesor, ni siquiera estudiante de posgrado?
No, soy solo, no sé, un tío. Pero ¿qué más da? Todo aquel que tenga este libro es «solo un tío», o «una señora», o «alguien preocupado por su comportamiento», o «una persona a quien un amigo le ha regalado este libro sobre “cómo ser mejor persona” y ahora está dándose cuenta de que quizá era algún tipo de indirecta».4 Si quiero aprender sobre filosofía moral, ¿por qué debo leer tu libro y no un análisis de una persona más inteligente, un profesor o así?
En primer lugar, esto es de mala educación. Pero hay algo más importante: he dedicado mucho tiempo a estudiar este tema 4. Otras personas «no interesadas en la ética» que ahora mismo podrían teóricamente tener este libro en las manos: un tío que necesita algo macizo para aplastar un bicho; un niño de la década de 1950 que lo utiliza para ocultar su cómic durante la clase; una mujer que lo obtuvo de su amigo invisible de la oficina y necesita hojear las primeras páginas para convencer a su compañero Terrence de que él hizo una buena elección y que ella desde luego habría preferido no estar borracha como los demás; un perro que por algún motivo tiene el libro en la boca y ahora están todos alrededor diciendo cosas como: «Ja, ja, fíjate, ¡Buster quiere aprender a leer!».
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y a discutirlo con algunas personas muy inteligentes y divertidas, y he intentado exponerlo de una manera que no provoque a nadie ninguna cefalea tensional. Mi propósito no es revolucionar el campo de la filosofía moral, sino transmitir sus elementos básicos para que podamos aplicarlos a nuestra vida real. Vale, eres solo un tío. Entonces ¿quién demonios eres para juzgarme?
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Ya, sabía que me harías esta pregunta. A ver, escucha: este libro de ninguna manera pretende hacerte sentir mal por cualquier cosa estúpida que hayas podido hacer en tu vida. Desde luego no pretende sugerir que yo no haya hecho en la mía un montón de estupideces, porque sin duda las he hecho y seguiré haciéndolas. Nadie es perfecto. (Como veremos en el capítulo 5, la «perfección moral es algo imposible de conseguir y al mismo tiempo una mala idea siquiera intentarlo».) De nuevo el objetivo es aceptar nuestros fallos inevitables y encontrar la manera de darles algún uso; aprender formas de sacar algún provecho de los errores en vez de cocernos en nuestra propia culpa, condenados a seguir acometiendo esos mismos errores una y otra vez. Soy una persona tipo profesor inteligente y estoy furioso. ¡Solo analizas las obras de algunos de los grandes filósofos! ¿Cómo puedes dejar de lado el trabajo de tantos pensadores importantes?
La filosofía moral tiene miles de años de existencia, y cada teoría nueva está relacionada de algún modo con las anteriores. A veces, mientras estás abriéndote camino a través de un libro filosófico denso puede que te encuentres con una digresión de sesenta páginas en la que el autor analiza algún otro libro filosófico denso, y si no te las has visto previamente con ese mamotreto te sentirás irremediablemente perdido, se te nublarán los ojos y dejarás el libro y verás The Bachelor.5 Si yo hubie5. Hipotéticamente. A ver, yo jamás hice esto. Pero hipotéticamente es algo que
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ra pretendido abarcar toda la filosofía moral, durante sesenta años solo habría leído libros y luego me habría muerto, y tengo hijos y una esposa y me gusta ver baloncesto y esas cosas. Por no hablar de que cierta filosofía que intenté leer me resultó incomprensible. En un momento dado me entusiasmé de veras con la metafísica, que se remonta a los griegos antiguos e incluye preguntas sobre la auténtica naturaleza de la existencia. ¡Suena divertido! Abrí un libro titulado Introducción a la metafísica, del filósofo alemán Martin Heidegger, y la primera frase, con notas del traductor a pie de página, era algo así: ¿Por qué (1) hay (2) ahí (3) cosas (4)? 1. «Por qué» quizá no es siquiera la forma correcta de preguntar; sería mejor «cómo» o «con qué fin». 2. Obviamente estamos haciendo suposiciones a priori de que «hay», en efecto, «cosas». 3. Heidegger usa la palabra alemana Ichschätzedie Mühediesnachzuschlagen, que no tiene una traducción directa, por lo que he elegido la vulgar palabra there [ahí], lo cual es una trágica y lamentable tergiversación del propósito de Heidegger. 4. Cabría considerar que «cosas» son «lugares de existencia», o acaso el neologismo essents [seres, entidades], es decir, «cosas que tienen esencia», o tal vez una palabra nueva que acabo de inventarme, blerf, que no significa nada, pero de algún modo, en su absurda carencia de significado, es la palabra más precisa que podemos utilizar para delimitar la diferencia entre nada y algo.
