Mª Carmen Muñoz José Sánchez
1. Un nuevo modelo de inteligencia ¿Qué hay que medir? ¿Lo que una persona puede hacer o lo que de hecho hace? JOSE A. MARINA (Teoría de la inteligencia creadora)
LA RAZÓN DE SER DE LAS EMOCIONES
En los momentos decisivos, son los imperativos del corazón los que se imponen a los de la razón. La moderna biología ya no duda en reconocer el papel crucial que han jugado las emociones en la evolución del ser humano. Son las emociones las que nos permiten afrontar de forma verdaderamente operativa las situaciones de emergencia o de máxima dificultad: las pérdidas irreparables, el peligro, la frustración, las relaciones intensas y, en general, las arduas pruebas físicas o psíquicas a las que nos somete la vida (situaciones para las que el intelecto, por sí solo, no suele tener la capacidad de respuesta requerida). Cada una de nuestras emociones cumple una o varias funciones importantes; sus señales nos permiten reaccionar de una forma que en el pasado nos ayudó a resolver eficientemente toda una serie de desafíos a los que la existencia humana se ha visto sometida una y otra vez; en esto radica su incuestionable valor de supervivencia. Nuestro organismo, de hecho, ha terminado por integrarlas en forma de tendencias innatas y automáticas.
Impulsos que nos mueven Las emociones ponen en marcha intensos mecanismos ancestrales, forjados en un proceso evolutivo a partir de la experiencia de cincuenta mil generaciones. Por tanto está impresa en nuestros circuitos nerviosos más básicos, lo cual ha facilitado enormemente nuestra capacidad de respuesta ante un entorno duro y hostil, en el que una pequeña demora podía suponer la diferencia entre morir o seguir con vida. La impronta biológica propia de las emociones evidencia que cada una de ellas juega un papel único en nuestro repertorio de opciones de conducta, movilizando recursos específicos. Veamos a continuación algunos ejemplos.
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El miedo hace que la sangre fluya hacia la musculatura esquelética y favorezca, por ejemplo, la huida.
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La ira aumenta el flujo sanguíneo en las manos, prestas para golpear o empuñar un arma, así como el ritmo cardíaco y la tasa de adrenalina, predisponiéndonos a la acción.
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El amor y la satisfacción sexual activan el sistema nervioso parasimpático, dando lugar a un estado de calma y satisfacción, y favoreciendo, entre otras cosas, las relaciones de convivencia.
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La tristeza provoca la disminución de la energía y el entusiasmo por la actividad, enlenteciendo el metabolismo corporal e impulsándonos al recogimiento interno para restablecernos del sufrimiento y sopesar nuevas posibilidades.
Al parecer, en lo que al desarrollo neurológico se refiere, la evolución ha tardado casi un millón de años en llevar a cabo este minucioso proceso, aunque debemos resaltar que los últimos diez mil han tenido una escasa repercusión en las pautas biológicas de nuestra sensibilidad. En este sentido, somos bien parecidos a nuestros antepasados de la edad de piedra. La consecuencia es que hoy, en el mundo tal como es actualmente, exento de muchos de los peligros que originaron dicha evolución (si bien existen riesgos de otro orden), lo que fueron respuestas adaptativas en el pasado pueden manifestarse ahora como reacciones obsoletas o desproporcionadas. Con más frecuencia de la que sería deseable, nos vemos obligados a afrontar los retos del presente con recursos emocionales adaptados a las necesidades del pleistoceno. En suma, las nuevas realidades de nuestra civilización están surgiendo a una velocidad que va dejando atrás el sabio pero lento paso de la evolución.
DE LA UTILIDAD AL DESBORDAMIENTO
Existen, como podemos ver, razones biológicas para que muchas de nuestras acciones dependan más del sentimiento que del pensamiento. En el fondo, nuestro organismo “se fía” más de las emociones intensas que del pensamiento lógico. Aunque durante mucho tiempo en la sociedad civilizada se haya tendido a sobrevalorar los aspectos puramente racionales de la existencia humana, lo cierto es que en los momentos en que nuestras emociones arrecian, nuestra inteligencia palidece y se desborda. Si bien es cierto que durante la mayor parte del tiempo nuestra mente racional y nuestra mente emocional actúan en estrecha colaboración, dándose un equilibrio en el cual la emoción impulsa y da forma al pensamiento, a la vez que la mente racional ajusta (aceptando, regulando o censurando) las entradas procedentes de las emociones, cuando éstas se ven impulsadas por el apasionamiento tiende a romperse el equilibrio, y la mente racional puede quedar desbordada y secuestrada por la mente emocional. Hoy disponemos de datos suficientes para saber que existen razones de orden biológico que justifican la existencia de este tipo de secuestro. El cerebro emocional es más arcaico que el racional, y esto es definitivo para la esencia de las relaciones existentes entre el pensamiento y el sentimiento.
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EL SOPORTE BIOLÓGICO
Simplificando mucho las cosas, podemos decir que tenemos tres cerebros. El primero es el más rudimentario, equiparable al de los reptiles, compuesto por el tallo encefálico y unos pocos estratos neuronales especializados en clasificar unas cuantas categorías y pautas relevantes: esto se come (comer), esto es tóxico (vomitar), sexualmente disponible (aproximarse), posible enemigo (escapar), posible presa (cazar). Rodeando al tallo encefálico en forma de anillo está el segundo de nuestros cerebros, el sistema límbico, propio de los mamíferos. Con él llegaron las emociones propiamente dichas al repertorio de respuestas de ciertas especies, y con su evolución se produjeron dos de nuestras mejores adquisiciones: el aprendizaje y la memoria. Por último, hace nada menos que cien millones de años, hicieron su aparición los estratos que configurarían el neocórtex, la región que nos permite planificar, comprender lo que nos pasa y coordinar nuestros movimientos. En el caso de los seres humanos, estos estratos son mucho mayores y mejor organizados que en cualquier otra especie. A este desarrollo se deben el arte, la civilización, la cultura, y, en general, todo el intrincado mundo de matices de la vida emocional. La diferencia entre tener emociones y tener la capacidad para matizar la vida emocional podemos ilustrarla con el ejemplo del afecto, propio de muchas especies de mamíferos. El sistema límbico genera la pasión sexual, con sentimientos de placer y deseo, mientras que el neocórtex es el que permite que se establezcan poderosos vínculos entre la madre y sus hijos, y con ellos el compromiso de la crianza (algo que no existe, por ejemplo, en el caso de los reptiles).
Todo se relaciona Aunque el neocórtex nos permite tener sentimientos acerca de nuestros sentimientos, su gobierno sobre la vida emocional es relativo, porque en los momentos decisivos, emocionalmente críticos, se produce una delegación de poder hacia el sistema límbico, que gracias a sus múltiples ramificaciones sigue desempeñando un papel fundamental dentro de nuestro sistema nervioso, influyendo sobre muchas de sus funciones, entre ellas la del pensamiento mismo. Recientes investigaciones han puesto de manifiesto que la amígdala, una estructura límbica especializada en cuestiones emocionales y muy ligada a los procesos de memoria y aprendizaje, posee conexiones nerviosas que la convierten en la primera receptora de muchas percepciones provenientes de los ojos y los oídos, lo cual le permite responder antes de que el neocórtex haya procesado la información y se aperciba de lo que ocurre de una forma más racional y sosegada. Dado que los sentimientos que siguen el camino directo a la amígdala son los más intensos y primitivos, la existencia de este circuito puede explicar la poderosa influencia de las emociones y su capacidad para desbordar a la razón. Por otra parte, en la amígdala se almacenan multitud de recuerdos (especialmente los más intensos), muchos de los cuales proceden de las experiencias de la infancia, cuando recibimos nuestras primeras lecciones emocionales.
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Esto puede motivar el que muchas de nuestras reacciones resulten toscas o incomprensibles para nosotros mismos: forman parte de una memoria conductual adquirida, que “se dispara” en determinadas condiciones, causando un estallido más o menos caótico e inesperado. Este “atajo” para la reactividad emocional ha sido probablemente crucial, pues puede salvarnos la vida en momentos de verdadero peligro. Pero también resulta problemático, dada la posibilidad de que sus respuestas sean francamente desproporcionadas frente a estímulos y riesgos que podrían ser mejor sopesados en otras áreas cerebrales donde la reactividad es más atemperada.
EL TÁNDEM EMOCIÓN - PENSAMIENTO
El regulador cerebral de la amígdala parece encontrarse en el lóbulo prefrontal. Cuando se producen estímulos y emociones de cierta intensidad, el córtex prefrontal actúa como un regulador que intenta controlar el sentimiento para afrontar eficazmente la situación y replantear la estrategia de respuesta, por lo general más analítica y proporcionada que las originadas en el sistema límbico. Son estas áreas prefrontales las que, en condiciones normales, gobiernan nuestras reacciones emocionales; esta zona del cerebro es la encargada de planificar y organizar las acciones tendentes a conseguir objetivos determinados, excepto en situaciones de “urgencia límbica”. Las respuestas emocionales del neocórtex son, como hemos dicho, más elaboradas que las que conducen al desbordamiento: la natural alegría que se produce ante los acontecimientos felices, la tristeza tras la pérdida, el dolor a raíz de una ofensa o la ternura amorosa. La buena interacción entre el córtex prefrontal y el sistema límbico no sólo resulta esencial para el adecuado ajuste de las emociones, sino también para ayudarnos a afrontar eficazmente las decisiones vitales más importantes. Aquí se producen las típicas luchas y los tratados de paz entre el corazón y la cabeza, entre los sentimientos y los pensamientos. Es decir, esta conexión explicaría el motivo por el cual no es posible pensar de forma verdaderamente eficaz sin el aporte fundamental de las emociones, tanto para tomar decisiones inteligentes como para permitirnos, simplemente, pensar con claridad. Experimentos concluyentes han demostrado que cuando existen anomalías de orden psíquico o fisiológico que impiden la buena armonización de estas zonas, se produce un deterioro en la capacidad para resolver satisfactoriamente la mayoría de los problemas importantes, aquellos que deben afrontarse con una mente lúcida, capaz de tomar “sabias” decisiones. En definitiva, en lo que respecta al ser humano y a su forma de conducirse en la vida, la fría lógica requiere la orientación del sentimiento para producir una inteligencia verdaderamente operativa y eficaz.
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LA INTELIGENCIA EMOCIONAL
Estas y otras consideraciones nos llevan a la conclusión de que el Coeficiente de Inteligencia (utilizado durante muchos años para valorar la capacidad racional de una persona) no es un dato tan relevante como se pensaba para determinar la verdadera capacidad de desarrollo mental, social o profesional de un individuo. En este sentido, debemos considerar lo que Daniel Goleman y otros expertos han dado en llamar Inteligencia Emocional, que incluye diversos y muy importantes aspectos del amplio potencial del ser humano. El propio Goleman comenta: “El viejo paradigma proponía un ideal de razón liberada de los impulsos de la emoción. El nuevo paradigma, por su parte, propone armonizar la cabeza y el corazón.”
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Nuestros “tres cerebros”
3. Neocórtex Capacidades organizativas planificación, estrategia comprensión de lo que se siente coordinación de movimientos
Base del desarrollo humano ideas, símbolos, imágenes pensamiento lógico complejo matización emocional arte, civilización, cultura
2. Sistema límbico Emociones básicas Aprendizaje - Memoria diferencia, reconoce, compara reacciones de urgencia respuestas adaptativas memoria emocional (amígdala)
1. Tallo encefálico Como ocurre en cualquier sistema, nada es independiente: todo está relacionado
Regulación funciones básicas mantenimiento de la supervivencia respiración, metabolismo
Lóbulo olfatorio clasificaciones simples reacciones automáticas comer, vomitar, escapar, cazar...
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2. Presupuestos para el éxito La vida no consiste en tener un buen juego, sino en saber jugar con un mal juego. ANSARI
¿QUÉ FUE DE NUESTROS COMPAÑEROS MÁS AVENTAJADOS?
