5 cuentos juntos 3 solitarios

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Índice Pág. Sin recuerdos……………………………………………………………………………………………………………………..2 Sin título………………………………………………………………………………………………………………………………8 Crónicas de R7………………………………………………………………………………………………………………..14 Sin título……………………………………………………………………………………………………………………………18 Sin título……………………………………………………………………………………………………………………………24 Sin título……………………………………………………………………………………………………………………………31 Un viaje inesperado…………………………………………………………………………………………………………36 El espejo ¿mi reflejo?......................................................................................................................39

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SIN RECUERDOS Me llamo Alazne y me encuentro en un grave problema. Tan solo tengo 19 años y en estos instantes me encuentro muy perdida. No puedo creer lo que estoy viendo. ¿Qué va a ser de mí? Todo comenzó hace cuatro semanas. Acababa de salir de un examen de psicología forense en la Universidad de Leioa cuando me encontré con mi amigo Ricky, al cual conocí durante los años de instituto. Ricky era un chico muy alegre, empático, bastante afeminado y siempre tenía algún chiste que contar. El hecho de que le gustara tanto ir de fiesta y su atractivo físico le ayudaba bastante en el tema del amor. Muchas eran las chicas que se habían quedado embobadas con sus grises ojos, su melena oscura tan bien cuidada y su cuerpo atlético y esbelto. Pero todo ello desaparecía cuando se enteraban de que era gay. Era raro verle en aquel edificio de la universidad, ya que él estudiaba en otra facultad. Se le veía más contento de lo normal. Cuando me vio, sonrió y se acercó hacia mí casi corriendo. Me dijo que algunos chicos de su facultad iban a montar una fiesta en su casa de Bilbao aquel fin de semana. Después de insistir un montón para que fuera, accedí no muy convencida. Yo no era una gran amante de las fiestas, pero al tener un amigo tan marchoso, no me quedaba otra que acompañarle alguna que otra vez. Llegó el día de la fiesta, eran las 18:00 horas y yo decidí empezar a prepararme. Cuando acabé ya era la hora de irme, Ricky iba a pasar a buscarme para ir juntos a la fiesta. Mi pelo negro llegaba hasta mis clavículas, dejando ver el escote de mi vestido del mismo color, como los zapatos, chaqueta y bolso. El ir tan oscura y ser tan morena hacía resaltar el azul celeste de mis ojos. El vestido era ceñido, pero no lo suficiente como para marcar las indeseadas curvas. Estaba bajando las escaleras para salir de casa, cuando mi padre me gritó desde el salón: -¡Alazne! ¿A dónde te crees que vas con ese vestido? Pareces una prostituta.- mi padre siempre había sido muy controlador y autoritario conmigo, sobre todo desde que murió mi madre hace 2 años. -¡Padre! Ya tengo 19 años; sé perfectamente lo que me tengo que poner y lo que no. - dije cerrando la puerta. Al salir me monté en el coche de Ricky, y partimos hacia la fiesta. Mientras aparcábamos en el parque de al lado de la casa, pude observar que esta era bastante grande y moderna. Tenía la fachada blanca con unas luces prominentes apuntando hacia ella. Dentro todo era un caos. La embriagante combinación del olor del sudor, alcohol y distintas colonias inundó mis fosas nasales. Para cuando me dí cuenta, Ricky había desaparecido. Supuse que habría ido a la cocina a por 2


alguna bebida. Atravesé la sudorosa masa de gente intentando no respirar mucho. Llegué a la cocina y mi amigo no estaba ahí. Aun así, decidí coger un vaso de vodka. Mientras llenaba el vaso un chico se me acercó y me sonrió. Le devolví una sonrisa nerviosa. A decir verdad, era bastante guapo. -¡Hola! Te veo bastante sola ¿no conoces a nadie? - me preguntó. -¡Hola! Sí, he venido con un amigo, pero no sé dónde se ha ido. -No te preocupes, estará por aquí disfrutando. Así que tú también disfruta - respondió dándome a probar un poco de su bebida. Lo único que recuerdo a partir de ahí es haberme despertado en una habitación de una casa desconocida para mí. A pesar de que estaba muy oscuro pude ver que tenía las paredes grises con muebles blancos; no había ninguna foto así que no pude saber de quién era. Me levanté deprisa de la cama para irme lo antes posible. Me faltaba un zapato pero como tenía tanta prisa salí corriendo con lo puesto. Cogí un taxi para no tener que volver descalza a mi casa y en 25 minutos ya estaba allí. Al llegar, la bronca monumental de mi padre me esperaba. Me reprochó no haber vuelto a casa en toda la noche sin ni siquiera llamar. Cansada, me fui a mi habitación y llamé a Ricky. -¡Hola bebé! -Hola Ricky. -Cuéntame qué tal se te dio al final la noche - dijo en tono burlón. -¿Cómo? - pregunté casi en estado de shock. -No te hagas la tonta y cuéntame lo que pasó con ese chico - insistió. -¿De qué chico hablas, Ricky? -¿Me estás hablando en serio? Te vi montándote en un coche con un chico. Me quedé callada un buen rato sin saber qué decir. Seguí hablando con mi mejor amigo y me dijo que solo sabía lo que me había dicho minutos antes. También me enteré de todos los ligues que había tenido este con todo tipo de detalles. Ricky no tenía remedio. No me venía la regla, llevaba dos semanas de retraso. Al principio pensaba que era porque en este último mes había adelgazado, pero me acordé de la fiesta y del supuesto chico con el que me había ido y me asusté. Aprovechando que mi padre no iba a estar en casa, hoy a la mañana he decidido ir a la farmacia más cercana a comprar un test de embarazo. Al volver a casa me he sentado en mi cama, mirando la caja que contenía el test. He estado mirándola durante varios minutos, replanteándome si debería o no hacer la prueba. La mañana después de la fiesta me desperté en aquella casa completamente vestida, solo sin mi zapato, por lo que supuse que no habría nada de qué preocuparse. Pero, no sabía lo que había pasado a 3


partir de empezar a hablar con el chico. ¿Y si había ocurrido algo? Estaría metida en un gran problema. No con muchas esperanzas de que saliera positivo, hace unos minutos he decidido hacer el test por si acaso. Mierda, mierda, mierda. No. No puede ser. Solo sé que hablé con él, pero Ricky dijo… ¿Qué voy a hacer? Me quiero morir, esto no está bien, nada bien. Seguro que es un error, ¿pero entonces qué pasó con ese chico?, ¿Por qué estaba en esa casa? Joder, ¡no me acuerdo de la dirección! ¿Dónde he dejado el móvil? Tengo que llamar a Ricky… No llores idiota, es lo que faltaba. -¿Sí? - contesta Ricky. -¡Ricky! - exclamo llorando- No sé qué hacer, no me puede estar pasando esto a mí. -Alazne, tranquila, deja de llorar y cuéntame qué te pasa. -Ay Ricky, llevo dos semanas de retraso. Me he acordado de que me fui con el chico de la fiesta a su casa, y para descartar la posibilidad de estar embarazada me he hecho el test de embarazo. Y… ha salido positivo. - rompo a llorar otra vez. -En diez minutos estoy en tu casa. Cojo el test mientras miro las instrucciones con la esperanza de haber cometido algún error. Estoy tan nerviosa que soy incapaz de leer las instrucciones por lo que me tiembla la mano. Lo dejo. Empiezo a controlar mi respiración y para cuando me quiero dar cuenta Ricky está tocando el timbre. -Alazne, tranquila, juntos vamos a encontrar una solución. Yo no conozco a ese chico, no es de mi facultad, así que vas a tener que intentar recordar lo máximo posible de lo ocurrido para poder encontrar la casa.- me dice después de contarle todo detalladamente. - No me acuerdo de nada de lo que pasó en la fiesta.- digo mordiéndome las uñas. Mi cara todavía sigue roja de haber llorado.- Cuando salí de ahí todavía era de madrugada, pero mientras esperaba al taxi creo haber visto que al lado había un parque enorme. Imagino que no era en el centro de Bilbao porque tardé más de lo normal en llegar a casa. -¿No te acuerdas de nada más? -Mmm… ¡Ah, sí! Pasamos por al lado del sitio donde ponen las barracas en las fiestas de Bilbao. -Vale, ya sé qué parque es, el Parque Europa- dice levantándose.- Venga, vamos. No hay tiempo que perder. Hemos estado dando vueltas por alrededor hasta que he reconocido el edificio del que salí hace un mes. Con la excusa de ser el cartero hemos conseguido entrar al portal. 4


- Ricky, tengo el presentimiento de que vive en el segundo piso, vamos. Me encuentro subiendo las escaleras. Cada paso que doy me hace sentir más insegura. ¿Quién será? ¿Cómo reaccionará? Decido tocar el timbre del 2ºC. Estoy tan nerviosa que oigo más los latidos acelerados de mi corazón que el propio timbre. Una chica alta y morena abre la puerta. -¡Hola!- saluda sonriente. Yo me quedo callada mientras intenta adivinar quién soy. -¡Hola! Lo siento, creo que nos hemos confun… -Nagore, ¿quién es?- pregunta alguien desde dentro de la casa. Es él. -Nadie Ekaitz. Son unos chicos que se han confundido- responde Nagore. -En realidad no sabía que Ekaitz vivía aquí. Necesitamos hablar con él. Pone una cara de confusión, pero acaba dejándome entrar. Ricky me sigue. Ekaitz está tumbado despreocupadamente en el sofá jugando a la Play Station. Para la partida y me mira. -Perdona, ¿quién eres? - me pregunta el chico de ojos verdes. -Soy Alazne, la chica de la fiesta. Tengo que hablar contigo, tenemos un problema. -Ah vale, cuéntame lo que me tengas que contar - baja el tono de voz - pero en otra habitación que está mi novia delante. Como si Ricky me hubiera leído la mente, se queda ahí hablando con la novia. Cuando entro en el cuarto me da la sensación de que sigue igual. En una esquina de este consigo reconocer mi zapato perdido junto a un montón de ropa sucia. No sé cómo empezar a contarle todo. -Bueno, ¿qué me querías decir? No tengo todo el día. - rompe el silencio. -Pues, para que engañarte, no sé por dónde empezar… No tengo ni idea de lo que pasó, pero estoy embarazada. - veo cómo progresivamente se pone blanco y empieza a abrir sus ojos de una manera exagerada. Traga saliva fuerte antes de decirme: -Tienes que abortar. -Emmm… No, no pienso abortar, voy a tener a este bebé. - respondo decidida. -Pues ten claro que yo no me voy a hacer cargo. Tengo novia y soy demasiado joven como para estar preocupándome de un puto niño. Su respuesta me deja helada. Tampoco pretendía empezar una relación con él, no sé… sólo necesito un poco de apoyo por su parte. -No te quedes tan sorprendida por mi respuesta. Has dicho que no te acuerdas de nada, has podido estar con más tíos, no me pases el muerto a mí. -Tienes razón en lo de que no me acuerdo de nada, pero sé perfectamente que yo me desperté en esta cama. - respondo bastante cabreada.