Esto es un poco exagerado, pero solo un poco. Al cabo de unas cuatro frases, me di por vencido. Como más adelante supe que Heidegger era básicamente un fascista, sentí que había tomado la decisión correcta. Sin embargo, hay otra razón por la que he incluido lo que he incluido y he ignorado lo que he ignorado: las obras comentadas en este libro son simplemente las que me gustaron y con alguien podría hacer.
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se le acercó molesta y le preguntó cómo había podido definir «cuartilla» como la «parte del casco de un caballo» cuando en realidad es parte de la rodilla. A lo que Johnson contestó: «Ignorancia, señora. ¡Pura ignorancia!». Así que si me he equivocado en algo, este es el motivo: ¡Pura ignorancia! ¿No habría sido mejor que alguien te ayudara a hacer esto? No sé, un filósofo de verdad.
Ah, pero si lo he hecho. Se trata del profesor Todd May, profesor de larga trayectoria y autor de varios libros excelentes sobre filosofía moral. Nos conocimos cuando le pedí que ayudara a los guionistas de The Good Place a entender de qué demonios hablaban los filósofos, y luego accedió a colaborar conmigo en este libro… Para «supervisarme», por así decirlo, y echarme una mano para que yo no fastidiara el conocimiento hasta el punto de que los tataranietos de Jeremy Bentham me pusieran una demanda. Por tanto, ahora que lo pienso, si en este libro hay efectivamente algún problema con la filosofía real, no se debe a mi ignorancia. Sino a Todd. Echadle la culpa a él.7
7. Nota de Todd: pues muy bien.
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En la que aprenderemos varias teorías sobre cómo ser buenas personas a partir de las tres principales escuelas de filosofía moral occidental que han surgido a lo largo de los últimos 2500 años, además de otras muchas cosas interesantes. Todo en unas ochenta páginas.
1 ¿Puedo dar un puñetazo a mi amigo sin razón alguna?
No, no puedes. ¿Era esta tu respuesta? Qué mono. Hasta
ahora lo estás haciendo muy bien. Si encuestara a mil personas y les preguntara si está bien golpear a sus amigos en la cara sin motivo, seguro que las mil contestaban que no.8 Esa persona es un amigo. Esa persona no ha hecho nada malo. Por tanto, no debemos pegarle en la cara. Sin embargo, lo extraño de preguntar por qué no podemos hacer algo así, pese a lo evidente que parece, es que quizá nos trabemos a la hora de buscar una respuesta. «Porque, bueno, está… mal.» Incluso balbucir esta explicación simplista es extrañamente alentador: significa que somos conscientes de que en esta acción hay un componente ético, y hemos decidido que, bueno… está «mal». No obstante, para ser mejores personas, ante la pregunta de por qué no debemos hacer eso, necesitamos una respuesta más sólida que «porque está mal». El conocimiento de una teoría ética real que explique por qué está mal acaso nos ayude a tomar decisiones sobre qué hacer en una situación moralmente menos obvia que la de si puedo dar un puñetazo a mi amigo sin ningún motivo. Prácticamente cualquier otra situación. 8. Aunque si lo hiciera por Internet, seguramente saldría algo como un 70-30 a favor de darle el puñetazo al amigo sin razón alguna. Lo de la Red es tremendo.
