Una nueva visión del duelo (*) Por Diana Liberman (**) Si bien es cierto que desde principios del 1900 ya se comenzaba a discutir –desde el punto de vista psicoanalítico- sobre el duelo y sus implicancias, lo cierto es que su tratamiento y estudio es mucho más reciente. En función de esto, creo importante referirnos a un tema que se relaciona con los modelos tradicionales del duelo y sus limitaciones. Distintos autores, afirman que el duelo tiene un comienzo, un proceso y un final. Muchas personas se preguntan cuánto dura ése proceso, cuándo finaliza, en realidad este es un proceso incierto, con altos y bajos. La nueva concepción del duelo a la que deseo referirme se relaciona con el constructivismo, una línea de pensamiento que sostiene que la realidad se construye y que no es algo que está dado a priori. Esta nueva mirada del duelo tiene que ver mucho más con lo individual, dado que cada proceso es diferente según una serie de variables personales. Esta modalidad habla de una continuidad y no de un cierre o final. El paciente tiene como tarea, buscar un sentido y un significado a su pérdida, y esto es un camino individual y único, puede estar triste o enojado, pero también se entremezclan muchas otras emociones. Existe, por otra parte, una nueva idea que tiene que ver con la continuidad del vínculo, en la que no se trata de olvidar al que murió, sino incorporarlo a la nueva realidad de su vida. Y esto de no tener que cortar el vínculo provoca un gran alivio: "Yo ya no tengo que separarme del que falleció sino que tengo que cambiar o iniciar un nuevo modo de relacionarme con el mismo". Un escritor inglés C.S.Lewis , autor de "Una pena observada", considerada como la más notable descripción del duelo hecha en lengua inglesa , nos dice, luego de
haber perdido a su pareja que la muerte es sólo otro paso de una misma danza, y no otra danza. Esta idea nos propone pensar la muerte como parte del ciclo de la vida y percibirla como un cambio de estado. El desafío que impone el duelo, trae aparejado nada más y nada menos que ,una tarea para nada sencilla que es la de aprender a vivir con la ausencia, y encontrarle un nuevo sentido a la existencia. En verdad, aún hoy, muchos especialistas que ayudan a personas que sufren pérdidas significativas intentan ayudar al doliente a cómo decir adiós, teniendo en cuenta ésta variable como un modo en su recuperación. Por mi parte, creo en la importancia de aprender, no a cómo decir adiós, sino a desarrollar nuevos modos de vinculación con ése otro que ahora ya no está presente físicamente. Porque la vida continúa, aunque ya no sea igual que antes. La nueva vida incluirá la ausencia del ser querido, dicho de otro modo, será una vida en donde la ausencia pasará a ser una presencia. Esta nueva concepción modifica los modelos tradicionales del proceso de duelo. Lindemann , subdividió al duelo en diferentes etapas: la etapa de conmoción, la de incredulidad, la de dolor agudo y la de resolución. Pero la que más influenció en todo el desarrollo del duelo, posteriormente a Freud (Duelo y Melancolía, 1913), es la Dra. Elizabeth Kübler Ross, una psiquiatra que se especializó en ayudar a las personas a morir dignamente, en su libro de 1969, "Sobre la Muerte y el Morir", se centra en la transición emocional. Si bien ella trata de describir cómo son las etapas de transición en un paciente moribundo, utiliza ésta misma clasificación para describir las etapas por las que atraviesa un deudo luego de haber sufrido una pérdida significativa, éstas son: la negación, la ira, la resignación, la depresión, y por último la aceptación. Los teóricos del Duelo tomaron esta clasificación y desarrollaron sus propias teorías.
