En Paris. Jeanne Damas

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Jeanne Damas­­ con

Lauren Bastide

En París Traducción de Ana Herrera


EN PARÍS

Jeanne Damas con Lauren Bastide Mucho se ha escrito sobre la parisina, una mujer mítica y adulada cuya informalidad refinada la ha hecho famosa en todo el mundo. Pero el concepto de la parisina es una leyenda, un arquetipo, un sueño. Solo existen las parisinas, estas mujeres de carne y hueso, con orígenes y destinos diversos, que encarnan, cada una a su manera, el encanto y el espíritu que se atribuye a las mujeres de París. Jeanne Damas y Lauren Bastide se han reunido con veinte de ellas para dibujar un retrato tan sutil como realista de las parisinas de hoy. Tienen entre catorce y setenta años, son cineastas, restauradoras, bibliotecarias, activistas y viven en cuartos de servicio, apartamentos lujosos, en barcazas. Nos abren las puertas de sus hogares y con ellas surcamos París, mientras nos ofrecen su personal definición de la elegancia y nos cuentan cómo son sus vidas en la ciudad de la luz. Un libro maravillosamente ilustrado con fotos que muestran a la nueva parisina, con sus secretos, su estilo y su amor por esta ciudad. Un libro cargado de alma y de estilo que se convierte en una gran oda a París y a sus mujeres. ACERCA DE LAS AUTORAS Jeanne Damas es una modelo parisina y actriz. Entró en la prestigiosa lista Forbes 30 under 30, de las personas en la treintena más influyentes del mundo. Lauren Bastida, exeditora de Elle en Francia. Fundadora del estudio de producción Nouvelles Écoutes. ACERCA DE LA OBRA «Jeanne Damas es el paradigma de la it girl.» GQ Magazine


A nuestra ciudad, con amor.


Índice

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Prólogo

Calle de Lappe con Amélie Pichard

Nuestro París.

En Le Square Trousseau con Nathalie Dumeix

Nuestro París.

En el barrio chino con Patricia Badin

Nuestro París.

En el village Popincourt con Charlotte Morel

Nuestro París.

En Saint-Ouen con Fanny Clairville

Nuestro París.

Cerca de las Tullerías con Sophie Fontanel

Nuestro París.

Faubourg-Saint-Martin con Jesus Borges

Nuestro París.

En el canal Saint-Martin con Noemi Ferst

Nuestro París.

Bulevar Voltaire con Valentine Maillot

Nuestro París.

Vivir la ciudad como un pueblo

Aborrecer los selfis

Tomar un vino

Amar Internet, odiar Internet

Lo que hacen las verdaderas parisinas

Adorar lo natural

Amarse en París

Educar (bien) a los niños

¿Te vienes a cenar?


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En la Île de Saint-Louis con Emily Marant

Nuestro París.

Plaza Pereire con Dora Moutot

Nuestro París.

Pintarse los labios

Ahora, a bailar

En Belleville con Lola Bessis

Nuestro París.

Estación del Este con Dorine Aguilar

Nuestro París.

En Notre-Dame con Sylvia Whitman

Nuestro París.

En Ménilmontant con Crystal Murray

Nuestro París.

En SoPi con Lucie Hautelin

Nuestro París.

En una barcaza en Neuilly con Anna Reinhardt

Nuestro París.

En Saint-Germain-des-Prés con Zoé Le Ber

Nuestro París.

Calle du Bac con Françoise Golovanoff

Nuestro París.

En Montmartre con Lamia Lagha

Nuestro París.