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Una manera obvia de empezar sería decir que, no sé, en general una buena persona no hace esta clase de cosas, una mala persona sí las hace, y nosotros queremos ser personas buenas. El paso siguiente sería definir mejor qué es realmente una «buena persona», lo cual es más peliagudo de lo que parece. La idea inicial subyacente en la serie The Good Place era que una mujer «mala», que había vivido una existencia egoísta y un tanto cruel, es admitida en un paraíso en la otra vida debido a un error administrativo y se encuentra en una eternidad idílica junto a la mejor gente que viviera jamás: personas que se habían pasado el tiempo desenterrando minas y erradicando la pobreza, mientras ella se movía entre la basura, mintiendo a todo el mundo y vendiendo sin remordimientos medicamentos falsificados a ancianos asustados. Temiendo ser descubierta, decide intentar volverse una «buena» persona para ganarse el puesto. Me pareció una idea divertida, pero enseguida comprendí que no tenía ni idea de lo que significaba bueno y malo. Sí era capaz de describir acciones como buenas o malas… compartir bueno matar malo ayudar a los amigos bueno un puñetazo a un amigo malo
… pero ¿qué había detrás de estos comportamientos? ¿Había una teoría unificadora, universal, que explicara qué es ser bueno o malo? Me perdí intentando encontrarla, lo cual me llevó a la filosofía moral, lo cual a continuación me llevó a producir el programa, lo cual a la larga me llevó a escribir un libro en el que dedico más de veinte páginas a intentar explicar por qué no es guay darle un guantazo a tu colega. Los filósofos describen lo bueno y lo malo de muchísimas maneras, y en este libro hablaremos de algunas. De hecho, varios de ellos abordan los conceptos de bueno y malo a través de las acciones: dicen que las acciones buenas obedecen a ciertos principios que podemos descubrir y luego seguir. Según otros, una acción buena es todo aquello que origina el placer máximo
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y el dolor mínimo. Cierta filósofa llega a sugerir que la bondad deriva de ser todo lo egoístas que podamos y de ocuparnos solo de nosotros mismos. (En serio. Dice esto.) Pero la primera teoría de la que hablaremos —la más antigua de las Tres Grandes, denominada «ética de las virtudes»— intenta responder a la pregunta que al principio me dejó perplejo: ¿Qué vuelve buena o mala a una persona? Para los éticos de las virtudes, las buenas personas son las que tienen ciertas cualidades, o virtudes, que han cultivado y perfeccionado a lo largo del tiempo, de modo que no solo tienen esas cualidades sino que las tienen en la proporción exacta. Parece asequible, ¿no? Aunque de inmediato nos asalta otro montón de preguntas: ¿Qué cualidades? ¿Cómo las adquirimos? ¿Cómo sabemos que las hemos adquirido? En filosofía esto pasa mucho: tan pronto formulas una pregunta, has de retroceder y formular otras cincuenta solo para saber que estás haciendo la pregunta correcta y que entiendes por qué la estás haciendo siquiera, y a continuación debes expresar preguntas dentro de estas preguntas, y estás todo el rato retrocediendo y ensanchándote y siendo cada vez más fundacional en tu investigación hasta que al final un fascista alemán está intentando averiguar por qué hay, en efecto, «cosas». También podríamos plantearnos si existe una única manera de definir a una persona buena; al fin y al cabo, como escribió en una ocasión Philip Pullman: «Las personas son demasiado complicadas para tener etiquetas simples». Todos somos productos muy individualizados de naturaleza y crianza (lo innato y lo adquirido), complejos remolinos de rasgos de personalidad intrínsecos, cosas aprendidas de profesores, padres y amigos, lecciones de vida adquiridas gracias a Shakespeare9 y/o las películas de Fast & Furious.10 ¿Es posible describir un conjunto de cualidades que todos debamos 9. «Ama a todos, confía en unos pocos, no le hagas daño a ninguno.» 10. «Da igual lo que esté bajo la capucha. Lo único que importa es quién está al volante.» O también: «Te voy a meter los dientes tan abajo por la garganta que para limpiártelos tendrás que meterte el cepillo por el culo». En Fast&Furious hay miles de joyas parecidas.
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tener, en la cantidad exacta, y que nos vuelvan buenos a todos y cada uno? Para contestar a esto, hemos de desaprender todas las cosas que hemos aprendido: tenemos que reiniciar, desmontarnos y luego construirnos de nuevo con un conocimiento más sólido de qué demonios estamos haciendo y de por qué demonios lo estamos haciendo. Y para hacer esto, recurrimos a la ayuda de Aristóteles. «Un río de oro de la elocuencia»
