Caperucita roja

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Érase una vez una caperucita. Y érase una vez un lobo. Ella era rubia, llevaba trencitas y un vestido rojo. Tenía los ojos azules, y pecas alrededor de la nariz. Y él llevaba una camisa de cuadros y un pantalón roto. Sus ojos eran negros, y daban miedo. Tenía el pelo alborotado y llevaba barba. Todo ello de un marrón rojizo. Los dos bailaban a la vez, pero no con los mismos pasos. Los de ella eran suaves, melodiosos. Flotaba en una atmósfera de luces, colores y pintura fluorescente. Mientras, él, daba saltos fuertes, rudos. Pisaba con firmeza en el suelo, a la vez que movía el resto de su cuerpo, sin nada de cuidado, derribando la bebida que sujetaba su mano izquierda.

Todos conocemos el cuento de Caperucita Roja. Pero no está mal contarle otra vez. María y Lola estaban en la barra de la discoteca, brindando por las buenas noticias, por los buenos deseos y la buena vida. Un silbido sonó en el teléfono de Lola. -María, ¿puedes ir al baño? Me ha mandado Zaida un whatsapp, está vomitando Grache. Llévala este paquete de kleenex, anda. -Jobar tía, si lo llego a saber no la traigo. Parece mi abuela, todo el rato cuidándola. Si estaba mala, que se hubiera quedado en casa. Y además, ¿por qué no vas tú? -María, por algo eres la pequeña de las tres. Te toca, y ya está. -Entre Gracha que parece mi abuela y tú mi madre, me estáis pegando una noche… Cabreada, María comenzó su búsqueda de los servicios. Tuvo que pasar entre espesos bosques de gente, evitar empujones y encontronazos con fieras salvajes, sortear cascadas de líquidos que caían del cielo y teñían a la gente de vivos colores, para hacerlos brillar en la oscuridad. Tuvo que subir unas escaleras, y chocarse de frente con el lobo.


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