LA EMANCIPACIÓN DE CHILE Y EL EJÉRCITO DE LOS ANDES
La emancipación de Chile y el Ejército de los Andes
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Magíster
MAGÍSTER EN HISTORIA MILITAR Y PENSAMIENTO ESTRATÉGICO Nº2/2015 Academia de Guerra – 2015 Rodolfo Ortega Prado (editor)
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ÍNDICE Pág. Introducción emancipación La emancipación de Chile y el Ejército de los Andes EL PASO DE LOS ANDES Y LA INDEPENDENCIA DE CHILE LA GUERRA DE ZAPA DURANTE UN AÑO EL EJÉRCITO DE SAN MARTÍN SE PREPARÓ PARA LA INVASIÓN - El campamento de Plumerillo - El régimen de instrucción - La maestranza - Los oficiales chilenos SAN MARTÍN INICIA LA CAMPAÑA HACIA CHILE CON SEIS COLUMNAS DE INVASIÓN - Planes para la campaña de los Andes - Planes para la campaña - San Martín trabaja sin reposo - Comunicaciones entre San Martín y el Gobierno - Acumula subsistencias - La invasión CON LA VICTORIA DE CHACABUCO, DE UN SOLO GOLPE, CHILE FUE LIBRE Y LA ARGENTINA DEJÓ DE TEMER LA INVASIÓN DESDE EL OCCIDENTE - Las columnas auxiliares - La batalla de Chacabuco - Lo que dice Charpin - La acción del Jefe Español - La victoria Consecuencias Proclamación de la Independencia San Martín y O'Higgins "EL 12 DE FEBRERO TRIUNFARÉ EN LOS ANDES Y EL 14 ENTRARÉ MI EJÉRCITO A LA CAPITAL" - San Martín rechazó el Mando Supremo - El ejército unido Chileno-Argentino - Los héroes chilenos - Justicia a los próceres - San Martín liberó a Sudamérica
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LA EMANCIPACIÓN DE CHILE Y EL EJÉRCITO DE LOS ANDES Magíster en Historia Militar y Pensamiento Estratégico Academia de Guerra 2015 Introducción El 2017 se cumplirán 200 años de una de las epopeyas que la historia militar universal no olvida. El cruce de los Andes por una fuerza expedicionaria para liberar a Chile fue una hazaña en todas sus expresiones militares. Los preparativos, organización, instrucción, entrenamiento, táctica, logística, estrategia, aplicación de principios de la guerra, inteligencia, abastecimiento, liderazgo y tantas otras encuentran su máxima representación en una odisea que los historiadores no cesan de ensalzar. La historia del Ejército de Chile al referirse a la organización del Ejército de los Andes, indica que el desastre de Rancagua, ocurrido el 19 y 2 de octubre de 1814, había forzado a los patriotas chilenos a protegerse en la ciudad de Mendoza, donde fueron acogidos en razón de los lazos de amistad, parentesco e idiosincrasia entre los habitantes de una y otra franja de la cordillera. Además, reiteradamente se indica que, afortunadamente para los nuestros, era gobernador de esta provincia el coronel José de San Martín.1 Además, que desde el día en que asumiera éste el comando del Ejército argentino de Salta, comprendió que con los escasos recursos de que podía disponer, era ilusorio pretender la conquista inmediata del Alto Perú y por tanto habría dedicado su esfuerzos a la organización de un Ejército que, luego de liberar a Chile con la ayuda de sus nacionales, emprendiera la ofensiva contra la capital del virreinato a través del mar. Cuando llegó a Mendoza en septiembre de 1814, en su calidad de gobernador intendente de Cuyo, tenía ya esbozado este plan en sus líneas fundamentales.2 Por tal motivo y ante la proximidad del aniversario de este acontecimiento militar de tanta importancia para Chile y Argentina, se ha estimado conveniente reproducir una de las narraciones históricas con las que el Ejército de Chile le ha rendido tributo a los que la concibieron y a los que participaron en ella, que fuera expresada, con la colaboración de la sección de historia del Estado Mayor General del Ejército de la época y que fuera vertida en el Memorial del Ejército año XXXVIII Nº 194 – 195 de mayo y junio de 1944, que para estos efectos se reproduce y se matiza con algunas notas e imágenes complementarias. 1 2
Estado Mayor General del Ejército, Historia del Ejército de Chile, Tomo II, Santiago: EMGE, 1980, p. 165. Ibíd.
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La emancipación de Chile y el Ejército de los Andes Los pueblos, como los hombres, viven de sus recuerdos, de sus tradiciones de gloria y de honor. El nuestro, que entre sus hermanos americanos puede lisonjearse de pertenecer al grupo de los que primero se organizaron sobre bases firmes y duraderas, y que, entre los más adelantados del mundo ha sido juzgado y respetado por la seriedad de sus Gobiernos, por la línea definida y serena de su diplomacia, por la pujanza e industriosidad de sus hijos, manifestadas en las lides de la paz y de la guerra; Chile, debe sentirse orgulloso de su nacimiento y de su desarrollo, de sus progenitores —Arauco y Castilla— y de los constructores de la nacionalidad, estadistas, prelados y guerreros, en una palabra, del sólido cimiento en que descansa su grandeza. Fuerza es, pues, que un pueblo así constituido, que se ha demostrado capaz de toda virtud, guarde gratitud y reconocimiento al genio americano, al Gran Capitán de los Andes, que con tesón inigualable se dio a la obra de la libertad de Chile y no paró en ello hasta verla consumada. La gestación de la idea y su desarrollo hasta Chacabuco será materia de una serie de siete artículos, cuya publicación coincidirá con las fechas de la partida desde Mendoza de los cuatro cuerpos principales de la expedición libertadora, con la de la batalla de Chacabuco y con la entrada a Santiago, del glorioso Ejército Libertador, según el esquema que va a continuación: Día 18 de Enero. Aparecerá "El Paso de los Andes y la Independencia de Chile". En este día salió hacia Uspallata el Primer Cuerpo del Ejército a cargo del Coronel don Juan Gregorio de las Heras, dividido en dos agrupaciones, de las cuales la primera lo hizo en este día y la segunda el día 19. Día 19. Aparecerá el segundo artículo: "La Guerra de Zapa", día en que partió el Segundo Cuerpo de Ejército, al mando del Brigadier Soler, escalonado igualmente en dos agrupaciones que marchan los días 19 y 20 hacia Los Patos. Día 22. Se publicará "El Campamento, del Plumerillo", en el día en que se mueve la División que manda Don Bernardo O'Higgins, dividida también en dos grupos que salen el 20 y el 21 de Enero y dirigida hacia Los Patos.
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Día 23 de Enero. Se publicará: "Planes y Apertura de la Campaña". En este día San Martín, después de despachar el total del Ejército, se despide de Mendoza. Día 12 de Febrero. "El Ejército Libertador en Chile", día de la batalla de Chacabuco. Día 14 de Febrero. "Gratitud a los Héroes", en el día en que los vencedores de Chacabuco y libertadores de Chile entran a la capital. Como se dijo más arriba, las fechas escogidas corresponden a la partida de las columnas principales y a los hechos más destacados. Advertimos que, de acuerdo con la distancia mayor que debían recorrer las columnas secundarias, éstas iniciaron su marcha como sigue: el día 9 de Enero la del Comandante Juan Manuel Cabot (1784-1837), que debía caer sobre Coquimbo; el 14 salió la columna del Comandante don Ramón Freire Serrano (1787-1851) para desembocar por el Planchón sobre Talca y Curicó; en estos mismos días salió la columna del Comandante Francisco Zelada (1790-1863) desde la Rioja para caer sobre el Huasco y Copiapó, y la del Capitán don José León Lemus que debía entrar por el portillo al valle del Maipo y que llegó a San Gabriel. Con este recuerdo de lo que pudieron las 4.000 bayonetas del Ejército de los Andes, el alto espíritu de su tropa, la constancia de sus oficiales, el genio y perseverancia de José Francisco de San Martín y Matorras (1778-1850), secundado por el auxilio heroico de los pueblos de Mendoza, San Juan y San Luis y de los Directores Supremos de las Provincias Unidas, señores Gervasio Antonio de Posadas (1757-1833), Antonio González Balcarce (1774-1819) y Juan Martín Pueyrredón (1777-1850), hemos querido que revivan en el corazón agradecido de los chilenos, las fatigas y sudores de esos valientes y abnegados hermanos que por segunda vez y siguiendo la ruta de los bravos cordobeses de 1813, cruzaron los Andes y nos trajeron la libertad. Dice San Martín en el parte de Chacabuco: "Al Ejército de los Andes queda siempre la gloria de decir: en 24 días hemos hecho la campaña, pasamos las cordilleras más altas del globo, concluimos con los tiranos y dimos libertad a Chile". Y, en verdad, sufriendo estoicamente las mayores penalidades, ese gran Ejército salvó los Andes, más altos y fragosos que los Alpes de Aníbal y de Napoleón y cayó sobre el territorio de Chile con precisión matemática que no tuvo la invasión de la Bohemia practicada por Moltke 48 años más tarde. Y fuimos libres, porque desde entonces tuvimos, sin interrupción, Gobierno propio.
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En estos mismos días de 1817, cuatro mil esforzados corazones, formando un ejército virtualmente argentino, formado, armado, vestido, alimentado e instruido por las Provincias Unidas del Río de la Plata y especialmente por la de Cuyo, repechaban en el día los flancos de la montaña bajo un sol abrasador y en las noches dormían al pie de sus armas, recostando sus cabezas en las rocas y cubiertos con los pellones de sus cabalgaduras, soportando el frío penetrante de aquellas alturas. Nada les detuvo ni les estorbaría el cumplimiento de su cometido. Los chilenos los esperaban con ansia, los mendocinos pendían de cada uno de sus pasos, no podían ellos defraudar tantas esperanzas. La escuela de trabajo y de deber en que se habían formado, fortalecía sus ánimos; los oficiales y capellanes daban ejemplo de solicitud frente a la debilidad o el desfallecimiento. Son estas jornadas de la organización, de la escuela, del sacrificio y del heroísmo las que deseamos recordar a nuestra generación en los mismos momentos en que, desde el 9 de Enero, se inicia en Mendoza y termina en Santiago la Marcha de la Libertad. EL PASO DE LOS ANDES Y LA INDEPENDENCIA DE CHILE La reconquista de nuestro territorio a raíz del sacrificio de Rancagua terminó también en nuestro país con toda esperanza de redención. No ocurría lo mismo en las Provincias Unidas del Río de la Plata,3 último baluarte de la libertad de América, a pesar del constante peligro en que se encontraban teniendo al enemigo en casa: en el Alto Perú y en la Banda Oriental. El resto del Continente había vuelto al dominio más absoluto de las fuerzas realistas. En medio del caos general del año 13 hubo un hombre que, por el sólo título de su visión genial merece la gratitud y todos los homenajes de la América. Este genio tutelar de la causa americana, fue el Coronel, Gobernador de Cuyo, don José de San Martín. A la vista de los fracasos de Huaqui, Vilcapugio y Ayohuma adquirió la convicción de la inutilidad de los esfuerzos que se gastaban llevando la guerra a través del Alto Perú y temiendo la invasión de las Provincias Unidas con que 3
Provincias Unidas del Río de la Plata o Provincias Unidas en Sud América es la denominación utilizado por el estado que suplantó al Virreinato del Río de la Plata tras el triunfo de la Revolución de Mayo ocurrida el 25 de mayo de 1810 en la capital del virreinato (Buenos Aires).
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amenazaba el Virrey Abascal,4 con amplia visión de las consecuencias y sopesando exactamente las dificultades, ideó la travesía de la cordillera con un corto pero bien organizado ejército, dar la libertad a Chile y organizar allí una escuadra para promover la guerra en el propio centro de las fuerzas del Rey, en el Perú. "Chile es el camino y no éste" escribía San Martín a don Nicolás Rodríguez Peña el 22 de Abril de 1814.5 Esto ocurría con anterioridad a la emigración chilena, seis meses antes de Rancagua, estando él en Tucumán, y le agradaba que lo que él quería era que le concediesen, una vez restablecida su salud, el mando de un grupo de caballería para pasar a Chile en refuerzo de los bravos cordobeses que mandaba el Coronel Marcos González Balcarce (1777-1832). Conocida la intrepidez de Balcarce y de Juan Gregorio de Las Heras (1780-1866) que mandaba el Cuerpo Auxiliar Argentino, citado con honor en todos los combates de la Patria Vieja, cabe suponer la influencia decisiva que habría tenido este refuerzo mandado por el propio héroe de San Lorenzo. Tal vez no habríamos tenido que pasar por el dolor de Rancagua. Entre los personajes chilenos que llegaron a Mendoza en 1813, algunos de ellos desterrados por el Gobierno de Carrera, y que informaron con precisión a San Martín sobre los sucesos de Chile, figuran el Brigadier don Juan Mackenna O'Reilly (1771-1814), el ex Intendente de Santiago don Antonio José de Irisarri Alonso (1786-1868), el Coronel don Fernando Urízar y el Provincial de Santo Domingo, Fray Justo de Santa María de Oro (1772-1836),6 futuro Obispo de Cuyo y Presidente del Congreso de Tucumán en 1816. Las noticias acerca de las discordias chilenas hicieron temer al Gobernador de Cuyo el mal resultado de la guerra y empezó a preocuparse de poner en estado de defensa a la provincia de su gobierno, de modo que cuando le llegaron las nuevas del desastre, éstas ya no eran nuevas, porque él las había previsto. El, que había abandonado al Ejército del Norte para pasar a Mendoza, donde cimentaría el pedestal de su mayor gloria, se vale de todos los medios imaginables para formar el Ejército de los Andes, destinado a pasar a Chile, cuya ocupación por 4 5
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José Fernando de Abascal y Sousa (1743-1821). Nicolás Rodríguez de la Peña (1775-1853), fue un político argentino conocido por su actuación durante la Revolución de Mayo (1810). Después de la Batalla de Chacabuco se exilió en Santiago de Chile, donde permaneció hasta el día de su muerte. Ingresó a los 17 años a la Orden de los Dominicos en Chile. Sus contactos con sus hermanos de Orden en Chile sirvieron para que el General San Martín pudiera enviar correo secreto a través de ellos.
