Muerte y transfiguración de Antigona de Vélez

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MUERTE Y TRANSFIGURACIÓN DE ANTÍGONA VÉLEZ MARÍA DOLORES ADSUAR FERNÁNDEZ (UNIVERSIDAD DE MURCIA) Pero sucede que oigo a la noche llorar en mis huesos. Su lágrima inmensa delira Y grita que algo se fue para siempre. Alguna vez volveremos a ser. Alejandra Pizarnik.

El día de la fiesta nacional argentina de 1951, en el Teatro Cervantes de Buenos Aires, Leopoldo Marechal cosechaba un enorme éxito de público y crítica con la obra Antígona Vélez1[1]. Meses antes se había visto en la “obligación” de exhumar los restos de una heroína que había enterrado dos años antes: la pérdida del único manuscrito por la actriz que habría de representarla y la intervención de Eva Perón conducían a Marechal a re-escribir su obra. La pieza teatral, Antígona Vélez, era una personalísima revisión del mito sofocleo puesta al servicio de una causa a la que el escritor argentino estaba entregado en vida y obra: el justicialismo. Su adhesión al peronismo se agudizó la tarde en que escuchó a las masas de trabajadores reclamando la libertad del coronel Juan Domingo Perón, camino de la Plaza de Mayo, liderados por Eva Duarte. Era el 17 de octubre de 1945. Perón, vicepresidente de la nación hasta el 1

[1] MARECHAL, Leopoldo: “Antígona Vélez” en OBRA COMPLETA. Vol. II: Teatro. Buenos Aires. Ed. Perfil. 1998.


momento de su ingreso en prisión, conseguía así, gracias a la presión ejercida por las masas conducidas por su esposa, ser puesto en libertad. En 1946 ganaba los comicios, y bajo el lema del justicialismo -propugnando una “justicia social” para todos-, luchó contra la dependencia política y económica del país usando las armas de la autarquía y la nacionalización (nacionalizó los ferrocarriles –de capital mayoritariamente británico- y la empresa telefónica –de capital básicamente norteamericano-). Las consecuencias de estas y otras acciones de índole semejante desembocarían en 1955 con el derrocamiento de Perón: las escasas inversiones extranjeras, la merma del caudal de divisas y una mala cosecha de trigo ponían a Argentina al borde de la quiebra y la suspensión de pagos. Pero antes de llegar a este punto, Perón había construido gaseoductos, aeropuertos, embalses, numerosas escuelas y centros sanitarios… En palabras de Ernesto Sabato, declarado antiperonista, “nadie puede negar que encabezó el más vasto y profundo proceso en favor de los desheredados”2[2]. De los “descamisados”, como gustaban llamarse los “hijos” de Eva… Y cuentan los antiguos que Eva, la bíblica, tuvo dos hijos: Caín y Abel, y que celoso el primero del segundo le asesinó, golpeándole con la quijada de una bestia. En distintos pasajes de la Biblia se recoge el acto de enterrar a los difuntos como un acto de misericordia, y el ser privado de sepultura y dejado para pasto de animales como el castigo más grande y la infamia más notable (Salm. LXXVIII, 2). También recoge el Corán cómo le fue explicado a Caín el modo en que éste debía enterrar a su hermano. Y esto es lo que se propone Antígona Vélez que, como la heroína de Sófocles, desobedece el mandato de Facundo Galván (Creonte): Antígona reconoce la acción innoble de su hermano, Ignacio Vélez, y sabe que con su muerte ya ha sido castigado. No se opone a ella ni se rebela (“Ya tiene su castigo”, dice). No es contra la ley del hombre contra la que lucha, sino contra el edicto del hombre que afrenta a lo divino. Es esa “ley más vieja” la que Antígona quiere hacer respetar, la ley divina. Dice el Viejo, que conoció a Luis Vélez: “Leyes hay que nadie ha escrito en el papel, y que sin embargo mandan”, y, más adelante, el Coro de Hombres: “Es una ley antigua la que nos manda esconder abajo nuestra miseria”. Y Antígona a su hermana, Carmen, a la que el miedo impide actuar con y como ella: “La tierra lo esconde todo. Por eso Dios manda enterrar a los muertos, para que la tierra cubra y disimule tanta pena”. El acto de desobediencia civil que Antígona Vélez ha cometido al enterrar a Ignacio Vélez conlleva la condena a muerte de don Facundo Galván. Esta 2

[2] Estas palabras fueron pronunciadas por Ernesto Sabato en el “Homenaje a Leopoldo Marechal” que se celebró en la ciudad de Buenos Aires en 1978, organizado por la Universidad de Belgrano.