Worden habla de las tareas del duelo: 1) Aceptar la realidad de la pérdida 2) Trabajar las emociones y el dolor de la pérdida 3) Adaptarse a un medio en el que el fallecido está ausente 4) Recolocar emocionalmente al fallecido y continuar viviendo
Parkes, psiquiatra muy importante por sus investigaciones en Duelo, habla de distintas fases: Al principio habla de una fase de shock, Luego la fase de anhelo y búsqueda de la figura perdida, Sigue una fase de desorganización y desesperanza, Y finalmente la fase de reorganización. Por mi parte elijo como un intento de comprensión de los procesos de duelo , una concepción más innovadora que es la que ha desarrollado el Dr. Robert Neimeyer, psiquiatra americano que , lidera ,de alguna manera una nueva mirada acerca del duelo, desde una línea sistémica, cognitivista y constructivista ,incluyendo la narrativa. Describe distintos momentos del duelo en una clasificación un tanto más laxa que las anteriores, él habla de: evitación, asimilación y acomodación, como diferentes momentos que marcan un continuum dentro del proceso. La evitación correspondería a la fase de embotamiento, conmoción, incredulidad o shock y sería ése 1er período en dónde la gente suele decir, "no puede ser, no puede ser cierto, no, no, no", es tan desbordante el número de sentimientos que se ponen en marcha y es tan grande el impacto que produce la muerte del otro que equivaldría a permanecer mirando el sol por un largo período sin esconder la vista, situación que nos dejaría ciegos-Un segundo momento es la asimilación, que tiene que ver con el conocimiento intelectual y emocional de la pérdida que provoca toda una
revolución interior , y por último la acomodación que trae aparejada la aceptación de que ése otro ya no va a volver y coincide con el momento de reorganización de la vida. Para R. Neimeyer, éstos son diferentes momentos que a veces se superponen, pero también él aclara que muchas personas no atraviesan éstas etapas o no las experimentan siguiendo una secuencia rígida o identificable, es decir la respuesta, la secuencia y la duración de las reacciones varían mucho de una persona a otra. Uno podría pensar el duelo como distintos estadios que se suceden, pero no rígidamente e intentar escuchar al consultante, evitando encasillamientos. Neimeyer plantea un modelo alternativo de duelo, basado en una teoría constructivista, narrativa, en dónde se pondría en marcha la reconstrucción de significados tras la circunstancia de una pérdida significativa. Porque, por ejemplo, es usual que, luego de atravesar una pérdida traumática (por su característica violenta o inusual), o una pérdida múltiple, (donde fallecen varios miembros de una familia), aparezcan predicciones pronosticas sobre la recuperación de los sobrevivientes .Sin embargo , deberíamos ser más cautos y considerar fundamentalmente él sentido que esa pérdida tiene para el consultante, dado que el impacto que produce una muerte está íntimamente ligado a una serie de variables únicas y personales que le dan a cada proceso un significado particular. Es común oír frases como: "mi padre tuvo una muerte divina", ¿divina para quien?, se murió súbitamente, no sufrió, otras veces escuchamos "si hubiera estado enfermo yo hubiera podido estar junto con él y despedirme", es decir que el duelo pone en marcha la cosmovisión personal, para el duelo no hay un único sentido. La construcción de los significados, se organiza alrededor de un conjunto de creencias que determinan la percepción que tenemos de los acontecimientos vitales y orientan nuestra conducta. La muerte como acontecimiento puede validar o invalidar las construcciones que orientaban nuestras vidas, o puede constituir una nueva experiencia a la que no podemos aplicar ninguna de nuestras construcciones previas.
