Cuéntame un cuento distinto

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PRIMER PREMIO DEL IV CERTAMEN LITERARIO “CHISPA” 2011 Un trabajo bastante duro CONVOCADO POR LA FUNDACIÓN ODÓN BETANZOS ORGANIZADO POR EL IES ODÓN BETANZOS DE MAZAGÓN


Un trabajo bastante duro Érase una vez un joven matrimonio, Lorena, la mujer, siempre hacía la cama, limpiaba el polvo, barría, fregaba, ponía la lavadora… Benito, el marido, trabajaba en el campo. Cuando llegaba a casa se sentaba cómodamente en el sofá, ponía los pies sobre la mesa y veía la televisión. Lorena no le pedía ayuda porque comprendía que su marido, al haber trabajado tanto en el campo, estaría muy cansado y ella, que le amaba mucho, no quería molestarle. Un día, Lorena, cansada de tanto trabajar sin que su marido lo valorara, quiso saber si él sería capaz de llevar la casa él solo, ideó un plan, le dijo estaba enferma de una gripe muy rara que le contagiaron en algún sitio, pero todo esto era mentira. Benito, muy preocupado, le dijo que mientras estuviera enferma no trabajara absolutamente nada porque podría enfermar más. Al día siguiente cuando su marido vino del trabajo, llegó con una mujer. La mujer, como si estuviera en su propia casa, se puso a limpiar y a organizar todo. Cuando la mujer se fue, Lorena le preguntó a Benito: - ¿Por qué has traído a esa mujer? - Yo no soy capaz de hacer nada, eso es cosa de mujeres y no de hombres, por eso se dice ama de casa, y no, amo de casa, por eso traje una limpiadora, estarás contenta, la contraté por muy poco dinero.- dijo Benito. Lorena no reconocía a su marido, nunca lo había imaginado tan machista y nunca pensó que valorara tan poco su trabajo, el de ama de casa.


Muy ofendida, le dijo a su marido que se había comportado como un machista, que no le gustaba su actitud, y que, si no cambiaba, no podría seguir siendo su esposa. Debía demostrarle que empezaría a ocuparse de la casa y tendría que aprender a valorar su trabajo. Benito se preocupó mucho, temiendo que su esposa le dejara, empezó a intentar aprender, se dio cuenta de que verdaderamente era difícil, le costaba mucho tiempo y un gran esfuerzo hacer las tareas ¡y él que pensaba que su esposa lo hacía en poco tiempo y sin cansancio! ¿Cómo era posible que pasara todo el día y no hubiera parado? ¡Y, para colmo de males, estaba agotado! Ciertamente el trabajo era duro, su esposa lo realizaba diariamente y nunca la había visto enfadada, nunca la vio tan cansada como ahora estaba él. Después de varios días Benito tuvo que admitir la importancia del trabajo doméstico, nunca antes había valorado la limpieza, la ropa, la compra, la comida… siempre estaba todo en orden, nunca pensó que Lorena era quien hacía posible, trabajando de mañana a noche, que ambos vivieran en un hogar agradable. Las cosas cambiarían a partir de ahora. Isaac Bouzaid Moreno, 1º A


El príncipe que no quiso escuchar Erase una vez un príncipe muy moderno, pero de mente muy antigua, ya que pensaba que las mujeres tenían que hacer todas las tareas de la casa, que no sabían tomar decisiones y que eran menos inteligentes. Conoció una mujer maravillosa, llamada Sara, se casaron y tuvieron dos hijos. El príncipe quería lo mejor para su familia, digamos que los mimaba mucho. Como el reino estaba en paz y no había grandes complicaciones, decidieron pasar una temporada alejados de la ciudad y buscaron un lugar tranquilo, en el campo. Lo pasaron muy bien, pero tuvieron que regresar antes de lo previsto, tenían un gran problema, había comenzado una guerra entre los dos reinos fronterizos por asuntos de límites y propiedades. Todos los hombres debían ir a combatir y las mujeres deberían ocuparse de todo lo demás. Sara le dijo a su esposo, el príncipe, que la gente se entiende hablando, que podía evitarse la guerra, pero ni siquiera la escuchó, ya que según él las mujeres no entendían de nada. Sara agachó la cabeza preocupada y se marchó. La guerra seguía, sus ejércitos cada poco rato, tenían un hombre menos. Sara, al ver tantas muertes inútiles, decidió hablar con la princesa del “reino enemigo”, se entrevistaron durante muchas horas, aclararon todas las diferencias, firmaron acuerdos y se hicieron una promesa, “Intentar arreglar los problemas con buena voluntad y sin utilizar armas”. Las dos mujeres mandaron mensajeros al lugar donde estaban combatiendo sus ejércitos, ya no había motivos para seguir enfrentados. Por fin, esta guerra que nunca debió existir, había terminado. Roberto Cruz 1º A