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los españoles dificultaría la realización del proyecto, pero haría el triunfo más glorioso. La caída del gobierno de Carlos María de Alvear (1789-1852) en Buenos Aires facilitó sus aprestos y, en efecto, el Director interino Ignacio Álvarez Thomas (1787-1857) lo favorece cuanto es posible. Cuando el Congreso de Tucumán proclama Director de las Provincias a don Juan Martín de Pueyrredón, se traslada el Gobernador de Cuyo a Córdoba y allí sostiene con el nuevo gobernante, una conferencia que dura 20 horas, de modo que cuando se separan, unificados los pareceres y discutido detalladamente el proyecto, ambos próceres trabajan desde ese día 15 de Julio de 1816 en completo acuerdo y con la mayor decisión. Es así como Pueyrredón escribe a San Martín desde Tucumán: "y estando yo más convencido de toda la importancia que ofrece dicha expedición a la seguridad y ventajas del Estado, la he resuelto decididamente". Cuando el benemérito José Miguel de la Carrera y Verdugo (1785-1821) presenta al Director Supremo un plan de reconquista de Chile en Mayo de 1815, éste pide un informe a San Martín al respecto de aquel propósito y el Coronel contesta: "Chile, Excmo. señor debe ser reconquistado... etc, aun cuando no está de acuerdo con la dirección ni los medios imaginados por Carrera. Agrega allí: "De la fraternal comunicación con él ganamos un comercio activo que forma la felicidad de nuestros conciudadanos, y gran masa del fondo público. Sí, señor, es de necesidad esta reconquista; pero para ello se necesitan 3.500 a 4.000 brazos fuertes y disciplinados, único modo de cubrirnos de gloria y de dar libertad a aquel estado". Más adelante, al referirse a la indefensión en que se encuentra la provincia de su mando habla nuevamente de "tomar la ofensiva sobre Chile". En circunstancias que el Gobierno argentino tuvo la intención de traer una expedición, invadiendo por Coquimbo en Febrero ele 1816. San Martín observó aquel plan el 19 de aquel mes y propone pasar la cordillera en Octubre con 4.000 hombres, de ellos 700 de caballería. Tenía entonces sólo 2.200 en Mendoza. Era preciso, pues, sangrar aún más a los ya esquilmados pueblos de Mendoza, San Juan y San Luis. En efecto, estas notables provincias rinden a la magna empresa todo lo que tienen. Hombres y mujeres, sin diferencia, colaboran unos con su servicio personal, otros con su hacienda y ellas, con su trabajo. Es por esto que cuando en Chacabuco se conquistan algunas banderas del enemigo, San Martín las envía de preferencia a los Cabildos de estas poblaciones, eminentemente patriotas.
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Al Gobierno de don Juan Martín de Pueyrredón le sucede el General don Antonio González Balcarce, que ya había militado en Chile y que luego después de Chacabuco volvería a nuestra tierra, dirigiría la guerra contra el Coronel Sánchez en el Sur y pasaría al Perú en el Ejército Unido. Es de suponer el interés que puso el nuevo gobernante en proporcionar los aprestos a San Martín. Se temía entonces la llegada de una fuerte expedición que se preparaba en la península y, sin embargo, se vacían los cortos caudales de las Provincias en el tonel de Danaides de los Andes. Es que San Martín no descuida detalle y quiere que sus soldados no sufran por causa de imprevisión. Largos convoyes de carretas atraviesan la pampa en movimiento pendular, desde Buenos Aires a Mendoza y vice versa, llevando armas, implementos de toda especie, víveres, municiones; pólvora y cuanto Dios creó y el hombre industrió para hacer el mal que a veces es medianero del bien. Años de esfuerzo y civismo el más alto son los de 1815 y 16. Al propio tiempo que se incrementan las fuerzas, se las disciplina y moraliza, del modo como San Martín había formado en su escuela a los Granaderos a Caballo. Cada recluta es pronto un veterano, cada oficial conoce y practica puntualmente sus deberes; el propio Coronel preside y dirige las academias de instrucción. Pero, esto no es suficiente; él desea que esas fuerzas sean un ejemplo de moral acrisolada y para encuadrarlas en los moldes más rígidos que cabe, dicta sus famosísimas "Leyes Penales del Ejército de los Andes", contenidas en 42 edificantes artículos, de los cuales el primero dice:7 "Todo el que blasfemare contra el santo nombre de Dios, su adorable Madre, o insultare la religión, por primera vez sufrirá 4 horas de mordaza atado a un palo en público por el término de ocho días; y por segunda vez será atravesada SU lengua con un hierro ardiendo y arrojado del Cuerpo". En igual forma había procedido Belgrano en su espartano Ejército Auxiliar del Perú.
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Las leyes iban precedidas por: “La Patria no hace al soldado para que la deshonre con sus crímenes, ni le da las armas para que cometa la bajeza de abusar de estas ventajas, ofendiendo a los ciudadanos con cuyos sacrificios se sostiene: la tropa debe ser tanto más virtuosa y honesta, cuanto es creada para conservar el orden de los pueblos, afianzar el poder de las leyes y dar fuerza al gobierno para ejecutarlas, y haceros respetar de los malvados, que serían más insolentes con el mal ejemplo de los militares: a proporción de los grandes fines a que son ellos destinados, se dictaron las penas para sus delitos: y para que ninguno alegue ignorancia se manda notificar a los cuerpos en la forma siguiente:” Leyes penales del Ejército de los Andes. Disponible en http://temasdederechoehistoria.blogspot.com/p/leyes-penales-del-ejercito-de-los-andes.html. Ingreso el 14 de julio 2015.
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Para reforzar sus cuadros en formación, idea la libertad de los esclavos negros de su provincia a cambio de su servicio en el Ejército y así forma el Batallón Nº 8.8 Los dueños no vacilan en rendir este nuevo tributo al Ejército que sería su gloria dando otra prueba de su intensa e ilimitada confianza en el Gobernador y tal es su adhesión al ilustre y austero mandatario, que el Cabildo pide al Gobierno de Buenos Aires su ascenso a General en Jefe, que él rechaza. Asimismo, cuando el Gobierno le envía sus despachos de Brigadier de los Ejércitos, devuelve los pliegos "Protestando a nombre de la independencia de su patria no admitir jamás mayor graduación que la que tengo, ni obtener empleo público y el militar que poseo, renunciarlo en el momento en que los americanos no tengan enemigos". (Carta a El Censor, de Buenos Aires, 21. XI. 1816). Tales eran los puntos que en cuanto a honestidad calzaba el ilustre Capitán. Su penetrante inteligencia comprendió desde un comienzo la necesidad de preparar su arribo a Chile, conmoviendo la opinión en favor de los sentimientos que importaba y sacudiendo la posible inercia en que pudieran estar sumidos los patriotas, al cabo de más de dos años que duraba el gobierno español. Para tal efecto, combinó sus planes con los de la escuadra del Comandante Brown que salió a fines de Octubre de 1815 y que debía tocar las costas de Chile y del Perú repartiendo proclamas firmadas por el Director Álvarez. Aunque las naves no tomaron contacto con las costas de Chile, su presencia en el Pacífico cortó las comunicaciones con el Callao impidiendo que Abascal enviara socorros a Chile y distrajo la atención de Marcó del Pont de la dirección que le interesaba a San Martín, esto es, de la zona cordillerana central. No sería esto todo lo que puso en juego el gran Capitán para informarse del estado de cosas en nuestro país, para animar a los patriotas chilenos y para engañar al que había de ser el último Capitán General del Reino de Chile. Empleó del modo más hábil que cabe imaginar lo que él llamó tan acertadamente "la guerra de zapa". Precisaba conocer el terreno que pisaría al llegar a Chile, necesitaba fijar su plan de invasión lo que dependía de las noticias que reuniera sobre la dislocación de las fuerzas de Chile y tan inteligentemente eligió a las personas y los medios del caso, que su aparición simultánea casi en un mismo día y por seis puntos distintos, fue la mayor sorpresa que recibió Marcó del Pont, quien a pesar de estar al tanto de todos los preparativos de Mendoza, no pudo 8
Véase a Hugo Contreras Cruces. Artesanos mulatos y soldados beneméritos. El Batallón de Infantes de la Patria en la. Guerra de Independencia de Chile, 1795-1820. Disponible en http://www.scielo.cl/scielo.php?script= sci_arttext&pid=S0717-71942011000100002. Ingreso el 14 de julio 2015.
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concebir jamás tal perfección en los detalles de la ejecución. Esta guerra de zapa será motivo de un recuerdo especial. LA GUERRA DE ZAPA En las instrucciones que el Virrey Abascal dio sucesivamente a los tres generales que envió a Chile, (Antonio Pareja, Gabino Gaínza y Mariano Osorio), aparece siempre la misma idea de ocupar nuestro territorio, dejar aquí una parte de las tropas y expedicionar con la masa sobre las provincias argentinas. Un ataque de esta naturaleza habría sido el desconcierto más completo para los revolucionarios de la otra banda, que hasta ahora sólo habían operado hacia el norte, sobre el Alto Perú y Montevideo. San Martín, Gobernador de Cuyo desde Febrero de 1817, conocía estos planes y desde aquella época empezó a preocuparse de aumentar las fuerzas de esa zona, que se componían de dos cuerpos cívicos de caballería e infantería milicianos y aún propuso la construcción de fortificaciones en los pasos de la cordillera. Ya maduraba en su pensamiento la idea de pasar a Chile y luego al Perú, a la que daría forma dos meses más tarde en su histórica carta al Dr. Rodríguez Peña: No se felicite, mi querido amigo, con anticipación, de lo que yo pueda hacer en ésta; no haré nada y nada me gusta aquí. No conozco los hombres ni el país, y todo está tan anarquizado que yo sé mejor que nadie lo poco o nada que puedo hacer. Ríase Ud. de esperanzas alegres. La Patria no hará camino por este lado del norte que no sea una guerra permanente defensiva, defensiva y nada más; para eso bastan los valientes gauchos de Salta con dos escuadrones buenos de veteranos. Pensar en otra cosa es echar al pozo de Ayron hombres y dinero. Así es que yo no me moveré ni intentaré expedición alguna. Ya le he dicho a Ud. mi secreto. Un ejército pequeño y bien disciplinado en Mendoza para pasar a Chile y acabar allí con los godos, apoyando un gobierno de amigos sólido para acabar también con los anarquistas que reinan; aliando las fuerzas pasaremos por mar a tomar Lima; ese es el camino y no éste mi amigo. Convénzase Ud. que hasta que estemos sobre Lima la guerra no acabará. Lo que quisiera que V.V. me dieran cuando yo me restablezca, es el gobierno de Cuyo. Allí podría organizar una pequeña fuerza de caballería para reforzar a Chile, cosa que juzgo de gran
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necesidad si hemos de hacer algo de provecho y le confieso que me gustaría pasar mandando ese cuerpo.9 Concebida ya la idea, empezó a temer que los realistas se anticiparan a usar el camino que les señalaba Abascal, plan que, desde luego, Osorio intentó realizar. Ya sabemos que desde entonces, antes del desastre de Rancagua, no dejó recurso que tocar para llevar a cumplido fin sus vastos pensamientos. Dejaremos establecido que su plan fue grande y completo desde un principio No fue acreciendo la empresa con los éxitos sucesivos sino que desde su origen abarcó la libertad de Chile, la formación de la escuadra y la expedición al Perú. Para obrar con seguridad precisaba conocer el estado de cosas en Chile, engañar a los gobernantes de este país respecto de sus propósitos, impedir la introducción furtiva de espías al territorio argentino y monopolizar las comunicaciones que pasaran a las Provincias Unidas desde este país. A tal fin se valió de mil expedientes, a cual más ingenioso, que revelan el profundo conocimiento que tenía de los hombres, de sus inclinaciones, cualidades y defectos, cuyas condiciones individuales aprovechó inteligentemente en provecho de sus planes. Por el conducto de estos agentes que enviaba desde Mendoza a Chile o que mantenía en el país hizo esparcir en nuestro territorio todo lo que convenía para disuadir a Marcó del Pont de la proyectada expedición a Mendoza, hizo llegar cartas a los íntimos del Gobierno relatando la extrema pobreza de aquellas provincias, les decía que se habían retirado al interior todas las cosas de valor, abultó la escasez de las fuerzas militares haciendo aparecer como desorbitada la anunciada invasión de Chile que preparaba San Martín. Para dar valor a estas aseveraciones utilizó a fingidos partidarios del Rey y aún trató directamente con el Capitán General y Presidente del Reino invitándolo a restablecer el comercio interrumpido y a evitar hostilidades que no serían de ningún provecho considerado el aislamiento y pobreza de Mendoza. Se comprende que estas noticias debieron obrar el resultado que él esperaba, esto es, el adormecimiento de los ánimos que le interesaban. Si la expedición no iba a redundar en gloria ni provecho, los partidarios de su realización se aplacarían y la dejarían de mano. En efecto, así sucedió y en lugar de prepararse para la 9
Disponible en conectar igualdad gobierno de Argentina: http://archivohistorico.educ.ar/sites/default/files/I%2001.pdf. Ingreso el 12 de julio 2015.
