Tarde de momentos morbosos Paulina Sandoval
Melena entre suspiros
Vanessa Castañeda
La secreta pasión de Amelia Fernando Sampedro
El hombre que mira
Diego Bonilla
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Revista Cultural Año I Número 1 Mayo 2015 Calavera
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Calavera
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Directorio Fernando Sampedro Director General
Fernanda Cisneros Jefa de Redacción
Jazmín Cano Directora Editorial
Rubí Cortés Directora de Diseño Editorial
Orlando Saucedo Coeditor Editorial
Diego Bonilla Director Ilustración
Felipe Gutiérrez Director Comercial
Cynthia Medina Coordinadora de Distribución
Ilustración de portada: Virgil Lee Young Sitio web: shotyoung.deviantart.com
Los textos aquí publicados son en su totalidad responsabilidad de su autor.
D. R. © Calavera. Radiografía del arte 2015
UNAM Circuito Mario de La Cueva, Coyoacán, Ciudad Universitaria, 04510 Ciudad de México, D.F.
Número de registro: ISSN 1405-7786
Índice
Re-verso
Fotograma 24
Sonido 13
Cuarta Pared
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Tarde de momentos morbosos
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La ventana indiscreta (notas del adiestrador de miradas)
Paulina Sandoval
Violeta Alonso
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Lo prohibido atrae
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Melena entre suspiros
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La secreta pasión de Amelia
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El hombre que mira
27
Notas para lectores curiosos: voyeurismo literario
28
La improvisación que desnuda: análisis del rap
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Daniela Pérez Álvarez
Vanessa Castañeda
Fernando Sampedro
Diego Bonilla
Jazmín Cano
Orlando Saucedo
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Revista Calavera Año I Número 1 Mayo 2015
Editorial
Ilustración: Anibal Pantoja
Tomando en cuenta la amplia diversidad cultural que existe en la Ciudad de México, Calavera expone de una forma clara cómo pueden representarse distintos panoramas artísticos. La concepción de que el arte es y debe ser bello remite a pensar que el movimiento natural, y cotidiano, del cuerpo, no es arte; o que la poesía no puede ser un discurso entre dos personas. Los convencionales siguen, desde mucho tiempo atrás, con esa idea de que el arte sólo está presente en las galerías o museos; tienen esa concepción “cuadrada” que pretenden mantener a través del discurso común, de hacer creer que el arte es complicado y que sólo puede ser entendido y creado por aquellos que fueron “tocados” por Dios. Pese a esto, la cultura popular tiene colores, sabores, sonidos, letras y demás expresiones que a simple vista no se distinguen, por ello es necesaria una radiografía de estas manifestaciones. Calavera presentará el lado C de las cosas, con el deseo de acercar y presentar a nuestros lectores la visión alterna de la cultura popular, mostrar la riqueza y autenticidad de estas manifestaciones. Para presentar todo esto contamos con los géneros literarios y periodísticos apoyados de un tono ameno para llegar a la mente, al corazón y al espíritu de nuestros lectores. La diversidad de intereses ha logrado mostrar esa gama de estilos que enriquecen la cultura y el arte. Calavera se compromete a saciar esos diversos intereses. En cada número provocaremos al lector con una temática en específico abordada desde diferentes plumas. Por esta razón en el primer número se tomará al voyeurismo como tema central, porque concebimos al lector como un voyeur debido a la gran necesidad de buscar entre las líneas de un poema o una entrevista aquello que es diferente de otras publicaciones.