Los dos hermanos Había una vez una familia que se estaba preparando para pasar un día en el campo. El niño, que se llamaba Pablo se va a llevar una pelota y un coche teledirigido, para distraerse. La niña que se llamaba Laura quiere llevar las muñecas con el carro y un piano. El padre y la madre le dijeron a Pablo que debía elegir un solo juguete, o la pelota o el coche teledirigido, porque no cabían más cosas en el coche. Pablo, enfadado, les dijo que por qué tendría que ser él quien llevara una sola cosa. ¿Por qué no podía ser su hermana? Sus padres no le contestaron, Pablo continuó enfadado, pero todos montaron en el coche. Al llegar al campo, sacaron todas las cosas y cuando cogieron los juguetes, Pablo seguía enfadado con la madre y el padre porque la hermana tenía más juguetes que él. Estaban jugando, Laura muy feliz con sus muñecas y el piano. Pablo, en verdad no necesitaba muchos juguetes, le encantaba correr, pero la mala suerte hizo que tropezara y cayera en un agujero, Se levantó con dificultad, una rodilla sangraba, podía caminar bien, pero, tal vez, necesitara una de esas vendas que a veces llevaban sus amigos, que les hacían importantes cuando contaban cómo el médico les había curado; así que fue rápidamente a buscar al padre, pero otra vez el padre no le hizo caso. - La caída no tiene importancia, eso no es nada, los niños no lloran - le dijo-. Al poco rato Laura se quejó de que le dolía la barriga, estaba llorando mucho; la madre, muy preocupada, decide que deben regresar a casa y llevar a la niña al médico. Pablo se alegró, seguramente también le curarían y le pondrían una venda en la rodilla. Pero no fue así, en la consulta Pablo se quedó callado, sentado, esperando mientras atendían a su hermana. A él, nadie le hizo caso. Cuando todos juntos regresaron a casa, Pablo estaba contento porque su hermanita ya no lloraba, sus dolores se habían terminado, pero estaba muy confundido y enfadado con su padre y su madre ¿Por qué a él nunca lo trataban como a su hermana?

Alba Domínguez 1º A


La rana que no sabía saltar Había una vez, en una charca en el bosque, una rana que puso los huevos en el agua. Cuando los puso, se fue. A los dos meses todos los huevos eclosionaron y salieron los renacuajos; uno de esos era Roki. Roki era un pequeño renacuajo que acababa de nacer; él, aún no lo sabía, pero iba a ser el protagonista de esta historia. Todos los renacuajos estaban muy contentos. En ese periodo de tiempo (el de recién nacidos) siempre estaban jugando, pero un día, pasó una cosa impresionante, a todos les salieron patas, les desapareció la cola y se hicieron más grandes. Salieron de la charca y, como no había agua, se movían dando saltos, todos, menos Roki. Roki no sabía saltar y por eso todos sus hermanos y hermanas e incluso otras ranas se reían de él. Él se desplazaba andando. Los renacuajos fueron creciendo, ya tenían edad para ir a la “ranaescuela”. Cuando apareció Roki, caminando, todos le rodearon y daban saltos a su alrededor, riéndose de él. No lo entendía, a él no le resultaba desagradable caminar, al contrario, pensaba que los demás se cansaban bastante, por tener que estar dando saltitos todo el día. Uno de esos días, Roki y su grupo de amigos y amigas se fueron de excursión al campo y lo pasaron genial jugando, pero al regresar, se encontraron con una parte del camino muy alisada y brillante, eran “arenas movedizas”. Como cualquier grupo de pequeños, no tuvieron cuidado y varios de ellos se adentraron en esas arenas. Roki, que era el más astuto, los agarró y tiro de ellos hacia atrás diciendo: -¡Pero, estáis locos!, ¡son arenas movedizas! ¡si os adentráis quedaríais atrapados!