Las calificaciones de los exámenes y los tests que determinan destrezas de orden meramente racional no parecen darnos suficientes indicios de que alguien tendrá un buen trabajo en el futuro, será un buen jefe, sabrá convivir en familia, hará buenos negocios o triunfará en el mundo de las relaciones sociales. El seguimiento realizado durante las últimas décadas por diversos psicólogos y educadores de grupos representativos de individuos a quienes se les aplicó la medición del CI (Coeficiente de Inteligencia), permite extraer conclusiones como la siguiente: en el mejor de los casos, el CI parece aportar tan sólo un 20 % de los factores determinantes del éxito de una persona en el ámbito general de su vida. Lo que equivale a decir que el 80 % restante depende de otra clase de factores. Estos “otros factores”, a los que se ha englobado bajo el término de inteligencia emocional, obedecen a diversos aspectos del desarrollo de la personalidad, y son características como la perseverancia, la capacidad de auto-motivación, la capacidad de controlar los impulsos, demorar las gratificaciones y regular nuestro estado de ánimo y, por último, las habilidades que nos permiten comunicarnos y convivir en armonía con los demás. La mayoría de estas habilidades están relacionadas con nuestra educación emocional, gran parte de la cual se forja durante la infancia, aunque sigue modelándose a lo largo de toda la vida. Este conjunto de competencias constituye una meta-habilidad, es decir: determina el grado de destreza que podremos obtener en el dominio de todas nuestras otras facultades (incluyendo las consideradas como “puramente intelectuales”). Existen hoy en día claras evidencias de que las personas que saben relacionarse adecuadamente consigo mismas (es decir, gobiernan adecuadamente su vida emocional) y con los demás (comprenden y consideran los sentimientos ajenos) son las que cuentan con más ventajas en todos los aspectos: personales, sociales o profesionales. En general se sienten más satisfechas, son más eficaces y están en disposición de dominar los hábitos mentales que determinan la capacidad de trabajo. Esta nueva visión de la inteligencia se contrapone a la más convencional, propia de la mentalidad científica, que la considera una facultad fría e hiperracional, ajena a la influencia de los sentimientos, destinada meramente al procesamiento de la información (una idea que lleva implícita la desconfianza hacia las emociones).
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LA INTELIGENCIA Y SUS COMPETENCIAS
Psicólogos como Sternberg y Salovey han hecho una reformulación del concepto de inteligencia en términos de aquello que hace que uno enfoque más adecuadamente su vida y sus acciones. Este nuevo concepto de inteligencia abarca cinco competencias principales: -
El conocimiento de las propias emociones: La capacidad de reconocer los sentimientos cuando éstos aparecen, esencial para la introvisión psicológica y la comprensión de uno mismo.
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La capacidad de controlar las emociones: A partir de la conciencia de uno mismo, regular nuestros estados de ánimo (controlar el miedo y la ansiedad, tranquilizarse, concentrarse, atemperar la irritabilidad, etc.).
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La capacidad de motivarse uno mismo: Activar y mantener la atención y la voluntad al servicio de un objetivo. Demorar la gratificación en favor del logro, manteniendo un estado de “flujo”.
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El reconocimiento de las emociones ajenas: La empatía, la sintonización emocional con otros y la adecuada lectura de las señales emocionales, esenciales para la emergencia del altruismo.
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La capacidad para relacionarse eficazmente: El arte de la comunicación y la influencia, la popularidad, el liderazgo y la disposición para convivir en armonía con los demás.
Todas estas capacidades se hallan presentes, en mayor o menor medida, en cualquier ser humano. Su desarrollo depende de múltiples factores, pero, en todo caso, el conjunto de hábitos y reacciones que representa cada uno de estos dominios es algo que siempre estamos a tiempo de aprender y mejorar.
Auto-conciencia Auto-control Auto-motivación Empatía Habilidades sociales
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DESGLOSE DE COMPETENCIAS
En lo personal
1. CONCIENCIA DE UNO MISMO -
Conciencia emocional: Conocimiento de las propias emociones y sus efectos; conciencia de nuestros estados, recursos e intuiciones.
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Autovaloración equilibrada: Conocimiento de las propias fortalezas y debilidades.
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Confianza en uno mismo: Seguridad con respecto a la valoración que hacemos de nosotros mismos y de nuestras posibilidades.
2. CAPACIDAD DE AUTORREGULACION -
Autocontrol: Capacidad de manejar adecuadamente las emociones y los impulsos conflictivos.
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Confiabilidad: Fidelidad a una actitud sincera e íntegra.
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Integridad: Asunción de las responsabilidades derivadas de nuestra actuación personal.
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Adaptabilidad: Flexibilidad para afrontar los cambios.
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Innovación: Sentirse cómodo y abierto ante las nuevas ideas, enfoques e informaciones.
3. CAPACIDAD DE AUTOMOTIVACION -
Motivación para el logro: Disposición para esforzarse por mejorar o satisfacer los propios criterios de excelencia.
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Compromiso: Ser capaz de secundar los objetivos de un grupo u organización.
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Iniciativa: Prontitud para actuar cuando se presenta la ocasión.
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Optimismo: Persistencia y confianza a pesar de los obstáculos.
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En lo social
4. EMPATIA -
Comprensión hacia los demás: Capacidad de sintonizar con los sentimientos y puntos de vista de otras personas y de interesarnos activamente por sus inquietudes y preocupaciones.
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Orientación hacia el servicio: Anticiparse, reconocer y satisfacer la necesidades de colaboradores y clientes.
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Aprovechamiento de la diversidad: Aprovechar las oportunidades que nos brindan diferentes tipos de personas.
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Conciencia política: Capacidad de darse cuenta de las corrientes emocionales y de las relaciones de poder subyacentes en un grupo.
5. HABILIDADES SOCIALES -
Capacidad de influencia: Saber persuadir de forma eficaz.
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Comunicación: Emitir mensajes claros y convincentes, y hacer lecturas acertadas de los de otros.
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Liderazgo: Inspirar y dirigir a grupos de personas.
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Catalización del cambio: Iniciar o dirigir los cambios.
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Resolución de conflictos: Capacidad para negociar y resolver conflictos.
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Colaboración y cooperación: Ser capaces de trabajar con los demás en la consecución de una meta común.
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Habilidades de equipo: Ser capaces de crear la sinergia grupal en la consecución de metas colectivas.
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3. Auto-conciencia El corazón tiene razones que la razón desconoce. DESCARTES
EL CONOCIMIENTO DE LAS PROPIAS EMOCIONES
La conciencia de uno mismo y de las propias emociones es una habilidad fundamental, sobre la cual se asienta el desarrollo de otras habilidades tan esenciales como el auto-control o la motivación. Ser consciente de uno mismo significa ser consciente de nuestros estados de ánimo y de los pensamientos que tenemos acerca de esos estados de ánimo. Por otra parte, tomar conciencia de los estados anímicos no significa desear cambiarlos, sino sólo observarlos con atención, sin reaccionar y sin apresurarse a juzgarlos, lo cual, ciertamente, no resulta siempre tan fácil. La conciencia de uno mismo y de nuestras emociones también nos permite situarnos frente a las múltiples opciones que nos brinda la vida con la posibilidad de elegir sabiamente, y saber qué es lo que anhelamos, con quién deseamos estar y qué es lo queremos conseguir.
Los grados de la emoción No todas las personas sienten por igual el movimiento interno de las emociones. Pueden darse extremos como la alextimia (la incapacidad para expresar los propios sentimientos con palabras), que supone un abrumador desconocimiento de las propias emociones. También se han dado casos especiales, a consecuencia de una intervención quirúrgica, en los cuales tras haberse seccionado algunas importantes conexiones entre el sistema límbico y el neocórtex, se ha producido una total o casi total ausencia de emocionalidad, sin que ello afecte a la capacidad lógica o a la memoria, por ejemplo; pero se ha podido observar que dicha ausencia tiene un efecto devastador sobre la capacidad de asignar valores a las cosas y a las posibilidades de actuar ante un dilema, lo cual convierte el hecho de tomar una decisión en algo neutro y sumamente dificultoso.
Saber elegir, saber decidirse Los sentimientos desempeñan un papel fundamental en las elecciones que nos son propuestas a lo largo de toda nuestra vida. Si bien es cierto que la excesiva intensidad emocional puede afectar negativamente nuestra capacidad de razonamiento, también lo es que la falta de conciencia de los propios sentimientos puede ser desastrosa en los momentos en que debemos tomar decisiones.
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Las decisiones importantes para nuestro futuro (dónde y con quién vivir, si merece la pena correr determinados riesgos o sacrificar algo, qué deseamos ser, tener, etc.) no pueden tomarse basándonos exclusivamente en la lógica formal de la razón, sino que requieren de cierto grado de visceralidad, es decir: el apoyo de las sensaciones y de la sabiduría emocional acumulada a lo largo de nuestra experiencia. Las señales intuitivas que nos guían en los momentos importantes llegan en forma de “impulsos límbicos” que algunos especialistas llaman indicadores somáticos. Estos indicadores parten de sensaciones viscerales, y actúan como alarmas automáticas que llaman la atención sobre un posible peligro o una estimulante posibilidad de actuación. Pueden orientarnos tanto en contra como a favor de algo. En resumidas cuentas, una buena parte de la estrategia a seguir en la toma de decisiones consiste en mantenernos en contacto con los mensajes implícitos en nuestras propias sensaciones.
SONDEAR EL INCONSCIENTE
Otra importante razón para mantenerse en contacto con las emociones, y, en general, con uno mismo, es que esta actitud favorece la introspección psicológica. Podemos considerar la existencia de una mente emocional, muy ligada a los procesos inconscientes, cuyas asociaciones se realizan de forma analógica y simbólica, y que sintoniza mejor con ciertas modalidades de lenguaje, o lo que se podría definir como lenguajes del corazón: la metáfora, la analogía, la poesía, la música, la fábula, los símbolos, los cuentos, los mitos, etc. Existen muchas formas de ejercitar la atención hacia uno mismo: ciertos tipos de reflexión, largos paseos en solitario, lecturas apropiadas, conversaciones sinceras, asistencia a seminarios especializados, asesoramiento terapéutico, etc. Una de las más recomendables, desde nuestro punto de vista (y sin excluir ninguna de las otras), sería la atención meditativa propia de la relajación. La iniciación en este tipo de técnicas no requiere un excesivo entrenamiento, se perfecciona con la práctica y produce un rendimiento personal evidente para aquellos que deciden convertirla en un hábito cotidiano. Quienes mantienen un contacto natural y habitual con las voces internas provenientes del corazón (o de la mente profunda, si queremos verlo así) se hallan en mejor disposición de utilizar su “sabiduría inconsciente”: conocen sus deseos más íntimos y confían en ellos, y también tienen más posibilidades de fortalecerse interiormente, así como de transformar aquellas cosas que podrían ser foco de sentimientos negativos o traumáticos.
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4. Auto-control Para el incontrolado no hay prudencia, ni existe el poder de concentración, y sin concentración no hay paz. Y para el que no tiene paz ¿cómo puede haber alegría? BAHGAVAD GITA
EL CONTROL DE LAS EMOCIONES
El auto-control, sea como templanza, contención o emancipación de la pasión, ha sido reiteradamente encomiado como una virtud esencial para el gobierno inteligente de la propia vida. Pero debemos decir que su objetivo no es tanto la represión de las emociones como su deseable equilibrio, ya que –insistimos- todo sentimiento puede servir o ha servido alguna vez como recurso, y tiene su propio valor y significado. El intento de desembarazarse de la pasión o de las emociones supone un alejamiento del núcleo de la vida misma, y conduce al embotamiento y la apatía. Del mismo modo, aunque en el extremo opuesto, el desenfreno emocional también conlleva evidentes riesgos: ansiedad, desmesura, agitación, ensimismamiento... Los extremos emocionales socavan, de una u otra forma, nuestra estabilidad personal. Digamos que existen emociones angustiosas a las que conviene mantener en jaque y emociones altamente positivas y estimulantes, propias de los estados de excelencia, cuya aparición y mantenimiento sería deseable poder gestionar a voluntad. Aunque una de las claves de nuestro bienestar emocional consiste en saber evitar el dolor, debemos resaltar que hay un tipo de sufrimiento que aporta creatividad y temple a nuestra vida interior y a nuestro carácter. El auto-control no implica la constante evitación de los sentimientos angustiosos, sino más bien el hecho de que no nos pasen inadvertidos y se conviertan en una amenaza constante para nuestro estado de ánimo. Mantener la calma, meramente, podría ser ya un excelente objetivo en muchas circunstancias. El arte de calmarse a uno mismo constituye, a juicio de algunos expertos, la más fundamental de las capacidades psicológicas del ser humano. La forma en que ocurren las cosas en nuestro cerebro, como ya hemos visto, impide que tengamos un mínimo control sobre el momento en que nos vemos arrastrados por la fuerza de la emoción. Tampoco podemos decidir el tipo de emoción que nos aquejará en un momento u otro. Lo que sí está dentro de nuestras posibilidades es controlar el tiempo durante el cual una determinada emoción va a prevalecer en nuestro estado de ánimo.