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-Puede haber sido otra habitación parecida a la mía - a medida que iba diciendo cosas la imagen que tenía de este chico ha cambiado totalmente. Me arrepiento muchísimo de haber empezado a beber con él. -Entonces, ¿cómo explicas que mi zapato esté ahí? - digo señalándolo. Seguimos discutiendo un rato más hasta que ya no lo aguanto más y me voy, no sin antes coger mi zapato. Salgo corriendo y bajo las escaleras. El aire frío golpea mi cara, por fin puedo sentir algo más que dolor y desilusión. Me siento en el primer banco que veo y rompo a llorar tan fuerte que hasta los niños y las madres que hay en el parque se dan cuenta. Nunca me había sentido tan vacía y sola. Noto que alguien me abraza, no me hace falta mirar quién es. Es Ricky, es fácil reconocer su colonia. No hace falta que le cuente nada, se imagina perfectamente qué es lo que ha pasado. -Antes de salir de casa te prometí que juntos íbamos a encontrar una solución. Voy a hacer yo el papel de padre del bebé. - hace una pausa y me acerca el zapato - Por cierto, se te ha caído el zapato, toma. A pesar de que mis planes de futuro se vean amenazados, y de que quepa la posibilidad de que mi padre me desherede, conseguiré compaginar todo y seguir adelante. Los tres juntos seremos muy felices. Andrea Anacabe, Anne Ponte y Gabriela Quispe

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Me sentía desolado, solitario, vacío y en cierta manera también decepcionado. Ya no sabía ni qué pensar de mí mismo. ¿Realmente era tan mala persona como me habían estado haciendo creer durante años? ¿Acaso me merecía yo este rechazo? La situación estaba acabando conmigo y yo lo que tenía era ganas de acabar con la situación. Estos últimos meses habían disipado cualquier tipo de duda que hubiese dentro de mí. Era una vida triste la mía, triste y muy solitaria. Hasta tal punto que llevaba ya cuatro meses sin salir de casa. ¿Para qué? Si aquellos paseos matutinos habían perdido por completo todo su encanto. ¿Con quién? Si desde la pérdida de mi mujer los días no eran iguales, el sol había dejado de brillar con la misma intensidad. Esa era la realidad, estaba solo y de hecho lo llevaba estando desde hace ya mucho tiempo. El fallecimiento de mi esposa fue un mazazo enorme para todos, pero todavía lo fue más todo el transcurso de su enfermedad. Maite padecía un tumor cerebral maligno. Desde sus primeros vómitos y dolores insoportables de cabeza que ella denominaba jaquecas, para no aumentar nuestra preocupación, desde sus primeros desmayos y su falta de coordinación al andar, desde entonces, supe que algo no iba bien. Ese fue el momento exacto en el que mi vida empezó a descarrilar. Maite intentaba no darle mucha importancia a aquello, esto es cosa de la edad decía. Hasta que un día en contra de su voluntad, sin aguantar más los malos ratos que le tenía que ver pasar, decidí ir con ella al hospital de una vez por todas. La peor de mis pesadillas se había hecho realidad, Maite, mi mujer, con quien estaba dispuesto a compartir mi vida, sufría una enfermedad terminal. No soy capaz de recordar peor día a lo largo de toda mi existencia. Todavía recuerdo su cara angelical saliendo de esa consulta, esas cuatro paredes, donde tantas fatalidades habían sido dichas. Acababa de ser informada sobre la realidad de aquellas insignificantes jaquecas y aun así continuaba con aquella sonrisa permanente que le caracterizaba. Fue muy complicado hacerles partícipes a nuestros hijos de lo que realmente estaba ocurriendo. La noticia fue recibida con lágrimas y con la impotencia de no poder hacer nada por la vida de su madre, a pesar de todo, nunca llegamos a perder esa pequeña esperanza que hay que mantener siempre en estos casos. La duración de la enfermedad fue dura y realmente dolorosa, pero creo que nada llegó a igualar a ese momento de entrar en aquella sala oscura, con una sola cama en la que se encontraba la que había sido la mujer más dicharachera que había conocido. Me rompió el corazón tener que verla en ese estado vegetal, totalmente inmóvil. Su alegre espíritu iba camino de convertirse en un recuerdo más. Sus ojos habían dejado de brillar, su piel blanquecina nada tenía que ver con esa tez morena que solía lucir en cualquier época del año. Se le veía apagada, ya no quedaba rastro de su melena negra que tantas horas podía pasarse peinando en frente del espejo. El cáncer la 7


había destruido por dentro y la quimioterapia por fuera. La radioterapia ya había cumplido durante el tiempo suficiente su función, era innecesaria la prolongación de su sufrimiento. La despedida de mi mujer había llegado, me apretó la mano con las últimas fuerzas que le quedaban mientras que con un hilo de voz pronunciaba sus últimas palabras. Ese sería el último “te quiero” que oiría salir de su boca. Por diversos motivos decidí que ni Ana ni Carlos estuviesen en aquella sala. Creí que lo más adecuado sería que mantuviesen en su recuerdo la verdadera imagen de su madre, y no la de esa mujer que había acabado siendo destruida por un cáncer. La imagen de esa mujer que tan feliz nos hizo y que tantas sonrisas era capaz de sacarnos. Estaba seguro que no le hubiese gustado vernos tristes, ni incluso en estos momentos tan difíciles y así se lo hice saber a nuestros hijos. Como era de esperar, que no les diese la opción de despedirse por última vez de su madre no fue algo bien recibido. En parte ya me había hecho a la idea de que esto podía suceder, por lo que se me hizo comprensible su enfado. Ana era la más temperamental y así lo demostraba con sus cada vez más frecuentes gritos y enojos. Carlos en cambio, era más sereno y supo encajar algo mejor el golpe. Se encontraban los dos en edades muy tempranas pero los cuatro años de diferencia entre ambos eran notables. El apoyo que recibí por parte de Carlos fue lo que hizo algo más llevadera la situación. Mientras tanto, Ana se pasaba el día encerrada en su cuarto y la convivencia con ella se fue haciendo cada vez más complicada. Se convirtió en una chica huraña, malhumorada y enfadada con el mundo. Este mal trago también influyó en sus estudios, en los que empeoro de una manera notable, hasta el punto de acabar perdiendo el interés de ir a la escuela. Es cierto que la pérdida de su madre todavía estaba muy reciente pero no lograba entender que la vida sigue y que su única opción era aprender a convivir y ser feliz con ese enorme vacío. Por el contrario, Carlos, a pesar de pasarlo igual de mal que ella, había sido capaz de canalizar su tristeza centrándose en los estudios. Nunca había sido un chico muy sociable pero este suceso acabó evadiéndole del todo. El tiempo fue pasando y como es lógico solía haber altibajos de ánimo, pero fuimos capaces de seguir adelante sin Maite. Los enfados de Ana fueron disminuyendo y la convivencia fue mejorando a su vez. Todo esto no hubiese sido posible sin la ayuda de los profesionales a los que asistíamos cada semana, era reconfortante sentir cómo alguien te escuchaba y te ayudaba a transformar toda esa ira en algo positivo. Ya había transcurrido año y medio más o menos cuando mi vida volvió a dar un giro inesperado, esta vez fue un giro favorable, aunque un tanto agridulce. Todo comenzó un día entre semana aparentemente normal en el que me disponía a coger el coche para ir a trabajar, tal y como hacía cada mañana. Mi sorpresa llegó cuando vi que mi vehículo estaba completamente magullado por el lateral derecho. No podía creer lo que mis ojos estaban viendo y tampoco podía quedarme de 8


brazos cruzados sin saber quién había sido el impresentable que me había fastidiado el coche. Pero en ese momento no tenía tiempo, mi trabajo era algo prioritario e iba a acabar llegando tarde. En cambio, la nota que estaba en la luna del coche sujeta por el limpiaparabrisas fue lo que acabó siendo prioritario aquella mañana. La nota decía así: “Siento lo ocurrido, espero poder solucionar las cosas de la mejor manera posible” y a continuación su número de teléfono. Leer aquella nota consiguió tranquilizarme bastante y llamé al número que se encontraba escrito inmediatamente. La conversación fue breve, nos citamos a las siete de la tarde en el mismo lugar donde había ocurrido el incidente. Enseguida llegó la hora y con ella una mujer preciosa que para nada habría imaginado. Fue muy amable y tras conocernos me invitó a una cafetería para hablar más tranquilamente de cómo organizaríamos los trámites del seguro. Para cuando me quise dar cuenta llevábamos dos horas sentados en aquella terraza y el asunto del coche no había quedado todavía resuelto, puesto que acabamos hablando de todo menos de eso. Resultaba ser una mujer muy interesante y cuantos más hablábamos más quería saber de ella. Acabó anocheciendo y el tema del mi coche sin solucionar. Esa fue precisamente la mejor excusa para vernos al día siguiente. El siguiente encuentro fue igual de interesante y ameno, por lo que nuestras ganas de seguir conociéndonos incrementaron. Empezamos a vernos a menudo, así durante algunos meses hasta que poco a poco comenzamos a establecer una relación algo más seria. Andrea había consiguió que paulatinamente fuese olvidando lo mal que lo había pasado, nos habíamos enamorado. Nos sentíamos muy a gusto cuando estábamos juntos, el tiempo con ella volaba, hasta tal punto que ya habían pasado diez meses desde la primera vez que nos vimos. Sentía la necesidad de contarles a mis hijos que había sido capaz de rehacer mi vida. Después de mucho meditar, reuní el coraje suficiente para presentarles a Andrea. Sabía que no sería algo fácil para ellos, a pesar de que hubiesen pasado ya casi tres años tras el fallecimiento de su madre, ellos la seguían teniendo muy presente. Yo también, en ningún momento había dejado de pensar en ella, únicamente había encontrado el cariño que me hacía falta en otra persona. Fue entonces cuando los reuní en el salón. -Ana, Carlos, llevo unos cuantos meses conociendo a una persona. La verdad es que en todo este tiempo a su lado me ha hecho sentir muy feliz. No quiero que penséis que con ella estoy reemplazando a vuestra madre ni mucho menos. Es una buena mujer que ha estado a mi lado estos últimos meses. -Chicos, esta es Andrea. Por un momento el silencio invadió la habitación. -No puedo creer que hayas hecho esto papá. Parece que fue ayer cuando mamá nos dejó y hay que ver lo poco que has tardado en buscarte a otra. Esas fueron las primeras palabras en romper aquel incómodo silencio, di por hecho que esta relación no sería bien recibida en casa, por lo que fui haciéndome a la idea de la que me venía 9


encima. Carlos en cambio, se dedicó a mantener silencio como en las ocasiones más complicadas solía hacer. Ana se fue llorando a su habitación, Carlos fue detrás. Andrea y yo nos quedamos solos en la habitación sin saber muy bien qué decir. -De verdad que lo siento, no creí que se lo iban a tomar de esta manera. Pensaba que después de todo lo que he sufrido se alegrarían por mí, por haber sido capaz de salir adelante. Debía de estar equivocado. Desde aquel día empecé a sentirme en una situación un tanto incómoda, estaba entre la espada y la pared. Me hacían sentir muy violento, como si tuviese que elegir entre mis hijos y la mujer a la que quería. En vista de que esa situación no mejoraría, opte por seguir viéndome con Andrea, eso sí, ya no volví a intentar llevarla a casa. Puesto que ni ella ni mis hijos estaban por la labor. El tiempo fue pasando y Ana poco a poco dejó de dirigirme la palabra. Esta etapa de mi vida en la que parecía por fin estar saliendo a flote volvía a hundirse. Y así acabó siendo, mis hijos se fueron haciendo mayores, Ana creció acusándome de no haber querido a su madre y Carlos en su burbuja permanente, sin implicarse, no fuese a ser que notásemos su presencia. Los años previos a su emancipación fueron realmente duros y más sin el apoyo de Andrea, a la que la situación le acabó por superar. Desde nuestra despedida todo se me hizo mucho más cuesta arriba. Aunque en parte era comprensible, quién querría meterse en camisa de once varas, estando con un hombre que no tenía las ideas claras y que no era capaz de llevar una vida normal con sus hijos y su pareja. Nadie habría querido que le hiciesen sentir culpable del estado en el que se encontraba mi familia. Cuando me di cuenta de que había perdido todo lo que me quedaba decidí tomar cartas en el asunto. Para Ana había dejado de existir y, en el caso de Carlos, el que parecía haber dejado de existir era él. Por lo que no tenía nada que me impidiese levantar el teléfono y llamar a Andrea, y así lo hice. Le puse al día de cómo había acabado todo ese embrollo familiar y volvimos a retomar poco a poco esa relación que un día dejamos atrás. Ahora Andrea y yo nos encontramos en nuestro mejor momento como pareja, acabamos yéndonos a vivir juntos y estamos más unidos que nunca. Aun así no hay un día que no me acuerde de mis hijos, un maldito día en el que no piense lo que puede llegar a acarrear una cabezonería como la de mi hija. A pesar de que hayan pasado años sin oír su voz, sigo sin perder la esperanza de levantar un día el teléfono y oír: -Papá. Idoia Bas

