Fuckbois (Velatorio en la orilla)

Page 1

fuckbois (velatorio en la orilla)


A los que besĂŠ y a los que no


(acabar los poemas con oraciones sentenciosas es escribir epitafios)


me gustaría meter a todos los chicos que he besado desde el año 1999 en una misma habitación

(Berta García Faet)



Las historias contadas en Fuckbois pueden haber sido modificadas, exageradas o inventadas por motivos narrativos y fanzineros, pero la mayoría de los detalles son reales. estás ante la documentación del abandono Este fanzine no es una denuncia, ni pretendo ofender a nadie. Que aparezcas en este fanzine no significa que te odie. Esto no es un fanzine en el que hablo de que todos los tíos son gilipollas. He estado con personas que realmente se han portado mal y que no incluiría en la categoría fuckbois. Y por ende, no voy a hablar hoy de ellas. Un fuckboi no es solo un tío al que te follas y te hace ghosting. También es una tía que dice ser tu amiga y que te deja por loca allá donde va.

Wikipedia dice que «en matemáticas, una incógnita es un elemento constitutivo de una expresión matemática. La incógnita permite describir una propiedad verificada por algún valor desconocido, por lo general números. En el caso de una ecuación, es un valor tal que, al sustituirlo por la incógnita, se verifica la igualdad; en este caso se le llama solución. [...]. Un problema puede tener una o varias incógnitas, pero cada una se expresa bajo la forma de un solo y único símbolo».




Alicia Arce


epitafio

siempre nos sentábamos encima de una mesa una mesa de comedor muy alargada uno frente al otro sobre un mantel de tela nos lanzábamos tenedores y cuchillos cada día después de cenar él hacía un agujero en el mantel escondía las manos dentro alguien encendía el televisor nos rodeábamos con los brazos sin quitar ojo de la pantalla una noche se fue la luz del comedor nos sentamos equívocamente a oscuras en el centro de la mesa se derramó el agua por todos los agujeros nos clavamos mil cubiertos se rompió la mesa en dos por el peso alguien vino a encender la tele y no pudo


He soñado que X se pintaba los labios de rojo. Él me miraba a los ojos incómodo, me abrazaba sin fuerza. También he soñado con X triste y melosa. Ella me llevaba a su piso. Enfrente de su puerta vivía su madre, que era igual de guapa que ella. X tenía un gato y me pedía ayuda para que arreglase algo y yo acababa durmiendo allí. claudia dice que los sueños son materializaciones de nuestro ego por lo que X pintándose los labios es una parte de mí, también maquillándose Cuando me desperté, su casa no era su casa (o sí). Yo no encontraba al gato y me daba miedo aplastarle. Lo siguiente que recuerdo es estar convencida de que yo vivía con X, X, X y X, y al mismo tiempo darme cuenta de que eso no era verdad.

Recuerdo avergonzarme de haberlo pensado siquiera. Sin embargo, sentía que tenía mi habitación propia y creo que por eso sentía al espacio también mío. Estaba acostada con ellos en una cama de nuestra casa. Yo me desperté creyendo escuchar la voz de X. X me confirmó que X había llegado. Se tumbó a mi izquierda y la abracé. X también vino a tumbarse con nosotras. Por último, llegó X con una camiseta azul eléctrico y una chupa de cuero. Nos saludamos: yo, desde la cama; él, de pie. Me abrazó muy lentamente por detrás. X no paraba de preguntarme si me gustaba este chico o el otro o el otro o el otro y yo negaba con la cabeza, por lo que me dijo: «¿solo te gusta X?». Mientras la escuchaba pronunciar eso lo miré, y él se pintaba los labios de rojo. ya no recuerdo a quién o qué responden las incógnitas




la tumba

yo vi a los árboles desplomarse y esparcir las hojas caducas en la tierra seca recogí los papeles sucios ilegibles por el tiempo vi el suelo desgastarse por los tobillos torcidos y las muñecas abiertas que caían olvidé el sonido de tu voz transparente y guardé todos los cristales cada vez que veo el barranco que se abre en dos y se cae te busco en los árboles bajos: eres la medida de todas las cosas


creo que voy a masturbarme a ver si dejo de llorar creo que voy a masturbarme a ver si dejo de escribirte creo que voy a masturbarme a ver si dejas de hacerme ghosting

me pregunto cuándo será la última vez que te vea deslizarte por un tobogán rojo hacia una piscina sin fondo




no hay un camino recto para llegar hasta tu centro (no hay destinatarios ni cartas de amor sin la pupila aterrada del individuo)

