Si el destino quiere, Amy Realto

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Si el destino quiere Amy Realto


SI EL DESTINO QUIERE Amy Realto Una noche puede cambiarlo todo, un desliz, una consecuencia… Atrévete a descubrir qué tiene previsto el destino para Daniela. ACERCA DE LA OBRA Daniela es una chica joven, con trabajo estable y buenas amigas. Por fin, ha roto con ese chico que no era bueno para ella, ese que durante años se ha aprovechado de su amor. Ha recuperado su libertad y tiene toda la vida por delante para vivirla, como ella desee. Pero, una noche… Solo una noche… Lo cambia todo. Un desliz. Una consecuencia a la que, valiente, debe de hacer frente. Los guapos hermanos Cano, su compañero Juanjo e incluso su odioso ex, se cruzan en su camino a lo largo de la novela… ¿Qué tendrá previsto el destino para ellos? Y sobre todo, ¿estará él preparado para asumirlo? ACERCA DE LA AUTORA Amy Realto es el pseudónimo de una autora madrileña que reside en un pequeño pueblecito murciano junto a su familia, donde compagina una profesión que le encanta, con la tarea a jornada completa de ser madre. Estudió biología, algo muy alejado de las letras. No recuerda, como les pasa a muchos autores, haber tenido un libro o un cuaderno en la mano desde siempre. No, la lectura compulsiva y más tarde la escritura han sido, más bien, herramientas necesarias para calmar su mente inquieta en la que, eso sí, desde siempre han bullido historias que acababan siendo olvidadas. Si el destino quiere ha sido la primera de esas historias que ha quedado plasmada en papel; tiene origen en un sueño que no se perdió al despertar, algo que no se olvidó y se convirtió en obsesión hasta que vio la luz. Primer proyecto concluido, al que si el destino quiere seguirán otros que ya se acumulan en una carpeta de proyectos pendientes.


A vosotros que sacrificasteis un poquito de nuestro tiempo


Capítulo 1

Esta mañana me siento como una mierda, no me apetece moverme de la cama. Busco en mi interior algo de energía para, al menos, alargar el brazo y posponer la alarma del despertador. No tengo fuerzas. Mi estado de ánimo no se debe solo al hecho de haber roto, por fin, con Arturo. Es cierto que eso ha supuesto un gran cambio —al que aún me estoy adaptando—, pero sé que ha sido para bien. Aunque me entristece el hecho de haber desperdiciado como una tonta cuatro años de mi vida en una relación tóxica, con una persona dañina, y a veces me dé el bajón, mi pésimo estado de ánimo se debe a otra razón. Estas fechas siempre son duras para mí. Pronto hará siete años del día en el que me avisaron, en clase de materno infantil, de que mi madre había tenido un accidente mientras se desplazaba a la consulta, en Córdoba. Lo recuerdo como si fuera ayer. El mundo se detuvo para mí. Si no hubiera sido por mi amiga Sol, no habría podido seguir adelante. Ella se hizo cargo de la situación, habló con los profesores, buscó transporte, y cuando mi mente empezó a reaccionar nos encontrábamos ya en la estación de Córdoba cogiendo el taxi que nos llevaría al hospital donde habían ingresado a mi madre. Había conocido a Sol durante el primer año de carrera. Parecía imposible que aquella chica tan alegre, con el pelo de color fuego y enormes ojos verdes se llamara Soledad, así que muy pronto todo el mundo había comenzado a llamarla Sol. Yo me había desplazado desde Córdoba para estudiar enfermería en Madrid siguiendo el consejo de mi madre; Sol desde Segovia, y enseguida habíamos congeniado. Mi madre fue médico endocrino y había estudiado en la universidad Complutense, pero había hecho el MIR en Córdoba para estar cerca de mis abuelos. Estableció su consulta en la avenida de Gran Capitán, y allí trabajó hasta el final. Siempre supe que mi llegada en ese momento de su vida había truncado sus sueños, aunque ella acostumbraba decir que los sueños solo son deseos idealizados y que las pequeñas cosas de la vida son las que realmente tienen importancia.