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CRÓNICAS DE R7 Desgraciadamente llegó el día que ninguno deseábamos. Yo estaba esperando a mis amigos delante del juzgado de Londres. El primero en llegar fue Gary, la alegría del grupo. Gary era un chico alto y robusto. Tenía una piel muy blanca y el pelo rubio. Siempre vestía ropa suelta, odiaba la ropa ceñida. Además era muy torpe y bruto y estos rasgos aumentaban cuando éste fumaba. Hacía que todos nos riésemos hasta ahogarnos y no porque fuese su intención sino porque nos hacía una gracia increíble ver cómo se quedaba después de un buen peta de hierba. Al poco rato llegaron los seis que faltaban en autobús. Bajaron de este cada cual con una cara más desconcertada. Decidimos juntarnos dos horas antes del juicio para preparar nuestra declaración de una manera convincente y para contar todos la misma versión de los hechos. Para ello fuimos a un parque que había cerca del juzgado y nos sentamos en unos bancos. El primero

en comenzar el ritual fue Nick. Sacó su grinder y comenzó a prepararse su porro. Axel, al ver esto, sacó su bolsita de sus calzoncillos y comenzó a liarse el suyo. Al cabo de cinco minutos

todos estábamos con un canuto entre los dedos recordando historias del verano. Era como si nos hubiésemos olvidado completamente del juicio. Todos estábamos calmados riéndonos, totalmente despreocupados. Por un instante me sentí tranquilo, sentía que no tenía ningún problema del que preocuparme. A lo mejor era esto la razón de nuestra adicción.

Miré a mí alrededor y a pesar de que el panorama fuese difícil de apaciguar, traté de calmar el ambiente. Alce la mirada y vi a Sam dubitativo, sabía que él también estaba pensando en el juicio. En aquel momento me acordé del día en el que todo sucedió. Era una tarde de sábado como otra cualquiera y el local estaba lleno. Toda la cuadrilla al completo estábamos sentados repitiendo la costumbre; todos fumábamos y reíamos. En la mesa del centro un altavoz sonaba al ritmo de una base y a su alrededor, los chavales comenzaban a improvisar. No es que musicalmente hablando fuesen buenas pero sin duda estas improvisaciones eran todo un espectáculo. Por supuesto había de todo, Sam y Axel sobresalían entre todos los demás, ya que destacaban por sus rimas. Por otro lado, había otros como Gary o Jordan que aunque lo intentaran sus situaciones no les permitía rimar. Era un milagro que siguiesen de pies. Pasaron las horas hasta que anocheció, por la única ventana del local salía una humareda con olor a marihuana. Puede que fuese eso lo que alertase a la policía o puede que alguien les avisase 12


por el ruido que había en el interior, el caso es que para cuando nos dimos cuenta la pesadilla que durante tanto tiempo habíamos evitando llegó para quedarse. Yo estaba sentado al lado de la puerta, como siempre hacía, para facilitar mis negocios. De pronto, un policía calvo de unos 40 años de edad abrió la puerta bruscamente. Con actitud chulesca nos advirtió de las quejas que había recibido. No tardó en darse cuenta del panorama,

sobre las mesas había tanas, grinders... La música que solo hace unos minutos alegraba el ambiente ahora enmudeció, como todos mis amigos. Veía sus pálidas caras, en shock, mientras los agentes rajaban sofás, nos cacheaban y miraban en todos y cada uno de los recovecos del local. Veinte minutos después, los policías dieron su trabajo por finalizado y requisaron todo lo encontrado. Cuando marcharon en sus coches todos empezaron a hablar sobre lo ocurrido y sobre lo que pudiese ocurrir. Sin embargo, yo no hablaba, mi cara mostraba una mueca de desconcierto como a alguien a quien le dicen que es enfermo terminal. No sabía dónde meterme. Todo había cambiado en cuestión de dos horas, de la monotonía a la que éramos adictos, a un futuro incierto que no deparaba nada bueno. Recuerdo como la mañana del día después deseaba no levantarme de la cama, no quería afrontar la chapa de mis padres sobre lo de anoche. Pensé para mis adentros: << Joder Hassim, se ha liado, se ha liado bien gorda. Todavía ni te haces a la idea de lo que te esperaba. Sabes que eres el mayor culpable de lo de ayer, la mayoría era tuyo. ¿Crees que los demás te van a defender y se van comer el marrón contigo? >> Me levanté de la cama y fui al baño. Después, desesperado me acerqué hacia la cocina, iba a paso muy ligero para no despertar a mis padres pero para mí desgracia ellos ya estaban despiertos. Cuando les vi la cara ya sabía la que me iba a caer, no me atrevía a decir nada por miedo a lo que me pudiera decir mi madre. -

Explícame qué hacíais con todo eso en vuestra lonja.

No me atreví a responder a lo que me acababa de preguntar. -

La policía nos ha dicho que ayer encontraron 300 gramos de marihuana, una gran parte

repartida en bolsitas. ¿Es eso verdad? -

Sí es verdad, pero nada de eso es mío.

-

¿Y de quién sino?

-

No te lo puedo decir.

-

Bueno, nosotros confiamos en ti. Pero está claro que tú y tus amigos os habéis metido en

un gran lío y que vais a sufrir algunas consecuencias por eso. -

Ya lo sabemos.

-

Ten claro que si llega una multa la vas a pagar tú, nosotros no nos hacemos responsables.

E intenta a partir de ahora no estar con personas que andan con drogas.

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Ahí acabó mi conversación con ellos. No sabía qué responderles a lo que me estaban diciendo y me sentía mal por haberles mentido. Pero no me quedaba otra. Todavía no podía creerme lo que había pasado la noche anterior. Llegó la tarde y me fui al parque donde solíamos ir, ninguno de nosotros sabía qué hacer en ese momento, no queríamos volver a la lonja por miedo a que volviera la policía. Intentamos pensar en lo que íbamos a hacer, y al final decidimos que ninguno íbamos a decir a quién pertenecía aquella marihuana. Los meses siguientes fueron muy extraños, no volvimos a nuestro local y nos pasábamos todas las tardes en la calle muertos del frío. Al cabo de 5 meses llegó una carta citándonos a los ocho en el juzgado de menores, para declarar lo sucedido y saber cuáles serían las temidas consecuencias. Al fin llegó la hora de entrar al juicio y lo único que habíamos conseguido en este rato fue que Jordan se agarrara un buen colocón. Entramos al juzgado con los pelos de punta e intentamos contener la risa cuando el negro se tropezó y casi acabó en el suelo, no sabía si reír o llorar. Una vez sentados todo fue más fácil a pesar de los nervios acumulados. Richard y Steven salieron a declarar. Les hicieron preguntas sobre lo sucedido y ya que los dos eran inteligentes y habían acordado una versión idéntica todo fue sobre ruedas. Tuvimos la suerte de que por ser menores no nos tuvimos que enfrentar a una sanción económica. Las consecuencias fueron un par de semanas de servicios a la comunidad. Teníamos opción a elegir nuestra sentencia, y ya que era verano decidimos limpiar la playa de Brighton. Lo que pensábamos que iba a ser nuestra peor pesadilla se convirtió en una gran experiencia ya que acabamos todos juntos en una playa con un canuto entre los dedos y quitando la poca basura acumulada con un canto entre los dientes procedente del alivio del leve castigo, acompañado del efecto de los porros. Eneko Altuna, Juan de las Heras, Danel León y Eneko Zabaleta

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Su imagen tocando mi cuerpo me destroza por dentro, me quema lentamente, no duermo, no siento, no como...Desde aquel día no soy la misma. No somos. No puedo dejar de pensar en el llanto que veía en mi madre a través de sus ojos, de cómo mis palabras eran pedradas en su alma. Ya han pasado tres semanas, 21 días, 504 horas, y os aseguro que no ha habido día en el que el recuerdo no me haya perturbado.

María me esperaba en su casa, me vestí, me pinté los labios de rojo, cogí dinero de la cartera de mi madre y salí de casa. Esta nochevieja sería diferente, sería mejor… María quería un vestido largo, elegante. Yo buscaba algo más fiestero, un vestido cortito, a poder ser negro, con lentejuelas. Nos recorrimos toda la Gran Vía de Bilbao, y al fin, a las 9 de la noche acabamos. Di con el vestido perfecto. Regresé a casa.

Era de noche, era el momento. Me acerqué a la cocina. Allí estaba mi madre. Una taza color magenta desprendía un aroma a café y de fondo se escuchaba el documental de la dos de la televisión del salón. -Mamá, ¿qué tal te ha ido el día? -Bien, muy bien. La señora Gómez está mucho mejor, hoy hemos podido charlar un rato y estoy muy contenta por ella. Mi madre trabaja cuidando a tres señoras a la semana. Los lunes y viernes, está con Carmen Menéndez y Marina Baudor; los martes, sin embargo, con Gloria Gómez. Lleva muchos años trabajando para ella y la tiene un cariño especial. Es la típica señora mayor que, por circunstancias de la vida, se ha quedado sola y aprecia como nadie cualquier muestra de cariño. Tienen una relación muy especial que me encanta porque a mi madre le hace muy feliz poder ayudarla. Vi que era el momento y sin pensarlo dos veces le dije: -Mamá, esta Nochevieja voy a salir de fiesta con María y unos amigos. ¿Podría ir? -¿De fiesta? ¿Dónde pretendes ir de fiesta con 16 años el último día del año? -Vamos ir a la sala Flash, en Bilbao. -¡Ah! ¿Y hasta qué hora vais a estar? -No lo sé, sobre las 7-8 volveremos. -Lucía cariño, esa es una discoteca para mayores de edad. Encima, no me parece que con dieciséis años tengas edad como para volver a esas horas de la mañana.

