CARLO MARTINI
HABÉIS PERSEVERADO CONMIGO EN MIS PRUEBAS
Meditaciones sobre JOB
http://www.mercaba.org/FICHAS/Meditacion/cartel_meditacion_job.htm
Prólogo - Introducción Job no sabe aceptarse Moderación y conocimiento Tres modos de luchar con Dios Job y el Cantar de los Cantares
Prólogo "Habéis perseverado conmigo en mis pruebas" es el título de un curso de Ejercicios Espirituales que el cardenal Carlo María Martini, Arzobispo de Milán, dirigió a un grupo de sacerdotes, la mayoría de la diócesis ambrosiana. Las palabras de Jesús a sus discípulos, pronunciadas poco antes de la pasión, nos recuerdan cómo la vida del cristiano (y también la de todos los hombres) está llena de tribulaciones. Por ese motivo se ha elegido el Libro de Job, como texto sobre el que reflexionar, aunque también la meditación se extenderá a otros pasajes del Antiguo y del Nuevo Testamento. La historia de este hombre misterioso, que no pertenecía al pueblo elegido y vivía en una tierra lejana, quizás circulara oralmente entre los eruditos orientales ya hacia fines del 2.000 a. C., y su redacción en hebreo fuera posterior. Job, que era y se consideraba justo, es probado y privado de todas sus pertenencias. También los hebreos exiliados en Babilonia lo habían perdido todo, lo que ponía en duda su fe en la justicia de Dios, ante quien pensaban que podían presumir de derechos. Intentando comprender el sentido oculto del sufrimiento, que se abate sobre quienes obran con rectitud ante Dios, probablemente leían y cantaban las lamentaciones de Job. ¿Acaso
el hombre le puede pedir cuentas a Dios? El poeta dice: no hay que pedirle razones a Dios, sino creer en su justicia, en su sabiduría incomprensible. Con profundidad espiritual y pastoral, el Cardenal se detiene ante algunos pasajes de Job y nos ayuda a aclarar el sentido del misterio del hombre y del misterio de Dios. En el diálogo de los dos primeros capítulos entre Satanás y Dios "el juego se configura como un desafío hecho al hombre: ¿existe o no la gratuidad en la acción humana?" El problema de Job es ante todo un problema de fe; no hay lugar para el comercio en la vida de fe, porque a la sublimidad de la gracia debe corresponder la gratuidad de la devoción. Ciertamente, Job no ha cometido ninguno de los crímenes de los que le acusan sus amigos, pero ha cometido el delito por excelencia del hombre religioso: se ha convertido en juez de Dios. Las reflexiones del Arzobispo nos interpelan acerca de la calidad de nuestra fe, de nuestra oración como sumisión de todo el ser al misterio inefable de Dios, de la obediencia de la mente. En fin, como se demuestra en el singular paralelismo de Libro con el Cantar de los Cantares, la búsqueda de Job se nos presenta como un problema de amor. Para una lectura plenamente fecunda del presente volumen será necesario un compromiso espiritual que huya de la mediocridad y convierta al alma a la plenitud de Dios. Es muy interesante la finalidad que el Arzobispo se ha propuesto en estos ejercicios: la reconversión al espíritu oración. En un clima de oración estas páginas serán luz, alimento, fuerza, estímulo y consuelo. Además se nos advierte que cualquier hombre de buena voluntad ya está en la búsqueda de Dios, actúa conforme al modo con que el Omnipotente guía su universo, y siente en sí mismo la crítica de la conciencia a sus propias acciones. Este libro nos enseña a liberar la realidad de Dios de nuestras mezquindades y de nuestra moralidad, concebida como fuente de autojustificación. Porque la fe se dirige principalmente a la incomprensibilidad del amor divino que nos supera en todo momento. De un tal amor, en el que cree el cristiano cuando ha contemplado el signo del Crucifijo, podemos recibir la capacidad de amar gratuitamente, de amar incluso en las pruebas y en las tribulaciones. Aprenderemos también a crecer en la fe que ama y espera, a desear una relación con el Señor, en la que realmente pongamos en juego toda nuestra libertad. El Dios que se nos da en la alianza no pide otra cosa más que el amor y una devoción apasionada. *** Introducción Te damos gracias, Padre, porque nos has convocado de tantas partes de nuestra diócesis, y también de otros lugares de Italia, para escuchar tu Palabra, para recibir la gracia de amor y de misericordia de tu Hijo, para ser confortados y consolados interiormente por el Espíritu Santo que es amor y paz. Te pedimos que en estos días infundas abundantemente a cada uno de nosotros tu Espíritu de amor y de paz. Te doy gracias, especialmente, por las experiencias vividas en Santiago de Compostela con el Papa y con cientos de miles de jóvenes; por la fe y la esperanza que nos hemos comunicado, por los dones que se nos han dado en la contemplación de este futuro de la Iglesia, tan rico de energías, de espíritu de sacrificio, de valor y de alegría. Haz que podamos servir a esta juventud que tanto espera de nosotros. Estamos ante ti, Padre, conscientes de nuestra pobreza, de nuestro no saber qué decir o qué pensar, pero con la confianza de que toda nuestra suficiencia, toda nuestra capacidad viene de ti, en la gracia del Espíritu santo, en la gracia del ministerio de la Nueva Alianza.
Virgen María, madre de Jesús y madre nuestra, guíanos en el camino de estos Ejercicios. Tú que has pasado a través de tantas pruebas, tú, cuya alma ha sido traspasada por una espada, concédenos percibir el sentido de las pruebas que nosotros, la humanidad y la Iglesia, estamos viviendo. *** Renovar el espíritu de oración La finalidad fundamental que se nos propone en un retiro espiritual es la conversión, el pedir a Dios que nos cambie en mejor. Entre los muchos posibles temas de conversión de nuestra vida, que cada uno podrá encontrar por sí mismo, quisiera subrayar la necesidad de renovar el espíritu de oración. Tenemos una enorme necesidad de renovarlo, porque continuamente la multiplicidad de los asuntos temporales acaba por empobrecerlo. Me parece importante recuperar ese espíritu de oración, en estos días, en sus tres momentos: —En el tiempo dedicado a la oración, que puede ser más amplio que de costumbre; —En los hábitos, que tienden a deshilacharse, y que, en el curso de estos días, podemos redisciplinar; —En el modo, que debiera caracterizarse por tres comportamientos. En primer lugar por la devoción, el respeto hacia Dios, que se actúa en las palabras, en los gestos del cuerpo, en la atención, en el silencio; después la sumisión de todo nuestro ser al misterio de Dios, la reverencia amorosa; finalmente el afecto: la oración es un acontecer afectivo. Quizás, por las circunstancias difíciles de la vida, el afecto permanece sólo en el fondo, o incluso en el inconsciente; durante estos días debemos hacerlo emerger para aprender a resistir al indiferentismo que nos rodea. Sin un profundo sentido afectivo de Dios en la oración es casi imposible combatir eficazmente el ateísmo en nuestro ambiente occidental. Por mi parte intentaré ayudaros en la reconversión al espíritu de oración, sugiriéndoos algunas reflexiones sobre un tema sacado de las palabras de Jesús durante la última cena: "Vosotros sois los que habéis perseverado conmigo en mis pruebas" (/Lc/22/28). El tema de los Ejercicios La afirmación de Jesús es muy hermosa, y si al final de la vida podemos escuchar: "Tú eres uno de aquellos que perseveraron conmigo en mis pruebas", nuestra alegría será completa. Es interesante observar que estas palabras las pronunció Jesús después de una discusión entre los apóstoles: "Entre ellos hubo también un altercado sobre quién parecía ser el mayor" (Lc 22,24). Partiendo pues de una disputa que revela las ambiciones, tensiones y pequeñas envidias existentes en el grupo de los apóstoles, Jesús nos enseña que quien quiera ser el mayor debe servir a los demás, e inmediatamente después añade: "Vosotros sois los que habéis perseverado conmigo en mis pruebas". Jesús no se hace ilusiones. Sabe que los Doce no han alcanzado un santidad excelsa, pero también sabe que puede haber una gran fidelidad incluso allí donde hay defectos, debilidades y mezquindad. Como introducción a las sucesivas meditaciones, os invito a reflexionar sobre cada uno de los vocablos de la expresión evangélica: las pruebas, la perseverancia en las pruebas, mis pruebas, la perseverancia conmigo.
1. La palabra griega peirasmós es muy frecuente en la Escritura. Originariamente significa "exploración", "intento". Se trata de comprobar lo que uno vale, su fidelidad, su resistencia, su fuerza. A este sentido originario se le añaden después, en la Biblia, otros dos: a) la tentación, que es un empuje al pecado de parte de cualquier potencia maligna. La vida humana está enjaretada precisamente entre tentaciones; b) la prueba, a la que se refiere la afirmación de Jesús y que puede venir incluso de parte de Dios. Alude a todas las situaciones de aflicción y dificultad que con frecuencia encontramos en nuestra vida. Forman parte del camino de la Palabra en nosotros, de su entrada en el terreno del corazón humano. Así, en la parábola de la semilla que cae sobre terreno pedregoso leemos que los de "sobre roca son los que, al oír la Palabra, la reciben con alegría; pero éstos no tienen raíz; creen por algún tiempo, pero a la hora de la prueba desisten" (Lc 8,13). La Palabra, entrando en el corazón humano, queda sujeta a la tentación. El evangelista Mateo especifica algunos de sus modos: "El que fue sembrado en pedregal, es el que oye la Palabra, y al punto la recibe con alegría; pero no tiene raíz en sí mismo, sino que es inconstante y, cuando se presenta una tribulación o persecución por causa de la Palabra, sucumbe enseguida." Prueba, tentación, tribulación, llámese como se llame, es una situación corriente, ordinaria en la vida del hombre sobre la tierra, especialmente del hombre justo, entendiendo por "justo" aquel que quiere ser fiel a Dios y trata de caminar por sus senderos. El libro de Job expresa esta realidad en forma poética, particularmente cuando dice: "¿No es una milicia lo que hace el hombre por la tierra?" (7,1). La nota de la Biblia de Jerusalén explica que la "milicia" indica más bien la condición del servicio militar, a la vez lucha y servidumbre. La versión griega traduce el término como "prueba", refiriéndolo precisamente a la prueba de la existencia humana. La Vulgata, sin embargo, presenta la famosa frase: "militia est vita hominis super terram", y la expresión se vuelve a tomar en el capítulo XIII del libro I de la Imitación de Cristo: De tentationibus resistendis, es decir, del resistir a las tentaciones. Es un capítulo muy importante que empieza así: "Mientras dure nuestra vida en este mundo no podemos estar exentos de tribulaciones y de tentaciones. Por eso en el libro de Job está escrito: «La vida del hombre sobre la tierra es tentación»." Y Job continúa: "¿No son jornadas de mercenario sus jornadas? Como esclavo que suspira por la sombra, o como jornalero que espera su salario, así meses de desencanto son mi herencia, y mi suerte noches de dolor. Al acostarme, digo: «¿Cuándo llegará el día?» Al levantarme: «¿Cuándo será de noche?» y hasta el crepúsculo estoy ahito de inquietudes. Mi carne está cubierta de gusanos y de costras terrosas, mi piel se agrieta y supura. Mis días han sido más raudos que la lanzadera, han desaparecido al acabarse el hilo. Recuerda que mi vida es un soplo" (7,1-7a).
La Biblia de Jerusalén anota: "Job, solidario de la humanidad que sufre, resignado a morir, esboza una oración para pedir a Dios algunos instantes de paz antes de su muerte". El pasaje veterotestamentario describe la existencia humana como una prueba. 2. Jesús, refiriéndose a esta prueba, dice: "Vosotros sois los que habéis perseverado". En griego "habéis perseverado" significa aquellos que no se han marchado. Es una palabra de alabanza: Habéis sufrido tanto que os hubiérais podido marchar, y sin embargo no lo habéis hecho. Viene a la mente el episodio de Jn 6,67-68: "¿También vosotros queréis marcharos?", y Pedro le respondió: "Señor, ¿con quién vamos a ir?" Jesús verifica que hasta el último instante los apóstoles permanecieron, perseveraron, no le abandonaron. El concepto de perseverancia se encuentra con frecuencia en la Escritura con expresiones diversas. Por ejemplo "conservar la palabra" indica la paciencia que perdura y resiste: "Los que en buena tierra, son los que, después de haber oído, conservan la Palabra con corazón bueno y recto, y fructifican con perseverancia" (/Lc/08/15). El hombre hace frente a la situación de prueba con la perseverancia, la resistencia, la conservación de la Palabra. Mientras la prueba tiende a volverse atrás, induce a perder el ánimo, el comportamiento directamente contrario no es necesariamente el de la victoria inmediata, sino el de la resistencia, el permanecer firme, sólido. El evangelista Juan utiliza un verbo muy sencillo: ménein, que indica algo similar. "Si permanecéis en mi—dice Jesús-, y mis palabras permanecen en vosotros, pedid lo que queráis y lo conseguiréis" (Jn 15,7). El "permanecer en Jesús" es el modo de oponerse a la prueba. 3. "Vosotros habéis perseverado en mis pruebas", no genéricamente "en las pruebas". Esta especificación da un color completamente distinto a la existencia humana. Nosotros nos preguntamos: ¿Cuáles son las pruebas de Jesús? —En realidad los evangelios nos dan pocas indicaciones sobre este tema, pero son suficientes para comprender que también Jesús fue tentado y probado. "A continuación, el Espíritu le impulsa al desierto, y permaneció en el desierto cuarenta días, siendo tentado por Satanás"; así Marcos inicia la historia de la vida pública del Señor (Mc 1,12-13). Al colocar este pasaje de la prueba de Jesús al principio de su evangelio está indicando que no ha sido tentado por una vez en su vida, sino que toda su existencia ha sido colocada bajo el signo de esa prueba. La Carta a los Hebreos nos abre a una ulterior espiral: "Pues no tenemos un Sumo Sacerdote que no pueda compadecerse de nuestras flaquezas, sino probado en todo igual que nosotros, excepto en el pecado" (/Hb/04/15). "En todo", por consiguiente en tantos aspectos concretos de la vida, difíciles, pesados, penosos, incluso repugnantes, por los que Jesús ha pasado y ha participado con los Doce. —Pero la expresión "mis pruebas" no se puede limitar a las circunstancias históricas del Jesús de Nazaret; él habla de sí mismo como Mesías, como aquel que recoge la existencia de todo el pueblo de Dios, como aquel que acompaña a este pueblo en el camino hacia el Padre. Por tanto debemos referirla a las pruebas mesiánicas, del Reino. Los apóstoles se vieron implicados en estas pruebas, cribados, triturados, zarandeados. Muchas de las pruebas de nosotros los creyentes vienen de situaciones concretas de la realidad histórica y social en la que nos reconocemos, es decir, la Iglesia católica con sus problemas, sus fatigas, sus penas y dificultades. Estas son las pruebas de Jesús, cabeza del pueblo mesiánico. —Podemos decir algo más. Desde el momento en que Jesús es Hijo del hombre, él hace suya y vive en sí mismo la prueba de todo hombre y de toda mujer sobre la tierra; el es la cabeza de la
humanidad y sus pruebas alcanzan a la multitud inmensa de personas que han poblado, pueblan y poblarán la tierra. Creciendo en la experiencia de la vida, crecemos en la participación en estas pruebas porque conocemos más la Iglesia, las gentes, extendemos nuestra amistad a un gran número de personas y sufrimos con ellas. Hoy asumimos como cosa nuestra las pruebas del Líbano, porque las siente el Papa, leemos los periódicos, vemos la televisión, conocemos personas de ese país. Y también son nuestras las pruebas de la China; las pruebas de la paupérrima India; las pruebas de la miseria terrible, del hambre de los pueblos de América Latina y de Africa; son también nuestras las pruebas de Israel, del pueblo hebreo, del pueblo elegido, con todas sus dificultades y con todos sus problemas de diálogo. Todo esto nos pesa, quizás nos irrita, nos inquieta, porque acecha nuestra fe, nuestra esperanza, nuestra caridad, nuestra paciencia, nuestra capacidad de soportar, nuestro sentido del límite. Pero son precisamente estas las pruebas que Jesús dice "mías". Además, naturalmente, cada uno vive las pruebas de las personas que le han sido confiadas: la gente de la parroquia, los jóvenes, aquellos hacia quienes tenemos deberes pastorales específicos. Cada uno está inmerso de alguna forma en los sufrimientos de su propia gente, de sus propios hermanos, de cuantos amamos. Son todas las pruebas de Jesús el Mesías, el Hijo del hombre, cabeza del pueblo mesiánico y de la humanidad; de ellas participamos íntimamente y con todo el realismo, no únicamente con la fantasía. 4. "Habéis perseverado conmigo en mis pruebas". Las pruebas no son simplemente objetivas, como si fueran piedras u ondas que se revuelven contra nosotros. Diciendo "conmigo", Jesús las carga de un sabor distinto, subraya un aspecto afectivo, personal, muy profundo. Las sufrimos con él, amándole, en intimidad con él. Él nos pide entrar en este camino para identificarlas y comprenderlas mejor; de hecho es importante poder mirarlas cara a cara. Con frecuencia nos sentimos oprimidos, fatigados, frustrados por alguna cosa. El Señor nos invita a dar un nombre a nuestras dificultades, a enumerarlas y después a comprender cómo afrontarlas junto con él. Porque es sabiduría fundamental del hombre y del cristiano aprovechar la utilidad de las pruebas y así vivir la vida con fidelidad. Y cuanto más ama uno, cuanto más sirve y se hace disponible, tanto mayores son las pruebas. Si, por el contrario, nos encerramos en nuestro propio ambiente, si somos misántropos, si no salimos del egoísmo, experimentaremos únicamente la prueba de la frustración personal. El apóstol Santiago comienza su Carta con la siguiente exhortación: "Considerar como un gran gozo, hermanos míos, el estar rodeados por toda clase de pruebas, sabiendo que la calidad probada de vuestra fe produce la paciencia en el sufrimiento; pero la paciencia ha de ir acompañada de obras perfectas para que seáis perfectos e íntegros sin que dejéis nada que desear" (/St/01/02-04). Y más adelante añade: "¡Feliz el hombre que soporta la prueba! Superada la prueba, recibirá la corona de la vida que ha prometido el Señor a los que le aman" (1,12). Esta es la síntesis de la vida humana, que nos ofrece Santiago expresando en sus palabras la gran sabiduría de todo el Nuevo Testamento. A este respecto se pronuncia también el Apocalipsis, que es por excelencia el texto de los cristianos en la prueba: "Ya que has guardado mi recomendación de ser paciente en el sufrimiento"—por tanto has guardado mi palabra resistiendo—"también yo te guardaré de la hora de la prueba que va a venir sobre el mundo entero para probar a los habitantes de la tierra" (/Ap/03/10). Es el concepto de prueba cósmica, universal, que vuelve con frecuencia en nuestro tiempo, sobre todo en ciertas predicciones de carácter apocalíptico. A ella alude quizás la
oración que recitamos cotidianamente: "No nos dejes caer en la tentación", no permitas que caigamos en la gran prueba. Sin embargo debemos saber cuál es esta prueba global, cósmica, en la que de hecho estamos inmersos y de la que con frecuencia no nos damos cuenta, siendo así que constituye nuestra vida real en su totalidad. El libro de Job El tema de los Ejercicios alcanza, pues, un aspecto que caracteriza constantemente la vida, pero que no debe hacerla triste. Diré más: afrontar la prueba es la única garantía de serenidad en la existencia. Vivir la prueba es lo que vuelve singular la alegría del cristiano. Queremos reflexionar durante estos días ante el Jesús que nos dice: Tú eres aquel que desea perserverar conmigo en mis pruebas; yo quiero ayudarte, quiero echarte una mano, quiero invitarte a rezar, a meditar, a mirar cara a cara a tus propias pruebas, a darles un nombre preciso apartándolas de la nebulosa; y después quiero ayudarte a aceptarlas con amor, a abrazarlas como yo he abrazado la cruz. "Haznos, Señor, partícipes de tu comportamiento valiente, permítenos entrar en tu verdad para poder experimentar la alegría de quien afronta con entusiasmo la vida como prueba." Buscando en la Escritura en las páginas que se refieren al tema de la lucha, de la prueba, de la tentación, nos detendremos de modo particular en Job, el libro de la prueba del hombre. Os sugiero, por tanto, que lo leáis, ya que nosotros no podremos hacer su exégesis paso a paso. Os pido además un nueva lectura al menos de algunos capítulos de la Imitación de Cristo, un texto un tanto olvidado, pero que sin embargo tiene un sentido muy grande de la vida del hombre como lucha. Es rico en sabiduría, equilibrio, serenidad, precisamente porque quien lo escribió, había advertido el carácter de tentación y de experiencia de la existencia humana. Así lo advirtieron los Padres que comentaron el Libro de Job, por ejemplo san Gregorio Magno; este Papa, habiendo vivido toda la vida como prueba, encontraba, efectivamente, un gran aliento en su meditación y explicación. Dejémonos guiar por estos maestros de la fe y contemplando la palabra de Jesús en el Evangelio de Lucas, pidamos: "Señor, haz que pueda mirar cara a cara a mis pruebas, darme cuenta de cómo las afronto, ponerme en la posición justa para superar las de mis gentes, con la conciencia de participar en las pruebas de toda la Iglesia, de nuestra Diócesis, de la humanidad en este momento crucial de la historia del mundo. " Introducción al misterio de la prueba "Permítenos, Señor, introducirnos en esta realidad de la prueba, que no es simplemente un hecho; es un misterio, porque mediante ella aceptamos un aspecto de la contingencia histórica sufrida, que somos nosotros, y al mismo tiempo es algo de ti. Nosotros, además, deseamos conocerte y penetrar con el corazón y con la mente en tu misterio indecible. Infunde, pues, en
nosotros, Padre, alguna migaja de la contemplación de tu misterio a través de la experiencia de la prueba ". Como tema de esta primera meditación propongo los primeros dos capítulos del Libro de Job, que constituyen la introducción en prosa al poema propiamente dicho. Ante todo llevemos a cabo una lectura resumida y después nos plantearemos algunas cuestiones. Hace ya tiempo que deseaba reflexionar sobre Job durante unos Ejercicios. Sin embargo las incertidumbres eran numerosas, porque este libro tan fascinante es también muy difícil; San Jerónimo lo parangona a una anguila que cuanto más se pretende aferrar, tanto más se escapa. Finalmente me he decidido a evocar, en estos días, al menos algunas páginas que nos ayuden a entornar la puerta de este texto misterioso y lleno de enigmas: enigmas filológicos, históricos, literarios, interpretativos. La historia del prólogo de Job Los personajes fundamentales de la historia son tres: —Job, que vivía en la tierra de Uz, fuera por tanto de los confines de Israel, "un hombre cabal y recto, que temía a Dios y se apartaba del mal". Hombre rico: "Le habían nacido siete hijos y tres hijas. Su hacienda era de siete mil ovejas, tres mil camellos, quinientas yuntas de bueyes, quinientas asnas, además de una servidumbre muy numerosa. Este hombre era, pues, más grande que todos los hijos de Oriente" (/Jb/01/01-03). —La segunda figura característica del prólogo es Satanás, el Acusador, personaje misterioso que aparece junto a la corte de Dios como quien saca a la luz negativamente las acciones de los hombres. Él es el que pide que Job sea tentado. —El tercer personaje del drama es Dios, que desde lo alto de su trono sigue las acciones de los hombres y de alguna manera las tiene presentes. La historia está compuesta de dos momentos o pruebas: —Job es probado en sus bienes. "Un día en que sus hijos y sus hijas estaban comiendo y bebiendo vino en casa del primogénito, vino un mensajero donde Job y le dijo: «Tus bueyes estaban arando y las asnas pastando cerca de ellos; de pronto irrumpieron los sabeos y se los llevaron, y a los criados los pasaron a cuchillo. Sólo yo pude escapar para traerte la noticia». Todavía estaba éste hablando, cuando llegó otro que dijo: «Cayó del cielo el fuego de Dios, que quemó tus ovejas y tus hombres y los devoró. Sólo yo pude escapar para traerte la noticia»". El tercer mensajero anuncia el robo de los camellos y el cuarto la muerte de sus hijos e hijas a causa del viento impetuoso que había arremetido contra la casa donde estaban comiendo y bebiendo (cfr. /Jb/01/13-20). Ante esta prueba, ciertamente durísima, sigue un comportamiento de Job, que viene expresado de la siguiente forma: "Entonces Job se levantó y rasgó su vestido. Luego se rapó la cabeza, cayó en tierra, se postró, y dijo: «Desnudo salí del seno de mi madre, desnudo allá retornaré.