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La tristeza, el enfado, la preocupación y su diversidad de matices más o menos sombríos no suelen representar en sí un grave contratiempo, ya que son estados que amainan prácticamente por sí solos, con un poco de paciencia (lo que no ocurre, necesariamente, con el problema que puede estar originándolos, si no se buscan soluciones para el mismo). Lo que ya no es tan normal es que lleguen a desmesurarse y aboquen en depresión, furia desbocada o ansiedad neurótica. Es todo un arte –al que no estaría de más dedicarle cierta atención- dar con las claves íntimas que pueden permitirnos desembarazarnos de las emociones negativas estériles. Algunos estudios revelan que en este aspecto hay recetas para todos los gustos, e incluso que muchísimas personas ni siquiera tienen claro que haga falta hacer algo para controlar los estados de ánimo negativos. Quizá resulte más fácil para unos que para otros, pero lo cierto es que, como ocurre en tantos aspectos de la vida relativos a las cualidades humanas, la capacidad de auto-control también puede adquirirse y perfeccionarse, con la debida atención y con la práctica. Veamos a continuación algunas consideraciones acerca de diversos estados comúnmente sentidos como negativos.
El enfado El enfado parece ser el estado de ánimo más persistente y difícil de controlar. De hecho suele generar un monólogo interno que proporciona todo tipo de seductores argumentos a favor de su justificación y de su posible descarga sobre la víctima apropiada. Puede incluso proporcionar cierta energía, y hasta euforia. El principal problema para atajarlo es que genera una cadena de pensamientos a favor de su continuidad que lo va retroalimentando, hasta que otro tipo de reflexiones o sentimientos deshace este bucle. Esto mismo ya da una idea de cómo intentar controlarlo: buscando la forma de reencuadrar la situación en un marco de referencia más positivo, “inoculándole” el virus de un nuevo y rompedor punto de vista. Merece resaltarse el hecho de que el enfado tiende a crecer; se construye, capa por capa, sobre sí mismo. Si no tiende a disiparse, cada estímulo negativo puede sumarse a la estela del anterior, incrementando la temperatura de nuestro cerebro emocional y generando una escalada cuya amenaza final puede ser un agresivo estallido de cólera. Es decir, puede desembocar en lo que hemos llamado un “secuestro emocional”, a instancias de las reiteradas descargas del primitivo sistema límbico. Por lo tanto, si deseamos controlarlo de forma eficaz, debemos prestar la máxima atención a los pensamientos que generan las primeras sensaciones de enojo. Cuanto antes intentemos cortocircuitarlo, mejor. Existen pruebas experimentales acerca del poder que puede tener la comprensión frente a la irritabilidad, cuando el proceso está en sus inicios. En caso contrario, cuando el nivel del enojo es ya intenso y la persona se encuentra francamente irritada, se produce una especie de “incapacidad cognitiva”, que suele impedirnos razonar adecuadamente. En última instancia, siempre podremos recurrir a un método muy efectivo: el enfriamiento. Un buen paseo o un rato de relajación, apartados del foco de la tensión, pueden dar lugar a un espacio más apto para el reencuadre.
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La ansiedad El núcleo fundamental de la ansiedad es la preocupación, cuyo ciclo obsesivo, una vez iniciado, es realmente difícil de detener. El inconveniente añadido es que el hecho de preocuparse no suele servir de gran ayuda. La naturaleza del pensamiento compulsivo que genera la preocupación no tiene nada que ver con la reflexión constructiva acerca de un problema determinado. Se asienta más bien en el miedo, y es una reacción cíclica, obsesiva, dando vueltas y más vueltas en busca de salidas ante lo que puede parecer una amenaza potencial. Su función o intencionalidad positiva es la de anticiparse al peligro. Pero cuando se intensifica en exceso o se hace crónica puede llegar a ser verdaderamente problemática. No sólo impide pensar con claridad, sino que puede desembocar en arrebatos nerviosos, fobias, obsesiones, neurosis y ataques de pánico. Dado que el ciclo interno por el que discurre la preocupación es más auditivo que visual (pensamientos en general aprensivos engarzados en un discurso para uno mismo), lo que parece funcionar mejor para acabar con ella es el “cambio de foco” de la atención. Por ejemplo, concentrarse en las sensaciones corporales agradables producidas por la relajación, el ejercicio físico, el contacto íntimo, un masaje, etc. Se ha constatado también que hay personas que no responden fácilmente a estos u otros métodos, por la sencilla razón de que se han hecho “adictas” a sus precarios beneficios. No en vano tiene un efecto similar al de la superstición, un cierto hechizo, basado en la confianza de que el hecho de preocuparnos nos protege, como un amuleto o una oración insistente, de los peligros que nos obsesionan. Como en el caso del enfado, se controla mejor al inicio de la espiral, con una combinación de atención y sano escepticismo, para hacer frente cuanto antes a los pensamientos que tienden a espolear la ansiedad.
La tristeza Existe un prejuicio generalizado contra la tristeza que la convierte en el sentimiento que la gente más intenta evitar. Y sin embargo, como ocurre con muchos otros estados de ánimo, la tristeza puede obedecer a una intención positiva, y cumplir en muchas ocasiones una función reparadora necesaria. Su principal “misión homeostática” parece ser la de focalizar la atención en aquello que se echa de menos, imponiendo una pausa para reponer fuerzas y acometer nuevas empresas. Podríamos verla como un refugio reflexivo frente a las exigencias de la vida cotidiana, que favorece los necesarios espacios de duelo o de retiro en los que podemos asumir nuestras pérdidas y contratiempos dolorosos. Gracias a estas condiciones, en dichos espacios es posible reencuadrar el significado de los acontecimientos, hacer los ajustes necesarios en nuestra forma de ver o de obrar y elaborar nuevos planes que nos ayuden a seguir adelante. Debemos entender, por tanto, que en muchos casos suelen existir buenas razones para asumir la tristeza en lugar de evitarla.
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Otra cosa es la depresión persistente, cuyo “conglomerado” emocional (pesadumbre, odio hacia uno mismo, ansiedad aguda, distorsión mental, etc.) puede conducirnos hasta la postración más dolorosa y paralizar la marcha de nuestra vida. Esta suele requerir tratamiento. En cambio, la tristeza común o la melancolía pueden manejarse con cierta solvencia cuando se disponen de suficientes recursos internos, si bien es verdad que muchos de los paliativos empleados como “apoyo”, cuando se intensifican las sensaciones negativas, son poco recomendables: fármacos, alcohol, drogas o la mera evasión improductiva. Estos remedios, a la larga, pueden retroalimentar el malestar y agudizar la crisis hasta lo patológico.
OBSERVACIONES
Existen multitud de enfoques para combatir los estados de ánimo depresivos, aunque su eficacia depende de multitud de factores. La relajación, por ejemplo, reduce el nivel general de activación física, y suele ser efectiva para ayudarnos a tratar la ansiedad, pero puede resultar inadecuada en el tratamiento de la depresión, que requiere, entre otras cosas, de elementos y actividades que impulsen la elevación del tono corporal. Hay personas a que hacen frente a su malestar con métodos de distracción sencillos: lectura, video-juegos o juegos de mesa, ir al cine, etc. Otras utilizan preferentemente el ejercicio físico: aerobic, paseos en bicicleta, largas caminatas. A otras les va mejor infundirse ánimo mediante regalos y placeres sensoriales: salir de compras, darse un masaje o un baño caliente, comer y beber según las apetencias, incrementar la frecuencia de los encuentros eróticos, etc. Todas estas cosas, en dosis razonables, pueden ayudar a paliar la negatividad de los estados depresivos, pero también pueden no ser suficientes para afrontar la crisis con eficacia, o convertirse en meras manías, o dar lugar a algún tipo de exceso con nuevas consecuencias. Una forma más constructiva de elevar el estado de ánimo consiste en desarrollar actividades que nos brinden la posibilidad de conseguir fácilmente éxitos inmediatos, aunque sean pequeños: tareas de reparación en casa, manualidades, terminar algo que se empezó y quedó inconcluso, potenciar nuestra imagen, etc. Otro buen antídoto contra la depresión (válido para todo tipo de situaciones negativas), es el reencuadre o reestructuración cognitiva del marco de referencia de nuestros problemas. Podemos buscar nuevas formas de ver a través de la reflexión bien encauzada, de la asistencia a talleres especializados, o bien en la terapia o en los buenos consejos y la ayuda de nuestras amistades. Por último, señalamos dos antiguas recetas que los expertos de hoy vuelven a recomendar para potenciar nuestro ánimo: 1. Ayudar a quienes lo necesitan. 2. Cultivar el espíritu.
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5. Auto-motivación Todo lo que no llega a ser un compromiso consciente con lo sustancial acaba convirtiéndose en un compromiso inconsciente con lo insustancial. STEPHEN R. COVEY
LA CAPACIDAD DE MOTIVARSE UNO MISMO
Cualquier persona adulta sabe por experiencia que las emociones negativas intensas pueden absorber nuestra atención y dificultar el funcionamiento normal de la mente. Entre las consecuencias del “exceso” emocional se encuentra el entorpecimiento de la capacidad cognitiva que los científicos han denominado memoria de trabajo, y como resultado de esto, graves dificultades para mantener un buen nivel de concentración. La memoria de trabajo es la función ejecutiva por excelencia de la vida mental, la que hace posible cualquier otra actividad del intelecto. Su contenido puede ser parte de una receta de cocina, un número de teléfono, lo que queremos decir en una conversación o una partitura completa. Y la región cerebral donde se asienta esta capacidad es el córtex prefrontal, la misma región que sirve de “campo de batalla” o de “mesa de negociaciones” a los pensamientos y las emociones.
El control de “las urgencias” Esta ofuscación de la memoria de trabajo, producida por la tensión emocional cuando ésta sobrepasa un cierto umbral, compromete, como hemos visto, el control de muchas otras facultades. Y sucede que cuando no podemos pensar con claridad, estamos más a merced de los embates de la vida, y perdemos fácilmente el acceso a muchos de los recursos que conforman nuestra voluntad. Es principalmente en esos momentos de desánimo y en aquellos en los que sentimos la urgencia de una satisfacción inmediata -momentos en los que la intensidad o el debilitamiento de ciertas emociones amenazan nuestro flujo mental y nos empujan fuera de la cabina de mandos de nuestro cerebro-, cuando se pone a prueba nuestra capacidad de motivarnos a nosotros mismos.
Beneficios de la perseverancia La motivación no se manifiesta tan sólo como un ímpetu optimista en pos de una meta, sino que también actúa como un dique de contención para los impulsos que, de otra forma, nos llevarían a buscar compulsivamente una satisfacción inmediata (que puede consistir en un atracón de chocolate, un arrebato de cólera o un “dejarse llevar” por el derrotismo).
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Quizá no exista una habilidad psicológica más esencial que la de resistir dichos impulsos o, dicho de otra forma, la capacidad de demorar la gratificación. Quienes cuentan con ella pueden proponerse cosas tan aparentemente sencillas como hacer deporte o atenerse a una dieta, así como perfeccionar una técnica hasta el límite o hacer frente a las más penosas situaciones de la vida. Las personas que consiguen las cotas más altas en el trabajo, en el arte y en el desarrollo de sus facultades se caracterizan por su perseverancia, mantenida ardua y rutinariamente a lo largo de los años frente a todo tipo de imprevistos, incluyendo las propias “urgencias límbicas”. Esta perseverancia depende de diversos factores: la esperanza, el entusiasmo, el optimismo y la tenacidad, por ejemplo, que son al fin y al cabo emociones; pero eso sí, decididamente positivas e inteligentes, ya que promueven y configuran impulsos al servicio de nuestro desarrollo y nuestra felicidad. Y es importante entender que estas y otras emociones similares aparecen y se hacen fuertes en la medida en que nos sentimos vinculados a nuestros propios valores éticos y culturales. Es principalmente en este nivel de nuestra constitución psíquica donde podemos encontrar la base fundamental de la motivación. Las creencias y los valores positivos promueven emociones inteligentes, y éstas, a su vez, dan lugar a la sensación personal de autoeficacia, la convicción de que uno tiene el control de los acontecimientos de su vida y puede hacer frente a los problemas que se le planteen.