El taxi nos dejó en la puerta del hospital universitario Reina Sofía y al preguntar en recepción, nos dijeron que ella se encontraba en la UCI. Su vehículo había sido embestido por un camión que se había saltado un semáforo, había tenido que ser extraída del coche con ayuda de los bomberos, por lo que había sufrido daños en órganos internos y tenía varios huesos rotos. Tras una excarcelación complicada fue trasladada al hospital donde se encontraba. Las primeras cuarenta y ocho horas iban a ser cruciales. Necesitaba verla con todas mis fuerzas, pero el horario de visitas en la UCI era muy reducido, y no nos dejaron pasar, así que no pude hacerlo hasta la tarde. Sol entró conmigo, y pese a que ambas nos estábamos preparando para trabajar en el sector sanitario, nos impresionó mucho verla en ese estado. Estaba sedada, rodeada de aparatos, vías y sondas. Mi madre fue una mujer pequeña, como yo, pero en esa cama, entre tanto tubo, me pareció diminuta. Recuerdo que el tiempo pasó muy lento. Lo viví como una mera espectadora completamente ajena a esa historia. Recibimos visitas de sus amigos y compañeros, todos muy afectados por lo sucedido, que nos ofrecieron palabras de apoyo y de ánimo. Mis abuelos habían fallecido hacia años y no me quedaba ya más familia en esa ciudad. No quise marcharme, y pasamos la noche en una triste sala de espera. En aquellas horas no recuerdo haber comido ni bebido ni siquiera ido al baño, si lo hice fue gracias a la ayuda de Sol. Me había limitado a moverme como un autómata. Al día siguiente, mi madre parecía haberse recuperado un poco, estaba consciente, aunque muy fatigada, pero pude hablar con ella. Hoy sé que se recuperó solo para despedirse de mí. —Dani —me dijo—, aunque te lo he dicho muchas veces… Te quiero con toda mi alma y no concibo mi vida sin tu existencia. —Le costaba respirar, pero aun así continuó hablando—. Quiero… que tengas claro que… llegaste en un momento de mi vida en el que no estaba previsto un bebé… Es cierto, que tuve que replantearme mi futuro… pero… jamás, créeme… jamás, me he arrepentido de ello. Soñaba con hacer la residencia en Madrid… y de allí poder acceder a alguno de los mejores hospitales… del mundo… Pero, el destino decidió… que te cruzaras en mi camino… Cambié todos los planes… que tenía previstos para el futuro…, volví a Córdoba, y… cuando te cogí por primera vez, supe que… supe que tú eras mi sueño… — Comenzó a toser. Me sentí aterrada al percibir que la vida de mi madre se desvanecía. En aquel momento fui plenamente consciente por primera vez de la gravedad de su estado.


Al quedarse embarazada, se había visto obligada a regresar a casa de sus padres, y con su ayuda y mucho esfuerzo pudo sacarme adelante a la vez que se especializaba en endocrinología. La verdad es que entre los tres habían conseguido que yo recordara con cariño toda mi infancia. Le humedecí los labios con un poco de agua. Pasase lo que pasase no quería perder la oportunidad de agradecérselo. —Mamá —le dije—, te quiero muchísimo y quiero que sepas que siempre he sido feliz. Gracias… —Unas lágrimas silenciosas recorrieron mis mejillas. Cuando recuperó la capacidad de hablar fue cuando me soltó la bomba. Le había preguntado por mi padre en numerosas ocasiones, pero siempre me había dado evasivas. En algún momento desistí de seguir preguntándole y pensé que la razón de no que quisiera hablarme de él era que me estaba protegiendo. Seguro que era un cabrón egoísta… ¿Qué otra clase de persona abandonaría a una mujer embarazada de su hijo? Pero en esa cama, al borde de la muerte, me hablo de él, me dijo su nombre, me contó que habían estado juntos un par de veces, pero que no habían mantenido una relación. Habían sido compañeros de clase y amigos, y formaban parte del mismo grupo de estudio y una noche, agobiados por el duro trabajo y la falta de sueño, se habían dejado llevar. A la mañana siguiente se habían arrepentido de su error, pues no sentían nada el uno por el otro, solo existía entre ellos una profunda amistad. Meses después, cuando descubrió que estaba embarazada, no quiso que su amigo cargara con esa responsabilidad, y dejo que él siguiera su vida desconociendo mi existencia. Lo había hecho porque creyó que forzar la situación habría supuesto una infancia infeliz para mí. Así que había desaparecido y nunca más se habían vuelto a ver. El despertador suena de nuevo, arrancándome de mis pensamientos. «Tengo que levantarme para llegar a tiempo al turno». Me arrastro por la cama haciendo un terrible esfuerzo para salir de ella. En el baño hace frío, por lo que entro rápidamente en la ducha en busca de refugio y dejo que el agua cálida me espabile. El olor del gel con aroma de vainilla inunda mis fosas nasales, relajándome. Después de secarme, me visto de forma mecánica con la ropa que he dejado preparada la noche pasada. No me gusta tener que pensar por la mañana qué voy a ponerme, siempre que lo hago acabo llegando tarde a trabajar. Me seco un poco el pelo —que llevo corto— para quitarle la humedad y me aplico algo de cera.