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defensa, —ya que no a la iniciativa en la invasión del territorio contrario— los españoles de Chile sólo se preocuparon de gozar los beneficios de la victoria y del poder, esto es, a sus propios aumentos y a la persecución de los vencidos más intransigentes. El plan de San Martín habría sido contraproducente si sólo se hubiera limitado a lo expuesto. Tan melancólicas noticias habrían satisfecho al español; pero, abatido al patriota chileno, desde que no trasuntaban esperanza alguna para ellos. No iba a caer San Martín, sutil psicólogo, en tan grande como funesto error. Había que levantar el ánimo de los patriotas, hacer crecer cada día sus esperanzas en una próxima liberación, utilizarlos para introducir recelos y temores entre los chilenos que no creyendo ya posible una restauración, se resignaban al nuevo estado de cosas o aún más, se declaraban por el gobierno realista; era menester también desalentar a los soldados chilenos que formaban en gran parte las fuerzas del Rey. No pararon aquí esas maquinaciones; quiso influir, asimismo, sobre los oficiales españoles incorporados en las logias de su patria, a quienes él conocía y quiso volver contra el despotismo y defectos de Marcó del Pont. Para estas peligrosas relaciones eligió con talento inimitable a las personas que convenía a cada caso, entre otras a don Ramón Picarte y Castro (1777-1835), don Diego Guzmán Ibáñez, don Diego Fuentes, don Manuel Rodríguez, a don Juan Pablo Ramírez, a don Pedro Aldunate de Toro (1796-1864), a don Pedro Antonio de la Fuente, don Miguel Ureta, don Pedro Alcántara Urriola (1797-1851), don Antonio Merino, etc. No olvidaremos ciertamente, el nombre de Justo Estay, arriero chileno, conocedor profundo de los pasos y vericuetos de la cordillera a quien supo apreciar San Martín desde esa época, al extremo de que ya no se separó de él para estos menesteres en que requerían conocimiento del terreno y de los hombres, astucia y lealtad. Le llamaba "mi incomparable Justo Estay".
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Conocidas son las misiones que llenaron en Chile cada uno de los nombrados, muy especialmente aquellos que han tocado el espíritu de admiración que siente nuestro pueblo por las empresas riesgosas y audaces. Es así como la cualidad característica con que vive en el recuerdo popular la figura romántica de Rodríguez, es su condición de guerrillero. Junto con él actuaron don Francisco Villota, hacendado de Teno, don Francisco Salas, de San Fernando y José Miguel Neira Mondaca (1775-1817), el terror de los campos chilenos. Menos conocidos son los cometidos que cumplieron otros, como el ingeniero ayudante de San Martín don José Antonio Álvarez Condarco (1780-1855), quien con el pretexto de comunicar al Gobierno de Chile la declaración de la independencia de las Provincias Unidas, pasó ostensiblemente los Andes y conferenció con Marcó del Pont. Su verdadera misión era el levantamiento de un mapa en que aparecieran hasta los menores accidentes y la descripción de los caminos cordilleranos. Alojado en Santiago en casa del Coronel de Dragones don Antonio Morgado, pudo constatar los progresos que hacían en los propios oficiales del Rey las ideas liberales que en España eran combatidas por el absolutismo recién restaurado. De más está el decir que los excelentes planos que levantó Álvarez Condarco, son los que sirvieron a San Martín para los estudios detallados del paso de la cordillera y para las academias que personalmente dirigió en el Plumerilla Ya hemos dicho cómo utilizó la expedición de la escuadra de Brown a las costas del Pacífico y ahora agregaremos otro hábil expediente de que se valió para desorientar a Marcó del Pont y que prueba que nada escapaba a su sagaz observación. En Septiembre de 1816, meses antes de iniciar la campaña dejó a O'Higgins a cargo del Campamento y se dirigió al sur a parlamentar con los indios pehuenches. Su propósito aparente era el de pedirles permiso para pasar por sus territorios y su apoyo cuando invadiera Chile para terminar allí con el gobierno español. El resultado de su astucia no se hizo esperar; los indios llevaron muy luego la noticia a Chile, que era lo que él deseaba. Al propio tiempo despachó una carta al Comandante de la Fragata Venganza surta en Concepción, tomando el nombre de un español residente en Mendoza, el señor Castillo Albo, vastamente vinculado en Chile, anunciándole que ya se movía el Ejército para invadir esa provincia. Le acompañaba un falso estado de fuerza y agregaba numerosos pormenores que daban toda la apariencia de realidad a sus noticias.
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La argucia a que nos hemos referido no carecía por entero de fundamento, pues, aun cuando ya el General había pergeñado los detalles de la organización no había resuelto en definitiva los caminos de la invasión. Se puede decir que a su regreso del Fuerte San Carlos limítrofe con el territorio pehuenche decidió llevar el esfuerzo principal por Uspallata y Los Patos, secundando estas operaciones con dos divisiones por el norte y dos por el sur, que fue lo que hizo. La aparición de los primeros guerrilleros en el valle de Colchagua conmovió violentamente a los patriotas que en secreto anhelaban muestras más patentes del fervor de Mendoza. Estos valientes encontraron apoyo en todas partes, se les facilitaba medios económicos, se les ocultaba a la persecución realista y se colaboraba en toda forma en su misión de transmitir noticias favorables a la causa patriota. Los asaltos a Melipilla y a San Fernando y la conspiración de Quillota, enloquecieron al gobierno lo obligaron a medidas desatentadas, a persecuciones, y al destierro de los patriotas más calificados, lo que, a su vez, exacerbó el sentimiento de independencia. De este modo la correspondencia tendenciosa, la campaña de rumores y la guerrilla terminaron por preparar al país para recibir al Ejército de los Andes como lo deseaba San Martín. En sus instrucciones a los guerrilleros, contenidas en 41 artículos, decía al final: "Ir limpiando y preparando las armas, formar partidas y bandas de gentes armadas. Que al tiempo de la irrupción no haya patriota que no tenga su guerrilla en obra. Sea general en el reino el fuego contra los sarracenos. Así se evita mucha efusión de sangre, se hace pronto la guerra y no nos será indecorosa la libertad". Del modo indicado, este hombre genial que supo sacar a los patriotas cuyanos hasta lo que no tenían, captando sin embargo, su aprecio y su más decidida adhesión, supo preparar los ánimos de los chilenos, levantarlos de su abatimiento, insuflar en su espíritu la audacia de sus guerrilleros, hasta verlos ponerse en pie, delirando de patriotismo y dispuestos al sacrificio al primer anuncio de las victorias que batían las banderas del Ejército Libertador DURANTE UN AÑO EL EJÉRCITO DE SAN MARTÍN SE PREPARÓ PARA LA INVASIÓN El campamento de Plumerillo De acuerdo con las ideas sustentadas por San Martín en orden a la calidad superior que quería dar a su ejército y, convencido de que la instrucción y la
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disciplina adelantarían más en un campamento que entre las distracciones que ofrece un centro poblado, comenzó en la primavera de 1815 a levantar en el Plumerillo, las construcciones necesarias para el ordenado alojamiento de sus tropas. Estos terrenos quedaban a una legua al noreste de Mendoza; allí se empezaron a levantar los galpones y cubiertos de paja, con comodidad suficiente y calculada para una permanencia prolongada. El ejército se trasladó desde Mendoza al nuevo alojamiento y campo de instrucción el 30 de Septiembre de 1816. Las construcciones se levantaron rodeando por tres de sus costados a un gran cuadrado despejado que había de servir de campo de ejercicios y de tiro, en la forma que se puede observar en el gráfico:
Fuente: Memorial del Ejército de Chile Nº 194-195, mayo, junio 1944
El costado norte se reservó a las armas montadas: el Regimiento de Granaderos y Batallón de Artillería; los galpones del poniente, que tenían vista a la plaza, fueron destinados a la infantería: Batallón Nº 1 de Cazadores, Nº 7, Nº 8 y Nº 11 de Infantería; en el costado sur, estaban los pabellones del Cuartel General, y el del Estado
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Mayor. Detrás de las construcciones destinadas a la tropa seguían los alojamientos para los oficiales y más atrás las cocinas y luego, los servicios higiénicos; todo en el más estricto acuerdo con los principios de la castrametación. El costado del naciente de la plaza había sido cerrado con un murallón que fue blanqueado y en él pintadas una serie de figuras que representaban los blancos para las prácticas de tiro. En el espacio libre detrás de esta muralla practicaban las bandas. Varias guardias controlaban el buen orden de día y de noche. El régimen de instrucción El régimen de instrucción era el más severo. Desde la mañana hasta la noche se trabajaba en aquella colmena sin zánganos. El propio general dirigía todo. Tanto se le veía enseñando la esgrima de bayoneta, el tiro, las evoluciones, las guerrillas, como dirigiendo las academias diarias de los oficiales en cada cuerpo, revistando las maestranzas, almacenes, fábricas de salitre y de pólvora, el estado del ganado, así como también visitando a los enfermos, probando el rancho, revistando el aseo de las cuadras y dependencias. Esta enorme actividad diaria no le impedía escribir de su puño y letra los cientos de cartas que enviaba tanto a Chile como al Gobierno de Buenos Aires dentro del objetivo que se había propuesto y que había de llevar a cabo sin desmayar. Por las noches, mientras los soldados rezaban en las cuadras sus oraciones u oían las pláticas de los capellanes del ejército —facultad encargada al Capellán Castrense Dr. don José Lorenzo Guiraldes y a cinco Capellanes de la Orden de San Juan de Dios— el General, con los planos a la vista, y rodeado de los más altos jefes del ejército, estudiaba el desarrollo de su plan, medía distancias, calculaba los tiempos necesarios para la marcha de cada columna de invasión, con el objeto de arreglar su partida oportuna para que todos desembocaran a un tiempo, en Chile. Explicaba los itinerarios de cada una, se estudiaba la calidad de los caminos en cada etapa de la marcha, las facilidades y dificultades que encontrarían, se fijaron los puntos donde se acopiaría víveres y demás medios de subsistencia para hombres y ganado, los puntos de difícil paso para la artillería, la forma cómo debía auxiliársela para vencerlos, los puntos donde se había establecido que existían guardias enemigas, etc. En la misma forma en que hoy día en los juegos de guerra se resuelven situaciones tácticas y estratégicas supuestas, planteaba el General a sus colaboradores las posibles formas que podría asumir la reacción enemiga. Allí se discutían las distintas opiniones resultantes y se optaba por la más práctica y consonante con los medios. De este modo cualquiera que fuera la forma cómo el
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enemigo esperara al Ejército de los Andes, los jefes estaban ya instruidos sobre la manera de proceder. Cada uno de ellos fue provisto de una copia de la carta de los pasos de Uspallata y de Los Patos, levantada por Álvarez Condarco y perfeccionada por el Mayor don José Antonio Arcos. Durante un año entero este ejército fue instruido y educado a conciencia. Simultáneamente fue aumentando sus efectivos y perfeccionando su moral y disciplina. Las mejores tropas veteranas argentinas fueron incorporándose al ejército y así vemos primero, a los 3º y 4º Escuadrones de Granaderos a Caballo que volvían de la Campaña Oriental; luego al 1º y 2º de Granaderos que habían estado en la campaña del Alto Perú; un numeroso grupo de jóvenes de San Luis, San Juan y Mendoza se incorporaron como cadetes, soldados distinguidos y oficiales subalternos, las provincias rivalizan en enviar sus contingentes de reclutas; sobre la base del Cuerpo de Cordobeses de la División Auxiliar de Chile se organiza el 11 de Infantería, al mando de Las Heras; luego llegan de Buenos Aires los cuadros del Nº7 y completo el Nº8 al mando del Brigadier Soler que venía destinado como Cuartel Maestro y Mayor General del Ejército de los Andes; en Septiembre de 1816 se organiza el Batallón Nº1 de Cazadores de los Andes; los negros libertadores en Mendoza son incorporados al Nº8; don Rafael Vargas, vecino de Mendoza hace donación de una banda de músicos, de esclavos de su propiedad, con su instrumental. Es así, como el 31 de Diciembre de 1816 el Ejército cuenta con 14 jefes, 195 oficiales y 3.778 hombres, y, en cuanto a ganado, 7.359 mulas de silla para oficiales y tropa, 1.922 mulas de carga y 1.600 caballos, incluidos los de repuesto para el caso de bajas. Todo un pequeño mundo presidido por el espíritu de un grande hombre. La maestranza No habrían sido completas sus previsiones si no hubiera atendido a los servicios y necesidades de aquel conglomerado y así veremos que no descuidó detalle alguno en lo material ni en lo espiritual. Para lo primero cuidó de organizar una maestranza que confió al Padre Beltrán, quien, asistido por el chileno Berrueta, organizó aquello de modo que no había elemento que se perdiera, todo era reparado en las máquinas y con las herramientas que ellos idearon. El Arsenal, cuyo inventario detallado era revisado rigurosamente, y que llegó a contener un mundo de artefactos, repuestos de todas clases, armas, municiones, etc., estaba a cargo del mayor don Pedro Regalado de la Plaza (1785-1865) y fue
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su eficaz colaborador don Ramón Picarte. La Fábrica de Salitre y de Pólvora estuvo a cargo del Comandante don José Antonio Álvarez Condarco y produjo toda la que fue necesaria para los ejercicios de tiro en el campamento y para proveer a las seis columnas del ejército durante las operaciones. También se organizó una Fábrica de Paños, manejada por el chileno don Dámaso Herrera, que proveyó de telas ordinarias pero fuertes, para el vestuario que las señoras de Mendoza, encabezadas por la señora Remedios Escalada de San Martín (1797-1823), cortaban y cosían para los soldados. El Servicio Médico estuvo a cargo del médico Dr. don Diego Paroissien (1781-1827) y Dr. J. Isidro Zapata, chileno, asistido por un cuerpo de enfermeros. El Servicio Cartográfico lo manejaron los ingenieros que ya hemos nombrado, Comandante Álvarez Condarco y Antonio Arcos. El Servicio Religioso, hemos dicho, fue atendido por el Capellán Castrense Dr. don Lorenzo Guiraldes y 5 Capellanes de San Juan de Dios. Para la Auditoría de Guerra, fue designado el Dr. don Bernardo de Vera y Pintado (1780-1827), sobradamente conocido y apreciado en Chile desde 1810. Con igual objeto había instituido San Martín la Comisión Militar Permanente que estuvo presidida por el Brigadier don Bernardo O'Higgins. La Comisaría General del Ejército la encargó a don Juan Gregorio Lemus. La Proveduría General, al chileno don Domingo Pérez y la Secretaría General a don José Ignacio Zenteno (1786-1847), quien había de ser muy luego el alma de la empresa dirigida al Perú. La formación de esta complicada máquina y, desde luego, el pago de este ejército, fue una de las preocupaciones más graves y de mayor responsabilidad del general en jefe y del Director Supremo de las Provincias Unidas. Cartas angustiosas son las de uno y otro a este respecto. La guerra con Artigas comía todos los recursos; había que mantener, además, este ejército de los Andes y el de Tucumán. San Martín confiesa que si no hubiera mediado el inagotable concurso de Mendoza; San Juan y San Luis todo se habría dificultado enormemente. "Pero estamos en la inmortal provincia de Cuyo y todo se hace. No hay voces, no hay palabras para expresar lo que son estos habitantes". Las señoras de Mendoza hicieron la oblación de todas sus joyas y objetos valiosos mirando el suceso de la expedición como el bien más preciado, imitando así a Cornelia (189 a.C.-110 a.C.), la madre de los Gracos y a la Reina inmortal que favoreció los proyectos de Colón.