Yahveh dio, Yahveh quitó: ¡Sea bendito el nombre de Yahveh!» En todo esto no pecó Job, ni profirió la menor insensatez contra Dios (/Jb/01/20-22)." —Entonces Satanás pidió una segunda posibilidad de probar a Job y lo hirió con una llaga maligna "desde la planta de los pies hasta la coronilla de la cabeza" (2,7). Privado de su integridad física, además de todos sus bienes, Job es considerado como maldito ante Dios; alejado de su casa estaba sentado entre la basura, indicando simbólicamente que no había más que miseria. "Entonces su mujer le dijo: «¿Todavía perseveras en tu entereza? ¡Maldice a Dios y muérete!»". En realidad, la mujer le invita no a bendecir sino a maldecir a Dios; la Escritura forma así la frase para no ofender. "Pero él le dijo: «Hablas como una estúpida cualquiera. Si aceptamos de Dios el bien, ¿no aceptaremos el mal?» En todo esto no pecó Job con sus labios." La historia se concluye con la noticia de los tres amigos que se acercan a Job para condolerse y consolarle. Levantan los ojos desde lo lejos, no le reconocen, y después rompen a llorar a gritos. Se sientan junto a él durante siete días y siete noches en silencio. Hasta aquí el prólogo. Las preguntas 1. ¿Qué significan los personajes? —Job es ciertamente una figura irreal, una especie de modelo de laboratorio. Es un símbolo del hombre justo, y por tanto bendito de Dios, que no tiene motivo alguno para atraer sobre sí al mal; ni por su causa ni por causa de sus hijos, desde el momento que incluso suelen hacer sacrificios cada vez que realizan un banquete, y así cancelar las eventuales culpas cometidas. No es un personaje real porque cada uno de nosotros tiene culpas de las que dolerse y de las que debe soportar sus consecuencias perjudiciales. Se crea, pues, a propósito una figura abstracta a través de la que se pueda llegar a un modo de conocimiento de Dios. Es asimismo interesante que Job se presente con características que no lo ligan a una particular tradición religiosa, confesional. En todo el Libro, de hecho, no ocurren lo vocablos típicos de la tradición hebrea —alianza, ley, templo, Jerusalén, sacerdocio—. En Job se puede reflejar cualquier hombre de buena voluntad, honesto, que tenga el sentido de Dios y de su misterio. —Satanás significa todo aquello que de alguna forma pueda tentar y probar al hombre en sus momentos difíciles. 2. Si estas son las dos realidades que se mueven en la escena introductoria, nos preguntamos qué hay en el centro de esta acción tan singular. —Podremos leer de nuevo la pregunta de Satanás, que es quien mueve la acción. El Señor le dice: "«¿No te has fijado en mi siervo Job? ¡No hay nadie como él en la tierra; es un hombre cabal y recto, que teme a Dios y se aparta del mal!» Respondió Satán a Yahveh: «¿Es que Job teme a Dios de balde? ¿No has levantado tú una valla en torno a él, a su casa y a todas sus
posesiones? Has bendecido la obra de sus manos y sus rebaños hormiguean por el país. Pero extiende tu mano y toca todos sus bienes; ¡verás si no te maldice a la cara!»" (/Jb/01/08-11). La acción se configura como una pregunta irreverente o una apuesta hecha sobre el hombre: ¿existe o no existe la gratuidad en la acción humana? ¿Existe o no existe la libertad que se juega por sí misma y no por un cálculo sutil? ¿Acaso no es verdad que todo lo que le sucede al hombre, incluso en sus pensamientos más profundos, es fruto de un cálculo, de un tomar cuentas, de una esperanza de recibir, de un "do ut des"? Esta es la acusación que cada uno de nosotros siente en el fondo de sí mismo y que el análisis de lo profundo saca continuamente a la luz: el hombre no sabe amar gratuitamente y toda su acción está motivada por un interés o incluso por un resentimiento, por una venganza. Acciones verdaderamente limpias, íntegras, no existen y la misma religiosidad—la acción más sublime del hombre—nace de la esperanza de recibir un premio o se apoya en un premio ya recibido. Es el drama que rodea nuestra realidad, porque toda situación humana libre quiere saber si se funda en la verdad, en la autenticidad, en la gratuidad, o bien en un interés. ¿Cuántas veces nos cuestionamos sobre si la elección de la vocación, la perseverancia, nuestro servicio, son fruto del amor de Dios o más bien de la comodidad, el cálculo, la inclinación o una buena predisposición? Y al final nos encontramos desolados porque nos damos cuenta de que los motivos reales de nuestras acciones con frecuencia son demasiado mezquinos. Satanás, el Acusador, afirma, pues, que no existe religiosidad verdadera, que el hombre es incapaz de un amor gratuito, incapaz de vivir en alianza con Dios. Dios le ofrece una alianza con un amor auténtico y sincero y espera una respuesta de sincero y auténtico amor; pero ésta no es posible, es falsa, es una ilusión. La religión, por tanto, es opio del pueblo, máscara de motivos económicos, sociales, políticos, psicológicos, culturales; no existe el verdadero amor a Dios, la divinidad misma ha sido inventada por el hombre para enmascarar y sublimar sus propios motivos. En realidad el hombre juega consigo mismo. —En el centro del drama narrado en el Prólogo, se encuentra sin embargo, no únicamente la apuesta de Satanás sobre el hombre, sino también una apuesta de Dios que cree en la verdad del hombre y que confía en él. Por eso es un drama universal; cubre toda la gama de las situacions humanas libres, sobre todo aquellas en las que un sufrimiento inocente pone a prueba al hombre en la expresión más verdadera de sí mismo. El lector se siente integrado en la lucha porque advierte súbitamente que es un juego incluso su capacidad o incapacidad de ser auténtico. Como dice un comentarista contemporáneo del libro de Job: "La representación sagrada de Job es demasiado poderosa para admitir lectores indiferentes. Quien no entre en la acción con sus preguntas y respuestas interiores, quien no tome posición con pasión, no comprenderá un drama que por su culpa quedará incompleto. Pero si entra y toma posición, se descubrirá a sí mismo bajo la mirada de Dios, puesto a prueba en la representación del drama eterno y universal del hombre Job" (cfr. Alonso Schokel, Job, Borla 1985, p. 108). Es lo que pedimos al Señor que podamos hacer a través de la lectura del Prólogo del Libro. Os invito a una meditación personal. Las enseñanzas Para ayudaros os propongo algunas reflexiones conclusivas sobre el tema de la prueba.
1. La prueba está ahí, y está ahí para todos, incluso para los mejores. Job no ofrecía motivo alguno para ser tentado, porque era perfecto en todo. Es por tanto necesario tomar conciencia de que la prueba o tentación es un hecho fundamental en la vida. 2. Dios es misterioso. Él sabe perfectamente si el hombre vale o no, lo sabe antes de probarlo, y sin embargo lo prueba. "Yahveh tu Dios te ha hecho andar durante estos cuarenta años en el desierto para humillarte, probarte y conocer lo que había en tu corazón: si ibas o no a guardar sus mandamientos" (cfr. /Dt/08/02), dice el Señor a los israelitas expresando el mismo concepto. Este comportamiento de Dios es parte, me parece, de aquel misterio impenetrable por el que, incluso al Hijo, le pone a prueba en la Encarnación. Porque también la Encarnación y la vida de Jesús son una prueba. 3. El comportamiento al que hay que tender en la prueba es la sumisión, el aceptar y no preguntar. En el Prólogo aparece esta idea como conclusiva y resolutiva, pero después vendrá elaborada en sus etapas a lo largo del poema. "Desnudo salí del seno de mi madre, desnudo allá retornaré. Yahveh dio, Yahveh quitó: ¡Sea bendito el nombre de Yahveh! Si aceptamos de Dios el bien, ¿no aceptaremos el mal?" (1,21;2,10). Esta misteriosa sumisión, cumbre de la existencia humana ante Dios, se presenta desde el principio como la postura a la que se debe aspirar. Esto no quiere decir que ya esté en nosotros, porque en Job mismo será el fruto de todo su trabajo. Y sin embargo, sólo ella, la sumisión, es capaz de lanzar una pequeña estela de luz sobre la experiencia dramática de la existencia. 4. En la prueba corremos también el riesgo de la reflexión. El hombre, por la gracia de Dios, puede asumir rápidamente el comportamiento sumiso, pero enseguida viene el momento de la reflexión que es la prueba más terrible. El Libro de Job se hubiera podido concluir al final del segundo capítulo, demostrando que Job había resistido porque su amor por Dios era verdadero, auténtico. En realidad, hay que estar atentos, y la situación concreta de Job no es la de quien se conforma con un suspiro, con una aceptación dada una vez por todas; más bien es la situación concreta de un hombre que, habiendo expresado la aceptación, debe encarnarla en lo cotidiano. Todo esto da paso al desarrollo dramático del Libro. Quizás experimentemos algo parecido: frente a una decisión difícil, a un suceso grave, lo aceptamos con el entusiasmo y el valor que se nos da en los momentos duros de la vida. Pero, después de una cierta reflexión aparece una serie de ideas distintas y experimentamos la dificultad de aceptar lo que con anterioridad habíamos admitido. Esta es la prueba verdadera. El primer "sí" dicho por Job es, precisamente, propio de aquel que reacciona instintivamente hacia lo mejor; el problema está en mantener durante toda una vida este "sí" ante el acoso de los sentimientos y de la batalla mental. La primera aceptación, por tanto, que con frecuencia es una gracia de Dios, aún no es completamente reveladora de la gratuidad de la persona. Tiene que pasar por la larga prueba de la cotidianeidad. La prueba de Job no consiste tanto en ser privado de todo bien y en quedar lleno de llagas, sino en el deber resistir día a día las palabras de los amigos, la cascada de razonamientos que intentan hacerle perder el sentido de lo que él es verdaderamente. Desde este punto la prueba comienza dentro de la inteligencia del hombre y la verdadera tentación continua, en la que también nosotros entramos y ante la que corremos el riesgo de sucumbir, es la de perdernos en el terrible trabajo de la mente, del corazón, de la fantasía.
El libro de los más pobres de la humanidad Añado una última anotación que podéis tener presente, meditando sobre Job como el libro de los más pobres de la humanidad. A este propósito me ha iluminado mucho un comentario sobre Job, que me regaló el año pasado en Moscú su propio autor, Gustavo Gutiérrez (cfr. G. Gutiérrez, Job. Hablar de Dios desde el sufrimiento del inocente, Ed. Du Cerf, París 1987). No se trata de una reflexión propiamente exegética, sino de un texto capaz de iluminar la humanidad del Libro de Job, que Gutiérrez lee implicando el grito de los pobres de América Latina. Todos sufrimos a causa de los errores, también de los nuestros, y sin embargo una gran parte de los hombres sufre más de lo que mereciera, más de lo que han pecado: es la gente miserable, que sufre, oprimida, que constituyen quizás las tres cuartas partes de la humanidad. Esta multitud inmensa hace que nos preguntemos: ¿por qué?, ¿qué sentido tiene?, ¿es posible hablar de un sentido? Afrontar custiones tan dramáticas es propio de un libro que está fuera de los esquemas ordinarios de la vida, como es el Libro de Job. Y nosotros, que queremos ser fieles a Jesús en sus pruebas y sabemos que sus pruebas son las del pueblo mesiánico, del pueblo que sufre, de los pueblos del hambre y de la pobreza, intentamos, a través de nuestras reflexiones, acercarnos a sus pruebas y aceptar las nuestras, con frecuencia pequeñas, pensando en aquellas tan grandes que afligen a una gran parte de la humanidad. La prueba del joven rico Homilía del lunes de la XXª semana "per annum" Lectura: Jc 2,11-19; Mt 19,16-22 Nos encontramos, en esta capilla, frente a la imagen de la Virgen en el momento de la prueba más terrible de su vida, en el momento de su más grande y más dramática tentación: la imagen de la Virgen Dolorosa. Su rostro nos hace ver las lágrimas de María, es decir su participación en nuestra pruebas, en las pruebas y sufrimientos de sus hijos. "Oh María, madre nuestra, te ofrecemos estos días, te ofrecemos nuestra vida, todo aquello por lo que nos vamos a esforzar para entrar con mayor intimidad en el misterio de Jesús, en la intimidad con sus pruebas y con su camino." —La primera lectura (/Jc/02/11-19) suscita en nosotros una cuestión acerca del significado de un Libro del Antiguo Testamento que habla de guerras, de batallas, de muertes, ciertamente muy alejado de nuestra forma de vivir el misterio de Dios. Sin embargo se puede suponer que quiera ser respuesta a la cuestión que los hebreos se ponían pensando en los inicios de su historia: ¿Cómo Dios ha prometido una tierra donde mana leche y miel, y después no nos la da gratuitamente, sino como una tierra que hay que conquistar con fatigas, a través de innumerables ansiedades y sufrimientos? ¿Cómo nos la ha dado después de siglos de incertidumbres, haciéndonos sentir durante tanto tiempo la amenaza de otros pueblos, casi extranjeros en esta
tierra? Se proponen varias respuestas a esta cuestión que, en el fondo, es la misma de la prueba de Job: ¿por qué Dios se ha comportado conmigo de esta forma y no de otra? Por ejemplo, en el capítulo siguiente al pasaje que acabamos de escuchar, se dice que Dios no quería que los israelitas olvidaran el arte de la guerra, arte que sus padres habían aprendido para entrar en la tierra prometida. En otro lugar se responde que Dios quería que el terreno no se hiciera salvaje; cuando las cosas van muy bien el hombre tiende a la pereza, a rechazar la fatiga de cultivar la tierra. O bien en los Libros sapienciales se aduce, como motivo, el querer dar posibilidad de conversión a los otros pueblos. La razón fundamental que aporta el Libro de los Jueces es que los hebreos no merecían el don de la tierra prometida y que se alejaban regularmente del Señor cada vez que tenían la oportunidad. Podemos extraer una gran verdad: cada uno de nosotros y la humanidad como conjunto nos desgastamos fácilmente cuando las cosas van a toda vela, cuando la oración, la salud, el apostolado, la amistad y los afanes mundanos van de maravilla. No debiera ser así desde el punto de vista teórico, desde el momento en que el hombre está hecho para la felicidad, para la plenitud de los dones. Pero en concreto la situación histórica del hombre, herido por el pecado, hace que en la condición de bienestar se dedique a adorar a los ídolos, se llene de orgullo, se adore a sí mismo, su propio poder, la ostentación de sus propias posibilidades, de sus propias prestaciones físicas, sociales e intelectuales. El Señor pone a prueba a los israelitas cuando, habiendo alcanzado un mínimo de paz y de bienestar, se hacen idólatras. La prueba aparece, pues, como una manera providencial con la que Dios nos mantiene despiertos. Debemos admitir, volviendo a pensar en nuestra experiencia, que nos adormeceríamos fácilmente si contínuamente no hubiera pequeños sufrimientos, estímulos físicos y morales, que nos obligaran a situarnos en disposición de lucha espiritual. Hay una providencia divina misteriosa en el hecho de que el pueblo no pueda disfrutar pacíficamente, desde el inicio, de la posesión de la tierra; hay un camino misterioso de purificación de las personas, como individuos y como grupo, a través de las dificultades y del dolor. Incluso si no comprendemos muy bien el porqué de esta economía divina, hemos sido llamados a contemplarla en el caminar del pueblo de Dios, para poder aceptarla al menos un poco en nuestra existencia personal. —En el pasaje evangélico (/Mt/19/16-22) Jesús pone a prueba a un joven que creía ser muy valiente, creía haber alcanzado la posesión plena de la propia tierra, de sus propias facultades, que creía que las había puesto bajo la ley de la razón, bajo la ley de Dios. Consideraba que estaba en el lugar exacto y preguntaba: ¿Qué me falta, que aún no tenga? Aquí estoy, estoy dispuesto. Jesús pronuncia unas simples frases: "Si quieres ser perfecto, vete, vende lo que tienes y dáselo a los pobres, y tendrás un tesoro en los cielos; luego ven y sígueme" (v. 21). Y el joven comprendió que aún estaba muy lejos de la meta: "Al oir estas palabras, el joven se marchó apenado, porque tenía muchos bienes" (v. 22). Este es el misterio de la prueba, que se verifica cuando una persona se considera segura, casi en el ápice de su camino espiritual. Con una nueva exigencia, el Señor nos hace comprender que aún queda mucho por hacer, y feliz la persona que no se escandalice. El drama del joven está en no haber comprendido que se trataba de una prueba, como si dijéramos que tomó la invitación de Jesús demasiado en serio. Si hubiese respondido: Tú me pides, Señor, una cosa difícil, y sólo ahora he abierto verdaderamente mis ojos. No sé cómo
hacer para seguir tu propuesta, pero ayúdame, dame la gracia necesaria. Si el joven hubiese tenido este brillo de inteligencia, su historia hubiese sido bien distinta. Él no se ha dado cuenta de que la prueba mostraba una fragilidad ante la que no debía sorprenderse, porque era un pequeño escalón en el camino más abierto hacia Jesús. Así que se entristeció y se marchó. Su situación es una de tantas en la que la prueba, no aceptada, genera ofuscación y muerte. "Señor, estamos aquí frente a ti, para decirte que somos frágiles; aunque ni siquiera imaginemos cual pueda ser tu exigencia capaz de hacernos entrar en crisis, sabemos que existe. Pero no nos sorprenderemos si nos cuesta aceptarla, si nos resulta incluso repugnante. Más bien te pediremos: ¡Ten piedad de nosotros! ¡Concédenos tu misericordia! Oh María, madre de Jesús crucificado, infunde en nuestro corazón aquel amor y aquella humildad que el Señor hubiera querido en el joven rico. Haz que allí donde constatemos incapacidad o rechazo, podamos servirnos de ellos como escalón para crecer en el conocimiento de nosotros mismos, en el amor de tu Hijo. Y a través del don de la muerte y de la resurrección de Jesús, proporciona a nuestro corazón la medicina que le cure de su pobreza, angustia y miedo, para que pueda ser iluminado por la alegría de la divina presencia. Págs. 5-39
Job no sabe aceptarse Introducción Quisiera, a modo de introducción, indicar una dificultad que podría impedirnos sacar el máximo fruto posible de estos Ejercicios, y es el tema del Libro de Job. Por este motivo he dudado durante mucho tiempo si escogerlo o no como texto de referencia para estas reflexiones. También a mí me exige una larga lucha para conseguir comprender el mensaje; no es únicamente un libro que hable de la prueba del hombre, sino que es una prueba en sí mismo, por las afirmaciones desconcertantes que contiene y que no encontramos en otros lugares de la Sagrada Escritura. ¿Cuáles son, pues, los remedios a esta dificultad? a) El primero es la lucha con Dios, como Job, sin dejarnos asustar, sino más bien afrontando la lectura del texto, incluso en su estructura que, entre otras cosas, es bastante simple. El problema está en comprender qué quiere decir, con qué orden y de qué manera:¿se trata únicamente de una confusa poesía, o se encierra también una verdadera tesis? El hecho de que a esta cuestión no se le haya dado todavía una respuesta resolutiva, nos invita a meditar el mensaje desde todos los puntos de vista: Señor, ¿qué me estás diciendo?, ¿de qué forma lo que estamos leyendo es sugerencia para hablar de Dios, o para callar, en nuestro mundo y sus dramas?, ¿este libro tiene algo que ver con tu misterio y el mío, Señor, con el misterio de la Iglesia, del dolor humano, de los pobres?
Ultimamente, a propósito de las polémicas con el mundo hebreo por el Carmelo de Auschwitz, se ha repetido con frecuencia que, después del holocausto, ya no es posible hablar de Dios, que únicamente hay lugar para el silencio. La frase ha penetrado en la carne de muchos teólogos, especialmente alemanes, o en todo caso sensibles a la historia europea de nuestro siglo. Por tanto se nos interroga: ¿Verdaderamente quedamos reducidos al silencio, después de ciertas tragedias? ¿Se puede hablar mientras perduren las tragedias del Líbano o del hambre en los países pobres? El Libro de Job alcanza las llagas de lo humano y quizás por ello lo rechacemos, siéndonos difícil hablar de Dios y no aceptando una divinidad que sacuda nuestras categorías comunes de lo divino. Es, por tanto, un Libro que exige lucha en la oración, adoración, preguntas y súplicas; es la primera forma para ayudarnos. b) El segundo remedio, ya sugerido, es transformar la materia de meditación en oración personal afectiva; dejarnos implicar y rezar a partir de nuestra vivencia y de la de quienes amamos, sobre todo de aquellos a quienes vemos sufrir, del sufrimiento de la Iglesia y de la humanidad. En otras palabras: debemos redescubrir los salmos de lamentaciones. Job, en el fondo, se puede considerar como una introducción a aquella meta del salterio, que recitamos, pero que nos resulta difícil hacer nuestros; precisamente los salmos de las lamentaciones. Os sugiero, por ejemplo, a fin de transformar en oración la lectura de Job que haremos hoy, que recordéis el Salmo 87, titulado Lamento en la extrema aflicción, el más pesimista de todos. Mientras muchos otros salmos de lamentación terminan con palabras de escucha favorable, de acción de gracias, el último versículo del Salmo 87 reza así: "Has alejado de mí compañeros y amigos, son mi compañía las tinieblas". ¿Por qué, pues, este salmo es una oración?, ¿cómo puedo rezarlo? El problema de Job es precisamente comprender cómo una situación de angustia puede ser vivida en la fe. c) Finalmente, es importante no dejarse sorprender por la indisciplina mental. Cada uno, según su propia experiencia adulta de oración, debe establecer los momentos del día: para la oración mental, silenciosa; para la lectura; para la oración vocal, muy útil, en particular el Rosario. Un ritmo de oración adaptado a nuestro momento de búsqueda de Dios, será de gran utilidad para superar la dificultad de la materia del texto bíblico. Job maldice su día Reflexionemos sobre el capítulo 3 de Job, preguntándonos en primer lugar, en el momento de la lectio, qué dice, y después, al nivel de la meditatio, cuál es el mensaje para nosotros. Después de siete días y siete noches durante las cuales sus amigos se sientan junto a él, en tierra, en silencio, "abrió Job la boca y maldijo su día". El contenido del capítulo es precisamente este: "maldijo su día". "Y dijo: «¡Perezca el día en que nací, y la noche que dijo: 'Un varón ha sido concebido'! El día aquel hágase tinieblas, no se acuerde de él Dios desde allá arriba,
ni resplandezca sobre él la luz. Lo manchen tinieblas y sombras, un nublado se cierna sobre él, le estremezca un eclipse. Oh sí, la oscuridad de él se apodere, no se añada a los días del año, ni entre en la cuenta de los meses! Y aquella noche hágase lúgubre, impenetrable a los clamores de alegría. Maldíganla los que maldicen el día, los dispuestos a despertar a Leviatán. Sean tinieblas las estrellas de su aurora, la luz espere en vano, y no vea los párpados del alba. Porque no me cerró las puertas del vientre donde estaba, ni ocultó a mis ojos el dolor. ¿Por qué no morí cuando salí del seno, o no expiré al salir del vientre? ¿Por qué me acogieron dos rodillas? ¿por qué dos pechos para que mamara? ¿Por qué no fui un aborto oculto, como los niños que no vieron la luz? Pues ahora estaría acostado y tranquilo, dormiría un sueño de reposo, con los reyes y los notables de la tierra, que se edifican soledades; o con los príncipes que poseen oro y llenan de plata sus moradas. Allí acaba la agitación de los malvados, allí descansan los exhaustos. También están tranquilos los cautivos, sin oír más la voz del capataz. Chicos y grandes son allí lo mismo, y el esclavo es libre de su dueño. ¿Para qué dar la luz a un desdichado, la vida a los que tienen amargada el alma, a los que ansían la muerte que no llega y excavan en su búsqueda más que por un tesoro, a los que se alegran ante el túmulo y exultan cuando alcanzan la tumba, a un hombre cuyo camino está cerrado, y a quien Dios por todas partes cerca? Como alimento viene mi suspiro, como el agua se derraman mis lamentos.
Porque si de algo tengo miedo, me acaece, y me sucede lo que temo. No hay para mí tranquilidad ni calma, no hay reposo: turbación es lo que llega»" (Jb 3). Hemos apuntado el tenor tan extraño de este capítulo; mientras en el capítulo precedente parece que Job no haya pronunciado maldición alguna contra Dios, que haya resistido a la dureza de los acontecimientos, ahora nos damos cuenta que la prueba apenas acaba de comenzar. El acto de sumisión debe entrar en la mente, en el corazón y en el cuerpo de quien lo hace, y esto es muy difícil. Después de siete días de silencio, el volcán que se incubaba en el ánimo de Job irrumpe con fuerza. Intentemos subdividir el texto en sus cuatro partes. 1. vv. 1-10: el tema es la maldición del día del nacimiento, a cualquier hora que fuese. "Si es día vuélvase tiniebla, si noche sea talmente lúgubre que no entre júbilo alguno en ella". Job intenta borrar del tiempo aquel día y aquella noche, intenta mandarlos a la oscuridad primitiva de la inexistencia. El tema no es frecuente en las Escrituras que, en general, son un himno a la vida. Sin embargo existen páginas ilustres que son un paralelo del disgusto de Job. Por ejemplo, en el Libro de Jeremías, donde el profeta exclama: "¡Maldito el día en que nací! ¡el día que me dio a luz mi madre no sea bendito! ¡Maldito aquel que felicitó a mi padre diciendo: «Te ha nacido un hijo varón», y le llenó de alegría! Sea el hombre aquel semejante a las ciudades que destruyó Yahveh sin que le pesara, y escuche alaridos de mañana y gritos de ataque al mediodía. ¡Oh, que no me haya hecho morir en el vientre, y hubiese sido mi madre mi sepultura, con seno preñado eternamente! ¿Para qué haber salido del seno, a ver pena y aflicción, y a consumirse en la vergüenza mis días?" (Jer 20,14-1 8). Os invito, sin embargo, a leer el capítulo a partir del versículo 7. Jeremías es un hombre ilustre y extraordinario, dotado de poderes de visión del mundo de Dios, casi únicos en la historia, reservados a poquísimos; y, sin embargo, llega a lamentarse como Job, precisamente porque Job no es una figura singular, sino que expresa los momentos más dramáticos de la experiencia humana. 2. vv. 10-19: el tema no es sólo el del nacimiento aborrecido, sino el de la muerte ansiada. "¿Por qué no morí cuando salí del seno, o no expiré al salir del vientre?" (v. 11). Podemos pensar en el episodio de Jonás. Desilusionado por la acción de Dios, cayó en la depresión y pidió al Señor que le quitara la vida.