Gracias

Llevar la gabardina

Comprar de segunda mano, todo un oficio Ampliar su cultura

Comprarse flores

Politizar la vida

Llevar el uniforme de verano

Llevar el uniforme de invierno

Salir a cenar

Pasear por todos los rincones de la ciudad


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Prólogo

La idea de recorrer todo París para encontrar a las actrices parisinas principales nació en abril de 2016; una primavera en París, como cantaron Ella Fitzgerald y Louis Armstrong. Estaba todo: los castaños en flor, el Sena centelleante y las parisinas, con sus clavículas estremecidas bajo los jerséis ligeros y el bolso desbordándose ale­ gremente bajo la mesa del café Aux Deux Amis, calle Oberkampf. Era una primavera típica de París. Sin embargo, no era como las demás. La capital todavía estaba aturdida, como grogui. Seis meses antes habían resonado unas detonaciones en terrazas y lugares de diversión. Vidas jóvenes y alegres acabaron segadas. Los parisinos habían pasado todo el invierno haciendo lo que mejor saben hacer: beber, hablar, amar, pero con reservas, con inquietud, mirando por encima del hombro. Cada uno lleva su duelo como puede, y París empezaba a removerse de nuevo con entusiasmo, herida pero orgullosa. Todo eso estaba en la terraza del café Aux Deux Amis, aquel día.


Vagabundear por París, entre abril y diciembre de 2016, como ha­ bíamos decidido hacer después de aquella cita, tenía un regusto extraño. No era ni triste ni amargo. Muy al contrario. Era alegre, con ganas de estrechar entre nuestros brazos a la gente de las terrazas, de besar en las mejillas a nuestros vecinos en el metro. Estamos locas de amor por esta ciudad, y mucho más aún desde que se produjo aquel drama. Adoramos su arrogancia, su torpeza, su simplicidad. Y sobre todo a las mujeres que la habitan… ¿París no es acaso una mujer? Volvamos a la terraza de ese bar tan parisino, donde estábamos en torno a una mesa, con el cigarrillo encendido y una copa de pouillyfu­mé en la mano. Ridículamente fieles, las dos, al tópico de la parisina típica. Al arte que tiene de vestirse con nada, de combinar unos vaqueros rotos con un jersey de cachemir, de colocarse una gabardina sobre un vestido ligero, de remangarse las mangas de la americana, de ponerse unas bailarinas muy gastadas para ir a la disco, todo lo que lleva consigo el encanto de la mítica parisina que ya ha sido descrito ampliamente, y a veces magistralmente. Otros antes que nosotras habían explorado su insolencia graciosa, su descaro, sus caprichos, su forma de atravesar la calle por fuera del paso de peatones y sacar el dedo corazón al automovilista que tenga la ocurrencia de tocarle el claxon, y esa capacidad de no contestar a una llamada de teléfono que espera desde hace quince meses. En resumen, su desenvoltura. Nos divertimos a menudo reconociéndonos en los rasgos que se atribuyen a esa heroína contemporánea. Pero a menudo nos hemos dicho también que la parisina no era la mujer ideal y soñada que se nos presentaba. No es solamente esa chica de aspecto sublime y vivacidad loca. Las parisinas son mucho más que eso. Parisinas, nos decíamos aquel día, conocíamos a muchas. La parisina crea una start-up en Aubervilliers, cría a tres hijos junto a la Bastilla, levanta el puño en la plaza de la Ré­ publique, baila hip-hop junto a la plaza de Italia, trabaja la cerámica en Belleville, abre un restaurante en la calle Paradis, realiza películas junto a los jardines de Luxemburgo. En el fondo, de esas parisinas que viven con su gato en el bulevar Saint-Germain y pasan el día recostadas en

