Os matarán en nombre de Dios, Fernando San Agustín

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cordaba su nombre, pero era fácil describirlo: un hombre con ropa talar, extranjero, que debía haber llegado una hora antes. El recepcionista, sin mediar una palabra, me señaló una mesa en la cafetería. El obispo estaba sentado solo, mirando de un lado a otro, como esperando que alguien fuera a buscarle. Lo saludé respetuosamente. Al saber que no era de la organización, hizo un gesto entre desconcertado y molesto, y se presentó como Joseph. Mientras esperábamos, me explicó los objetivos de su viaje por varias ciudades europeas. Divulgar datos sobre el peligroso acoso, agresiones y atentados que sufren los miembros de la Iglesia copta, y recabar ayuda de toda índole; política, diplomática y económica, para tratar de resolver la grave situación en que se encuentran fieles, escuelas y edificios religiosos. Joseph también buscaba entrevistas en prensa, radio y televisión para obtener una mayor difusión y atención de la sociedad, de los gobiernos e instituciones y organizaciones no gubernamentales. Por el momento, los resultados no eran muy halagüeños. La prensa tenía otras prioridades. Seguimos esperando en vano a que fueran a buscarlo para cenar. Más tarde supe que a esa hora los anfitriones, invitados y la prensa lo esperaban en un buen restaurante para cenar, entrevistarle y entregarle los fondos que habían recaudado. El problema era que ninguno de ellos —por falta de coordinación— sabía dónde recoger al obispo, y a este no le habían dado el nombre del restaurante ni la hora de la cena. Unos días más tarde supe que la organización tenía reservado un hotel, pero el obispo, ignorando esto, dio la dirección del hotel que le había reservado la agencia de Madrid. Cuando quisieron enmendar el entuerto, el presentador del acto estaba viajando y a esas horas en Madrid la oficina que le había reservado el hotel y el billete de avión de vuelta ya no contestaba. A la mañana siguiente, en contacto con los organizadores de Madrid, pudieron hacerle llegar una explicación del despiste, así como una transferencia con el dinero recogido. Descoordinación bastante habitual cuando la buena voluntad supera la capacidad de organización. Esta situación desconcertante representó un regalo para


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