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Tarde de momentos morbosos
Ilustración: Anibal Pantoja
Paulina Saldivar
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n 1951, el psicólogo estadounidense Solomon Asch fue a un instituto para realizar una prueba de visión. Al menos eso es lo que les dijo a los 123 jóvenes voluntarios que participaron –sin saberlo– en un experimento sobre la conducta humana en un entorno social. El experimento era muy simple. En una clase de un colegio se juntó a un grupo de siete alumnos, los cuales estaban compinchados con Asch. Mientras, un octavo estudiante entraba en la sala creyendo que el resto de chavales participaban en la misma prueba de visión que él. Haciéndose pasar por oculista, Asch les mostraba tres líneas verticales de diferentes longitudes, dibujadas junto a una cuarta línea. De izquierda a derecha, la primera y la cuarta medían exactamente lo mismo. Entonces Asch les pedía que dijesen en voz alta cuál de entre las tres líneas verticales era igual a la otra dibujada justo al lado. Y lo organizaba de tal manera que el alumno que hacía de cobaya del experimento
siempre respondiera en último lugar, habiendo escuchado la opinión del resto de compañeros. La respuesta era tan obvia y sencilla que apenas había lugar para el error. Sin embargo, los siete estudiantes compinchados con Asch respondían uno a uno la misma respuesta incorrecta. Para disimular un poco, se ponían de acuerdo para que uno o dos dieran otra contestación, también errónea. Este ejercicio se repitió 18 veces por cada uno de los 123 voluntarios que participaron en el experimento. A todos ellos se les hizo comparar las mismas cuatro líneas verticales, puestas en distinto orden. Cabe señalar que solo un 25% de los participantes mantuvo su criterio todas las veces que les preguntaron; el resto se dejó influir y arrastrar al menos en una ocasión por la visión de los demás. Tanto es así, que los alumnos cobayas respondieron incorrectamente más de un tercio de las veces para no ir en contra de la mayoría. Una vez finalizado el experimento, los 123 alumnos voluntarios Calavera
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De forma inconsciente, muchos tememos llamar la atención en exceso –e incluso triunfar– por miedo a que nuestras virtudes y nuestros logros ofendan a los demás. Esta es la razón por la que en general sentimos un pánico atroz a hablar en público. No en vano, por unos instantes nos convertimos en el centro de atención. Y al exponernos abiertamente, quedamos a merced de lo que la gente pueda pensar de nosotros, dejándonos en una posición de vulnerabilidad. El síndrome de Solomon pone de manifiesto el lado oscuro de nuestra condición humana. Por una parte, revela nuestra falta de autoestima y de confianza en nosotros mismos, creyendo que nuestro valor como personas depende de lo mucho o lo poco que la gente nos valore. Y por otra, constata una verdad incómoda: que seguimos formando parte de una sociedad en la que se tiende a condenar el talento y el éxito ajenos. Aunque nadie hable de ello, en un plano más profundo está mal visto que nos vayan bien las cosas. Y más ahora,
Ilustración: Anibal Pantoja
reconocieron que “distinguían perfectamente qué línea era la correcta, pero que no lo habían dicho en voz alta por miedo a equivocarse, al ridículo o a ser el elemento discordante del grupo”. A día de hoy, este estudio sigue fascinando a las nuevas generaciones de investigadores de la conducta humana. La conclusión es unánime: estamos mucho más condicionados de lo que creemos. Para muchos, la presión de la sociedad sigue siendo un obstáculo insalvable. El propio Asch se sorprendió al ver lo mucho que se equivocaba al afirmar que los seres humanos somos libres para decidir nuestro propio camino en la vida. Más allá de este famoso experimento, en la jerga del desarrollo personal se dice que padecemos el síndrome de Solomon cuando tomamos decisiones o adoptamos comportamientos para evitar sobresalir, destacar o brillar en un grupo social determinado. Y también cuando nos boicoteamos para no salir del camino trillado por el que transita la mayoría.