Arrugué el folio y lo tiré a la papelera. Miré a la cama. El recuerdo me atraía. Me recosté en ella bocarriba mientras todas las líneas del borrador que había intentado ordenar iban cobrando horizontalidad en mi mente: «El papel se doblaba.» El papel se doblaba. Todos los papeles, los de escribir, los de los crucigramas y los de fumar, que ya venían doblados, se doblaban. Se doblaban y se rasgaban lo justo y necesario y, a veces, hasta se arrugaban a ellos mismos y se tiraban los unos a los otros. Lo peor era que, aunque el papel siempre estaba ahí en todas sus formas, su papel era siempre secundario: lo omitíamos, hacíamos como si no estuviese allí. Algo se me retorció en el estómago. Me incorporé y me recliné sobre la ventana. Desarrugué los ojos y enfoqué las pupilas. No supe ver con claridad si era de día o de noche. El recuerdo había vuelto borroso el matiz de los colores de la calle. En el horizonte había farolas cansadas por el peso del cielo. ¿Cómo se explica lo no concreto? Miré abajo y vi numerosas y pequeñas personas, moviéndose de un lado a otro, reuniéndose, dispersándose. Entre ellas vi a un chico y a una chica. Les veía hablar pero estaba demasiado lejos como para escuchar lo que se decían. Tampoco entendía las palabras que salían de mi boca y de mis manos: se contradecían. Una parte de mí se desdobló y fue corriendo al baño. No quedaba papel, así que arrugué los ojos de nuevo y caminé, esta vez más lento, de vuelta a la habitación. Volví a tumbarme en la cama mientras pensaba en cómo escribir aquella historia. Otra parte de mí seguía reclinada en la ventana, mirando a la calle, seleccionando recuerdos. (el horizonte que se ve desde la ventana es una mancha de tres colores)

Siempre que salía de casa sabía que se encontraría conmigo. Caminábamos en silencio por la misma calle. La respuesta estaba en el diálogo inmanente. Yo avanzaba tanteando con los dedos un ritmo en la pared. Sin embargo, nunca admitiría en el tintinear de mis dedos que me había visto por la comisura del ojo. Doblábamos siempre la misma esquina. Nunca supe por qué. Desde la ventana de esta casa puedo ver esa


calle pero no puedo vernos en silencio. Con el tiempo le regalé aquel libro aunque, en realidad, era como no hacer nada: todo caía y se arrugaba. Daba lo mismo que en el papel hubiese algo escrito o no. Lo que nos importaba era doblarlo. Me di cuenta de que no era capaz de reconstruir lo que había pasado. Pensé en papá (su padre, el de él, pero papá). El cuarto de baño de papá siempre tenía la puerta así como entornada, como cuando él (los dos) me miraba así como entornando los ojos y entornando otro papel y los dos sabíamos que no había vuelta atrás. Cuando conocí a papá me dijo que en su cuarto de baño siempre habría papel higiénico por si el nuestro se acababa. No entendí entonces por qué me lo dijo de manera tan grave. No salíamos nunca de la habitación, aunque nos quedásemos sin papel. Sobre todo si no había papel. Entonces nos arremolinábamos en la cama mirando al techo: «Dime una frase cualquiera y con ella escribiré una historia.» «Hay una mancha en el techo de tres colores.» «Tu pupila asustada se mueve dentro de tu párpado de cubículo. Creo que quiere huir por la carretera que nace paralela entre tu ceja y la raíz de tu pelo. Si me acercase un poco más, podría ver que tu cara está hecha de líneas contradictorias. Hoy estoy aguanevando pero, cada vez que llego a ti, me diluyo.» «...» «Siempre te escribo cuando estás dormido.» Cerré la ventana y, con los ojos aún arrugados, me pregunté cuánto papel nos faltó (o nos sobró) para sostenernos más, para seguir manteniéndonos erguidos. Me senté de nuevo frente al escritorio. Estaba claro que omitir el papel fue nuestro error. El papel estaba donde debía estar para que no ocurriese una catástrofe (incluso aunque ocurriese y el papel se volviese opaco). Aún así, lo arrugábamos y lo tirábamos a la papelera sin pensar. «¿Son los espacios sin papeles los que cohesionan lo disperso?» me dije. Ahora lo sé: la pérdida y el olvido no existen, ni las huellas dactilares de los papeles arrugados desaparecen. Pero la historia no se desarrolla en líneas horizontales ni en discursos programados. Y si cedemos ante el


