Juan Orlando Luna Ochoa / Orlando_lunaochoa@hotmail.com La Historia me Absolverá Las palabras al aire, como impresas, cambian nuestras vidas, dependiendo de la moldura social, de letras y de instinto con que éste hecho cada ser humano, cada nación. Son un aliciente para obtener respuesta en el individuo, una conducta, que en el caso de “La historia me absolverá”, es el de la lucha contra el infortunio, el abuso, la que se lleva para encontrar un beneficio colectivo, por lo justo, lo correcto, sin doblegarse o corromperse. Da lo mismo decirlo o no, si no hay quién escuche las voces, quien las lea, se tiran y los ecos no existen, no se despeja la niebla de los entre teneres para descubrir que como en el pasado, el tejido de la desigualdad social, de la pobreza nuestra, sigue encarnada en rostros no sólo cobrizos y sabor salino del hambre que se porta en manos, zapatos o en ausencia de ellos. Por ello veo la importancia de considerar la dignidad del pasado para no remendar, sino remediar en el presente, recordar el que “Quién no conoce su historia, está tentado a repetirla”, si no participamos en la toma de decisiones, no seremos más que almas insepultas, y de dadiva inconsciente, para la apariencia de que todo está bien en un México que considero rescatable a su distorsionado hoy. Ahí, en el aquí, es donde estamos arrodillados, en esta inamovilidad visible, hija del miedo y la incertidumbre. No únicamente “La Historia me absolverá” de Fidel Castro Ruz, generó un cambio en parte de mi persona y conciencia, el surgimiento de movimientos sociales como el Zapatista o el del Concejo General de Huelga en la UNAM, surgidos en los años de 1994 al nacer del año y en el periodo de huelga estudiantil de 1999. Fueron en buena parte los que forjaron a complemento a un joven de escasa experiencia política, quién compraba un diario o un semanario para responder sus preguntas. Movimientos criticados por autoridades de gobierno, pero con un fin, el del respeto a los derechos, más que en soliloquio de los que corresponden a indígenas o estudiantes, los de toda la composición de una nación, que aún con acuerdos firmados, siguen pisoteándose y sujetándose de la gratuidad, la educación. Después de una década, alguien me cuestionó que el movimiento estudiantil no había ganado nada, que se cerró la universidad inútilmente, que fue una pérdida de tiempo y horas en las aulas. Contesté “Si no se hubiera protestado con cerrar las aulas nueve largos meses, la situación actual del país sería peor y muchos estudiantes no tendrían oportunidad de acceder a una educación gratuita y el número de los mal llamados NINI sería estratosférico”. Con ello no quise justificar la duración del movimiento universitario, pero sí, el que aunque tuvo sus matices preelectorales y políticos, se logró derogar el reglamento general de pagos en la universidad, impulsado en su momento por el exrector Francisco Barnés de Castro, con lo que medianamente se sigue conservando la gratuidad en la institución. De esta parte de la historia rescato “No Rendirse, No Venderse”, frase que se pintó sobre una manta en mi casa de estudios en la asamblea estudiantil del día 6 de octubre de 1999, aquel momento era un conflicto institucional, que leída a distancia, lleva la misma importancia, No
Rendirse es seguir como en lo descrito, mantenerse en pie por las causas sociales, No Venderse es seguir con los ideales incorruptibles, sin dejar de lado un sueño en estos momento casi irreal, risible, extraño y en extinción: El de la equidad.