Echo un vistazo a mi imagen en el espejo, pero no me quedo conforme. Tengo que hacer algo con las ojeras, así que me maquillo discretamente, intentado disimularlas. Por lo menos servirá durante las primeras horas de la mañana, ya que conforme avance la jornada volverán a aparecer. Ya preparada para enfrentarme a un nuevo día salgo de mi habitación. Me envuelve el olor a café y tostadas recién hechas. Sol ha madrugado más que yo y tiene listo el desayuno. Desde la ruptura con Arturo hemos vuelto a compartir piso como en los viejos tiempos. Bueno, con la diferencia de que esta vez el piso es suyo y yo ocupo su habitación de invitados. Envidio su capacidad para levantarse con tanta energía y buen humor. Me sonríe y me tiende una taza de café. —¡Qué mala cara tienes! ¿Qué pasa por tu cabeza? —dice, mientras muerde la tostada, y me analiza con sus grandes ojos verdes. —Lo de siempre en estas fechas, no te preocupes. No tiene nada que ver con Arturo. —Se lo aclaro porque sé que está preocupada por mí—. He hecho bien en romper con él de una vez. No me arrepiento, si es lo que estás pensando. — Sonrío intentando resultar convincente y parece que lo consigo. Sol no soportaba a Arturo. Cuando comenzamos me advirtió que había algo en él que no le gustaba y luego, a lo largo de la relación, intentó hacerme ver cuán tóxica era esta. Pero yo no fui capaz de entenderlo y me limité a pensar que ella estaba celosa porque no había tenido suerte con los hombres. Eso hizo que nos distanciáramos mucho en aquella época. Por suerte, es mi mejor amiga, y ha estado ahí cuando lo he necesitado. —¿Vas a ver a tu padre el domingo? —me pregunta Sol, ya convencida. Asiento con la cabeza. —Bien, no quería dejarte sola, pero me apetece ver a mis hermanos. Entonces iré a casa. ¡Crecen tan rápido…! Sonrío. La familia de Sol vive en Segovia, su padre se quedó solo muy joven y la crio sin ayuda. Cuanto estábamos en la universidad conoció a una mujer un poco mayor que nosotras, y se enamoraron. El resultado fueron dos traviesos hermanos pequeños, que ahora cuentan tres y cinco años a los que quiere con locura, y a los que va a ver siempre que puede. Termina de desayunar pronto y, después de despedirse de mi con un abrazo de ánimo, sale del apartamento rumbo al hospital donde trabaja. Yo salgo de casa un poco más tarde, cuando acabo de recoger los restos del desayuno. Es una mañana fría. Camino rápido acurrucada en mi abrigo hasta entrar en el intercambiador. El metro llega temprano, pero el vagón va


prácticamente lleno, el ambiente está cargado y solo el murmullo de unos estudiantes que hablan sobre un examen rompe el silencio. Conecto mi viejo iPod y dejo que la música me lleve de nuevo siete años atrás. Después de enterrar a mi madre en el cementerio de Nuestra Señora de la Salud junto a mis abuelos, pase unos días en casa en el barrio de El Brillante. Me dediqué a recoger sus cosas y prepararlo todo para cerrar la vivienda por una larga temporada, ya que mi futuro inmediato se encontraba en Madrid. Tenía que retomar las clases y seguir con mi vida, aunque en ese momento lo veía todo muy complicado. Fueron mis amigas las que me ayudaron —ya una vez en Madrid— a superar la pérdida. Ellas se convirtieron en mi familia, en mis confidentes y fueron poco a poco llenando el vació que dejó mi madre. No pude resistirme a buscar en internet el nombre de mi padre, y leer todas las reseñas que salían sobre él. Estábamos a un paso, incluso habíamos coincidido en algún congreso. Sol, Marta y Eva, mis compañeras de piso me animaron a contactar con él. —Ahora no tienes padre, así que no pierdes nada, pero puedes ganar uno. Inténtalo. Y era un buen argumento. Pedro Carrasco era un obstetra de renombre que había ejercido en medio mundo, pero en los últimos años se había establecido en Madrid junto a su esposa, Ana. Ella era cirujana de traumatología. Tenían la misma edad y se habían conocido cuando trabajaban en Los Ángeles. Pedro era la única familia que me quedaba. Parecía un hombre amable y me transmitía buenas vibraciones, así que cuando finalicé los exámenes ese año, me armé de valor y me presenté en su consulta haciéndome pasar por una nueva paciente. Rememorar ese día me arranca una sonrisa. Recuerdo que respondí cuándo había sido mi última regla, rellené un cuestionario sobre mis hábitos de vida. Su enfermera me pesó y me tomó la tensión…, y cuando él iba a hacerme la ecografía se lo solté. Le dije quién era mi madre y lo que ella me había contado. Ahora nos reímos de aquello porque se quedó boquiabierto y con los ojos como platos. Entró en estado de shock. Su enfermera tuvo que anular las citas que tenía esa tarde y desviar a otros obstetras a las pacientes que esperaban turno en la sala. La verdad es que se lo dije con muy poco tacto, pero él no dudó de mí ni un momento. Siempre me ha dicho que cuando me vio le resulté familiar y que si su corazón superó aquello lo superará todo. Me parezco mucho a mi


madre, de forma que debí de recordarle a ella. No obstante, se llevó una gran sorpresa. Días después lo confirmamos con una prueba de paternidad. Éramos padre e hija. Desde ese momento ha sido el mejor padre del mundo. Lo adoro, y él a mí. Su esposa Ana, es dulce, inteligente y nos llevamos genial. No tenían hijos, así que me encontré de nuevo con un padre y una madre. Una vez que mis pensamientos han tomado ese hilo, entro más animada en el hospital, con una sonrisa. «Después de algo malo, el destino siempre te busca algo bueno para compensar. Acabo de salir de una mala época…, así que, ¿qué me tendrá preparado ahora?».