Se puede aprender Las emociones potenciadoras e inteligentes, como el optimismo y la esperanza, pueden aprenderse, y lo mismo podemos decir de las otras, la desesperación o la impotencia, por ejemplo. La proporción que van a adquirir en el bagaje de nuestra personalidad es algo que dependerá, en gran medida, del enfoque de nuestra actitud. El desarrollo de una actitud de superación que nos permita obtener éxitos frecuentes (siempre estamos a tiempo de empezar por lo pequeño) puede generar una creciente sensación de eficacia personal, aptitud que a su vez conduce a facilitar el desarrollo de otras habilidades. Afortunadamente, las escaladas en espiral también se producen a instancias de impulsos positivos. De la misma forma, esta orientación de la voluntad incrementa la frecuencia de la aparición del “estado de flujo”, un estado de olvido de uno mismo, lejos de la preocupación y el desasosiego, en el que la persona se encuentra absorta en lo que hace, y en el que la eficacia se da sin esfuerzo. La capacidad para entrar en estado de flujo está considerada como el mejor ejemplo de la inteligencia emocional, el grado superior de control de las emociones al servicio del rendimiento y el aprendizaje. La esencia del estado de flujo es la concentración de la atención. El primer paso para ponerlo en marcha quizá requiera cierta disciplina, pero, una vez dado, su proceso funciona por sí solo, disipando la inquietud emocional y permitiéndonos abordar la tarea con el mínimo desgaste energético. Esta sensación de “hacer sin esfuerzo” (de ausencia de ego, como comenta Goleman), tiene lugar en una franja intermedia de activación. Es más fácil que se produzca durante la ejecución de una tarea que suponga un cierto nivel de reto. Si está muy por debajo de nuestra capacidad o si, por el contrario resulta excesiva, puede terminar aburriéndonos o angustiándonos.
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6. Empatía Creo que el mejor regalo que puedo recibir de alguien es que me vea, que me escuche y que me entienda. VIRGINIA SATIR
EL RECONOCIMIENTO DE LAS EMOCIONES AJENAS
La empatía es la capacidad que nos permite sintonizar con las demás personas emocionalmente. Sobre ella se asientan las raíces del afecto, la sustancia fundamental de las relaciones humanas. Esta capacidad, dicho sea de paso, difícilmente puede desarrollarse sin un presupuesto mínimo de auto-conciencia, puesto que cuanto más abiertos nos sintamos ante nuestras propias emociones, mayor será nuestra destreza en la comprensión de los sentimientos de los demás. La empatía influye sobre multitud de aspectos y actividades del ser humano: relaciones amorosas, educación, política, predisposición a la generosidad y a la compasión, actividades empresariales como las ventas o la dirección de equipos, la solidaridad, las sensaciones de vinculación o aislamiento, etc. Es tan importante en el ámbito de las relaciones humanas que su ausencia puede desembocar en la patología social. Este tipo de carencia podemos encontrarla, por ejemplo, en los pederastas, los violadores y ciertos psicópatas. Una buena parte de la capacidad empática de una persona se fundamenta en su habilidad para captar adecuadamente los mensajes no verbales (gestos, expresiones corporales, tonos de voz, etc.), que suponen quizá más de un 90 % de nuestra comunicación total. Y otra, no menos importante, consiste en saber emitir las respuestas apropiadas y “devolver” a los demás el reflejo de sus emociones. Los estudios realizados en este sentido sugieren que la empatía se aprende desde la más tierna infancia. De hecho, los bebés la aprenden con sus madres por imitación motriz, que es lo que significa, técnicamente, la palabra empatía. Esta tendencia a la imitación desaparece entre los dos y los tres años de edad, etapa en la cual el niño aprende a diferenciar los sentimientos ajenos de los propios, y aquí juega un papel crucial la educación. Según demuestran recientes investigaciones, los niños tienden a mostrarse más empáticos cuando su educación incluye muestras de los efectos emocionales de sus acciones y se les ayuda, por ejemplo, a tomar conciencia del daño que su conducta puede causar a otras personas. El aprendizaje emocional tiene lugar, más que en ninguna otra parte, en el seno de la familia, donde el niño puede constatar que sus emociones son captadas, aceptadas y correspondidas con empatía, sobre todo, inicialmente, por la madre. Gracias a la repetición de los momentos de sintonía emocional, el niño desarrolla la sensación de que los demás quieren y pueden compartir sus sentimientos. Dicho aprendizaje, según su calidad y su mayor o menor consistencia, influirá decisivamente en la naturaleza de las relaciones que establecerá como adulto.
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Afortunadamente, existen modos de corregir los posibles desequilibrios derivados de una educación poco afortunada en este sentido, bien sea a través de la orientación terapéutica o de la ejercitación con técnicas de contacto interpersonal, entre las cuales queremos destacar el rapport y la escucha activa.
El fundamento del altruismo Numerosos investigadores del comportamiento social sostienen que la empatía es la base de la moral. La compasión, por ejemplo, que nos permite compartir el sufrimiento de otros, es lo que nos impulsa a tomar conciencia de que nuestra ayuda puede ser necesaria. Y más allá del altruismo alentado por las situaciones críticas, en lo que respecta a las normales relaciones de convivencia cívica o familiar, parece evidente que la capacidad de empatía del ser humano es el principal fundamento de la actitud ética.
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7. Las habilidades sociales La palabra que tú digas, ésa será la que oirás. PROVERBIO GRIEGO
LA CAPACIDAD DE RELACIONARSE EFICAZMENTE
Si a la capacidad de conectar con los sentimientos de los demás (la empatía) le añadimos la de saber cómo influir sobre dichos sentimientos y transformarlos, podemos decir que estamos en condiciones de ejercer el sutil arte de las relaciones sociales. Pero si queremos llegar a dominar esta capacidad, debemos estar en posesión del control sobre nosotros mismos, de nuestras tensiones, impulsos, angustias y excitación, al menos de forma suficiente. Insistamos en ello: dentro de la inteligencia emocional, unas capacidades promueven el desarrollo y el dominio eficaz de las otras. El arte de controlar positivamente las emociones de los demás (el arte de las relaciones, en definitiva) pasa por el desarrollo de dos habilidades fundamentales: el auto-control y la empatía. Estas son las aptitudes que garantizan la eficacia en la comunicación con los demás, y cuya ausencia puede conducir a la ineptitud social o al fracaso interpersonal reiterado. Buena parte de nuestro poder de influencia sobre otras personas se debe al hecho de saber expresar y contagiar las emociones, lo que incluye tanto el control sobre la cualidad e intensidad del sentimiento como del sentido de la oportunidad para darle salida. Se trata de “balancear” equilibradamente aspectos como la franqueza, la autenticidad, la oportuna contención, el respeto por las reglas, la diplomacia y el riesgo. Y esto tiene tanto que ver con la intuición y la educación como con la experiencia. No está de más decir que nuestras posibilidades de balancear acertadamente nuestros canales de comunicación aumentan considerablemente con la atención y la práctica consciente. Quien cuenta con este bagaje se encuentra en condiciones de movilizar a otros, motivarles, persuadirles, influirles, apoyarles, proporcionarles placer o ayudarles a tranquilizarse.
Contactos armónicos No hay nada que influya tanto en que nos sintamos bien o mal en una determinada relación como el grado de sincronización que alcanzamos con el otro a través de los estados de ánimo. La reciprocidad y la armonía emocional generan una satisfacción íntima, placentera, de “flujo relacional”, el cual dota a nuestros contactos con los demás de una densidad positiva que, según las ocasiones, podemos traducir como cariño, camaradería, erotismo, fraternidad, amor, comunión o, simplemente, encanto.
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Se ha observado reiteradamente, tanto en situaciones comunes como en experimentos filmados, que ese grado de armonía se manifiesta en la forma en que adaptamos nuestros movimientos con nuestro interlocutor, algo que ocurre sin la intervención de la intencionalidad consciente y que, sencillamente, se produce a instancias de ese “flujo relacional” al que antes hacíamos referencia. Esta reciprocidad o acompasamiento que articula los movimientos de la gente con una buena vinculación emocional presenta el mismo tipo de sincronía observado por los especialistas en las relaciones entre madres e hijos bien sintonizados. Y ocurre aun cuando se trate de estados de ánimo negativos. De hecho, cuanto mayor es el grado de sintonía física existente entre dos personas, más tienden a asemejarse sus estados de ánimo, ya sean éstos positivos o negativos, y esto constituye la esencia del rapport, la versión adulta de la imitación motriz que se da entre el bebé y su madre. La capacidad de establecer un buen nivel de rapport constituye una de las claves esenciales del éxito en todos los ámbitos de las relaciones. Por poner algunos ejemplos, puede ayudarnos enormemente en nuestra convivencia familiar, la asistencia terapéutica, la atención a clientes, el trabajo en equipo o el ejercicio del liderazgo. En resumen, podemos decir que las ventajas sociales que disfrutan las personas con un buen nivel de inteligencia emocional (que se conocen a sí mismas, saben controlarse, motivarse, conectar con las emociones de los demás e influir positivamente sobre el estado de ánimo de quienes les rodean) resultan obvias, pero quizá no esté de más resaltar algunas de ellas.
LOS COMUNICADORES EFICACES
En pareja y en familia: Pueden ser padres cálidos, comprensivos y firmes, educadores lúcidos y pacientes, divertidos compañeros de juego, y cómplices sólidos, creativos y afectuosos, buenos amantes de su pareja. En el trabajo: Pueden destacar por su simpatía y su sentido del compañerismo, su facilidad para trabajar en equipo, sus cualidades para el liderazgo, su buena predisposición en el trato con los clientes, su habilidad para negociar y llegar a acuerdos, su tolerancia y su tacto para afrontar los posibles conflictos. En sus relaciones en general: Saben escuchar, acoger, intimar, seducir, y apoyar a la gente. Son atrayentes y comprensivos; conocen la forma de resultar encantadores. Buenos amigos, se sienten tan dispuestos para hablar en serio como para organizar una buena fiesta. Y también saben cómo utilizar sus relaciones para ayudar a otros o ayudarse a sí mismos, expresar los sentimientos colectivos latentes, interconectar a las personas en redes de colaboración y guiar un grupo hacia sus objetivos.
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8. La I. E. en el trabajo Y, si bien un grupo no puede ser “más inteligente” que la suma total de los individuos que lo componen, sí que puede, en cambio, ser mucho más estúpido en el caso de que su dinámica interna no potencie los talentos de los implicados. DANIEL GOLEMAN
EL PRECIO DE LA DUREZA
La falta de inteligencia emocional también tiene un coste. Esto es algo que en el mundo empresarial y en el ámbito laboral en general resulta casi una novedad. Es más, en la mentalidad del ejecutivo (y existen datos estadísticos que así lo prueban) predomina la idea de que su trabajo exige mucha más cabeza que corazón, incluso que la manifestación de emociones como la empatía y la comprensión hacia sus compañeros podría interferir con los intereses y los objetivos de la empresa. “La dura realidad hace que sea duro tener que tomar ciertas decisiones, pero así funcionan las cosas”. Esta forma de pensar tiende a desaparecer del sistema de creencias del mundo laboral. La lucha en la selva representa el pasado de la vida corporativa. El futuro está abierto para la gente rica en habilidades interpersonales. Todo lo expuesto anteriormente acerca de las lamentables consecuencias que tiene la alteración emocional sobre el rendimiento personal es aplicable en el trabajo. Cuando tenemos problemas que nos desestabilizan emocionalmente no podemos pensar con claridad, atender adecuadamente a la gente, ni tomar decisiones importantes. La ansiedad, el estrés y muchos otros sentimientos negativos narcotizan nuestra inteligencia. Por el contrario, las ventajas de dominar las habilidades emocionales fundamentales son evidentes: sintonizar con las personas que nos rodean, manejar las discrepancias con creatividad, influir positivamente en el ánimo de nuestros compañeros, trabajar manteniendo un “estado de flujo”... El liderazgo no se sustenta en el control de los demás, sino en arte de persuadirles para que colaboren en la construcción y consecución de objetivos comunes. Y, en lo que a uno mismo se refiere, nada más esencial que saber qué sentimos y qué tenemos que hacer para estar satisfechos con nuestro trabajo.