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un Chesterfield hojeando una antología de novelas cortas de Simone de Beauvoir no conocemos ninguna. Lejos de nuestro ánimo la idea de querer establecer una verdad, o de negar la existencia misma de esa mujer arquetípica a la que se suele llamar «parisina». La parisina existe, y lo sabemos porque nos la hemos encontrado veinte veces para hacer este libro. Pero si algo la define, si hay un denominador común, más que una forma de vestirse o de hablar, nos parece que es más bien una forma de vivir en su ciudad. Este libro nació del deseo de ir a conocer a parisinas de carne y hueso, con recorrido y orígenes distintos. Para dibujar a través de ellas, y de sus múltiples facetas, un retrato impresionista de la parisina. No para romper un mito, sino para darle vida, interrogando a veinte mujeres sobre su manera de vivir en la ciudad y su relación con París. Jeanne nació y se crio en el distrito XI, donde ha vivido siempre, evidentemente, bajo los tejados que dominan la plaza Gardette. Se define en primer lugar como hija de un restaurador conocido en todo el barrio, que tuvo durante mucho tiempo el gran restaurante Le Square Trousseau. Va con su cesta al mercado de Aligre cada sábado, y el domingo busca en los mercadillos jarrones de cerámica o bien planta al azar brazadas de flores del campo. En cuanto a mí, Lauren, que soy quien maneja la pluma a lo largo de todas estas páginas, acabo de cele­brar doce años en el distrito IX, empujo un carrito de la compra, desde luego último modelo, por la calle des Martyrs, compro cada fin de semana kilos de prensa de izquierdas y como ensaladas bio en las cafeterías de comida sana. Si algo hace de nosotras parisinas es más bien eso, nuestra forma de vivir y de ocupar París, la vida cotidiana que hemos construido aquí. Fue esa idea la que surgió una tarde de abril en el café Aux Deux Amis y que decidimos poner en práctica de la manera más parisina imaginable: recorriendo todo París. Así que partimos, con la libreta bajo el brazo y la Olympus en ban­ dolera, al encuentro de nuestras parisinas. Las elegimos intuitivamente, sin cálculo. Dimos con una vagando por Instagram, nos enamoramos de otra una tarde, tomando una copa de vino, apoyadas en la barra de


un bar. Consultamos con las amigas de nuestras amigas, las abuelas de nuestras amigas, las mujeres a las que admiraban. No quisimos crear una lista exhaustiva, porque no somos ni antropólogas ni sociólogas. Todas pertenecen, como nosotras, al mundo de la moda, de los medios de comunicación, la cultura y el arte. Son nuestras parisinas, las nues­ tras, verdaderamente, aquellas que se han cruzado en nuestro camino durante los nueve meses que ha durado esta exploración. Con cada encuentro, nuevas pruebas y nuevas sorpresas. Ellas nos han ayudado a comprender lo que constituye la especificidad de la vida de las mujeres en París y han inspirado gran parte de los anexos que puntúan los retratos. Ellas han contradicho también algunas de nuestras certezas y han confirmado muchas de nuestras intuiciones. Viven en una barcaza, en buhardillas, en el piso catorce de un enorme rascacielos o al fondo de un patio interior. Vienen de todos los horizontes, de todos los medios sociales, de todas las culturas. Pero una cosa las une: la audacia de ser ellas mismas. Hemos elegido a estas parisinas porque tienen ese «algo especial», expresión favorita de Jeanne, ese «algo» que, si se piensa bien, podría ser el it de la it-girl. Ellas nos han llevado a dar una vuelta por su vida, es decir, por su barrio. Nos han probado que las mujeres de París hacen piña con su ciudad. Y al final de ese paseo, nos hemos dado cuenta de que habíamos dibujado, con ellas, un retrato de París. Nada extraordinario en el fondo. La única verdadera parisina es la propia ciudad de París. Lauren Bastide y Jeanne Damas, en París, a 30 de mayo de 2017.

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Calle de Lappe con Amélie Pichard Un patio con árboles Dos gatos Pamela Anderson Un puñado de semillas de chía

La mayor parte de las parisinas, y una gran parte de los enamorados de la moda, conocen a Amélie Pichard. Desde la creación en 2010 del logo que lleva su nombre, ha impuesto su marca y su identidad. Unos zapatos de peluche rosa son los que le han dado renombre, igual que las babuchas con flecos brillantes que creó con Pamela Anderson y sus fotos publicitarias, en las que se ve a unas chicas pelirrojas con pantalones de peto deambulando por caminos rurales. Todo lo que produce Amélie Pichard se parece a Amélie Pichard. Por tanto, estábamos impacientes por descubrir su apartamento. Nos encontramos, una mañana de junio, en uno de los barrios más típicos de París: un dédalo de callejuelas pavimen­ tadas que enmarcan la plaza de la Bastilla. Desde el entramado del vestíbulo del edificio hasta el hueco de la escalera irregular, todo cuadraba. Subimos los tres pisos que llevaban a su antro, donde ella nos acogió con un saludo alegre, el pelo rubio ondulante sobre una camiseta vintage metida en unos vaqueros 501 muy ceñidos. Amélie Pichard, en persona.