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Aristóteles vivió desde el 384 al 322 a. de C. y escribió el material más importante sobre las cosas más importantes. Si quieres sentirte mal contigo mismo y con tus míseros logros, echa un vistazo a su página de Wikipedia. Se estima que ha sobrevivido menos de una tercera parte de lo que realmente escribió, pero aun así abarca los temas siguientes: ética, política, biología, física, matemáticas, zoología, meteorología, el alma, la memoria, el sueño y los sueños, oratoria, lógica, metafísica, política, música, teatro, psicología, cocina, economía, bádminton, lingüística, política y estética. La lista es tan larga que he colado política tres veces sin que te dieras cuenta y ni siquiera has parpadeado cuando he mencionado el bádminton, deporte que desde luego no existía en el siglo iv a. de C. (Tampoco creo que escribiera jamás sobre cocina, pero si me dijeras que Aristóteles redactó a toda prisa un rollo de papiro de cuatrocientas palabras sobre cómo preparar el pollo a la parmesana perfecto, no me extrañaría.) Su influencia en la historia del pensamiento occidental es enorme. Cicerón llegó a describir su prosa como «un río de oro de la elocuencia», lo cual, viniendo de un poeta famoso, es una forma muy guay de hablar de una obra escrita. (Aunque también: tómatelo con calma, Cicerón. Me está dando sed.) Para los fines de este libro, en todo caso, a nosotros nos interesa la opinión de Aristóteles sobre la ética. Su obra más importante sobre el tema es Ética a Nicómaco, así titulada en honor de su padre, Nicómaco, o de su hijo, Nicómaco, o quizá de otro tipo llamado Nicómaco que le caía mejor que su padre
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o que su hijo. En vez de poner el foco en qué clases de cosas hace una persona, para explicar lo que vuelve bueno o malo a alguien hacen falta varios pasos. Aristóteles necesita establecer 1) qué cualidades debe tener una persona buena, 2) en qué proporciones, 3) si todo el mundo tiene la capacidad para estas cualidades, 4) cómo adquirirlas, y 5) cómo seremos (o nos sentiremos) cuando las tengamos realmente. Es una lista larga de tareas pendientes, y para transitar por su razonamiento harán falta tiempo y paciencia. Algunos pensadores que abordaremos más adelante defienden teorías que se pueden exponer decentemente en unas cuantas frases. La ética de Aristóteles tiene más de tren de cercanías que efectúa numerosas paradas. ¡Pero es un viaje placentero! ¿Cuándo llegamos a la estación de «buena persona»? Acaso parezca raro comenzar con la última pregunta señalada en el último párrafo, pero es que Aristóteles lo hace efectivamente así. Primero define nuestro objetivo primordial —el verdadero propósito de estar vivo, aquello a lo que aspiramos— del mismo modo que un joven nadador quizá identifique «medalla de oro olímpica» con un objetivo que significaría «éxito máximo». Aristóteles dice que esa cosa es la felicidad. Esto es el telos,11 u objetivo, de ser humano. Creo que su argumentación es bastante sólida. Hay cosas que hacemos por alguna otra razón, por ejemplo, trabajar para ganar dinero o hacer ejercicio para estar en forma. Hay también cosas buenas que queremos, como la salud, el honor o los amigos, pues nos hacen ser felices. Sin embargo, la felicidad ocupa el primer puesto en la lista de cosas que deseamos: no tiene otra finalidad que ella misma. Es la cosa que queremos; solo… que sea. 11. En la filosofía griega, telos es un concepto muy importante. Su forma adjetiva es «teleológico», palabra que te hará parecer muy inteligente, por lo que te recomiendo su uso frecuente. Cada vez que en una discusión filosófica alguien diga algo que no entiendes, puedes decir: «pero ¿no deberíamos plantear esto en términos teleológicos?», y la otra persona asentirá sabiamente, como diciendo «Emmm, sí, buena observación».
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En el griego original, técnicamente Aristóteles en realidad utiliza la vaga palabra eudaimonia, que unas veces se traduce como «felicidad» y otras como «prosperidad».12 Yo prefiero prosperidad, pues da la impresión de ser algo más importante que felicidad. Estamos hablando del objetivo fundamental de los seres humanos, y parece que una persona próspera está más realizada y completa y es más digna de admiración que una persona feliz. Muchas veces me siento feliz, pero de hecho no siento que esté prosperando. Por ejemplo, me resulta difícil imaginar una felicidad mayor que ver un partido de baloncesto y comerme un paquete de Nutter Butters, pero al hacer esto, ¿estoy prosperando? ¿Es este mi máximo nivel posible de satisfacción? ¿Es el no va más de mis posibilidades personales? (Mi cerebro responde siempre «¡sí!» a estas preguntas retóricas y, si es verdad, entiendo que es un tanto triste para mí, de modo que voy a superarlo, venga.) De hecho, Aristóteles previó esta tensión, y resolvió el problema explicando que la felicidad es diferente del placer (el asociado al hedonismo), porque las personas tienen cerebro y capacidad para razonar. Lo cual significa que el tipo de Felicidad con F mayúscula de la que está hablando ha de conllevar pensamiento racional y virtudes del carácter; no solo, por poner el primer ejemplo que me ha venido a la cabeza, las finales de la NBA y un cubo Costco de galletas de mantequilla de cacahuete. Si el concepto de prosperidad todavía parece algo escurridizo, podemos plantearlo así: ¿Sabes cómo algunas personas que hacen footing en serio hablan del «subidón del corredor»? Es (afirman) un estado de euforia que alcanzan al final de una carrera larga, cuando de repente no sienten que estén cansados ni esforzándose porque han subido de nivel y ahora son dioses sobrehumanos que corren, flotan por el recorrido, impulsados por la fuerza de la Pura Alegría de Correr. Sobre 12. En la conversación procuro no emplear la palabra eudaimonia, sobre todo porque no estoy seguro de cómo se pronuncia. ¿Es eu-de-mo-nia, o-de-mo-ní-a o ai-de-mu-nia? Como no lo sé, cada vez que tengo que decirla en voz alta, como hace un momento a Todd en una llamada de Zoom, de alguna manera me deslizo sobre ella o finjo toser para que el otro no se dé cuenta.