“desobediencia civil” hermana a Antígona con una heroína lorquiana: Mariana Pineda. Mariana es condenada a muerte por haber bordado una bandera republicana y servir a esta causa. La heroína lorquiana no ignora qué suerte puede correr de ser sorprendida, pero una fuerza mayor le conduce: el amor por don Pedro. Mariana morirá a garrote vil y sola, sin poder contar ni con la ayuda ni con la presencia de su amante. Antígona Vélez tampoco ignora cuál puede ser la condena, pero la fuerza que a ella le guía es mucho más fuerte: cumplir con una ley divina, enterrar a su prójimo, a su hermano. Es por eso que, frente a la heroína lorquiana, los dioses se apiadarán de ella y no la dejarán morir sola, sino junto a su amado, Lisandro Galván. Es más, será preciso que mueran por la misma y única lanza que hirió a Cristo en la cruz en parecido acto de redención, para que exista una esperanza para los hombres, una nueva vida, un mañana, que es el que Facundo anuncia en su sentencia final. Es importante señalar la clara simbología cristiana presente en la pieza teatral (no hemos de olvidar la profunda fe religiosa de Marechal, como queda demostrada en muchas de sus obras). Cuando al comienzo de la obra las mujeres comentan la muerte de Martín Vélez, uno de los personajes afirma: “Eso pensaba yo: como Cristo Jesús, Martín Vélez tiene una buena lanzada en el costado”. Otro detalle podemos encontrarlo en el hecho de que, tras enterrar a su hermano, Antígona Vélez es llevada ante la presencia de don Facundo como Jesús ante Caifás y la confesión de la verdad acarrea el principio de su calvario. También, por ejemplo, cuando don Facundo obliga a Antígona Vélez a abandonar la ciudad, que sabe acechada por los pampas, y deja en manos de Dios su salvación: “Entre su ley y la mía, que Dios juzgue”. Parecen las palabras de Pilatos al entregar a Jesús y Barrabás a la multitud. Es más: al comienzo del Cuadro Cuarto, la acotación del autor nos indica: “Lisandro, a la derecha del ombú, y Antígona Vélez, a la izquierda, los dos inmóviles, darán la impresión de una estampa bíblica: la pareja primera junto al árbol primero”. Lisandro y Antígona como una nueva pareja edénica: el germen de una nación, la apuesta por el futuro. Aunque el proceso haya sido a la inversa: habrá sido necesario primero la aparición de un Caín (Ignacio Vélez) que mate a un Abel ya no tan indefenso y en igualdad de condiciones (Martín Vélez, que le hará frente) para que surjan un nuevo Adán (Lisandro) y una nueva Eva (Antígona) que traigan la esperanza a nuevas generaciones. Porque no es cierto que las generaciones condenadas a cien años de soledad no merecen una segunda oportunidad sobre la tierra. Así lo hayan sido a mil o tres mil años… Antígona Vélez como Eva, la bíblica, nos indica en el Cuadro Cuarto implícitamente Marechal. Una madre que no distingue entre buenos (Martín Vélez) y malos (Ignacio Vélez), que no se olvida del que está al margen, del


desamparado… Así veía también Marechal a la otra Eva. A la Perón. Cuando Leopoldo Marechal recibe el encargo de escribir esta pieza teatral, lo hace de manos de una mujer que, sin que nadie lo esperara ni imaginara siquiera por su procedencia social y formación, se había convertido en líder de una comunidad y encabezaba un movimiento igualitario, justicialista. Eva Duarte tiene un destino que cumplir, como Antígona Vélez. Antígona Vélez es la abanderada de una causa: la de hacer cumplir la ley por igual a todos, sea cual sea su delito, la de ser dueño de la tierra en que se descansa. Antígona descubre su misión y se entrega a ella con una fe ciega: ha encontrado su “alma”, como ella dice, junto a la pena de Ignacio Vélez: “La recogí entonces, y me puse a cavar: los pájaros volvían como enloquecidos; se descolgaban sobre mí, con sus picos gritones; y yo los hacía caer a golpes de pala. Creía estar en un sueño donde yo cavaba la tumba de Ignacio, lo escondía bajo tierra, le plantaba una cruz de sauce y le ponía flores de cardo negro. Yo estaba soñando. Y al despertar vi que todo se había cumplido. Mi alma se desbordó entonces, y me vino un golpe de risa”. También Eva Duarte ha encontrado su alma junto a la pena del desamparado. Y se entrega a su misión con la misma entereza de Antígona. Eva no está sola, tiene a Juan Domingo. Tampoco lo está Antígona Vélez: está Lisandro. Lisandro Galván. Lisandro

Galván,

hijo

de

Facundo

Galván.

