SALARRUÉ Salvador Salazar Arrué (Salarué), nació en la ciudad de Sonsonate en octubre del año 1899 y falleció en la ciudad de San Salvador en noviembre de 1975. Es una de las figuras principales de la literatura salvadoreña. Pintor, poeta y escritor, vivió rodeado por una familia y entorno artístico, lo que permitió que sus inquietudes artísticas principalmente la pintura, se manifestara desde muy temprano. Estudió pintura en Estados Unidos, e irrumpió en las letras cautivado por la obra del también escritor salvadoreño Arturo Ambrogi. De regreso a El salvador escribe artículos para varios periódicos, bajo el pseudónimo de Salarrué y en 1926 publica su primer libro titulado El Cristo Negro. De su obra encontramos: El señor de la Burbuja, O Yarkandal, Cuentos de Barro, Trasmallo, Cuentos de Cipotes, entre otras.
EL CRISTO NEGRO Fragmento tomado de la nota introductoria, escrita por Italo López Vallecillos, en 1979 En Esquipulas, Guatemala, se venera la imagen de un Cristo Negro. Todos los años cientos de peregrinos se dirigen a ese lugar para pedir y agradecer favores, dentro de la mística religiosa cristiana. La fe que mueve montañas tiene allí un templo para el recogimiento interior, la búsqueda y el encuentro con el milagro, con el perdón a los pecados terrenales y la santificación por el amor a Jesús de TEMPLO DE ESQUIPULAS Nazareth. ¿Un Cristo Negro, cuando la historia sagrada nos habla de un Galileo, un judío de tez blanca, pelo rizado y mentón partido? ¿Por qué esta rara y curiosa inversión de raza en la escultura? ¿Será acaso que el martirologio humano está más allá de las diferencias de color y Cristo, como hijo de Dios que vino a redimir a la humanidad, trasciende esas limitaciones para convertirse en el Salvador de todos los hombres, sin importar condición étnica y ubicación geográfica en el mundo? ¿O es tal vez la idea transculturizadora de un sagaz obispo español para sustituir a los dioses pre-colombinos por una imagen que tiene los elementos propios del pueblo conquistado? ¿El Cristo Negro, en fin, no será fruto de la religiosidad popular,
encarnado en la leyenda colonial, y sancionado por la Iglesia como elemento de universalidad del pensamiento cristiano en América Latina? En la tradición popular centroamericana El Cristo Negro de Esquipulas tiene diversos orígenes. Muchas son las leyendas tejidas en torno a la consagración del crucificado de la zona occidental de Guatemala. Algunos aseguran que a falta de material adecuado el artista se vio obligado a utilizar madera negra y que una vez terminado el alto crucifijo, éste fue del agrado de los religiosos a cargo de la Ermita. Otros contrarios a las tesis del dominico Fray Bartolomé de las Casas respecto a la raza negra, utilizada como mano de obra esclava para aliviar o atenuar la destrucción de los indios americanos, sostienen que la imagen fue hecha como una respuesta humanizadora y reivindicadora del negro ante la violencia y exacción de que era víctima por el colonizador español. Los relatos sobre el Cristo Negro, producto de la fantasía e imaginación, nacen del seno mismo del pueblo y se trasladan de una a otra generación. El poderío de la fe parece no tener límite. Se llega incluso a afirmar que el Cristo de Esquipulas apareció de súbito una noche de tormenta; nadie lo hizo, la Providencia misma lo colocó en las cercanías del río del pueblo para que fuese el guardián de los moradores de rancheríos, haciendas y aldeas. Al aparecimiento siguió la devoción, el culto, las romerías del llamado también Señor de Esquipulas. Lejos de nuestro ánimo está discutir sobre las diversas leyendas, una de ellas narrada por Salarrué (1899-1975) con singular belleza en El Cristo Negro. El escritor recoge los hechos de la tradición colonial y presenta la vida de Fray Uraco, hijo del español Argo de la Selva la india Txinque, “nieta de reyes: algo bruja y algo loca”. El relato de Salarrué tiene la estructura de una pequeña novela, no obstante la indefinición de los personajes, diluidos alrededor del fraile en quien se dan los caracteres del pecador y el santo, del poseso de una maldición, del religioso