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Ilustración: Anibal Pantoja
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en plena crisis económica, con la precaria situación que padecen millones de ciudadanos. Detrás de este tipo de conductas se esconde un virus tan escurridizo como letal, que no solo nos enferma, sino que paraliza el progreso de la sociedad: la envidia. La Real Academia Española define esta emoción como “deseo de algo que no se posee”, lo que provoca “tristeza o desdicha al observar el bien ajeno”. La envidia surge cuando nos comparamos con otra persona y concluimos que tiene algo que nosotros anhelamos. Es decir, que nos lleva a poner el foco en nuestras carencias, las cuales se acentúan en la medida en que pensamos en ellas. Así es como se crea el complejo de inferioridad; de pronto sentimos que somos menos porque otros tienen más. Bajo el embrujo de la envidia somos incapaces de alegrarnos de las alegrías ajenas. De forma casi inevitable, estas actúan como un espejo donde solemos ver reflejadas nuestras propias frustraciones. Sin embargo, reconocer nuestro complejo de inferioridad es tan doloroso, que necesitamos canalizar nuestra insatisfacción juzgando a la persona que ha conseguido eso que
envidiamos. Solo hace falta un poco de imaginación para encontrar motivos para criticar a alguien. El primer paso para superar el complejo de Solomon consiste en comprender la futilidad de perturbarnos por lo que opine la gente de nosotros. Si lo pensamos detenidamente, tememos destacar por miedo a lo que ciertas personas –movidas por la desazón que les genera su complejo de inferioridad– puedan decir de nosotros para compensar sus carencias y sentirse mejor consigo mismas. ¿Y qué hay de la envidia? ¿Cómo se trasciende? Muy simple: dejando de demonizar el éxito ajeno para comenzar a admirar y aprender de las cualidades y las fortalezas que han permitido a otros alcanzar sus sueños. Si bien lo que codiciamos nos destruye, lo que admiramos nos construye. Esencialmente porque aquello que admiramos en los demás empezamos a cultivarlo en nuestro interior. Por ello, la envidia es un maestro que nos revela los dones y talentos innatos que todavía tenemos por desarrollar. En vez de luchar contra lo externo, utilicémosla para construirnos por dentro. Y en el momento en que superemos colectivamente el complejo de Solomon, posibilitaremos que cada uno aporte lo mejor de sí mismo a la sociedad. Calavera
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La ventana indiscreta (notas del adiestrador de miradas)
Foto: Walter Ceron
Violeta Alonso
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uántas veces nos proponemos objetivos que implican hacer cosas y no las llevamos a cabo por falta de voluntad. Encontramos excusas y justificaciones para no hacer lo que pretendíamos o nos gustaría. Se interponen imprevistos que nos desvían de lo que nos habíamos propuesto o bien preferimos distraernos con múltiples asuntos, ya sea responder correos que no son urgentes, indagar en páginas de Internet que despiertan nuestra curiosidad o sencillamente mirar por la ventana, con tal de no abordar lo que nos habíamos propuesto. La pereza y la falta de atención debilitan nuestra voluntad. Quizá pensamos que no somos apáticos porque estamos ocupados. Pero la indolencia no es solo no hacer, es falta de estímulo y carencia de deseo. Se puede manifestar en una incapacidad de centrarse y en una dejadez que nos lleva a posponer para
otro día lo que podríamos solucionar y hacer ahora. En su libro El esfuerzo, el filósofo Francesc Torralba expone que la pereza y el aburrimiento están emparentados. La holgazanería nos lleva a no hacer nada, y el no hacer nada, al aburrimiento. “Este es indirectamente el motor de la historia”, afirma Torralba, “si no experimentáramos el aburrimiento de no hacer, tampoco nos pondríamos en acción”. El problema surge cuando el aburrimiento se mata con distracciones que no llevan a ningún logro personal, ni relacional, ni social; sencillamente se deja pasar el tiempo de una forma que debilita y también apaga nuestra red relacional. Se pasa bien, pero la mera distracción no ofrece plenitud ni nos deja satisfechos, y finalmente permanece un vacío interior, de sentido. En vez de llamar a un amigo, tener una buena conversación, preparar una sabrosa comida, Calavera