El duelo es un proceso personal y original caracterizado por una historia personal ligado al vínculo de intimidad que manteníamos con muestro ser querido El duelo es algo que nosotros mismos hacemos, y no algo que se nos hace. El duelo me transforma en protagonista, es un proceso activo en dónde se ponen en juego mis propios recursos, de un modo especial y único. El terapeuta se convierte en guía y apoyo, ayudando al consultante a reconocer y desarrollar sus propios recursos, pero también estimulando nuevos. La muerte de alguien que amamos resquebraja nuestra omnipotencia, nos hace concientes de todo lo que no podemos, son comunes frases tales como: "si no pude evitar la muerte de mi hijo, yo ya no puedo nada", y desde ése lugar paralizante se suele esperar que el duelo siga su curso. El trabajo terapéutico ayuda a transformar éste proceso en un trabajo activo valiéndose de diferentes técnicas que promuevan la memoria del ser querido a través de tareas, que incluyan rituales, ejercicios narrativos, y acciones adecuadas que funcionan como modos de conexión, recordación y elaboración de la pérdida El duelo nos da la oportunidad de reafirmar o reconstruir el mundo personal de significados que han sido cuestionados por la pérdida. Nos permite comenzar a narrar una nueva historia, ya no puedo contar el mismo relato, tengo que recrear un nuevo capítulo de mi historia y poder construir un nexo de unión entre el pasado y el presente, para poder continuar encarando el futuro. Dice Neimeyer: "cada sentimiento cumple una función y debe entenderse como un indicador de los resultados de los esfuerzos que hacemos para elaborar nuestro mundo de significados tras el cuestionamiento de nuestras construcciones, entonces, cada sentimiento cumple una función, y hay que dejarlo fluir". Hay que descubrir por dónde pasan las lágrimas que acompañan ése dolor, en los casos de la viudez, por ejemplo la pérdida del marido o la esposa contiene múltiples y variados sentimientos en relación a la pérdida y que varían de acuerdo
al momento del duelo. Hay las lágrimas de bronca, otras de tristeza, en otras prima un sentimiento de soledad. Una mujer puede sentir que perdió con su marido el calor de su compañía o su status de mujer, y en otros casos puede sentir que perdió su proyecto de vida…, un hombre puede sentir que ya no tiene más familia, que ésta se ha disuelto con la pérdida de su esposa. Construimos y reconstruimos nuestras identidades como sobrevivientes a una pérdida negociando con la realidad que tenemos que enfrentar. Nuestra identidad se resquebraja porque somos en relación a los otros, nuestra identidad se transforma, nadie es igual después de la pérdida. Ésta nueva concepción contrasta con las teorías tradicionales centradas en etapas, tareas o síntomas generales, como aplicables a todos los individuos afectados por la pérdida. Por el contrario estas teorías ponen de manifiesto hasta que punto los factores personales, familiares y culturales son fundamentales y le dan un perfil único a cada proceso de duelo .No es posible estandarizar un proceso que si bien es universal, tiene la característica especial de ser único. Robert Hagmann, otro autor que sigue la misma línea de R. Neymeyer, cuestiona los componentes del modelo estándar cuando éste describe un proceso normal de duelo, desde lo intrapsíquico, en dónde la función del duelo es más conservadora y restauradora que transformadora. Él presenta el nuevo modelo como proceso transformador. Éste planteo parece más esperanzador, muy ligado al tema de la resiliencia, es decir, la capacidad que tiene un individuo de sobreponerse y crecer a partir de una situación traumática. De éste modo es posible pensar que una pérdida puede traer aparejada una ganancia, el dolor puede ponernos en contacto con aspectos desconocidos de nosotros mismos y podemos aprender y crecer con ella. Otros aspectos importantes del modelo tradicional, es pensar que todas las emociones que se ponen en marcha durante el proceso están programadas a priori y que si se reprimen estamos frente a un estado patológico. En realidad, es
importante poder averiguar cuál es el sentido que tiene para ésa persona la negación porque puede ser un mal camino o sólo una postura inicial defensiva. Surge la pregunta: ¿las etapas se tienen que dar si o si en todos los procesos, y el saltear alguna de ellas implica algo patológico o algo que no anda bien? En el modelo standard sí se vería como una alteración patológica, en cambio el nuevo modelo es más dinámico, más libre, se habla ahora de duelos funcionales o disfuncionales .Una conducta puede ser funcional en un principio y disfuncional si se mantiene a lo largo del tiempo. Este nuevo modo de abordaje para la recuperación no pasa por la ruptura de un vínculo sino por la posibilidad de aprender a vincularse con el fallecido de otro modo. Nadie está preparado para cortar los lazos con un ser querido, produce alivio el descubrir que nuestro amor sigue aún vivo, a pesar de la muerte. El desafío que impone justamente el duelo es encontrar un nuevo sentido en la vida a partir de la pérdida. Éste nuevo modelo del duelo trae aparejado entonces, un proceso dinámico de reconstrucción, reorganización y transformación del sentido del ser.