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Los oficiales chilenos Un grupo selecto de Oficiales chilenos fue incorporado a los Regimientos de los Andes, entre ellos don Bernardo O'Higgins, el Comandante Freire, Comandante Francisco Formas, Ramón Picarte, Diego Guzmán, Bernardo Cáceres, Juan de Dios Rivera, José Santiago Sánchez, Manuel Benavente, José Antonio Aiemparte, Pablo Cienfuegos, el abanderado Carlos Formas, Comandante Juan Calderón, Francisco Fuenzalida, Ramón Navarrete, porta estandarte de Granaderos a Caballo Pedro Antonio Ramírez y otros más. Muchos chilenos de humilde condición, obreros y ex soldados que quedaron en Mendoza después que la mayoría de los que emigraron con Carrera fueron enviados a Buenos Aires e incorporados a los ejércitos del norte, sirvieron en los cuerpos de Mendoza, se organizaron en cuadrillas para el arreglo de caminos y muchos se alistaron en las milicias que engrosaron las columnas secundarias de Cabot, Zalada, Lemus y Freire. Como a todo ejército bien organizado no había de faltar al de los Andes la enseña que representa a la patria, ni la protección tutelar de los cielos. A unos y otros símbolos atendió San Martín. El 5 de Enero de 1817 proclamó Patrona y Protectora del Ejército a Nuestra Señora del Carmen y en aquel propio día, en una sola y misma ceremonia suntuosísima el pueblo de Mendoza y el ejército de los Andes juraron con sin igual fervor a su Patrona y a la bandera de los Andes —azul y blanca, con él sol de Mayo— su fidelidad y disposición a morir en su defensa, del propio modo que Belgrano, que ideó la bandera hermana, había puesto sus tropas del Ejército del Norte bajo la protección de Nuestra Señora de las Mercedes. Mil ocurrencias más habría que recordar de la vida, sacrificios y casi milagros que se realizaron en Mendoza, San Juan, San Luis, Buenos Aires y en el campamento del Plumerillo, en el que el cañón que anunciaba la diana y el clarín que tocaba el "silencio" no eran sino los anuncios de la libertad americana que allí se forjaba en ese crisol inmaculado que fue el corazón de San Martín.
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SAN MARTÍN INICIA LA CAMPAÑA HACIA CHILE CON SEIS COLUMNAS DE INVASIÓN Planes para la campaña de los Andes Ya hemos expresado cómo fue San Martín quien concibió la idea de pasar al Reino de Chile antes que allí se produjera la desgracia de Rancagua; también sabemos que él pidió pasar acá con un regimiento de caballería para reforzar al Cuerpo Auxiliar de Buenos Aires que mandaba Balcarce y luego, Las Heras; también se ha relatado la permuta que solicitó para pasar de Tucumán a Mendoza, los proyectos que alentó de fortificar la cordillera porque bien comprendió, en su oportunidad que, desde allí amenazaba el peligro a las Provincias Unidas y por último, sus clamorosas insistencias para liberar a Chile y llevar la guerra al Perú. Una vez que terminó la emigración chilena de 1814, dejó el Cuerpo Auxiliar en Uspallata con servicio de vigilancia en los pasos y comenzó a pedir a Buenos Aires el envío de tropas para formar allí el Ejército de los Andes. Ya en Octubre de aquel año empiezan a llegar tropas y elementos y se decretó la formación de nuevas unidades. En nuestro artículo anterior nos hemos referido a estos afanes y desvelos. Planes para la campaña En el interin, el General don José Miguel Carrera había presentado al Gobierno del Director Álvarez un plan para la reconquista de Chile, (8 de Mayo). Conocemos ya la opinión que mereció a San Martín este proyecto y recordaremos sólo que Carrera, antes de pasar a Mendoza, pensó siempre en retirarse hacia el norte para organizar allí la resistencia. Ni la estación del año, ni la cantidad de gente de que hablaba Carrera, (500 hombres), ni la escasa población del norte y la carencia de una escuadra que asegurara futuras operaciones sobre el centro o para oponerse a la enemiga que fácilmente podía transportar tropas numerosas para conjurar el peligro, aconsejaban aquella expedición, ni eran prenda de seguridad ni de buen éxito. El Director agradeció a Carrera su colaboración, que, por el momento, no era atendible. El Brigadier don Bernardo O'Higgins, a su vez, presentó un bien meditado proyecto de invasión, a base de 4.000 infantes y 2.000 jinetes organizados en cuatro divisiones, que entrarían a Chile en la primavera pasando por Antuco, por río Claro
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y por Coquimbo, mientras la cuarta División iría por mar hacia Arauco. Su conocimiento del país y de los recursos disponibles le permitió entrar en consideraciones sumamente interesantes; pero, por desgracia, el plan era irrealizable desde que no existían las tropas, ni los medios para organizarlas, ni para crear una escuadra. No era, tampoco, el momento de pensar en estos proyectos, aquel en que se anunciaba la partida desde Cádiz de un fuerte cuerpo expedicionario que venía a la América a mantener la reconquista. San Martín trabaja sin reposo Es así como desde 1814 a 1816, vemos trabajando a San Martín, sin reposar un instante en el plan de invasión que logró ver aceptado por los Directores Supremos de las Provincias Unidas. Convencido de que lo primero era formar e instruir un ejército, se dio a ello sin descanso; su idea estaba formada, el plan mismo de la invasión vendría más adelante. Ya hemos dicho cómo disintió con el Gobierno de Buenos Aires cuando éste le propuso operar por Coquimbo, así como de la idea de provocar alzamientos en Chile que serían fácilmente aplastados. Siempre creyó que sólo un golpe recio y bien dirigido podría dar el resultado. El Ejército del Alto Perú había sufrido un serio contraste en Sipesipe en Noviembre de 1815 y esto fue motivo de nuevos retardos en los auxilios que requería el naciente Ejército de Mendoza y en la resolución definitiva de la campaña, ya que como se comprende, no se podía pensar en otra empresa que en la que se estaba jugando la suerte de las Provincias. Este nuevo golpe confirmó más, si cabía, en la mente de San Martín, la idea de que sería inútil toda tentativa dirigida al Alto Perú y que, en cambio, sólo prometía buen éxito la que fuera sobre Chile. Cuando llegaron noticias completas sobre la acción de Sipesipe, San Martín despachó a Chile a cuatro agentes encargados de divulgar la noticia de que él marchaba con todas sus fuerzas al Alto Perú para engañar a Marcó del Pont sobre la indefensión de la provincia. Creía así atraerlo sobre Mendoza. Dijo entonces a su Gobierno: "Con esta tramoya, el enemigo se confía, viene a buscarnos y en los campos de Mendoza conquistamos a Chile". Con este motivo pide toda clase de refuerzos para esperar prevenido la invasión. En su afán de llevar adelante la formación del Ejército de los Andes y de no contrariar de modo alguno el plan completo y eficaz que él llevaba en la mente, debió desechar muchas otras propuestas de operaciones sobre Chile, que él sabía
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que a nada serio podían conducir, sin dejar de reconocer que aquellos propósitos concordaban con los que él alentaba, esto es, la reconquista de Chile, donde él no podía concebir que existiese un ejército que era una continua amenaza para las Provincias y sobre todo, porque él estaba penetrado íntimamente de que sólo acabando aquí con el dominio español era posible llegar hasta el Perú. Esta idea dominante fue servida por el genial creador de Mendoza con perseverancia sin igual. Comunicaciones entre San Martín y el Gobierno Es menester haber conocido los cientos de comunicaciones cambiadas entre San Martín y el Gobierno, así como su correspondencia particular, para comprender, de un lado, la impaciencia del General al ver cómo pasaba el tiempo sin que su Ejército llegara a la altura que él estimaba necesaria para la empresa y, por el otro, para apreciar en justicia los inconvenientes de toda clase que se oponían a ello. Sólo este conocimiento permite juzgar este período de zozobras e inquietudes, para otorgar a los adalides de la idea de nuestra liberación todo el reconocimiento que merecen, y a las Provincias Unidas, nuestras hermanas desde la infancia, toda la gratitud que les debe el pueblo de Chile. En Mayo de 1816 escribía a Tomás Guido (1788-1866), su confidente en Buenos Aires y su fiel amigo de toda la vida: "Si se piensa en Chile, es menester hacerlo pronto.... si se verifica, es necesario salga el 1º de Noviembre a más tardar. Y, dando ya por hecha la libertad de Chile, agrega que era indispensable que en el invierno de 1817 saliese de Chile la expedición sobre el Perú. "Aún restan recursos, si los empleamos con acierto y resolución, somos libres". Guido, entonces, ardoroso partidario de la idea de San Martín, hizo al Director Supremo una magistral exposición del problema que se presentaba a las Provincias Unidas, hacía mención de los seis años de guerra y sacrificios inútiles y de la conveniencia de operar hacia Chile. El Director Supremo Brigadier don Antonio González Balcarce, pide a San Martín que "sin dilación y con puntual exactitud" le informe sobre cuánto faltaba para realizar la expedición y que proponga sus planes de operaciones. Como era natural, un plan hecho con mucha anterioridad a la fecha de la posible apertura de las operaciones —esto ocurría en Mayo de 1816— no podía entrar en precisiones respecto del enemigo, —como decía San Martín en su informe— porque en el espacio de tiempo que podía transcurrir hasta ese momento tan
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esperado, aquel podía variar fundamentalmente sus aprestos, podía mover sus fuerzas, recibir refuerzos desde el exterior, desguarnecer unos puntos y fortificar otros, etc. Sin embargo, suponiendo que Marcó mantuviera el grueso de sus fuerzas cerca de Santiago y estuviera dispuesto a defender los pasos de cordillera más inmediatos a la capital, San Martín proponía operar con 4.000 hombres por los pasos de Los Patos, Putaendo, Uspallata (Los Andes) y por el Planchón (Colchagua). Con fundadas e inteligentes razones explicaba las consecuencias de este plan de invasión, que fue fundamentalmente, el que adoptó en definitiva. Por aquellos días dejó el Gobierno Provisional el General González Balcarce y asumió la Dirección Suprema, por designación del Congreso de Tucumán, don Juan María de Pueyrredón quién, después de ponerse de acuerdo con el General en la famosa e histórica conferencia que sostuvieron en Córdoba resolvió decididamente la expedición. Ya conocemos, pues, la idea de San Martín, esto es, su plan de invasión, sabemos también de los preparativos e incremento de su ejército. "Ya no nos resta más que obrar", como había escrito San Martín al Diputado por Cuyo don Tomás Godoy Cruz, otro iniciado en sus secretos, que empezaban a dejar de serlo. Acumula subsistencias En los últimos días de Diciembre de 1816 y primeros de Enero del siguiente dispuso el General la reunión de piños de animales en los lugares del trayecto en que había pasto y agua y donde era necesario acumular subsistencias para los distintos destacamentos que pasarían con diferencia de uno o dos días por aquellos sitios. En otras partes se acumuló centenares de cargas de víveres secos, charqui, galletas, harina tostada, leña cortada para los vivaques, yerba, tabaco y cuanto la humana previsión podía calcular para una marcha, de 20 o más días en el desamparo de la cordillera. En aquella provincia de vinos y aguardientes, no fue difícil reunir el necesario para sanos y enfermos, por más que la ciencia de hoy prescribe estos estimulantes en la alta montaña. Hechos estos aprestos se consagró a dejar asegurado lo que a su partida quedaría a su espalda. Tomó medidas para la seguridad de la provincia, para lo cual ordena acuartelarse a las milicias; otra parte de ellas debe acompañar al ejército para ayudar en los pasos difíciles; pide al comercio y particulares la entrega de todas las carretillas para los trabajos en los caminos; reúne los fondos que recibe de Buenos Aires, San Luis, San Juan y de Mendoza para formar la Caja de Guerra; pide a los