que trata de salvar almas mediante el sacrificio de la suya, de la propia. Los IMAGEN DEL CRISTO NEGRO acontecimientos están situados, históricamente, entre 1567 y 1595 en la ciudad de Jutiapa, poblado de indígenas y mestizos al cuidado de encomenderos, curas y militares, bajo cuya férrea conducción se descubre la empresa colonizadora y evangelizadora de la época. Gobernaba el Antiguo Reino de Guatemala, el Lic. García de Valverde y era oidor Alvaro Gómez de Abaunza; el primero manda a ahorcar al padre de Uraco y el segundo recibe los prodigiosos servicios del fraile en los momentos en que su esposa, doña María, agonizaba. Entre una y otra circunstancia median varios años, los de formación de Uraco en el convento de los franciscanos bajo la protección del prior Salcedo; los de su obsesión por seguir los pasos de Jesús, “con un tesón que hacía cavilar a los frailes y mover la cabeza negando antes que asintiendo”, por las muestras de locura y audacia con que Uraco interpretaba la doctrina redentora al pecar él por los otros, al grado de sufrir los castigos, los peligros y acechanzas por los males que otros, de no ser él, habrían afrontado. La primera aventura fue la de huir del convento con las joyas sagradas, por la necesidad que tenía de desear para sí solo lo que estaba en tanto contacto con la divinidad. La de hacerle el amor a una joven mestiza requerida por el hijo del notario Herrera y Caravejo,
fue otra de ellas, dado que no podía permitir que la mujer ardiese en deseo y pecara con quien, probablemente, tendría graves problemas de enterarse el padre del muchacho; él haría el sacrificio para evitar las futuras tentaciones. Así, Fray Uraco, se fue al monte y cometió toda clase de pecados, en la idea de redimir a ladrones y rufianes. Su fama llegó a tal grado que en los poblados se le temía y a la vez se le admiraba, pues decíase que en el arte del mal había aprendido a curar con brebajes, con hierbas. Lo demoníaco era en él servicio al prójimo en una concepción de conquista del cielo por la maldad. Una maldad hecha con toda buena intención, con permiso de Dios y con la ayuda del Diablo. Llegó incluso a sustituir al verdugo para liberarlo de tan indigno trabajo. De las numerosas acciones de Fray Uraco cabe situar la que lo lleva finalmente a la muerte. La leyenda podría haberse extendido más, con mayores e increíbles hazañas de Fray Uraco. Diálogos y monólogos, en el cuadro narrativo de lugares, gentes y paisajes, habrían servido para ampliar el texto de la noveleta, sin duda alguna de interesantes reflexión sobre la religiosidad popular, sobre la fe cristiana trasladada al mestizo en una época de rígida teología, sin mayor elaboración y asimilación que el aceptar tal cual los principios cristianos del bien y el mal, del cielo y el infierno, en una atmósfera de cultura y civilización en que aún se negaban a morir los antiguos dioses y en que las prácticas de la religión tenían mucho de sobrenatural y misterioso y, por lo tanto, contribuían de alguna manera a expresar pensamientos y ritos subyacentes de los pueblos vencidos por el europeo. El Cristo Negro de Salarrué, más que una irónica visión del mestizo ante el problema del mal al servicio del bien, es una narración inserta en las tradiciones del pueblo. Si algo hay de la picaresca, está más cerca de Bocaccio que de Quevedo, en cuanto a pintar a frailes pecadores, que saben justificar sus flaquezas. El aporte está en que la debilidad de Uraco era más bien un arma para lograr sus propósitos de redención humana. Giovanni Papini en El Diablo y en Gog trata el tema desde ángulo filosófico y teológico, Salarrué lo hace simple y llanamente desde lo literario, con mucho de conmiseración hacia el indio y el mestizo. A pesar de ser su primer libro, deben reconocerse las cualidades literarias del narrador, dueño de un lenguaje, en este caso, tradicional. La obra, publicada en 1927, es lineal y limpia en su desarrollo. Parca en adjetivos y sugerente en la temática que, más allá de la anécdota central, se presta para discutir sobre hechos de la vida religiosa y popular del período colonial centroamericano.