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Vete a la mierda, pensé. Me fui a la cocina dando un portazo de rabia. Me metí en mi cuarto. Siempre que algo me sienta mal lo hago. Y es que, ¿por qué no puede ser como el resto de las madres? ¿Por qué no puede dejarme que disfrute de mi juventud? siempre encuentra alguna excusa para chafarme todos los planes, siempre, pero esta vez, no lo va a conseguir.

Pasaron tres días desde aquello y yo seguía enfadada. Pero hoy le notaba diferente, no sé, como si estuviera más comprensiva conmigo... Y la teoría se confirmó cuando de repente me dijo lo siguiente: -Lucía, he pensado que, me parece bien que salgas siempre que lo hagas responsablemente. No me hace mucha gracia que sea una discoteca para mayores de edad, que incluye alcohol y seguro que drogas. Así que, en cuanto te encuentres un ambiente inapropiado, me llamas y voy a buscarte sin ningún problema. La segunda norma será que cenarás conmigo y la abuela. Te quiero a las 6 en casa y vendrás acompañada de Miguel, el hijo de Ana, la vecina. Un aire de euforia recorrió mi cuerpo. ¡No me lo podía creer! No me caía muy bien Miguel, la verdad que me da un poco de miedo incluso. Serán sus pintas, será su olor a marihuana, no lo sé. Pero bah, me dejaré de prejuicios porque… ¡PODRÉ SALIR! Le enseñe mi vestido a mi madre, le gustó mucho. Me sacó de una cajita que tenía en su cuarto unos pendientes que le regaló mi padre el año anterior a morir. Se le caían las lágrimas al hablar de él y de la historia de esos pendientes. Le echamos tanto de menos… Cada noche pienso en él, si estará orgulloso de mí, si le parecerá bien todo lo que hago… Sé que me quiere. Sí, lo hace, desde un lugar que no conozco, pero lo hace. Nunca me dijo que me quería pero, como dice mi madre, hay muchas maneras de querer y demostrar ese amor... Me miraba de forma muy especial, siempre venía a verme jugar a baloncesto, se encargaba de cuidarme, de mimarme… Ya hace 6 años que se fue y todavía no me he hecho la idea.

¡No me lo podía creer! ¡Qué alegría más grande! Llamé a María para contárselo rápidamente, no se lo podía creer por fin ya íbamos a salir sin ningún tipo de problema, ¡no teníamos que mentir!

Llegó el día, 31 de diciembre. Estaba nerviosa, muy nerviosa. Por una parte, me daba miedo, mi madre me lo había advertido. Era una discoteca para gente mayor que yo, no conocía a los amigos de María, la ubicación tampoco era buena y me daba miedo. Pero bah, seguro que luego 16


no pasaba nada, sería una noche genial. Empecé a prepararme. Me maquillé. Mucho pero no demasiado, de tal manera que la base unificaba toda mi piel. De tal manera que mis ojos resaltaban, brillaban con luz propia. El vestido que compré con María me sentaba realmente bien. Me puse los pendientes de mi madre. Suspiré, sonreí, cogí el bolso y me dirigí a la puerta para salir. Mi madre me agarró de la mano y me dijo: -No te separes de María ni de tus amigos ni un segundo. Cuídate, y en cuanto veas que las cosas no van como deberían, no dudes en llamarme. Te quiero, pásalo bien… ¡Vuelve con Miguel! Le sonreí y me fui. Ya eran las dos de la mañana y estábamos llegando a la discoteca. Llegamos. Aquello estaba abarrotado de gente. Besos, abrazos, todos celebrando el año nuevo. Algún que otro borracho y alguno que “descansaba” tirado en el suelo. Salí del coche. Me sentía tan guapa... Aquella noche no me la estropearía nadie. Nos acercamos a la puerta de entrada. Una larga cola acababa en el control de un hombre de seguridad. Estaban pidiendo los DNI. Me empezó a entrar el pánico, nos íbamos acercando más y más… Como no me dejaran entrar… …Pasé, ¡pasé! ¡Qué grande era eso! Entré sin problema. ¡Uau! Aquello era enorme y una oleada de gente joven ocupaba el local. Era de película. Las luces recorrían todo el público y la música retumbaba en mis oídos. Que subidón. Mi cuerpo no aguantaba quieto, empecé a bailar esperando la cola del guardarropa. Dejé la cazadora y ¡a la pista! Nos metimos entre la muchedumbre. La temperatura subía según avanzábamos entre la gente. Una canción tras otra, no dejaba de bailar. Conocí a muchísimos amigos y amigas de María. Es una pasada, no hay persona en esta discoteca que no conozca a María. Es lo más sociable que he conocido nunca. ¡ Acabe bailando incluso con el portero! Estaba tan feliz... Me lo estaba pasando tan, tan bien, que sin darme cuenta dieron las 6 de la mañana. Escribí a Miguel para ir yendo ya para casa. Habíamos quedado que sobre esa hora, contactaríamos por teléfono. Para las 6:45 me contestó. Me acerqué al sitio donde quedamos. Allí le vi. Con su pandillita. Madre mía, que pintas llevaba. ¿Le habrán dejado entrar a la discoteca así? Según se acercaba me fijé en sus ojos. Vaya tela. Entre las pintas que llevaba y lo colocado que iba cualquiera por la calle cambiaría de acera.

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Nos dirigimos hacia casa. Se limitaba a contestarme con monosílabos. ¡Encima! Yo que me esforzaba por romper ese silencio incomodo, así me lo agradecía. Pues nada. A mitad del trayecto a casa el silencio dejó de ser incómodo y se limitó a ser eso, silencio. Yo iba pensando en mi gran noche, en lo mucho que había bailado y lo feliz que estaba. Llegamos por fin a casa. Tenía unas ganas de dormir… A veces, la puerta del portal se atasca y no abre. Y eso nos pasó. En vez de despertar a mi madre, propuse entrar por el garaje. Entramos sin problemas. Iba mirando el móvil camino al ascensor cuando Miguel, me cogió por detrás, me apretó contra él y empezó a besar mi cuello. ¿Pero qué haces? ¡Miguel! ¡Quita! ¡Para! Empezó a tocar todo mi cuerpo de arriba abajo. No podía ni respirar. ¡Socorro! Pataleé, grité, le mordí, le pegaba como podía pero él era más fuerte. Me subió el vestido y me bajó las medias, yo las intentaba subir. Lloraba con rabia, sin consuelo. ¡Socorro! Me apoyó sobre un coche azul, me intenté incorporar y ¡pam! Un puñetazo golpeó mi ojo. No puedo describir la sensación de vulnerabilidad que sentía. Aquel monstruo podía hacer conmigo lo que quisiera porque a partir de ese golpe no era prácticamente consciente de lo que pasaba. Era tan grande el dolor que me limitaba a respirar e intentar ver algo. Solo sé que notaba su violencia entre mis piernas y que mi llanto iba perdiendo intensidad. No me preguntéis por qué razón pero en un arrebato de rabia me armé de valor y con todas mis fuerzas le pegue una patada en el estómago. Conseguí que le doliera pues se retorcía en el suelo. Aprovechando la ocasión, sin pensarlo dos veces, me metí en el ascensor y subí. Mi respiración iba a dos mil por minuto, todavía no estaba a salvo. Salí del ascensor y empecé a tocar el timbre de mi casa como una desconsolada. Por fin abrió mi madre, entré y cerré la puerta de un portazo. Fue entonces cuando me derrumbé por completo. Abracé a mi madre tan, tan fuerte... Lloraba y lloraba pero sabiendo que entre sus brazos nada iba a pasarme. Ella no paraba de preguntarme, ¿Quién te ha hecho esa barbaridad en el ojo? ¿ ¿Has vuelto con Miguel? Pero cuando vio mis medias sobre los tobillos... Dejo por un momento de abrazarme, me puso delante de ella y me preguntó claramente esperando una respuesta rápida. ¿Quién te ha hecho todo esto?- Su rostro estaba pálido, sus ojos se humedecían por momentos y sus brazos temblaban. Cogí aire y con la voz resquebrajada contesté como pude, - Miguel. June Landa

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¿Quién hubiese imaginado que volvería al punto de partida? Estoy harta. Ya no puedo más. Tengo que acabar con esto de una vez. Después de 10 años con Hamza, me he dado cuenta de que poco a poco me está anulando como persona. Simplemente por el hecho de ser su mujer piensa que soy de su propiedad y que tiene el derecho de hacer lo que quiera conmigo. Cuando le conocí no era así, pero durante estos últimos años ha cambiado totalmente su actitud. Hace poco más de un año conocí a Mohamed, ahí me di cuenta de que él era la razón principal por la que Hamza había cambiado tanto. Mohamed tenía una forma de pensar en la que el hombre estaba muy por encima de la mujer, es decir, un machista en toda regla. “Me voy. Lo siento, pero no aguanto más así. Por muy feliz que hayamos sido durante mucho

tiempo, tienes que aceptar que ya no me tratas igual. Tu actitud ha cambiado por completo y no me lo puedes negar. Cuando estés leyendo esto, ya estaré en busca de una vida mejor. Recapacita.”

Hoy me he decidido a llamar a Aisha para pedirle el favor de mi vida. -Hola Aisha. -Cuánto tiempo, Nawyra, ¿qué quieres? -Necesito que me ayudes en una cosa muy importante para mí, pero esto tiene que quedar entre tú y yo. -Cuéntame, ya sabes que puedes confiar en mí. Aunque me imagino de qué puede tratarse. -Es por mi marido. Tengo que huir del país. Lo único que me falta es un coche para llegar al aeropuerto y en la única familia en la que confío es en la vuestra. Ya he conseguido el dinero suficiente, he averiguado dónde lo esconde mi marido. -Por lo del coche no te preocupes, Ahora mismo hablo con mi marido, pero de todas formas en cuanto lo confirme te llamo. Por fin lo he conseguido. Todavía no me creo que en menos de 2 horas esté abandonando mi país, Etiopía. Nunca había viajado en avión, pero por lo que me contaba mi marido sabía que era común que hubiese mucha gente en lugares como aquel y que, por supuesto, sería un auténtico alboroto. Estaba muy nerviosa e incluso empecé a pensar que había sido mala idea abandonar a mi marido