duelum.com.ar
Es hora de hablar del duelo
Sept. 23, 2011
Del dolor de la muerte al amor a la vida. Diana Liberman 219 páginas – Editorial Atlántida, 2007 Prólogo por Rabino Sergio Bergman Diana Liberman nos propone que es hora de hablar del duelo. El libro sobre la muerte que se abre ante tus manos es un desafío para que tus manos inscriban un libro de vida.
Diana propone un amoroso, valiente y necesario camino del dolor de la muerte al amor a la vida. Un camino que desde su ciencia terapéutica que despliega con saber profesional, abre espacios de conciencia espiritual en la que no solo comparte contigo como lector la inteligencia del conocimiento del ser social, sino lo que es tanto más valioso, comparte la sabiduría de hacernos humanos en el devenir del duelo.
El duelo como experiencia de dolor que aun siendo tan negada, rechazada y no querida, no la hace menos relevante para que sea aceptada, integrada y aprendida como experiencia de humanidad que se articula en el límite entre la vida y la muerte donde siendo finitos, mortales, y concientes abrimos puentes culturales con lo trascendente.
El duelo se plantea desde una experiencia existencial de aquello que duele por la
pérdida que impone la muerte. Duelo del dolor que no puede cesar y que como una sombra siempre contigo estará. Un camino de aceptación en la que no se trata de la resignación sino una resignificación de qué hacer con el dolor. Dolor que duele y que carga en la mochila de la vida sobre tus espaldas, un peso inimaginable con el que sentís en el primer instante que no vas a poder ya levantarte ni caminar. El duelo del dolor que pesa tanto, y que por ello todos aquellos que quieren compartir tu peso, te dan su pésame, su vocación de repartir el pesar, para alivianar, aligerar tu carga, tu imposibilidad de transitar.
Solo aquel que tiene la experiencia del dolor sabe que el duelo es íntimo y propio, que es necesario el consuelo, pero que la mochila es de uno y que nadie carga con el peso ni el pesar de uno. Necesitamos del aliento, el amoroso apoyo, pero cada uno a su debido tiempo y por caminos que serán tan desconocidos como misteriosos, uno encontrara las fuerzas aun con la sombra del duelo que llevaremos siempre, para ponerse de pie y fortalecer los músculos del espíritu para cargar el peso del dolor y volver a la vida a caminar, por nosotros en el duelo y por ellos en la bendición de sus memorias por las que dedicamos nuestros mejores esfuerzos para continuar la marcha en la vida a pesar del pesar, con el dolor del duelo, pero fundamentalmente con el amor que no muere.
La muerte se presenta entonces como una experiencia de vida. En este valioso libro podemos recorrer de la cálida mano de Diana un camino para el encuentro con las sensaciones de dolor que desplegamos ante la pérdida de seres queridos. Escuchamos también su amorosa voz que dice no solo aquello que viene de la sabiduría de las experiencias de vida de la práctica terapéutica, sino que enriquecido por el conocimiento científico de la academia hace una síntesis en lo que llamo sabiduría universal de la espiritualidad humana.