Capítulo 2

Si el destino me depara algo bueno no va a ser hoy. La mañana es ajetreada y apenas puedo pensar en nada. Ha faltado una compañera y tenemos que repartirnos sus pacientes entre las pocas que quedamos. Mi móvil vibra varias veces, pero no puedo leer los mensajes hasta bien avanzada la mañana cuando —¡por fin!— puedo hacer un pequeño descanso. Las chicas se han organizado para comer y van al VIPS que hay enfrente del hospital. Confirmo mi asistencia y continúo trabajando más animada porque veré a mis amigas, gracias a ello lo que queda de mañana se me pasa volando. Marta y Eva ya están sentadas cuando llego. Tenemos poco tiempo para comer, así que ya han pedido algunos platos para compartir. —Buenas… —saludo, con una gran sonrisa, mientras robo una patata y me la llevo a la boca a la vez que me siento—. ¿Qué tal lleváis vuestro día? —¡Vaya! Veníamos para hacer refuerzo positivo porque Sol nos había avisado que estabas desanimadilla y vemos que ya no parece necesario —exclama Marta. —Reconozco que esta mañana me dio un poco de bajón. —Suspiro—. Pero luego estuve pensado que os tengo a vosotras. Tengo a mi padre… y a Ana… y además… una nueva vida que empezar, sin ataduras ni compromisos, para escribir como yo quiera. —¡Eso es! ¡Así me gusta! —dice Eva, entusiasmada—. Si es que hay que vivir la vida. El presente. Que muchas veces es muy corta. Carpe diem. ¡Esta noche nos vamos de fiesta! —grita finalmente. —¡Oye! No te embales. Aún no estoy preparada para eso. No me veo buscando nada. Lo de Arturo es muy reciente y me apetece estar sola un tiempo. —¡Mira guapa! —me interrumpe Marta—. Esta noche tengo libre porque Antonio sale con sus amigos. Pienso disfrutarla con vosotras. Vamos a bailar, a beber y a reírnos. No hay que buscar nada. Si aparece y merece la pena, te quitas las ganas. —añade guiñándome un ojo. Todas reímos. Marta tiene la teoría de que, para tener la mente y el cuerpo sanos, hay que practicar sexo mínimo una vez por semana, aunque desde que


está casada, ha subido bastante el número mínimo semanal. Debe de tener a Toni reventado. —No sé… —vacilo—. Lo pensaré. —No me vale —dice Eva—. Mira…, si algo he aprendido trabajando en «onco», es que da igual la edad, el sexo, de qué narices sea el cáncer… TODOS, absolutamente TODOS, me dicen lo mismo. «Vive la vida, que es muy corta». Hasta que no te entra el bicho no ves que nos comemos el coco por chorradas. — Asiente convencida—. Hay que disfrutar de la vida. Así que esta noche salimos. Además, me han hablado de un sitio nuevo —concluye—. Conozco a uno de los camareros, y tengo pendiente hacerle una visita. —Nos guiña un ojo con sonrisa picarona. Con ese gesto todas sabemos cómo pretende acabar la noche. No me dan otra opción, sé lo cabezotas que pueden llegar a ser. Si no voy, son capaces de sacarme de casa en pijama y zapatillas. Terminamos de comer y quedamos en vernos por la noche. Eva confirma con su amigo nuestra visita y le pide que nos envíe las invitaciones al móvil. La tarde es más tranquila, y pronto estoy de regreso en casa animada y pensando en qué me voy a poner. No sé si ha sido el refuerzo positivo de la comida o la caja de bombones que nos ha llevado una paciente agradecida, pero estoy decidida a vestirme para matar y disfrutar de la noche al máximo con mis amigas. Rescato del armario un vestido negro ajustado que no me pongo desde hacía años. Lo conjunto con unos tacones de infarto y una cazadora roja de piel. Tengo que sacar partido al curso de maquillaje al que Sol me obligó a ir el mes pasado, por lo que decido usar los trucos que me enseñaron para resaltar mis ojos color miel, haciendo que parezcan enormes. El resultado no está nada mal. Llevo el pelo bastante corto. Fue uno de los cambios drásticos que hice para romper con el pasado. A Arturo le gustaba mi pelo negro, largo y liso. Yo estaba cansada de llevarlo así, de forma que, al romper con él, me rebelé haciéndome un corte radical. Unos minutos de secador y algo de cera y luce como si acabara de salir de la « pelu». No creo que me lo vuelva a dejar largo, así es demasiado cómodo. Por el momento me encanta llevarlo de esta manera. Sol está espectacular. Ha combinado con unos vaqueros ajustados una camisa verde botella de raso y encaje que resalta sus ojos, y se ha dejado el pelo suelto que le cae ondulado sobre sus hombros; el conjunto resulta muy sexy. Nos miramos la una a la otra dándonos nuestra aprobación y coincidimos al decir —En taxi, ¿verdad?—, acto seguido, rompemos a reír.