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esto, hay que decir dos cosas: en primer lugar, esos individuos son unos viles mentirosos, porque corriendo no hay modo de alcanzar un placer de nivel superior, porque corriendo no hay modo de alcanzar placer alguno, y porque correr no tiene nada de placentero. Correr es horroroso, y nadie debería hacerlo a menos que lo esté persiguiendo un oso. Segundo, a mi juicio, la prosperidad de Aristóteles es una especie de «subidón del corredor» para la totalidad de nuestra existencia: una sensación de plenitud cuando estamos triunfando en todos los aspectos de la condición humana. Así pues, según Aristóteles, la auténtica finalidad de la vida es prosperar, igual que la finalidad de una flauta es generar música agradable, o la del cuchillo cortar bien. Parece estupendo, ¿verdad? ¿#VivirLaMejorVida? ¿Alcanzar el éxito en todo? Aristóteles es un buen vendedor, y su discurso nos ha emocionado: en teoría, todos somos capaces de alcanzar esta categoría de superpersona. Pero luego te da con el mazo: si queremos prosperar, hemos de adquirir virtudes. Muchas. En proporciones y cantidades precisas. ¿Qué son virtudes? En principio, las virtudes son los aspectos del carácter de una persona que admiramos o relacionamos con la bondad; en esencia, las cualidades de una persona por las que queremos su amistad, como la valentía, la moderación, la generosidad, la sinceridad, la magnanimidad, etcétera.13 Para Aristóteles, las virtudes son las cosas gracias a las cuales «sus poseedores están en buen estado y ejecutan bien sus funciones». Así pues, las virtudes de un cuchillo son las cualidades que le permiten cortar bien y las de un caballo son esas cualidades intrínsecas por las cuales el animal es bueno para ir al galope y otras cosas caballunas. Por tanto, las virtudes humanas que 13. Aristóteles enumera una docena o así, pero como la lista se hizo hace unos 2400 años, creo que cuando analizamos la ética de las virtudes en el mundo actual, es justo y equitativo hacer nuestras propias aportaciones. Parece un poco ridículo tomar al pie de la letra el texto de un documento tan antiguo, ¿no?
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él enumeraba son las cosas que nos hacen buenos como seres humanos. A primera vista, esto parece un tanto redundante. Si el primer día de las clases de tenis el instructor nos dijera que «las virtudes de un buen tenista son las cosas que nos hacen buenos jugando al tenis», seguramente asentiríamos, fingiríamos que tenemos una llamada y después cancelaríamos el resto de las sesiones. No obstante, las analogías tienen todo el sentido del mundo:
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LA COSA
SUS VIRTUDES
SU OBJETIVO
Cuchillo
Filo, fuerza de la hoja, equilibrio, etc.
Cortar bien las cosas
Tenista
Agilidad, reflejos, visión de la pista, etc.
Jugar bien en todas las facetas
Ser humano
Generosidad, sinceridad, valentía, etc.
Prosperidad/felicidad
Actualmente sabemos que necesitamos (virtudes) y sabemos lo que estas hacen por nosotros (ayudarnos a prosperar). Entonces… ¿cómo las adquirimos? ¿Ya las tenemos, de algún modo? ¿Nacemos con ellas? Lamentablemente, aquí no hay solución fácil. Adquirir virtudes es un proceso permanente, y cuesta de veras. (Ya lo sé, es una lata. Cuando Eleanor Shellstrop —el personaje de Kristen Bell en The Good Place— pregunta a su mentor filosófico, Chidi Anagonye, cómo puede llegar a ser una buena persona, imagina que a lo mejor habrá alguna píldora o algo para vapear. No tiene suerte.) ¿Cómo conseguimos estas virtudes? A juicio de Aristóteles, por desgracia, nadie nace sin más inherente y totalmente virtuoso; no existe ningún bebé que ya