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mineros la entrega de toda la herramienta de zapa; reemplaza la cobertura de Uspallata por tropas de milicia; deja instrucciones para que los fondos que sigan reuniéndose queden a su disposición para los gastos del Ejército; toma providencias para mantener la clausura de la cordillera y control de los que pasen de uno a otro lado, aun cuando el Ejército esté ya en Chile; ordena que los cuadros de Oficiales de Artillería y de Infantería de Chile sigan la marcha del Ejército al día siguiente, los primeros, y al tercer día los últimos, después de la salida del Ejército y que se les auxilie con cabalgaduras, mozos monturas y víveres que fueran necesarios. Todavía el 24 de Enero, el departamento de San Juan envía 360 mulas más para el Ejército que ya se estaba moviendo hacia su destino. La invasión Este cúmulo de preocupaciones era motivo de atención personal del General en Jefe y allí están los cientos de oficios, órdenes, circulares y cartas escritas y firmadas de su puño y letra, que revelan el trabajo abrumador de este hombre que a todo proveía. Es así como desde el 9 de Enero de 1817 empiezan a moverse las columnas de invasión. Como dijimos en el primer artículo de esta serie, la primera empezando por el Norte, debía entrar por el paso de Comecaballos y caer sobre Copiapó; la segunda, por el pasó de Calingasta, sobre Coquimbo y La Serena; la Columna que se llamó de Vanguardia, la más fuerte, entraría por el paso de Los Patos al valle de Putaendo y la otra columna fuerte, por Uspallata, sobre Santa Rosa de los Andes. Otra columna secundaria entraría por el Portillo al valle del Maipo, próximo a Santiago y la última, por el Planchón, sobre San Fernando, Curicó y Talca. En un día como hoy del año 1817 venían en marcha sobre Chile las seis columnas de invasión. El Caudillo de los Andes se despide de la sublime Mendoza con estas palabras: "¡Compatriotas! Sería insensible al atractivo eficaz de la virtud si al separarme del honrado y benemérito pueblo de Mendoza no probara mi espíritu toda la agudeza de un sentimiento tan vivo como justo. Cerca de tres años he
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tenido el honor de presidirlo y sus heroicos sacrificios por la independencia y prosperidad común de la nación pueden numerarse por los minutos de la duración de mi Gobierno. A ellos y a las particulares distinciones con que me han honrado, protesto mi gratitud eterna. Indelebles en mi memoria sus ilustres virtudes, seré de los habitantes de esta capital en todas circunstancias y tiempos el más fiel y verdadero amigo.—José de San Martín''. Montó a caballo, dio una última mirada a ese pueblo que había sido la Providencia del Ejército, y a galope largo, a una legua del pueblo, pasó por el abandonado campamento del Plumerillo, que ayer todavía era una colmena humana. Multitud de recuerdos, de trabajos, de sacrificios y de íntimas satisfacciones se agolparon a su mente. Se encogió su corazón y por no enternecerse, clavó las espuelas en el flanco de su cabalgadura y con la frente en alto, los ojos en el Cielo y el pecho henchido de esperanzas se perdió en el sendero que lo llevaba a la inmortalidad. CON LA VICTORIA DE CHACABUCO, DE UN SOLO GOLPE, CHILE FUE LIBRE Y LA ARGENTINA DEJÓ DE TEMER LA INVASIÓN DESDE EL OCCIDENTE Por el carácter meramente informativo y sumario de estas crónicas, no detallaremos el camino seguido por cada una de las columnas de invasión. El Capitán General de Mendoza había estudiado con los jefes respectivos cada jornada de la marcha. Son conocidos los itinerarios que repartió para cada columna en los que se fija el comienzo y término de la jornada el largo del recorrido, expresado en leguas, y los datos respecto de la existencia de agua, pasto y leña en cada una de las etapas. Para la coordinación de la marcha de las columnas principales —la de Soler y la de Las Heras—, que marcharían por Los Patos y por Uspallata, respectivamente, estableció un servicio de señales y comunicaciones que funcionaron con toda exactitud, según se mira de los oficios que diariamente circularon desde ambas columnas hacia el Comando en Jefe, publicados y muy conocidos. El paso de la cordillera ocasionó algunas bajas de hombres y estropeó casi totalmente al ganado. Desde las primeras jornadas los jefes lamentan el mal estado en que quedan las cabalgaduras después de tan penosos esfuerzos, de tal modo que hacia la mitad del recorrido la mayor parte de la tropa marchaba a pie. Al llegar a Chile el Ejército estaba casi sin caballería. En los documentos que
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publica Eckdahl encontramos diez que se refieren a este daño irreparable. Afortunadamente, los pobladores de Aconcagua; a raíz de los primeros encuentros victoriosos del Ejército de los Andes, acudieron solícitos en su socorro y antes de los seis días que había calculado San Martín para remontar a la caballería y demás elementos montados del Ejército, esos esforzados patriotas habían suplido con creces a esta necesidad. Entretanto, demos una mirada al Ejército realista. Ya sabemos que la guerra de rumores falsos y la de guerrilla que desarrollaban en el país los emisarios de San Martín, habían logrado ampliamente los propósitos perseguidos. El Capitán General Marcó del Pont, si bien miraba con desprecio los temores que inspiraba a sus satélites la propagación de noticias alarmantes, no dejaba sentirse molesto con las demasías de los guerrilleros. Dictó bandos encaminados a entonar el ánimo de los dudosos y dejó sin efectos otros que habían, suscitado la protesta general, como aquel que prohibió el tránsito a caballo en la región comprendida entre el Maule y el Maipo y la requisición de todo el ganado caballar en esta misma zona, para evitar que éste pudiera ser utilizado por los patriotas si se atrevían a la invasión del territorio. Las ejecuciones de San Fernando y la de los mártires de Quillota en la plaza de Santiago, colmaron la indignación de los patriotas. Estas medidas de gobierno eran la consecuencia de los asaltos a Melipilla y a San Fernando, ocurrido el primero en los días de Pascua de 1916 y, el último, en los primeros días de Enero del año de la libertad. La previsión de nuevos disturbios obligó al gobernante a enviar tropas al centro, entre ellas, a los Carabineros de Abascal, a los Húsares, Dragones y al Batallón Chiloé, con los que se cumplía la dispersión de fuerzas que anhelaba San Martín. Por otro lado, la captura de siete prisioneros patriotas hechos por el Mayor Marqueli en la guardia de Picheuta, hecho insignificante de armas, fue anunciado en términos tan exagerados como convenía al interés del amedrentado Gobierno de Chile. Todas las manifestaciones, ya inequívocas de la próxima invasión y las de la exaltación del espíritu de los patriotas indujeron al gobernador español a dividir el territorio en tres zonas de observación, de concentración de sus tropas y de defensa. La del norte, entre el Aconcagua y el Cachapoal recayó en el mando del Coronel Elorriaga; la del centro, entre el Cachapoal y el Maule, correspondió al Coronel Sánchez, quien según él decir del Padre Martínez, valía él sólo por medio ejército; y la del sur, desde el Maule al Valdivia, fue confiada al Gobernador
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Intendente de Concepción, Coronel don José Ordóñez, el jefe más destacado que existió durante todo el período de la independencia en el ejército realista de Chile. El total de las fuerzas reales en el país puede estimarse en 5.000 veteranos y 2.000 milicianos, de los cuales más o menos 3.000 guarnecían a Santiago y sus alrededores. Sin embargo, debido a la acción de los guerrilleros, estas fuerzas debieron ser disgregadas en la forma que ya hemos expresado y luego, al anuncio del arribo de San Martín por los valles de Aconcagua, estas mismas debieron regresar rápidamente y enviarlas a la Villa Vieja (San Felipe), donde experimentaron los primeros contrastes. En medio de tales zozobras, idas y venidas del ejército español, empezaron a llegar a la Villa Vieja, el 5 de este mes de Febrero de 1817, los fugitivos de la Guardia de las Achupallas y los pocos que escaparon de la Guardia Vieja, después del severo encuentro que allí sostuvieron las guarniciones realistas contra el ataque sorpresivo de las tropas patriotas del mayor don Antonio Arcos; flanco guardia de la columna principal que caía sobre Putaendo y los últimos, contra las del Mayor don Enrique Martínez, destacado por Las Heras que ya caía por Uspallata sobre Santa Rosa de los Andes. Entre los prisioneros de la Guardia Vieja figuraban dos oficiales: don León y don Santiago de Barrientos y Ruiz de Toledo de Alvarado. (Eckdahl, doc. 56). Las noticias que traían los prisioneros no dejaron lugar a dudas respecto del plan perfectamente concertado que presidía a la invasión y acerca de la calidad de las tropas patriotas. Estas informaciones llegaron el mismo día 5 a Santiago y para colmar la alarma arribaban casi a la misma hora los emisarios del Coronel Morgado, que avisaban del arribo de la vanguardia del Ejército de San Martín, la que vendría mandada por el propio O'Higgins y compuesta de excelente tropa veterana. La confusión, como se comprende, fue superior a los ánimos ya decaídos de los gobernantes de Santiago, quienes sólo pensaron en librar sus personas y lo que se pudiese de la capital. Se ordenó al Brigadier Maroto dirigirse a la Villa Vieja para tomar el mando del todo, que hasta entonces estaba en manos del Teniente General don José María Atero, Jefe del Estado Mayor del Ejército. También había sido destacado allá el Coronel Quintanilla con sus Carabineros de Abascal. Maroto salió de Santiago con los Batallones Talavera Valdivia y Chiloé. Los combates mencionados habían tenido lugar el día 4 de Febrero. Las columnas de Soler – O’Higgins y la del Coronel Las Heras se aproximaban rápidamente a sus objetivos; la primera alcanzaba el día 7 a San Andrés del Tártaro y la segunda se
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aproximaba a Santa Rosa de los Andes. El estado del ganado era tal que sólo a duras penas pudieron reunirse 100 granaderos, los que a cargo del denodado Comandante don Mariano Necochea, se adelantaron hacia San Felipe y sostuvieron en las Coimas un fuerte encuentro con las fuerzas que el Comandante Atero, había reunido en la Villa Vieja. Derrotadas éstas a pesar de su superioridad numérica (550 contra 110), abandonaron el Valle del Aconcagua y se retiraron hacia Chacabuco. Ya nos hemos referido al desastroso estado en que llegaron las cabalgaduras del Ejército Libertador. Si este inconveniente no hubiese existido, el ejército habría continuado la persecución y batido en detalle a Atero, Quintanilla y a Maroto que avanzaban desde Santiago hacia la Cuesta y, luego, a las escasas fuerzas que se reunían en la capital. Podemos asegurar este desenlace inevitable de las cosas, a la vista de la ayuda que prestaron los chilenos a sus libertadores desde que pisaron el territorio nuestro y al conocimiento de la superior calidad de los Granaderos a Caballo. Desgraciadamente, esto no pudo ser y hubo que llenar más tarde las páginas que estaban reservadas a la campaña del sur, a Cancha Rayada y a Maipo, que no todo había de ser glorias y alegrías en la secuela del proceso, para que mejor se estimase el precio de la libertad. El día 8 entraba San Martín con la columna principal a San Felipe y Las Heras a Santa Rosa de los Andes. Este último había enviado ya al bravo Comandante Martínez hacia la Cuesta de Chacabuco, donde le quitó a las fuerzas del Mayor Marqueli 60 caballos y abundantes municiones. Es de recordar que después del combate de Las Coimas, Atero resolvió retirarse para Chacabuco y encargó la retaguardia a Marqueli, mientras él pasaba ese mismo día la Cuesta y llegaba a la hacienda del mismo nombre, al sur de la serranía. Después de este pequeño encuentro, los Granaderos de los Andes se ocuparon de repartir proclamas firmadas por San Martín y O'Higgins en que daban a conocer al pueblo el objeto y fines de la expedición. El ejército se concentró en Curimón, hermoso sitio lleno de recursos, donde el entusiasmo patriótico y la generosidad de los habitantes colmaron a los soldados de dones de toda especie y los vitoreaban como a sus salvadores.