relato de la memoria entenderemos lo que vemos pero no podemos escuchar. Los sucesos no caben en un papel, se derraman, porque este se doblega por el peso. Por eso, el recuerdo se va arrugando como la piel de papá. Porque cuando no hay papel solo queda el recuerdo de que alguna vez hubo. De que hubo papel y tuvimos la posibilidad de seleccionar los papeles que tirábamos a la basura sin pensar. Solo podemos redactar borradores. Entonces supe qué escribir. No estábamos sobre la cuerda floja: nos agarrábamos a ella desde abajo con todos los dedos no fuera a ser que cayésemos a lo que no veíamos y pensábamos que era el vacío. Y mientras, la cuerda no paraba de arrugarse, doblarse y reclinarse, porque era floja, porque también era de papel. Me obligaba a escribir esos pensamientos para verlos desde fuera, como cuando yo misma me desdoblo. Todo el mundo espera que diga algo, que responda, incluso cuando soy yo misma quien estaba haciendo la pregunta. Y digo «estaba» no porque esto sea el presente, sino porque hablo desde el recuerdo.


Alicia Arce





Alicia Arce


En el primer festival de fanzines al que fui conocí a un chico que tenía uno que me interesaba mucho. Estuve buscándole por Instagram para encontrarlo y comprárselo. Acabé encontrando a otro chico que yo pensaba que era él y resultó que no. Le escribí y me vino con las de «eh, pero bueno, a mí también me gusta la literatura así que si me quieres enseñar algo estaré encantado». Se llamaba X. Acabamos quedando en el Dos de Mayo. Y, por supuesto, hizo como que tenía mucho frío, hizo un poquito de qué tal si vamos a mi casa, estaremos más calentitos, venga. Aparentemente había intimidad. el otro día vi un tweet que decía «pensando en la ternura como fuente de la inseguridad» Empecé a verle más en la facultad. Tenía ese aire de quarterback, ese aire de que todos quieren ser su amigo y complacerle, que todas querían acostarse con él. Y yo era la tía sin muchos amigos que se estaba liando con él sin saber muy bien por qué. Quedamos una segunda y última vez. La verdad es que a mí él me gustaba bastante (todo lo que te puede gustar alguien con quien quedas dos veces y has visto otras tantas en la facultad). Me presentó a todos sus amigos, me sentí arropada. Al día siguiente, quedé con dos de sus amigos: X y X. Eran también sus compañeros de piso. Acabamos en su piso viendo Netflix, pero X estaba en Almería. Entonces, X empezó a vomitar porque el Jagger le había sentado mal y fuimos X y yo a ayudarla, y acabamos metiéndola en la cama entre los dos. Estuvimos con ella hasta que se encontró mejor. Hablamos, escuchamos música, tirados los tres en la cama. Acabamos montándonos un trío. Todo se lió y tanto X como X me decían que, independientemente de lo que pasase con X, que todos íbamos a seguir siendo amigos. X insistía en que yo a X le gustaba muchísimo. Escribí a X contándole lo que había pasado mientras él estaba en Almería y me vino con que sentía que había conectado conmigo, que habíamos intimado, me gustas mucho Rocío, no estoy enfadado con nadie porque entiendo que es algo que puede ocurrir en cualquier momento pero no me siento tan cómodo con la situación como me gustaría, etcétera. Y claro, me pidió tiempo para pensar y a mí me pareció súper