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posea versiones sofisticadas y perfeccionadas de todas esas grandes cualidades.14 De todos modos, sí nacemos todos con la capacidad para obtenerlas. Todas las personas cuentan con lo que él llama «estados naturales» de virtud: «Cada uno de nosotros parece poseer su tipo de carácter por naturaleza; pues de hecho somos justos, valientes, temperados o tenemos otro rasgo del carácter ya desde el nacimiento». Yo las considero «kits elementales de virtud», es decir, herramientas básicas y mapas rudimentarios que nos permiten iniciar nuestra búsqueda permanente de virtudes refinadas. Según Aristóteles, esos kits elementales son los rasgos básicos de carácter poseídos por los niños y los animales —si alguna vez has llevado a un grupo de niños de diez años a Dave & Buster’s, sabrás que suelen ser indiferenciables. Seguramente todos podemos identificar algún kit elemental que tuvimos de niños. Desde una edad muy temprana, yo cumplía las reglas a rajatabla, o quizá cabría decir que «me sentía inclinado hacia la virtud de la obediencia» y así no parezco un pelota ni nada de eso. Hace falta un gran esfuerzo para convencerme de que debo infringir alguna norma, por mínimo que sea el potencial castigo, dado que mi kit elemental de virtudes personales para la diligencia venía muy bien equipado: ahí había montones de herramientas. Una de ellas es una vocecita en mi cabeza —presente hasta donde me alcanza la memoria— que empieza a emitir zumbido si alguien incumple una regla y no para hasta que la regla es respetada.15 Cuando era estudiante de primero en la universidad, nuestra residencia tenía la norma de que había que apagar toda la música fuerte a la una de la madrugada. Si yo estaba en una fiesta a la una, aunque fuera en la habitación de otro, esta suave voz me decía que me acercara lentamente al esté14. Sin embargo, ¡vaya bebé más guay sería, tío! Me encantaría conocer a ese niño próspero y genial. 15. Muchas personas con las que he hablado tienen alguna versión, en distintos grados, de esa vocecita admonitoria. Un amigo mío se refiere a ella como el equivalente moral de ese sonido «tilín, tilín, tilín» que hace el coche si no te has puesto el cinturón.
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reo y bajara un poco el volumen. Porque la regla era esa. Ya te puedes imaginar lo mucho que me querían en las fiestas.16 Así pues, estos kits representan solo nuestro potencial para llegar a ser virtuosos: existe una gran diferencia entre ese potencial y la cosa real. Podemos plantearlo así: a veces hablamos de que ciertas personas han nacido con determinadas cualidades —es un «líder nato», o «nació para gaitero», o lo que sea—. Lo que en realidad queremos decir es que esa persona parece tener una aptitud natural para liderar o tocar la gaita, y solemos decirlo maravillados porque a nosotros esa habilidad no nos ha venido de forma natural. A nosotros ni se nos había pasado siquiera por la cabeza intentar tocar la gaita, por lo que cada vez que nuestro amigo Rob saca del armario su flexible artilugio con aspecto de doctor Seuss y se arranca, atribuimos su talento a cierta configuración interna, inaccesible, con la que él parece contar mágicamente desde su nacimiento. Entonces, cuando Rob consigue una beca completa para gaiteros en la universidad, pensamos: «Rob ha cumplido su destino al sacarle el máximo provecho a su destreza innata». Y también pensamos: «¿La universidad tiene becas para gaiteros?». Y luego pensamos: «¿Qué demonios va a hacer Rob con este título? ¿Cómo va a sacar dinero para el alquiler, solo tocando en funerales escoceses?». Rob no llegó al mundo con el tarareo de «The Bonnie Banks of Loch Lomond» en su cabeza en un concierto en si bemol. Simplemente se sentía inclinado a tocar la gaita, de esa misteriosa manera en que algunas personas se sienten inclinadas hacia las matemáticas, la pintura o el béisbol, que es guay de veras cuando te pasa a ti o a tus hijos e irritante al máximo cuando les pasa a otras personas o a sus hijos. Y después cogió esa aptitud y la convirtió, tras muchos años de práctica, en una destreza. Descubrió algo que le gustaba y le salía de forma natural, y luego practicó durante miles de horas17 hasta llegar a ser un experto. 16. No mucho. 17. Puaj, ¿te imaginas lo tremendo que debió de ser para sus padres? Ya sé que me he inventado a Rob para este libro, pero me siento realmente mal por sus padres de ficción.