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Las columnas auxiliares Entretanto y mientras el ejército se repone de sus fatigas y mientras el comando se desvive remontando a su caballería imposibilitada para operar, demos una rápida mirada a las columnas secundarias. La primera, la del Capitán Zelada y del Comandante de Milicias, don Nicolás Dávila entró por el Paso de Comecaballos a 4.500 metros de altura, se internó por el valle del río Turbio, batió allí a una guardia realista y el 12 de Febrero, el mismo día de la batalla que se libraba en el sur, ocupaba a Copiapó. Estos expedicionarios sólo llegaron a saber la ocupación de La Serena el 20 de Febrero y la noticia del triunfo de Chacabuco, el 27 del mismo mes. La columna Cabot pasó por Calingasta, a 3.600 metros de altura; el día 6 se apoderó de Carén y el 8 apresó a un piquete que venía desde Coquimbo a su encuentro. Las autoridades de La Serena, al conocer el avance de los patriotas, quisieron escapar por los caminos de la costa y acompañadas de unos cien granaderos huían hacia Santiago cuando fueron batidas por el Comandante Cevallos en los llanos de Sálala. El 12 de Febrero quedaban ocupados por los patriotas Coquimbo y La Serena. El Capitán Lemus subió desde el Fuerte San Carlos hasta el Paso del Portillo, a 4.200 metros de altura y bajó a Chile siguiendo el curso del río Yeso, afluente del Maipo, con el propósito de sorprender a la Guardia realista de San Gabriel, ocupada por un corto grupo de milicianos. Descubierto el avance el día 6, los milicianos abandonaron el puesto y regresaron a Santiago. La columna Lemus pudo haber llegado a las inmediaciones del valle central, sin encontrar resistencias; pero, tanto por sus instrucciones, como porque podía exponerse a ser batida por fuerzas muy superiores, vista la cercanía de la capital, se retiró hasta la laguna de los Piuquenes donde quedó en observación. La columna de Freire fue la de mayor suceso e influencias en las operaciones principales, ya que de ninguna de las del norte hubo noticia en el centro del país, sino mucho más tarde. La del Capitán Lemus fue despreciada por la pequeñez de sus fuerzas: causó naturalmente alguna alarma, pero no la bastante como para aumentar la dispersión de las fuerzas. La columna del Planchón, encomendada a un bravo como Freire, estaba destinada al inicio a difíciles empeños; debería encarar a fuerzas muy superiores a los 200
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hombres que él traía; pero llevaba la ventaja de caer sobre una región bastante poblada y rica, donde, a corto plazo, sería auxiliada y engrosada por entusiastas y útiles contingentes. Todo sucedió como estaba calculado. La acción del doctor Manuel Rodríguez, de don Juan Pablo Ramírez, del Mayor Borgoño, del Comandante de Milicias don Antonio Merino, acompañados de los guerrilleros que les seguían lealmente y que mantenían convulsionada aquella zona, no se hizo esperar y apenas se conoció el avance de Freire echaron a correr cada noticia que ponía en aprietos a los realistas y bañaban en dulces esperanzas a los patriotas. No fue la menor de ellas aquella que hacía suponer el avance de la vanguardia del Ejército de Los Andes por aquellos pasos y mandaba nada menos que por don Bernardo O'Higgins, cuyo solo nombre equivalía para los chilenos a todo un ejército. Es así como Freire pasa el Planchón, a 3.000 metros de altura, siguió por la quebrada del río Teno y al bajar a las montañosas serranías, se le reunieron numerosas guerrillas, se le presentó el Mayor de la Patria Vieja don José Manuel Borgoño, que pasó a ser su más eficaz auxiliar y consejero, y más que todo, aumentó sus fuerzas la reserva moral que aportaba el dolor causado por los crímenes cometidos en Curicó en las personas de don Francisco Villota y sus compañeros de guerrilla, ejecutados días antes al ser sorprendidos en sus generosas actividades. Todos los habitantes se levantaron, de cordillera a mar. Un destacamento realista apostado en la hacienda Cumpeo fue destrozado por las avanzadas de Freire, mandadas por él mismo. Las noticias llevadas por los que lograron escapar de los sables patriotas, acerca de la calidad de las tropas de invasión, veteranos perfectamente uniformados y reglados para combatir, dio mayor viso de realidad a la creencia de que por allí avanzaba el grueso del Ejército, confirmando las noticias obtenidas entre los indios pehuenches por los emisarios del Padre Martínez. Esto reafirmó el plan de Marcó de reunir todas sus fuerzas en la capital y así lo dispuso de inmediato, ordenando al Comandante Morgado la concentración de sus fuerzas al lado del gobierno central. El día 7 habían llegado a Curicó las nuevas relativas al valle de Aconcagua y, naturalmente, llegaron también a conocimiento de Freire. Esto era lo que él esperaba emboscado en la serranía, para actuar ya conforme a su espíritu y a su fama.
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En efecto, el día 8 lanza sus partidas a cortar las comunicaciones entre los distintos destacamentos realistas que trataban de reunirse, algunos fueron batidos, otro obligados a retroceder hacia Concepción. Las ciudades fueron abandonadas por las autoridades españolas y acto continuo reemplazadas por patriotas. Curicó y Talca deponen el día 11 a los subdelegados y el día 12, don Manuel Rodríguez ocupó a San Fernando y asumió el gobierno del distrito, de este modo, antes de Chacabuco, el centro de Chile era libre. Lo importante, ahora, era reducir al Ejército enemigo, vivo y latente en la zona de la capital. Esta era la tarea reservada al Capitán General de los Andes. La batalla de Chacabuco Dejamos anteriormente a San Martín reuniendo y alistando sus huestes en Curimón y a Maroto, nombrado a última hora para comandar las fuerzas que se opondrían a la invasión, llegando a las Casas de Chacabuco. El Jefe patriota ocupó los días 10 y 11 en los reconocimientos, en cuya ejecución tomó parte él mismo, para mejor persuadirse de la calidad del terreno y de los propósitos del enemigo. El día 11 regresaba de Santiago el incomparable Justo Estay con noticias de primera mano: la sublevación de los pueblos del sur, la aparición de Freire, las correrías de Manuel Rodríguez, el abandono de aquella zona por las tropas realistas, la alarma en Santiago, la marcha de las tropas de Santiago hacia la Cuesta, la salida de Maroto que él había presenciado, el número de las fuerzas realistas que habían cruzado el puente del Mapocho en la Cañadilla y la reunión de las fuerzas que acudían desde el sur, cuyo total en conjunto el apreciaba en unos 3.000 hombres, incluyendo los que marchaban ya al encuentro del Ejercito de los Andes. Estos informes de valor inapreciable, modificaron el pensamiento de San Martín. Ya no cabía esperar más y aun cuando no había llegado todavía su artillería de batalla, se decidió a obrar con la presteza que las circunstancias requerían, en lo que demostró nuevamente su magnífico equilibrio de conductor. Reunido con los jefes principales trazó su plan y sin dar mayor tiempo a Marcó del Pont para la concentración de fuerzas más considerables, en la noche del 11 resolvió operar a la madrugada siguiente. De acuerdo con los procedimientos más acertados de la conducción optó por el envolvimiento, esto es, por un ataque de
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frente con fuerza débiles y un ataque sobre el flanco y retaguardia con la masa del Ejército.
Para el ataque de frente, cuya misión es amarrar y fijar al enemigo, dando tiempo y espacio al envolvimiento, designó al Brigadier O'Higgins al mando de los Batallones 7 y 8, los escuadrones 1º, 2º y 3º de Granaderos a Caballo y dos piezas de artillería y del envolvimiento encargó al Brigadier Soler con el Nº1 de Cazadores de los Andes, las Compañías de Granaderos y Cazadores de los Batallones 7 y 8, el Batallón Nº11, 7 piezas de artillería, la Escolta del General en Jefe y el 4º Escuadrón de Granaderos a Caballo. Con alguna diferencia de tiempo saldrían las columnas, para cuya organización y marcha dictó instrucciones bien precisas, que equivalen a las órdenes que se dan hoy día; y agregaba al final: "Las circunstancias y el terreno decidirán el resto". Como dice muy acertadamente el señor Barros Arana, "estas instrucciones se limitaban sólo, como es fácil de comprender, al ataque de las guerrillas o avanzadas realistas que se esperaba hallar en las alturas de las serranías".
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Ocurrió en la realidad que el ataque a las guerrillas, que se retiraron apresuradamente sobre sus tropas principales, condujo necesariamente al empeño a fondo de la acción, sin dar lugar a que el ataque de frente, que debió ser dilatorio, proporcionara tiempo y el espacio al envolvimiento. Es así como del combate frontal que fue a chocar con la masa enemiga, resultó la batalla general, de cuyo suceso dependía la independencia de Argentina y de Chile y luego, la de otras secciones americanas. No seremos nosotros quienes trataremos, con argumentos especiosos y con injusticia notoria, de quitar gloria a unos para recargar la de los otros. Aquí todos fueron valientes, todos igualmente empeñados en lograr el triunfo, todos estaban convencidos de que de este primer empeño dependía la suerte del Ejército. Separado éste de sus bases por altísima montaña, un revés habría sido su ruina. Si difícil era la ascensión desde el lado argentino, mucho, muchísimo más lo sería para un ejército derrotado desde el lado nuestro. El que haya leído el trabajo "Por la ruta de San Martín", hecho por el Mayor don Pedro Charpin, brillante Jefe que alcanzó más tarde el generalato y las más altas distinciones profesionales, autor de varios textos de topografía, estará con él, que recorrió estos terrenos, viajando cómodamente, y siguió la ruta de San Martín en 1817, en ocasión del centenario de Chacabuco. Lo que dice Charpin Dice el Mayor Charpin, al referirse al trayecto de recorrido desde Mendoza, después de haber detallado anteriormente cada una de las etapas de aquella empresa grandiosa: "Hay que recorrer ese sendero que, cual montaña rusa, asciende y desciende la sierra del Paramillo, cordillerano como la del Tigre, la del Espinacito, paso de las Yaretas. Cordones como los del Portillo y del Cuzco, cuestas como las de los Maitenes y del Traihuen, que durante jornadas y jornadas atraviesan desiertos, que no tienen recursos de ninguna especie, fuera del agua que abunda en la cordillera, y de la leña que falta a veces. Se refiere luego a la calidad del suelo, ora pedregoso, que desgasta las mejores herraduras, ora blando, que demanda doble esfuerzo al infante y al ganado; al efecto de la puna, a la estrechez de los senderos, "que no permite el cruzamiento de jinetes, ni la instalación de vivaques, que obliga a marchar elemento tras elemento, individuo, tras individuo, aislados, mudos, siempre atentos al camino y atacados de firme por el sol canicular de Enero y por el viento cortante de la altura".
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Cuando este inmortal Ejército de los Andes, cuya gloria nadie podrá disputar a San Martín, sin que tampoco nadie discuta el mérito y esfuerzo de sus colaboradores, que también es mérito de San Martín por haberlos sabido escoger entre cientos de oficiales que se le ofrecían a él y al Gobierno de Buenos Aires, europeos y americanos, cuando este hermoso Ejército que traía 4.000 hombres y 11.000 animales, hubo dejado a su espalda trabajos y sudores como los que fueron precisos para salvar con regularidad matemática la cordillera más alta y desamparada que ha pasado ejército alguno desde que el mundo es mundo, tal ejército no podía defraudar las esperanzas de millones de americanos que cifraban en él la suma de todas sus esperanzas. Allí lucharon todos para uno y uno para todos. Esos clamores, que eran la fuerza interior que los animaba, concentrados en leal adhesión a su Jefe indiscutido y al servicio de una causa tan alta, esos clamores y la fe en la libertad que traían a este suelo desde la fortaleza de Mendoza, fueron artífices del triunfo. San Martín, O'Higgins y Soler fueron los personeros de esas múltiples voluntades y de esas esperanzas y el resultado no podía ser otro que la victoria. Empequeñecer este éxito con sofismas y pequeñas pasiones, no conduce a nada, ni nada se conseguiría para borrar del corazón agradecido de millones de americanos la gratitud que ellos guardan para sus salvadores, principalmente para el caudillo de la idea, cuya estatua en las capitales de las repúblicas que él libertó descansa sobre bases sólidas e inconmovibles. Imitaríamos a quienes han querido despojar de la gloria de Pichincha al Comandante Olazábal y la de Junin Manuel Isidoro Suárez y no lo haremos. El carácter de estas crónicas, destinadas a los lectores cultos que conocen ya los detalles de la acción nos evita entrar a considerarlos. Ello fue que iniciado el contacto con las avanzadas de Marqueli, —unos 200 hombres— el movimiento patriota fue tan rápido que aquellos abandonaron sus posiciones, por más que su misión era resistir hasta perder la mitad de la gente, sin que el grueso, que estaba en las casas de Chacabuco, alcanzara a acudir en su socorro y a disputar esas importantes posiciones. Despejado el camino, O'Higgins sigue en persecución de los fugitivos, atraviesa la serranía y pronto choca con la línea principal de defensa realista.