"Se disgustó mucho—porque Dios había renunciado a causar mal alguno a la ciudad de Nínive —y se enojó; y oró a Yahveh diciendo: «¡Ah, Yahveh, ¿no es esto lo que yo decía cuando estaba todavía en mi tierra? Fue por eso por lo que me apresuré a huir a Tarsis. Porque bien sabía yo que tú eres un Dios clemente y misericordioso, tardo a la cólera y rico en amor, que se arrepiente del mal. Ahora, pues, Yahveh, te suplico que me quites la vida, porque mejor me es la muerte que la vida»" (/Jon/04/01-03). En el momento en que la misericordia de Dios se está revelando, el profeta se siente apeado, casi desautorizado de su profecía, y el despecho, el enojo y la rabia son tan fuertes que llega a desear la muerte. Nos viene a la mente otra figura extraordinara: Elías. Huye por su incapacidad para vencer a los falsos profetas en el nombre de Yahveh; asustado por las amenazas de la reina Jezabel, "se levantó y se fue para salvar su vida. Llegó a Berseba de Judá y dejó allí a su criado. Él caminó por el desierto una jornada , de camino, y fue a sentarse bajo una retama. Se deseó la muerte y dijo: «¡Basta ya, Yahveh! ¡Toma mi vida, porque no soy mejor que mis padres!»" (1 Re 19,3-4). Elías, que vivía en intimidad con el misterio de Dios, llega a la desesperación porque no ha conseguido hacer lo que hubiera deseado. 3. vv. 20-23: la invocación de la maldición del día del nacimiento con el deseo de la muerte viene generalizada por el sin sentido general de la vida: "¿Para qué dar la luz a un desdichado, la vida a los que tienen amargada el alma, a los que ansían la muerte que no llega?" 4. Finalmente, la cuarta parte (vv. 24-26): es un retorno de Job sobre sí mismo para describir de cerca lo que está viviendo. "Como alimento viene mi suspiro, como el agua se derraman mis lamentos. Porque si de algo tengo miedo, me acaece, y me sucede lo que temo. No hay para mí tranquilidad ni calma, no hay reposo: turbación es lo que llega." Así se ha expresado eficazmente el grito que nace de los siete días de silencio de Job: aborrece el nacimiento, desea la muerte, declara sin sentido la vida de todos los que sufren y al final vuelve sobre sí mismo para concluir: aquí estoy, inquieto y atormentado. El grito de Job y la oración de lamentación Vayamos ahora a la meditación misma del capítulo y preguntémonos: ¿las expresiones de Job son retóricas, son debidas a la exageración típica de los orientales que con frecuencia utilizan la hipérbole? ¿Entonces, cómo se explica que se hallen en las Escrituras que tienen un valor perenne? ¿Existe alguna similitud en nuestra experiencia? Pienso que cuando, por ejemplo, una persona de forma lúcida se sitúa frente a una enfermedad incurable, no raramente se desata el grito y el lamento. Si por parte de los médicos se considera
oportuno decir la verdad directamente al enfermo, la primera reacción es siempre de rebelión dramática: ¿Qué sentido tiene esto, por qué precisamente a mí? Cada uno de nosotros puede encontrarse, de un momento a otro, en estas condiciones de un mal gravísimo, incurable, y entonces el grito de Job puede ser el nuestro. O bien, pensemos en la gente que experimenta, en ciertos períodos de la existencia, una serie de desastres y desgracias de todo tipo, que se acumulan unos sobre otros llevando a la desesperación. Es admirable que la Biblia no haya condenado este sentimiento, que no lo haya exorcizado, sino que más bien lo haya retenido como parte del Texto Sagrado inspirado. Yendo más allá en nuestro discurso, nos parece legítima la siguiente pregunta: ¿Qué sentido tiene la vida miserable de tantos hombres y mujeres, una vida de extrema indigencia, privada de toda perspectiva humana? ¿Qué sentido tienen las multitudes de desheredados, de pobres, de personas que están en el límite de la posibilidad de vida, y para quienes no existe un remedio inmediato? Cuando nos damos cuenta de la inmensidad de esta miseria, del larguísimo tiempo que será necesario para dar a tantas gentes unas condiciones de vida mejores, y al mismo tiempo nos encontramos con la corrupción política nacional e internacional que se opone al desarrollo de los pueblos, no podemos dejar de preguntarnos el sentido de todo esto, y si no hubiera sido mejor que esa gente no hubiera nacido nunca. ¿Y qué decir de los niños que nacen en países subdesarrollados de alto nivel natalicio, ya enfermos, minusválidos, impedidos desde el principio de su nacimiento por falta de los cuidados necesarios? Lo de Job es, pues, un grito que atraviesa también el mundo de hoy, y la tentación radical de ansiar la muerte nos amenaza a todos, nadie queda excluido; amenaza incluso a aquellos que se alegran porque no han sido alcanzados por miserias terribles, pero que no pueden sustraerse a la realidad de degradación que incumbe a tantos pueblos. El juicio que damos de este pasaje bíblico se hace entonces más moderado, más comprensivo de la verdad del grito, que expresa el mundo frente a los abandonados de todos los tiempos. Y no es casual que la Escritura lo haya asumido como oración de lamentación. Es la reflexión que hace Gustavo Gutiérrez, en su comentario al Libro de Job, transformando la opinión de C. Westermann, según el cual el género literario del texto bíblico es la lamentación, la denuncia de la propia miseria ante Dios. "Unicamente esta perspectiva permite comprender correctamente la estructura de la obra. El autor escribe: «En mi investigación parto del simple reconocimiento del hecho de que en el Antiguo Testamento el sufrimiento humano posee un lenguaje propio. No se puede comprender la estructura del Libro de Job si no se ha comprendido ante todo este lenguaje, es decir el lenguaje de la lamentación»" (G. Gutiérrez, op. cit., p. 37, nota 14). Explica después que contrariamente a la aceptación negativa que la lamentación asume en la mentalidad occidental—resignación, retirada sobre uno mismo, incapacidad de ayudarse—, en la perspectiva bíblica la lamentación está profundamente ligada a la oración, es un elemento de súplica, de llamada a Dios. Hace notar que en la joven Iglesia cristiana, esta forma de oración se refleja con frecuencia: basta pensar en las grandes devociones populares de América Latina, del Cristo muerto, donde el llanto expresa también el sufrimiento del pobre (cfr. op. cit., p. 43 nota 7). Hacia el final de su comentario, Gutiérrez cita otro autor contemporáneo, cuyas palabras nos permiten entender ulteriormente el misterio de la oración de lamentación, que puede parecer entonces como una blasfemia: "El milagro del libro está precisamente en el hecho de que Job no da un solo paso para huir hacia un Dios mejor, sino que permanece en el campo de tiro, bajo el tiro de la cólera divina, y es allí donde, sin moverse, en el corazón de la noche, desde el profundo abismo, Job, a quien Dios trata como enemigo, apela no a una instancia superior, no al Dios de sus amigos, sino a ese mismo Dios que le oprime. Job se refugia junto a Aquel que le
acusa; confía en el Dios que le ha desilusionado y le ha provocado la desesperación. Job confiesa su esperanza y toma por defensor al Dios que lo ha llevado a juicio, por liberador a Aquel que lo tiene prisionero, por amigo a su enemigo mortal" (R. De Puy, citado por Gutiérrez, op. cit., pp. 155-156 nota 1). La lamentación es oración que sacude al alma, haciendo salir el pus de las llagas más profundas de nuestra existencia y es, por tanto, capaz incluso de liberarnos interiormente. Porque el camino de Job es de liberación y de purificación, para poder ver el rostro de Dios de nuevo y de nuevo tomar el sentido de la propia dignidad y verdad. Sugerencias Para la meditación personal y concreta del capítulo 3 de Job, os sugiero cuatro reflexiones. 1. Es necesario aprender a distinguir, en nuestra vida, la lamentación de la queja. Esta en general es muy común, porque nos quejamos un poco de todo, y cada uno se queja de los otros; es difícil que en ambientes religiosos, sociales y políticos no se oiga hablar mal de los otros. Se ha perdido el verdadero sentido de la lamentación, que consiste en el llorar ante Dios. Así, las fuerzas de resistencia, de irritación, de rabia que se agitan en el ánimo, no encuentran su desahogo natural y justo, se desencadenan sobre los que nos rodea, personas o situaciones, y forman la infelicidad de la vida, de la familia, de la comunidad, de los grupos. Sólo Dios, que es padre, es capaz de soportar incluso las rebeliones y los gritos de sus hijos; es la relación con un Dios tan bueno y fuerte lo que nos permite litigar con él. Él acepta este enfrentamiento, como aceptó el de Elías, el de Jonás, el de Jeremías, el de Job. Es verdad que Jonás será amonestado cuando pida la muerte, pero mientras tanto Dios le ha dejado hablar. Abrir el manantial de la lamentación es la forma más eficaz para cerrar los filones de las quejas que entristecen al mundo, a la sociedad y a la realidad de la Iglesia, y que no tienen salida porque, vividas a nivel puramente humano, no alcanzan el fondo del problema. Muchas veces, si a quejas estériles, generadoras de nuevas llagas, sustituimos la lamentación profunda en la oración, encontraremos la solución de problemas nuestros y de otros o, al menos, habremos tomado el camino más expresivo y justo para denunciar el sufrimiento y el malestar en la Iglesia. Confieso haber vivido situaciones en las que frente a la pregunta: ¿dónde encontrar en la Biblia un pasaje que corresponda a lo que siento en estos momentos?, me he visto reflejado leyendo las Lamentaciones de Jeremías y he podido experimentar la paz. Más que una expresión de crítica, en forma de resarcimiento y resentimiento, he dejado que las palabras del profeta, tan dramáticas como son, dulcificaran y tranquilizaran mi corazón. Quizás los pobres tienen más capacidad de sufrimiento que los ricos, porque no han perdido esta vía profunda e interior, esta sabiduría de la vida. Quien la ha errado, reacciona sólo con rabia; piensa que es señor de todo, y si las cosas no van como él quiere, intenta vengarse en los otros. 2. Una segunda reflexión. Job vive una experiencia que le parece sin sentido y que no acepta: "Como alimento viene mi suspiro, como el agua se derraman mis lamentos. Porque si de algo tengo miedo, me acaece, y me sucede lo que temo.
No hay para mí tranquilidad ni calma, no hay reposo: turbación es lo que llega" (3, 24-26). Su condición, para usar una expresión corriente en nuestros días, es propia de quien está desmotivado, de quien no encuentra razones para resistir a la lucha. Tal condición nos suena como una campanilla de alarma. Cuando, de hecho, examinándonos en algún momento de incerteza o de fatiga, nos parece que estamos desmotivados, entonces nos asustamos. Y cuando se nos acerca una persona, quizás un joven durante los primeros años de su matrimonio, para confiarnos que se siente desmotivado, nos sobrecoge el temor. Los motivos son dos: primeramente porque nos damos cuenta de que la situación de esa persona podría ser la nuestra. En segundo lugar porque la palabra "desmotivación" parece que no permita apelación, parece justificar la huida: No siento nada, no tengo ganas, ¿qué culpa tengo yo? Job nos sugiere, por el contrario, mirar cara a cara a la "desmotivación" a fin de hacerle perder un poco de su siniestro poder. Nos invita a examinarla con valentía, a no considerarla tan terrible, como si no hubiera nada más que hacer. Nos estimula a preguntarnos qué significa en realidad, tanto más que quien se encuentra desmotivado, objetivamente, no ha cambiado mucho, sino únicamente por el hecho de que no alcanza a comprender la gratuidad. En el Prólogo de Job, hemos contemplado el desafío de Dios: él considera que el hombre es capaz de obrar por la gratuidad del amor, incluso allí donde casi no existe la gratificación ordinaria. La persona desmotivada, en verdad, debería decir: He llegado al punto en el que puedo, por primera vez en mi vida, comenzar a ser hombre, porque no tengo ninguna de aquellas gratificaciones que tenía antes. El 98% de nuestras acciones son fruto de un flujo y reflujo de gratificaciones recíprocas que nos sostienen; y es justo que sea así. Pero la prueba de que existe un amor desinteresado y gratuito aparece cuando nos encontramos totalmente desnudos frente a Dios y a su amor crucificado. Este es el desafío propuesto en el Libro de Job, que grita y puede gritar su desmotivación, que grita y puede gritar su deseo de muerte, el sinsentido de la vida, pero que lo hace ante su Dios y ante sus amigos; continúa moviéndose, actuando, buscando. En la desmotivación su libertad se purifica, aquella libertad de la que podía dudar antes del desafío, si fuese verdaderamente capaz de gratuidad. Gradualmente el hombre Job llega al verdadero Job. Cuando, pues, pensamos que hemos llegado al límite del que ya no podemos movernos, hemos llegado simplemente al punto en el que nuestra libertad está en su momento expresivo más auténtico. Jesús nos ha mostrado la gratuidad de su amor, no sólo en sus milagros, sino en la cruz, para que hubiese correspondencia entre dos gratuidades enfrentadas libremente. De Job aprendemos que nuestra dignidad de hombres se revela en el amor a Dios incluso si la desmotivación ha alcanzado la violencia expresada en las palabras sobre las que hemos reflexionado. Si descubrimos en nosotros algunas raíces de frustración, si tenemos el temor de que nuestras acciones queden privadas de sentido, y quizás tenemos incluso miedo de reconocerlo, debemos intentar decírselo a Dios por la vía de las lamentaciones. 3. Debemos aceptar ser lo que somos. Hablando de los pobres, por ejemplo, advertimos siempre el tormento de no poder compartir en verdad su situación. Habiendo tenido de
hecho, en nuestra existencia, una formación y una cultura determinada, no seremos nunca como la gente pobre, ocurra lo que ocurra. ¿Cómo, pues, comportarnos? ¿Quizás como aquellos que en el 68 se esforzaron en llevar la barba desarreglada, en aparecer sucios para asemejarse de alguna forma a quienes están privados de todas las cosas? Sería absurdo; debemos dar gracias al Señor por ser lo que somos y preguntarnos qué podemos hacer, aquí y ahora, por el hermano que es distinto de nosotros. Preguntarnos qué podemos recibir de él, quien, a su vez, se hará la misma pregunta. Lo importante es que yo responda a Dios acerca de mí mismo y que ame a los otros cuanto pueda. El querer andar fuera de sí mismo es una pretensión mefistofélica. Job nos ayuda a desmontar estos castillos en el aire, a ser humildemente capaces de aceptarnos y de aceptar a los hermanos, porque la verdad es que estamos en el mundo para darnos unos a otros recíprocamente. La pretensión de entrar en la piel de todos para tener la solución geométricamente perfecta, se revela, al final, clamorosamente equivocada. Cuántas veces, pensando por ejemplo en ayudar la pobreza de los pueblos africanos, se yerra totalmente, se llevan a cabo gestos que no son escuchados. Si, por el contrario, me dedico a escuchar con amor a aquella gente, me daré cuenta que puedo recibir mucho y, sin acabar de comprender del todo su mentalidad, se viven relaciones de intercambio existencial que permiten decir: Señor, he hecho lo que he podido siguiendo a tu Hijo, tú ahora concédeme tu misericordia. Esta sobriedad de juicio, que naturalmente impone a la mente ciertos sacrificios, es difícil, y se la alcanza con la edad y con la experiencia. Mientras se es joven no se acepta la reducción de la propia capacidad mental de conocer el todo y de conocerse a sí mismo como totalidad, de valorar, a partir de sí mismo, al otro como totalidad. 4. Finalmente, quisiera recordar el título de nuestros Ejercicios: "Vosotros habéis perseverado conmigo en mis pruebas." Preguntemos a Jesús en el huerto de Getsemaní: "Señor, ¿has vivido alguna vez momentos en los que todo te parecía extraño, insulso, sin sentido, en los que no tenías ganas de nada y no acertabas a encontrar estímulo alguno? ¿Y cómo los has vivido?" San Carlos Borromeo nos dice que experimentó la frustración, el sentimiento de inutilidad, de disgusto; y un día, a su primo Federico que le pedía cómo comportarse durante esos momentos, le mostró el librito de los Salmos, que siempre llevaba en el bolsillo. Él recurría a los cantos de las lamentaciones para dar voz a sus sufrimientos y, al mismo tiempo, tomar aliento y fe frente al misterio del Dios vivo. Recemos para que el Señor nos conceda el don de saber acercarnos, también nosotros, a la fuente purificadora y balsámica de las lamentaciones bíblicas. *** El examen de conciencia de Job
El riesgo teológico de la lectura del Libro de Job me parece bien expresado en una cita que encontré en un artículo del filósofo Emanuele Severino, titulado: El riesgo de la fe en el "irónico Sócrates". Escribe así: "Al rey Midas, que quería saber qué era lo mejor y más deseable para el hombre, el Sileno"—que representa la tradición de la sabiduría dionisíaca—"después de haber callado un largo tiempo, respondió finalmente riendo: «Estirpe miserable y efímera, hijo del azar y de la pena, por qué me obligas a decirte lo que para ti es ventajosísimo no conocer? Lo mejor es absolutamente inalcanzable para ti: no haber nacido, no existir, ser nada. Pero lo segundo mejor para ti es morir lo más pronto posible (es decir, volver lo más pronto posible a la nada)»" (cfr. "Corriere delta Sera", 21-8-1989). Podremos expresar el problema teológico de Job de la siguiente forma: ¿Cuál es la diferencia entre estas palabras y las del capítulo 3 de Job? Advertimos una cierta asonancia de lenguaje, quizás los vocablos sean idénticos, pero sin embargo la diversidad es abismal, porque el hombre del texto bíblico no es ni un escéptico ni un desilusionado de la vida. Nosotros hemos sido llamados, pues, a entrar en el abismo del verdadero y misterioso conocimiento de Dios, del Dios indecible. Y tenemos miedo. Probablemente, si el Libro de Job fuera confiado hoy a una comisión doctrinal o teológica para decidir si incluirlo o no en el canon, se llegaría a su exclusión ante el temor de crear malestar e incomodidades. El hecho, sin embargo, de que esté en el canon como palabra de Dios nos invita a aceptar la fatiga de su lectura, pidiendo al Señor que nos dé el espíritu de oración, de humildad, de adoración, para no permitir que nos enredemos en los términos puramente racionales del conocimiento. A un amor sin fin corresponden misterios sin fin, y nosotros queremos recorrer, superando una primera impresión de malestar, los caminos difíciles de la Palabra sin saber de antemano dónde nos va a conducir. "Concédenos, Señor, un verdadero, nuevo y más profundo conocimiento de ti. Incluso a través de palabras que no comprendamos, haz que podamos intuir con el afecto del corazón tu misterio que está más allá de toda comprensión humana. Haz que el ejercicio de la paciencia de la mente, el recorrido espinoso de la inteligencia, sea el signo de una verdad que no es alcanzable simplemente con los cánones de la razón humana, sino que está más allá de todo, y precisamente por eso, es la luz sin límite, misterio inaccesible y conjunto nutritivo para la existencia del hombre, para sus dramas y sus aparentes absurdos. Concédenos conocerte, conocernos a nosotros mismos, conocer los sufrimientos de la humanidad, conocer las dificultades entre las que se debaten tantos corazones, y volver a una siempre nueva y más verdadera experiencia de ti." El último monólogo de Job Saltando los capítulos intermedios, dado que no nos resulta posible releer el Libro por entero, reflexionaremos sobre los capítulos 29, 30 y 31, porque constituyen el último gran monólogo de Job.
Después de aquel capítulo 3, se presentan tres escenas en las que hablan los tres amigos y Job cada vez les va respondiendo. Sigue después un intermedio misterioso, una especie de resplandor de fuego desde lo alto, que es el himno de la sabiduría (cap. 28). A continuación el monólogo toma la última palabra antes del diálogo con Dios. Por su valor sintético, de resumen, conclusivo de estos tres capítulos, me parece útil proponer una lectura en dos tiempos, a saber lectio y meditatio. El examen de conciencia de Job nos ayudará a prepararnos a nuestro examen de conciencia para la jornada penitencial de mañana. Me sirvo sobre todo de las explicaciones que Gianfranco Ravasi da sobre estos tres capítulos en su comentario a Job (cfr. Ravasi, Job, Borla 1979). Es, de hecho, una explicación que secciona con cuidado el texto según sus divisiones internas, ofreciendo así una primera clave para su lectura. El capítulo 29 se titula: Canto del pasado y de la nostalgia; todos los verbos están en tiempo pasado, Job recuerda situaciones y ambientes ya vividos. El capítulo 30 se titula: Canto del presente y del horror, y comienza con la palabra "ahora". El capítulo 31 se titula: Canto del futuro y de la inocencia. Mirando su vida pasada, Job hace una confesión de inocencia, muy detallada, a partir de una serie de criterios morales éticos, que examina uno por uno; concluye desafiando a Dios a aducir sus propias razones contra él. 1. Capítulo 29. "Job continuó pronunciando su discurso y dijo: ¡Quién me hiciera volver a los meses de antaño, aquellos días en que Dios me guardaba, cuando hacía brillar su lámpara sobre mi cabeza, y yo a su luz por las tinieblas caminaba; cómo era yo en los días de mi otoño, cuando vallaba Dios mi tienda, cuando Sadday estaba aún conmigo, y en torno mío mis muchachos, cuando mis pies se bañaban en manteca, y regatos de aceite manaba la roca!" (vv. 1-6). En esta primera estrofa Job se describe como quien vivía la alegría de un amigo de Dios. Lo sentía presente en su oración, en la vida cotidiana con sus momentos difíciles, apreciaba la continua proximidad. "Si yo salía a la puerta que domina la ciudad y mi asiento en la plaza colocaba, se retiraban los jóvenes al verme, y los viejos se levantaban y quedaban en pie. Los notables cortaban sus palabras y ponían la mano en su boca. La voz de los jefes se ahogaba, su lengua se pegaba al paladar. Oído que lo oía me llamaba feliz, ojo que lo veía se hacía mi testigo" (vv. 7-11).
Una segunda estrofa en la que Job no se define a sí mismo únicamente en relación íntima con el misterio de Dios, sino también en relación con la gente de su pueblo. "Pues yo libraba al pobre que clamaba, y al huérfano que no tenía valedor. La bendición del moribundo subía hacia mí, el corazón de la viuda yo alegraba. Me había puesto la justicia, y ella me revestía, como manto y turbante, mi equidad. Era yo los ojos del ciego y del cojo los pies. Era el padre de los pobres, la causa del desconocido examinaba. Quebraba los colmillos del inicuo, de entre sus dientes arrancaba su presa" (vv. 12-17). Job era el hombre justo, que se ocupaba activamente de los pobres, y por ello quien lo veía daba testimonio. De la apología de sí mismo, centrada únicamente en su persona, pasa gradualmente a considerar el aspecto social; el sufrimiento le ha abierto los ojos para comprender la necesidad de una relación con los más abandonados, los desheredados. "Y me decía: «Anciano moriré, tras días numerosos, igual que la palmera. Mi raíz está franca a las aguas, el rocío se posa de noche en mi ramaje. Mi gloria será siempre nueva en mí, y en mi mano mi arco renovará su fuerza»" (vv. 18-20). He aquí el sueño de su vejez: Job estaba seguro de que habría dado frutos como una juventud perenne. "Me escuchaban ellos con expectación, callaban para oir mi consejo. Después de hablar yo, no replicaban, y sobre ellos mi palabra caía gota a gota. Me esperaban lo mismo que a la lluvia, abrían su boca como a lluvia tardía. Si yo les sonreía, no querían creerlo, y la luz de mi rostro no dejaban perderse. Les indicaba el camino y me ponía al frente, me asentaba como un rey en medio de su tropa, y por doquier les guiaba a mi gusto" (vv. 21-25). En estos últimos versos, casi como haciendo un salto hacia atrás, Job recuerda su compromiso más específicamente político, la fuerza de su presencia en la sociedad. El capítulo 29 es, por tanto, un canto nostálgico en el que se evoca el bien vivido, la condición pacífica, serena, llena de gratificaciones de todo tipo.
Job era justo, bueno, amaba a los pobres, pero también se le recompensaba, era reverenciado, escuchado, estimado: toda una situación que ahora se cuestiona conforme al nuevo curso de su historia. 2. Capitulo 30. Este canto del presente y del horror, Ravasi lo divide en siete breves secciones, que describen una tras otra el comportamiento de un hombre que desciende cada vez más a lo profundo: humillado, despreciado, atacado, aterrorizado, hostigado por Dios, que llora y sufre. Job humillado: "Mas ahora ríanse de mí los que son más jóvenes que yo, a cuyos padres no juzgaba yo dignos de mezclar con los perros de mi grey. Aun la fuerza de sus manos ¿para qué me servía?; había decaído todo su vigor, agotado por el hambre y la penuria. Roían las raíces de la estepa, los abrojos del desierto desolado. Recogían armuelle por los matorrales, eran su pan raíces de retama. De entre los hombres estaban expulsados, tras ellos se gritaba como tras un ladrón. Moraban en las escarpas de los torrentes, en las grietas del suelo y de las rocas. Entre los matorrales rebuznaban, se apretaban bajo los espinos. Hijos de abyección, sí, ralea sin nombre, echados a golpes del país" (vv. 1-8). Job despreciado: "¡Y ahora soy yo la copla de ellos, el blanco de sus chismes! Horrorizados de mí, se quedan a distancia, y sin reparo a la cara me escupen" (vv. 9-10). Job atacado: "El que ha soltado su cuerda me maltrata, y el que ha tirado de su rostro el freno. La ralea se alza a mi derecha, me lanzan piedras como proyectiles, abren hacia mí sus siniestros caminos.
Para perderme han destruido mi sendero, atacan y nada les detiene; como por ancha brecha irrumpen, se han escurrido bajo los escombros" (vv. 11-14). Dios es el sujeto real, si bien anónimo—"él"-, de la batalla abierta contra un hombre humillado y despreciado. Job aterrorizado: "Los terrores se vuelven contra mí, como el viento mi dignidad arrastran; como una nube ha pasado mi salud. Y ahora en mí se derrama mi alma, me atenazan días de aflicción. De noche traspasa el mal mis huesos, y no duermen mis llagas. Con gran fuerza agarra él mi vestido, me aferra como el cuello de mi túnica. Me ha tirado en el fango, soy como el polvo y la ceniza" (vv. 15- l 9). Y, por si no fuera suficiente, hostigado por Dios: "Grito hacia ti y tú no me respondes, me presento y no me haces caso. Te has vuelto cruel para conmigo, tu mano vigorosa en mí se ceba. Me llevas a caballo sobre el viento, me zarandeas con la tempestad. Pues bien sé que a la muerte me conduces, al lugar de cita de todo ser viviente" (vv. 20-23). Por eso Job es un hombre que llora: "Y sin embargo, ¿he vuelto yo la mano contra el pobre, cuando en su angustia justicia reclamaba? ¿No he llorado por el que vive en estrechez? ¿no se ha apiadado mi alma del mendigo? Yo esperaba la dicha, y llegó la desgracia, aguardaba la luz, y llegó la oscuridad. Me hierven las entrañas sin descanso, se me han presentado días de aflicción" (vv. 24-27).