Puliendo nuestras críticas La crítica es una cuestión de feedback: cómo dar la información necesaria para que las personas corrijan su rumbo y recuperen el camino que conduce a la consecución de un objetivo. En la teoría de sistemas, el feedback implica el intercambio de datos acerca de cómo está funcionando una parte del sistema, entendiendo que todas las partes están relacionadas de tal modo que un cambio de una de ellas puede afectar a todas las otras.
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En una empresa, o en cualquier otro tipo de organización basada en el trabajo, toda la gente forma parte del sistema, y el feedback es como el conjunto de impulsos que circulan por sus circuitos nerviosos para llevar la información a cada parte y articular las acciones a emprender en cada momento. El intercambio de información permite que la gente sepa si lo que está haciendo está bien o si debe replantearse, corregir o perfeccionar algún aspecto de su trabajo. Sin feedback no se facilita el aprendizaje ni el progreso. Es necesario hacer saber a las personas lo que se espera de ellas, si se confía en su capacidad y si lo que hacen se adecua a las necesidades reales. A fin de cuentas, como ocurre en el matrimonio, la satisfacción y la productividad en el trabajo depende en gran medida de cuánto, cuándo, dónde y cómo se hable de los problemas que se presenten. Y la forma en que se expresan y se reciben las críticas constituye un elemento determinante para la motivación del trabajador en relación con su cometido, con sus compañeros y con sus superiores. El error más común que solemos cometer al expresar nuestras críticas es que las formulamos más como quejas personales que como advertencias acerca de algo sobre lo que se puede actuar. Nos tomamos las cosas como algo nuestro, nos indignamos, y en nuestras quejas cargamos las tintas con fastidio, ironía, y sarcasmo. No es de extrañar que obtengamos a cambio reacciones de defensa, de declinación de la responsabilidad y hasta de pasotismo. Como comenta la terapeuta Virginia Satir, todo aquello que daña la auto-estima dificulta la comunicación. Curiosamente, el efecto que suele tener una crítica mal hecha es la desmotivación de quien la recibe para cambiar de actitud a nuestro favor. El ataque personal tiene un efecto negativo inmediato sobre el estado de ánimo de la gente (cosa que todos sabemos por experiencia propia), y sin embargo es más utilizado que la alabanza. El feedback sobre el error supera en mucho al feedback acerca de la satisfacción y del logro. En muchos casos esto ocurre porque esperamos a decir las cosas cuando hemos llegado a un punto en el que “ya no podemos aguantar más”; de esta forma no estamos en disposición de controlar lo que decimos (recordemos el efecto de secuestro emocional) y nuestro enfado sale junto con la información: es, de hecho, la principal información que estamos dando.
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INTELIGENCIA EMOCIONAL COLECTIVA
La tendencia a considerar el equipo como la principal unidad de trabajo se está imponiendo rápida y extensamente en el mundo empresarial. Los grupos y equipos de personas con objetivos compartidos también tienen un coeficiente de inteligencia, constituido por la suma de talentos y habilidades de todos los implicados. Y la verdadera clave de un elevado nivel de inteligencia grupal es la armonía social y emocional lograda entre sus componentes. El ruido emocional de la rivalidad, el miedo, el resentimiento y el desánimo disminuyen el rendimiento de un grupo. La armonía interpersonal, en cambio, permite sacar el máximo provecho de las capacidades y aptitudes creativas de sus miembros. Recientes investigaciones demuestran que los trabajadores más sobresalientes no son, necesariamente los más listos (los de mayor CI), sino aquellos que poseen un mayor nivel de inteligencia emocional. Estos trabajadores presentan rasgos altamente significativos: son los más hábiles para lograr el consenso, son capaces de ver las cosas desde el punto de vista de los demás, son persuasivos, promueven la comunicación y el feedback y saben evitar los conflictos. En lo referente a su talante personal, se sienten dispuestos a tomar iniciativas y a asumir responsabilidades, saben motivarse y mostrarse firmes ante la adversidad y disponen del autocontrol suficiente para organizar de forma eficaz su tiempo y su trabajo. Así pues, el éxito de los equipos y, más aún, la supervivencia misma de las organizaciones, depende decididamente de su capacidad general para aprovechar la inteligencia emocional colectiva.
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9. La manipulación emocional a través de la comunicación degradante UN JUEGO PELIGROSO
Podemos afirmar, de forma simplificada, que un individuo está “centrado” cuando se encuentra en una situación de equilibrio personal que le permite utilizar y compartir eficazmente lo mejor de sí mismo. Cuando gozamos de una buena disposición de ánimo, tenemos nuestros recursos personales más a mano: pensamos con más claridad, somos más comprensivos con los demás o ante los inconvenientes que se presentan, tenemos más y mejores perspectivas acerca de las cosas y somos, en definitiva, más creativos y ecuánimes. Nuestra comunicación resulta fluida y nutricia. Sin embargo, determinados estímulos, externos o internos, tales como el estrés, los contratiempos, el mal humor, las críticas o la baja autoestima, pueden descentrarnos de tal forma que, momentáneamente (y a veces por largos períodos de tiempo) nos veamos privados del equilibrio que sería deseable para sentirnos dueños de nuestro estado y de nuestros recursos. Una de las consecuencias más directas de esta pérdida de referencia del equilibrio personal es la perturbación de nuestra comunicación, si bien con resultados muy distintos dependiendo de las personas y de su entorno. Lamentablemente, cuando ocurre esto no es infrecuente que, sin ser conscientes de ello, busquemos el restablecimiento de la energía perdida (la recuperación de un mínimo de estabilidad) mediante alguno de los patrones de manipulación típicos de la comunicación descentrada. Los patrones de manipulación son una forma de “montaje”, un recurso reactivo (normalmente inconsciente, insistimos) por el que optamos cuando estamos en baja forma, y cuyo principal efecto sobre las relaciones se traduce en el intento de desestabilizar a otras personas (que suelen ser aquellas que nos lo permiten: las más allegadas a nosotros), lo que a su vez podríamos entender en un cierto nivel psicológico como un “robo de energía”.
Descripción básica del proceso 1) Un estímulo interno o externo desencadena una reacción de sobreexcitación nerviosa, desasosiego, malestar, etc., (o bien ya tenemos un nivel de excitación previo, un estado negativo “predisponente”). 2) Ante la incapacidad de controlar nuestro estado de ánimo, proyectamos nuestra excitación compulsivamente sobre una o varias personas cercanas a través de la comunicación, infundiéndoles sentimientos paralizantes como miedo, vergüenza o culpabilidad.
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3) Si conseguimos que los demás reaccionen a nuestro gusto, permitiéndonos momentáneamente ejercer sobre ellos un control emocional de esta índole, podemos, al mismo tiempo, tener la sensación de que ese “poder” restablece en alguna medida nuestro nivel de equilibrio, o bien nos permite controlar en parte la situación (aunque sea de forma ficticia). Para conseguir esto adoptamos actitudes y manifestaciones ya tipificadas, que podemos englobar en cinco patrones o “perfiles”, acerca de los cuales existe un cierto acuerdo en la literatura especializada. Estos patrones son:
EL AGRESIVO / indignado
2
EL ARROGANTE / insatisfecho
1
EL EVASIVO / caótico
alternante (de 2 a –2)
EL RESERVADO / reprimido
-1
EL ABNEGADO / afligido
-2
agresivos
pasivos
Estas denominaciones describen dos facetas de cada patrón: la actitud observable (agresividad, reserva, abnegación) y el sentimiento interno más habitual o representativo de cada una de ellos (insatisfacción, represión, indignación, etc.).
LOS PATRONES COMO SÍNTOMA PERSONAL Y SOCIAL
1) TODAS las personas son susceptibles de adoptar alguna de estas actitudes, y tanto hombres como mujeres pueden pertenecer a cualquiera de los cinco tipos, o utilizar estas formas de comunicación consciente y voluntariamente, dependiendo del contexto. 2) Los patrones no son exactamente patologías, sino más bien una forma compulsiva de reacción, es decir: suponen una desviación en relación con el control que sería deseable. (Aunque, por supuesto, pueden adquirir carácter patológico si se consolidan en exceso dentro de nuestra personalidad). 3) En todo caso, existen grados: Uno puede ser desde ligeramente agresivo hasta muy agresivo, por ejemplo, y serlo en contadas ocasiones, con mucha frecuencia o continuamente. 4) También se dan frecuentemente como polaridades. Normalmente son dos: Una dominante y otra alternante. Puedo tender a manifestarme más bien como abnegado, sobre todo en mi trabajo y, sin embargo, ser arrogante en casa, con la familia. O al contrario.
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El efecto perturbador de las manipulación emocional. 1) Los patrones de manipulación, cuando se agudizan, dificultan enormemente las relaciones interpersonales. Son prácticamente incompatibles con un estado sereno, con la capacidad de reconocimiento o con la coherencia; es decir, con una comunicación nutricia y saludable. 2) En los grupos humanos (familias, organizaciones y equipos de trabajo), tienen un efecto contaminante, “epidémico”, que puede minar seriamente tanto el medio ambiente de convivencia como la eficacia general del sistema en relación con sus funciones y sus objetivos. 3) El uso y abuso de la manipulación como cosa normal puede dar lugar a un juego altamente peligroso: el de ser permisivos con el parasitismo emocional, y dar por bueno el “robo” de energía personal que supone desestabilizar a otros a instancias, principalmente, del propio malestar interno.
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AGRESIVO / indignado Comportamiento: Acusa, intimida. Proyecta su justa indignación sobre quien, según él, se lo merece. Se muestra superior, aplastante, en posesión de la razón. Grita, se tensa, enrojece de ira, da puñetazos en la mesa. Señala con su dedo justiciero al despistado, al débil, al que ha metido la pata. Si los demás no fuesen tan incompetentes, todo (el trabajo, la familia, el mundo) podría ir mucho mejor. De modo que él tiene que cargar con la misión de controlar con mano dura este caos inadmisible. Con su actitud parece decir: “No te atrevas a contradecirme o a poner en duda mi autoridad; compórtate como es debido, porque como me pierdas el respeto o te pases de la raya, vas a saber quién soy yo”.
Figuras comparativas: Un juez implacable, un matón, un dictador enfurecido. Sentimientos que experimenta: Indignación, cólera, rabia, frustración. Sentimientos que provoca en los demás: Temor, irritación, impotencia. Expresiones que utiliza: Generalizaciones del tipo: “¡Esto es una porquería, aquí nadie hace nada como es debido!” “¡Siempre tienes que meter la pata!” “¿Es que nunca te vas a enterar de lo que digo?” “¡Toda esa gente tendría que ir a la cárcel!” Cuando da feedback: Se muestra eminentemente crítico, demoledor. Cuando recibe feedback: Ofrece resistencia y provoca el enfrentamiento. Internamente: Suele sentirse solo, incomprendido e infravalorado. Una de las cosas que persigue con sus feroces críticas es, precisamente, ser tenido en cuenta. Si logra, al menos, que alguien se asuste y le obedezca, sentirá que representa algo, o, en última instancia, que ha conseguido ser eficaz. Creencias con las que se siente justificado: En la vida hay que ser fuerte, pelear por lo que quieres y salirte con la tuya. Si no actuase de esta forma, las cosas no funcionarían como es debido. En realidad no le hago daño a nadie, sólo intento ser útil y controlar las cosas. Los demás ya me conocen, y saben que en el fondo soy “un pedazo de pan”.