El

nombre

es claramente

significativo, y podríamos pensar que también lo es su apellido. Llamamos “galvanización” a la acción de recubrir una pieza metálica con una capa de zinc para protegerla de la corrosión de la atmósfera. Facundo es un hombre tan cerrado, tan fuerte, que parece recubierto de un metal especial que le hace insensible al dolor, a la piedad… Cualesquier sentimiento (como hombre, como creyente, como padre…) le es ajeno, no consigue traspasar su superficie. Como se afirma en un momento dado de la pieza, “Don Facundo es un hombre como de acero”. Está “galvanizado”, es Galván. Facundo Galván hace referencia obligada a la obra de Domingo Faustino Sarmiento, Facundo. Civilización y barbarie en las pampas argentinas. Publicada primeramente a modo de folletín en el diario chileno “El Progreso” en 1845, Sarmiento se presenta como historiador, en un intento por mostrar el drama del pueblo argentino a través de sus antecedentes, costumbres y tradiciones. Pero, bajo este pretexto, y centrándose en la figura histórica del caudillo Juan Facundo Quiroga, el verdadero propósito de Sarmiento es desprestigiar a su enemigo el entonces presidente de la nación don Juan Manuel Rosas -“heredero” de Facundo, y por quien se había visto en la obligación de exiliarse en Chile-, su política déspota y por ende cualquier forma de caudillismo. Una década más tarde, Sarmiento habría de suceder en la presidencia a Rosas, tras el paso de Bartolomé Mitre.


Paradójicamente, Sarmiento se valía de una obra literaria para criticar la política de Rosas, y habría de ser pagado con la misma moneda. En 1872, José Hernández publicaba El gaucho Martín Fierro, obra, protesta y denuncia de la política “civilizadora” de Sarmiento: de cómo el avance de la “civilización” sobre la “barbarie” que promovía Sarmiento condenaba a la miseria y la persecución a masas criollas. Dalmacio Vélez Sarsfield (1800-1875), amigo y “suegro” de Sarmiento, trató con Rosas y fue abogado del histórico Facundo Quiroga. Su papel en la Historia argentina fue más allá: durante la presidencia de Bartolomé Mitre, y a pedido de éste, el doctor Vélez fue el encargado de redactar el Código Civil por el que habría de regirse la nación desde 1871. Curiosamente, el padre de Antígona, la heroína de Marechal, tiene por nombre Luis Vélez, y también tiene un papel “legislador”. Así, Antígona afirma: “Mi padre sabía dictar leyes, y todas eran fáciles”, y más adelante: “Mi padre sabía dictar leyes.E hizo algo más: en vez de gritarlas, ¡murió por ellas!”. La tragedia comienza in media res, y es de esta manera como conocemos la muerte de los hijos de Luis Vélez enfrentados entre sí, y la condena para quien ose enterrar a Ignacio Vélez. Martín Vélez ha muerto defendiendo la ciudad; Ignacio, que pasó al bando de los pampas, de los indios, ha muerto atacándola. Se nos presenta aquí, a través de los hermanos, el conflicto entre civilización y barbarie, que ya Sarmiento nos presentara en su obra Facundo y que más tarde le valiera las críticas de José Hernández: Sarmiento considerará barbarie el retraso feudal de los campos y los caudillos rurales, al estilo de Facundo y Rosas. La Pampa como negación de la cultura. Por contra, la civilización verá su reflejo en las ciudades, en su modernidad y en la influencia extranjera.

