Caperucita roja

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Érase una vez una caperucita. Y érase una vez un lobo. Ella era rubia, llevaba trencitas y un vestido rojo. Tenía los ojos azules, y pecas alrededor de la nariz. Y él llevaba una camisa de cuadros y un pantalón roto. Sus ojos eran negros, y daban miedo. Tenía el pelo alborotado y llevaba barba. Todo ello de un marrón rojizo. Los dos bailaban a la vez, pero no con los mismos pasos. Los de ella eran suaves, melodiosos. Flotaba en una atmósfera de luces, colores y pintura fluorescente. Mientras, él, daba saltos fuertes, rudos. Pisaba con firmeza en el suelo, a la vez que movía el resto de su cuerpo, sin nada de cuidado, derribando la bebida que sujetaba su mano izquierda.

Todos conocemos el cuento de Caperucita Roja. Pero no está mal contarle otra vez. María y Lola estaban en la barra de la discoteca, brindando por las buenas noticias, por los buenos deseos y la buena vida. Un silbido sonó en el teléfono de Lola. -María, ¿puedes ir al baño? Me ha mandado Zaida un whatsapp, está vomitando Grache. Llévala este paquete de kleenex, anda. -Jobar tía, si lo llego a saber no la traigo. Parece mi abuela, todo el rato cuidándola. Si estaba mala, que se hubiera quedado en casa. Y además, ¿por qué no vas tú? -María, por algo eres la pequeña de las tres. Te toca, y ya está. -Entre Gracha que parece mi abuela y tú mi madre, me estáis pegando una noche… Cabreada, María comenzó su búsqueda de los servicios. Tuvo que pasar entre espesos bosques de gente, evitar empujones y encontronazos con fieras salvajes, sortear cascadas de líquidos que caían del cielo y teñían a la gente de vivos colores, para hacerlos brillar en la oscuridad. Tuvo que subir unas escaleras, y chocarse de frente con el lobo.


-Vaya, perdona, casi te tiro la bebida encima. ¿Estás bien? María asintió. -Oye, qué pasa, ¿te ha comido la lengua el gato? María negó con la cabeza. -¿Eres muda? -No. -¡Por fin, una palabra! Me llamo Roy. -María. -Y, ¿dónde vas, Caperucita? -Al baño. Y no me llames así. -De acuerdo, ¿me dejas tu brazo un momento? María extendió su brazo derecho mientras Roy sacaba un boli del bolsillo y le apuntaba un número de teléfono. -Llámame. -En tus mejores sueños.

Cuando María llegaba a la puerta del baño, Graciela y Zaida salían de él. -¿Estás bien? -Sí. Me voy a casa con Zaida, ¿vale? Ten las llaves, no lleguéis tarde. -A sus órdenes, generala. -María, te lo estoy diciendo en serio, sabes que papá se preocupa. Ten, veinte euros para un taxi, no te lo gastes en bebida, que Brunete está lejos. -¡Fiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiirmes! Graciela puso los ojos blancos y se marchó. María la sacó la lengua, y se volvió a adentrar en la multitud. Bailando buscaba la barra de la discoteca. Aun llevando tacones no veía por encima de la gente. Una mano la agarró del brazo.


-¡MARÍA! -¡Joder Lola, qué susto! Lola no soltó el brazo de su hermana pequeña, sino que se lo quedó mirando. -¿Y este número? -De uno que me lo ha apuntado. -Si es que no se te puede dejar sola. Triunfas cual San Miguel. -Déjame en paz, anda. -Pero lo has pillado, ¿no? San Miguel, como la cerveza. -Ay Lola, que sí, pesada, que sí, que lo he pillado. -¿Te ha regañado Grache o qué? Porque menudos humitos me traes… -No, me ha dado veinte euros para que no me los gaste en un taxi, porque Brunete está aquí al lado y me ha dicho que papá no se iba a preocupar. -Me extraña. -Lo que yo te diga. ¿Qué te pido? Que invita la generala. -Pídeme a ese moreno que se acerca anda, maja. María lloraba de la risa. -¿A ése? Si ese es el salvaje que me ha apuntado el número, Roy. -Anda, Troy ¡como el de High School Musical! Voy a saludarle, que tiene pinta de agradable. -Lola, estás más tonta que u… Innecesaria frase la que había empezado a decir la pequeña de las Corrales. Lola se dirigía ya hacia el lobo, y Caperucita no tenía miedo alguno a que devorara a su hermana. Pidió un gin-tonic y esperó a que los nuevos conocidos llegaran a la barra. -Bueno señor Bolton, le dejo aquí con mi hermana ¿eh? -¿Qué dices Lola?