-Bueno Roki , ¿y tú que propones que hagamos ? , ¡Danos una solución! ¡Este es el único camino de vuelta! -No sé… ¡ya, ya lo tengo! , ¡Os propongo una cosa! , aunque parezca una tontería, con las lianas de esos árboles de allí, podemos amarrarnos a los pies las raquetas de tenis que llevamos en las mochilas, así tendríamos más superficie para apoyar en el suelo y podríamos pasar rápido sobre la arena sin hundirnos. -¡Claro vamos a hacerlo! Entonces todos comenzaron a arrancar las lianas y a atarse las raquetas a los pies. Cuando estaban a punto de pasar, Roki dijo: -¡Esperad, podría ser peligroso! Puede que yo no corra peligro pero vosotros sí; yo puedo pasar corriendo, vosotros no sabéis correr, y, si saltáis sobre las arenas, con la fuerza de la caída os hundiríais. -Y entonces ¿cómo quieres que crucemos? De una manera u otra estamos en la misma situación. -Esta vez lleváis razón, estamos perdidos. -Bueno no del todo, Roki, ¿Tú estás seguro de que podrías cruzar? -Creo que sí, si pasara corriendo estoy seguro de que lo conseguiría. -¡Mirad, se me ha ocurrido un plan! Roki, tú pasas corriendo, cruzas las arenas movedizas, vas a la charca y avisas a los mayores de la situación en la que nos encontramos; ¿os parece bien? -Bueno y, ¿qué comeremos nosotros mientras Roki no llega? -No os preocupéis por eso, mirad. Roki abrió su mochila y se salieron los bocadillos y las chucherías que llevaba. -Caray Roki, pero, ¿de dónde has sacado toda esa comida?


-Me la traje por si había alguna emergencia o por si nos entraba hambre. -Entonces, ¿está todo listo no? -Sí, estoy listo para marchar. Bueno, ¡hasta pronto! -Eso esperamos, ¡hasta pronto! Roki cogió carrerilla y cruzó por encima de las arenas movedizas sin problema. Cuando llegó a la charca, empezó a dar voces pidiendo socorro, y claro, la gente, al verlo tan alborotado se quedó en silencio, entonces Roki dijo: -¡Perdonad por el susto! ¡Tenéis que venir conmigo! Esta mañana, mis amigos y yo fuimos de excursión al campo, todo iba bien, pero, de regreso a la charca, llegamos a unas arenas movedizas que nos impedían el paso. Como yo soy el único que sabía correr he podido cruzar para venir a pedir ayuda. Todo el grupo de ranas, liderado por Roki, fueron rápidamente hasta donde estaban los renacuajos, con una cuerda y una rueda vieja hicieron una polea y consiguieron salvarlos a todos. Desde entonces, nadie volvió a reírse de su forma de caminar. Moraleja:: El hecho de que seamos diferentes hace que podamos ayudarnos unos a otros.

Antonio Domínguez 1º A


María y su hijo María era una señora muy mayor, que vivía con su hijo, al que siempre había cuidado. Ahora estaba muy preocupada, sabía que iba a morir, por enfermedad, o probablemente, por edad. María siempre había deseado que su hijo se casara, que no estuviera solo, creía que necesitaba una mujer que le preparara la comida, le lavara y planchara la ropa, cuidara su casa, en fin, que hiciera todo lo que siempre ella había hecho por su hijo, pero él siempre había sido muy independiente. Preocupada por la situación en que quedaría su hijo si ella no estaba, llamó a una amiga, a la que encargó que se quedara en la casa, ocupándose de todas las tareas domésticas. Juan, el hijo, que siempre había vivido con su madre, también estaba preocupado, pero no sólo estos últimos años, sino desde hace mucho tiempo; a él siempre le había gustado encargarse de las tareas de la casa, era muy habilidoso, y, con la misma facilidad, arreglaba un enchufe, cortaba leña para la chimenea o repasaba los botones de sus camisas (a escondidas de su madre ), pero nunca había tenido oportunidad de hacer estos trabajos caseros, porque era el hijo de mamá, y mamá quería mimarlo, quería sentirse necesaria, por eso a ella le gustaba encargarse de todo. Un día, al regresar del trabajo, Juan encontró en casa a la amiga de María, dispuesta a encargarse de cuidar y administrar la casa; tuvo que ponerse serio con su madre, decirle lo que siempre deseó: - “Mamá, no debes vivir preocupada, desde pequeño siempre estaba pendiente de ti, cuando cocinabas, cuando lavabas… siempre observándote, aprendí a hacer todos estos trabajos, nunca me dejaste, claro, para eso estabas tú, y yo dejé que siguieras engañada, pensando que sería aburrido para ti estar desocupada. Pero he aprendido de ti, y puedo hacerlo, ahora voy a ocuparme yo”. La cara de María reflejaba sorpresa y felicidad, sabía que pronto se marcharía, pero estaba tranquila, su hijo sabía vivir, era independiente y podía seguir adelante aunque ella no estuviera a su lado.

