Señora Directora, tutoras de 2º de Bachillerato, profesoras y profesores, alumnas y alumnos de ese que siempre será vuestro Instituto, madres, padres, familiares y demás presentes. Muy buena tarde. Deseo comenzar no solo con recuerdos, que es lo que más fácilmente podría salir de nosotros en un acto de Graduación como este, sino también con pensamientos. No es justo recordar solo lo que habéis vivido en estos años, escaleras arriba y abajo, puertas adentro y afuera, pasillos adelante y atrás, miradas a izquierda y a derecha, pero sí lo es pensar además en lo que habéis recibido. En particular, en lo que habéis recibido en las clases. Más en detalle, intentad que os venga a la cabeza algo que sería ideal que hubieseis captado en todas esas clases, sean de la materia que sean y también independientemente de la hora a la que las hayáis tenido. Da igual que se trate de Lengua a segunda, como de Plástica a cuarta o de Biología a sexta. Es posible que se os esté ocurriendo alguna que otra cosa, pero para que no haya ninguna duda, vayamos centrando ya el tema alrededor del que girará este discurso: resulta tremendamente productivo que en cualquier clase esté presente la cooperación. Además, esta es la palabra que mejor encaja en un acto como este, donde nos encontramos alumnos, profesores y padres. Por eso, hoy, igual que en tantas clases, toca llegar a una conclusión, partiendo, como siempre, de un problema, que enseguida os presentaré. Pues bien, para encauzar la resolución de ese problema contaréis con la ayuda de todos los profesores que os dan clase, no por la gran dificultad que entraña, sino porque dar una solución correcta y duradera requiere la utilización de los conocimientos adquiridos en muchas áreas distintas. ¿Estáis preparados? Vamos allá. Disponed vuestra mente y trasladaros de una forma imaginable hasta un escenario de lo más auténtico: un laboratorio, que no tiene por qué ser ni el de Ciencias, ni el de Física ni el de Química. Digamos que os encontráis en un laboratorio, a secas, en una de cuyas mesas alguien, antes de vuestra llegada, ha colocado un mantel, sobre el que podemos ver varios huevos cocidos sin cáscara, una botella de cristal destapada, papel de periódico doblado como si fuese el fuelle de un acordeón y varias cerillas. En ese momento, entra un profesor de Matemáticas y os pide que escojáis un huevo cuyo diámetro sea solo cuatro milímetros mayor que el diámetro interno de la boca de la botella, para lo que contáis con la única ayuda de ese extraño instrumento de medida llamado calibre. Una vez escogido el huevo, aparece, causando sorpresa, una profesora de Lengua y describe la situación, para después pediros que discurráis y expongáis ante vuestros compañeros una manera de introducir el huevo dentro de la botella sin hacer fuerza. Mientras vais dando sugerencias, llega el de Plástica, que confía en que, puesto que sois la generación de las imágenes, no os costará generar un dibujo de la botella vista de frente, otro vista desde arriba y, por si fuera poco, también con un programa de diseño en 3D. Además, intenta convenceros de que hacer esos dibujos puede ayudar a resolver mejor el asunto. Tras las típicas ocurrencias, habitualmente poco recomendables, empieza el momento de las pistas: viene la de Química, que os echa en cara que no busquéis soluciones más científicas y diserta sobre lo que ocurre durante la combustión de un papel. Dice que, al quemarlo, y gracias al calor, va