El espíritu del ser humano es la energía y la potencia que nos permite hacernos y devenir humanos en la construcción cultural y social de sentido. Las tradiciones y religiones han desarrollado en su contribución al acervo de la civilización humana, una rica simbología, rituales, contenidos y tradiciones que han acompañado por generaciones nuestra humanidad. Sin embargo, la muerte tan antigua como nuestra propia existencia humana que es mortal, no deja de ser una irrupción nueva y súbita frente al mundo que hemos construido, principalmente en occidente a partir de la artificialidad de nuestra representación lineal del tiempo y nuestra soberbia ilusión de soberanía del espacio. Sabemos de la muerte, pero al mismo tiempo la negamos. La muerte entonces, sabida y negada simultáneamente, siempre está oculta y cuando se nos manifiesta irrumpe, brota, sacude, desarma, desorganiza la lógica y el sentido de un mundo que sin ser real, hemos construido como inmortal, un mundo en el que la muerte no tiene lugar, y por lo tanto su irreverente presencia genera la frustración, la bronca impotencia y rebelión de nuestra razón argumentando las preguntas mas intimas de sentido de la existencia frente a la que la muerte no solo mata al ser que parte, sino que nos mata la razón para toda respuesta y destroza el corazón sin reparación ni enmienda.
En la propuesta de Diana Liberman el término resiliencia abre un abordaje hermenéutico y terapéutico para interpretar y guiar un camino hacia la recuperación emocional que no es otra que restituir la integridad espiritual de nuestra experiencia de ser humanos. La muerte es una experiencia de vida. Nos hace humanos en el límite tanto mortal de imponernos como verdad inexorable que lo mas preciado y querido, quienes amamos, parten sin razón destrozando el corazón, y sin justicia desintegrando la linealidad de la razón. Causa y efecto quedan fuera de la lógica en la que vida y muerte son una unidad indivisible, hermanadas en el origen mismo con la única certeza que en lo humano nos hacemos: finitos y mortales, venimos a este mundo y lo único certero es que de este mundo partimos. El paréntesis entre la eternidad de la que venimos y a la que nos dirigimos, es el tiempo otorgado como bendición que llamamos
vida, pero que tiene inscripto, encriptado y no siempre decodificado el signo de la muerte que vamos desplegando simultáneamente cuando vivimos.
Entendida de esta forma la muerte, ella estará integrada a la vida misma, y aun con nuestros ojos ciegos a su sombra siempre presente, la negaremos reiteradamente hasta que se haga presente con la contundencia de lo irreductible, entonces y solo entonces tendremos en nuestra vida experiencia de la muerte. Para transitar el duelo que la muerte impone, ninguna anticipación teórica disminuye el dolor, ni asegura un camino. No hay atajos, ni recetas, ni consejos sabios que no sean aquellos que ayuden a caminar con dolor en la sombras de la oscuridad del duelo hasta encontrar la luz que no cancela ni el dolor ni la muerte, sino que permite ver su sombra, e integrar en el recuerdo y en la construcción de la memoria aquello que nos hace humanos y al mismo tiempo tan finitos como eternos, el amor, con el que hemos amado y fuimos amados por aquello que lloramos, pero que sus existencias en ese amor que continua no se extinguen totalmente con sus cuerpos.
El termino psicoanalítico de resiliencia, es en el trabajo espiritual equivalente a hacerse humano frente al dolor que la muerte impone, aceptando que frente al absurdo de la muerte no es la razón para entender el porque sino el corazón para afirmar el amor lo que nos permite responder existencialmente a la perdida con la trascendencia del ser que ya partió. Hay una parte de cada uno de nosotros que muere con los que parten como así también hay una parte de quienes parten que no muere ya que vive en nosotros.
Este intercambio de existencias lo hace posible el amor y en este amor se construye la trascendencia. Quienes somos creyentes, le pedimos a Dios que nos ilumine en este camino, pero no es una tarea divina, sino humana, social, cultural, un dedicado trabajo espiritual para hacerlos eternos y transformar la maldición de la muerte como perdida en la bendición del amor construyendo sus memorias.