Así no hay que buscar sitio para aparcar y no hay problema si bebemos alguna copa, pero sobre todo con los altos tacones que llevamos hay que optimizar los pasos que damos, al menos si queremos regresar a casa con ellos puestos. El sitio está ya lleno cuando llegamos, pero gracias a las invitaciones del amigo de Eva, podemos pasar saltándonos la cola. Es bueno tener contactos. La primera parada: la barra; hay que calentar motores. Y como siempre hacemos, pedimos varias rondas de chupitos que nos bebemos entre risas. La música es buena y la gente se mueve animada por el Dj. Nos integramos, bailando y cantando las canciones como cuando éramos crías. Hace calor, tengo mucha sed y voy a la barra en varias ocasiones. Creo que mis amigas se pasan a los refrescos antes que yo, porque empiezo a sentirme demasiado efusiva. La sensación me gusta, hace que parezca que en mi vida no hay ningún problema, y me ayuda a no pensar. Me fijo en que Eva ya está tonteando con el camarero. «Esta hoy duerme acompañada», pienso. Marta se ha encontrado con Antonio y su grupo, y Sol y ella charlan con ellos. «Menos mal que tenía la noche libre. Está pilladísima». Sonrío. Estoy sola, pero no me importa. Disfruto de la sensación y dejo que mi cuerpo se mueva libremente al ritmo de la música, camuflándome en la oscuridad de la pista de baile. He dejado de pensar, cierro los ojos y me deleito con mi nuevo estado de libertad al ritmo de Look what you made me do de Taylor Swift. Sin darme cuenta tropiezo con alguien. Abro los ojos sorprendida con intención de disculparme, y me encuentro con los ojos más azules que he visto en mi vida. No ese azul cielo que parece transparente. Es un azul mar, oscuro y profundo. Me doy cuenta de que me he quedado embobada, así que tartamudeo un «Lo siento» avergonzada e intento seguir mi camino. El dueño de esos ojos me sujeta el brazo con suavidad y me susurra algo acercándose, quizá demasiado, porque siento que mis piernas flojean al notar su cálido aliento en la oreja. —Ya que te has tropezado conmigo, lo mínimo que podrías hacer es decirme tu nombre. —Se aleja y sonríe. Es una sonrisa amable que me ofrece confianza. En una situación similar lo normal sería que le soltara alguna mala contestación para después largarme. —Daniela. Me llamo Daniela —digo en cambio, sorprendiéndome a mí misma.


Me propone tomar algo, y nos acercamos a la barra donde está Eva. Ella nos ve y me guiña un ojo. Pido una Coca-Cola, creo que ya tengo suficientemente aturdidos los sentidos y necesito mayor control sobre ellos. Soy consciente de que este chico es muy guapo y me siento pequeña a su lado. Es alto, con espaldas anchas y fuertes, no es el típico cachas inflado de gimnasio, sino más bien atlético, como si practicara algún deporte o realizara algún trabajo físico. Tiene el pelo oscuro y lo lleva un poco más largo de lo normal por la parte superior. Algunos mechones se le rizan y le dan un aspecto informal muy sexy. Me dan ganas de alargar la mano y ver si es tan suave como parece. Su cercanía me desconcentra. Solo puedo pensar en cómo sería tocar esos brazos, rodearle el cuello o acariciarle el pecho por encima de la camiseta. En cómo sería besar esos labios carnosos… «Buff, ¿qué me está pasando? ¿Tanto me he pasado con las copas?». Ajeno a mis pensamientos, me cuenta que vive en Murcia, que está en Madrid por trabajo, porque su empresa ha terminado de construir la casa de un famoso abogado, lo que ha sido una oportunidad muy importante, porque puede suponer la expansión del negocio en la capital. Habla emocionado, se nota que está orgulloso de su trabajo. Me dice que ha salido a celebrarlo con sus hermanos y que por eso están allí. Me pregunta a qué me dedico. Mi mente trabaja a mil. Respondo a sus preguntas de forma automática. Puedo oír lo que me dice, pero mis pensamientos vuelven a lo mismo. «¡Joder! ¿Es que solo puedo pensar en lo bien que le sienta la ropa? ¿Cómo estará sin ella? Tiene pinta de estar fuerte. —Fijo la mirada en su boca—. ¡Dios!, menuda boca ¿Cómo será besarle?». Cuando se ríe sus ojos brillan y se forman unos hoyuelos en sus mejillas. Me gusta. Me siento a gusto hablando con él. Su conversación es amena y aunque no estoy muy concentrada, estoy disfrutando cómo no hacía desde hace mucho tiempo. Me roza el brazo y mi cuerpo responde de inmediato. Estoy excitada. «¡No! ¡No puedo! ¿En qué estás pensando? No buscas nada. Estas mejor sola, ¿Recuerdas?». Nerviosa, me disculpo diciéndole que tengo que ir un momento al cuarto de baño. —Vuelve —me susurra al oído al tiempo que me acaricia suavemente la mano. En sus ojos veo una súplica. Creo que sabe que me he asustado de mis sensaciones y que estoy huyendo.