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De hecho, sin conciencia de esta necesidad, sea cual sea, permanecemos secuestrados por nuestra rutina y por una conducta automática. En esas condiciones, la voluntad está adormecida. Solo cuando uno se da cuenta, por ejemplo, de que precisa realizar ejercicio, se esfuerza en dedicar tiempo y recursos para conseguirlo. Y aun así, si además no se nutre con entusiasmo y no ejercita su voluntad, la pereza y la rutina acaban ganando la partida. Para que esto no ocurra debe priorizar y ser perseverante, con disciplina. Hay que poner orden a las necesidades y dar la importancia que merece a aquello que se considera enriquecedor del ser: cultivarse, aprender, conocer, expresarse y ser creativo (cantando, dibujando, pintando, tocando música, escribiendo). A veces se dejan para lo último las necesidades espirituales, creativas y culturales, y se acaba por no dedicarles tiempo ni esfuerzo. Mantener esta actitud respecto a un proyecto, un ideal, una relación, un trabajo contribuye a ejercitar la voluntad y a fortalecerla. Actuar con emoción proporciona el empuje y la energía necesarios para lograr lo que nos propongamos. Y si surge alguna decepción, algún impedimento, es con voluntad y disciplina como lograremos avanzar. Seguimos unas disciplinas u otras según el código de conducta que interiorizamos en función de nuestras
Foto: Walter Ceron
realizar algo creativo, hacer ejercicio o meditar para fortalecer la mente y el cuerpo, uno se deja llevar y se distrae en cosas que no le aportan ningún beneficio, ni siquiera el de relajarse y calmar la mente. Para lograr lo que se propone, debe cambiar la inercia de lo rutinario que invade o consume su empuje creativo y su voluntad. Cuando quiera hacer algo, ir a nadar o a caminar, llevar a cabo un proyecto, iniciar una aventura, mantener una conversación o escribir un libro, primero debe visualizarlo. Piense en cuál es el ideal, cómo será cuando lo consiga, qué le mueve, cuál es su intención y para qué lo quiere hacer. Responder a estas preguntas le ayudará a fortalecer la voluntad para esforzarse y encaminarse hacia ello. Tener perspectivas de un horizonte mejor impulsa a ponerse en marcha. La voluntad se trabaja, se educa y se fortalece con atención plena y con esfuerzo. “Solo nos ponemos en marcha si imaginamos que podemos llegar a buen puerto”, afirma Torralba. Pero cuando nuestra ilusión está atrofiada permanecemos estancados en una inercia en la que vamos haciendo pero sin impulso creativo, sin imagen ni visión que tire de nosotros. Para poner la voluntad en acción también hay que reconocer la necesidad de desatar el potencial creativo.
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Foto: Walter Ceron
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creencias, cultura y relaciones sociales. En este marco siempre existe la posibilidad de incorporar el empuje de hacer lo máximo y lo mejor que uno pueda. Podemos esmerarnos en pensar bien, decir palabras con sentido que den pie a conversaciones enriquecedoras y actuar con elegancia y respeto. Así no nos conformaremos con lo ordinario y nos concentraremos en mejorar. Para ello necesitamos intención y disciplina. De lo contrario, la mente se dispersa. Una estrategia eficaz es formular pensamientos positivos y usarlos como afirmaciones que fortalezcan la concentración. Podemos elaborar una lista de reflexiones que sean como llaves que se puedan usar para abrir el caudal de positividad interior. Por ejemplo: “yo puedo”, “no me vencerán”, “todo fue como tuvo que ser”, “lo acepto y lo suelto”. La voluntad ayuda a gestionar los pensamientos inútiles y nuestra tendencia a distraernos. Allí donde se enfoca nuestra atención se dirigen nuestras cavilaciones con más frecuencia e interés.
Así se genera energía en esa dirección, ya sea positiva y beneficiosa o negativa y perjudicial. La voluntad es una fuerza interna que nos mueve. La visión clara es la que nos indica dónde está nuestro norte en la brújula interior, y con esta lucidez, la voluntad actúa con más determinación. Sin embargo, aunque no veamos nuestro norte en la brújula interior, podemos ejercitar la voluntad en pequeñas cosas. Cada día podemos proponernos dedicar un rato a meditar, a conversar con algún ser querido, un tiempo a escribir o a alguna actividad que impulse la creatividad. Precisamente, escribir es un buen sistema, ya que hacerlo ayuda a separar el grano de la paja, a esclarecer las ideas y a centrarse. Por lo que se refiere a todos los actos de iniciativa (y de creación), hay una verdad elemental cuya ignorancia mata un sinnúmero de ideas, así como espléndidos planes: en el momento en que uno se compromete de veras, la providencia también actúa. Calavera11
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Foto: Archivo Calavera
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