Título original en inglés: Belonging Traducción: Félix Cortés Dirección editorial: Miguel Valdivia Diseño de la portada: Michelle Petz Las fotos de la portada provienen del álbum familiar de los Rockey y representan seis generaciones de la familia. A no ser que se indique de otra manera, todas la citas de las Sagradas Escrituras están tomadas de la versión Reina-Valera, revisión de 1960. Derechos reservados © 2003 por Pacific Press® Publishing Association. Se prohíbe la reproducción total o parcial de esta obra sin el permiso de los editores. Editado e impreso por PUBLICACIONES INTERAMERICANAS División Hispana de la Pacific Press® Publishing Association P. O. Box 5353, Nampa, Idaho 83653, E E .U U .deN .A . Primera edición: 2003 ISBN 0-8163-9396-6 Printed in the United States of America
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Acerca de ios autores Ron Rockey, Ph. D. y Nancy Rockey, Ph. D. Los Dres. Ron y Nancy Rockey dirigen seminarios en las áreas de la recuperación emocional y la consejería psicológica a nivel internacional y son una de las parejas cristianas de mayor renombre profesional en estas materias. Inspirados por su proceso personal de sanidad y superación, y el testimonio de las miles de personas que han ayudado a lo largo de 25 años de ministerio en equipo, han desarrollado mi plan de recuperación basado en la Biblia que ha tenido magníficos resultados. Durante 30 años de matrimonio, la crianza de dos hijas y un extenso programa de estudios académicos, les han brindado la oportunidad de poner a prueba las herramientas que recomiendan para el crecimiento personal y relacional. Sus estudios a nivel de maestría y doctorado los han preparado como terapistas de familia y psicólogos con especialidad en Consejería. Ron también es ministro y Nancy es una enfermera certificada. Han enseñado y dado charlas en numerosos países, han aparecido en programas de televisión a nivel nacional, y han producido un programa de radio en vivo con llamadas del público. Juntos han compartido su conocimiento y experiencia con grupos religiosos interdenominacionales y sus asociaciones. Actualmente sirven como el equipo de ministerio familiar del programa televisivo Fe para hoy. “Estamos convencidos de que puede aliviarse gran parte del dolor y el sufrimiento por medio del conocimiento y la
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comprensión. Hemos dedicado nuestras vidas a la enseñanza y a la provisión de herramientas que propicien una recuperación rápida. Para nosotros no hay mayor alegría que ver cómo se abren los ojos del entendimiento, cómo el dolor se transforma en sanidad y el conflicto en compatibilidad”.
Kay Kuzma, Ed. D. La Dra. Kay Kuzma, especialista en el desarrollo infantil y la vida de familia, es presidente de Family Matters (Asuntos de familia) y anfitriona del programa radiofónico diario Got a minute for your family? (¿Tiene un minuto para su familia?). Publica un periódico para padres y es la autora de más de una docena de libros, incluyendo Easy Obedience (Obediencia fácil) y Creating Love (Creando amor). Además, es una oradora popu lar y presentadora de seminarios. Tiene una maestría en Desarrollo Infantil de la Universidad de Michigan, y un doctorado en Educación de la Universidad de California en Los Angeles. Ella y su esposo, Jan, viven en Tennessee y tienen tres hijos adultos.
Tn etproceso de (a recuperación no podemos aspirar a aCterar [a Historia.
^or otra parte, (Dios, quien es omnisciente y contro(a etpasado, eípresente y eCfuturo, puede de taimanera aCterar etpresente, quepodamos íiSramos defdoíor delpasado.
Ü^ancy %oc(<gy
ccnfmQoo Contenido.............................................................................7 Agradecimientos..................................................................8 Dedicatoria...........................................................................9 Introducción....................................................................... 10 Capítulo 1: Atrapado en en la telaraña............................. 15 Capítulo 2: Destapar para descubrir................................. 35 Capítulo 3: Entra basura, sale basura............................. 52 Capítulo 4: Un virus en el programa................................. 68 Capítulo 5: Cuando usted siente que no lo aman y no le importa a nadie................................................... 83 Capítulo 6: El comienzo de nuestro resentimiento............ 99 Capítulo 7: Las raíces del rechazo.................................... 122 Capítulo 8: Las semillas que producen las malas hierbas del resentimiento................................ 140 Capítulo 9: Cuando usted es golpeado por el abuso......... 163 Capítulo 10: ¿Quién soy? Un niño inocente o un adulto apasionado........................................................180 Capítulo 11: El plan de Dios para la recuperación........... 198 Capítulo 12: ¡Los redimidos se regocijarán!..................... 219
Agradecimientos A nuestra familia que nos creó y nos dio todas las experiencias de las que escribimos. Por lo bueno y lo no tan bueno. El mosaico de nuestra vida ha sido embellecido por el amor de ustedes, aunque no siempre sentimos su calor. A nuestras hijas, nuestras preciosas niñas que son como un milagro, quienes nos toleraron en nuestra debilidad e ignorancia, y que han llegado a ser personas adultas amorosas y amables. Les amamos. A esas personas en el escenario de la vida que nos'animaron a pesar de nuestras faltas y pequeñeces, y a aquellos que nos han enseñado y respaldado a lo largo del camino. Les agradecemos.