Abandonado, vive en la oscuridad más total y es un hombre infeliz que sufre: "Sin haber sol, ando renegrido, me he levantado en la asamblea, sólo para gritar. Me he hecho hermano de chacales y compañero de avestruces. Mi piel se ha ennegrecido sobre mí, mis huesos se han quemado por la fiebre. ¡Mi cítara sólo ha servido para el duelo, mi flauta para la voz de plañidores!" (vv. 28-31). Después de haber descrito su propia terrible situación actual, este hombre se yergue, de un brinco, en un himno de altivez, el canto del futuro y de la inocencia. Capítulo 31: "Había hecho yo un pacto con mis ojos, y no miraba a ninguna doncella. Y ¿cuál es el reparto que hace Dios desde arriba, cuál la suerte que manda Sadday desde la altura? ¿No es acaso desgracia para el injusto, tribulación para los que obran iniquidad? ¿No ve él mis caminos, no cuenta todos mis pasos? ¿He caminado junto a la mentira? ¿he apretado mi paso hacia la falsedad? ¡Péseme él en balanza de justicia, conozca Dios mi integridad! Si mis pasos del camino se extraviaron, si tras mis ojos fue mi corazón, si a mis manos se adhiere alguna mancha, ¡coma otro lo que yo sembré, y sean arrancados mis retoños! Si mi corazón fue seducido por mujer, si he fisgado a la puerta de mi prójimo, ¡muela para otro mi mujer, y otros se encorven sobre ella! Pues sería ello una impudicia, un crimen a justicia sujeto; sería un fuego que devora hasta la Perdición y que consumiría toda mi cosecha" (vv. 1-12). El tono ha cambiado completamente y ha asumido el lenguaje de una confesión moral y social. Job se declara inocente de los pecados contra la impudicia, la falsedad y el adulterio. Ravasi recuerda, a este propósito, algunos paralelos de la antigüedad semítica, cuando se pensaba que el muerto, al presentarse ante los dioses, hacía una confesión de inocencia. Interesante, entre otros, es un formulario extraído del Libro de los Muertos egipcio:
"No he cometido culpas contra los hombres, no he maltratado los bueyes. No he blasfemado contra Dios. No he golpeado al miserable. No he causado enfermedades. No he hecho padecer hambre. No he matado. No he robado las hogazas a los Espíritus. No he cometido pederastia. No he cometido actos impuros. No he falsificado la medida en los campos...." Estas invocaciones rituales las gritaba el muerto sentado en la barca que le transportaba al otro lado del río: si eran verdaderas no era quemado, pero si eran falsas se convertía en pasto de las llamas. Las palabras de Job, sin embargo, tienen un aspecto no precisamente ritual y judicial sino, como ya hemos señalado, moral. Pasa, pues, a la declaración de inocencia con respecto al esclavo que ha tratado siempre con justicia. "Si he menospreciado el derecho de mi siervo o de mi sierva, en sus litigios conmigo, ¿qué podré hacer cuando Dios se levante? cuando él investigue, ¿qué responderé? ¿No los hizo él, igual que a mí, en el vientre? ¿no nos formó en el seno uno mismo?" (vv. 13-15). Después se defiende de la acusación que le lanza Eliafaz, afirmando que ha sido caritativo con los pobres: "¿Me he negado al deseo de los débiles? ¿dejé desfallecer los ojos de la viuda? ¿Comí solo mi pedazo de pan, sin compartirlo con el huérfano? ¡Siendo así que desde mi infancia me crió él como un padre, me ha guiado desde el seno materno. ¿He visto a un miserable sin vestido, a algún pobre desnudo, sin que en lo íntimo de su ser me bendijera, y del vellón de mis corderos se haya calentado? Si he alzado mi mano contra un huérfano, por sentirme respaldado en la Puerta, ¡mi espalda se separe de mi nuca, y mi brazo del hombro se desgaje! Pues el terror de Dios caería sobre mí,
y ante su majestad no podría resistir" (vv. 16-23). En cuanto a la acusación de haber abusado de las riquezas y de haber sido idólatra, declara: "¿He hecho del oro mi confianza, o dije al oro fino: «Tú, mi seguridad»? ¿Me he complacido en la abundancia de mis bienes, en que mi mano había ganado mucho? ¿Acaso, al ver el sol, cómo brillaba, y la luna que marchaba radiante, mi corazón, en secreto, se dejó seducir para enviarles un beso con la mano? También hubiera sido una falta criminal por haber renegado del Dios de lo alto" (vv. 24-28). Job se defiende también de la acusación de odio y de la de haber violado la hospitalidad: "¿Del infortunio de mi enemigo me alegré, me gocé de que el mal le alcanzara? ¡Yo que no permitía a mi lengua pecar reclamando su vida con una maldición! ¿No decían las gentes de mi tienda: «Hay alguien que no se haya hartado con su carne?» El forastero no pernoctaba a la intemperie, tenía abierta mi puerta al caminante" (vv. 29-32). Finalmente, se defiende de la acusación de hipocresía y de explotación: "¿He disimulado mis culpas a los hombres, ocultando en mi seno mi pecado, porque temiera el rumor público, o el desprecio de las gentes me asustara, hasta quedar callado sin atreverme a salir a mi puerta? Si mi tierra grita contra mí, y sus surcos lloran con ella, si he comido sus frutos sin haberlos pagado, si he hecho suspirar a sus obreros, ¡en vez de trigo broten en ella espinas, y en lugar de cebada hierba hedionda!" (vv. 33-34.38-40). Un largo examen de conciencia social, que Job hace encontrándose justo en todos los diversos momentos de la existencia humana. Los versículos 35-37 constituyen como un desafío final a Dios. En efecto, si Dios es justo no puede callar, sino que debe avalar la confesión: "¡Oh! ¿quién hará que Dios me escuche? Esta es mi última palabra: ¡respóndame Sadday! El libelo que haya escrito mi adversario
¿no voy a llevarlo sobre mis espaldas? ¿no me lo ceñiré igual que una diadema? Del número de mis pasos voy a rendirle cuentas, como un príncipe me llegaré hasta él." Así acaba este larguísimo y amplio monólogo de Job, poéticamente rico y lleno de imágenes. Y nosotros debemos releerlo atentamente para intentar entrar en el misterio del hombre y en el misterio de Dios, que allí se expresan. Guía para la meditación Sugiero tres reflexiones que puedan ayudarnos en la meditación y en la búsqueda personal. —La primera es que un hombre así nunca ha existido. Se trata claramente de una proyección teórica, de un caso límite, de la proyección de un Adán paradisíaco que todo lo hace siempre a la perfección. Por qué, pues, debemos intentar comprender a este hipotético personaje que llama a juicio a todo el mundo, proclamando que nunca ha hecho mal a nadie, que no ha tenido el menor momento de defaillance? Nos convenceremos de que, aunque hubiera existido un hombre como Job, no hubiera escapado a la prueba dramática expresada en el capítulo 30. La prueba está encerrada en la relación Dios-hombre, que estando basada en el amor gratuito, y no simplemente sobre la justicia conmutativa, comporta asimismo la prueba. — Sin embargo sí hay uno que puede afirmar: ¿Quién de vosotros me convencerá de pecado? Ha existido y es Jesús. Él no se ha sustraído a la prueba del amor gratuito hacia nosotros, lo que significa que el tema de la prueba no está simplemente ligado a la culpa, a la purificación, a la salida de la situación ideal. Más bien está ligado a la verdad de las relaciones libres entre el hombre y Dios, a la gratuidad absoluta de estas relaciones, que viene a la luz en el momento en que cesan las gratificaciones. El autor del Libro de Job busca un aspecto del misterio de Dios que dé a la prueba un sentido que no sea simplemente el de una purificación del pecado. Este aspecto lo contemplamos en el Crucificado. —Nuestra condición es, por supuesto, bien distinta de la condición del justo Job, y podemos recorrer los caminos del capítulo 29 y después del 31, examinándonos de la siguiente forma: ¿Cómo nos situamos respecto a los ambientes y a las relaciones de nuestra existencia, con respecto a los deberes éticos? ¿cuáles son los pecados que hemos cometido, cuáles los de omisión? De estos pecados queremos acusarnos, no solamente para escapar de la pena, sino para instaurar con Dios una relación basada en la justicia, en la búsqueda de aquel dolor perfecto que nace del amor, siguiendo cuanto nos indica, al menos como un intento misterioso, el camino de Job. Acusar nuestras culpas por puro amor, para que Dios sea bendito, alabado y santificado, para entrar con él en una relación de alianza. Hemos sido llamados a la verdad y a la libertad de nuestra relación con Dios, a vivir establemente la amistad con él: Os he llamado amigos, no siervos... Vosotros sois los que habéis
perseverado conmigo en mis pruebas, por amor y no sólo por fidelidad a vosotros mismos y a vuestros propósitos. Las páginas dramáticas de Job nos hacen entrever esta profunda búsqueda en el corazón humano que desea una relación con Dios que esté más allá de la mera obediencia, de la mera justicia, una relación en la que se juegue la libertad de cada uno para darse, concederse, dedicarse con desinterés y pureza. "Concédenos, Señor, la capacidad de comprender en los difíciles pasajes de este libro bíblico tu ansia de hacernos como tú, el ansia de volvernos similares al Hijo, de introducirnos en una relación de tipo trinitario, en aquel misterio de amor y de autodonación que constituye tu más íntima esencia. María, madre de Jesús y madre nuestra, haz que podamos también nosotros pregustar una chispa del profundfsimo misterio de Dios. " *** Bendita tú entre las mujeres Homilía de la festividad de María Reina Lecturas: Is 9,2-4,6-7; Lc 1,39-47 La festividad de María Reina, en la octava de la Asunción, ocurre oportunamente en el segundo día de nuestros Ejercicios, para recordarnos que debemos vivirlos sobre todo en unión e intimidad en la escucha que María hace de la Palabra, en su oración afectiva. No se nos pide alcanzar nuevas intuiciones, incluso aunque éstas tuvieran alguna utilidad, sino que ensanchemos nuestro corazón en el afecto orante, en el estar junto a Jesús como María lo estaba, muchas veces en silencio; se nos pide que alimentemos nuestro espíritu de esta afectividad interior que es tan importante para sostener el camino espiritual. PPP El evangelio de hoy (/Lc/01/39-47) lo podemos considerar como el inicio de las bendiciones tributadas a María, como la primera proclamación de su bienaventuranza: "Bendita tú entre las mujeres y bendito el froto de tu seno!... ¡Feliz la que ha creído que se cumplirían las cosas que le fueron dichas de parte del Señor!" Estas palabras suenas opuestas a las exclamaciones de Jeremías: "¡Maldito el día en que nací!" (Jer 20,14). Aquí se exalta la obra de Dios en María, y la exaltación se expresa con júbilo. Para el hombre este júbilo es tanto mayor cuanto más profundo sea el sentido de la soledad y de la desesperación en las que puede caer sin el misterio de Dios. Como dice el profeta Isaías, el gozo acrecentado, la alegría grande, el regocijo similar al regocijo del día de la siega, o del reparto del botín, parecen proporcionales a las tinieblas en las que caminaba el pueblo, "que vivía en tierra de sombras" (cfr. Is 9,1-4). Es, por tanto, la conciencia de las tinieblas y del sinsentido en el que cada uno de nosotros está condenado por la condición pecaminosa de la humanidad, lo que hace resplandecer con mayor alegría y regocijo el misterio del amor de Dios. En María se expresa la felicidad de toda mujer y de todo hombre que se siente abrazado por el misterio de la alianza con Dios; "Bendita tú entre las mujeres y bendito el fruto de tu seno! ¡Feliz la que ha creído!" Sin embargo, si reflexionamos acerca de la suerte de María, nos daremos cuenta de que,
después de la proclamación de estas palabras que la presentan inmersa en un torrente de luz, ella entra bien pronto, de nuevo, en la oscuridad. Durante su vida son más los sucesos que María no entiende, que aquellos en los que ve realizarse esta profecía: el nacimiento de su hijo en la pobreza total, su abandono, su existencia, en la que no brilla nada de la grandeza anunciada por el ángel... Durante años y años vive un dolor enorme, disfrutando de la presencia inmediata del Hijo y al mismo tiempo viéndole inmerso en una tiniebla absoluta del mundo con respecto a él. La Virgen ha entrado en esta durísima prueba, ha llevado a cabo el peregrinaje de la fe hasta el momento de la oscuridad del Calvario. La bendición del inicio no le ha quitado ni una sola de las sucesivas pruebas de su vida; sólo ha sido una palabra que la ha acompañado en su creer y en su confiarse. En esta Eucaristía vamos a confiar a la Virgen todas nuestras oscuridades y la oscuridad en la que caminan las personas que conocemos, que están cerca de nosotros, en nuestro corazón, aquellas por las que rezamos. La oscuridad por la que caminan los hombres y las mujeres del mundo, una gran mayoría, pidiendo al Señor hacernos comprender cómo todos nosotros hemos sido bendecidos en Jesús, y cómo la alegría que ha inundado el corazón de María y de Isabel es también alegría para nosotros, cuando tenemos el presentimiento, aunque sea lejano, de la riqueza misteriosa contenida en las palabras del Señor. "Concédenos, María, introducirnos de tal forma en el misterio de tu prueba, que podamos repetir contigo: «Bendice mi alma al Señor.» Haz que, incluso desde el valle de nuestra oscuridad, sepamos gritar: «Mi espíritu se alegra en Dios mi salvador. » Haz que nos preguntemos si ésta es nuestra actitud cotidiana, si somos capaces de elevarnos de la lamentación a la glorificación del misterio de Dios, de abandonarnos al misterio que, en la oscuridad o en la luz, siempre nos tiene irrevocablemente entre sus brazos. Concédenos comprender y confiar, como tú, en el misterio de la alianza. " ·MARTINI-1. Págs. 41-82
Moderación y conocimiento "Señor, Dios nuestro, tú eres el misterio inaccesible, tu vives en la eterna luz que nadie puede contemplar sino tu Hijo, que nos la ha revelado desde lo alto de la cruz. Concédenos penetrar en el misterio de Jesús para que podamos conocer algo de ti, en la gracia del Espíritu. Concédenos penetrar en este misterio con paciencia, con humildad, convencidos de nuestra ignorancia, de lo mucho que todavía no conocemos sobre tu Trinidad de amor, sobre tu proyecto salvffico. Haz que nos humillemos en nuestra ignorancia, para poder merecer al menos las migajas del conocimiento del misterio que nos ha de saciar por toda la eternidad. Te lo pedimos por intercesión de Marfa, que ha creído profundamente, incluso sin conocer directamente, y ha llegado antes que nosotros—y desde ahora en nuestro nombre— al conocimiento inmediato de tu gloria. " Después de haber escuchado a Job, vamos a escuchar a su compañero, es decir a Dios.
Será la forma de caminar hacia el conocimiento de su misterio. Y, para graduar el camino, he pensado en la conveniencia de reflexionar sobre tres distintos capítulos del Libro bíblico. En primer lugar sobre el capítulo 9, en el que Job habla de Dios; después el capítulo 28 en el que un desconocido habla de Dios; finalmente los capítulos 38 y 39, en los que Dios mismo empieza a hablar. Job no acepta el desconocimiento de si mismo El capítulo 9 es una respuesta de Job a las palabras —que querían ser de consuelo—del tercer amigo, Bildad de Suaj. Este había subrayado que no se puede dudar nunca de la justicia de Dios, y puesto que Él es justo, consiguientemente los malos son castigados y los buenos premiados. Job, por tanto, puede estar tranquilo, sus enemigos se verán cubiertos de vergüenza (cfr. 8,2022). Job replica presto, aceptando el principio fundamental, incluso aumentando la dosis: "Bien sé yo, en verdad, que es así: cómo ante Dios puede ser justo un hombre?" (9,1-2). En los versículos siguientes expresa de manera un poco irónica esta absoluta certeza: nadie puede resistir ante Dios, que tiene razón en todo, siempre y en cualquier caso. Después añade: "¡Cuánto menos podré yo llevar mi causa y rebuscar razones frente a él!" (v. 14). Aquí la certidumbre muta en duda: Dios tiene tanta razón, que si la tuviera yo también, no la obtendría. A partir de este versículo Job empieza a dudar de sí mismo: ¿Yo, quien soy? ¿Tengo razón o no? Sus palabras son características de la postura de un hombre en el acmé del sufrimiento, y se podrían expresar de la siguiente forma: Job no aceptar el hecho de no conocerse a sí mismo, está atormentado por el apremio de no acertar a saber con seguridad si es o no justo; está convencido de serlo, sin embargo quisiera que le fuese declarado; la incerteza le corroe. "Yo, que si tengo razón no recibo respuesta, cuando a mi juez imploro. Y aunque le llame y me responda, aún no creo que escuchará mi voz. ¡Él, que me aplasta por un pelo, que multiplica sin razón mis heridas, y ni aliento recobrar me deja, sino que me harta de amarguras! Si recurrrimos a la fuerza, ¡es él el Poderoso! Si a la justicia, ¿quién le emplazará? Si me creo justo, su boca me condena, si intachable, me declara perverso" (vv. 15-20). En el versículo 21 expresa la dramática interrogación:
¿Soy intachable'? Ni yo mismo me conozco, y desprecio mi vida! Pues todo es lo mismo, y por eso digo: él extermina al intachable y al malvado. Si un azote acarrea la muerte de improviso, él se ríe de la angustia de los inocentes. En un país sujeto al poder de un malvado, él pone un velo en el rostro de sus jueces: si no es él, ¿quién puede ser?" (vv. 21-24). Job ha llegado al colmo del dolor: no comprende nada, ya no sabe ni quién es; se siente justo pero no sabe la diferencia entre justo e injusto y no acierta a dar razón de sí mismo. En otras palabras, está perdiendo el sentido de su propia identidad: ¡Si al menos supiera por qué soy así! Me he detenido en este tema porque, aunque se exprese como caso límite, paradójico, representa una situación bastante común: el tormento de la identidad hace sufrir a muchas personas, aunque sea a niveles no siempre dramáticos. En particular, hace sufrir a todos aquellos que tienen tareas no programadas rigurosamente; porque si uno es un empleado de banco, quizás el trabajo le cueste, pero sabe que es su deber y que hará carrera si lo desenvuelve correctamente. En cambio, los padres, por ejemplo, al no tener tareas geométricamente definidas, se atormentan con cuestiones de este tipo: ¿Qué quiere decir hoy ser padre?, ¿hasta qué ponto me obliga, me implica, me compromete? Lo mismo se podría decir de educadores y pastores, sobre todo cuando las cosas no van del todo bien, cuando no reciben la aprobación que esperaban. Entonces se dicen a sí mismos: Si al menos supiera si voy bien o no, si al menos supiera lo que debo hacer, si al menos supiera que estoy haciendo todo lo que debo... La incertidumbre atormenta: ¿Cuáles son mis responsabilidades precisas? ¿qué se espera de mí y qué puedo hacer para que me aprueben? Job representa, pues, esta dolorosa incertidumbre de sí mismo y el deseo de sabernos juzgados a fondo, de ser justificados con toda claridad sobre nuestros actos. La Sabiduría está más allá de toda comprensión Ante este Job que no acepta el no entenderse a sí mismo, leamos algunos pasajes del misterioso capítulo 28, que no se sabe cómo ha formado parte del Libro. No se indica ningún interlocutor particular, como sucedía en los diálogos precedentes; es un discurso que se ha denominado intermedio. La Biblia de Jerusalén anota a este propósito: "El lugar y el sentido primitivos de este poema en el diálogo quedan oscuros" (p. 636). No sabemos siquiera qué justificación darle; y sin embargo, en esta oscuridad, nos acerca al corazón de nuestra charla. Se trata, en la práctica, de un elogio, de una gloriIicación de la Sabiduría divina, pero la insistencia está en el hecho de que el hombre no conoce la Sabiduría. Empieza así: "Hay, sí, para la plata un venero, para el oro un lugar donde se purifica. Se extrae del suelo el hierro,
una piedra fundida se hace cobre. Se pone fin a las tinieblas, hasta el límite se excava la piedra oscura y lóbrega. Los hombres de la lámpara abren minas donde se pierde el pie, y oscilan, se balancean, lejos de los humanos. Tierra de donde sale el pan, que está revuelta, abajo, por el fuego. Lugar donde las piedras son zafiro y contienen polvo de oro. Sendero que no conoce el ave de rapiña, ni el ojo del buitre lo columbra. No lo pisaron los hijos del orgullo, el león jamás lo atravesó..." (28,1ss.). El continúa con imágenes poéticas muy bellas para afirmar que todas las cosas aceptan un algo más, excepto la Sabiduría: "Mas la Sabiduría, ¿de dónde viene? ¿cuál es la sede de la Inteligencia?" (v. 12). Después empiezan los "no": "Ignora el hombre su sendero, no se le encuentra en la tierra de los vivos. Dice el Abismo: «No está en mí», y el Mar: «No está conmigo.» No se puede dar por ella oro fino, ni comprarla a precio de plata, ni evaluarla con el oro de Ofir, el ágata preciosa o el zafiro. No la igualan el oro ni el vidrio, ni se puede cambiar por vaso de oro puro. Corales y cristal ni se recuerden, mejor es pescar Sabiduría que perlas. No la iguala el topacio de Kas, ni con oro puro puede evaluarse..." (cfr. vv. 13-19). Resulta interesante la fuerza con la que se dice que no se puede encontrar la Sabiduría, ni comprarla, ni venderla. Y se vuelve a preguntar: "Mas la Sabiduría ¿de dónde viene?, ¿cuál es la sede de la Inteligencia?" (v. 20). La respuesta es siempre la misma: "Ocúltase a los ojos de todo ser viviente, se hurta a los pájaros del cielo.
La Perdición y la Muerte dicen: «Con nuestros oídos oímos hablar de ella»" (vv. 21-22). Finalmente, la clave de todo el capítulo: "Sólo Dios su camino ha distinguido, únicamente él conoce su lugar..." (cfr. vv. 23ss.), con la conclusión: "Mira, el temor del Señor es la Sabiduría, huir del mal, la Inteligencia" (v. 28). Me parece sumamente bello el adverbio repetido cuando se habla de Dios, porque esta palabra—sólo, solamente, únicamente—representa uno de los momentos decisivos en los que el hombre bíblico capta al Dios vivo. Encontramos este adverbio, quizás, en los Salmos, cuando se quiere proclamar la trascendencia y al mismo tiempo su comunicación: "Él sólo hizo grandes maravillas", él sólo ha creado los cielos; "Me acuesto en paz, y enseguida me duermo, / pues tú sólo, Yahveh, me asientas en seguro" (Sal 135,4; 4,9). En la Biblia a la profunda intuición sobre la unicidad de Dios le acompaña siempre la afirmación de que en él únicamente está nuestro descanso, nuestra salvación, nuestra paz. Podemos ver ahora, en el capítulo 28, un importante paso adelante: el hombre no se conoce, no debe pretender conocerse, sino que a Dios, y sólo a él, confía su justicia, el conocimiento de sí mismo, la certeza de su verdad, su propio ser. De una forma discreta se responde a la ansiedad de Job que quiere poseerse a sí mismo, quiere conocerse, quiere la seguridad, en el cielo y en la tierra, de ser justo, de ser un hombre cabal. La respuesta de Dios /Jb/38 /Jb/39: Ahora podemos pasar a nuestro relato sobre Dios que, después de haber sido invocado al principio del libro, llamado a juicio, tratado mal e insultado, siempre ha escuchado tranquilamente, sin descomponerse; se puede pensar incluso que haya escuchado con amor, con benevolencia, con bondad, los disparates de Job y sus amigos. Consideraremos brevemente los capítulos 38 y 39, dejando para vosotros la tarea de leerlos y meditarlos por entero. "Y Yahveh respondió a Job desde el seno de la tempestad" (38,1). La teofanía recuerda el episodio de Elías, cuando el profeta alcanzó una parte del inaccesible misterio. Y respondió haciendo llover sobre Job una lluvia torrencial de preguntas. Job continúa preguntando a Dios y Dios contesta a su vez interrogándole a él. "¿Quién es éste que empaña el Consejo con razones sin sentido?