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Y de la misma manera en que desarrollamos cualquier habilidad, nos dice Aristóteles, nos volvemos virtuosos haciendo cosas virtuosas. Esta es la parte de «proceso permanente» de la ecuación: «La virtud se produce no por un proceso de la naturaleza, sino por habituación… Nos volvemos justos al hacer cosas justas, moderados al hacer cosas moderadas, valientes al hacer cosas valientes». En otras palabras, hemos de practicar la generosidad, la moderación, el coraje y todas las demás virtudes, igual que el fastidioso Rob practicaba con su fastidiosa gaita. El plan de Aristóteles requiere estudio, mantenimiento y vigilancia constantes. Quizá hemos nacido con estas cualidades elementales, pero si no las desarrollamos mediante la habituación —si nos limitamos a relajarnos y a confiar en ellas de adultos—, estamos condenados. (Sería como si alguien dijera «cuando era niño me encantaba jugar con cochecitos de juguete, así que me meteré en este Ferrari de Fórmula 1 y correré el Gran Premio de Gran Bretaña».) La habituación no difiere mucho de la costumbre «la práctica hace la perfección» que nos inculcaron los profesores de baloncesto o de música en el instituto: seremos mejores en la cosa si hacemos la cosa, y si dejamos de hacerla, seremos peores. En realidad, todo el asunto se reduce a esta habituación: practicar las virtudes y trabajar en ellas. Y lo fantástico de la estrategia vendedora de Aristóteles es que, según dice, la habituación puede funcionar con cualquier virtud, incluso para aquellas para las que aparentemente no nacimos, cuyos kits elementales son cajas de herramientas viejas y oxidadas en las que faltan todos los destornilladores. Esto es importante, pues da la impresión de que las aptitudes se nos asignan al azar. Todos tenemos cosas que nos resultan fáciles, y cosas en las que —por usar una expresión filosófica técnica— «somos un desastre». Yo, por ejemplo, tengo un sentido de la orientación pésimo. No sé dónde estoy a menos que haya estado ahí antes diez mil veces, e incluso entonces no está nada claro; me perdí a menudo durante los siete años que viví en Manhattan, que está organizado como una cuadrícula
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numerada.18 Desde luego me da la sensación de que ninguna cantidad de práctica podría convertirme en un buen navegador. Por lo visto, las virtudes funcionan igual: yo tenía cierta aptitud para la diligencia, pero no (por ejemplo) coraje. Quizá recuerdes haber tenido disposición para la generosidad pero no la moderación, o para la laboriosidad pero no la afabilidad. Si se trata de prosperar hemos de desarrollar todas esas virtudes, y Aristóteles nos asegura que podemos,19 con independencia de si en principio estamos inclinados más hacia algunas de ellas que hacia otras. Si una persona se esfuerza lo suficiente, no está condenada a estar para siempre privada de magnanimidad o valentía o cualquier otra cualidad deseable como estoy yo condenado a perderme cada vez que doy vueltas en un aparcamiento en busca del coche. Tal vez la habituación sea la parte más importante del sistema ético de Aristóteles, pero no es la única. Igual que necesitamos un entrenador personal para jugar mejor al tenis o un maestro que nos enseñe a tocar la flauta, también necesitamos un buen profesor que nos dé algunas clases de prosperidad. Los antiguos griegos estaban algo obsesionados con lo importantes que eran los maestros (u «hombres sabios») para todo: la educación cívica, la ética, la ciencia, etcétera. Sócrates enseñó a Platón, y Platón a Aristóteles, y Aristóteles a Alejandro Magno,20 así que se presta mucha atención al papel de ciertos instructores brillantes (y amigos sabios) en la transformación de muchas personas, que pasan de ser tontos inmaduros a ser las personas prósperas y cívicas que los maestros quieren que seamos todos. Y como a menudo también fundaron escuelas, cada vez que hablan de la necesidad de profesores sabios, es lógico imaginarlos señalán18. Al personaje Chidi, de The Good Place, le asigné esta enfermedad, que denominé «locura direccional», que es lo que me parece. 19. Aristóteles, como las personas más famosas y preparadas de la antigüedad, era un esnob increíble, de modo que para él había muy pocas personas capaces de conseguir todo lo que él decía que debíamos intentar conseguir con respecto a la virtud y la excelencia y demás. También restringía el posible ámbito de esas personas a los «hombres libres». Bien. No sé. Qué quieres que te diga. 20. Quien al parecer quizá no asimiló del todo las lecciones de Aristóteles sobre cómo ser una buena persona, toda vez que se pasó la vida intentando someter y esclavizar al mundo entero.