razonable. En ese tiempo empecé a escribirme con una de sus amigas, X, porque un día le conté el sueño que había tenido con todos ellos. El sueño en que X se pintaba los labios de rojo mientras me miraba. Nos hicimos muy amigas, vino a verme bailar a una obra de danza-teatro, dormimos juntas. Decía que X se estaba comportando como un fuckboi por no haberme escrito después de un mes. Acabé escribiéndole porque ella me incitó a hacerlo. Tardó tres días en responder y me dijo que todo estaba bien, que ya nos echaríamos un cigarro en la facultad, que no le apetecía mucho intimar. Aunque parecía haber encontrado a una gran amiga en X, acabó pidiéndome espacio porque según ella me tomaba las relaciones de manera un poco intensa (solo trataba de cuidar a alguien que quería que entrase de lleno en mi vida). de esto ya he hablado de alguna forma en mi fanzine no soy guay: los coolkids siendo lo que son (yo hablo a veces del capital social y guille dice que es un sintagma que le genera escalofríos casi repelús y grima y yo le dije que lo entendía y él me dijo que también y que realmente tampoco había una mejor manera de expresarlo) Me dio una charla muy dolorosa argumentando que todo esto me lo decía porque realmente quería ser mi amiga. No volví a quedar con ella, ni con los del trío. Y me he quedado con un montón de incógnitas (X=?) que no sé resolver.




(Jardines del Louvre, París)

Estoy en una de las ciudades más bonitas del mundo rayada por un tío. No sé si echo de menos Madrid o si echo de menos sentirme bienvenida. X, no sé si te gustará el regalo que te he comprado en Notre Dame. Supongo que sí, porque es mío. nunca llegué a darle el regalo La terraza del estudio de Naomi me hizo recordar el último beso (el beso de la muerte). No entiendo qué pasa. Tengo mucho miedo de desengañarme y dejar de sentir todo esto: sentir es algo muy importante. Ojalá pronunciar todas las palabras del mundo en voz alta sin que pasen por la boca: estar triste, triste, muy triste. ¿Tiene X las mismas dudas? No puede estar tan seguro de todo. sí que lo estaba y hay un dolor ahí donde reconoces que la vez que has querido de una manera más bonita, más íntima a alguien, era un momento en que ni siquiera tenías un papel relevante en la vida de esa persona


En 2016 conocí a un chico por Tinder que se llamaba X. Vino a recogerme a la Facultad de Sevilla y estuvimos alrededor de cuatro horas hablando debajo de un puente al lado de Puerta Jerez. Estudiaba Ciencias Políticas y Sociología e iba de ser súper aliado y súper politizado y comprometido con todo: un pesado. Acabamos quedando una segunda vez en su casa. Después de haber follado empezó a hacerme ghosting.

Es que no puedo entender que una persona con la que me he acostado no me quiera saludar por la calle. el amor líquido etc sí




Aunque en las noticias anunciaban lluvia para aquel día, el sol dividía en dos la puerta de la casa de Lola. Mauro desbloqueó su móvil: «Ya estoy.» «Te abro.» Mauro entró y subió por las escaleras. Hasta entonces nunca se había dado cuenta de que, a medida que iba subiendo de piso, los escalones eran más grandes.