No en vano, Sarmiento afirma: “Si

quedara duda, con todo lo que he expuesto, de que la lucha actual de la República Argentina lo es sólo de civilización y barbarie, bastaría a probarlo el no hallarse del lado de Rosas un solo escritor, un solo poeta de los muchos que posee aquella joven nación”3[3]. La distancia con la que observamos que está escribiendo está justificada porque, recordemos, Sarmiento nos está escribiendo desde su exilio chileno. Leopoldo Marechal revisa el mito de Antígona y transforma –en parte- no sólo el trágico desenlace sino el espacio natural en que se desarrolla. El tiempo, obviamente, tampoco es el mismo. Es más, podríamos asegurar con certeza que se desarrolla en el siglo XIX y que es anterior a la “conquista del desierto”, esto es, antes de 1879, por las continuas referencias que Antígona Vélez hace a la batalla 3

SARMIENTO, Domingo Faustino: FACUNDO. Edición de Roberto Yahni. Madrid: Cátedra, 2001. [3]


de la costa del Salado donde su padre perdió la vida. En lo que respecta al espacio, ya no es Tebas la que asiste impasible al trágico espectáculo: nos encontramos rodeados de pampas, en la estancia “La Postrera”, en lo alto de una loma, de estilo colonial, de gruesas y bastas columnas. El nombre es simbólico por partida doble, no sólo ya por lo que respecta a su nombre y que nos hace presagiar la tragedia, sino por la anécdota que ahora adelantamos. En repetidas ocasiones se nos menciona en la obra que Luis Vélez, padre de Antígona, murió luchando contra los pampas en la costa del río Salado, y probablemente Marechal no desconociera la historia de una famosa estancia llamada igualmente “La Postrera”, situada en Buenos Aires junto al río Salado, donde en 1872 tuvo lugar un famoso crimen pasional. “Creo que actualmente hay dos Argentinas: una en defunción, cuyo cadáver usufructúan los cuervos de toda índole que lo rodean, cuervos nacionales e internacionales; y una Argentina como en navidad y crecimiento, que lucha por su destino, y que padecemos orgullosamente los que la amamos como a una hija. El porvenir de esa criatura depende de nosotros, y muy particularmente de las nuevas generaciones”, aparecía publicado en el diario “Clarín” en 1973, a tres años de la muerte de Marechal. Eran sus palabras, y también el mismo deseo con que había cerrado veinte años antes

Antígona Vélez convencidoy esperanzado en el

justicialismo:

HOMBRE 1º (a Don Facundo).– Señor, estos dos novios que ahora duermen aquí no le darán nietos. DON FACUNDO.– ¡Me los darán! HOMBRE 1º .– ¿Cuáles? DON FACUNDO.– Todos los hombres y mujeres que, algún día, cosecharán en esta pampa el fruto de tanta sangre.

Este discurso final de don Facundo Galván tiene una clara correspondencia con los principios de la “Asociación de Mayo”, que, como recogiera Sarmiento en su Facundo, y “en nombre de la sangre y de las lágrimas inútilmente derramadas en nuestra guerra civil” (la misma sangre y las mismas lágrimas que Facundo Galván nos recuerda constantemente en la obra), creyendo en el progreso de la Humanidad y en el porvenir, deseaban consagrar sus esfuerzos “a la libertad y felicidad de su patria y a la regeneración de la sociedad argentina”. Resulta paradójico que, perseguidos como fueron los Asociacionistas por Rosas y sus hombres, Marechal se vengue poniendo por boca de otro Facundo el lema de estos.


Si Facundo Quiroga levantara la cabeza… “Los hombres viven de acuerdo con lo que razonan; nosotras vivimos de acuerdo con lo que sentimos; el amor nos domina el corazón y todo lo vemos en la vida con los ojos del amor... Los hombres con más facilidad pueden destruir, haciendo la guerra. Ellos no saben lo que cuesta un hombre, nosotras, sí.” 4[4] Éste podría ser parte del discurso de Antígona Vélez, y no nos equivocaríamos al tratar de ubicarlo en el texto teatral. Así lo confirma don Facundo al afirmar: “¡Que las mujeres lloren! Nosotros ponemos la sangre”. Pero el discurso no es de Antígona, sino de Eva Perón, pronunciado en el mismo año 1951. No en vano, el historiador Fermín Chávez -que la conoció y frecuentó durante los años ’50 junto a tantos otros intelectuales argentinos- gustaba de llamarla “la Antígona de Los Toldos”, su lugar de nacimiento, que no Tebas.

4

[4] PERÓN, Eva: CLASES Y ESCRITOS COMPLETOS. Editorial Megafón, 1987, tomo 3, pag 18


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