Ciñe tus lomos como un bravo: voy a interrogarte, y tú me instruirás. ¿Dónde estabas tú cuando fundaba yo la tierra? Indícalo, si sabes la verdad. ¿Quién fijó sus medidas? ¿lo sabrías? ¿quién tiró el cordel sobre ella? ¿Sobre qué se afirmaron sus bases? ¿quién asentó su piedra angular, entre el clamor a coro de las estrellas del alba y las aclamaciones de todos los Hijos de Dios?" (vv. 4-7). La interrogación "¿dónde estabas?, es una clase de pregunta que provoca en quien la escucha una gran emoción y se transforma en otra: ¿Cómo ha sucedido esto, cómo se ha verificado lo otro? Y más adelante: "¿Has penetrado hasta las fuentes del mar? ¿has circulado por el fondo del Abismo? ¿Se te han mostrado las puertas de la Muerte? ¿has visto las puertas del país de la Sombra? ¿Has calculado las anchuras de la tierra? Indícalo, si sabes todo esto" (vv. 16-18). La serie de preguntas continúa durante todo el capítulo y en los primeros dos versículos del capítulo 39. Dios pasa a describir la realidad que el hombre ve en torno a sí, en el mundo animal, pero de la que no sabe dar la última razón. Preparación a la meditación Son muchas las pistas de reflexión para nuestra meditación: un filón, por ejemplo, podría considerar la posibilidad o no de la naturaleza de revelar el misterio de Dios, es decir, la posibilidad de hablar de Dios a partir de la naturaleza. Hoy día la teología se ocupa cada vez con mayor frecuencia de este tema, sobre todo en relación a los grandes temas de la ecología: ¿cómo debemos concebir la presencia de Dios en la creación? Sin embargo no seguiré esta línea, sino que me detendré en algunas reflexiones sobre el tema de la no aceptación, por parte de Job, de los límites de su conocimiento: me parece un aspecto bastante importante de cuanto nos enseña este Libro. 1. Primera reflexión: debo aceptar el hecho de no saber cambiar el universo, de no saber cambiar los planes de Dios y de la Iglesia, incluso ni siquiera el giro completo de mis responsabilidades. Puede ser duro, porque nuestra época precisamente se muestra orgullosa de sus progresos científicos y las ciencias humanas aspiran, al menos inconscientemente, a poseer la totalidad del misterio. Sin embargo me parece sabiduría auténtica el reconocer que no sabemos y no podemos saberlo todo, que toda ciencia, por su naturaleza, es sectorial y conoce un solo aspecto de
la realidad. Este límite de nuestro conocimiento nos quema, nos humilla desde el momento que estamos tentados continuamente a poseer el conjunto de la realidad para poder prever incluso el futuro. En el fondo, tal tentación se relaciona con la originaria: Quiero comer el fruto del árbol de la ciencia del bien y del mal, quiero tener la llave de la totalidad del ser, de la totalidad del misterioso plan de Dios, del misterio de la Iglesia, del futuro de nuestra sociedad. Y sin embargo la sabiduría auténtica nace de la aceptación de este límite humano. 2. Segunda reflexión: debo aceptar, consecuentemente, la imposibilidad de conocerme por completo. Como dice San Pablo, incluso si no soy consciente de haber hecho mal a alguien, no por eso estoy justificado; quien me justifica es el Señor (cfr. 1 Cor 4,3-4). El depositario de la ciencia total, también sobre mi vida, es únicamente Dios. Este es el paso ulterior de la sabiduría, tan difícil de comprender para Job y para el hombre en general, pero necesario si queremos alcanzar una cierta paz interior. 3. Tercera reflexión: debo confiar en Dios por cuanto respecta al conocimiento global de mí mismo, del ser, del horizonte trascendental del todo. A partir de esta confianza podré alcanzar segmentos útiles de conocimiento, investigador y deductivo, sobre mí mismo y sobre los otros. Siempre, sin embargo, con la reserva de que el conocimiento de la totalidad del misterio no se nos ha sido concedido. Aplicaciones prácticas Incluso en el ámbito de la meditación, sugiero tres aplicaciones prácticas para nuestra vida. 1. El futuro de la Iglesia está en las manos de Dios, como también los planes pastorales dependen, en sus resultados, de mil acontecimientos imprevistos que se nos escapan y cuya totalidad es conocida únicamente por Dios. Se nos ha pedido aplicarnos con humildad a estos segmentos de conocimiento que nos resultan posibles, a expresar las acciones y ejecuciones que nos parecen razonables, aceptando también que los acontecimientos nos superan, nos desmienten, nos obligan a ver las cosas de nuevo. El intento mayor de forzar el conocimiento de la totalidad de los hechos y de prever el curso histórico es el de las ideologías totalitarias, que se derrumban dramáticamente desmentidas por las circunstancias. En nuestro camino de Iglesia, incluso dejándonos influir justamente por las cuestiones de mayor racionalidad, es necesario darnos cuenta que tal racionalidad siempre es relativa y parcial, que requiere de nosotros honestidad, lealtad, capacidad de responder a situaciones tal como las conocemos, recordando siempre la salvedad del Salmo: "Pues tú sólo, Yahveh, me asientas en seguro" (Sal 4,9). 2. Muchas veces invocamos en la pastoral el auxilio de las ciencias sociales y, en general, de los datos científicos del momento, del ambiente, de la situación, de los modos conforme a los que se mueve la humanidad. Un filósofo contemporáneo ha escrito recientemente que las ciencias sociales son la reflexión "sobre las consecuencias
inintencionales de los proyectos intencionales". Porque el juego de la realidad no intencional, de las consecuencias no previstas racionalmente, es vastísimo. Y aquel filósofo oponía una mentalidad proyectual—que puede convertirse en pretensión de programar la totalidad—a una mentalidad peregrinante, más abierta, que intenta darse cuenta de las cosas tal como son, valorar lo que se debe hacer y después vivir con aquella confianza que no presume poder conocer todas las cosas, ni siquiera sobre nosotros mismos, nuestra justicia, nuestro bien hacer. Cuánto más sea nuestra tarea de responsabilidad, tanto menos debemos esperar encontrar en torno a nosotros parámetros geométricos que nos aseguren la bondad de nuestras acciones. Sólo Dios en la eternidad nos lo podrá decir. Lo importante es andar hacia adelante con la libertad de quien se sabe juzgado únicamente por Dios y que se esfuerza por corregir los errores que conoce, aunque no alcance a darse cuenta completamente de la medida en que sean verdaderos errores. Esta es la mentalidad que le cuesta asumir a Job. Él quiere llegar a la claridad con respecto a sí mismo, a los otros, a Dios, una claridad que no deje paso a las sombras. Y Dios le argumenta: "¿Dónde estabas tú cuando fundaba yo la tierra?", ¿qué sabes tú de todo esto? En su justicia personal, en su rectitud, Job—y esa es la enseñanza para nosotros—es conducido a la medida justa, que después aparecerá en las declaraciones finales. 3. Me atrevo a dar una aplicación de la actitud que podríamos llamar de reverencia amorosa hacia el misterio, actitud fundamentalmente bíblica, por la que confiamos en el aliado: Has puesto tu mano sobre mi espalda y, aunque andase por un valle oscuro, no temeré ningún mal porque tú estás conmigo. Este comportamiento nos puede ayudar ante discusiones angustiosas que hoy se plantean en el ámbito de las ciencias y de los juicios morales. Porque vivimos en una situación ciertamente muy compleja, y en la búsqueda de las grandes decisiones morales (respecto a la paz, al desarrollo, a la economía, etc.) no resulta siempre fácil distinguir lo justo de lo injusto. No hablo evidentemente de casos particulares, inmediatos, sino de problemas de mayor alcance. Hoy no es posible exponer, por ejemplo, una teoría del desarrollo que verdaderamente satisfaga a todos en todos los elementos del problema mundial, y no deje atrás ningún bloque de miseria o sufrimiento. Y esto es motivo de ansiedad, de sufrimiento, de búsqueda, pero no de desesperación, porque el misterio de Dios guía nuestro universo confuso y lleno de absurdos, permitiéndonos encontrar poco a poco nuestra pequeña tarea, con la esperanza de que, si cometemos algún error, él nos lo perdonará conduciéndonos a una mayor unión entre nosotros y haciendo crecer nuestro amor. Sólo así será posible afrontar las grandes decisiones morales sobre situaciones ante las que no acertamos a comprender completamente su importancia. A este propósito vemos que Job libera de las preocupaciones de encontrar una respuesta totalmente racional a nivel teológico y pone en crisis el intento de encontrar respuestas que delimiten los problemas de la humanidad en una racionalidad perceptible a una síntesis mundana. Esta es para mí una gran liberación, porque estaba habituado, debido a la teodicea comúnmente enseñada, a esforzarme por encontrar soluciones convincentes para mí mismo y para los otros. Donde, por el contrario, soy libre y tengo el deber de buscar soluciones racionales, es en el estudio de las causas históricas. A este respecto, Giuseppe Dossetti, en el prefacio al libro Le querce di Montesole (Las encinas de Montesol), escribe
páginas espléndidas. Examina con lucidez implacable las causas históricas de tantas masacres terribles que se han perpetrado en la humanidad, junto con las raíces culturales ideológicas, que en ese momento pueden ser percibidas con libertad. Si no buscamos únicamente la solución racional abstracta, conseguiremos comprometernos con la realidad histórica y seremos capaces de ver lo que podemos hacer aquí y ahora. Mientras intentamos responder a los interrogantes que nos plantea nuestro siglo, Job nos ayuda a distinguir un doble recorrido de pensamientos: quienes buscando la solución perfecta, general, al fin se ahogan en una serie de preguntas dentro de un círculo cerrado, que producen frigidez, vacío y aridez, y quienes, simplemente, intentan actuar con mayor amor. A este pasaje le corresponde una visión teológica que se introduce totalmente en el misterio trinitario, abandonando los lugares de reposo que contemplan y consideran al Dios uno, al Dios de la filosofía, préstamo de la tradición griega. Se trata más bien de la entrega al Dios de la alianza que nos compromete aquí y ahora por amor a la gente, y ésta es la única solución racional de quien tiene la tarea de vivir en este mundo actual. Quisiera añadir que yo personalmente leo así el enigma del hombre de hoy; me interesa menos, a este nivel, el hecho de ser sacerdote u obispo, que el ser hombre; es decir, de la obligación de dar cuentas de mis años de humanidad en una situación tan dramática y absurda. Precisamnete nos dejamos sobrecoger por un suceso u otro que tomamos como símbolo (con toda seguridad Auschwitz, por ejemplo, sería un símbolo) de tantos males; pero si pensamos en lo que ha sucedido en Cambodgia, en Armenia, en cuanto está sucediendo en el Líbano, la India o América Latina, nos daremos cuenta de que no se trata tanto de resolver una situación determinada, sino de estar dentro con una moralidad más seria, con la capacidad de expresar nuestras energías con valentía y no lamentándonos cor filosofías y teologías. La teología de la liberación ha entendido bien este problema. Job llega a comprenderlo a través de la prueba; y por la gracia de Dios cada uno de nosotros logrará comprender la importancia de crecer sobre todo en el abandono del misterio, con humildad y con espíritu de escucha, en el amor recíproco, paciente y perseverante; entonces encontraremos algunas soluciones, que quizás no sean completamente justas y acertadas, pero al menos serán menos injustas y mejores que las actuales. Os leo, ahora, un pensamiento de Juan XXIII, sacado del Diario de un alma, que está en la misma línea de nuestras reflexiones: "Cuanto más maduro me hago en años y en experiencias, más reconozco que la vía más segura para mi santificación personal y para mi mejor servicio a la Santa Sede está en el esfuerzo vigilante de reducirlo todo—principios, direcciones, posiciones, trabajos—a un máximo de simplicidad y de calma, atento a podar siempre mi viña de la hojarasca inútil y de los zarcillos dañinos, andando siempre derecho hacia la verdad, la justicia y la caridad, sobre todo hacia la caridad. Cualquier otro sistema no es más que afectación y búsqueda de afirmación personal, que pronto se ve falso y se convierte en impedimento y ridículo. Oh la simplicidad del Evangelio, del libro de la Imitación de Cristo, de las Florecillas de San Francisco, de las páginas más exquisitas de San Gregorio en sus Morales"—que, por lo demás, es un comentario al Libro de Job—. "Todos los sabios del mundo, todos los listos de la tierra, incluso los de la diplomacia vaticana, ¡qué mezquina figura muestran, vistos a la luz de la simplicidad y de la gracia que emana de esta gran y fundamental enseñanza de Jesús y de los santos! Esta es la perspicacia más segura, que confunde la sabiduría del mundo y se concilia bien con él, incluso mejor, con garbo, con señorío auténtico" (Diario de un alma, 1948, pp. 275-276). Roguemos humildemente en la oración, que se nos conceda también a nosotros esta
actitud, no de sumisión, que nos permita pasar a través de los acontecimientos de la vida a las situaciones y a las cosas con señorío y alegría. *** La lucha por la obediencia de la mente Propongo una enseñanza—por tanto no una meditación sobre un pasaje bíblico—que se referiría al conjunto del Libro de Job y al significado que puede tener en nuestra vida cotidiana. Cuando he elegido, como tema central de estos Ejercicios, las palabras de Jesús: "Habéis perseverado conmigo en mis pruebas", tenía el deseo de iluminar un aspecto particular, quizás un poco descuidado, de la existencia cristiana: el aspecto de conflicto, y específicamente de lucha, por el control y la obediencia de la mente. Este aspecto se muestra espléndidamente en el ejemplo de Job; todo el Libro, de hecho, es una gran lucha emprendida por el hombre por la obediencia de la mente a Dios. Intentaremos, pues, entender ante todo la expresión bíblica: obediencia de la fe. Después reflexionaremos sobre el desorden de la mente; acerca de los diversos modos de desobediencia de la mente; acerca de la purificación de la mente según la doctrina de los Padres griegos. Por último deduciremos algunas consecuencias para nosotros. "Oh María, tú que has tenido una mente y un intelecto puros y obedientes desde el principio; tú que después de una simple pregunta: ¿Cómo sucederá esto?, te has tranquilizado y no has dado paso a la ansiedad, no lo has vuelto a pensar, no has temido, concédenos la capacidad de seguir tu camino y poner en paz nuestra mente y nuestro corazón, de modo que podamos dedicarnos con toda el alma y con todo nuestro ser al amor del prójimo, según nuestra vocación". La obediencia de la fe Escribe San Pablo: "Por quien"—Jesucristo nuestro Señor resucitado de entre los muertos—"recibimos la gracia y el apostolado, para predicar la obediencia de la fe a gloria de su nombre entre todos los gentiles" (/Rm/01/05). La obediencia a la fe es, pues, la finalidad del apostolado de Pablo, la finalidad de la muerte de Jesús y del envío del Espíritu a los apóstoles, precisamente para capacitarlos en su obtención. Es la finalidad de la Iglesia, de la misión cristiana: obtener la obediencia de la fe de toda criatura racional al misterio de Dios, al kerygma, al anuncio de la Salvación. El tema es central en todo el Nuevo Testamento. No es casual que la Carta a los Romanos, en la doxología final, vuelva a repetir: "A Aquel que puede consolidaros conforme al Evangelio mío y la predicación de Jesucristo: revelación de un Misterio mantenido en secreto durante siglos eternos, pero manifestado al presente, por las Escrituras que lo predicen, por disposición del Dios eterno, dado a conocer a todos los gentiles para obediencia de la fe, a Dios, el único sabio, por Jesucristo, ¡a él la gloria por los siglos de los siglos Amén!" (Rm 16,25-27). El concepto se ha expresado también en la Carta a los Hebreos, donde se dice que el Hijo de Dios "llegado a la perfección, se convirtió en causa de salvación eterna para todos los que le obedecen" (5,9).
Jesús es para nosotros el salvador mediante el acto fundamental que llamamos obediencia de la fe. Pero también los antiguos padres se salvaron a través de la obediencia y de la escucha: "Por la fe, Abraham, al ser llamado por Dios, obedeció y salió para el lugar que había de recibir en herencia, y salió sin saber adónde iba" (Hb 11,8). Podemos imaginar a Abraham caminando hacia la primera etapa de su peregrinación, ignorando la meta. ¿Qué cúmulo de preguntas se desencadenarían en su mente? Ciertamente no le resultaría fácil responder a cuestiones de este tipo: ¿Quién me obliga? ¿Acaso es justo? ¿Por qué no me quedé donde estaba? La obediencia a la fe no se agota en un acto único, indivisible; más bien es el inicio de una lucha contra todas las tentaciones mundanas de desobediencia, de autosuficiencia, de presunción, pensamientos propios del hombre carnal, psíquico que, según las palabras de Pablo, tiene siempre mil razones para oponer a la fe. El desorden de la mente La obediencia a la fe supone la victoria sobre todo lo que constituye el desorden de la mente: fantasmas enemigos, que molestan, que se oponen en el camino de la fe, que desvían y desorientan, que la cuestionan y desearían cambiar. Son—como dicen los espíritus inmundos en el episodio de los endemoniados de Gerasa (Mc 5,1 s.)—una legión, una zarabanda. Bien se da cuenta quien de verdad desea iniciar el camino de la fe. Cada hombre está sujeto a esta multitud de ideas molestas y transversales que, como si fueran parásitos, langostas o mosquitos, zumban alrededor, impidiendo la dedicación al deber fundamental. Quienes no han seguido una vida espiritual no se dan cuentan y viven de impresiones, de lecturas, de diarios, de escuchar a hombres, ruidos y televisiones, pasando de una cosa a otra en un continuo vértigo de imaginación, de fantasía, de deseos, y apagando una visión con la visión sucesiva, como quien mira programa tras programa ante el televisor y queda siempre bajo el influjo de una excitación. El desorden de la mente es, podemos decirlo, una situación constante de la existencia, aunque pase desapercibido. Se advierte cuando empieza a haber silencio, cuando se empieza a meditar regularmente: entonces a uno le asalta una multitud de pensamientos inútiles, vanos, desordenados, y el combatirlos puede convertirse en un verdadero martirio escondido, una verdadera penitencia capaz de suplir a tantas otras penitencias exteriores. Pero es también condición de salud psíquica, porque quien consigue disciplinar el mundo de las fantasías, de los afectos, de los deseos y temores, de las previsiones, de los adelantos excesivos y de las nostalgias, ha alcanzado un buen grado de salud interior. De lo contrario la persona está continuamente agitada por sentimientos distintos, entre los que no sabe orientarse, y cambia rápidamente de humor, reaccionando de tal forma que ni siquiera puede darse cuenta. La lucha contra el desorden de la mente es una de las ocupaciones más importantes para quien quiere obedecer a Dios y abandonarse a sus acciones. Los distintos modos de desobediencia de la mente
Entre tantos y tantos modos de desobediencia de la mente, quisiera identificar al menos algunos. Muchos son, sencillamente, obstáculos, y los llamamos distracciones: van y vienen, pero no militan directamente contra la obediencia, si bien se muestran siempre capaces de disminuir la fuerza del espíritu. Sin embargo no es raro que haya pensamientos que asuman el aspecto de verdaderas desobediencias a la fe, quizás implícitos o escondidos. Job es un continuo ejemplo. Si volvemos a leer el Libro desde este punto de vista, nos daremos cuenta de que Job y sus amigos expresan, al hablar, una zarabanda de ideas, muchas de las cuales tienden a la desobediencia. Nosotros también tenemos esa experiencia: pensamientos, por ejemplo, que baten en nuestra cabeza para hacernos rebeldes ante las situaciones que estamos viviendo; no aceptación de nosotros mismos, de nuestro físico, de nuestra familia, de nuestra historia; en fin, no aceptación de la sociedad. Estamos obligados, es verdad, a combatir el mal en esa sociedad, pero si soñamos y fantaseamos condiciones distintas, irreales, nos veremos imposibilitados para amar, servir y contribuir a mejorar el mundo, porque continuamente nos presentaremos una situación distinta de la real. Más aún, no aceptación de ser pecadores, de haber errado. Cuántas veces intentamos la autojustificación; sobre todo ante una crítica, con razón o sin ella, aparece en nuestra mente toda una gran teoría de autojustificación y nos volvemos a ver miles de veces en la misma situación, para afirmarnos a nosotros mismos que los otros no nos han entendido y que nosotros tenemos razón. Job nos ha enseñado también el peligro de la no aceptación, de no saber quiénes somos y si somos justos o no, el peligro del absoluto interés por autodefinirnos, por comprender nuestras raíces. Hay una forma de investigación psicológica o psicoanalítica que pretende precisamente esto: quiero poseerme en absoluto y por eso intento una búsqueda infinita de sueños, de fantasías, de tics nerviosos, de gestos inconscientes, para conseguir descubrir mi último secreto, tan difícil de poseer. De estos pensamientos se pasa, por supuesto, a los de la más directa desobediencia: la no aceptación de Dios. Y, en el fondo, la gran tentación que aparece en todo el Libro de Job. Él lo acepta, y es su gran acto de fe, sin embargo su mente siempre está tentada al rechazo, incluso a la tentación de desesperación y, en sentido negativo, de resignación: Ya no creo en nada, no acepto nada, ya no tengo ganas de nada. He aquí el giro del pensamiento: se presentan en general como inocuos, ocupan las primeras horas de la mañana, al despertarnos, nos asaltan en los momentos en que estamos más ocupados y de repente invaden nuestra mente, de modo que, cuando volvemos a tomar nuestra ocupación, nos sentimos tristes, cansados y débiles sin saber el motivo. En realidad, no les hemos disciplinado atentamente, no les hemos parado a tiempo; y así formas de exaltación o de resentimientos, de engreimiento, de depresión o de rabia contra nosotros mismos o contra los otros, han entrado inconscientemente en nosotros y sin darnos cuenta las hemos desarrollado. Podría mencionar también las fantasías de la sensualidad, los deseos, todas aquellas imágenes fantásticas que, quizás subrepticiamente, se insinúan en nosotros dejándonos, en un cierto momento, vacíos, poco deseosos de rezar, poco integrados en la Misa, en la lectura del breviario: no comprendemos el motivo; es simplemente que nos hemos dejado entretener un poco, sin darnos cuenta, por una serie de pensamientos indisciplinados, que han acabado por desalentarnos. El descubrimiento de este mundo interior difícil es parte del camino espiritual y nos conduce a emprender una lucha continua y agotadora.