Si hay un arte parisino por excelencia es ese, que practican algunos

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de sus habitantes, de exhibir sin concesiones sus gustos y su universo a través de su forma de vestir o de decorar su apartamento. Por cierto: decorar es una palabra muy endeble para describir la energía que emplean muchas parisinas para hacer de su interior un nido cómodo y único, que nunca abandonan más de dos horas seguidas. Y en ese aspec­ to Amélie era una reina. Podríamos haber pintado su retrato sin hacerle una sola pregunta, dejando simplemente que nuestra mirada vagase por los rincones de su apartamento. Su salón estaba lleno de objetos que evocaban la América de los años sesenta, en la que busca su inspiración. En la pared, junto a la entrada, destacaba una pierna artificial muy antigua, recuerdo de la época en la que se formó en el arte de calzar bien en una auténtica ortopedia del barrio de Ledru-Rollin, en el distrito XII. Amélie Pichard también domina el arte de saber recibir con simplicidad y calor, aunque sean las diez de la mañana. Unos minutos después de haber entrado en su casa, ya estábamos las dos acurrucadas en su sofá de terciopelo, descalzas y con las pantorrillas acariciadas por dos gordos gatos persas que viven allí en custodia compartida (están en casa de su padre la otra mitad del tiempo). La creadora reina en su universo con seguridad y alegría, y esta se extiende hasta el pequeño patio con adoquines cubiertos de musgo de su inmueble: «Acabo de instalar un pequeño huerto, he plantado tomates, hierbas aromáticas, fresas. Pronto tendré una cubeta de compost –nos anunció orgullosa–. Hace solo diez años todavía había un chivo y una gallina abajo.» La casita que da al patio, antaño habitada por la portera del inmueble, quedó libre un día. Amélie la ha alquilado y la ha transformado en taller, liberando al mismo tiempo su pequeño apartamento de un número considerable conoció a su novio, un realizador que había venido a filmar su pequeña empresa. «Soy como un oso, estoy siempre acurrucada en mi guarida, las cosas vienen a mí», se enorgullece ella. Si las cosas van a ella es porque Amélie consigue organizar su vida de modo que lo hace todo en una zona circunscrita y cercana a su casa.

Barrio de La Roquette

de cajas de zapatos. Dentro de esa misma casa, unos meses más tarde,


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¿Acaso no acaba de abrir su primera boutique en la calle de Lappe? Hace dos años, antes de que se hiciera con su pequeña casita, un trozo de su apartamento se dedicaba al taller, donde concebía sus prototipos de zapatos. Ese lugar sigue siendo su oficina y su espacio de creación. En sus paneles de inspiración, donde se encuentran fotos de David Lynch, Guy Bourdin y retratos de Betty Page, se dibujan los contornos de su próxima colección. Formada para ser creadora de ropa, Amélie encontró