La recuperación que Diana Liberman propone cuando afirma que es hora de hablar del duelo, es aquella que afirma con valor y coraje, que hablar es poner en palabras aquello que aun sin ser nombrado totalmente nos permite estar comunicados, articulados, conectados en códigos compartidos y aun estando partidos por el dolor y la ausencia de palabra que diga el sentir, arriesgar la palabra como acto de reparación. Una reparación que no es restitución de la pérdida, sino reconstrucción de sentido frente al desconsuelo de la muerte. La pérdida no es reparable, el consuelo no llega, y el sentido se ha perdido. La muerte desarraiga toda la existencia y por ello la muerte es una experiencia de vida. La transitan los sobrevivientes ya que quienes mueren entran al misterio de lo que sucede luego de la muerte y este campo del saber ya no es humano ni social, es de la soberanía ya no de lo que sabemos sino de aquello que creemos. así se nos pide frente a la muerte que no nos aferremos a los cuerpos, sino que afirmemos la raíz de nuestras creencias hasta que una suave y silenciosa paz vuelva a nuestro corazón. Pero para afrontar lo que sucede en la experiencia de lo real, las creencias, la cultura, lo social, las ciencias y la conciencia son recursos para reconstruir y reparar el sentido del vivir que la muerte también aparenta destruir. Es frente a la muerte que no solo se revela el absurdo del morir sino que pierde también sentido la vida. En la hermenéutica y la terapéutica que en el libro de Diana Liberman se propone, ni la muerte ni la vida tienen sentido, es nuestro desafió humano y existencial otorgarle sentido tanto a la vida como a la muerte.
La acción espiritual de reparación se recorre en los diferentes capítulos del libro presentándonos topologías y casos frente a los distintos tipos de duelo en diferentes circunstancias de muerte y como en cada una de ellas pueden desplegarse estrategias para abordar los tiempos sus duelos y las características específicas de cada uno de estos contextos. Se hace referencia también a los mitos del duelo y sus verdades latentes encontrándose en este punto una confluencia entre lo que las ciencias sociales han desarrollado en sus encuadres sistémicos como terapéutica y las tradiciones
espirituales abordan desde sus tradiciones culturales.
El entramado que abre el libro es un inicio, una apertura en el tiempo pro la cual muchos nos sentimos llamados a contribuir a una conversación multicultural e interdisciplinaria que nos convoca a diferentes abordajes de aquello que nos hace a todos humanos por el igual, el desafió de integrar la muerte a nuestras vidas y dar una respuesta de sentido trascendente. Es en este punto donde finalizo con mi presentación, ya que es en realidad donde debemos comenzar. Es hora de hablar del duelo. Frente a la experiencia de la muerte tenemos dos opciones, preguntarnos las razones y el porqué, sabiendo desde el principio que aun cuando nuestras preguntas fueran contestadas nuestro dolor no cesaría, o bien en lugar de preguntar el porqué trabajar el duelo para reparar de las preguntas sin respuestas a una respuesta sin pregunta. Responder a la muerte desde el amor que no muere y desde esta experiencia que nos hace definitivamente humanos. Es cierto con dolor de duelo aprendimos que ser humano es ser mortal, pero también en el duelo descubrimos que ser humanos es amar y ser amados, así se nos devela que la muerte no mata el amor.
El amor es la experiencia humana que nos hace eternos viviendo ya no solo en un cuerpo sino en el alma de los demás, por amor venimos a este mundo, por amor aun cuando partamos de este mundo en quienes amamos nos podremos quedar.
Amor, nos hace tan humanos como divinos, nos otorga sentido inmortal.
Rabino Sergio Bergman
(*) Capítulo del libro inédito próximo a publicarse "ES HORA DE HABLAR DEL DUELO". (**)
La
Lic.
Liberman
es
psicóloga,
psicoterapeuta
familiar
sistémica,
coordinadora de Grupos, Psicoterapéuticos y Mediadora. Especialista en técnicas de recuperación del Duelo. Docente de la Universidad de Belgrano, curso introductorio a la Terapia de Duelo. Fundadora del Primer Centro de Duelo. Docente del Curso de Técnicas de Intervención en Duelo, Barcelona, España ( 2002). Directora de Duelum, Centro de Recuperación Emocional de la Pérdida. (mail: info@duelum.com.ar )