Le digo que sí. Lo hago muy segura. Sus ojos me han atrapado. Estoy convencida de volver. «Claro que sí. Solo refrescarme y volver. ¿Qué tiene de malo seguir hablando?». Pero no lo hago. No regreso. Al salir del baño, el efecto del alcohol se ha disipado. Mi mente está más fría. Encontrarme con Marta y Sol, que van a otro lugar con Antonio y sus amigos, es la excusa perfecta para no enfrentarme a mi deseo. Decido irme sin mirar atrás. No puedo. Si lo hiciera, volvería, y tengo que protegerme. Ese hombre supone una tentación muy grande. No solo su aspecto, si no su forma de ser. Me he sentido como si nos conociéramos de siempre, como si estuviéramos hechos el uno para el otro, como si fuera mi media naranja, pero también pensé eso de Arturo y con él me equivoqué… Mientras vamos paseando hasta un pub cercano, el aire frío me aclara la mente. Sol me pregunta por el hombre con el que he estado hablando tan ensimismada. No puedo decirle su nombre. Si ha llegado a nombrarlo no me he dado cuenta. —Era un bombón. Y parecía buena gente. Le he observado mientras hablaba contigo y le tenías embobado… —comenta Sol—. Bueno, la verdad es que tú también lo parecías. Había feeling entre vosotros. ¿Quieres que volvamos? Niego, no muy convencida, pero ella se da cuenta e insiste. —Tenías que haberte quitado las ganas —me susurra—, se ha notado mucho que el tío te pone. Y ahora vas a estar pensando en él y en qué habría pasado. Seguro que no os volvéis a ver. De verdad ¿no quieres regresar? —Vuelve a preguntarme. Lo pienso un momento antes de responder. —Tienes razón, pero ya ha pasado un buen rato. Seguro que ha ido a la caza de otra. Por tonta, he dejado pasar una oportunidad de disfrutar con un buen ejemplar. Seguro que era eyaculador precoz —añado para darme ánimos—. Algún fallo tiene que tener, no puede ser tan perfecto. Ambas reímos y nos juntamos de nuevo con el grupo, dispuestas a continuar la noche. Entramos en otro pub y buscamos un rincón donde podamos sentarnos todos. Encontramos libres unos cómodos sofás al fondo. Entre risas caen unas cuantas copas más. Esta noche me estoy pasando, pero es la única forma que conozco para poder desinhibirme un poco. Mañana, cuando me estalle la cabeza y tenga la boca reseca, me arrepentiré. Pero eso será mañana…


—Dani, ese tío de la barra…, ¿no es tu eyaculador precoz? —pregunta Sol—. ¡Qué bueno está el jodio! Yo creo que tu teoría del defecto no tiene ni pies ni cabeza, a mí me parece perfecto. Y los tíos con los que está tampoco están nada mal. ¡Dios mío! ¡Sí! Es él. Ahí se encuentra, apoyado en la barra llevándose una cerveza helada a los labios mientras habla con otros dos chicos. Esos labios que me muero por besar. —¡Dani…! ¡Daniela! —grita Sol—. Sol llamando a Daniela… Sol llamando a Daniela. Regresa a la Tierra, maja. Todos ríen. Marta y Sol me acorralan y me animan a acercarme a él. No sé si es por el calentón que llevo, por todo el refuerzo positivo que he tenido hoy, por los pacientes de la planta de oncología o por el alcohol que corre por mis venas… pero, contra todo pronóstico, me atrevo. Me levanto y me acerco con paso decidido hasta él. Cuando estoy cerca, me mira. Sus ojos me parecen distintos, más fríos. Pienso en darme la vuelta, puede que esté enfadado porque le he dejado plantado antes, pero no llego a hacerlo, él me sonríe de forma arrogante lo que hace que me derrita. Siento una descarga entre los muslos. Y no sé de dónde saco fuerza para decirle de forma insinuante. —No te iba a dar una oportunidad hoy, pero es la segunda vez que coincidimos y voy a tener que hacerlo… Sin dudarlo, me agarra la mano y me lleva hacia él. Me aprieta contra su cuerpo y me besa con dureza. No es un beso tierno, como me he imaginado que sería al hablar con él. Es posesivo, devora mi boca, su mano me recorre la espalda y noto que no solo yo estoy excitada. La dureza que se clava en mi vientre es la promesa de una gran noche. ¡Dios, qué bien besa! Es dominante. No me deja pensar. No me deja vacilar. Es lo que necesito en este momento. Imagino que son sus hermanos los que nos miran con la boca abierta. Se vuelve a ellos y sonriendo les guiña un ojo. Creo que les da a entender que desaparezcan porque ya no les vuelvo a ver. Olvidamos que estamos rodeados de gente. Nos besamos, nos tocamos hasta que nuestros cuerpos ansían más. Me propone salir de local. Busco a mis amigas y veo que están observándonos divertidas. Nos entendemos con la mirada. Se acercan a nosotros y sin decir nada Sol toma una fotografía con su móvil. Él la mira confundido. —Ya está. Podéis iros. Pero ten en cuenta que tenemos tu foto y si le pasa algo te buscaremos —advierte Sol—. Llévale a casa, yo no iré hasta por la mañana —