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ARROGANTE / insatisfecho Comportamiento: Engreído y tenso, fanático de su propio sentido del orden, actúa como un vigilante en la sombra. Estudia y conoce las debilidades de los que le rodean, pero no suele descargar su disgusto directamente cuando alguien hace algo mal y él se siente perjudicado. Frío, calculador y despreciativo, de mirada cortante, utiliza el interrogatorio para debilitar la posición del otro. Llegado el caso, no duda en acorralarte con una batería de preguntas hasta hacerte sentir indefenso y en evidencia. Desea que le presten atención y que le tengan en cuenta. Mantiene la espalda erguida, el cuello tieso. Desde su pedestal parece decir: “Yo te conozco bien, a mí no me engañas. Así que ándate con cuidado”.
Figuras comparativas: Un inquisidor, un fiscal, un policía interrogador, el látigo de tu conciencia. Sentimientos que experimenta: Insatisfacción, desprecio, distanciamiento. Sentimientos que provoca: Inferioridad, estupidez, mala conciencia. Expresiones que utiliza: Principalmente preguntas. ¿Qué pasa? ¿Es que no sabes lo que tienes que hacer? ¿Es así como arreglas tú este tipo de situaciones? ¿Es esta tu idea de un trabajo bien hecho? ¿De verdad pensabas dejarlo así? ¿No recuerdas lo que te dije? ¿Cuántas veces voy a tener que repetírtelo? Cuando da feedback: Acorrala, presiona, deja en evidencia. Cuando recibe feedback: Difícilmente se muestra conforme con una crítica hacia él. Suele disponer de argumentos para rebatirlo casi todo. Internamente: Inseguro en el fondo, necesita sentirse querido y valorado por los demás, para lo cual se esfuerza en parecer brillante y bien informado, dando continuas muestras su capacidad al tiempo que pone de manifiesto la incapacidad de los otros. Creencias con las que se siente justificado: Si eres inteligente tienes derecho a exigir consideración y respeto. La mayoría de las personas necesitan el estricto control de otras para hacer bien las cosas. La torpeza es inadmisible, producto de la falta de atención y de la pereza mental. Quien comete un error debe mostrarse avergonzado y arrepentido si desea enmendarse y ser perdonado.
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RESERVADO / reprimido Comportamiento: Se retrae, distante y enigmático, con la intención de seducir o, cuando menos, de despertar el interés de los demás. No suele mostrar sus sentimientos. Aparenta ser frío, contenido, tranquilo. Habla poco, concediendo el favor de abrir un resquicio en su intimidad. Desea parecer inteligente y bien informado (ser una persona “interesante”), para lo cual utiliza a veces expresiones y requiebros abstractos y algo enrevesados. Suele tener la voz apagada, con un tono neutro y monocorde. Desde su sequedad, parece decir: “Yo sé algo que tú ignoras y que podría ser tremendamente importante para ti. Si deseas averiguarlo, aproxímate y demuéstrame tu interés ”.
Figuras comparativas: Un intelectual tímido, un jugador con cara de póker, un artista presuntuoso e inaccesible. Sentimientos que experimenta: Vacío, sequedad, necesidad de cariño. Sentimientos que provoca en los demás: Desconcierto, suspicacia, desasosiego. Expresiones que utiliza: Son impersonales, abstractas, sin aludir a otros. “Creo que algunos entre los aquí presentes desconocen lo concerniente a…” “Es evidente que no se ha captado la crucial importancia de este tema…” “Desgraciadamente, uno no siempre puede decir lo que piensa…” “La vida es así de compleja, todo está sujeto a múltiples interpretaciones...” Cuando da feedback: Puede ser cínico y retorcido, evitando la confrontación personal directa. Cuando recibe feedback: Se muestra hermético, desea parecer impasible. Internamente: Desconectado de sus propios sentimientos, se siente, por otra parte, vulnerable, preocupado por su imagen. Piensa: “Dí lo correcto en todo momento. No cometas errores. No dejes que se trasluzcan tus emociones. Y como mínimo, intenta resultar interesante”. Creencias con las que se siente justificado: Es muy importante ser correcto y educado en todo momento. Los demás deberían intuir mi riqueza interior. Si no, ¿para qué molestarse? El equilibrio interno se manifiesta en el mutismo, la quietud y el silencio. La cabeza debe regir sobre los impulsos del corazón.
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ABNEGADO / afligido Comportamiento: Aunque tiende a lamentarse, se siente, al mismo tiempo, obligado a comprender siempre a los demás. Habla de forma conciliadora. Quisiera tener a todos contentos. Evita a toda costa los roces, las tensiones y los desacuerdos. Se disculpa. Da la sensación de no poder hacer nada por sí mismo, y tiene que recurrir a la aprobación de los que le rodean. Su postura física es un tanto desvalida, amortiguando los golpes de la vida. Su voz suele ser aguda, melosa y humilde a la vez. Con su actitud expresa: “Ya sé que no merezco más de lo que tengo, pero mi sufrimiento me hace digno de atención. ¿Es que no te das cuenta de tú eres el principal responsable de lo que me ocurre?”.
Figuras comparativas: Una víctima, un pedigüeño, un acomplejado. Sentimientos que experimenta: Aflicción, desprecio de sí, autocompasión. Sentimientos que provoca en los demás: Lástima, culpabilidad, desprecio. Expresiones que utiliza: “No te enfades; haremos lo que tú quieras.” “Yo sólo deseo lo mejor para ti.” “Si supieras cuánto he luchado por esto…” “Si pudieras comprenderme mejor…” Cuando da feedback: Se lamenta, se siente personalmente perjudicado. Cuando recibe feedback: Se justifica, se excusa, se muestra abatido por el estado de la situación. Internamente: Se siente un tanto desvalido, inferior, poco merecedor del aprecio ajeno. Está dispuesto a renunciar y a sacrificarse con tal de obtener la aprobación o la compasión de los demás. Creencias con las que se siente justificado: En la vida hay que ser bueno y saber renunciar en beneficio del prójimo. Si no actuase de esta forma, nadie me tomaría en consideración. Gracias a mí, la gente que me rodea se siente más tranquila y más valorada. Alguien tiene que sacrificarse para que esto funcione.
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EVASIVO / caótico Comportamiento: Se empeña en mostrarse irrelevante con respecto a lo que otras personas hagan o digan. Evita responder de forma concreta, y elude los temas comprometidos o de contenido profundo. Utiliza expresiones fuera de tono, desordenadas, sin venir a cuento. Intenta ser gracioso, cuando no salirse por la tangente. Durante una conversación puede ir de arriba a abajo, de derecha a izquierda; no enfoca hacia ningún punto concreto, y hace comentarios carentes de sentido. De forma rápida y desordenada, alterna los comportamientos de las otros cuatro patrones. Se mueve “demasiado”. Su mensaje de fondo sugiere: “Todo lo que digamos podrá ser considerado como una solemne tontería; de modo que no nos pongamos tan serios”.
Figuras comparativas: Un bufón, un animador simpático y extravagante, un niño caprichoso, un cuentachistes, un experto en fugas. Sentimientos que experimenta: Dispersión mental, agitación, aburrimiento. Sentimientos que provoca en los demás: Irrelevancia, mareo, pérdida de referencia. Expresiones que utiliza: Pueden ser de cualquier clase, mientras resulten chistosas o perfectamente irrelevantes. Su parloteo es compulsivo, con un discurso más bien desorganizado. Cuando da feedback: Si lo da, puede ser de forma perfectamente irrelevante, o en tono jocoso, o dando vueltas alrededor de la cuestión principal. Cuando recibe feedback: Ante la crítica, responde más bien con evasivas. Si encuentra la puerta de salida, lo más probable es que intente escaparse. Internamente: Se siente poco importante, fuera de lugar. No tiene punto de referencia estable. Poco comprometido en general. Tiene dificultades para ordenar sus ideas y para conectar con sus propias necesidades. Creencias con las que se siente justificado: La gente es demasiado seria; lo que hace falta es más ligereza y más sentido del humor. Pensar mucho es peligroso; lo único que consigues con ello es complicar más las cosas. Lo que mis amigos necesitan es reírse y pasarlo bien, y para eso estoy yo. ¿Para qué calentarse la cabeza? A vivir, que son dos días.
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EQUILIBRADO / sereno Existe, por decirlo así, una sexta tipología, que no hemos incluido dentro de las anteriores porque se trata de una actitud o posición ante la relación y el conflicto que es, en realidad, muy distinta de un patrón compulsivo: El equilibrado/sereno, es decir, el individuo que se encuentra en posesión de sus recursos y de su estado anímico, la persona serena, simpática, abierta y, en suma, centrada. Como “equilibrados” tendemos a mantener relaciones honestas, sinceras y nutricias; una equilibrada autoestima nos permite actuar con naturalidad y libres de temor. Cuando actuamos como personas centradas no necesitamos acusar ni desestabilizar a otros. Compartimos fluida y positivamente nuestra energía personal, y tendemos a establecer un tipo de contacto que resulta creativo, justo, generoso, afirmado y sincero. Desde el centro, en posesión de nuestras facultades, podemos incluso optar por cualquiera de los otros comportamientos (propios, en apariencia, de cualquiera de los perfiles), pero haciendo un uso consciente de ellos. A veces es necesario hacerse valer, quejarse, gritar, pedir disculpas, mostrarse humilde, sentirse francamente afectado por algo, contar un chiste, dar un portazo o aguantar el chaparrón en un silencio inmóvil.
Toda conducta puede servir como recurso o como límite, dependiendo del momento, el lugar y la gente involucrada. Cualquier comportamiento puede ser útil en algún contexto, y ningún comportamiento es útil en todos los contextos.
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10. Afrontar la compulsión Un samurai ávido de conocimiento consiguió ser recibido por un eminente maestro zen. Ya en su presencia, se plantó arrogantemente frente a él y le preguntó: - ¿Puedes decirme tú qué es el cielo y qué es el infierno? - No acostumbro a perder mi tiempo con patanes –dijo el sabio anciano. El samurai, encolerizado, desenvainó su espada. - ¡Tu insolencia te costará la vida! - Eso –replicó el maestro serenamente- es el infierno. El samurai, desconcertado, arrojó el arma lejos de sí y, comprendiendo, se inclinó ante el maestro pidiéndole perdón. - Y eso –dijo el sabio-, eso es el cielo.
CALMANDO LOS ÁNIMOS
Existen dos claras tendencias en relación con el desbordamiento emocional, el principal detonante de los patrones de manipulación: Una de ellas aboga por el desahogo y la expresión abierta, y la otra es partidaria de reprimir sensatamente las emociones desproporcionadas. Pero hoy sabemos que dar rienda suelta a las emociones negativas sirve, en la mayoría de los casos, para retro-alimentar la excitación, y que, por otro lado, la represión tajante genera disturbios de diversa índole. Dados, entonces, los claros inconvenientes que, en opinión de los expertos, plantean ambos extremos, parece una opción más sabia la propuesta por el tibetano Chogyam Trungpa cuando le preguntaron por el mejor modo de relacionarse con el enfado: “Ni lo reprimas, ni te dejes arrastrar por él”. Es decir: En líneas generales, lo más aconsejable es comenzar por calmarse (poner a “enfriar” los propios nervios) y después intentar entablar un diálogo lo más constructivo y sincero posible para tratar de resolver el problema de base. Como ya hemos comentado, la manipulación (y otras muchas manifestaciones del desbordamiento emocional) atenta directamente no sólo contra las personas afectadas, sino contra el medioambiente interhumano del que formamos parte en cualquier tipo de convivencia. Genera malos sentimientos, desmotivación, rencillas innecesarias y peligrosas dinámicas de grupo. En el contexto laboral, por ejemplo, todas estas cosas pueden convertir cualquier trabajo compartido, por estimulante y agradable que sea, en un verdadero infierno. Y ocurre también lo contrario. Todos hemos tenido la oportunidad de observar a personas que, debiendo realizar trabajos típicamente considerados como muy duros, son capaces de relacionarse de manera agradable y pacífica, y se las ingenian para mantener un ambiente de equipo que les permite acometer sus tareas de buen grado. Teniendo esto en cuenta, veamos algunas recomendaciones útiles para manejar diferentes casos derivados del comportamiento compulsivo.
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Primer caso: Qué hacer cuando NOSOTROS tendemos a la compulsión Los patrones de manipulación no sólo desestabilizan y degradan a los demás, sino que causan muchos y muy diversos problemas a quien se deja arrastrar a menudo por ellos. Si hemos notado una clara tendencia a adoptar alguno en concreto (o con alguien en particular) y deseamos poner remedio a esta situación, controlando nuestra comunicación e iniciando un progresivo acercamiento a nuestro centro personal, podemos tener en cuenta algunos consejos prácticos que consideración del alumno. No pretenden aportar soluciones universales, sino orientaciones que deben considerarse contextual y subjetivamente, según el momento, el lugar y las personas implicadas.