su camino el día que comprendió que lo que en realidad le gustaba

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era crear objetos, un procedimiento que ella califica de más «viril». A contracorriente de la fast fashion, Amélie Pichard inventa también una forma muy parisina de ser una creadora de éxito. Encadenando los cigarrillos uno con otro, sin dejar de sonreír en ningún momento, nos contó su vida. Como una gran parte de las parisi­ nas, ella en realidad se crio en provincias, en Chartres concretamente. Pasaba todos los miércoles y las vacaciones escolares en la granja de su padre, que murió cuando ella todavía era pequeña. El resto del tiempo estaba con su madre y su hermana menor, odiaba el colegio y dedicaba sus días a dibujar siluetas de mujeres en los bordes de sus cuadernos. Con catorce años profesaba un verdadero culto a Ophélie Winter y a Pamela Anderson, a quien acabaría conociendo más tarde para producir su famosa colección de zapatos veganos. Como muchas, conoció también las infamias de la adolescencia, que en su caso la llevaron a teñirse el pelo de rubio platino, cosa que la obligó a cortárselo muy corto luego para calmar la ira de su madre. «Empecé a ser feliz a los veinte años, cuando llegué a París», dice. Cuando le pedimos que nos enseñe lo más precioso que tiene una parisina, que es su agenda de direcciones, ella nos responde que no pone los pies jamás fuera de un pequeño perímetro muy delimitado y concentrado entre la Bastilla, la calle Charonne y el bulevar LedruRollin. Tiene su bar, donde se toma un café solo cada mañana, después de haber desayunado (gachas de avena con leche de almendras, kiwis, plátanos y semillas de chía), su florista, su papelería y su quiosco para los periódicos. «Es mi lado campestre», nos dice, melindrosa, cuando en realidad no hay nada más típicamente parisino. Considerar su barrio edificios más porque nuestra farmacia habitual está cerrada, considerar un asunto de honor no comprar jamás el pan en otra panadería que la que se encuentra en la esquina de tu calle, ser capaz de nombrar todos los comercios de las diez calles circundantes son otras tantas señales de pertenecer a París.

Barrio de La Roquette

como un pueblo entero, suspirar cuando hay que recorrer un par de


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Si Amélie está tan unida a su barrio es porque se define, antes que nada, como sedentaria. Para ella, atravesar el Sena para ir a «la otra ori­lla» puede constituir toda una expedición. ¿Y para qué? Los parisinos (al menos, aquellos con los que nosotras tratamos) no se divierten nunca tanto como cuando bailan en casa de sus amigos en torno a un tocadiscos o un altavoz, interrumpiéndose de vez en cuando para ir a fu­mar cigarrillos y arreglar el mundo, de ocho en ocho en el balcón. A Amélie le encanta recibir en su casa. Fiel a su credo, hace venir a la gente a ella, cuando invita, y encarga cajas y más cajas de champán, y reúne a los amigos de todas las épocas de su vida, que se mezclan alegremente. Sus veladas tienen la reputación de ser las más locas, las más acogedoras y las más alegres de todo el barrio. Y, ¡oh, milagro!, los vecinos jamás se quejan del ruido, una ventaja tan preciada para un alojamiento parisino como las vistas al Sena. Así que, en sus altavoces, las playlists donde se mezclan Beach Boys, Blondie y Beyoncé suenan a tope hasta el amanecer.


Nuestro París. Vivir la ciudad como un pueblo Entre todas las cosas que nos unen a las parisinas que hemos encontrado, la primera sería esta: nosotras nos definimos principalmente por el lugar (el distrito, el barrio, el apartamento) en el cual vivimos. Ya se trate de un apartamento suntuoso o de una buhardilla debajo del tejado, nos parece esencial empezar siempre por hacer de nuestro alojamiento un lugar de una comodidad exquisita, con velas, cojines, libros usados y con la ayuda de mullidos sofás, un lugar donde trabajar, soñar, perder el tiempo, recibir a los amigos los viernes y los sábados por la noche, ya que preferimos cien veces que la gente venga a nosotras. A continuación, nuestra influencia se extiende a nuestro barrio.Y por barrio entendemos el amasijo de casas que enmarca nuestro hogar. Necesitamos tener una cafetería en la esquina, donde podamos pasar rápidamente por la mañana, acodarnos en la barra y obtener, sin decir una sola palabra, nuestro café-largo-nopor-favor-nada-de-azúcar. También tenemos, desde luego, nuestra panadería preferida, que no es jamás aquella donde se agolpan los turistas (hacer cola, qué rollo), sino aquella donde la baguette tradicional no cuesta más que un euro con diez, y de la cual nos encantan los bocadillos de jamón con ensalada y mayonesa. La prueba: que por mucho que Jeanne diga que le encantaría mudarse y venir a vivir al distrito IX, solo mira anuncios inmobiliarios de su barrio. Está anclada en ese distrito XI que la ha visto crecer, donde compró, con sus primeros ahorros, ese pequeño apartamento que todos aquellos que la siguen en las redes sociales conocen por la chimenea de mármol y la biblioteca donde holgazanea Charlie, su gato. No se va una de su casa así como así.