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y aún más habiendo usado su dinero para huir de él. No paraba de darle vueltas a aquello. Me sentía culpable de lo que estaba pasando. Me estaba empezando a agobiar y, poco a poco, notaba que me costaba respirar cada vez más. De pronto, David, un español de 28 años de pelo castaño y ojos azules se me acercó e intentó consolarme como pudo. Empezamos a hablar sobre mí. Hablaba con mucha fluidez mi idioma aun siendo extranjero. A decir verdad me sentía a gusto conversando con él aunque lo hubiese acabado de conocer. Tras haber tenido una grata conversación sobre mí y el porqué de que estuviese en aquel avión, era el turno de que me contara algo sobre él. Afirmó que estaba haciendo un viaje de negocios en aquel momento, pero a medida que proseguía con su historia, empecé a sospechar de que esta fuese mentira, ya que poco a poco está cobraba menos credibilidad. Aun así, el deseo de poder contar con alguien en esos momentos tan complicados de mi vida fue más fuerte, y opté por no darle importancia a lo que me pudiese estar ocultando. Él me dijo donde se iba a hospedar el tiempo que iba a estar viviendo en Nueva York por si acaso en algún momento necesitaba su ayuda. Tras 15 horas en aquel avión, finalmente llegué a lo que sería mi nuevo hogar, y donde, por supuesto, empezaría una nueva vida alejada de Hamza. El tiempo se me pasó volando en el avión mientras conversaba con David. Me pareció una persona muy agradable en muchos sentidos. Era de lejos el hombre más atento y simpático con el que había hablado. Según bajé del aeropuerto unos hombres vestidos de uniforme vinieron a recogerme. Desde ese momento no volví a ver a David. De seguido, me llevaron a una sala donde una mujer muy bien vestida me hizo unas cuantas preguntas sobre donde venía, a qué venía…, pero lo que realmente me asombró fue cuando me pidió unos papeles. Yo no tenía esos papeles, ni siquiera sabía de qué papeles se trataba. Al decirle que no tenía esos papeles llamó a los hombres que me llevaron allí para que me recogieran y me llevasen a un pequeño edificio donde gente como yo, la que huye de sus países y no tienen papeles se encontraba. Allí había gente de cualquier lugar del mundo, de la India, de Nigeria… Muy fácilmente me pude incorporar entre todos ellos ya que nos encontrábamos en la misma situación. Los primeros días los pase con esperanza de que me sacasen lo antes posible, y cuando menos me lo esperaba, la mujer que me atendió en el aeropuerto me dijo que recogiese todas mis cosas. Desde ese momento mi vida dio un vuelco tremendo. Al fin era libre, nada ni nadie me iba a volver a condicionar en ningún aspecto. Según salí de ese edificio ella me explicó qué pautas se deben seguir para integrarse en aquella ciudad tan grande. Lo primero que hice fue buscarme un piso para mí sola donde poder empezar a organizar mi vida tal y como lo había imaginado. Lo segundo 22


que hice fue salir en busca de trabajo lo que con muy poco esfuerzo me costó conseguir, empecé a trabajar en un supermercado donde, sinceramente, me pagan bastante bien. Ahí conocí a muchísima gente y empecé a relacionarme con mujeres e incluso hombres, con los cuales me era imposible relacionarme en Etiopía. Cuando llegué allí, Obama era presidente, pero al cabo de un mes, las cosas cambiaron por completo. Era el día de las elecciones y yo estaba deseando que no saliese Donald Trump como futuro presidente, porque era un racista y sabía que si él ganaba tendría que abandonar el país. Al día siguiente, salieron los resultados y pasó lo que yo deseaba con toda mi alma que no sucediera. Me empecé a saturar y se me vino a la cabeza David, ya que pensé que él podría ayudarme. Recordé que me había dicho dónde iba a alojarse y me fui corriendo desesperadamente. Cuando por fin llegué, le empecé a decir todo lo que pensaba y absolutamente todo lo que se me estaba pasando por la cabeza y el miedo que tenía. David me consoló, pero me dijo que él no podía hacer nada para que yo me quedase en el país. Aun así, él me dio su número por si acaso necesitaba algo. Al cabo de un par de días me llegó una carta que decía lo siguiente:

“Estimada Nawyra Okoro:

Le comunicamos que tendrá que abandonar su domicilio debido al nuevo reglamento establecido por el nuevo presidente tras las últimas elecciones. Esta ley sugiere que las personas

inmigrantes sin papeles y que lleven viviendo menos de tres años en el país, tendrán la obligación de regresar a sus países de origen.

Sentimos las molestias y rogamos que lo haga lo antes posible. Firmado:

Estado general de Inmigración.”

En cuanto leí esta carta, lo primero que pensé fue en llamar a David y salí a la calle en busca de una cabina telefónica. -¿Sí? -Hola David, soy Nawyra. -Nawyra, deja de llorar, ¿qué te pasa?

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Después de explicarle que me deportaban a mi país y rogarle que me dejara su casa de Etiopía, él me dijo que se volvía conmigo y, que, por supuesto, podía quedarme en su casa el tiempo que necesitase. Volvía a estar en un avión, pero esta vez no era para ir a un lugar mejor sino para volver al lugar del que tanto quise huir. Por lo menos esta vez sabía que tenía el apoyo de una persona, mi amigo David. Esta vez tenía la pequeña esperanza de que todo fuese diferente, ya que él vivía a las afueras de nuestro pequeño pueblo y pensé que tal vez mi marido no me iba a poder encontrar, pero aun así estaba asustada. Llegamos a casa de David, era una pequeña casa pero tenía lo necesario, un par de camas, una cocina, un baño y un salón; la verdad es que estaba muy bien decorada. No sabía qué hacer, no tenía trabajo y se me estaba acabando el dinero que cogí a mi marido. Pensé en ponerme a trabajar pero no sabía en qué, ya que nunca antes había trabajado fuera de casa y aquí corría el peligro de que mi marido pudiese encontrarme ya que mucha gente me conocía y había bastantes amigos de mi marido. Pensé en llamar a mi amiga Aisha, así que me puse a buscar entre mis números de teléfono y la llamé. -¿Sí? ¿Quién es? -Hola Aisha, soy Nawyra. Quería pedirte un favor, he tenido que volver de Estados Unidos y necesito un trabajo. ¿Tú sabes de alguien que podría ofrecerme uno? -La verdad es que no Nawyra, y en estos momentos ya sabes que no hay mucho trabajo. -Lo sé. Aun así muchas gracias Aisha, ya hablaremos. -De nada, y si me entero de alguien que ofrezca un puesto, no tardaré en llamarte, adiós, y cuídate mucho. Cuando colgué el teléfono no sabía qué hacer, ella era la única persona que sabía que había intentado huir, era la única que podía ayudarme. Cuando me di la vuelta, ví a David. Había estado escuchando toda mi conversación con Aisha. -¿Por qué no me has pedido ayuda a mí, Nawyra? -Porque tú ya me has hecho muchos favores David, y no quería causarte más molestias. - Tengo un amigo de confianza que tiene un supermercado, podría pedirle un puesto y no me pondría ningún problema. -¿De verdad? Muchas gracias, no sé cómo agradecerte todo lo que estás haciendo por mí.

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No podía creerme todo lo que David estaba haciendo por mí. Esa misma noche me dijo que al día siguiente empezaba con mi nuevo trabajo, estaba muy ansiosa por empezar, pero a la vez tenía miedo, era un pueblo muy pequeño. Ya era por la mañana, empezaba mi primer trabajo y nadie se podía imaginar lo nerviosa que estaba, me temblaba todo y tenía ganas de vomitar constantemente. David me acompañó al sitio donde tenía que trabajar, ya que el dueño era íntimo amigo suyo y también porque me supongo que querría estar conmigo para tranquilizarme. Estuve trabajando hasta las 2 del mediodía, y tuve un descanso de 2 horas para comer y, como era mi primer día de trabajo y no conocía a nadie, David y yo fuimos a comer a un sitio que eligió él. Por la tarde volví al trabajo y estuve ahí hasta las 8 de la tarde que me vino a buscar David para volver juntos a casa. Esa era mi rutina de trabajo de todos los días, exceptuando los lunes que volvía sola a casa porque David salía de trabajar más tarde. A partir de la primera semana, empecé a tener la sensación de que alguien me estaba observando cada vez que iba y volvía del trabajo. Al principio no le di mucha importancia, pero con el paso de los días, me empecé a preocupar y se lo dije a David. Él me dijo que no me preocupara, y que seguramente serían alucinaciones mías. Así lo pensé yo también. Un lunes como otro cualquiera estaba volviendo del trabajo y cuando estaba llegando a casa, vi que la puerta estaba medio abierta. Pensé que David ya habría vuelto del trabajo y que habría cerrado mal la puerta. -David, ¡qué raro que hayas llegado tan pronto a casa! Pero nadie me contestó. Entré al salón y de repente alguien cerró de golpe la puerta de la entrada. Justo cuando me iba a dar la vuelta alguien me agarró del cuello. Era mi marido. Me empezó a gritar y a acusarme de haberle robado su dinero, pero sobre todo de haberle abandonado. Me amenazó diciéndome que tarde o temprano me iba a hacer pagar por todo esto. Me ató de manos y pies a una silla. Empezó con el maltrato psicológico, intentando hacerme sentir culpable por haberme ido y por todos los años anteriores que había estado a su lado diciéndome que no supe hacerle feliz. Al acabar de decirme todo esto, empezó con el maltrato físico y la humillación. Empezó con los puñetazos y poco a poco fue a más. De repente paró y vi que se alejaba hacia la cocina. Tenía mucho miedo porque no sabía a lo que Hamza era capaz de llegar. Cuando estaba intentando soltarme, vi que salía de la cocina con un cuchillo. No pude evitar gritar. Ahí fue cuando empezó a decirme que todo esto era culpa mía, que él no se hubiese 25


comportado de esa manera conmigo si no le hubiera provocado de esa manera. Mientras me decía esto me iba pasando el cuchillo por todo el cuerpo sin hacerme ningún rasguño. Pero cuando acabó de decirme esto, empezó a hacerme cortes, cada vez más profundos. No podía evitar gritar de dolor, notaba como la sangre se derramaba por todo mi cuerpo, como me ardían algunas de las heridas más profundas. Justo en ese mismo instante se escuchó el ruido de la cerradura y Hamza se escondió detrás de la puerta. Cuando se abrió la puerta y vi que era David empecé a gritar porque tenía miedo de que le hiciera daño a él también. Ahí fue cuando Hamza le agarró por detrás y le amenazó con el cuchillo en el cuello, diciéndole que como hiciera un mínimo movimiento, le mataría. David al verme sufriendo, no pudo evitar acercarse a intentar ayudarme y Hamza sacó una pistola y le disparó repetidamente hasta matarle. Cuando acabó con él, se acercó a mí de nuevo. Esta vez empezó a acusarme de que aparte de haberle abandonado también le había estado poniendo los cuernos todo este tiempo. Sin dejarme dar una respuesta, volvió a coger la pistola y me la metió en la boca. “Tú eres la culpable de que ahora mismo estés a punto de morir” fueron las últimas palabras que escuché antes de morir. Naroa Hurtado, Haizea Jauregi, Ander Ocariz, Enma Villamil