La purificación de la mente según los Padres Si partimos de estos presupuestos, tendremos una clave para leer un gran número de textos de la gran literatura patrística oriental, sobre todo de la literatura monástica. Los volúmenes de la Filocalia tratan ampliamente este tema: la lucha por la disciplina de la mente, de los pensamientos, de los sentimientos del corazón. El monje que entra en la vida solitaria, se enfrenta en primer lugar con su mundo interior y su vida se convierte en una lucha para reducirlo a la obediencia. Por esto, los libros de la Filocalia están repletos de sabiduría espiritual y psicológica: nos hacen partícipes de una tradición milenaria de disciplina de la mente. Los mismos títulos de cada una de las obras son bien significativos: La custodia del intelecto, de Isaías el Anacoreta; Sumario de la vida monástica que enseña cómo se debe ejercer la ascesis y la esiquía, de Evagrio el Monje (esiquía indica la calma, la paz interior que es considerada como ideal de la vida monástica y por la que se lucha durante una entera existencia); Acerca del discernimiento de las pasiones y de los pensamientos, del mismo Evagrio; Los ocho pensamientos imperfectos, de Cassiano. El tratado de Cassiano desenmascara y combate todos los pensamientos que debilitan al hombre, porque con los pensamientos se descubren también las pasiones, yendo de esta forma a la raíz del corazón. Entre los muchos pasajes interesantes, leo una frase de Evagrio sobre el discernimiento. A la manera pintoresca tipica de los Padres del desierto, escribe: "Hay un demonio, llamado Vagabundo, que se presenta a los hermanos sobre todo durante el trabajo del día; dirige al intelecto en un viaje de ciudad en ciudad, de villa en villa, de casa en casa; se entiende que lo hace únicamente con simples coloquios;"—es decir se presenta de manera inocua—"de vez en cuando se encuentra con un conocido y así, sin darse cuenta el hermano, va contaminando poco a poco su estado interior; yendo algo más lejos, al final se olvida del conocimiento de Dios, de la virtud y de su profesión. Los hermanos solitarios deberán observar de dónde viene ese demonio y a dónde quiere ir a parar. Porque, todo ese viaje no lo hace por casualidad. Lo hace para contaminar el estado interior del solitario: de esta forma el intelecto, inflamado por esas cosas, ebrio de encuentros, pronto tropieza con el demonio de la fornicación o de la ira o de la tristeza, es decir, todas aquellas cosas que destruyen por completo el esplendor de su estado interior" (cfr. La Filocalia, vol. 1, Gribaudi, pp. 112-113). Me parece que el proceso de corrupción de la mente se ha expresado con toda claridad en este pasaje. Sugerencias Expresaré, finalmente, algunas observaciones conclusivas: 1. Es justo, hasta cierto punto, querer salir racionalmente del remolino de pensamientos que nos asaltan. Instintivamente tendemos a dar a cada uno una respuesta lógica, ya que con frecuencia se presentan como interrogantes. 2. Sin embargo hay un límite. Nos daremos cuenta, a medida que crece nuestra sensibilidad, que las cuestiones no se contentan en realidad con una mera respuesta, pues
continúan deprimiendo al espíritu. Entonces salta la advertencia de la lucha, aparece el comportamiento disciplinado de quien tiende a la esiquia, al control ordenado de la propia mente, a través de tres modos concretos: a) Truncar valerosamente el remolino de pensamientos repitiendo la decisión mil veces, si es necesario. En cuanto hayamos comprendido que no son pensamientos constructivos, aunque parezcan racionales, que debilitan la mente, hay que truncarlos inmediatamente. Cuántas personas, si lo hubieran hecho a tiempo, se hubieran ahorrado muchos agotamientos nerviosos, amarguras, resentimientos y fatigas. Por tanto, es extremadamente importante la decisión interior. b) El segundo modo, sugerido también por la Imitación de Cristo, es muy simple y con frecuencia lo olvidamos, siendo así que es realmente fecundo: age quad agis, entrégate a fondo en lo que estás haciendo, ayudándote también de la sensibilidad. Si estás leyendo un libro, siéntelo en la mano, siente su peso, mira sus palabras una tras otra, intenta evidenciarlas a través de los mismos caracteres. Si cantas, canta con todo tu corazón, si escribes, escribe con todas tus fuerzas, si caminas, camina con toda tu energía. No te dejes dominar por los pensamientos parásitos que desearían, con resentimiento, animosidad, miedo y angustia, dominar sobre tu actuar. Parece un medio demasiado simple, y sin embargo es utilísimo, e incluso existen escuelas de psicología fundadas sobre él: una autoconsciencia ordenada parte de la percepción sensible de algunas realidades inmediatas, para después ordenar el hilo de la mente según una línea directa que no se desvíe continuamente a derecha o izquierda. c) La tercera sugerencia, dada con frecuencia por los Padres griegos, sobre todo en el proceder de la tradición monástica, es la oración de Jesús. Esta oración consiste en transferir la mente al corazón, por tanto en no dejar que la mente divague en la selva de los pensamientos, dedicándola total y afectivamente a la persona de Jesús. La oración del corazón tiene su propia técnica, quizás no muy adecuada para nosotros los occidentales, pero que en la Iglesia griega y en la Iglesia rusa se ha elevado a alturas místicas verdaderamente considerables. En todo caso también nosotros tenemos formas de oración del corazón: el Rosario, por ejemplo, cuando se reza bien, tiende a pacificar la mente llevándola a algunas palabras e imágenes fundamentales, el vía Crucis suscita sentimientos y afectos hacia Jesús; las jaculatorias y las palabras de los salmos, repetidas muchas veces, pueden convertirse en oraciones del corazón. Y así, poco a poco, la multiplicidad de pensamientos se simplifica y se reduce a la unidad. Son todo formas que nos ayudan a reencontrar aquella unidad interior, en la distracción y en la ruptura frecuente creadas por la multiplicidad de actividades, que encuentra en la oración de Jesús su punto de referencia privilegiado. Durante la experiencia que he vivido en la India, donde he podido conocer de cerca la ascesis indú y los esfuerzos de muchos jóvenes en busca de un gurú, de un maestro espiritual, he comprendido que también ahí el ideal está en alcanzar la posesión de sí mismo, la unidad, no de una forma lógica, racional, posesiva, sino a través de un don; en la India se habla de vacío de sí mismo, de abandono a la nada. Para nosotros significa abandono al misterio inefable en el que estamos inmersos y que, siendo lo más íntimo de mi intimidad, está en el fondo del corazón, por lo que puedo reencontrarlo en todo momento—de día o de noche, en la enfermedad o en la salud, en la tristeza o en la alegría— en una unidad profunda conmigo mismo. La oración de Jesús está al alcance de todos, y sin embargo nos introduce en los misterios más profundos; es compatible y se adapta a todas las situaciones, y puede ser practicada por medio
de una oración prolongada e intensa. Pero debemos reconocer, por experiencia, que no es posible vivir la oración de Jesús, o en todo caso una oración afectiva, del corazón, durante las ocupaciones diarias, si no hay al mismo tiempo momentos fuertes y serios de oración y silencio. 3. Una última observación acerca de la ira del intelecto, expresión que tomo de Isaías el Anacoreta: "Hay entre las pasiones una ira del intelecto, que es conforme a la naturaleza" (una ira buena, por tanto, porque en la tradición griega "conforme a la naturaleza" significa "conforme a Dios", como Dios ha hecho las cosas). "Sin ira tampoco hay pureza en el hombre, en el hombre debe haber ira contra todo lo que el enemigo siembra en el mismo hombre y para su perdición". Si un hombre tolera pacientemente que un remolino de pensamientos le invada y no le parece que sea un enemigo, este hombre no vive la verdad y no alcanzará nunca la pureza interior. "Cuando Job encontró este enemigo, le insultó en sus amigos, diciendo: «Gente sin honor, despreciable, privados de todo tipo de bienes, no os he considerado dignos de estar entre mis perros de pastor»... Si te estás oponiendo a la turba de enemigos y los ves que huyen debilitados, que no se alegre tu corazón, porque la malicia de los espíritus está oculta detrás de ellos. Preparan una lucha peor que la primera, dejan a otros apostados detrás de la ciudad y les mandan que no se muevan. Si tú te opones y les enfrentas, huyen arrollados. Pero si tu corazón se enaltece porque los has arrojado, unos saldrán de detrás, otros se erguirán ante ti y dejarán tu pobre alma en medio de ellos sin posibilidad de huida. La ciudad es la oración. La resistencia es la contradicción en Cristo Jesús. El sostén es el desdén" (op. cit., p. 89). Isaías el Anacoreta afirma, pues, que hay que ser capaces de ira contra todo lo que intente destruirnos y apartarnos del camino, para llegar a una fuerte disciplina interior, en la que sólo sea posible vivir a través de continuas mutaciones de las situaciones en torno a nosotros y de nuestra misma situación de espíritu, pero teniendo siempre los ojos fijos en Jesús, el Señor, príncipe de la paz, que reina en nuestro corazón más allá y por encima de todas las vicisitudes humanas. Es la obediencia de la mente a la que Job llega únicamente tras un largo, agotador y penosísimo trabajo. Que el Señor nos conceda alcanzar pronto la necesaria purificación de la mente tan importante para nuestra vida y para nuestro servicio pastoral. *** La indecible justicia de Dios Homilía del miércoles de la XXª semana "per annum" Lecturas: Jc 9,6-15; Mt 20,1-16 "Concédenos Señor, vivir con intensidad la comunión eucarística que no tiene límites, que se extiende a todos los que conocemos y amamos, a todos los que se nos han confiado a nuestra responsabilidad; a los enfermos, a los que sufren; a toda la Iglesia, al Papa, a todas las Diócesis, a todos los Obispos, a todas las misiones, a todas las situaciones más dolorosas de la humanidad. Concédenos, Padre, vivir ante ti en representación de esta humanidad, cumpliendo así nuestro servicio sacerdotal con esa amplitud de horizontes. " —La primera lectura, del Libro de los Jueces (/Jc/09/06-15), nos ofrece el primer ejemplo en la Biblia de una parábola, casi una historia imaginaria; en nuestro caso se contiene una enseñanza muy perspicua, antimonárquica y antiautoritaria.
Es el primer ejemplo de desconfianza hacia la monarquía, que aparecerá claramente en el primer Libro de Samuel, cuando se trate de dar un rey a Israel. Es la expresión de desconfianza respecto a la confianza de todos los destinos humanos a una persona. La parábola pone en escena diversos árboles útiles al hombre, dotados de verdadera capacidad, de razonamiento, de seriedad; árboles que son verdaderos benefactores de la humanidad, como el olivo y la vid que no quieren saber nada sobre responsabilidades, afirmando que ellos tienen una tarea más importante, peculiar de ellos. Quien, por el contrario, acepta asumir la responsabilidad es un árbol sin frutos, inútil: el espino. Nos situamos frente a una descripción muy negativa del poder en la historia. Sin embargo en buena parte es real; cuántas veces sucede, en la política por ejemplo, que los hombres verdaderamente justos, competentes, capaces, rehúan el compromiso. Y sin embargo aceptan el juego político personas que sería mejor que rehusaran. Pero más allá de la sabiduría humana contenida en la historia, hemos de captar la enseñanza bíblica más profunda: el destino del hombre está en las manos de Dios y no está bien confiarlo a una persona. "Sólo tú, Señor, me haces reposar con seguridad"; mi destino te pertenece por entero. Desconfianza, por tanto, que teme llegar, al dejar el destino de algunos hombres en las manos de otros, a abusos de poder, a formas de superchería indignas del pueblo de Dios. Toda la historia de los Libros de los Reyes muestra la exactitud de tal temor. Temor que incumbe a la historia de la salvación, cuando se apresura a afirmar que, aunque algunos hombres se preocupen de otros, sean pastores de la grey, sin embargo sólo hay un pastor supremo, Jesús. Sólo él tiene la plena y total responsabilidad de los creyentes; todos los otros son secundarios, mandatarios, vigilantes. Se deben preocupar de que todo vaya bien, sabiendo que la esperanza y la confianza del pueblo de Dios están siempre depositadas en el Señor. Es muy importante aprender a valorar todas las autoridades humanas, incluidas las eclesiásticas, sabiendo que el honor que se les tributa es siempre con referencia al único y verdadero responsable de nuestras almas, al único jefe de la Iglesia, al Señor Jesús, de quien emana toda autoridad. Sólo él es digno de abrir el libro sellado con los siete sellos, que contiene los secretos del Reino de Dios. Porque él es el cordero inmolado, que se ha entregado a sí mismo por nosotros hasta la muerte. Todo lo que hacemos tiene como punto de referencia a Cristo, el Señor, a su único y legítimo poder; los otros poderes no son más que participación limitada a este servicio que es la vida misma de Jesús. —La parábola evangélica (/Mt/20/01-16) contada por Jesús va en la línea de la reflexión precedente, podríamos decir en la línea de Job. En lugar de Job aparecen los labradores de la viña, servidores que murmuran porque quisieran que el patrón se conformase a un ideal de justicia unívoco. El problema está en saber lo que es justo. El patrón afirma que dará a los labradores lo justo, pero en un momento determinado ellos pretenderán que la justicia sea concebida según una proporcionalidad rígida, que pueda ser prevista por una calculadora electrónica, quitándole espacio a la bondad, al amor, a la misericordia, a la infinitud del designio de Dios. Job deberá cambiar precisamente ese sentido suyo de justicia, tan fuerte y tan vivo, pero tan unívoco y geométrico, que pretende comprenderse a sí mismo y a Dios a la luz de ese cuadro inmutable e indudable. Sin embargo Dios es Trinidad de amor, es sorpresa, es relación de ternura indecible, juego de amor misterioso, que se desvela, se esconde y se manifiesta en formas siempre nuevas.
Y el hombre, a su vez, ha sido llamado a regularse según la justicia de Dios, de su ser trinitario, dedicado, donante, inventivo, creativo, sorprendentemente más bueno de lo que el mismo hombre pueda imaginarse. También nosotros, en estos días de Ejercicios, estamos invitados a la conversión; es decir a conocer al Dios de la alianza, no a través de nociones, que nosotros mismos superponemos unas a otras y mediante las que juzgamos al mismo Dios, aunque sean dignísimas, como la justicia o la caridad. Más bien estamos invitados a conocer al Dios de la alianza tal como él es, en su vida desbordante, henchida de amor y de misericordia, que nos prepara la luz en la más profunda oscuridad. La confianza al misterio de Dios es lo que se les está pidiendo a los labradores de la viña, a Job, a cada uno de nosotros. Y nosotros hemos de caminar por esta vía mediante la adoración del misterio eucarístico, ante el que, en verdad, nos sentimos turbados cada vez que lo celebramos, que lo renovamos, que tenemos entre las manos el cuerpo y la sangre de Cristo, porque no se puede contener según nuestros conceptos, sino que supera en el amor toda previsión nuestra, todo cálculo, incluso toda alta noción del misterio de un Dios infinito que se inclina sobre sus creaturas pobres y limitadas. Págs. 83-121
Tres modos de luchar con Dios En nuestro esfuerzo por comprender el enigma de Dios, mejor que intentar conocer algo más su misterio, el misterio de ese Dios altísimo, incognoscible, misericordioso y justo, soberano e impenetrable, tres veces santo, deberíamos recordar que el Libro de Job es parte de la Escritura, y por tanto su mensaje debe asimilarse a la totalidad del mensaje bíblico. Por eso quisiera proponeros continuar nuestra lectura extendiendo la mirada hacia algunas páginas vétero y neotestamentarias según tres direcciones determinadas. Con términos un tanto pretenciosos se podrían llamar respectivamente dimensiones antropológica, cristológica, trinitaria. Hemos visto la lucha de Job contra el desorden de la mente; todo su trabajo es una purificación de la multiplicidad de pensamientos, que parecen razonables, justos, lógicos, pero que, al final, no se sostienen por sí mismos. Su último acto es una rendición ante el misterio. En esta lucha contra el desorden de la mente, Job lucha también con Dios. Como Jacob, en aquella historia misteriosa, ejemplar para todas las formas de lucha con Dios en la historia y en la espiritualidad, también Job quiere ser bendito, justificado, declarado justo, quiere obtener lo que desea. El tema de la lucha con Dios es inagotable y quizás nosotros no lo afrontemos suficientemente bien; sin embargo, es un gran tema de la mística cristiana que nos interesa y en el que queremos profundizar. Propongo, pues, la reflexión a nivel antropológico, en tres episodios: —el capitulo 10 de Job, "La arenga de la criatura contra el Creador"; —el capitulo 2 de San Juan (vv. 1-12); —el capitulo 25 de San Mateo (vv. 21-28), con el paralelo de Marcos (7, 24-30).
La arenga de la creatura contra el Creador (Jb 10) "Job parece introducir una especie de discurso imaginario que pronunciaría ante una hipotética suprema corte de justicia en la que también Dios está presente" (cfr. Ravasi, op. cit., p. 408). El discurso se puede dividir en las siguientes partes: —vv. 1-2, apertura de la arenga. "Asco tiene mi alma de mi vida: derramaré mis quejas sobre mí, hablaré en la amargura de mi alma. Diré a Dios: ¡No me condenes, hazme saber por qué me enjuicias!" Son palabras de introducción al momento de la lucha cerrada. - vv. 3-7: la arenga comienza con cinco cuestiones planteadas al adversario. Precedentemente habíamos leído las que Dios hará a Job, pero aquí es Job quien abruma a Dios a base de preguntas retóricas, con la intención de conquistarle. "¿Acaso te está bien mostrarte duro, menospreciar la obra de tus manos, y el plan de los malvados avalar? ¿Tienes tú ojos de carne? ¿Como un hombre ve, ves tú? ¿Son tus días como los días de un hombre? ¿tus años como los días de un mortal?, ¡para que andas rebuscando mi falta, inquiriendo mi pecado, aunque sabes muy bien que yo no soy culpable, y que nadie puede de tus manos librar!" Se duda de la bondad de Dios: ¿por qué me tratas de forma que no te conviene a ti, y no me tratas benignamente? —vv. 8-12. Los interrogantes ceden el paso a una perorata conmovedora, precisamente como en una arenga, cuando se invoca la clemencia de la corte: "Tus manos me han plasmado, me han formado, ¡y luego, en arrebato, me quieres destruir! Recuerda que me hiciste como se amasa el barro, y que al polvo me has de devolver. ¿No me vertiste como leche y me cuajaste como la cuajada? De piel y de carne me vestiste y me tejiste de huesos y de nervios.
Luego con la vida me agraciaste y tu solicitud cuidó mi aliento." Aunque no haya ninguna referencia verbal específica, podemos leer en las palabras de Job el misterio de la alianza: tú me has creado, me has hecho tuyo, soy tuyo, no te olvides de tu creatura, quédate junto a mí, no me abandones. —vv, 13-17: después de la perorata vienen las acusaciones contra Aquel que actúa como enemigo. "Y algo más todavía guardabas en tu corazón, sé lo que aún en tu mente quedaba" (v. 13). La denuncia es gravísima y la Biblia de Jerusalén en nota, muestra una cierta dificultad al explicar este versículo: "Por tanto, esta solicitud de Dios encubría temibles exigencias. El hombre es responsable de todos sus actos ante Dios. La queja de Job es expresión del tormento del hombre caído, que se siente sujeto a una voluntad misteriosa en lugar de abrirse libremente en su propia naturaleza." Quizás esta nota va un poco demasiado lejos, pero en todo caso las palabras de Job expresan algo misterioso del hombre frente a una incerteza que quisiera acertar a determinar: "El vigilarme cuando peco y no perdonarme ni una falta. Si soy culpable, ¡desgraciado de mí! y si soy inocente, no levanto la cabeza, ¡yo saturado de vergüenza, borracho de aflicción! Y si me levanto, como un león me das caza, y repites tus proezas a mi costa. Contra mí tu hostilidad renuevas, redoblas tu saña contra mí, sin tregua me asaltan tus tropas de relevo." Así es que Dios es visto como una fiera salvaje que no deja en paz a este pobre hombre. —vv. 18-22: otra vez se pasa de la agresividad a la súplica, que mueve la afectividad del misterio de Dios. "¿Para qué me sacaste del seno? Habría yo muerto sin que me viera ningún ojo; sería como si no hubiera existido, del vientre se me habría llevado hasta la tumba. ¿No son bien poco los días de mi existencia? Apártate de mí para gozar de un poco de consuelo, antes que me vaya, para ya no volver, a la tierra de tinieblas y de sombra, tierra de oscuridad y de desorden,
donde la misma claridad es como la calígine." En este capítulo Job expresa su preocupación, su incertidumbre, su dolor por no ser escuchado y, como le ocurriría a quien padece un fuerte complejo de inferioridad, se exaspera, lucha para conseguir lo que desea de Aquel que piensa que puede y debe dárselo, con la rabia de quien no está seguro de sí mismo pero exige sus derechos. Lucha con Dios, pero también, y mucho, consigo mismo, con la desmesura de sus pensamientos, con el sentido de inferioridad que le asalta, con la inseguridad que le corroe interiormente y de la que quisiera librarse con amenazadoras palabras. Pero las personas que más atacan verbalmente suelen ser las más débiles, las más frágiles; son las que se empeñan contra el adversario, siempre con el miedo de no conseguir lo que desean. La lucha de María con Jesús (Jn 2) Frente a este modo de luchar con Dios, veamos ahora el modo de luchar de la madre de Jesús, en el episodio de las bodas de Caná. María piensa que podría conseguir lo que desea, y sin embargo no puede estar absolutamente segura de conseguirlo. Así es que se empeña a fondo para alcanzar de su Hijo cuanto desea. La lucha se expresa en términos muy sobrios, casi velados, pero no deja de ser una lucha con Dios. En un primer momento María expone la causa de los esposos, haciéndose su abogado ante Jesús, con unas frases brevísimas y al mismo tiempo muy enérgicas: "Y como faltara vino, le dice a Jesús su madre: «No tienen vino»" (Jn 2,3). Son unas palabras afligidas: ¿Cómo es posible que con tu presencia y con la mía, no podamos ayudar a estas personas evitándoles una humillación que quedará como una sombra durante toda su vida, como un signo de desgracia en su matrimonio? Son unas palabras espléndidas, que partiendo de la negación sitúan frente a un hecho que debe repararse. Sin embargo Jesús parece que deja a María completamente sola. "Le responde: «¿Qué tengo yo contigo, mujer? Todavía no ha llegado mi hora»" (v. 4). Sea el que sea el exacto significado de estas palabras, lo cierto es que no son de acogida, de ánimo, sino de distanciamiento. María se queda sola, como Job, sin ayuda. Pero entonces lleva a cabo un gesto heroico, de confianza, porque no sólo se compromete a sí misma, sino a los otros. En efecto, llama a los sirvientes y les dice: "Haced lo que él os diga" (v. 5). Con un gesto público, la madre fuerza la adhesión de Jesús. Porque su sentimiento no es de inferioridad, de miedo, de debilidad; no tiene por tanto necesidad de exasperación o de engrandecerse, está segura. Con confianza se abandona a sí misma y a los sirvientes al poder de Jesús que, ella no sabe cómo, dará resultado. Podemos anotar que su abandono continúa hasta el momento decisivo, aunque el pasaje evangélico no lo nombre. Continúa confiándose aunque el Hijo haya hecho un gesto aparentemente contrario a la espera. Lo que se nos cuenta de las seis tinajas de piedra, de dos o tres medidas cada una, que se llenan de agua, parece, en efecto, muy distinto de cuanto uno podía imaginarse. Algo así como si dijéramos: ¡Si no hay vino, qué se le va a hacer, nos conformaremos bebiendo agua! Da la impresión de que Jesús no tome en serio la petición de la madre. Pero todo lo que sucede después, incluyendo la alegría del
evangelista mientras proclama que Jesús dio así comienzo a sus milagros en Cana de Galilea (cfr. v. 11), se debe a María, que luchando, pidiendo con insistencia y poniéndose en situación de exigencia, conserva la confianza propia de quien ya ha superado la lucha por la obediencia de la mente. Quizás nos encontremos, en nuestra lucha con Dios, entre Job y María, y deberemos intentar acercarnos más bien a María, en la medida en que sea posible en nuestro caminar espiritual, pasando a través de aquella obediencia de la mente, que es la actitud fundamental del creyente respecto a Dios. La lucha de la mujer cananea (/Mt/15/21-28) Un episodio bellísimo, estrechamente paralelo al pasaje juaneo de las bodas de Caná, es el que nos presenta la lucha de la mujer cananea con Jesús. Una mujer que es consciente de no pertenecer al pueblo elegido, por tanto sin derechos, y es sabedora de sus escasas posibilidades. Y sin embargo se lanza con todas sus fuerzas para arrebatar a Jesús lo que ella quiere. "En esto, una mujer cananea, saliendo de aquellos términos, se puso a gritar: «¡Ten piedad de mí, Señor, hijo de David! Mi hija está malamente endemoniada»" (v. 22). Fijémonos en la fuerza de esta súplica: en la llamada a la raíz tradicional, familiar de Jesús y a la fuerza de las promesas mesiánicas que descansan en él -"Hijo de David"-; pero también en la denominación "Señor", título que implica la apertura hacia el misterio de la omnipotencia divina; en las palabras que invitan a la compasión—"Piedad de mí"—y en la descripción del sufrimiento que sufre la hija. Están todos los componentes de una súplica afligida, eficaz. También es preciosa la identificación de la madre con la hija: "Ten piedad de mí", la que sufre es mi hija, pero yo sufro junto con ella, y por eso soy yo la que te suplica piedad. Sin embargo Jesús no la escucha, no le dirige la más mínima palabra (cfr. v. 23). La mujer cananea experimenta entonces un fuerte sentimiento de soledad, de rechazo, y entra así en un estado de lucha para obtener lo que desea. Para salir victoriosa de esta lucha intenta conmover, de alguna forma, a los discípulos que al final "acercándose, le rogaron: «Concédeselo, que viene gritando detrás de nosotros»", que nos molesta, que no nos deja en paz. "Respondió él" (segunda negativa): "No he sido enviado más que a las ovejas perdidas de la casa de Israel" (v. 24). Una respuesta aparentemente decisiva, desde el momento en que Jesús define los límites de su misión. En ese momento la mujer, si hubiese poseído la desobediencia de la mente, que hemos visto en Job, se hubiera puesto a imprecar contra los designios de Dios que no puede salir fuera de los pequeños confines de un pueblo soberbio, replegado sobre sí mismo, incapaz de mirar a los vecinos. Incluso hubiera llegado al insulto y a la agresión. Sin embargo, se postra ante el Señor diciendo: "¡Socórreme!" (v. 25). La lucha continúa, pero en clave de amor, de afecto, de misericordia, porque la cananea está segura de la misericordia de Jesús, más allá de cuanto las palabras le permitan pensar. Con su intuición, parece que diga: Yo te conozco y sé que puedes y quieres ayudarme, sé que te comportas así para probarme. Es una mujer que experimenta la prueba y consigue alcanzar la purificación de su fe. Así, la vive con humildad, con decisión, con calma. Por tercera vez será rechazada, y ahora de una forma durísima: "No está bien tomar el
pan de los hijos y echárselo a los perritos"(v. 26). Palabras que suenan como un insulto de tipo nacionalista, palabras que suscitarían una rebelión, una ira, una exasperación interior increíble. La lucha entre Dios y el hombre ha llegado a su punto culminante. El hecho es de una elevación mística profundísima y es extraordinario ver cómo la mujer, en la obediencia absoluta de su mente, antes que maldecir o desencadenar su ira contra Jesús, consigue incluso unos momentos de humor, tan libre y confiada se siente: "Sí, Señor, que también los perritos comen las migajas que caen de la mesa de sus amos" (v. 27). La respuesta es de una superioridad incomparable, indicativa de una persona que cree verdaderamente en Jesús, en la misericordia de Dios, en la fuerza universal de la alianza, más allá de las mismas palabras escuchadas. Y así la mujer ganará la lucha. Y Jesús quiere ser vencido. El misterio de la lucha con Dios está precisamente en el hecho de que el ángel está contento por haber sido vencido por Jacob (cfr. Gn 32,23ss.). Como dice una apología rabínica: Dios está contento por haber sido superado y vencido por sus hijos. Explota la alegría de Jesús: "Mujer, grande es tu fe; que te suceda como deseas" (v. 28). En verdad es grande porque ha comprendido el corazón de Cristo más allá de todo lo que velaba el amor del Señor, precisamente para suscitar esa fe heroica. Es interesante hacer notar el paralelo de Marcos, quizás aún más iluminador: "Por lo que has dicho, vete; el demonio ha salido de tu hija" (Mc 7,29). Así de poderosa es la palabra de la mujer; y la alegría de Jesús es que el milagro apenas es suyo, sino de la fuerza de la fe humana. Él ha vencido porque ha conseguido levantar a la cananea a una calidad de fe inaudita, en la línea de la de Abraham. La mujer ha vencido porque ha hecho que Jesús se manifieste en su verdad divina. Me pregunto, quizás, qué hubiera sucedido si la cananea, frente al comportamiento de Jesús, hubiera empezado a injurirarle. Ciertamente el Señor no realiza milagros en quien le rechaza, aunque creo que en este caso habría tenido que diferenciar las actitudes. Si la mujer le hubiese injuriado como Job, es decir con fe y con deseo de buscar a Jesús, pienso que él le habría salido al encuentro igualmente. Pero habríamos perdido a la cananea. Si la Virgen se hubiese molestado, Jesús le habría salido al encuentro aceptando la verdad de su actitud. Pero María hubiera quedado un poco atrás respecto a la profunda paz de la mente que había llegado a alcanzar. Jesús actúa siempre con amor y con misericordia hacia quien se muestra deseoso de acogerle. Nuestra capacidad de luchar con Dios Releyendo personalmente los tres episodios, debemos intentar, ante todo, aceptarlos en contemplación afectiva. ¿Cuál es nuestra capacidad de luchar con Dios? ¿Pertenecemos a aquellos que fácilmente se deprimen, se sienten olvidados, abandonados, quizás sin decírnoslo a nosotros mismos pero con toda claridad en el fondo de nuestra conciencia? ¿O quizás intentamos imitar el ejemplo de María y de la cananea, que desafían a Dios y en la lucha de la existencia actúan con gran fe y aceptan los momentos difíciles, aceptan incluso la oscuridad como el momento álgido del grito, en el que Dios pone a prueba la fe, la gratuidad del don, a fin de que se exprese una plenitud que constituye el culmen de todo el camino humano a partir de Abraham? Aquí podríamos ver una especie de síntesis de toda la historia de la salvación: el hombre,
creado por amor de Dios y llamado a la prueba, no ha sabido aceptar el desafío de la fe, y el pecado fundamental es precisamente el de no confiarse en él, no saberse apoyado en la guía de su palabra. Porque Dios reconstituye la humanidad a través de la vía de la fe, empezando por Abraham. Así la fe se purifica pasando por todas las grandes personalidades del Antiguo Testamento, recibe en Job una particular y enigmática figura ejemplar, y desemboca en la fe de María, en la fe de los santos del Nuevo Testamento, hasta el abandono de Jesús al Padre. Jesús es el hombre del abandono total, pleno, completo, incluso en el momento en que parece que el Padre le deja en la más negra soledad. Todos los personajes—Abraham, Jacob, Job, María, la mujer cananea—se reencuentran en la persona de Jesús, abandonado por el Padre, abandonándose en el Padre, y constituyen una visión unitaria de la salvación, a la que hemos sido llamados en nuestra lucha cotidiana con el misterio de Dios. *** Tres ejemplos de la obediencia de la mente Teniendo siempre presente el Libro de Job, escojamos algunas páginas de la Escritura que nos inducen a una reflexión de tipo cristológico. Ya hemos profundizado en la importancia de la obediencia de la mente. Ahora ejemplificaremos el tema con tres casos concretos: Abraham (Gn 22); Job (Jb 40-42); Jesús (Mc 14). Como de costumbre, antes de la meditación nos inspiraremos en las palabras de la Carta a los Hebreos, que puede considerarse como un resumen de todo un curso de Ejercicios: "Por tanto, también nosotros, teniendo en torno nuestro tan gran nube de testigos, sacudamos todo lastre y el pecado que nos asedia, y corramos con fortaleza la prueba que se nos propone, fijos los ojos en Jesús, el que inicia y consuma la fe, el cual, en lugar del gozo que se le proponía, soportó la cruz sin miedo a la ignominia, y está sentado a la diestra del trono de Dios. Fijaos en aquel que soportó tal contradicción de parte de los pecadores, para que no desfallezcáis faltos de ánimo" (Hb 12,1-3). Jesús, autor y perfeccionador de la fe, es aquel que ha pasado la gran prueba; tal prueba ha tenido su culmen en la ignominia de la cruz a la que se ha sometido soportando una gran hostilidad por parte de los pecadores. Y esto nos incita a correr con perseverancia en la carrera que está ante nosotros, deponiendo cuanto haya de lastre y el pecado que nos asedia, rodeados de una gran número de testigos, que son todos los santos del Antiguo y del Nuevo Testamento, en particular los recordados en la Carta a los Hebreos, entre los que se encuentra Abraham (cfr. Hb 11). "Concédenos, oh Jesús, tener ante todo la mirada fija en ti. Tú eres aquel de quien nuestra fe procede, eres aquel que la ha llevado a la perfección, aquel que ha corrido en la prueba antes que nosotros, aquel que nos conduce, que no nos deja errar en el camino. Haz que te contemplemos con afecto profundo y que podamos encontrar la fuerza y la alegría en tu seguimiento, incluso en los momentos más difíciles. "
La obediencia de Abraham "Después de estas cosas sucedió que Dios tentó a Abraham y le dijo: «¡Abraham, Abraham!»" (Gn 22,1). Estamos en el momento culminante de la vida de Abraham, que durante toda la tradición permanecerá como un momento supremo, misterioso, dramático, tanto que incluso puede ser leído simbólicamente con referencia a Cristo en la cruz y a la relación del Padre con el Hijo, el Padre "que no perdonó ni a su propio Hijo" (cfr. Rm 8,32). Dios pone a prueba a Abraham. Le llama por dos veces y le dice: "«Toma a tu hijo, a tu único, al que amas, Isaac, vete al país de Moría y ofrécele allí en holocausto en uno de los montes, el que yo te diga». Levantóse, pues, Abraham de madrugada, aparejó su asno y tomó consigo a dos mozos y a su hijo Isaac. Partió la leña del holocausto y se puso en marcha hacia el lugar que le había dicho Dios" (vv. 2-3). Nos sorprende la aridez de la historia, como si todo fuera normal: Dios ordena, Abraham obedece y alzándose de buena mañana se pone en camino. Resulta fácil imaginar la lucha que se desencadenaría en la mente de Abraham, qué pensamientos, objeciones y rebeliones le asaltarían, con qué repugnacia actuaría mientras externamente mostraba gestos sencillos, como si se tratara de una excursión al campo. Y nos sorprende que el texto bíblico no comente el hecho, no aluda a la lucha dramática interior de Abraham. De ella nos hablará la Carta a los Hebreos: "Por la fe, Abraham, sometido a la prueba, presentó a Isaac como ofrenda, y el que había recibido las promesas, ofrecía a su unigénito, respecto del cual se le había dicho: Por Isaac tendrás descendencia de tu nombre" (Hb 1,17-18). De forma sintética se expresa toda la lucha interior que Abraham debe combatir: ¿Precisamente a mí este mandato? ¿A mí que soy heredero de la promesa, que he sido halagado y fascinado con promesas de descendencia esperada durante años y años? ¡Si al menos tuviese más hijos! Pero, Isaac, precisamente el único, precisamente aquel de quien se me ha dicho: "Por Isaac tendrás descendencia de tu nombre." Por una parte Abraham lucha y siente en sí mismo que se le acumulan las objeciones, tan fáciles, tan razonables, tan lógicas—como las de Job—, pero por otra parte, como dice la Carta a los Hebreos: "Pensaba que poderoso era Dios aun para resucitar de entre los muertos. Por eso lo recobró para que Isaac fuera también figura" (v. 19). Es un éxito de la obediencia de la mente porque se fía más allá de toda confianza, espera contra toda esperanza, según las acertadísimas palabras de Pablo. Mientras camina en silencio, intenta reprimir y dominar la multitud de pensamientos que le atormentan; el hijo, con simplicidad e ingenuidad, le hace la pregunta que no se debía hacer y que hubiera podido desencadenar exteriormente la tormenta interior que Abraham estaba viviendo: "Dijo Isaac a su padre Abraham: «¡Padre!» Respondió: «¿Qué hay, hijo?» —«Aquí está el fuego y la leña, pero ¿dónde está el cordero para el holocausto?» Dijo Abraham: «Dios proveerá el cordero para el holocausto, hijo mío»" (Gn 22,7-8). Esta es la obediencia de la mente: el abandono, más allá de toda evidencia, al Dios más grande que nosotros, que tiene en su mano todas las cosas, que todo lo sabe, todo lo puede y todo lo provee. De hecho el nombre de aquel lugar será "Yahveh provee", "de donde se dice hoy en día: «En el monte Yahveh provee»" (v. 14). Es un primer ejemplo dramático de obediencia de la mente, es decir de obsequio a un misterio del que no se comprenden las razones, pero se advierte su fuerza dentro de nosotros.