susurra acercándose a mí. —Algo le va a pasar —replica él—, pero te aseguró que lo vamos a disfrutar los dos. Lo que provoca una ovación entre las chicas y que a mí me tiemblen las piernas. Antes no me había parecido tan lanzado. Cuando salimos juntos del local, vuelvo de nuevo a mirar a mis amigas. Ambas tienen los pulgares en alto, dándome su aprobación y su ánimo. Salgo de allí dispuesta a vivir la vida. A disfrutar del momento. Carpe diem… Cogemos un taxi en dirección a casa de Sol. Pocas veces hacemos esto, pero ya que estoy cometiendo la locura de marcharme con un completo extraño, por lo menos debo tomar la precaución de ir a un sitio conocido y que controle. En el interior del vehículo estamos muy juntos. No podemos dejar de besarnos y nuestras manos buscan el calor de nuestros cuerpos, colándose por debajo de la ropa. El conductor carraspea llamándonos la atención. Sin apenas separarnos, entramos en el portal. En el ascensor, pese a que es de madrugada, nos encontramos con una vecina que también regresa ―pero ella lo hace sola―, y tenemos que mantenernos alejados durante el trayecto. Se me hace eterno. Me mira, sus ojos recorren mi cuerpo acariciándome donde sus manos no pueden estar. Los segundos pasan muy lentos, parece el viaje en ascensor más largo del mundo. En cuanto la chica se baja, nos buscamos. Hemos reaccionado con la misma desesperación. Reímos. Estoy muy excitada llevo demasiado tiempo sin disfrutar de buen sexo y la noche promete. Creo que nunca he perdido la cabeza de esa manera. Toda la lujuria que he acumulado mientras hablábamos esa noche, antes de asustarme, ha estallado a la vez. Estoy desbocada, no pienso. Solo quiero sentir y estoy decidida a dejarme llevar. Nada más cerrar la puerta de casa, la ropa vuela. No hay tiempo para la vergüenza. No le pregunto si quiere tomar algo, ni le enseño la casa. Nos tocamos. Nos desnudamos. Su piel es caliente, sus manos suaves. Acaricia mi cuerpo como si no tuviera suficiente. Me levanta entre sus brazos haciéndome sentir ligera como una pluma, y yo le rodeo la cintura con mis piernas. Me empotra contra la puerta de la entrada. Me besa frenético. Me muerde el labio de forma salvaje y noto el sabor de mi propia sangre. Aún aferrada a él, me traslada al sofá y me sienta sobre el respaldo. Saca un preservativo del bolsillo del pantalón, se lo pone con destreza y me embiste sin prepararme, metiéndomela de


una sola estocada. Tiene un miembro grande, noto como me abre según entra, pero no me hace daño porque llevo horas preparada para él. —Dios… Oh, sí… ¡Qué bueno, nena! —farfulla en mi oído, mientas se mueve —. Esto es… es… la hostia No soy capaz de hablar. Creo que solo emito sonidos sin sentido provocados por mis jadeos. Me agarra del culo con las dos manos, atrayéndome más a él, buscando entrar más profundo y ambos nos dejamos ir, disfrutando del clímax. Pasa un rato hasta que nuestras respiraciones se regulan. Me deslizó para apoyar los pies de nuevo en el suelo. Cojo su mano y le guio hasta mi cama. Allí, volvemos a hacerlo más calmados. Disfrutando de nuestras caricias y de cómo responden nuestros cuerpos a ellas. La luz de la calle se cuela por la ventana y observo que tiene un tatuaje en el omoplato. Parece una especie de tiburón tribal. No puedo resistir la tentación de acariciarlo con la lengua siguiendo su contorno. Nos quedamos dormidos en un amasijo de piernas y brazos entrelazados bajo las sábanas. No sé cuánto tiempo ha podido pasar cuando me despiertan suaves caricias y pequeños mordisquitos en el centro de mi placer. Siento, aún somnolienta, su cabeza entre mis piernas. Comienza a acariciarme con su húmeda lengua. «¡Oh! Dios… ». Mi cuerpo reacciona de inmediato. Le agarro la cabeza y enredo las manos en su pelo moreno, que ayer me pareció más largo, le atraigo hacia mí, deseando más profundidad, más fuerza. Lo necesito dentro, no me conformo ya con su lengua, quiero su lengua en mi boca y su miembro en mi interior. Estoy ardiendo. Asciende por mi pubis, dejando un rastro húmedo de besos hasta llegar a mi pecho. Allí, se entretiene con mis pezones, que enhiestos reclaman su atención. Mete la cabeza en el hueco de mi cuello, mientras me susurra cuánto me desea. Anhelo con desesperación que deje de jugar conmigo. Lo necesito dentro, y él penetrarme. Me muerde reprimiendo las ganas. Su glande acaricia la entrada a mi cuerpo, juega con la humedad que mana de su interior porque estoy empapada. Solo tiene que empujar un poco para entrar. Lo hace y se desliza lentamente, piel con piel. La sensación es tremenda. Nunca había dejado que nadie me lo hiciera sin condón. Creo que dice «Estoy limpio» y comienza un vaivén mortal, que nos conduce al borde del abismo. Disfrutamos de lo prohibido, de lo que no se debe hacer. El morbo es terrible. Si quisiera correrse