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El único sonido que llegaban a percibir mis oídos era el repetido y molesto pitido constante de la máquina a la que me encontraba conectada. Me encontraba aturdida, quizás un poco desorientada. Me levanté de la cama y como otro día cualquiera, nada nuevo me esperaba. Me preparé, con el único objetivo de que las ojeras que se habían asentado en mi rostro pasaran desapercibidas. Con paso pausado por las calles de Madrid me dirigía hacia la oficina, donde me recordé a mí misma, que nada nuevo pasaría. Me adentré en ese tedioso lugar, donde la falta de un pétalo en la planta de mi escritorio era el único cambio notorio que se percibía. La mañana transcurrió entre papeles y llamadas, y el constante giro de mi cuello para mirar el reloj produjo un fuerte dolor de cervicales que, más tarde, pagaría. Miré a través de la cristalera que separaba mi oficina del resto de trabajadores y advertí la falta de ganas que mostraban todos y cada uno de los allí presentes. Trabajar en una gestoría no era una gran fuente de alegría, pero no entendía el porqué de todas las caras largas que se reflejaban en los rostros de mis compañeros, más en unas que en otras. El reloj marcaba las 18.00 cuando recogí todos los bártulos que cubrían mi escritorio, los metí en la mochila y me dirigí hacia la salida bajo la atenta mirada de los pocos que se percataban de mi presencia. En el retorno hacia casa también eran pocos las diferencias que se advertían con las otras cuatrocientas veces anteriores; la panadería de la esquina exhibía con orgullo en su escaparate las dulces obras de arte que se cocinaban en su interior, el quiosquero reponía y vendía todo tipo de revistas y periódicos acompañados de un chiste casero y como no, de aquella inconfundible sonrisa del mismo. Eran pocos los que reparaban en mí, quizás porque las lentes que me ocupaban más de media cara impedían ver los rosados pómulos, la pecosa nariz y los ojos color chocolate que tanto me caracterizaban. Mientras me sumergía en mi interior y me evadía del resto del mundo, un brusco empujón me trajo de vuelta: -¡”Ey”, un poco de cuidado! Pero en cuanto me dispuse a darme la vuelta para, al menos, verle la espalda a mi antipático nuevo amigo, las molestias instaladas en mis cervicales hicieron acto de presencia. Una mueca de dolor invadió mi cara y para cuando me quise dar la vuelta, una oleada de personas que venían e iban me hizo imposible encontrar a aquel hombre. Pasé el mayor tiempo de la vuelta a casa abstraída en mis propios pensamientos y, para cuando me quise dar cuenta, me encontraba en la puerta de casa. Llegué a la humilde morada que me podía permitir con el sueldo que ganaba y el desorden que había en ella, en lugar de causarme algún tipo de impulso para ordenarla, hizo que arrojara la ropa que llevaba encima sobre el montón que se encontraba en la esquina de mi cuarto, haciendo aún más grande el caos. El agua resbalaba por mi cuerpo y la tranquilidad me invadía. Me cubrí el cuerpo con una toalla y me situé frente al espejo, pero antes de poder sacarme cualquiera de los muchos defectos que me encontraba a mí misma, me di media vuelta y me dirigí a la habitación. Aún con la toalla envolviendo mi blanquecino cuerpo me dispuse a quitarme todo el maquillaje 28


aplicado sobre mi rostro al comienzo del día; Mi cara aún parecía mucho más pálida cuando hube quitado la base que la cubría y todos los rasgos que me realzaba aquel cosmético, desaparecieron. Apagué la luz y se apagó ese día. Me levanté de la cama y, como otro día cualquiera, nada nuevo me esperaba. Me preparé, desganadamente, sin molestarme en cubrir cualquier desperfecto que se podría advertir en mí. Con paso acelerado por las calles de Madrid me dirigía hacia la oficina donde me recordé a mí misma que dudosamente algo nuevo pasaría. Me adentré en ese tedioso lugar donde la falta de un libro en la estantería de la esquina era el único cambio notorio que se percibía. La mañana transcurrió entre papeles y llamadas cuando me sentí observada por varios individuos que se percataron de mi presencia, pero que sobre todo, que se preguntaban por qué yo había llegado hasta ahí. Me sentí incomoda, pero el estruendo que se produjo en el despacho de al lado distrajo mi atención. El reloj marcaba las 18.00 cuando recogí todos los bártulos que cubrían mi escritorio, los metí en la mochila y me dirigí hacia la salida bajo la atenta mirada del hombre disperso y aburrido que se aproximaba, lánguido, a la máquina de café. No le conocía, pero no me importaría hacerlo. Hice el camino de retorno a casa sin ningún tipo de cambio aparente; la pastelería seguía en su sitio, pero esta vez no pude reprimir el deseo de verme seducida por uno de los bollos allí expuestos. El quiosco estaba hoy dirigido por el hijo del afable quiosquero habitual y como no, seguía la misma técnica de venta que su padre. Jamás había podido imaginar verme caminando por allí, por la gran ciudad; una chica de mediana estatura y edad, ojos pequeños escondidos detrás de unas grandes lentes, una cara llena de motas marrones y con una robusta nariz que, a mi pesar, era algo que saltaba a la vista. Las delgadas pero no muy largas piernas no eran las soñadas por las chicas, ni mis anchos hombros, ni mi alborotado pelo. Mientras repasaba todas y cada una de mis características, me crucé con mil personas a mi paso, cada una con sus diferencias, cada una con sus peculiaridades; pero entre todas ellas destacaba una que captó mi atención. -Mira cómo anda… ¿andares de galán? Quizás. Pelo corto, más bien moreno que rubio. ¿Estatura? Debe pasar el 1,80, estoy segura. ¡”Ey”, esa de allí es Marta!, bueno, ya la saludaré otro día. Dios, qué ojos...qué labios… ¡Contrólate Lucía! Ahora que lo pienso… ¿Yo no iba a algún lado? Bah, qué más da. Tengo que disimular si no quiero que se dé cuenta. Uy, han vuelto a abrir la tienda que tanto me gustaba, creo que le haré una visita. Cuanto más se acerca, más guapo es... Mientras los pensamientos y la belleza de aquel hombre me fascinaban, choqué. -¡Ay! Lo siento, no te había visto, soy muy torpe. Lo siento de verdad

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Y cuando levanté la cabeza para ver quién había sido la pobre persona que se había topado con la chica más torpe de Madrid, o sea, yo, no me lo podía creer. -No te disculpes, ha sido mi culpa. Iba atendiendo una llamada y ni siquiera me he dado cuenta. ¡Era él! ¿Cómo podía ser? hace nada estaba allí y ahora… ahora le tenía delante. No me salían las palabras, nunca había sido buena hablando con chicos, y menos con los que me gustaban. Ante aquel espectáculo y ante mi patética reacción fue él quien tomó la iniciativa. -Me llamo Marcos- sonrió, y su sonrisa me derritió- creo que una invitación a cenar es una buena forma de disculparme, ¿no crees? Asentí con la cabeza y para cuando me quise dar cuenta, tenía su número en mi móvil, una cita a las 21.00 y mi corazón a cien por hora. Yo quedando con un chico… ¿De verdad estaba pasando? No daba crédito. Las horas pasaron más rápido de lo previsto y para cuando me quise dar cuenta, era el momento. Era imposible pasar desapercibida con un hombre como Marcos a tu lado y no me incomodaba, que era lo extraño. La cena transcurrió entre cumplidos y halagadoras palabras. Estos acabaron en caricias. Estás en besos. Y estos últimos, en palabras mayores. Retrocedí en el tiempo a mi gloriosa juventud, donde las noches locas abundaban y las precauciones escaseaban. Sonreí tímidamente mientras me zafaba de las sábanas, intentando encontrar algo que me descifrara si todo había sido un sueño. Giré. Y volví a girar. El ruido de un papel doblarse fue lo único que percibí. Él no estaba, pero sí su letra plasmada en el folio. La cogí y con una leve mueca de satisfacción, me dispuse a leerla en voz alta cuando mi mirada se posó en la última frase. -No me odies. Pasé mi mirada por las frases anteriores, intentando descubrir el porqué de aquella última despedida. Se me cayó la nota. Caí yo. Y se me nubló la vista. Y es que no podía estar ahí, debía ser un error. -Ya le he contado mi historia doctor, la de los últimos tres días. ¿Me puede decir qué hago aquí? Pero no dijo nada. Me miró serio, se dio media vuelta y se fue por la misma puerta por la que una hora antes había entrado. Me incorporé en la cama y empecé a pasar la mirada por aquella fría habitación. Un cartel llamó mi atención. -Virus de Inmunodeficiencia Adquirida, precauciones ante ella. Andrea Collazos

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UN VIAJE INESPERADO Estoy muy hambriento. Desorientado, sin saber a dónde ir. Necesito algo que meterme en la boca, sea como sea. Ahí enfrente hay una caja llena de frutas, es mi oportunidad. Mi historia empezó a principios de este verano, el más caluroso que he conocido. Toda mi familia estaba muy alterada, maleta arriba maleta abajo. No era consciente de la situación hasta que me desperté con la frenada del coche. Mi padre abrió la puerta y me pidió que me bajara. Estábamos en el extrarradio en una zona industrial. Era un lugar solitario y poco transitado. Había un montón de pabellones viejos y descuidados. Me transmitía inseguridad, tenía un mal presentimiento. No me equivoqué. Cuando me giré el coche ya estaba lo suficientemente lejos como para alcanzarlo. Me quedé perplejo y me pregunté ¿Qué puedo hacer ahora?. Estuve horas esperando pero nadie apareció, desesperado comencé a caminar sin rumbo. Caminé hasta el anochecer, y decidí buscar cobijo. Mi búsqueda terminó debajo de un puente, cuando un vagabundo me hizo un gesto para que me acercara. Desconfiado me acerqué. Era un señor de mediana edad con el rostro envejecido, tenía una larga barba blanca y prendas muy desgastadas. Al principio no me transmitió demasiada confianza hasta que me dijo: -Veo que estás perdido. (Asentí) . -¿Tienes miedo?. No hizo falta respuesta. -Tranquilo, no estás solo, soy inofensivo. Lloré de felicidad. -Si quieres, puedes acurrucarte en mi manta. Va a ser una fría noche.- dijo mientras la señalaba. En ese momento perdí el miedo y me tumbé a su lado. A la mañana siguiente, decidí continuar mi travesía procurando no despertar a aquel generoso hombre. Por fin vi los primeros bloques de viviendas y las primeras tiendas. Pero, estoy muy hambriento. Desorientado, sin saber a dónde ir. Necesito algo que meterme en la boca, sea como sea. Ahí enfrente hay una caja llena de frutas, es mi oportunidad. No hay nadie a la vista, es mi momento. Voy a comenzar a andar intentando no levantar sospechas. Mierda, me ha pillado robando la manzana, es hora de correr. El loco del frutero lleva un palo en la mano y no parece muy amigable. ¿Por qué me tendrán que pasar a mí estas cosas? De verdad que todavía me pregunto el porqué del abandono. Pero vamos a 33


concentrarnos en cómo salir de este lío. No conozco esta ciudad, así que cualquiera de estas calles puede ser mi vía de escape o el fin de mi trayecto, porque ya no solo me persigue el frutero, viene acompañado por otros dos hombres todavía más enfadados que él. Estoy corriendo como un pollo sin cabeza, voy a girar en el siguiente callejón para intentar darles esquinazo. Joder, callejón sin salida. Los dos hombres que acompañaban al frutero han conseguido inmovilizarme y subirme a su furgoneta. Me han traído a un sitio del que había oído hablar, pero no creía en su existencia. Hay muchos de los míos, algunos gritan y otros lloran. Me están volviendo loco, no puedo más. -¡Callaos! - he gritado descontrolado. (Silencio) -Como se nota que eres nuevo aquí -me ha echado en cara el más pequeño. -Y que no conoces nuestras historias -dice el más veterano de todos. Tienen razón, no los conozco, mejor me callo e intento conciliar el sueño. -Eh hola hola, pequeño ¡despierta! (Tengo un niño delante, me mira con ilusión) -Mamá, quiero este. -ha dicho el niño con tono decidido. (No entiendo nada) -¿Estás seguro Tomás? -pregunta la madre. -¡Sí, quiero este! Sigo aturdido, pero creo que por fin me van a sacar de esta pocilga. El mismo hombre que me metió en esta jaula, me está entregando en brazos del pequeño. Estamos yendo en dirección al coche, uno parecido al que tenían mis antiguos dueños. En este momento, me doy cuenta de todo lo que he llegado a pasar en estos dos largos e inesperados días. Me abandonan, el vagabundo, el frutero, los dos perseguidores y Tomás mi nuevo amigo. Sin embargo, aún recuerdo a mis antiguos dueños, quizás no fui lo suficientemente bueno o igual no se pensaron dos veces el tener que cuidarme, el tener que cuidar a un perro. Aitzol Altuna, Lorea Mier, Jon Peña y Pablo Zarragoitia

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EL ESPEJO, ¿MI REFLEJO?