Deslizó también la palma de la mano, acarició la pared («¿de qué color era la pared?») y lo encontró en una esquina, pero la luz no se encendió. Subió hasta el quinto piso a oscuras. (pensó en historia de una escalera y aquel hueco en el que todo el que caía iba a la muerte)

La puerta estaba encajada. Mauro entró sin llamar. Lola estaba tumbada con un cenicero en la barriga «¿Cómo no he podido darme y los brazos caídos sobre la cara. cuenta antes?» pensó. «Son cinco pisos. A uno le da tiempo a cansar- «¿Qué tal?» se y pensar en subir otros cinco pi- «Bien, ¿tú?» sos distintos y caer en la cuenta de «Se te ve bien. Yo nada, lo de siemque la fatiga no es igual en ambos.» pre, bien...» «¿Sí?» Cuando iba por el cuarto piso trató «Ahí tienes la sudadera.» de recordar cómo era el ascensor. «Se me había olvidado.» «Mauro.» «Supongo que las últimas veces «Dime.» subí en ascensor con ella y no me «Ya no somos amigos, ¿no?» di cuenta. Juraría que tenía un es- «¿Por qué no? Podemos ser amipejo. No: dos espejos. Dos espejos gos.» que se unen en un rincón y llegan «No somos amigos.» hasta la cintura. Eso debe ser» in- «Bueno, nos podemos echar un tentaba consolarse Mauro. cigarro de vez en cuando, en la facultad.» En el descansillo entre el cuarto y «Vale. ¿Qué tal las clases? ¿suspenel quinto piso se apagó la luz. Tan- diste muchas asignaturas el año pateó con los dedos la pared buscan- sado?» do el interruptor. «Una. Lola, podemos ser amigos.»


Lola se levantó y se puso unos pantalones. «Lola...» «Mauro, yo no sé por qué me gustabas. Porque no eres para nada el tipo de chico que me gusta. Tampoco sé muy bien por qué te gustaba yo.» «Nos llevamos bien.» «No quiero echarme cigarros contigo en la facultad.» «Oye, ¿la escalera de tu edificiosiempre ha sido así?» Lola se fue al baño, dejando tras de sí la puerta abierta. «¿Qué tal con Lucía?» «Bien» respondió Mauro mirando al techo y entrelazando los dedos. «¿Tenéis algo serio?» «Mmm, sí. Se podría decir que sí.» «Bien. Me alegra» dijo mientras volvía al salón con los labios pintados de rojo. «La escalera siempre ha sido así: cada vez más difícil de subir, lo sé. Nunca habías subido solo hasta casa. Yo siempre subo por el ascensor. Tampoco tenías los ojos abiertos cuando subíamos en él. Es natural que no lo recuerdes.» «No sé.» «No sabes porque no has querido mirarte en los espejos.» «¿Qué ha pasado?»




El día que conocí a X por Internet fue el mismo día que vi la nieve por primera vez. Reconozco que he tenido que escribirle para recordar su nombre, porque siempre le tengo en mente como Sísifo. laura hablaba de que yo estaba como sísifo y yo le dije a carla que eso de nada me servía La primera vez que vi la nieve fue desde la biblioteca de la facultad. Desde el segundo piso veía cómo caían los copos sobre los árboles. Bajé corriendo a la cafetería pero la nieve no terminaba de acumularse en el suelo. Nadie parecía entender lo que me movía tanto al ver la nieve. No llegué a tocarla. Tenía un examen en menos de una hora. X me contó que estudiaba en la misma facultad que yo. Vi en las fotos de su perfil que tenía el pelo

largo y rubio, aunque siempre lo llevaba recogido. En todas aparecía con una expresión seria, como de ensoñación. «Qué raro» pensé. «Qué raro no haberle visto en la cafetería.» Dejamos de hablar y comencé a verle en los pasillos. La primera vez que le vi pensé «¿Es él?» Nos cruzamos. Yo salía de la cafetería y él entraba. Probablemente a X no le sorprendió haber visto la nieve aquel día. Me escribió esa noche: «Creo que te he visto hoy.» Le dije a una amiga: «Es él.» No volvimos a escribirnos en mucho tiempo. Volví a verle muchas veces durante el curso siguiente. Sabía qué leía y con quién se sentaba a la mesa a comer, pero nunca nos saludábamos. Me acostumbré a no mirarle nunca directamente, a suspender los ojos. Un día estaba esperando la cola en el banco cuando Sísifo entró y se sentó a esperar. Aquel día también nevaba, pero ya no me sorprendió tanto. Nos miramos sin mirarnos. Nos miramos con la espalda. De repente sonó su teléfono y le oí hablar por primera vez. Su voz era grave: «Hola. No, no he cogido las llaves. Sí. Sí. Esta tarde no puedo, tengo que estudiar.» Parecía enfadado. Fue la primera