Por esto Abraham es nuestro padre en la fe. El final del camino de Job Job, después de tanto hablar y disparatar, llega, al final del primer discurso sobre Dios, a una expresión que corresponde a una madurez de la obediencia, que ya ha sido alcanzada. "Y Yahveh se dirigió a Job y le dijo: «¿Cederá el adversario de Sadday? ¿El censor de Dios va a replicar aún?» Y Job respondió a Yahveh: «He hablado a la ligera: ¿qué voy a responder? Me taparé la boca con mi mano. Hablé una vez..., no he de repetir; dos veces..., ya no insistiré»" (Ib 40,1-2). Es una primera respuesta de Job y un reconocimiento de que el mundo, el misterio de la historia y el misterio de cada uno de los hombres son parte de un misterio más grande e incontrolable. Después sigue el segundo discurso de Dios (40,6-41), que ha hecho correr ríos de tinta por parte de los exegetas, siendo difícil comprender qué elemento esencial añade al primero. ¿Qué sentido tienen las descripciones, casi barrocas, de los dos grandes animales, el hipopótamo y el Leviatán? ¿Por qué este interés descriptivo que parece mermar el acmé dramático al que el Libro había llegado? Los exegetas han intentado responder de formas diversas. A mí me parece que quizás una de las respuestas más pertinentes sea que, después de haber hablado de la naturaleza, se habla de la historia. Se alude, con la imagen de las bestias, a las dos grandes potencias que para Israel aparecen invencibles y capaces de destruir el universo: Egipto—el hipopótamo que es la bestia de los ríos—y Mesopotamia—el Leviatán, bestia mítica, ferocísima—. Pues bien, Dios considera también esta realidad desde lo alto, casi como un juego, porque las conoce desde su interior y, aunque sean crueles, las tiene en su mano. Sea el que sea el significado del pasaje, Dios vuelve con sus respuestas, entrando en el discurso de Job, no directamente, sino ampliando el horizonte hasta los límites de lo posible, incluso más allá, forzando al hombre Job: "Yahveh respondió a Job desde el seno de la tempestad y dijo: «Ciñe tus lomos como un bravo: voy a preguntarte y tú me instruirás»" (40,ó-7). Es la exaltación de Job, aunque sea un tanto irónicamente: "`Y yo mismo te rendiré homenaje, por la victoria que te da tu diestra!" (v. 14). Algunos comentaristas han observado que Dios ha salido así del dilema de Job, que consistía en saber si tenía razón o no. El Señor le dice: Tú eres fuerte, y por eso te glorifico,
pero yo también tengo razón. La justicia de Dios es distinta de la nuestra; es posible una glorificación de Dios y del mundo y del hombre, a través de designios misteriosos. Este parece ser el sentido de las palabras. Después de la alabanza a Job, Dios prosigue: "Mira a Behemot, (el buey de las aguas). Se alimenta de hierba como el buey. Mira su fuerza en sus riñones, en los músculos del vientre su vigor. Atiesa su cola igual que un cedro, los nervios de sus muslos se entrelazan. Tubos de bronce son sus vértebras, sus huesos, como barras de hierro" (cfr. 40, l 5- l 8). Y más adelante: "Y a Leviatán ¿le pescarás tú a anzuelo, sujetarás con un cordel su lengua? ¿Harás pasar por su nariz un junco? ¿taladrarás con un gancho su quijada? ... ¿Quién le hizo frente y quedó salvo? ¡Ninguno bajo la capa de los cielos! Mencionaré también sus miembros, hablaré de su fuerza incomparable. ... No hay en la tierra semejante a él, que ha sido hecho intrépido. Mira a la cara a los más altos, es rey de todos los hijos del orgullo" (cfr. 40,25-26; 41,3-4.25-26). Al final de la larga descripción de las dos bestias, viene la respuesta de Job: "Y Job respondió a Yahveh: Sé que eres todopoderoso: ningún proyecto te es irrealizable. Era yo el que empañaba el Consejo con razones sin sentido. Sí, he hablado sin inteligencia de maravillas que me superan y que ignoro. (Escucha, deja que yo hable: voy a interrogarte y tú me instruirás.) Yo te conocía sólo de oídas, mas ahora te han visto mis ojos. Por eso retracto mis palabras, me arrepiento en el polvo y la ceniza" (42,1-ó). Job comienza con unas palabras muy hermosas, que las repetirá después el ángel a María, y Jesús a propósito del joven rico y de la salvación de cuantos poseen riquezas: "Nada es
imposible para Dios". Los designios divinos son inescrutables, más allá de toda posible evidencia física o moral. Dios es el Viviente, la regla última de amor de todo el universo. "Era yo el que empañaba el Consejo con razones sin sentido". San Pablo, después de haber contemplado el misterio terrible de Israel, intuye que debe encerrar un designio impenetrable y expresa la misma certeza de Job (cfr. Rm 11). Y Job ejecuta el acto final de obediencia de la mente y al mismo tiempo de confesión: "Sí, he hablado sin inteligencia de maravillas que me superan y que ignoro". Es un juicio sobre lo que se ha dicho: sus palabras contenían una parte de verdad, pero el conjunto del discurso tendía a explorar cosas que no le competían, que escapan al hombre. Sigue el versículo 5 que, a mi modo de ver, es el momento álgido de todo el Libro, en particular por lo que se refiere a la enseñanza que podemos extraer: "Yo te conocía sólo de oídas, mas ahora te han visto mis ojos". Aquí está el sentido del largo trabajo de Job. Conocía a Dios desde la catequesis, desde la teología, las disquisiciones o los libros. No se trataba, entiéndase bien, de conocimientos falsos; pero sin embargo no acertaba a unificar, a enfocar realmente el rostro de Dios; y Job se perdía en el intento de aunar la multiplicad de los razonamientos. Ahora sus ojos han sido iluminados y ha logrado intuir directamente que de Dios no se habla: se le escucha y se le adora. En esta disposición, que he llamado "afectiva" porque no pretende descubrir todo con la fuerza de la inteligencia sino someterse al misterio, se nos ha concedido la connaturalidad con este mismo misterio, expresada por Jesús cuando dice: "Permaneced en mí y yo en vosotros": entonces podremos afirmar que vemos a Dios con nuestros propios ojos. Obviamente es necesario un raciocinio, son necesarias la teología y las pastorales, pero más allá de todo eso cuenta la última intuición. Este es el motivo de los motivos, más aún, el motivo sin motivo, desde el momento en que en Dios está únicamente su ser, su ser para nosotros, su ser para mí, todas las otras razones deberán callar. En la sumisión al misterio conocemos verdaderamente a Aquel de quien todo procede, a quien todo vuelve y que unifica nuestra existencia. Démonos cuenta de que Dios ha considerado los razonamientos de Job mejor que los de sus amigos, que se han limitado a una expresión teológica muy tímida, demasiado prudente, más ligada a la geometría que a la profundidad teológica. Job se ha lanzado más adelante, ha sido más valiente, ha tenido mayor ánimo, más pasión, y por tanto se ha aproximado más al misterio trinitario, que es dedicación, entrega y pasión, que es totalidad y don. Sin embargo, habiendo pretendido hacerlo con palabras, aún se ha quedado muy lejos: "Por eso retracto mis palabras, me arrepiento en el polvo y la ceniza" (v.ó). Finalmente ha llegado a la obediencia de la mente que es el amor, la humildad, la reverencia amorosa, la sumisión que resume toda la espiritualidad de la alianza: confianza en mi aliado, abandono a él, no necesidad de saberlo todo ni sobre él ni sobre mí, y, consecuentemente, un conocimiento mucho más profundo del que se puede alcanzar con la sutilidad de los razonamientos. El ejemplo de Jesús en Getsemaní
El tercer ejemplo de obediencia de la mente es Jesús en Getsemaní. "Van a una propiedad, llamada Getsemaní, y dice a sus discípulos: «Sentaos aquí, mientras yo hago oración». Toma consigo a Pedro, Santiago y Juan, y comenzó a sentir pavor y angustia. Y les dice: «Mi alma está triste hasta el punto de morir; quedaos aquí y velad». Y adelantándose un poco, cayó en tierra y suplicaba que a ser posible pasara de él aquella hora" (/Mc/14/32-35). No sabemos si éste fue el único momento tan dramático de la prueba de Jesús. Algún otro indicio de los evangelistas permite suponer que no haya sido el único, porque San Juan habla de fuertes tribulaciones, de situaciones peligrosas, incluso durante su vida pública. En Getsemaní tenemos una concretización típica del ser tentado de Jesús, que la Carta a los Hebreos refiere en el conjunto de su existencia terrena: "Pues no tenemos un Sumo Sacerdote que no pueda compadecerse de nuestras flaquezas, sino probado en todo igual que nosotros, excepto en el pecado." (Hb 4,15). En todo, por tanto en el miedo, en el disgusto, el tedio, la repugnacia, la desmotivación, que vemos aflorar en Getsemaní. Es la prueba que hemos visto recordada en Hebreos 12. ¿Qué significan estos sentimientos de angustia que tienen su culmen en la tristeza "hasta la muerte"? No resulta fácil entrar lógicamente en el contexto. Quizás nos pueda ayudar una oración afectiva que intente hacerse presente en la conciencia de Jesús, contemplarlo sintiendo con él miedo y angustia. Quizás podamos parangonar su miedo con el nuestro, sobre todo el que sufrimos cuando meditamos en el Reino de Dios, y nos damos cuenta de que no sabemos lo que debemos hacer, pero que intuimos será difícil; también con nuestro miedo por los otros, por los peligros espirituales gravísimos en que se encuentran; con nuestro miedo ante los fracasos o retrocesos de la Iglesia de Dios; o ante situaciones dramáticas de familias, de personas enfermas, de sufrimientos por hijos drogadictos; o ante tragedias que la enfermedad psíquica provoca en las familias, convirtiéndolas en un infierno. Todo eso es, de alguna forma, participación en la angustia y en la tristeza probadas por Jesús. Y nosotros conocemos todos los sentimientos de inutilidad, de disgusto, de huida, de abandono, que nos vienen de aquella angustia, porque han sido ejemplificados en el Libro de Job. En la Carta a los Hebreos se resume así la condición en la que vive Jesús: "El cual, habiendo ofrecido en los días de su vida mortal ruegos y súplicas con poderoso clamor y lágrimas al que podía salvarle de la muerte... y aun siendo Hijo, con lo que padeció experimentó la obediencia; y llegado a la perfección, se convirtió en causa de salvación eterna para todos los que le obedecen" (5,7-9). La insistencia es sobre el tema de la obediencia: él aprende la obediencia de la mente y se convierte en causa de salvación para todos los que aprenden a obedecerle a él. ¿Cómo reacciona Jesús en esta lucha por la obediencia de la mente, cuya única salida, para muchos, es la huida, la retirada, el abandono de todo? Reacciona permaneciendo. Les pide a sus discípulos que se queden, que no huyan, que no cambien la situación, sino que se enfrenten a la lucha. Después, andando un poco más adelante, cae a tierra y ora para que, si es posible, pase de él esa hora. Es precioso que Jesús afronte directamente el mal a partir de su propia debilidad: "que pase de él esa hora." Su lucha es una lucha con el Padre, y él quiere a toda costa que triunfe la voluntad del
Padre. En efecto: "Y decía: «¡Abbá, Padre!; todo es posible para ti; aparta de mí este cáliz; pero no sea lo que yo quiero, sino lo que quieras tú»" (Mc 14,36). Él sabe que quiere otra cosa, que quiere que se aleje de él aquel cáliz, pero sus palabras son decisivas: "lo que tú quieras." Es la última palabra de la fe, de la obediencia de la mente, palabra que interpreta Abraham, Job, todos los santos de la vía de la fe en el Antiguo Testamento. Podemos quedarnos en contemplación afectiva de Jesús en Getsemaní y pedirle: ¿Qué me dices? ¿Cómo vivo yo esta realidad? Reflexiones conclusivas Sugiero tres reflexiones como conclusión. 1. Si hay una lucha por la obediencia de la mente, el modelo es Jesús en el huerto, Jesús orante; él es el modelo último que resume todo el combate de Job en su violencia y en su victoria, el lugar idóneo para releer el conjunto del Libro de Job y captar la finalidad en el designio divino. 2. Quien reza para no caer en la tentación ha llegado ya a la mitad de su victoria. En efecto, Jesús pide a sus discípulos: "Rezad para no caer en tentación", obligándonos a repetir esta incesante petición en la oración dominical, petición que no siempre comprendemos en toda su importancia y que con frecuencia formulamos únicamente con los labios. Con esa petición, sin embargo, se pide al Padre que acepte el carácter de lucha y de prueba de tantas y tantas situaciones, que no nos haga zambullirnos de cabeza sin comprender antes que se trata de una prueba, sino que la afrontemos con la oración. Cuando uno se da cuenta de que una cierta realidad, un suceso, es una prueba que Dios nos pone, ya ha superado la mitad de la dificultad; cuando, sin embargo, se la interpreta como destino horrible, como maldad de la gente, de la sociedad, como ignorancia de los superiores o pereza de quienes nos han sido confiados, resultará entonces bastante difícil salir de ahí, y los discursos racionales y métodos programáticos sólo en parte podrán resolver el problema. Pero si acepto el aspecto de prueba, entonces surge el grito: "'Señor, no permitas que caiga en la tentación! Hazme comprender que estoy viviendo un momento importante en mi vida y que tú estás conmigo para probar mi fe y mi amor." 3. La verdadera victoria está, como enseñan Abraham, Job y sobre todo Jesús, en el abandono al misterio inagotable, creativo, sorprendente de Dios, que tiene recursos más allá de cuanto podamos pensar y comprender. Nunca debemos creer que nos encontramos en un callejón sin salida, porque aunque tengamos esa impresión, la Trinidad es siempre capaz de la creatividad necesaria para una acogida; por tanto el muro de la existencia, el callejón ciego en el que uno se siente, viene superado por un abandono que es el acto supremo de libertad del hombre, el acto en el que el hombre se hace mayor a sí mismo, es decir creatura hecha para el diálogo con Dios, y que se salva en la confianza total a él como Padre lleno de amor y de misericordia. "Concédenos, oh Padre, conocerte de esa forma. Haz que nuestros ojos te conozcan y te
vean con aquella verdad que es la verdad del kerygma, del evangelio, de la salvación definitiva." *** LA IGLESIA QUE SUFRE Homilía de la fiesta de San Bartolomé Lecturas: /Ap/21/09-14; /1Co/04/09-15; /Jn/01/45-51 —El evangelio nos presenta a un hombre que nos recuerda a Job. Natanael, un hombre recto, íntegro, simple, capaz de abrirse a la verdad. Habíamos leído: "Y Yahveh dijo a Satán: «¿No te has fijado en mi siervo Job? ¡No hay nadie como él en la tierra; es un hombre cabal y recto, que teme a Dios y se aparta del mal»" (Job 1,8). Y Jesús exclama: "Ahí tenéis a un israelita de verdad, en quien no hay engaño" (Jn 1,47). Natanael es un hombre justo, y a pesar de ello deberá pasar su prueba. Toda su vida será una participación en el misterio de la pasión de Jesús, hasta la prueba suprema del martirio, que hoy la Iglesia nos hace meditar. —El tema de la prueba de apóstol lo ha descrito Pablo ampliamente: A nosotros, los apóstoles—los elegidos, los que han creído, que han aceptado que la justicia de Dios se manifieste en sus personas—Dios nos ha asignado "el último lugar, como condenados a muerte, puestos a modo de espectáculo para el mundo, los ángeles y los hombres". Son palabras realmente sorprendentes. La expresión "espectáculo para el mundo" nos hace pensar en la lucha impar que se desenvuelve en un anfiteatro entre los hombres y las bestias feroces. Y aún San Pablo elenca una serie de adjetivos negativos: "necios, débiles, despreciados, hambrientos, sedientos, desnudos, abofeteados, vagabundos, fatigados, insultados, perseguidos, calumniados, basura del mundo, deshecho de todos" (1 Cor 4,9-13). Nos viene a la mente, otra vez, Job, que bebe el cáliz hasta la última gota. El misterio de la prueba del justo se convierte, en el pasaje paulino, en el misterio de la prueba del apóstol, con una apertura neotestamentaria que en Job es implícita y aparecerá sólo en la conclusión. Aquí ya está presente en el mismo sufrimiento: el apóstol, que participa de la condición del justo que sufre, expresa la plenitud de la resurrección; "insultados, bendecimos; perseguidos, soportamos; calumniados, confortamos." Es el esplendor de la fuerza de la cruz. —Todo esto nos conduce a la visión celeste de la primera lectura, del Libro del Apocalipsis, que podemos leer como visión conclusiva de la meditación de la Iglesia sobre el apóstol Bartolomé. No es casual que las oraciones litúrgicas de esta Misa estén todas centradas en el tema de la Iglesia. La Iglesia, reflexionando sobre San Bartolomé, reflexiona sobre el propio misterio en el marco del Apocalipsis, donde aparece perseguida y sufriente, realizando en sí misma la figura de Job. Es preciosa la descripción de la Jerusalén mesiánica, denominada con bellísimos
apelativos: "la Novia, la Esposa del Cordero" (Ap 21,9). En la tradición oriental los dos términos equivalen, porque novia quiere decir prometida definitivamente como esposa, ligada por un contrato que dura toda la vida. Se quiere indicar así la plenitud nupcial, la relación paritaria, afectiva, indisoluble que Dios estrecha con su pueblo, la confianza que el pueblo, la Iglesia tiene con Dios. En el caso de Job a la confianza le resultaba difícil expresarse. En María de Nazaret y en la cananea la confianza se expresa con toda la riqueza y el amor posibles en un corazón humano: tú no puedes olvidarme, no puedo no tener confianza en ti, tú no puedes no ver la situación dolorosa en la que vivo, tu interés es grande porque has puesto sobre mí tu mano. Esta es la Iglesia que vive su certeza de novia y esposa del Cordero, de aquel que tiene en su mano los destinos del universo y que con su muerte ha salvado la historia y la ha redimido. "Me trasladó en espíritu a un monte grande y alto y me mostró la Ciudad Santa de Jerusalén, que bajaba del cielo, de junto a Dios" (v. 10). Con frecuencia me he preguntado por qué se ha descrito la Iglesia de esta forma. Nosotros nos imaginamos más bien lo contrario, nos imaginamos a la Iglesia que sube hacia Dios a través de pruebas históricas que la purifican. Y sin embargo la visión nos presenta, de forma inesperada, a la Iglesia descendiendo del cielo. ¿Qué significa esta visión, un tanto paradójica, respecto a aquella ascendente histórica que ordinariamente fomentamos? Significa, me parece, que la Iglesia, siendo un pueblo peregrino hacia su Señor, en su hacerse, en su camino hacia la plenitud, es toda ella don de Dios, viene de lo alto, de la gracia, del amor, de la misericordia, y en su ser como don, en su ser en Jesús, en el Cordero, expresa la totalidad de la salvación, la propia catolicidad: en ella está la apertura a toda la realidad, está el pueblo hebreo y la humanidad entera. Esta es la contemplación de la Iglesia que nosotros, los pastores, debemos tener siempre ante nuestros ojos. Nosotros, que vemos segmentos quizás imperfectos, quizás irritantes, con frecuencia inadecuados, de la realización de la Iglesia, nosotros, que estamos tentados por las frustraciones, desmotivaciones y desesperanzas, debemos sin embargo alimentarnos con esta contemplación. Y alguna vez me ha sucedido, celebrando un pontifical o la Eucaristía para una gran multitud, quedarme sorprendido por una visión de este tipo: soy testigo de la obra maravillosa de Dios, que desciende de lo alto. Con los ojos podía ver gente distraída, adormilada, habladora, pero con la mirada de la fe admiro estupefacto esta novia, esta esposa que, gracias a la Eucaristía, desciende de la fuerza de Dios y se constituye definitivamente. El estupor por la visión de la Jerusalén que desciende desde lo alto, nos ayuda en el camino cotidiano, es el alimento que continuamente nos regenera respecto a las desilusiones contingentes que probamos en las diversas experiencias individuales de nuestro ministerio. "Concédenos, Señor, por intercesión de San Bartotomé, la certeza, la claridad de esta visión de tu obra que inevitablemente desciende de lo alto y que tú constituyes con absoluta determinación y perpetuidad en nuestro mundo lleno de incertidumbre, de miedo, de temor, de inconstancia. Concédenos, sobre todo a través de esta contemplación mediata de la Eucaristía, del
cuerpo y de la sangre de tu Hijo, poder caminar siempre y esperar viendo lo invisible ya presente, es decir la Iglesia de Dios que desde lo alto desciende para alegrar la tierra con el anuncio de la salvación definitiva." Págs. 123-157
Job y el Cantar de los Cantares El indecible misterio Trinitario Me enfrento con temor al tema de esta última meditación—Job y el Cantar de los Cantares— porque se trata de penetrar en aquella zona de la adoración del misterio que forma parte del nivel místico, del que siempre es más oportuno callar que hablar. Y sin embargo los sucesos de la vida, las pruebas, el acumularse de solicitudes dentro y fuera de nosotros mismos nos impulsan a entrar en contacto con el misterio Trinitario en el que se enraízan la humanidad, el mundo y la historia. Os leo en primer lugar algunas palabras estimulantes escritas recientemente por David María Turoldo, que reflexiona sobre la enfermedad incurable que está viviendo. Se pregunta si es justo rezar para ser curado de la enfermedad y de la muerte; hojeando el Evangelio que, a su juicio, es muy delicado a este propósito, subraya los episodios a favor (el ciego pide la vista; el siervo del centurión ruega la gracia para la hija; Lázaro ha resucitado; la cananea suplica y obtiene). "Sin embargo—continúa Turoldo—el problema se impone con toda su fuerza en el respeto mismo de Dios. No, yo no creo que sea justo rezar para que Dios me cure. Lo puedo comprender, pero sólo a nivel humano, a nivel de Job, que todavía va tanteando en la oscuridad de su dolor y de su desesperación; lo puedo incluso admitir como desahogo necesario, como remedio para mi angustia. Yo no le pido a Dios que intervenga; yo le pido que me dé la fuerza necesaria para soportar el dolor, para hacer frente incluso a la muerte con la misma fuerza de Cristo. Yo no rezo para que Dios cambie, yo rezo para llenarme de Dios y posiblemente para cambiar yo mismo, es decir nosotros, todos juntos" (cfr. "Cosa pensare e come pregare di fronte al male", de D.M. Turoldo, en "Servitium" [1989], n. 64). Estas palabras nos llevan a ciertos horizontes del misterio que no sabríamos afrontar de forma distinta. — Sobre todo nos apremian no pocas expresiones de Jesús, comenzando por las predicciones de su propia pasión. "Y comenzó a enseñarles que el Hijo del hombre debía sufrir mucho y ser reprobado por los ancianos, los sumos sacerdotes y los escribas, ser condenado a muerte y resucitar a los tres días. Hablaba de esto abiertamente" (Mc 8,31-32a). Y este discurso se repite por tres veces. Podemos decir que no conocemos otra persona histórica que durante su vida haya hablado tanto de su muerte como Jesús, más aún, que haya interpretado su vida a partir de su muerte, y, consecuentemente, haya actuado en vistas a ella. Las profecías de la pasión, que los evangelios recuerdan puntualmente, están avaladas por otras palabras. Por ejemplo: "He venido a traer fuego sobre la tierra y ¡cuánto desearía que ya estuviera encendido! Con un bautismo tengo que ser bautizado y ¡qué angustiado estoy hasta