“Querida madre:

Sé que no he sido el hijo que tú hubieras querido que fuera. Sé que te he decepcionado y que por ser diferente te he hecho sufrir…”

Hace un año fue cuando me di cuenta de que me sentía más a gusto estando con el sexo opuesto. Desde aquel día nada empezó a ir bien en mi vida, nada. Ahora estoy en tercero de la ESO y por sentirme algo diferente a lo que en realidad soy, no tengo una vida muy agradable. Me llamo Jon y soy transexual. Como he dicho antes, todo empezó hace un año cuando tras meses de ir a clase y estar en los patios con las chicas, me di cuenta de que me sentía más a gusto con ellas que con los de mi sexo, y que me gustaban muchas de las cosas que ellas hacían. La verdad es que al principio no me quería dar cuenta de lo que me estaba pasando, tardé unos meses en comprender lo que en realidad quería ser... y no ser. Un día que me encontraba solo en casa porque mis padres habían salido a dar un paseo, aproveché la situación y fui a la habitación de ellos, en concreto al cajón donde mi madre guarda todas las cosas que tienen relación con el maquillaje; me puse ante el espejo y probé cómo me quedaba cualquier cosa que diese color a mi cara. Fue una sensación rara, como ser y no ser yo mismo, así que decidí coger papel y mojarlo en agua para quitarme todas las marcas que me había hecho antes de que mis padres cruzaran la puerta de madera. Desde aquel momento intenté convencerme de que yo no era así, que a mí me tenía que gustar el fútbol igual que al resto de los chicos, pero cuanto más vueltas le daba a todo, más vueltas me daba a mí mismo. Yo no soy como el resto pensé. Me senté en el sofá como si nada hubiese pasado y al de poco llegaron mis padres. Al día siguiente a la hora de ir a clase me miré al espejo, camiseta de Billabong, pantalones largos oscuros vaqueros, zapatillas DC y una sudadera de Vans. No sé cuánto tiempo pude quedarme observando a esa persona en el espejo, a la que cada vez reconocía menos, no por no saber quién era, sino por no saber cómo afrontar esos sentimientos encontrados que tenía en mi cabeza. A partir de ese día y de todos los días que venían por detrás, empecé a fijarme más en los detalles a los que antes no daba importancia como, por ejemplo, las amigas con las que pasaba la media hora que teníamos de recreo, Paula, Ilargi, Edurne, Carla y Pilar iban maquilladas, cómo se sentaban con las piernas cruzadas la gran mayoría de veces e incluso me fije en cómo se ponían el mechón de pelo detrás de las orejas. A pesar de llevarme muy bien con las chicas, intenté encajar con los chicos de mi clase y con la clase de al lado, pero todas las cosas que hacían no me 35


gustaban o me parecían aburridas comparado con los temas que hablaban las chicas y las cosas que hacían. ¡Dios! me daba rabia, me sentía impotente.

Aun así, yo mismo sé que no puedo continuar siendo alguien que no sea mi verdadero yo. Ya está, cómo no me he dado cuenta antes, ahora ya tengo clara la raíz de las dudas que me consumen. Ahora sé con certeza por qué no me siento tan bien con los chicos que con las chicas, ya sé por qué me ha comenzado a atraer el modo de actuar y comportarse de las chicas, o por qué he comenzado a sentirme como antes no lo había hecho. En un principio no lo tenía claro porque nunca me lo había planteado, pero después de darle vueltas y buscar una razón para explicar mi comportamiento y mi forma de pensar, la encontré. Yo lo que intentaba era comportarme como mis compañeros para poder ser uno más, ignorando de este modo a mi yo verdadero y fingiendo ser alguien que no soy, pero eso ya se acabó, a partir de ese momento iba a ser fiel a mí mismo y como yo quiera sin que nadie me juzgara. Porque yo no me sentía chico, ni pensaba como ellos, ni quería ser como ellos. Yo en mi interior me sentía como una chica, y asi me consideraría. Esto era nuevo para mí, pero es lo que realmente deseaba. Pasó un tiempo hasta que la gente se dio cuenta de que yo no vestía como habitualmente lo hacía. Llevaba estilos similares al de las chicas, el modo de llevar la ropa o cómo la combinaba hacía llamar la atención de mis compañeros, pero eso no me importaba ya que era la persona más feliz pudiendo mostrarme tal y como yo era. Luego lo que parecía un sueño pudo convertirse en una pesadilla, las chicas con las que andaba me ignoraban y se reían de mí, los chicos me insultaban y me despreciaban. Pero eso solo fue el comienzo, después empezaron los golpes, empujones y maltratos por todos los alumnos, hasta los profesores ya no me miraban o trataban del mismo modo. A pesar de todo, yo no quería renunciar a ser como era. Por eso intenté volver con las chicas que consideraba mis amigas y lo único que logré fue que me avergonzaran y me hicieran sentir mal por mi forma de ser. Así, no pudiendo aguantarlo más, tuve que salir corriendo al baño para que nadie pudiera verme llorar. Pero la suerte no estaba de mi parte, porque me encontré con unos chicos de mi clase. Para cuando me di cuenta ya estaba tirado en el suelo con varios moratones y heridas por todo mi cuerpo y lágrimas en los ojos sin apenas poder articular palabra. Los días pasaban y el trato que tenían todos mis compañeros de clase hacia mí, empeoraba. Y lo peor de todo, los profesores lo sabían y alguna que otra vez lo presenciaban, pero a pesar de verlo no hacían nada por evitarlo. Ya no les importaba, solo se limitaban a hacer su trabajo. En clase ya no me ponía con las chicas ni hablaba con algunos de los chicos. Ahora era un 36


marginado y no a voluntad propia sino impuesto. No solo tenía esos tratos en clase, también por la calle o por donde fuera, todos me miraban raro, me criticaban y me insultaban. Pero yo lo único que me limitaba a hacer era ignorarlos a todos ya que de este modo no me sentiría tan afectado. Mi padre siempre había sido muy conservador en el tema familiar y no aceptaba nada que le pareciera demasiado fresco o incluso moderno. No quería ni pensar cómo sería su reacción cuando llegara la hora de decirle cómo me sentía; tenía miedo. Pasaron meses hasta que reuní el suficiente valor para ir convirtiéndome en lo que yo era. La verdad es que llevaba varias semanas sin ir a la peluquería y el pelo ya me impedía ver lo que tenía frente a mis ojos. Pero era lo que yo quería, estaba dispuesto a cambiar mi vida y mi cuerpo totalmente y sin miedo a las consecuencias. Comencé dejándome crecer el pelo por la parte superior de la cabeza y rapándome la parte de la nuca. Así conseguí que el cambio no fuera muy violento. La gente del instituto murmuraba a mis espaldas puesto que si a mi corte de pelo le añadías mis gestos podía notarse que me estaba convirtiendo en lo que yo me sentía. Hacía ya dos meses que mi padre se había ido de viaje de negocios a Marruecos y tenía pánico por saber qué me diría al verme con el corte de pelo. Llegó la hora de ir con mi madre al aeropuerto. A ella le parecía original mi estilo; solía decir que me había convertido en un hipster de esos que estaban tan de moda. Tardamos media hora en llegar al aeropuerto. El corazón me iba a estallar como si de una bomba se tratara; cada vez se me aceleraba más el pulso. Por fin apareció por aquel estrecho pasillo; mi cabeza no daba de sí. ¿Qué dirá cuando me vea? ¿Acaso no me reconocería? Para cuando me quise dar cuenta mi padre estaba a tres pasos de mí; con su cara de póker. No recuerdo ninguna vez en la que mi padre hubiera mostrado alguna emoción en aquella cara. Primero se acercó a mi madre y después me dio un abrazo, ¡Como si lleváramos una hora sin vernos! me dije a mí mismo. En el camino de regreso a casa mi padre fue incapaz de dirigirme la palabra, solamente destinaba su atención a las rayas de la carretera que separaban un carril de otro. Algo malo se avecinaba puesto que mi padre en pocas ocasiones se quedaba callado durante tanto tiempo y además no era capaz de mirarme a los ojos ni por el retrovisor. Por fin llegamos a casa aunque tardamos casi diez minutos en encontrar un hueco para aparcar el coche. Me disponía a abrir la puerta de casa cuando me percaté de que mi padre le susurraba a mi madre algo al oído. Inmediatamente me di la vuelta y ellos disimularon vagamente. Mi madre, con un solo gesto me ordenó que me quedara con mi padre en la sala. Me empezaba a encontrar incómodo en aquella situación. -¿Bueno papá, qué tal el viaje?- Le pregunté inseguro. 37


-Como todos los viajes de negocios Jon- Dijo sin mirarme a los ojos. -¿ Has visitado algún lugar interesante, qué sé yo el Palacio de la Bahía? -No. Jon tengo que decirte algo.Sinceramente no te reconozco hijo. Mírate, qué pelos llevas, pareces una mujer. Hazme el favor y córtate el pelo. Fui incapaz de darle una respuesta a lo que acababa de decirme. Mi cabeza se quedó en blanco, no podía pensar y menos buscar una razón por la que mi padre me hubiera hablado así. En un instante llegó mi madre, que había ido a llamar a su hermana para avisarle de la llegada de mi padre. Ella lo había oído todo y me miró como intentando decirme que todo iba a salir bien. -Adrián, déjalo tranquilo que solo está siguiendo la moda como sus compañeros. Ese corte de pelo es actual y además, le queda bien -¿Pero tú le has visto? Si parece una mujer, solo le falta maquillarse, Pilar. Mis padres comenzaron a discutir y las voces altas se convirtieron en gritos. Mi padre quería tener siempre la razón y jamás aceptaba un no por respuesta. Otra vez vuelta a la rutina de mi vida, pensé para mí mismo. Todo había ocurrido por mi culpa. ¿Por qué no me corté el pelo?.Si lo hubiera hecho nada de esto hubiera pasado.Mis padres cada vez gritaban más y más alto y ya no oía ni mis propios pensamientos. La cabeza me iba a estallar así que decidí ir a mi habitación para intentar calmarme. Los gritos cesaron poco a poco y todo aquel alboroto concluyó con el típico portazo que daba mi padre antes de ir al bar. Pasaron varios minutos hasta que mi madre consiguió calmarse, limpiar el rastro de sus lágrimas y tocar con los nudillos mi puerta. Giré la manilla de la puerta sabiendo que se sentiría mejor tras esa puerta de madera que había sido testigo de miles de altercados como este. Vi la cara de mi madre llena de tristeza. Vestía su vestido rojo que le regaló mi tía en su pasado cumpleaños. Era de un rojo brillante y alegre pero aquel día había perdido su fuerza. Su maquillaje había sido destrozado por aquellas lágrimas que todavía asomaban por sus ojos azules. Aquella mujer que años atrás había sido la más feliz y la más bella con su pelo rubio y brillante como el sol y sus ojos azules como las aguas de una playa desierta de Hawaii. La tristeza la había consumido. Estuvimos un largo tiempo mirándonos sin decirnos nada, solamente mirándonos a los ojos con angustia y miedo. Los dos sabíamos lo que iba a pasar cuando mi padre atravesara la puerta de madera que separaba la realidad y lo que nosotros queríamos que se supiera. Dieron las doce de la noche y seguíamos sentados encima de la cama. Agarré su mano con fuerza intentando convencerla de que nada malo iba a pasar, aunque no servía para nada. Por desgracia mi madre 38