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Diez panaderías de barrio, y por qué nos gustan: Terroirs d’Avenir, I. por su pan de pueblo y por la focaccia con tomates cherry. Rue du Nil, 1, 75002 II. Le Moulin de la Vierge, por sus éclairs de chocolate. Rue Saint-Dominique, 64, 75007 III. La boulangerie Verte, por sus croissants y sus pastelitos irresistibles. Rue des Martyrs, 60, 75009 IV. Du Pain et des Idées, por sus brioches con flor de naranjo y sus panes con chicharrones. Rue Yves Toudic, 34, 75010 Julhes Paris, por sus V. macarons y delicatessen. Rue du Faubourg-SaintDenis, 56, 75010 VI. Boulangerie Utopie, por sus empanadas de manzana que están para morirse. Rue Jean-Pierre Timbaud, 20, 75011 VII. Moisan Le Pain au Naturel, por su pan bio a la antigua en el increíble mercado de Aligre. Place d’Aligre, 5, 75012 VIII. Le Blé sucré, por su pan con chocolate y sus minipasteles de fresa. Rue Antoine Vollon, 7, 75012 IX. Boulangerie Boris, por sus minibocadillos y su baguette deliciosa. Rue Caulaincourt, 48, 75018 X. Boulangerie Alexine, por el mejor flan de París y la flauta con chicharrones que se degusta caliente. Rue Lepic, 40, 75018


Diez cafés de la esquina: Le Saint-Gervais, I. por la mejor relación calidad-terraza del Marais. Rue Vieille-du-Temple, 96, 75003 II. L’Escale, para tomar un café y un croissant en la barra con vistas al Sena. Rue des Deux-Ponts, 1, 75004 III. Le Pick Clops, para tomar una cerveza viendo pasar a la gente. Rue Vieille-du-Temple, 16, 75004 IV. Le Rouquet, para tomar un almuerzo típico francés en el corazón de Saint-Germaindes-Prés. Boulevard SaintGermain, 188, 75007 Le Mansart, para tomar V. una copa de rosado una tarde de verano junto a Pigalle. Rue Mansart, 1, 75009 VI. Le Petit Château d’Eau, para tomar un café al sol después de comer. Rue du Château d’Eau, 34, 75010 VII. Le Carillon, para tomar una copa después del trabajo en la gran terraza donde se mezcla todo el mundo. Rue Alibert, 18, 75010 VIII. Aux Deux Amis, para tomar un vaso de vino natural y unas tapas exquisitas. Rue Oberkampf, 45, 75011 IX. Le Penty, por el buen humor de Didi y sus tés a la menta de la casa a 2 euros. Rue de Cotte, 11, 75012 X. Aux Folies, para tomar una pinta las noches de verano con los jóvenes de Belleville. Rue de Belleville, 8, 75020






Título original: À Paris © 2017, Éditions Grasset et Fasquelle Publicado en especial acuerdo con Éditions Grasset et Fasquelle en colaboración con su agente debidamente designado 2 Seas Literary Agency y su coagente SalmaiaLit. Primera edición en este formato: noviembre de 2019 © de la traducción: 2019, Ana Herrera © de esta edición: 2019, Roca Editorial de Libros, S. L. Av. Marquès de l’Argentera 17, pral. 08003 Barcelona actualidad@rocaeditorial.com www.rocalibros.com Concepción gráfica: Matthieu Rocolle ISBN: 9788417968397 (FL) ISBN: 9788417968403 (KFB) Todos los derechos reservados. Esta publicación no puede ser reproducida, ni en todo ni en parte, ni registrada en o transmitida por, un sistema de recuperación de información, en ninguna forma ni por ningún medio, sea mecánico, fotoquímico, electrónico, magnético, electroóptico, por fotocopia, o cualquier otro, sin el permiso previo por escrito de la editorial.


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