ahora, le dejaría. «¡Joder hasta lo deseo!», pero sale antes de estallar y se derrama sobre mi cuerpo. Me pellizca el clítoris que espera impaciente e hinchado y me dejo ir perdiendo el sentido. Extiende el semen con su mano sobre mí, posesivo, mientras me besa y murmura lo bueno que ha sido. Lo bien que se siente. Lo maravillosa que soy. La intensidad de lo que he experimentado me deja aturdida. Me envuelve un sopor que me hace perder la noción del tiempo. Es de día cuando me despierta de nuevo. Me besa la sien y me dice algo sobre comida. No sé cuánto tiempo ha pasado cuando noto que la cama se mueve y se oye un tintineo. Son dos tazas en una bandeja. Me ha preparado el desayuno. «Es perfecto. ¿Por qué tiene que ser así? No voy a poder olvidarlo nunca», pienso. —Tengo que irme, pero no quería hacerlo sin despedirme. No sabía qué sueles tomar así que he rebuscado en tu cocina. Espero que el café con leche y las tostadas con mantequilla te gusten —me dice dulcemente. Hace muchísimo tiempo que nadie me trata tan bien. Me muevo desperezándome, y la sábana se desliza descubriendo mi desnudez. Sus ojos se clavan en mi pecho llenos de deseo. Alarga su mano, agarrando uno. Se acerca para llevárselo a la boca. Mientras juguetea con mi pezón haciendo que se endurezca de nuevo, su otra mano desciende hacia mi sexo. Con sus dedos separa mis pliegues, acariciándome con ternura. Introduce un dedo en mi interior, empapándose de mí, y lo utiliza para lubricarme haciendo sus caricias más placenteras. Yo alargo la mano, para agarrar su pene erecto. Ya está duro y chorreando, completamente preparado para otro asalto. Jadea y, cuando le masturbo, reacciona de forma salvaje, me da la vuelta agarrándose el miembro con la mano, para guiarlo hasta mi sexo embistiéndome por detrás. –¡Qué sensación! ¡Qué caliente estas! Quiero correrme en tu interior, pero no voy a aguantar más si no me pongo un condón —confiesa con la voz ronca a la vez que se mueve, disfrutando de la sensación y volviéndome loca. Se lo pone, cuando vuelve a entrar aumenta la intensidad y fuerza de sus embestidas, hasta que se deja ir emitiendo un rugido en mi nuca. Me duermo de nuevo. Ha sido una semana muy dura y esta noche apenas hemos descansado. Sigo aturdida por las sensaciones y mi cuerpo, que no se relaja desde hace mucho tiempo, por fin lo hace. La intensidad de lo vivido me ha dejado exhausta.


Casi al mediodía, me despierto con la boca seca, su olor impregnado en mi cuerpo y mis sábanas. Estoy sola y en la bandeja del desayuno, ya frío, hay una nota que simplemente dice: «Gracias :-)». Normalmente los sábados de resaca nos juntamos a ver una peli y comer pizza por la noche. Sol y yo, hoy hemos decidido vaguear todo el día, pero antes tengo que hacer desaparecer los restos de la noche loca que he vivido, primero con una larga ducha y luego cambiando las sábanas. A Sol no le doy muchos detalles, pero cuando me pregunta, sonrío. —¡La leche! —digo con cara de tonta. No me arrepiento de nada. He disfrutado sin ataduras, y aunque en el fondo me habría gustado poder volver a localizarle, creo que saber su nombre habría complicado las cosas. Así puedo mantener mi filosofía de «mejor sola» sin vacilar. Ya que ese hombre ha sido la tentación en persona. A la noche de resaca solo puede venir Eva, que llega muy animada porque ha tenido una noche muy parecida a la mía con el barman, que según nos cuenta es un semental. Estos encuentros locos para ella son muy habituales, ya que desde hace años intenta disfrutar del sexo sin compromiso, como ella lo llama. Nos narra las hazañas de su camarero, y nosotras escuchamos con atención. Esta vez no me da envidia ya que tengo muy reciente mi experiencia. —Por cierto, guapa —me dice muy seria cuando termina su monólogo—, el pedazo de hombre que dejaste tirado en la barra, estuvo esperándote un buen rato, incluso después de que fuera obvio que le habías plantado. Me dio pena. Y te advierto que si no hubiera tenido a mi semental a tiro le habría lanzado el anzuelo, porque era un espécimen de lo más interesante. —Sol y yo nos miramos cómplices, pero ella continúa—. Vi cómo le entraban varias mujeres, pero no se interesó por ninguna. Te lo perdiste y te aseguro que tenía pinta de haber sido una experiencia para contar a tus nietos. No la culpo. Mi forma de actuar la pasada noche ha sido completamente anómala. Lo normal es que ella pensara que me había asustado e ido a mi camita. —Puedo ratificar tu teoría. Menudo pedazo de hombre. Tamaño grande, atento y con gran capacidad de recuperación —suelto. Eva no se lo cree, pero Sol confirma mi historia contando lo que había pasado en el pub, incluso le enseña la foto que le hizo. Ambas me dicen entre risas que están muy orgullosas de mí y que el próximo fin de semana salimos de nuevo.


Sé que ha sido un caso aislado, que no va con mi forma de ser, y es raro que me lance a vivir una experiencia similar. Si lo he hecho, es porque mientras hablamos sentí algo. Pero para mí una vez es suficiente. Me he demostrado que puedo, pero no creo necesario repetir, aunque no se lo digo a ellas. Están demasiado emocionadas.


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