vez que le vi articular una emoción con la cara: «¿Qué te crees que hago fuera de casa a estas horas? Vale. Adiós... Sí, adiós.» Colgó el teléfono y se quedó mirando el móvil, abriendo páginas de Internet sin mirarlas, como si sus ojos de verdad estuviesen en su frente y estuviesen mirándome. «Podría mirarle a la cara, al menos, y esperar que me mire de vuelta» pensé. «Acercarme a saludarle quizá es demasiado. Perdería mi sitio en la cola.» La cola avanzaba y yo notaba cómo cada vez X tenía una perspectiva distinta de mi cuerpo: cada vez más lejos pero también más claro. Notaba que me miraba cuando me tocaba el pelo que me caía por la espalda. La última vez que le vi estábamos sentados uno frente al otro en la biblioteca. Esta vez su mirada estaba clavada en unos papeles. Su cabeza reposaba sobre sus manos. Pasado un tiempo, yo recogí mis cosas y me fui. Me llegó un mensaje suyo: «Hoy sí que estábamos en el mismo sitio, jajaja.» «En realidad, hemos estado así de cerca miles de veces.» «Ah, pues eso sí que no lo sabía.» «Será porque solo te veo yo. El otro día estaba sentada a tu lado en las

escaleras de la cafetería.» «Mmm. Eso tampoco me suena.» «Pues es verdad. No recuerdo exactamente qué día fue, pero sí. A tu lado estaba. Estabas hablando con un chico. Te echaste un cigarro y te fuiste.» «Ni idea. En época de exámenes estoy un poco espeso... no me lo tengas en cuenta, jajaja.» «No te preocupes. Suerte con tus exámenes. Te veré de reojo por los pasillos, supongo.» el otro día me contó que había soñado conmigo pero que no recordaba qué pasaba exactamente y yo le conté que yo soñé una vez que nos besábamos y no ha vuelto a escribirme y han pasado dos años de todo y aún no nos hemos saludado nunca en la facultad



Alicia Arce


tengo un útero y es de noche Tengo un espejo en forma de útero en el que todo el mundo se mira. El mundo, el mundo entero, se asoma a mí. Casi siempre está empañado, y en él nacen mil voces, rebotan todas las luces que me han mirado, hasta ahora, sin pestañear Han dibujado formas, escrito extraños mensajes, que solo aparecen cuando el vapor se ha ido. Tengo un espejo en el que todo el mundo, el mundo entero, puede mirarse o caer al río menos yo. En el que el mundo puede sumergirse en sí mismo. Yo solo puedo mojarme los dedos de agua hirviendo. Solamente puedo mirarme en él si me desmembro, si me amputo de mí, si decido operar y extraer un fragmento del espejo cuando ya está frío porque ya es de noche y nada se refleja contra él. Solo puedo mirarme de reojo cuando nadie puede verlo, cuando la estructura que le sostiene no se está dilatando.