Inmaculada Franco 1º A


El hombre del bosque Érase una vez un hombre que vivía en el bosque, se dedicaba a cortar leña para hacer carbón, y en su casa tenía un pequeño huerto donde sembraba frutas y hortalizas para su consumo, también había gallinas y algunas cabras para poder obtener de ellas leche y huevos. Un día mientras el hombre cortaba leña escuchó unos ruidos que procedían de su casa, dejó rápidamente lo que estaba haciendo y fue a ver qué pasaba, su sorpresa fue que le faltaban algunas gallinas y un par de cabras. Se puso muy triste ya que había estado mucho tiempo ahorrando para comprarlas. Mientras que él pensaba en sus cosas dijo -¿Y el guardabosques habrá visto algo? Voy a preguntarle. Cuando el guardabosques le vio llegar tan triste le preguntó – ¿Qué te pasa? Tienes mala cara. ¿Tú has vendido algunas gallinas y cabras a unos hombres, esta mañana? Él le respondió ¿yo? ¡A mí me las han robado! Estos hombres creo yo que son del pueblo- dijo el guardabosques- y, según la dirección que han tomado, se dirigen al mercado, ¡Vamos rápido! –

Ya en el pueblo fueron al mercado y estuvieron viendo puesto por puesto hasta que en uno de los últimos estaban los dos ladrones y los animales. El guardabosques rápidamente avisó a la guardia y detuvieron a los dos ladrones, que prometieron no volver a robar, buscar un trabajo honrado y vivir sin perjudicar a nadie.

Lucía Gálvez 1º B


Un día de verano Un día de verano, en el pueblo, había unos niños jugando en el puerto. Estaban todos muy felices al no tener colegio y poder estar reunidos. Decidieron ir al puerto porque hacía mucha calor y allí se podían bañar cuando les apeteciera, siempre teniendo cuidado con los barcos y las piedras. Uno de ellos, el más travieso, llamado Javier, se tiró corriendo al mar sin preocuparse de nada. Los otros, al ver que no pasaba nada, se tiraron detrás de él y se pusieron a jugar como locos. El día empezó a nublarse y a ponerse el cielo lleno de nubes grises. Los niños no se dieron cuenta y siguieron jugando y jugando hasta que empezó a llover, todos los niños se salieron del agua menos Javier creyéndose el más chulo y el más valiente. Al poco tiempo empezó la tormenta y el oleaje. Javier se alejó del puerto, sin darse cuenta, con la marea y cuando se dio cuenta ya estaba en medio del mar. No sabía lo que hacer, pidió ayuda a sus amigos quienes llamaron corriendo a un guardia para que lo ayudase. El guardia cogió la lancha y salió en su busca. Pudo cogerlo sano y salvo. Sus padres y el guardia le dieron una buena reprimenda, y Javier, arrepentido, dijo que no lo volvería hacer, no se volvería a hacer el chulo delante de nadie y mucho menos se iba a bañar en el puerto sin algún adulto delante.

Sara Márquez 1º B


La Princesa Consentida Érase una vez una vez una princesa, que vivía en un lejano reino. La princesa quería una corona con diamantes y rubíes incrustados. Su madre y su padre, los reyes, que la escucharon, fueron corriendo a encargarle una, hecha especialmente para ella. A los dos o tres días la princesa tenía su corona, pero, ya que la tenía, quería un vestido, un vestido hecho a medida, los reyes, que la escucharon, fueron corriendo a llamar a un modista para tomarle medidas. Cuando lo tuvo, un vestido precioso, de color rosa, con tiras bordadas en color oro y un hermoso broche en el centro, la princesa quería cambiar el color de su habitación. Un hada buena que la escuchaba pensó que había mucha gente pasándolo muy mal porque no tenían nada que comer, y, a ella le daban todo lo pedía , eso no era justo, así que decidió hacer un hechizo y darle una buena lección, decidió llevarla a un mundo donde ella fuese pobre. Cuando la princesa llegó allí, vio que estaba vestida con harapos y pidiendo limosna en la puerta de la iglesia, no tenía ni donde vivir… Al hada le dio un poco de pena pero decidió dejarla allí un par de días más. La pobre princesa, que no entendía lo que había pasado, seguía pidiendo limosna y llevaba ya dos días sin comer nada. Vio a muchas personas muriéndose, unas por tener enfermedades que tenían que curar, pero no tenían dinero para sus medicinas, otras por beber agua contaminada, y otros simplemente por no tener que comer.