-Que me ha llamado Javi, que me voy. Toma, las llaves, y veinte euros para el taxi. No llegues tarde que papá se preocupa. Ah no, calla, que las llaves las tienes tú, voy pelada de dinero y papá… Bueno, no llegues tarde que sí que se preocupa. Dame un beso enana. -¿Por lo menos diez me darás, no? Lola sacó de un bolsillo del vaquero un billete de cinco euros, y después se metió las dos manos en la riñonera para llenarla rápidamente a su hermana las manos de monedas se uno y dos céntimos, un par de caramelos de farmacia, medio llavero, un pendiente y una chocolatina. -Te lo guardas y coges lo que necesites. “Muac”. -Si bwana. -Adiós Bolton, cuídamela. -¡Hasta luego! ¿Por qué me llama Bolton? -¿Cómo el de High School Musical, no? -Me llamo Roy. -Ya, es que mi hermana es una graciosa. Roy y María se quedaron solos en la barra de la discoteca. El cuento seguía su curso. Tras haberla llevado a la abuelita de parte de su hermana el paquete de kleenex, el lobo se cruzó en su camino e intentó quedarse con ella. Embaucarla. Convencerla. Y todo, para comérsela. Es así como pasa en el cuento, ¿no? Estuvieron hablando toda la noche. Él intentaba convencerla, y ella quería irse. Mamá Lola la había dicho que no llegara tarde. -Y tienes novio, ¿no? -Lo tenía. Lo dejé. La cosa no funcionaba. Él era mucho, demasiado para mí. -Nunca nadie estará por encima de ti, ¿me entiendes? -Yo, bueno, no lo sé. -¿Pero qué era, por qué era mejor que tú, pequeñaja? -No, a ver… Él trabajaba con su padre en el bosque, que es guarda forestal. Y él tala los árboles, los lleva a la cabaña, y eso… -Un leñador de mierda. Mira María, tú eres una modelo profesional, y ese pintas no va a superarte nunca, ¿me entiendes?


-Pero… Yo no soy modelo. Estoy acabando bachillerato. -¿Ah no? ¿Entonces no eres María Claudia? ¿Shiffer? María, en ese momento, se relajó. Comenzó a reírse como sólo hacía con su familia y amigos más cercanos. -¿Bailas? -Sí, hago gimnasia rítmica desde los cinco años. Y en verano, en el pueblo, recibo clases de una tía que mola mazo, Esther. -Digo ahora. -Ah, vale, claro, sí. Y Roy la dio la mano. El lobo se convirtió en un corderillo que se aferraba a su cintura en el medio de la pista. Sus brazos la rodeaban, fuertes y seguros. Los de ella a él, cerrados en torno a su cuello. Apoyaba la cabeza en su hombro y se dejaba llevar. Los dos bailaban a la vez, y con los mismos pasos.

-¿Dónde vas, Caperucita? -Brunete, lobo. -¿Eh? -Es un pueblo de aquí cerca. -¿Sabes ir? -Claro. -Pues te llevo en coche. -Gracias. No había otra opción. María se había gastado todo el dinero de sus hermanas, y no pensaba ir andando. El lobo feroz la llevaría a casa, o la comería por el camino. No había otra solución, ni más vuelta de hoja. En cuarto de hora estuvieron ahí. Roy se bajó y la abrió la puerta del coche. María se sentó de lado y se puso los tacones que se había quitado durante el trayecto. Aunque había sido poco tiempo, el lobo había tenido el gran privilegio de verla dormir.


Puestos ya los zapatos de tacón, se incorporó y salió del coche. El bordillo de la acera quedaba entre ella y Roy, y entre el sueño y el alcohol, éste pasó desapercibido. María se tropezó e intentó sujetarse al lobo, el cual, desprevenido como estaba, cayó al suelo tan largo como era. Quedó ella encima de él, y él debajo de ella. La pecosa nariz de la niña del vestido rojo rozaba con la del chico de la barba rojiza. Y éste, la besó. -Vaya… -Menudo golpe de suerte. En ambos sentidos, vaya. -Roy, tus chistes son más malos que los de mi hermana Lola. -Y aun así, te vas a enamorar de mí. -¿Cómo lo sabes?-dijo María mientras se levantaban del suelo. -Simplemente, querida Caperucita, porque si no fueras a hacerlo, no me besarías ahora otra vez. -Pero yo no te v… María cerró los ojos mientras los labios del lobo volvían a acercarse a los suyos. Y esperó. Abrió el ojo derecho y vio que Roy seguía ahí quieto, enseñando sus colmillos a la vez que una sonrisa de sus demás dientes. -¿Qué haces? -María. -¿Qué? -¿Te vas a enamorar de mí?- dijo, mientras juntaba sus labios a los de ella. Era solo un roce, un mínimo suspiro, pero que erizó todos y cada uno de los poros de la piel de la pequeña protagonista de cuentos. -No. – Se dio la vuelta, y se dirigió con paso firme hacia su casa. Pero algo la agarró del brazo, la dio la vuelta, y con un “pues yo sí”, selló una promesa de amor. Y el cuento de Caperucita roja se convirtió en una novela de Federico Moccia. Para todo aquel que no sepa quién es éste hombre, mi tío Pedro le llama “el moñas”. Sus libros, al igual que la historia que comenzaron a vivir estos dos personajes, son románticos a más no poder. Cualquier chica adolescente querría vivir una de sus historias, ser la protagonista de uno de sus libros y enamorarse de un hombre como los que salen de su imaginación. Así se sentía María en aquellos meses. Como en una nube. Viviendo algo que parecía no ser real. Su lobo, cual Bestia, se transformó en un verdadero príncipe y la hizo sentir como si fuera una princesa. Entonces, todos los cuentos se juntaron en uno solo y la ficción se convirtió en realidad.