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La acción del Jefe Español Entre tanto, el Jefe español Brigadier Maroto, había estado reuniendo sus fuerzas y cuando el día 12, después de efectuar unos reconocimientos se disponía para marchar sobre la Cuesta recibió el primer parte de Marqueli que anunciaba el avance enemigo. Ratificó la orden de defender el paso y envió al Coronel Quintanilla, en su refuerzo. Cuando apenas habían marchado media legua las tropas que conducía él personalmente, hacia la Cuesta, empezó a oír los ruidos del fuego. Era que O'Higgins había bajado rápidamente por los faldeos de la cuesta y pisaba los talones de Marqueli. Maroto apenas tuvo tiempo para extender su línea apoyando su izquierda en los cerros y su derecha en un barranco, lo que le daba cierta solidez a su defensa; ya que no era posible envolverla. Al otro lado del barranco colocó alguna infantería que fusilaría impunemente a los atacantes desde el flanco. O'Higgins fraccionó su columna para el ataque de frente. Eran las 10 de la mañana y el calor arreciaba por momentos. Todos deseaban el fin y sobre todo O'Higgins que desde los días de Rancagua tenía algunas cuentas que cobrar, como lo expresó más tarde, en 1830, cuando supo que se reprochaba su empeño a fondo en Chacabuco. Convenido el plan con sus brillantes segundos, los Comandantes Cramer, Conde y Zapiola, se lanzan al ataque, él a la cabeza de la infantería y Zapiola cargando con sus temibles Granaderos. La caballería impedida por el terreno, no pudo llegar al flanco. La infantería, insuficiente para romper la línea realista y detenida, a su vez, por un barranco, y por la resuelta oposición enemiga, se vio en la necesidad de reorganizarse. San Martín que presenciaba esta acción urgió una y otra vez a Soler para que apresurara su avance; pero, ya sabemos que su camino de avance era mucho más largo y difícil. El propio General en Jefe avanzó hacia O'Higgins y dispuso el nuevo ataque, O'Higgins envía a la caballería a atacar el otro flanco, y él se precipitó nuevamente al ataque, que esta vez, sí, rompe la línea en la parte que ocupa el
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Batallón Chiloé. Los Talaveras son arrasados por los Granaderos a Caballo y pierden su estandarte después de porfiada lucha. Zapiola, Melián y Medina se cubren de gloria. En estos momentos aparecen en las alturas de los cerros en que el enemigo apoyaba su ala izquierda los Cazadores de los Andes del Comandante Alvarado y sus primeras compañías mandadas por los Capitanes don Lucio Salvadores, y el Teniente Pedro Zorrilla dispersan a los valdivianos y Carabineros de Abascal. Allí cayó el valiente Mayor Marqueli, como en el centro de la línea española había sucumbido el Coronel Elorreaga. Con esta oportuna intervención de Soler se desvanecían todas las esperanzas de los realistas que todavía confiaban en la llegada de refuerzos. Como una avalancha se descolgaron desde las alturas los infantes y Granaderos y Escolta, acá chillando y sableando despiadadamente. La mortandad es horrible. El Comandante don Mariano Necochea se destaca en la persecución que se prolonga hasta el portezuelo de Colina. La victoria A las 2 de la tarde, todo estaba hecho. Dos Oficiales patriotas habían pagado con sus vidas este servicio a la América: los capitanes Manuel Hidalgo, de Granaderos a Caballo y don Juan de Dios González, del Batallón Nº8. En su memoria los Castillos del Fuerte de Santa Lucía, ostentan hoy sus nombres. En la misma tarde del 12, llegaron a Santiago los pocos que escaparon de la acción, en los mismos momentos en que llegaban del sur el Batallón Chillán y los Húsares de Morgado. Nadie acertaba a tomar providencia alguna. Al caer la noche se ordenó a Morgado partir hacia la Cuesta, pero, el temor se había apoderado hasta de los soldados y al pasar el puente de la Cañadilla, todos se dispersaron. Algunos huyeron a Valparaíso, y unos pocos, en la Cuesta de Prado, abandonaron la artillería y toda impedimenta, para cortar cada uno por su lado, después de saquear el tesoro que quiso salvar el Presidente Marcó. Se ha dicho que si se hubiese enviado hacia Valparaíso un destacamento de unos mil hombres para cortar toda retirada, no habría habido necesidad de la campaña del sur, ni de Cancha Rayada, ni de Maipo, y nosotros diremos que este es un profundo error. Las fuerzas de Concepción quedaron intactas, los pocos que escaparon de Chacabuco no pudieron organizarse en ninguna parte y su refuerzo a los del sur no implicó aumento alguno, sino mucho después, cuando fueron
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devueltos del Perú. De todos modos debía seguir, después de Chacabuco, la campaña sobre Concepción, como más tarde, la de Chiloé. Consecuencias La victoria de Chacabuco fue un golpe de muerte para la monarquía española y así lo manifestaron las notas del Virrey de la Pezuela que ordenó al General La Serna abandonar las provincias del Norte de la Argentina y de replegarse al Alto Perú, con lo que se detuvo su marcha sobre Buenos Aires y desde ese día el Virrey empezó a ocuparse de la defensa de las costas del Perú. El triunfo de Maipo, un año más tarde permitiría a Bolívar volver a la conquista de Colombia y vendrían Boyacá (1819), Pichincha (1822), Río Bamba, Junín y Ayacucho (1824), como consecuencia de Maipo (1818) y de la Expedición al Perú (1820). De un sólo golpe Chile fue libre y la Argentina dejó de temer la invasión desde el occidente y su territorio quedó libre de enemigos, a excepción de la Audiencia de Charcas y de la Banda Oriental. Hemos dicho que Chile quedó libre, aunque ello no es completamente exacto, diremos, con más propiedad, que Chile tuvo desde esa fecha gobiernos propios sin interrupción hasta nuestros días. Si todavía quedaba enemigo en casa, ello sería tarea y motivo de nuevos esfuerzos, difíciles, pero certeros. El pueblo había adquirido conciencia de la libertad, había escuchado el llamado del suelo, esa voz que nos llega de tan hondo y capaz de levantar hasta a los muertos. Ya no se dejaría arrebatar su libertad. Proclamación de la Independencia ¿Que faltaba la proclamación de la independencia? Ni falta que hacía. Sin embargo, todos los pueblos americanos creyeron necesaria tal fórmula y se empeñaron en el reconocimiento que de esta resolución hicieran las demás potencias. Chile también la hizo el 12 de Febrero de 1818, el día del primer aniversario de Chacabuco, aun cuando el enemigo avanzaba de nuevo hacia la capital, como en los días de la Patria Vieja. En las mismas condiciones obraron las demás Repúblicas, incluso los Estados Unidos del Norte. Aún quedaban los días de luto y zozobras de cancha Rayada, faltaba todavía el sol de Maipo, en cuyo día se consumaría la obra con el abrazo de los héroes, que sería el símbolo vivo de la hermandad de las revoluciones argentina y chilena. Todo esto estaba en camino;
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pero, desde Chacabuco, Chile se había emancipado de toda tutela. O'Higgins y sus Ministros iniciaron la serie de gobernantes chilenos que, anticipándose en mucho a las ocurrencias de otros pueblos, fundaron los sólidos cimientos de nuestra organización republicana. Y esto es lo importante: el día 12 de Febrero de 1817, Chile se emancipó de extraña sujeción. No tendrían mayor objeto estos recuerdos que el de la mera información, si nos redujéramos a resumir las apreciaciones de historiadores nacionales y extranjeros y al examen de los documentos. Creemos que lo fundamental es deducir de los hechos las enseñanzas que de ellos de desprenden, fundadas en que lo inteligente es aprovechar la experiencia hecha por otros y en otros tiempos a trueque de sufrirla en carne propia. En tal predicamento, y a la vista de la inmensa obra realizada por San Martín con conocimiento, perseverancia y carácter inigualables, se mira en primer lugar, lo que pueden éstas y otras virtudes, aún en las condiciones más desmedradas, cuando se las pone al servicio de una alta causa cuando los hombres deponen y sacrifican sus pequeñas pasiones en servicio de la Patria, cuya grandeza y prosperidad debe ser la primera máxima de todo hombre capaz, de discernimiento, tanto más, de los gobernantes, primeros responsables de la felicidad y desgracia de sus pueblos. A la inversa, y, por contraste doloroso, mirando las calamidades de la Patria Vieja, apena ver malogrados tantos esfuerzos que, bien orientados, pudieron ser la fortuna, de Chile, lo que nos lleva a conclusiones opuestas a las anteriores, esto es, a los males que acarrean la falta de consejo, la sobra de ambiciones y las divergencias hogareñas que han sido, son y serán siempre la maldición de las naciones. San Martín y O'Higgins Transcurridos hoy 126 años desde aquel grandioso despertar de un pueblo que tantas muestras había de dar en el curso de sus días, de fraternidad americana, así como de altivo patriotismo, no queda sino rendir a los prohombres de nuestra libertad el recuerdo generoso y agradecido que merecieron al traernos el más precioso presente, el de la libertad, renunciando sus aspiraciones a una vida tranquila, sin honores y bienestar que les ofrecía la sumisión o la indiferencia. San Martín, que había alcanzado un alto grado en las filas españolas, hijo de un Coronel español, educado en el Seminario de Nobles de Madrid, que había servido con gloria en las campañas de África, Portugal y en la península y tomado parte en numerosas acciones, incluso en Bailen, estaba llamado a la más alta
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jerarquía, títulos y honores y, sin embargo, lo vemos abandonando todo por servir a su Patria. O'Higgins, a su vez, el hacendado más rico y progresista de Chile, que poseía también la educación más refinada, recibida en Europa, hijo de Capitán General y de Virrey, queda arruinado por servir a los insurgentes; sin sus edificantes virtudes, le habríamos visto disfrutar del lado realista de situaciones prominentes en conformidad a sus méritos. Pero, estos hombres, inspirados en la idea de independizar a sus Patrias, ellos que habían podido gozar de las dulzuras de las ideas liberales que afloraban en Europa, supieron sacrificar holgura, vanidades y pequeñas satisfacciones por amor a su suelo, por amor a sus pueblos, por amor a la América. ¡Hombres de otra época! En Grecia habrían sido semidioses, en Roma Cónsules y Emperadores; en sus patrias fueron proscritos y escarnecidos. "EL 12 DE FEBRERO TRIUNFARÉ EN LOS ANDES Y EL 14 ENTRARÉ MI EJÉRCITO A LA CAPITAL" La profecía del genio está cumplida. San Martín había dicho: "El 12 de Febrero triunfaré en los Andes; el 14 entrará mi ejército, triunfante a la capital". En efecto, el 12 tronó el cañón en Chacabuco: la Patria es libre. ¡Honor a San Martín! La ciudad se engalana, el pueblo se asoma a la Cañadilla, se echan a vuelo las campanas: lloran las madres de alborozo, lloran los patriotas de felicidad. El Ejército Libertador desfila por las calles de Santiago el 14 de Febrero de 1817. ¡Honor a San Martín! Las tropas se dirigen a los cuarteles que habían ocupado las fuerzas realistas después de Rancagua; San Martín y O’Higgins, al Palacio del Conde de la Conquista. Luego, los oficiales y tropas son festejados en los salones santiaguinos; chilenos y argentinos circulan abrazados por las calles, vitoreados sin cesar por la sociedad y el pueblo. Santiago, que vivía los días más grandes de su existencia, vio muchas veces a los próceres que, después de las horas de trabajo, salían a pasear por las calles tomados del brazo, o por los alrededores, montados a caballos, sin escolta alguna.
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San Martín rechazó el Mando Supremo Dos veces le fue ofrecido a San Martín el mando supremo de la nación y las dos veces lo rechazó. Procedía de acuerdo con las instrucciones del Gobierno de Buenos Aires, por más que éstas le concedían la más absoluta libertad de acción. En cambio, señala a O'Higgins para este cargo "tanto por el prestigio conquistado en las guerras de la Patria Vieja, como por el que le granjeaba su heroísmo en la jornada de Chacabuco". Conocida la negativa del héroe, el Cabildo del 16 de Febrero se persuadió de la inutilidad de su insistencia y se pronunció uniformemente por O'Higgins. Notificado éste de su proclamación, concurrió a la sala capitular del Cabildo y después de prestar el juramento de estilo, quiso referirse a su amigo San Martín y dijo en su proclama del día siguiente: "Vosotros quisisteis manifestarla depositando nuestra dirección en el héroe. ¡Oh! si las circunstancias que le impedían aceptar hubiesen podido conciliarse con vuestros deseos, yo me atrevería a jurar la felicidad permanente de Chile. Pero me cubro de rubor cuando habéis solicitado mi debilidad a la mano firme que os ha salvado. Después de pedir al pueblo la cooperación que precisaba, nombró a sus secretarios de Estado, don Miguel José de Zañartu Santa María (1786-1851) y don José Ignacio Zenteno del Pozo (1786-1847) y se dio a la tarea de construir a la Patria republicana. Infinidad de quehaceres entrabarían su febril actividad, solicitada por los más grandes y esforzados proyectos. Debió dejar el mando supremo para dirigir personalmente la campaña del sur, llevando ya en la mente la formación de la Escuadra que iría al Perú. Con este mismo pensamiento, San Martín monta en su mula de guerra, pasa de nuevo la cordillera y vuelve a Buenos Aires a gestionar el concurso de aquellas provincias para la gran expedición americana.