¿Cómo podemos aprender a controlarnos? 1. A largo plazo: MADURANDO, comprometiéndonos con el propio desarrollo y con el progresivo acercamiento a un equilibrio cada vez más estable. 2. A medio plazo: APRENDIENDO a hacernos cargo de nuestro propio malestar, sin descargarlo sobre otras personas. a) Por medio de la relajación o de otras estrategias de control consciente. b) Acostumbrándonos a hablar responsable y coherentemente de nuestros estados y sentimientos (por ejemplo, usando el “yo” antes que el “tú”). 3. A corto plazo: VIGILANDO nuestro estado y cuidando nuestra comunicación, interrumpiendo el patrón compulsivo cuanto antes, siempre que sea posible. a) Tomando conciencia de cuándo, dónde, con quién y por qué suele producirse este hecho, e intentando prestarle atención en los momentos precisos. b) Si existe un suficiente nivel de confianza (y si no, no está de más intentar generarlo), comunicando a las personas “clave” implicadas en este tipo de situaciones que reconocemos nuestra tendencia al desbordamiento y deseamos ponerle freno. Ellas pueden facilitarnos las cosas evitando provocaciones innecesarias y avisándonos (muy amablemente, por favor) cuando noten la inminencia del “momento crítico”. c) Adquiriendo el hábito de dar feedback clara y sinceramente cuando tenemos objeciones que hacer al comportamiento de los demás, buscando el momento y la forma más oportuna. Cuanto antes, mejor. d) Poniendo a “enfriar” los nervios, y abordando más tarde el problema.
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En este sentido, no es recomendable esperar a que se vayan sumando uno tras otro los “cupones” en contra de una persona determinada, y llegar a ese punto en el que lo que nos apetece es cobrarnos de golpe el malestar acumulado en contra suya. Cuando los ánimos están muy perturbados, y sentimos el impulso de descargar inmediatamente nuestros nervios, viene muy bien recapacitar (contar hasta diez, como suele decirse) y optar por hacer un paréntesis y tratar de enfriar los ánimos, distanciándonos suficientemente de las personas involucradas en el suceso. Ya tendremos la oportunidad de intentar una nueva forma de acercamiento poco después. Y en los casos en los cuales hayamos perdido el control, gritando, lamentándonos en exceso y “asediando” con cualquiera de los patrones a alguien en concreto, es muy aconsejable encontrar el modo de admitir abiertamente los inconvenientes de nuestro comportamiento ante el otro y pedir disculpas por haber entrado en ese peligroso juego. El hecho de disculparnos y admitir honestamente lo impropio de nuestro comportamiento facilita la reparación de la ofensa, y nos permite conectar de nuevo con nuestro centro personal, al tiempo que ayuda a la parte afectada a situarse en su punto de equilibrio y recuperar “la energía perdida”.
Segundo caso: Qué hacer cuando OTRAS PERSONAS adoptan esta actitud con nosotros Si nos parece que alguien con quien solemos tener una relación habitual ha adquirido o está adquiriendo la costumbre de tratarnos insistentemente de alguna de estas formas, en el momento en que deseemos hacérselo saber y decidamos “desestructurar” su patrón, debemos:
1) Reaccionar lo más serenamente posible ante su alteración, y buscar un momento apropiado para invitarle a hablar de esta cuestión. 2) Evitar entrar en los contenidos del tema que, supuestamente, ha dado lugar al desbordamiento y a la discusión, y abordar directamente el problema de relación: ¿Qué está pasando con nuestra comunicación? 3) Poner las cartas boca arriba: desenmascarar amablemente al otro, a ser posible manteniéndonos firmes en nuestra parte más real y equilibrada (sin caer en alguna actitud “complementaria” que estimule aún más la suya).
A modo de ejemplo: “Disculpa: tengo la necesidad de aclarar algunos aspectos de nuestra relación que son importantes para mí, y hay algo en particular que quisiera que me ayudases a entender: ¿Has notado que solemos alterarnos al tratar ciertos temas? ¿Por qué crees tú que tenemos que recurrir a esta forma de decirnos las cosas?” “¿Te parece realmente necesario... levantar tanto la voz? –al agresivo interrogarme de esa forma? –al arrogante
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mantener esa fría distancia? –al reservado utilizar un tono lastimero? –al abnegado dar vueltas y más vueltas? -al evasivo Recordemos que los patrones pretenden, normalmente de forma inconsciente, desestabilizar a los demás mediante sentimientos muy concretos. Por tanto, a continuación, podemos intentar clarificar las supuestas intenciones del otro, partiendo de su conducta específica: Al agresivo: “¿Es posible que desees hacer que me sienta culpable o asustado en este momento?” O bien: “¿Sabes que tu actitud me irrita y me hace sentir culpable? Sinceramente: me pregunto si es eso lo que pretendes, y para qué”. Al arrogante: “¿Sabes que cuando me interrogas de esa forma me pones nerviosa? Con esa actitud me estás haciendo sentir como una inútil, como una estúpida”. O bien “Por favor, deja de acorralarme de esa forma; lo único que consigues así es que te responda lo primero que se me ocurre para salir del paso. Hablemos más relajadamente, ¿de acuerdo?” Al reservado: “¿Te importaría ser más claro conmigo? No logro comprender qué es lo que piensas o qué deseas de mí exactamente. Me siento desconcertado. ¿Tienes algún inconveniente para sincerarte abiertamente en relación con este asunto?” Al abnegado: “¿Lo que estás intentando es que me sienta responsable de tu situación, que te tenga lástima?” O bien, por ejemplo, de una forma más campechana: “Hombre, Pepe, no hay porqué ponerse así. Vamos a acabar todos llorando, cuando lo que tendríamos que hacer es sacar conclusiones y ponernos rápidamente manos a la obra…” Al evasivo: “Creo que con esa forma de abordar las cosas, en lugar de entendernos mejor, nos estamos haciendo un lío. Vayamos al grano, por favor”. En todos los casos, por supuesto, desde una posición respetuosa, y teniendo en cuenta de quién se trata (grado de confianza, jerarquía, edad, madurez, susceptibilidad, etc.). Cada situación debe abordarse siempre según sus especiales condiciones. Todo depende del momento, el lugar y las personas implicadas.
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11. Las cuatro emociones básicas: ALEGRÍA, PLACER, RABIA Y DOLOR Sed como niños… (Mateo 18:1-5)
Estas emociones constituyen el presupuesto anímico del ser humano, y, de hecho, las podemos observar perfectamente en cualquier bebé. A decir verdad, pueden observarse en casi todas las especies de mamíferos. En un bebé sano se manifiestan de forma fluida. Puede pasar de una a otra inmediatamente, en consonancia con su experiencia interna o con la influencia del entorno. Encuentra un determinado juguete y se pone alegre, sonríe; alguien (otro niño, por ejemplo) le quita su juguete y, acto seguido, siente rabia y se pone a gritar, pero no consigue lo que quiere, y el dolor le hace llorar. Llega mamá, lo toma en brazos, le ofrece el pecho e inmediatamente pasa a un estado de gozo todavía con las lágrimas en la cara… Lamentablemente, a lo largo de nuestro crecimiento perdemos esta labilidad y se van produciendo atascos o bloqueos que dificultan el acceso y la manifestación genuina de una o dos de ellas. Y es importante recuperar la capacidad de sentirlas y exteriorizarlas, pues tienen relación directa con la energía vital y el equilibrio psicoenergético del ser humano. Puede ser altamente beneficioso para nuestra salud emocional, por tanto, practicar conscientemente para desbloquear su expresión y recuperar la espontaneidad y la ligereza. Nuestro niño interior lo agradecerá.
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12. Técnicas básicas de relajación 1.- Respiración profunda La respiración es un excelente inductor de relajación. El tomar consciencia de ella nos pone en contacto con uno de nuestros ritmos vitales más importantes. Para que sea efectiva es aconsejable que tenga las siguientes características: • • •
Ser lenta y libre de esfuerzo físico. Diafragmática, expandiendo el abdomen en la inspiración. Rítmica, con ciclos respiratorios similares.
La respiración lenta, profunda y rítmica desencadena lo que H. Benson denominó una reacción de relajación, que es la opuesta a la de "lucha o huida" desencadenada en las primeras fases del estrés, y se caracteriza por un ritmo cardiaco más lento, vasodilatación periférica y relajación muscular. Respirar es un ciclo que tiene una parte activadora y otra relanjante: el oxígeno estimula el cerebro y alimenta las células de todo el cuerpo. La inspiración libera tensión y anhídrido carbónico. (El cerebro pesa aproximadamente el 2 % de nuestro peso total, y consume alrededor de un 20 % del oxigeno que respiramos). Como complemento, puede crearse un mantra (una palabra o frase repetida) que acompañe a la respiración, facilitando la concentración. Se aconseja inspirar por la nariz, retener el aliento unos segundos y espirar por la boca aproximadamente en el doble de tiempo que la inspiración. En cualquier caso, lo importante es que la respiración sea cómoda. Cuando se ha adquirido un poco de hábito, se puede hacer en cualquier parte, durante unos momentos, cada vez que uno se sienta tenso o presionado. Es útil, además, imaginar lo más detalladamente posible como entra y sale el aire de nuestros pulmones y se libera la tensión, es decir, visualizar, sentir y oír el ciclo respiratorio, acompañarlo de olores, temperatura, etc.
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Preparación para la relajación •
Elección del lugar.
La mayoría de las personas necesitarán encontrar un lugar tranquilo, silencioso e íntimo para las primeras sesiones, dependiendo de su capacidad de concentración. Con la práctica, se puede hacer casi en cualquier parte. •
Elección del momento y duración.
Es útil programar las sesiones como un tiempo especial para uno mismo. Dado nuestro estilo de vida, el dominio de los imprevistos, etc., es fácil que la practica quede relegada a un segundo plano si no se ha establecido un momento idóneo. El tiempo dedicado a la relajación es como un depósito bancario: tanto la cantidad como la calidad del tiempo invertido generan un mayor valor. Las primeras veces es recomendable empezar con 15 ó 20 minutos. Después se necesita cada vez menos tiempo para conseguir un buen estado de relajación. En cualquier caso, cada cual determina el tiempo óptimo para él, en función de las aplicaciones que se pretendan y el dominio de las técnicas. Algunas personas experimentadas prefieren hacer 3 ó 4 minutos por sesión y varias sesiones al día. •
Creación de expectativas.
La relajación practicada regularmente facilita el desarrollo. El cambio forma parte natural de nuestra existencia. Es útil establecer una finalidad concreta antes de empezar la relajación. •
Estrategias iniciales de sugestión: mantras.
Los mantras son rutinas verbales o de pensamiento que ayudan a enfocar la atención y a mantener ocupada a nuestra mente consciente. Ello permite que el inconsciente trabaje más libremente, y dificulta la distracción con pensamientos erráticos o sucesos externos.
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•
Posición.
En principio, lo más importante es estar cómodo. pero debemos tener en cuenta el objetivo de la sesión. La posición de tumbado puede inducir el sueño. Si pretendemos hacer una visualización y seguir trabajando después de la sesión, es mejor que la hagamos sentados, con la columna recta (aunque sin tensión) y la cabeza erguida o apoyada en un respaldo. •
¿Ojos abiertos o cerrados?
Lo que resulte más cómodo. Al principio, suele ser más apropiado mantenerlos cerrados para favorecer la concentración. Si no tenemos dificultades para concentrarnos, da igual que elijamos una forma u otra. Algunas técnicas de meditación se aconsejan con los ojos cerrados, mientras que otras se practican con ellos abiertos. •
Facilitar cada vez más el trance.
Se aconseja incluir al final de cada sesión alguna sugestión para inducir más rápidamente un estado de relajación, por ejemplo: "puedo volver nuevamente a este estado de conciencia alerta haciendo respiraciones profundas y satisfactorias". La relajación se aprende. Todo el mundo puede encontrar un método que se adapte a sus preferencias. Cuanto más se practica, más fácil resulta.