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dose a sí mismos y aclarándose la garganta.21 (A veces, la Ética se lee como un publirreportaje para la academia de Aristóteles.) Para que quede claro, la sabiduría de los hombres sabios no sustituye a la habituación. Ese tontaina al que le gustaban los coches de juguete y luego quiso conducir un Ferrari seguramente no habría corrido mejor suerte si hubiera leído un libro22 sobre momentos de fuerza o hubiera asistido a una charla TED de Dale Earnhardt Jr. «Todo es necesario —dice Aristóteles—, la naturaleza, el hábito, la enseñanza.» Porque, a ver, prosperar exige no solo que identifiquemos y luego adquiramos todas estas virtudes, sino también que tengamos cada una de ellas en la cantidad precisa. Hemos de ser generosos, pero no demasiado generosos, valientes pero no demasiado valientes, y así sucesivamente. La parte más difícil de la ética de las virtudes es calibrar estas proporciones y a continuación especificar con exactitud cada una. A cada uno de estos objetivos exasperantemente concretos Aristóteles los llamaba «la media». ¿Cuándo hemos «adquirido» realmente estas virtudes? La media, o «justo medio», como se la conoce normalmente (aunque el propio Aristóteles23 jamás mencionó el término), es 21. Robé este chiste de una comedia de Woody Allen sobre Sócrates. Y, en efecto, soy plenamente consciente de lo que significa hacer referencia a Woody Allen en el año 2022, y lo hago con toda la intención. Espera al capítulo 10. 22. En 2017, el presidente Trump encargó a su yerno Jared Kushner la elaboración de un nuevo plan de paz entre Israel y Palestina. Como Kushner no tenía experiencia alguna en tratados internacionales de ninguna clase, el anuncio se recibió con cierto escepticismo. Cuando a principios de 2020 Kushner hizo público su plan, afirmó orgulloso que había «leído veinticinco libros» sobre el conflicto palestino- israelí. A día de hoy, Israel y Palestina no han llegado a ningún acuerdo de paz. 23. La expresión «justo medio» fue utilizada primero por el poeta latino Horacio varios siglos después de la muerte de Aristóteles, pero en todo caso todo el mundo se lo atribuye a este último. Es como lo de Humphrey Bogart, que en realidad nunca dijo aquello de «tócala otra vez, Sam» en Casablanca. Otra de las frases famosas de Aristóteles, «somos lo que hacemos repetidamente. La excelencia, enton ces, no es un acto sino un hábito», tampoco fue escrita jamás por él. Will Durant la escribió sobre Aristóteles en su obra seminal The Story of Philosophy en 1926. Pero intenta decir esto a las miles de personas de Instagram que citan a Aristóteles cuando hablan de gente haciendo yoga en una playa a la puesta del sol.
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el diente más importante del engranaje ético aristotélico. A mi entender, es también el más hermoso. Y el más molesto. Y el más escurridizo, y el más elegante y el más exasperante. Hemos de considerar que estas cualidades que estamos buscando —generosidad, moderación, lo que sea— son un balancín perfectamente equilibrado, paralelo al suelo. Si nos sentamos en el medio, todo permanecerá recto, estable y armonioso. Esto es el justo medio de esta cualidad: ese punto intermedio perfecto, que representa la cantidad exacta de la cualidad en cuestión que mantiene el balancín nivelado. Sin embargo, si nos desplazamos hacia cualquiera de los extremos, provocaremos un desajuste: un lado del balancín se desplomará y nos lastimaremos el trasero. (En esta metáfora, el trasero equivale a la personalidad.) Los dos extremos representan 1) una deficiencia de la cualidad y, en el otro lado, 2) un exceso de la cualidad: demasiado o demasiado poco. Así pues, la deficiencia o el exceso extremo de cualquier cualidad se convierte en un vicio, algo que evidentemente intentaremos evitar. A veces para los filósofos esto es como la regla de Ricitos de Oro. Para cada aspecto de nuestro carácter, en esencia Aristóteles nos dice que no seamos demasiado calientes ni demasiado fríos… en el punto justo. Tomemos como ejemplo la afabilidad, que Aristóteles describe como la «media relacionada con el enfado». Las personas con una deficiencia de enfado son las que No se enfadan por las cosas correctas, o de la manera adecuada, o en los momentos idóneos, o con las personas pertinentes… Alguien así parece ser insensible y no sentir dolor. Como él no está enfadado,24 no parece que vaya a defenderse; y esta disposición a aceptar insultos y a pasar por alto los insultos a la familia y los amigos es servil.
24. Hasta hace unos treinta años, todos los filósofos usaban, por defecto, pronombres masculinos en sus textos, las personas teóricas de las que hablan son siempre «él». Lo hacían incluso las mujeres filósofas. Es una especie de fastidio. En este libro aparecerán pronombres de género o no, al azar.
Título original: How to Be Perfect: The Correct Answer to Every Moral Question © 2022, Michael Schur Fotografía de Peter Singer en la página 192 © Keith Morris/Hay Ffotos/Alamy Stock Photo Fotografía de Albert Camus en la página 240 © Hayk Shalunts/Alamy Stock Photo Primera edición en este formato: mayo de 2022 © de la traducción: 2022, Joan Soler Chic © de esta edición: 2022, Roca Editorial de Libros, S. L. Av. Marquès de l’Argentera 17, pral. 08003 Barcelona actualidad@rocaeditorial.com www.rocalibros.com ISBN: 9788418870712 Todos los derechos reservados. Esta publicación no puede ser reproducida, ni en todo ni en parte, ni registrada en o transmitida por, un sistema de recuperación de información, en ninguna forma ni por ningún medio, sea mecánico, fotoquímico, electrónico, magnético, electroóptico, por fotocopia, o cualquier otro, sin el permiso previo por escrito de la editorial.