El hada pensó que ya era bastante y que a partir de ese momento la princesa cambiaría mucho y decidió llevarla a su mundo. Cuando la princesa regresó mandó vender la corona, que días antes le habían traído, y coger el dinero para pagar todas la curas de las personas que estaban en la calle, también mandó hacer muchos vestidos, pero esta vez no eran para ella, sino para repartirlos entre todos los niños y niñas de la calle, y sobre todo, mandó hacer una gran merienda a la que fueran todos los niños de la calle para anunciarles dónde iban a vivir a partir de ese momento, porque también pensaba mandar construir una gran casa, tan grande como su palacio, con una gran piscina y habitaciones para todos. La reina extrañada le preguntó: ¿Por qué has decidido hacer todo esto? Y ella le contestó: Me he dado cuenta de la suerte que tengo, de lo egoísta que era; me he dado cuenta de que mientras que yo tengo todo lo que quiero, hay mucha gente que lo está pasando realmente mal. Las personas siempre queremos más de lo que tenemos y no lo valoramos hasta que lo perdemos. Desde ese día la princesa cambió y nunca más volvió a ser tan egoísta

Almudena Olivares 1º B


La princesa y Herodías Había una vez una orgullosa princesa que no sabía con quien casarse. Ella decidió hacer una fiesta y el muchacho que trajera el regalo más bonito, era el que escogería para padre de sus hijos. Llegó el día de la fiesta, vinieron muchos muchachos jóvenes de todas partes del mundo, todos eran príncipes, excepto uno llamado Herodías. La princesa empezó a abrir los regalos de los príncipes, dejando el de Herodías para el final. Todos los regalos eran de alto valor, todos muy lujosos, como joyas, cajas llenas de oro, vestidos muy caros, etc… La princesa estaba muy ilusionada, pero, al abrir el regalo de Herodías se llevó una gran desilusión. Era una caja vieja, que tan solo tenía dentro una carta. Ella llamó a su mayordomo y le ordenó que fuera a hablar con Herodías y que le preguntara si se trataba de una broma, porque eso era muy poca cosa para regalárselo a una bella princesa. El mayordomo, al cabo de un rato, regresó con Herodías. Herodías estaba de espaldas porque él pensaba que a la princesa le debía gustar por su corazón, porque si se fijaba en su belleza, podría ser rechazado, porque se consideraba feo. Él le dijo que no era ninguna broma, que esa carta de amor la había escrito con todo su esfuerzo y cariño, y, que en esa caja también había oro que él había conseguido con mucho sacrificio, pero por el camino había visto a unas familias muy pobres, que pasaban mucha hambre, y había decidido darles el oro, por eso la caja solamente contenía una carta de amor. La princesa se puso a pensar y llegó a la conclusión de que se casaría con Herodías, porque era el único que pensaba en los demás y aunque no fuera un príncipe rico, la volvería a ella rica en amor.

Beatriz Parrado y Lucía Domínguez 1ºB


Una habitación abierta en el infinito Érase una vez un niño que estaba en su casa, de pronto escuchó un ruido, un ruido en una de las habitaciones. El niño decidió ir a ver qué estaba pasando y cuando abrió la puerta vio un agujero, cayó en él, se dio cuenta de que había llegado a un lugar totalmente desconocido, parecía otro planeta, vio algo que se movía detrás de una piedra, atemorizado, preguntó: ¿Quién anda ahí? y salió un hombrecito muy raro, de aproximadamente un metro veinte, verde y con dos antenas en la cabeza, el niño le preguntó: ¿Dónde estoy? El hombrecito le contestó con una voz muy rara: “En Marte”. Lo cogió de la mano y lo llevó a una ciudad donde todo era de chocolate, las calles eran de chocolate, las casas eran de gomitas, y todo lo que había en las calles estaba hecho con chucherías. ¡Era fantástico! ¡Le encantaría quedarse a vivir en esta ciudad! Pasaron los días sin que el niño apenas lo notase, mientras que en la Tierra su familia no dejaba de buscarlo. Después de un tiempo empezó a acordarse de su familia, los echaba de menos, su mamá y su papá no estaban allí para darle su beso de buenas noches; le parecía que hacía mucho tiempo que no jugaba con sus amigos, ¡con lo bien que lo pasaban jugando en el parque! pero, no estaban con él, y aquí no había un parque como el de su calle. Cuando el niño quiso volver a su casa, el agujero se había cerrado impidiendo que pudiera marcharse. De pronto todo cambió, las calles no eran de chocolate, ni las casas de gomitas, todo era muy extraño y oscuro y los hombrecitos, que antes eran buenos y amables, ahora, cuando dijo que quería volver a casa, se volvieron contra él. Pensó que tendría que quedarse en este extraño lugar para siempre, sin ver más a sus amigos, sin poder abrazar a sus padres, y empezó a llorar, de pronto, notó su cara mojada apoyada en la almohada y despertó. Todo había sido una extraña pesadilla. María Rodríguez 1ºB


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