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Consejos para facilitar la relajación 1.- Una buena predisposición. Nadie puede ser relajado en contra de su voluntad. No haga esfuerzos. Abandónese, déjese ir. 2.- Concentración. La mente puede tender a las divagaciones o al bloqueo de ideas. Cuando esto ocurra, diríjala con amabilidad hacia el hilo conductor de las sugerencias. Con la práctica, notará que cada vez le resulta más fácil acceder a un estado de atención profunda y sostenida. 3.- Imaginación. El recrear imágenes de forma visual, auditiva y cinestésica, con amplia riqueza de matices, contribuye sensiblemente a mejorar nuestra técnica para entrar en estado de relajación. 4.- Contacto sensible con el propio cuerpo. Sentir paso a paso los cambios que se van operando en los músculos, en la respiración, el placer de relajar el abdomen, los párpados, ser, en suma, consciente de los mensajes del cuerpo, le ayudará a relajarse más profundamente. Perfeccionar el diálogo con el cuerpo es ya una meta en sí. 5.- Convierta las ideas en imágenes en movimiento, e intégrese en ellas. Refleje sus pensamientos en conductas. 6.- Cultívese. Lo que piensa acerca de sí mismo, influye en la profundidad de la relajación, y es, a su vez, influido por ésta. Puede ser una buena fuente de autoconocimiento y desarrollo personal.
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Toma de contacto Las siguientes sugerencias pueden servir para orientarnos en los primeros pasos de la toma de contacto con uno mismo. Se trata de generar un estado de “predisposición interna” para iniciar procesos que requieran calma y conciencia, como relajarse, reflexionar o “tomarse el pulso emocional”.
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Busque un lugar confortable y tranquilo, donde pueda sentarse sin ser molestado.
•
Antes de empezar, piense un momento en qué es lo que pretende conseguir: intente definir y clarificar su intención.
•
Es mejor una postura equilibrada, con la espalda recta, que arrellanarse excesivamente en el asiento. Las manos pueden descansar sobre los muslos.
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Es preferible mantener los concentración y el descanso.
•
Inspire profundamente un par de veces, y a continuación mantenga la atención sobre su respiración durante unos minutos.
•
No fuerce su ritmo respiratorio. En todo caso, procure ir poco a poco conduciéndolo más con el abdomen que con el tórax.
•
La respiración es la vía principal de contacto. Sin dejar de enfocar la atención sobre las sensaciones percibidas al inspirar y al espirar, comience a chequear su estado presente.
-
¿En general, cómo se encuentra?
-
¿Está tranquilo, agitado, animado, preocupado, contento, entristecido, normal...?
-
¿Qué sensaciones y emociones más relevantes puede detectar en su cuerpo?
-
¿Hay alguna en especial que llame su atención?
•
No juzgue sus sentimientos o sensaciones, invierta unos momentos en “escucharse”.
ojos
cerrados.
Facilita
la
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Respirar con el abdomen Al principio, se aconseja realizar este ejercicio tumbado en la cama o en una colchoneta. Después podrá hacerse en cualquier postura.
• Apoye una mano sobre el pecho y otra sobre el abdomen, justo encima del ombligo. • Inhale lenta y profundamente por la nariz, intentando llevar la respiración directamente al estómago, de manera que la mano que tiene sobre el abdomen se eleve con cada inspiración. •
Mientras, la del pecho debe moverse lo menos posible.
•
Exhale el aire por la boca como si silbase silenciosamente.
•
Si tiene dificultades para inspirar con el abdomen, apriete con la mano mientras exhalas, y después inhale profundamente para que vuelva a levantarse. O bien utilice un libro o un objeto que pueda notar fácilmente.
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Una vez dominada la respiración profunda, puede utilizarla cada vez que sienta estrés, ansiedad o tensión. No hace falta que sea durante mucho tiempo (de dos a cinco minutos), sólo mientras sienta la necesidad.
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A medida que se relajes, concéntrese en sí mismo y en la propia respiración, sin forzarla. Luego puede volver a respirar hondo durante otros dos o tres minutos.
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Pregunte por sus emociones
Al comienzo del día ¿Qué hace que me sienta feliz ahora en mi vida? ¿Qué personas y qué cosas son las que más me alegran? ¿Cómo experimento esa felicidad? ¿Qué hace que me sienta estimulado ahora en mi vida? ¿Qué personas y qué cosas son estimulantes para mí? ¿Cómo experimento el estímulo? ¿De qué me siento orgulloso ahora en mi vida? ¿Qué es lo que me hace sentirme orgulloso? ¿Cómo siento el hecho de estar orgulloso? ¿Qué hace que me sienta agradecido ahora en mi vida? ¿A quién le estoy agradecido? ¿Cómo es para mí la sensación del agradecimiento? ¿De qué estoy disfrutando más en mi vida ahora? ¿Qué personas y qué cosas me hacen disfrutar? ¿Cómo me siento cuando disfruto? ¿Con qué y con quién estoy comprometido en el presente? ¿Qué hace que me sienta comprometido? ¿Cómo experimento el compromiso? ¿A quién quiero? ¿Quién me quiere a mí? ¿Qué es lo que me impulsa a amar? ¿Cómo me sienta amar y ser amado? Al final del día o de la jornada de trabajo ¿Qué he dado de mí hoy? ¿De qué diferentes formas he dado algo hoy? ¿Qué personas se han beneficiado de ello? ¿Cómo he contribuido a aumentar mi calidad de vida o la de otros?
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Control mental mediante respiración alterna
1. Siéntese en un sitio agradable, con una postura cómoda y equilibrada. 2. Apoye los dedos índice y corazón de la mano derecha sobre la frente. 3. Cierre el orificio nasal derecho con el dedo pulgar. 4. Inhale el aire lentamente por el orificio izquierdo. 5. Cierre el orificio nasal izquierdo con el dedo anular mientras abre al mismo tiempo el derecho, separando el pulgar. 6. Exhale todo el aire lenta y silenciosamente por el orificio nasal derecho. 7. Inhale ahora por el orificio derecho. 8. Cierre el orificio derecho con el pulgar y abra el izquierdo. 9. Exhale por el orificio nasal izquierdo. 10. Repita varios ciclos completos (como mínimo cinco).
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Soltar el lápiz
1. En su propio despacho o en una habitación donde nadie pueda molestarle, siéntese a la mesa y prepárese para relajarse física y mentalmente. 2. Coja un lápiz y levántelo del lado de la punta, sosteniéndolo con los dedos pulgar e índice a unos cinco o diez centímetros de la superficie de la mesa. 3. Apoye la cabeza sobre la otra mano y póngase lo más cómodo que pueda. Cierre los ojos, y sosiegue el ritmo de su respiración conscientemente. 4. Dígase a sí mismo que, cuando esté suficientemente relajado, el lápiz resbalará de entre sus dedos y caerá. Esta será la señal para abandonarse y dejarse ir por completo. 5. Imagínese en el centro de un gran remolino. Puede oír silbar el viento a su alrededor, pero usted está en medio de todo eso en un punto en el cual reina la calma, un lugar seguro y apacible. 6. El remolino se expande y gira cada vez más despacio, y el lugar que ocupa se ensancha dejando lugar a la luz del sol, una temperatura agradable, y una calma alejada de todos sus problemas y preocupaciones. 7. Continúe respirando despacio, aflojando todos los músculos en tensión. Si aparece alguna preocupación, dígase que podrá hacerse cargo de ella más tarde. Por el momento está tranquilo y relajado, en un lugar apartado de todo lo que no sea su propia calma. 8. Tranquilo y relajado... 9. Después de disfrutar de su centro de calma durante unos minutos, vuelva luego a lo que estaba haciendo con renovada energía, concentrado, con un estímulo sereno.
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Relajarse instantáneamente Cualquier estado puede asociarse a un “anclaje” determinado. En este caso usaremos una palabra o una frase corta que sea de su gusto y le sugiera sensaciones agradables (tranquilo y relajado, respira y afloja, ahora es el momento, calma, etc.). Esa expresión actuará, con un poco de práctica, como un generador de la relajación en cualquier momento que lo desee. Elija primero su palabra clave.
Primera parte (a practicar durante una semana) •
Respire profundamente. Diga la palabra clave.
•
Relaje las manos, los brazos y los hombros. Respire hondo. Diga la palabra clave.
•
Relaje los músculos del pecho. Respire. Diga la palabra clave.
•
Relaje los párpados, las mejillas, los labios, la mandíbula, el cuello. Respire hondo. Diga la palabra clave.
•
Relaje los músculos de la espalda. Respire. Diga la palabra clave.
•
Relaje el abdomen. Respire hondo. Diga la palabra clave.
•
Relaje las pantorrillas, los muslos, las nalgas. Respire hondo. Diga la palabra clave.
•
Repase su cuerpo en busca de restos de tensión. Afloje. Respire hondo. Diga la palabra clave.
Cuando haya practicado durante varios días la primera parte y logra aflojar la tensión a voluntad, pase a la siguiente fase.
Segunda parte •
Relaje todo tu cuerpo de una vez mientras respire hondo y piense en su palabra clave.
•
Inhale profundamente. Piense en la palabra clave mientras exhala, y repase su cuerpo en busca de cualquier resto de tensión.
•
Concéntrese en los puntos que necesitan relajarse y vacíalos de tensión.
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Un objeto especial Seguro que tiene en alguna parte un objeto que le agrada especialmente: una esfera, un anillo, una piedra, un llavero, un pequeño recuerdo de alguien querido. Lo único que tienes que hacer es sentarte a mirarlo sin pensar en nada concreto, sin intentar definirlo con palabras y sin asociarlo a ningún tipo de utilidad.
•
Escoge tu objeto. Ponte cómodo y respira hondo varias veces.
•
Colócalo sobre una superficie que esté a la altura de tus ojos, a unos treinta centímetros de ellos.
•
Míralo con calma y una especial atención. Contémplalo mientras mantienes relajados los músculos de la cara.
•
Fíjate en la forma, la textura y el color del objeto. Recórrelo con la mirada como si lo estuvieses tocando con los dedos.
•
Concéntrate ahora en cada milímetro, lentamente.
•
Deja que te lleguen sensaciones o palabras acerca del objeto, y que se vayan como han venido. No las rechaces, pero te las quedes.
•
Entrégate a la experiencia de explorar el objeto como si nunca lo hubieras visto y fuera lo más fascinante del mundo.
•
En cinco o diez minutos notarás el efecto sedante de esta experiencia.
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El guía interior En el mundo no hay nadie que sepa más de usted que usted mismo. El guía interior es una personificación de su sabiduría acerca de su naturaleza y de su propia experiencia, un ser imaginario cuya idealización puede ayudarle a clarificar muchos aspectos emocionales, mentales o físicos. Puede ser un amigo, un maestro, un personaje legendario o un animal totémico, como lo desee. Si en algún momento del ejercicio se siente incómodo con el guía o algo le asusta, interrúmpalo y vuelva a intentarlo en otro momento. Invocque a un guía agradable, generoso, cálido y seguro.
•
Busque un lugar confortable. Prepárese; cierre los ojos y respire profunda y lentamente durante unos minutos.
•
Imagine que llaman al timbre, y que camina despacio y con tranquilidad hacia la entrada.
•
Hay dos puertas. La interior tiene un cristal, y la exterior una pequeña malla de alambre.
•
A través del cristal ve la silueta de tu guía. ¿Cómo es, a simple vista? ¿Alto, delgado, bajo, grueso?
•
Abre Vd. la puerta de cristal y mira a su guía a través de la malla de alambre. Ahora puede verlo mejor. Fíjese bien en él. ¿Es alguien conocido? ¿Cómo son sus rasgos?
•
Cuando se sienta cómodo con él, abra la puerta y le invita a pasar y a sentarse. Antes de hablar con él, permítase observarlo con confianza, sonriendo, tocándolo o estrechando su mano, como quiera.
•
Pregúntele: “¿Puedo contar con tu ayuda?” Y espere la respuesta.
•
Si la situación es propicia, puede, a continuación, preguntarle lo que desee acerca de cualquier cuestión que sea importante para usted Hágalo lenta y conscientemente, sin apremios.
•
Al finalizar, despídase del guía y déjelo marchar. Tendrá ocasión de repetir la experiencia siempre que lo desee.
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