Ella iba a su casa a jugar a la play, y lo ganaba en todos los partidos de fútbol. Él buscaba recetas de postres de chocolates en internet, y juntos hacían de reposteros, para acabar pringados de harina, chocolate, y azúcar glass. Caperucita se quedaba a dormir en casa del lobo, y a veces, dejaba que la comiera un poquito. Iban al cine cada cuatro semanas y media, para que ella se comiera todas las palomitas, y él se quedara dormido diez minutos después de que la película hubiera empezado. Roy iba a ver a María a todas las actuaciones de gimnasia rítmica, y María danzaba por la casa de éste mientras él acababa los trabajos de la universidad. Todos los días eran así. Todos menos el último. El final del cuento se acerca. Y todos los cuentos tienen un final feliz. María llegaba cansada del ensayo general para la actuación del día siguiente. Llegó al portal de su casa y se quitó las botas. Las cogió en la mano derecha y llamó al botón del ascensor. Subió en él e introdujo la llave en la cerradura de la puerta de casa. Pero no la hizo falta girarla. La puerta ya estaba abierta. Abrió y entró. Olía a tarta de manzana por toda la casa.

Y al igual que en el cuento, ¿cómo era? “Caperucita entró en la habitación de su abuelita, e interrogó a su abuelita con millones de preguntas” Porque el lobo, el lobo estaba en la cama de la abuelita. -¿¡ROY!? ¿¡GRACIELA!? -María María, por favor, escúchame, esto no es lo que parece, María. -¿¡Y qué se supone que es, Roy!? ¡GRACIELA! ¿SE PUEDE SABER DONDE ESTÁS? María gritaba y lloraba mientras buscaba a su hermana por toda la habitación. Su novio, del que Graciela sabía todo, estaba repartiendo pétalos de rosa por la cama de su hermana mayor, con velas encendidas con olor a petunias, su flor favorita.


¡Joder! Roy sabía que las petunias eran su flor favorita. ¿Y las utilizaba para tirarse a su hermana? María se quería morir. -¡GRACIELA! -Graciela no está, María, no está. Lola me ha dejado las llaves de casa, y creía que era tu habitación, joder, María, escúchame. Pero María no quería escuchar nada más. No podía escuchar nada más. Se sentía traicionada. Las lágrimas de sus ojos no la dejaban ver. Y el dolor de su pecho no la dejaba oír. Feroz era ahora manso. El lobo lloraba también e intentaba alcanzar a su pequeña princesa. Pero no pudo. Todo pasó demasiado deprisa. El timbre de la puerta sonó y María abrió de un fuerte golpe la puerta de la casa. En el umbral de la puerta, se encontraba el leñador. Que, como todo aquel que haya leído el cuento de Caperucita sabe que era el bueno. ¿Qué pasa, que Caperucita no sabía defenderse ella sola? ¿Tendría que haber siempre alguien superior a ella, con más fuerza y valentía, que la sacara de sus apuros? A mí me hubiera gustado escribir la historia de otra manera. Mi final hubiera sido distinto. Caperucita hubiera mandado a paseo al leñador, se hubiera creído que los ojos de Roy eran para verla mejor, sus orejas para oírla, y su boca para comerla; porque el mundo de Roy paró y comenzó a girar alrededor de ella el día que se conocieron. Porque para el malvado lobo no existía nada más que la buena de Caperucita, y todos sus sentidos, todas las partes de su cuerpo y sus funciones, estaban destinados por y para ella. Pero yo no pongo las reglas. Yo solamente relato. Lo que ocurre en el cuento de Caperucita roja, es que el leñador salva a Caperucita del lobo. Y no puedo hacer nada para cambiarlo. Por lo tanto, si son ustedes de esos, confórmense con ver al “bueno” ganar. Con ver como acaba Caperucita roja, y saber que, desgraciadamente, alguno tendrá un final feliz.

-¿Pablo? -María, yo, estaba por aquí, y te he oído gritar y llorar, y… ¿Y ese quién es? -¿Y tú, y quién eres tú? Porque no sé qué cojones pintas aquí. Esto no va contigo. -Roy, vete. -¿Qué, pero, María? -Vete por favor.


Roy se fue. Y nadie le pidió que volviera. Aunque él preguntó millones de veces si podía volver, si alguien iría a buscarle. Porque el lobo era el malo. Y el leñador el bueno. ¿No? Ahora el lobo los veía pasar dados de la mano por la calle. Nos quisieron hacer creer que los finales de los cuentos son siempre felices. Y no lo son. Al menos, no para todos.


CAPERUCITA ROJA

Dancer.


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