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El ejército unido Chileno-Argentino Parte del Ejército se bate en Talcahuano, se forman unidades chilenas; San Martín, ya de regreso, disciplina y adiestra en el campamento de las Tablas al Ejército Unido Chileno-Argentino. Todo es actividad y desprendimiento generoso. Secundan a San Martín don Antonio González Balcarce, Alvarado y Quintana. Las Heras, los dos Necochea, los dos Escalada, Zapiola, Arcos, Martínez, Torres, Melián, Medina, Conde, Ramallo, de la Plaza, Cramer, Correa, Díaz y entre los más jóvenes, Ramírez de Arellano, Lucio Mansilla, Salvadores, Dehesa, Zorrilla, Manuel Isidoro Suárez, el héroe de Junan, Félix Olazábal, héroe de Pichincha; Brandsen que se distingue en la batalla de Zepita, y Lavalle, el vencedor de Río Bamba. Con estos hombres en los Cuerpos de los Andes, el veterano del África, de Bailen, de Albufera, de Argonilla y de San Lorenzo, hace prodigios y los seguiría haciendo en la historia. En los Cuerpos chilenos actúan, con cien otros, O'Higgins, el glorioso Mariscal don Andrés del Alcázar, que había sido jefe de los Auxiliares chilenos que en 1811 habían pasado a Buenos Aires a sostener la revolución hermana; los coroneles López Alcázar, Freire, Calderón y de la Cruz; los tenientes coroneles Bueras, Rivera, Merino, Arriagada y Cáceres; los mayores José Manuel Borgoño, Ramón Boedo, Guerrero; los capitanes José Cienfuegos, Molina, Videla, Domingo Urrutia, de la Cruz, Tenorio, Flores; los tenientes Correa de Saa y Manuel Bulnes Prieto. Al lado de ellos algunos oficiales extranjeros, como Brayer, Bacler d'Albe, Beauchef, O'Brien, Rondizzoni y Tupper. Muchos de los nombrados participarían con gloria señalada en la campaña del sur, en Cancha Rayada (1818), en Maipo (1818), en las Campañas del Perú, esto es, en las más notables y trascendentales batallas americanas; primero a las órdenes de San Martín y más tarde con Bolívar y Sucre, San Martín, O'Higgins, Freire, González Balcarce, de la Quintana, Cruz y Las Heras, serían jefes de Estado; varios de sus subalternos alcanzarían la más alta jerarquía militar: fueron mariscales, generales y almirantes. Del solo Cuerpo de Granaderos a Caballo salieron 15 generales y 60 coroneles. Hubo argentinos que por sus servicios figuran tanto en la Historia de Chile como en la de su Patria: San Martín, Las Heras, Necochea, Balcarce, Torres, Pereira, Blanco Encalada y otros. Las Heras y Eugenio Necochea, pasada la gesta de la independencia, se radican en Chile y figuran con brillo como Ministros de Corte, intendentes de provincia, diputados al Congreso, Comandantes generales de Armas y llegan ambos al alto cargo de Inspectores Generales del Ejército de
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Chile. Se identifican así con esta patria de sus afectos, en la que formaron su hogar y participan de este modo en la gestación y en el afianzamiento de la República. Sabemos que San Martín también quiso establecerse en nuestro territorio y que el Presidente Bulnes lo invitó a hacerlo. Deberes impuestos por la amistad le retuvieron en Europa y más tarde sus dolencias y la muerte de su entrañable amigo O'Higgins le hicieron postergar cada vez más esta idea que le acercaba tanto a su querida Mendoza, ese último refugio con que soñaba su espíritu ya desengañado de la justicia de los hombres. Los héroes chilenos En cuanto a los héroes chilenos, muchos Directores Supremos de la República se formaron en las filas legendarias de la Independencia: el Brigadier don Bernardo O'Higgins Riquelme, el General don Luis de la Cruz Goyeneche, General don Ramón Freire Serrano, General Almirante don Manuel Blanco Encalada, General don Francisco Antonio Pinto Díaz, General don Joaquín Prieto Vial y el General don Manuel Bulnes Prieto, como antes habían presidido al Reino que se trataba de independizar el Brigadier don Mateo de Toro y Zambrano, el Brigadier don Juan Martínez de Rozas, el General don José Miguel Carrera Verdugo, el Coronel don Pedro José Prado Jaraquemada, el Coronel don Juan José Carrera Verdugo y el Coronel don Francisco de la Lastra y de la Sotta. Un crecido número de subalternos de los anteriores jefes y caudillos figuran con honor en cuanto empeño les confía la República y alcanzan, como los anteriores, las más altas graduaciones en premio de sus servicios. Llegan a generales: Luis de la Cruz, Francisco Calderón, Juan de Dios Rivera, José Manuel Borgoño, José María Novoa, José María Benavente, José Santiago Aldunate, Enrique Campino, Fernando Baquedano, Benjamín Viel, José Ignacio García, Manuel Riquelme y José Rondizzoni. De los cuadros famosos que formó San Martín en Buenos Aires, en el Plumerillo, en Las Tablas y en el Perú figuran con gloria y honor en las campañas de Chile, Perú y Ecuador: Arenales, Alvarado, Brandzen, Bogado, Tomás y Rufino Guido, Pedro Conde, Mariano y Eugenio Necochea, Dehesa, que llega a General y muere en Chile, Cirilo Correa, Manuel Lavalle, Félix y Manuel Olazábal, Manuel Isidro Suárez, Juan Pascual Pringles, José de Olavarría, Juan Esteban Pedernera, Juan Isidro Quesada, Niceto Vega, Francisco de Parda Otero, José María Plaza, Eustaquio Frías, Francisco Aldao, Eustaquio Medina, Manuel José Soler, Anugel
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Salvadores, Rufino Martínez, Ángel Irazoqui, A. Morecino, Juan P. Luna, José Litardo, Paulina Rojas, Francisco Aguilar, José Barrenechea, Paulo Palma, Cecilio Lucero, F. Méndez, Gregorio Fernández y Segundo Roca, quienes, al modo del héroe de Ossian, parecen decir al maestro con sus proezas: "Te seguimos en la huella de la fama, imitamos tu ejemplo, ya que no podemos igualar tus hazañas". Justicia a los próceres Pasan los años. Se extinguen en América los ruidos del cañón libertador, los héroes se retiran de la escena. Varia es la suerte de ellos, pero en todos es común la desgracia. Del olvido que cae sobre sus frentes venerables, sobre sus corazones doloridos, los arranca la gratitud chilena. Justicia tardía, pero justicia, al fin. Chile es el primer país americano que levanta una estatua a su libertador. El 5 de Abril de 1863, en ceremonias cívicas imponentes, inaugura el pueblo de Santiago el bronce que merecía su gloria. Siguieron el ejemplo Buenos Aires y después otros pueblos, hasta la ciudad de Boulogne, en la que murió el prócer americano, después de 25 años de ausencia de su patria. En esta oportunidad la República Argentina envió allá tres de sus más hermosas naves de guerra, el Sarmiento, el Rosario y el Paraná, acompañados del transporte Pampa, en que iban dos brillantes escuadrones de Granaderos a Caballo. El reconocimiento al Padre de la Patria, don Bernardo O'Higgins, tardó algo más. Mediaban circunstancias políticas que no incidían en el caso de San Martín. En 1842, el Presidente Bulnes, portaestandarte de Cazadores, Alférez de la Escolta Directorial en los días de Talcahuano, General de la República y Mariscal del Perú, comprensivo de la gloria de los Padres de la Patria, que languidecían lejos de su suelo, hizo reconocer a O'Higgins sus títulos y emolumentos, del propio modo que a San Martín, a Cochrane y a Freire. Sin embargo, O'Higgins muere en el extranjero sin alcanzar a conocer la noticia de esta reparación. Sólo 30 años después de su muerte y nueve después de haber cumplido con San Martín, el
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pueblo de Chile le levanta el monumento a que "Se había hecho acreedor desde los años de la Patria Vieja. No se podría decir que en cuanto a reconocimiento de los grandes servicios hayamos progresado. Los sobrevivientes de cada una de las gloriosas empresas de nuestras armas han conocido la miseria la indiferencia y el olvido. Como fugaces destellos en la obscura noche de nuestro egoísmo hemos visto revivir de cuando en cuando el recuerdo de estos héroes. Cientos de ellos han sufrido esta segunda muerte tan chilena, —mil veces más dolorosa que la que les sonrió en los campos de batalla—, la de la ingratitud. Ni un alejado callejón lleva sus nombres y en cambio, cuántas calles y plazas ostentan título perfectamente desconocidos en nuestra historia y tradiciones nacionales. Pero, no importa: el pueblo de Chile conoce a sus bienhechores; por intuición los adivina, sus hijos pronuncian sus nombres y veneran sus tumbas. No los engañan las importaciones de ayer. Pueden reposar en paz sus cenizas; por lo menos en los días en que son precisos los altos ejemplos, afluyen sus hechos a todas las mentes, y sus nombres, a todos los labios. Los más grandes ingenios de la raza han cantado sus hazañas, los más destacados pensadores y estadistas han reconocido la magnitud de sus creaciones; las nuevas edades saludan cada día con mayor justicia y conocimiento a los campeones de la gesta americana. Este es el honor que se rinde a los héroes, así como el precio de su gloria fue el dolor y el escarnio, o mil veces peor: el olvido. San Martín liberó a Sudamérica Para hacer justicia verdadera es menester formularse una interrogación: ¿Cuál habría sido la suerte de Chile reconquistado en 1814, después que sus caudillos abandonaron el suelo patrio divididos en bandos irreconciliables? Sabemos que las Provincias Unidas eran entonces el último baluarte de la libertad; todo el resto de la América había vuelto a la antigua dominación. El régimen de autoridad establecido en España a la vuelta de Fernando VII. Apoyado en la Santa Alianza, anulaba por completo toda posibilidad de restauración liberal. Las tropas españolas que ahora quedaban disponibles después de la epopeya napoleónica, empezaban a llegar a América para afirmar la reconquista. En el nuevo continente, la mayor parte de los patriotas que antes habían alimentado la esperanza de la independencia, temiendo los rigores y per-
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secuciones de los nuevos, o más bien de los antiguos gobernantes, se sometían al reciente estado de cosas con resignación nada alentadora. Ahora bien, si las tropas chilenas, salvadas de la catástrofe de Rancagua habían sido incorporadas al Ejército de Tucumán y al de Buenos Aires; si los antiguos jefes, odiándose a muerte. (Carrera - Mackenna) sin recursos y en tierra extranjera, no eran una promesa de unión para un nuevo esfuerzo, no quedaba esperanza alguna de salvación para Chile. La perdición de las Provincias Unidas estaba decretada, no podían resistir mucho tiempo los ataques concéntricos que le serían dirigidos desde Montevideo, Alto Perú v Chile y no faltaba sino colocar el epitafio sobre la gran tumba, de la libertad en que se había convertido el mundo de Colón: ¡Post lux, tenebras! Pero allí estaba San Martín, sin más armas que una idea, pero, una idea genial. Fue él el único que, convencido de su verdad y penetrado de una fe apostólica, luchó hasta imponerla cuando parecía imposible realizarla, por causa de los apremios exteriores e internos que amenazaban a las Provincias del Plata. Sufrió impasible, quebrantos y desdenes; rogó, conspiró, amenazó, se valió de todos los expedientes imaginables hasta conseguir que el Director Supremo hiciera suya la idea, hasta que ésta se hizo carne en el ánimo de todo argentino. Esta lucha sorda, oscura, sin gloria, es la más grande de sus glorias. Ella fue la base de todo lo demás. La luz de la antorcha que amenazaba extinguirse, brilló entonces con todo su magnífico fulgor. Cuyo, el Plumerillo, Los Andes, Chacabuco, Maipo, la escuadra, Lima y Pichincha; la libertad siguiendo la ruta de San Martín y abriendo las puertas al libertador del Norte ¡Gloria eterna de San Martín! Su incomparable leyenda está escrita en Los Andes. Nada ni nadie podrá borrarla. Los que conocen el carácter de esta montaña pueden imaginarse lo que significa haberla cruzado, como él, ocho veces consecutivas. Hoy que se viaja con toda clase de comodidades, no se puede concebir el esfuerzo y voluntad que fueron precisos para tales proezas. El temple de su alma asombra, nada le arredró jamás, ni las más grandes dificultades y peligros. O'Higgins, su amigo de Mendoza, de Chile y de siempre, le conoció bien y sus espíritus generosos se unieron indisolublemente hasta la muerte. Esa amistad, tan real como efectiva, ha pasado a ser un símbolo, el de la unidad argentino-chilena. Sometida a duras pruebas desde el día en que se aliaron por tratados solemnes cuando apenas conquistaban su independencia, las vinculaciones de ambos pueblos se han afirmado con la sinceridad de sus conatos
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y han resistido tormentas desatadas. Sus hombres y mujeres más prominentes, aquellos que tuvieron la virtud de ver en la oscuridad de las pasiones, enmendaron siempre los rumbos que parecían llevarnos a un divorcio. El espíritu de los Auxiliares de Chile y de los Auxiliares de Buenos Aires, haciendo guardia al de los Padres de la Patria, San Martín y O'Higgins, siguen velando por sus pueblos e inspirando: es la cordial y promisora comunidad de sus destinos. ¡Gloria a los Héroes de nuestra emancipación! ¡Honor eterno a O’Higgins y San Martín! Volver al índice