Revista At Comix

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E s c r i t o r e s

Stan the man

Stan-Lee

N

i siquiera recuerdo a qué edad supe de la existencia de Stan Lee. Probablemente haya sido en algún momento de mi infancia, alrededor de los diez años, cuando la serie animada de Spider-Man se transmitía en Canal Cinco y él apareció como invitado en uno de los capítulos. O tal vez fue antes, cuando tenía unos seis años y su nombre quizá apareció en alguno de los cómics de X-Men y Spider-Man que compraba en el mercado cerca de mi casa —revistuchas delgadísimas de páginas de papel revolución y portadas de un couché de gramaje casi inexistente—. La cosa es que fue hace tanto tiempo que no tengo recuerdo de haber cobrado conciencia de su existencia, como si siempre hubiera estado ahí. Stan Lee no era una persona: era un constructo, responsable de parte del entretenimiento que colonizó mi niñez. Aunque Stan Lee sí era una persona. Un sujeto de 95 años que murió hace unas horas y cuya imagen es casi sinónimo de Marvel Comics, una de las propiedades más poderosas y valiosas de Disney, además de casa de los Vengadores, el equipo de superhéroes más taquillero de la historia del cine. Stan Lee era una leyenda, pues, o eso es lo que Marvel ha querido hacernos pensar desde hace varias décadas. La verdad, por supuesto, es una cosa mucho más rugosa y mucho menos aburrida que la idea de una “leyenda”, de un hombre que gracias a su genio individual logró catapultar a unos dibujos de hombres en mallas brincando entre edificios hasta la cima de la recaudación taquillera hollywoodense.

Stan Lee era una leyenda, pues, o eso es lo que Marvel ha querido hacernos pensar desde hace varias décadas.

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