que se cumpla!" (Lc 12,49-50). Acuden a la mente los versículos del Salmo que se aplican a la reflexión espiritual de la Encarnación del Verbo, a su entrada en la lucha contra el pecado: "En el mar levantó para el sol una tienda, y él, como un esposo que sale de su tálamo, se recrea, cual atleta, corriendo su carrera" (Sal 19,5-6). Se tiene la impresión de que Jesús desea la prueba, la afronta exultante. Continúa: "A un extremo del cielo es su salida, y su órbita llega al otro extremo, sin que haya nada que a su ardor escape" (v. 7). Jesús dice al inicio de la última cena: "Con ansia he deseado comer esta Pascua con vosotros antes de padecer" (Lc 22,16). Es la misma ansia de lanzarse a la prueba que leemos en el gesto simbólico del lavatorio de los pies: "Sabiendo Jesús que había llegado su hora de pasar de este mundo al Padre, habiendo amado a los suyos que estaban en el mundo, los amó hasta el extremo" (Jn 13,1). Después se levanta de la mesa, se quita el manto, toma una toalla, se la ciñe, vierte el agua, lava los pies; para significar que da la vida por nosotros, por nuestra vida, para purificarnos. Expresamente le dice a Pedro: "Si no te lavo, no tienes parte conmigo" (Jn 13,8). Intentemos entrar en la conciencia de Jesús, en aquella conciencia que por una parte es ejemplar para toda la humanidad, siendo él cabeza de la humanidad redimida, el primogénito de entre los muertos, el primogénito de la creación, aquel en quien reconocemos nuestra vocación humana de creaturas, porque hemos sido creados y recreados en él; por otra parte nos permite contemplar en Jesús el misterio de la Trinidad, de la vida íntima de Dios. Dos búsquedas incansables Con estas palabras previas reflexionaremos sobre la relación entre Job y el Cantar de los Cantares. A primera vista no parece haber relación alguna entre los dos libros, tan distintos uno del otro. Pero tienen en común al menos el hecho de que ambos describen y representan una búsqueda incansable. Job es búsqueda incansable de la justicia divina, de la forma como se manifiesta dicha justicia y cómo el hombre puede comprenderla. El Cantar es búsqueda incansable de amor, del rostro del amado, de su presencia, de la alegría de esta presencia. 1. Job procede a tientas, parece un ciego que avanza en la oscuridad y, sin embargo, en su afán aparece de vez en cuando un rayo de luz. Los exegetas han comentado ampliamente este hecho, aunque, como el resto del libro, sea dificilísimo de interpretar; está hacia el final del capítulo 19: "¡Tened piedad, tened piedad de mí, vosotros mis amigos,
que es la mano de Dios la que me ha herido! ¿Por qué os cebáis en mí como hace Dios, y no os sentís ahítos de mi carne? ¡Ojalá se escribieran mis palabras, ojalá en monumento se grabaran, y con punzón de hierro y estilete para siempre en la roca se esculpieran! Bien sé yo que mi Defensor está vivo, y que él, el último, se levantará sobre la tierra. Después con mi piel me cubrirá de nuevo, y con mi carne veré a Dios. Yo, sí, yo mismo le veré, le mirarán mis ojos, no los de otro" (/Jb/19/21-27). Palabras enigmáticas, en parte porque las traducciones dadas por los intérpretes son diversas; sin embargo todos están de acuerdo en afirmar que expresan un momento de certeza, de confianza, que supera toda condición anterior porque se apoya sobre algo que está más allá de lo que el hombre puede intuir. 2. En el Cantar de los Cantares hay momentos de búsqueda análogos. Quisiera citar sobre todo los pasajes que en la Biblia de Jerusalén llevan el título de "Segundo poema" y de "Cuarto poema". —Habla la esposa: ''ILa voz de mi Amado! Helo aquí que ya viene, saltando por los montes, brincando por los collados. Semejante es mi Amado a una gacela, o a un joven cervatillo. Vedle ya que se para detrás de nuestra cerca mirando por las ventanas, atisbando por las rejas. Empieza a hablar mi Amado, y me dice: «Levántate, amada mía, hermosa mía y vente. Porque, mira, ha pasado ya el invierno, han cesado las lluvias y se han ido. Aparecen las flores en la tierra, el tiempo de las canciones ha llegado, se oye el arrullo de la tórtola en nuestra tierra. Echa la higuera sus yemas, y las viñas en cierne exhalan su fragancia. ¡Levántate, amada mía, hermosa mía, y vente!
Paloma mía, en las grietas de la roca, en escarpados escondrijos, muéstrame tu semblante, déjame oir tu voz; porque tu voz es dulce y gracioso tu semblante»" (Ct 2,8-14). Al final estas palabras quedarán únicamente como un deseo: "En mi lecho, por las noches, he buscado al Amado de mi alma. Busquéle y no le hallé" (3,1). El ansia de búsqueda, típica del Libro de Job, se expresa también en el Cantar, pero se expresa al mismo tiempo la desilusión. Una desilusión que no se da por vencida, que no renuncia, porque el que busca está movido por el amor, no por motivos racionales y lógicos. De hecho, continúa buscando, incluso después de no haberlo encontrado: "Me levantaré, pues, y recorreré la Ciudad. Por las calles y las plazas buscaré al Amado de mi alma. ... Busquéle y no le hallé. Los centinelas me encontraron, los que hacen la ronda en la Ciudad: «¿Habéis visto al Amado de mi alma?» Apenas habíalos pasado, cuando encontré al Amado de mi alma. Le aprehendí y no le soltaré hasta que le haya introducido en la casa de mi madre, en la alcoba de la que me concibió" (3,2-4). La descripción es un juego continuo: el Amado viene, llama, pero no hay encuentro; entonces es invocado, huye, y al final es encontrado y retenido. —El cuarto poema nos sorprende porque el Amado está de nuevo lejos y vuelve a ser buscado: "¡La voz de mi Amado que llama!: «¡Abreme, hermana mía, amada mía, paloma mía, mi perfecta! Que mi cabeza está cubierta de rocío, y mis bucles, del relente de la noche.» —«Me he quitado mi túnica, ¿cómo ponérmela de nuevo? He lavado mis pies, ¿cómo volverlos a manchar?» Mi Amado metió la mano
por el agujero de la puerta; y por él se estremecieron mis entrañas. Me levanté para abrir a mi Amado, y mis manos destilaron mirra, mirra fluida mis dedos, en el pestillo de la cerradura. Abrí a mi Amado, pero mi Amado se había ido de largo. El alma se me salió a su huida. Le busqué y no le hallé, le llamé, y no me respondió" (Ct 5,2-6). Empieza ahora el largo diálogo primero con los vigilantes, después con el coro, y esta vez parece que la esposa no acierte a encontrar al Amado. En el curso del Cantar, entre un diálogo y otro, reaparece el tema fundamental: "Mi Amado para mí y yo para él". Son palabras de confianza, pronunciadas siempre en ausencia del Amado, que aparecen tres veces, como todas las realidades importantes en la Biblia: "Mi amado es para mí, y yo soy para mi Amado" (Ct 2,16); "Yo soy para mi Amado y mi Amado es para mi-' (6,3); "Yo soy para mi Amado, y hacia mí tiende su deseo" (7,11). Es decir, tú eres mi Dios, nosotros somos tu pueblo; tú eres mi pueblo, yo soy tu Dios.¿Cómo no ver en estas palabras la fórmula de la alianza expresada en términos de reciprocidad y de intimidad? Alianza indestructible, confianza plena, espera, estupor, certeza absoluta, incluso si el amado no está, si se le está buscando, si aún no se le posee. En el Cantar de los Cantares leemos, pues, el tema de una búsqueda basada en la indestructible esperanza de que aquel a quien buscamos existe y nos ama, que le encontraremos; pero al mismo tiempo descubrimos el tema del ansia, del sufrimiento, de la espera generada por esta búsqueda. El encuentro suscitará sorpresa, alegría, paz, entusiasmo, e inmediatamente después vendrá de nuevo la pérdida, por tanto el deseo, la pregunta, el ruego. Se tiene la impresión de que se describe el juego de amor, que recorre toda existencia, de una forma muy simple: desde la forma elemental de la madre que se esconde ante el niño para darle entusiasmo y alegría en el encuentro a la experiencia de la auténtica amistad. El amor requiere ausencia y presencia, esconderse y buscar, a fin de aumentar la sorpresa y la alegría. Me han interesado mucho algunas páginas de Adrienne von Speyr. Esta mística contemporánea, reflexionando sobre el tema del juego de amor en todo tipo de relaciones—amistad, matrimonio, familia, etc.—, lo aplica al misterio de la Trinidad como misterio relación amorosa en la que puede haber algo de similar al juego de amor. Porque en la Trinidad no existe simpleza de amor, sino dulzura, creatividad, impulso, entusiasmo. Me parece que es una observación muy atenta y profunda, si no se quiere reducir el misterio íntimo de Dios a un océano inmóvil, sino que se le comprende como lleno de aquella fuerza, aquel gusto de lo imprevisible, de la aventura, aquel dinamismo continuo, que es el único que puede acertar a explicar la creación y el riesgo de tener un partner con quien entrar en diálogo. Dios se enfrenta a la posibilidad de ser rechazado, con tal de poder entrar en una relación de amor auténtico. En la misma línea se puede entender
también el deseo del Hijo de lanzarse en la aventura humana, de entrar en la prueba y vivirla desde el interior para constituir, de esta manera, en las relaciones con el hombre y en las relaciones con el Padre, esa riqueza de amor que no se cansa nunca, que nunca se apaga. Un Dios que se oculta Ahora podremos entender mejor el sentido de las pruebas denominadas místicas, que se cuentan entre las más terribles de la existencia: la noche de los sentidos, la noche del espíritu, la noche de la fe, cuando el hombre va a tientas en un estado de casi desesperación por la ausencia de su amor total, del que no puede separarse. Entendemos en estos movimientos misteriosos del espíritu algo que nos permite comprender cómo, en el trasfondo del misterio de Dios, no por un saber puramente lógico sino por una vía de simpatía con lo divino, tienen un sentido bien preciso. Dios se esconde para hacerse buscar y encontrar; la búsqueda de Dios, aunque sea con sufrimiento y dolorosa, es parte del juego de amor, paso necesario a una experiencia más verdadera. "He buscado pero no he encontrado" subraya así un formidable dinamismo de nuestro conocimiento de Dios. En el fondo también Job puede decir: He buscado y no he encontrado, porque no he tenido la respuesta en la que quería implicar a Dios. Pero llegará a afirmar: "ahora te han visto mis ojos", mientras que antes "te conocía sólo de oídas" (cfr. /Jb/42/05), porque he penetrado más profundamente en tu misterio. Si tenemos la gracia de vivir nosotros mismos o de participar en la experiencia de otros que atraviesan momentos de oscuridad, de sufrimiento, de búsqueda y de amor, quizás podamos intuir algo más, incluso si no es lógicamente decible, del misterio de la noche y de la prueba. Y esto no está ligado a rígidos cánones de justicia—"es ciego, por tanto ha pecado él o sus padres" (cfr. Jn 9,1-2)—, sino que se inserta en el misterio expresado por Jesús. "para que se revele en él la gloria de Dios." Desde el momento en que Dios es misterio de relacionabilidad sorprendente y continuamente en movimiento, él se comunica en el dinamismo de una búsqueda tejida de sombras y luces, de ocultamientos y manifestaciones. Por tanto no en la claridad lógica, cristalina, cartesiana, que el hombre siempre quisiera. No como quisieran los hermanos de Jesús que le exhortan a manifestarse. Jesús se manifiesta en relación con ese misterio, es decir volviéndose presente y escondiéndose. Se manifiesta en los milagros y se esconde en la humillación de la cruz; se manifiesta en la resurrección, pero sólo a algunos más íntimos, y se esconde a las grandes y espectaculares expectaciones de su mundo y del mundo de todos los tiempos. A nosotros nos resultaría ciertamente más fácil creer en un Dios que utiliza el escenario de la historia para un gran espectáculo pirotécnico. Sin embargo el Dios de la Revelación es de naturaleza misteriosa; no es ostensión vana y vulgar de sí mismo, sino búsqueda, juego, relación continuamente renovada. Para conocerle debemos buscarle, entrar en su juego. Quien lo quiera reducir a una dialéctica distinta de la que es suya propia, se agotará para conocerlo y aceptarlo. Lo aceptará con la inteligencia, pero no se resignará al hecho de que no sea como él se esperaba. Hay que entrar en el juego, "alegrarse como gigantes" para correr ese camino, tal como lo recorre el sol de un extremo al otro. El juego encierra siempre la seriedad de un riesgo y al mismo tiempo ligereza y alegría. Me viene a la memoria la imagen de la ascensión de una pared montañosa; se hace por juego, no se funda en ningún cálculo de intereses. Por eso produce placer, y también porque al mismo tiempo es riesgo, es temor de no lograrlo. Pero cuando, superando las varias dificultades, poco a poco se logra ver la cima, explota en el
corazón la alegría de haberla conquistado, alegría que no puede experimentar aquel que la alcanza cómodamente sentado en el telesilla. Comprender todo esto equivale a entrar en el conocimiento verdadero de Dios. El conocimiento "de oídas" presenta alguna grieta que otra; podemos conocerle como relación fantástica, jocosa, sorprendente, creativa, podemos conocerle como Trinidad de amor, únicamente si corremos el riesgo de alzarnos intentando asemejarnos al Hijo de Dios, que ha apostado en el universo creado hasta dar su vida por él. Job, un poema de amor Al término de nuestros Ejercicios y de nuestras reflexiones sobre el Libro de Job, debemos decir que el problema de Job es también un problema de amor. Un amor que se siente rechazado, pero que cree contra toda esperanza, que lucha, grita, vocea, que sufre porque quiere llegar a desvelar el objeto amado. En la primera meditación introductoria del misterio de la prueba, he hablado del desafío hecho por Satanás al hombre: no existe en el hombre un amor gratuito, no existe una auténtica libertad capaz de entrega. Yo no sé si mi amor por Dios es verdaderametne gratuito, y si pretendiese saberlo, caería en la dificultad de Job, me angustiaría indefinidamente. Sé, sin embargo, que Dios me prueba y que llevará mi amor a través de sus caminos misteriosos a una completa purificación. El problema del amor puro, del amor gratuito no es el mío, es de Dios, que tiene confianza en mí y me sabe capaz de un amor similar al suyo. Por mi parte, debo entregarme a Dios con todo mi ser y con toda aquella riqueza de gratificaciones, humanas y divinas, que el Señor me hace vivir. A él le corresponderá atraerme hacia sí de la forma que le parezca más verdadera y auténtica. Por lo demás, y el Cantar de los Cantares nos lo hace intuir, el amor tiene su plenitud en sí mismo, su belleza, su riqueza, su premio; entender esto es precisamente entrar en el amor de Dios, en aquel amor que tiene el poder de no ser justificado sino por sí mismo. Estos son los horizontes que hemos podido entrever y que todo amante conoce; quien ama sabe perfectamente que el amor brota de la gratuidad, aunque después se nutra de mil gratificaciones. Pero en su esencia más profunda es un don incomparable de sí mismo, y por tanto un reflejo de la vida trinitaria. Pidamos al Señor que acreciente en nosotros el sentido de las cosas que vivimos para disminuir un poco nuestra ignorancia y para sentir que Jesús nos dice: "Habéis perseverado conmigo en mis pruebas", ahora me conocéis más, estáis preparados para reinar conmigo porque conmigo habéis sufrido. Cercano ya el décimo año de mi servicio episcopal, experimento yo mismo la necesidad de expresaros a vosotros y a todos los presbíteros de la Diócesis el reconocimiento más vivo porque habéis perseverado conmigo en mis pruebas, habéis sido fieles en el camino de las pruebas de vuestro Obispo, llevando vuestra cruz con valor y orgullo. "Señor, nuestras pruebas son las tuyas y las tuyas son nuestras. Meditanto tu beata pasión, queremos alcanzar aquella koinonía con tus sufrimientos que nos da la certeza de conocer la fuerza de tu resurrección". Oremos juntos para poder cumplir este camino comprometedor y maravilloso.
*** Un ejemplo luminoso de amor gratuito Homilía del viernes de la XXª semana "per annum" Lecturas: /Rt/01/03-08 /Rt/01/14-16/22 Mt 22, 34-40 La historia de Rut, cuya lectura comenzamos hoy en la liturgia ferial, constituye un intermedio pacífico en el marco de sangre, guerras, luchas, conflictos, crueldades e infidelidades descrito en el Libro de los Jueces. La historia de Rut muestra que, en el período en el que el hombre parecía ser "lobo" para el hombre, en que el hombre parecía reducido al trato como si fuera una fiera, también entonces aparecían episodios de amor, caridad, bondad y gratuidad. Es muy hermoso este pequeño libro, encerrado a modo de piedra preciosa en el marco oscuro de la vida feudal de Israel. Y es hermoso también porque habla de la abuela de David, del Mesías; se nombra a Belén, ciudad de nacimiento de Jesús. todo hace presentir la intimidad, la ternura, la alegría de la Navidad. La historia comienza con la descripción de una gran prueba social, política, cultural: la carestía y, consiguientemente, la emigración con todos los sufrimientos propios de quien está obligado a emigrar a países lejanos. Este sufrimiento fue vivido en un tiempo por muchos italianos, mientras que hoy es experimentado por otros hombres que llegan a nuestro país y a toda Europa. Mañana iré a Francfurt para un encuentro con la ciudad, con ocasión de un centenario de la Catedral, y deberé leer una relación sobre el tema de la nueva civilización multirracial europea, que se está constituyendo a partir de la masiva inmigración del Tercer mundo; sólo en Alemania se calculan hoy más de cinco millones de inmigrantes, la mayor parte turcos. La situación de sufrimiento que padecen los emigrantes caracteriza todavía hoy la situación mundial. Es una gran prueba para el hombre la de ser desenraizado de su propia tierra, de sus propios afectos, para afrontar la inseguridad. El libro de Rut describe esa prueba a la que posteriormente se le añade una dolorosísima prueba familiar: muere Elimelech, marido de Noemí, y mueren los dos hijos. Es una familia perseguida por la desgracia, casi se podría decir una familia de la que Dios se ha olvidado. Noemí se ha quedado sin nada, ni siquiera tiene la esperanza de un futuro. Entonces, con un gesto heroico y gratuito, invita a sus dos nueras moabitas a salvarse, a volver a sus casas dejándola morir en el sufrimiento. Noemí quiere el bien de las dos mujeres. Precisamente aquí resalta con más claridad el valor de Rut, una moabita, es decir una extranjera para Israel y miembro de un pueblo aborrecido por los israelitas. Moab es el símbolo de la gente que se rechaza, como dice el Salmo: "Moab, la vasija en que me lavo" (cfr. Sal 108,10). Y precisamente de este pueblo viene Rut, un clarísimo ejemplo de puro amor, auténtico y gratuito. Responde Rut a Noemí: "No insistas en que te abandone y me separe de ti, porque donde tú vayas, yo iré, donde habites, habitaré. Tu pueblo será mi pueblo y tu Dios será mi Dios. Donde tú mueras moriré y allí seré enterrada... Así fue como regresó Noemí, con su nuera la moabita, la que vino de los campos de Moab. Llegaron a Belén al comienzo de la siega de la cebada" (Rt 1,16-17.22). Cuando contemplamos el comportamiento de esta mujer en el marco de la fuerza de las tradiciones familiares, todavía muy vivo hoy día en los pueblos de Africa, nos quedamos sorprendidos por la simplicidad con la que renuncia a todo este sistema de relaciones y prefiere marchar con su suegra hacia un pueblo que no es el suyo, que no conoce y con el que no tiene
relaciones más que la del marido difunto que, por tanto, no puede defenderla. A cambio de estar junto a Noemí elige la inseguridad, la soledad, el posible desprecio. Su gesto es totalmente gratuito, no tiene razones; era lógico volver a su propia casa, rehacer su vida, olvidar la aventura con el extranjero israelita y, sin embargo, empujada por una fuerza interior, se enfrenta con lo desconocido, permanece fiel a la memoria del marido y a su madre. "Donde tú vayas, yo iré, donde habites, habitaré. Tu pueblo será mi pueblo y tu Dios será mi Dios". Resuena la fórmula de la alianza: Tú eres mi pueblo, yo seré tu Dios. Rut se siente atraída por el misterio de la alianza y entra en él con amor, con alegría, con confianza. La continuación de la historia nos mostrará que este abandono hace de ella una nueva mujer, creativa, ardiente. Saliendo de las estrecheces de la tradición, que la habrían vinculado a un papel cerrado en el ámbito de su clan, ha aceptado el juego de amor que se le ha propuesto, el nuevo misterio que conoce poco, pero del que siente su maravilloso atractivo. Esta mujer, por su extraordinaria historia y después por el matrimonio feliz con Booz, formará parte de la genealogía de Cristo y cada vez que leamos el inicio del Evangelio de Mateo, nos acordaremos de ella, de su fidelidad, de su amor sin razones, que encuentra al final la plenitud de su justificación. Hemos meditado largamente, durante nuestros Ejercicios, sobre el misterio de la prueba y del amor; ahora pidamos una vez más, ante la imagen de la Virgen dolorosa, poder penetrar más profundamente en este misterio. Tenemos que rezar mucho, ahora y en los días venideros, unos por los otros, en el deseo de que el amor gratuito, fruto únicamente del Espíritu, abunde sobre nosotros por intercesión de María y de todos los santos. Págs. 159-178