insertar texto histriรณnico y reflexivo





Alicia Arce


el durazno Uno no debería estar con un escritor. Hacerlo es resignarse a que a uno no le hablen de manera literal. Es una manera distinta de estar, de adaptarse a las imágenes y los ritmos del otro. Hubo uno que siempre aprovechaba que dormía para escribirme, para pintarme cosas en la cabeza, mientras que nunca estaba despierto del todo cuando yo le miraba. La persiana de su habitación estaba siempre medio bajada, de tal manera que si uno entraba al cuarto por primera vez solo podía ver la estructura de las cosas más grandes e incluso podía pensar que había pocas cosas en la habitación. Sin embargo, a medida que uno iba con frecuencia se daba cuenta de los papeles en el suelo, del polvo que había debajo de los muebles. A la derecha había un escritorio, y al fondo, un somier. El somier no tenía colchón porque lo habían puesto ​en el suelo, pues era verano. A la izquierda, un armario y una estantería demasiado grande para tan pocos libros. Tenía tanta ropa que no usaba que un día aproveché que él dormía para colocarla toda en los estantes, para que no la pisásemos sin querer por la oscuridad de la persiana. Él, cuando vio lo que había hecho, se enfadó y la volvió a tirar al suelo: «Lo del cuerpo no puede ocupar el espacio de la mente» me dijo. Con el tiempo aprendí que una de las consecuencias de escribir compulsivamente es que uno empieza a impregnar el papel higiénico, el plato limpio, la sábana blanca de cosas que no son suyas. El escritor me obligó a creer que había una relación absoluta entre los melocotones y los rebordes de mi culo. Una noche estaba acostada en la cama mientras él escribía en la mesa. A medida que iba escribiendo línea tras línea, fui sintiéndome más y más cansada hasta que me quedé dormida, y tuve un sueño: Una hilera de hombres entra en una habitación en la que hay una mujer sentada en una cama, recostada contra la pared. Está mirando a la pared de enfrente donde hay una foto, un retrato de alguien. La habitación es lo suficientemente amplia para que la mujer no pueda reconocer la cara. Sin embargo, tampoco hace esfuerzos por acercar los ojos, su cabeza sigue apoyada en la pared, sus manos descansan en la cama y sus piernas están abiertas. Uno a uno, pasan por delante de ella, entre la foto y ella, cogen un rotulador rojo de la mesa que está a su lado y dibujan un


círculo en una parte de su cuerpo. Poco a poco se amontonan en una esquina de la habitación. A continuación, estoy en medio de una habitación con siete camas. Creo que veo a la misma mujer al fondo. En cada cama hay un cuerpo de hombre y cada uno me mira como si me hubiera conocido siempre. Al principio, camino lenta por la sala. Luego, trato de correr hasta el final del cuarto, pero no puedo. No sé cómo, empujo todas las camas hacia el centro hasta convertirlas en la gran cama, donde soy capaz de ponerme en pie sobre todos los cuerpos y decir: «no me queda nada más en este cuarto.» No sé por qué digo eso. Mientras tanto, veo a la mujer tratando de acercarse a mí. Lo siguiente que recuerdo es ver dos habitaciones más. En una hay un escritorio en el centro. Sobre él, una máquina de escribir, un espejo de bolsillo y el mismo rotulador. Un hombre entra sin mirarme, dibuja un círculo rojo en el espejo y se pone a escribir. Se parece al escritor, pero no es él. Intento preguntarle qué escribe, pero me doy cuenta de que no puedo hablar en sueños. En la otra solo hay un colchón de matrimonio tirado en el suelo. En él, me veo a mí misma recostada. Alrededor del colchón hay montones de ropa, pero esta vez no siento el impulso de doblarla cuidadosamente. «¿Me está mirando porque yo la estoy mirando a ella?» me pregunto. Me estoy mirando, me estoy mirando y cada vez siento más calor. Me desperté sudando y el escritor ya no estaba. La persiana estaba subida y entraba tanta luz que supuse que había pasado mucho tiempo durmiendo. La ropa estaba doblada en la estantería y alguien había limpiado el polvo. Me di cuenta de que tenía círculos rojos por todo el cuerpo, en los pies, en el pubis. «Escritor tenía que ser» pensé. «Mira que pintarme mientras duermo...» Se me ocurrió mirarme el culo en un espejo y leí en voz alta: «Onzarud.»



rocío simón

fuckbois (octubre de 2019) algunos poemas de velatorio en la orilla (2017 - 2020) segunda edición e inclusión del poemario (diciembre de 2020)


Turn static files into dynamic content formats.

Create a flipbook
Issuu converts static files into: digital portfolios, online yearbooks, online catalogs, digital photo albums and more. Sign up and create your flipbook.