había tenido que aguantar los numeritos de mi padre y todo lo que conllevaba ello causados por el estado en el que mi padre se encontraba. Oímos pasos por la escalera y tras unos segundos de angustia, el ruido que hacía la llave al introducirse por la cerradura. Mi padre abrió la puerta de mi habitación con violencia y con la mano en el aire propinó a mi madre un puñetazo. Seguidamente repitió la acción pero esta vez conmigo. Fueron varios los golpes que recibimos mi madre y yo por parte de un desconocido al que tenía por padre. A la mañana siguiente los hechos se repitieron con exactitud y al día siguiente y así hasta que mi madre tomó la decisión que debería haber tomado hace tiempo. Era un día soleado de invierno, acompañé a mi madre hasta el salón y allí esperamos a mi padre. Ella explicó detenidamente y con miedo que no podía soportar más como la trataba ni tampoco la situación en la que se encontraba, consumida por la tristeza. Mi padre con cara de indiferencia firmó los documentos que mi madre había pedido en el juzgado y dos días después abandonó la casa. La situación que habíamos vivido era indescriptible, cada noche esperaba a que mi padre viniera en condiciones decentes y que nada de lo que sabía que iba a pasar ocurriera. Tampoco podía ser lo que yo realmente era o expresarme con libertad por miedo a las represalias que él podría tomar en mi contra. Pensaba que a partir de ahora todo iría a mejor. Estaría tranquilo con mi madre en casa, mis amigas y amigos del instituto me irían aceptando poco a poco tal y como soy.

Mi padre era un alcohólico, nos maltrataba a mi madre y a mí, no me aceptaba tal y como era...y desde aquel día que salió de casa, repitiendo el mismo portazo de siempre, no volvió a aparecer por aquí; cosa que tanto a mi madre como a mí nos dio mucha pena, a pesar de todo. Nosotros dos éramos sus únicos apoyos en la vida, ¿Qué iba a hacer de ahora en adelante? Estaba solo, con muy poco dinero. Aunque era algo normal ya que se lo solía gastar en alcohol, así que en cierto modo se podría decir que esa era la vida que él mismo se había buscado. A mi madre y a mí nos tenía muy preocupados su estado, siempre que nos cruzábamos con él iba ebrio, tanto que ni siquiera nos reconocía, o eso nos hacía pensar. Por esto, seguíamos teniendo el miedo de que un día apareciera en casa e hiciera alguna locura a causa del alcohol porque cada vez se le veía más afectado por esa droga. Ya no parecía ni el mismo. Por otra parte, en el instituto no fue para nada como a mí me hubiese gustado que fuera. Durante el siguiente mes, la gente siguió metiéndose conmigo. Nadie me aceptaba, no había nadie como yo, nadie quería saber nada de mí. Antes de mostrar verdaderamente como era yo, me llevaba bien con los chicos y las chicas de mi clase, estaba muy integrado y nunca había tenido ningún problema con nadie. Sinceramente, nadie se habría imaginado que yo pudiese terminar 39


queriendo ser una chica, ni siquiera yo me lo imaginaba. La verdad que era algo nuevo para todos. Aunque sea difícil de creer, nunca se había visto un caso como el mío. En mi instituto la transexualidad y la homosexualidad eran totalmente desconocidas. Poco después, llegó una chica nueva al instituto, Arantxa. Arantxa era una chica alta y delgada con un cabello marrón oscuro color chocolate (muy bien cuidado) que iba a conjunto con sus ojos. Los primeros días nadie se acercó a ella, ni yo. Supongo que porque después de todo tenía miedo de hablar con cualquier persona, me sentía muy inseguro. Siguieron pasando los días y semanas y la gente seguía sin acercarse, así que decidí ir a hablar con ella. -¿Eres nueva aquí verdad?-le pregunté amablemente. -Sí-me contestó con la boca pequeña. -¿Por qué estás sola? Antes he visto que se te han acercado los más populares del instituto, ¿qué querían? Si se puede saber…-le pregunté. - ¿Y tú? ¿Por qué estás solo? Siempre que te veo estás solo y con mala cara, como si te pasara algo todos los días, ¿Por qué estas así? Si se puede saber…-me preguntó con curiosidad. -Te lo contaré si después me cuentas tú por qué has venido a este instituto a mitad de curso y por qué no quieres relacionarte con nadie, de acuerdo? –le dije. -Está bien, trato hecho- me contestó con una pequeña sonrisa. Entonces empecé a contarle todo lo que era y por todo lo que había pasado. Me puse a hablar y hablar y como vi que estaba interesada por lo que le estaba contando e incluso acabé contándole los problemas que había tenido con mi padre. Cuando terminé, ella empezó a darme explicaciones de todo lo que me parecía extraño y hubo una cosa en concreto que le costó mucho contarme, a pesar de todo lo que le había contado yo anteriormente; seguía teniendo miedo. ¡Arantxa era lesbiana! Por fin había alguien más que diera el paso a admitir su orientación sexual y que me entendiera. Arantxa hizo igual que yo, ya no se sentía sola, no se sentía insegura así que reconoció delante de todo el instituto que le gustaban las mujeres. Cuando ella lo anunció nadie le dijo nada, las chicas le sonrieron y los chicos apartaron la mirada. ¿Por qué lo suyo lo veían tan normal y lo mío no? ¿Qué había hecho yo para que nada me saliera bien? A partir de ese momento, no sé porqué, todo fue a peor…

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Con el paso del tiempo, la que hasta el momento había considerado como amiga se volvió la persona que me hacía la vida imposible. Tras anunciar su orientación sexual, Arantxa se hizo bastante popular en el instituto, ya que ninguna otra chica antes había anunciado ser lesbiana, y al contrario que a mí, todos la aceptaban tal y como éra. Poco a poco dejó de hacerme caso, hasta llegó a bloquearme en Whatsapp el día en el que decidí invitarla a mi casa para que conociera a mi madre. Como yo esperaba, el resto de compañeros de clase le hablaron de mí a Arantxa, con intención de burlarse y de humillarme delante de ella. Volví a estar solo en los recreos y en clase nadie quería sentarse a mi lado, ya que la que hasta entonces lo había hecho, Arantxa, se cambió de sitio con el resto de chicas, reemplazandome por una de las que más me habían atacado debido a mis diferencias. Me sentía solo, y traicionado. Con el paso de tiempo la gente me despreciaba con comentarios como “tu padre no te quiere por maricón”, “normal que tu padre te haya abandonado”, “deja de cogerle ropa a tu madre”, puesto que Arantxa había sido la única persona con la que había compartido todos mis secretos. Supe que mis penas estaban en boca de todos, y que Arantxa me había traicionado. Me dolió mucho la puñalada de la única persona que me había apoyado, o había fingido apoyarme en su momento, y ya no tenía a nadie con quien pudiera contar. Hasta mis secretos más íntimos llegaron a boca de los profesores, y mis calificaciones bajaron mucho, en comparación con la anterior evaluación. Mi madre intentaba apoyarme, pero yo sabía que el tema de mi padre la había descolocado, y el motivo por el que se había estropeado esa relación, era yo.

Un día decidí aferrarme a mi soledad e intentar aprender a convivir con ella, aunque fuera mi principal enemigo. Salí de mi casa con la mirada de los vecinos clavada en la espalda, enterados por supuesto de la ruptura de mis padres, pero aún así proseguí con mi camino a clase. Al llegar al instituto, noté como el resto de alumnos me miraba fíjamente, como si esperaran una reacción mía por algo que yo desconocía. Entendí todo cuando me senté en mi silla y pude notar como mi pantalón nuevo de Zara se pringaba con el pegamento que anteriormente algún gracioso había puesto en mi silla. Acto seguido empezaron las carcajadas y las burlas, pero el profesor ni se inmutó. Cuando la infernal mañana estaba apunto de terminar, alguien me tiró una bola de papel a la cabeza que rebotó en mi mesa. Abrí la bola y para mi sorpresa no era una bola de papel vacía de contenido, sino que en ella había un mensaje que nada más terminé de leer se me paró el corazón. Noté como mi cara empalidecía y las manos me empezaban a temblar. Después me puse a sudar, y el rostro que antes estaba pálido como la nieve cambió radicalmente a uno colorado. Me encontraba muy nervioso, no sabía qué hacer ni a quien acudir, ya que me encontraba solo, y la única persona que me escuchaba era mi madre, que ahora se encontraba a más de un kilómetro de mi. La primera decisión que me vino a la mente fué acudir a un adulto, más concretamente a algún 41


profesor que pudiera poner orden, así que salí corriendo del aula dejando caer el papel que anteriormente me habían lanzado, y en el que se podía apreciar vagamente “te vamos a linchar, por marica” escrito con tinta de boli azul. Corrí por los pasillos como si la vida me fuese en ello, hasta que tropecé con una pierna puesta a propósito para provocar mi caída, y caí al suelo violentamente. Cuando abrí los ojos estaba rodeado de gente, la mayoría chicos, que me insultaban y empezaban con las primeras patadas suaves. Las humillaciones eran cada vez más dañinas, y las patadas fueron con más intensidad, subiendo por la parte de las costillas. Esas patadas se convirtieron en puñetazos que me provocaron graves hemorragias en la nariz y en la boca. Llegó un punto en el que no escuchaba las cosas tan horribles que me decían, y en ese punto cada puñetazo me dolía menos, hasta que dejé de sentir nada. Con el sonido de la campana que indicaba el regreso a clase los golpes cesaron, y cuando la tortura hubo terminado, vi como varios escupitajos aterrizaban en mi chaqueta, para finalizar aquel maltrato. Reuní todas las fuerzas que pude y me levanté para salir de allí. No recogí mis cosas, ni me coloqué bien la chaqueta que me habían destrozado, simplemente salí de aquel infierno en dirección a mi casa. No sé ni cómo conseguí llegar. Cogí un folio y escribí lo siguiente:

“Querida madre:

Sé que no he sido el hijo que tú hubieras querido que fuera. Sé que te he decepcionado y que a

causa de mis diferencias te he hecho sufrir. Siento haber roto tu relación y la de papá, por

haberos creado puntos de vista diferentes sobre mi orientación sexual y que por ello acabaríais con discusiones que se han convertido en un infierno en tu vida. He sido un estorbo en tu vida y en la vida de todos, y nunca pensé que fuera a llegar a tomar esta decisión, pero todo se ha

acabado. No puedo aguantar más este dolor que me ha atormentado, día tras día, con mayor intensidad. Gracias aun así por haberme querido tanto, pero no quiero hacerte sufrir más. Te quiero.”

Iraide Azkorra, Sara Hevia, Claudia Fernández, Aizea Mártínez, y Ane Vaz

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