!D e d i c a t o r i a Con amor y gratitud dedicamos este libro a la memoria de nuestro amigo y mentor, Harry Anderson
Quien nos trajo a Cristo a través de sus inspiradas pinturas y por medio de un carácter genuinamente cristiano. “Todo está en el ojo; en cómo observas lo que ves —nos decía—. Debes entrenar al ojo para ver todo lo que hay, todos los colores, evidentes y sutiles, todos los matices delicados que se combinan para hacer del objeto lo que es; esto es lo que hace un artista genuino. El secreto no está en la mano, sino en entrenar la mano para crear lo que el ojo observa”. Tenías razón, Harry.
Un verdadero artista tiene un ojo agudo, y tú sobrepasaste a todos. En nuestra debilidad, viste fortaleza; en nuestro dolor, viste un día más brillante; en nuestra inexperiencia cruda, viste sabiduría; en nuestra agresividad atrevida, viste valor; en nuestros fracasos, viste rudos bordes que estaban siendo pulidos; en nuestra depresión más gris, viste momentos necesarios de introspección; en nuestro quebranto, viste el surgimiento de un espíritu capaz de aprender. En tu corazón de padre encontramos la aceptación de Dios, la compasión y un amor incondicional y confiado.
Introducción La historia de Ron He estado en la oscuridad de la mazmorra, una caja de poco más de un metro cúbico; desnudo y solo; muy solo. He estado incomunicado tras gruesos muros de cemento y kilómetros de alambre de púa en una cárcel estatal. Entiendo la tortura de los prejuicios y la brutalidad del poder. Los días se esfumaban en noches interminables; mi esperanza vacilaba y moría. Salir de mi cárcel parecía imposible Desesperadamente deseaba salir pero alguien más tenía la llave. Se me ha privado de mi dignidad, estoy desnudo y avergonzado. Mis fuerzas decaían por la desnutrición; mis músculos estaban fláccidos por la inacción. Me acurruqué en posición fetal, Deseando regresar a la seguridad del útero materno.
Mis pensamientos me condenaban. Mi sentido de identidad había desaparecido y aunque yo existía, ¡mi espíritu estaba muerto! He salido a la luz del sol, casado con la mujer que adoro, mis hijas ríen y juegan junto a mí. He cumplido mis sueños de estudios universitarios y he practicado la profesión que escogí, mientras que adentro me he sentido más desesperado que cuando estuve en la cárcel. He estado en la telaraña. Encontré la vía de escape, tanto de la prisión de cemento y alambre de púas, como de la prisión de mi propia mente. Este libro trata sobre cómo escapar. Habla de una excursión hacia la libertad emocional. Trata sobre cómo cortar las cuerdas pegajosas de la telaraña y quedar libre.
La historia de Nancy Yo también conozco la tortura de la incomunicación, pero no tras fríos muros de piedra o alambre de púa. He estado presa en carne y hueso, he temido en silencio que mostrarme como soy en realidad
me traería el ridículo, el desconocimiento, la desaprobación o el rechazo de los demás. Acurrucada en el sofá de la casa de mi infancia, me chupaba el pulgar mientras intentaba olvidar un doloroso secreto, y me hacía creer a mí misma que todo estaba bien. Allí, sentada, mi cuerpo edificó muros de repudio para rechazar a los intrusos, porque la seguridad de mi hogar había sido violada por dos hombres del vecindario. Desconocía lo que eran percepciones, así que en mi telaraña vi a mi padre rígido, incapaz de ceder un ápice, pero aun así reí y jugué con él y traje a otros niños a casa para que hiciesen lo mismo. Admiraba tanto su ingenio, su sabiduría y su talento, que me conformaba con imaginar las palabras que él no podía decir. ¿Por qué no podía contentarlo? Mi madre suave y tierna me acariciaba el cabello con sus manos de terciopelo y se esforzaba por interpretar y convencerme del amor de Papá Pero un temor paralizante calificaba mi percepción de la realidad y la verdad;
por eso ambos nos sentimos rechazados uno por el otro. Lo que él necesitaba, no podía darme. Ojalá hubiese yo entendido en ese entonces que sus acciones y sus regalos reemplazaban las palabras que no decía, y que la desaprobación que mostraba era una alabanza disfrazada. Pero esto no habría de ocurrir sino hasta que descubrí que el conocimiento es la llave y que la determinación es lo que empuja la puerta. Este libro trata sobre cómo escapar de prisiones. Habla de una excursión hacia la libertad emocional. Trata sobre cómo cortar las cuerdas pegajosas de la telaraña y quedar libre.
“Oh, Señor, alúmbranos con tu luz y revélanos nuestro fuero interno. Libéranos de las cadenas que nos atan a la inmadurez y la infantilidad. Prepara nuestros corazones para la sanidad y la plenitud en tu Espíritu”. David A. Seamands
CAPÍTULO 1
Atrapado en [a telaraña “Yo Jehová te he llamado... para que abras los ojos de los ciegos, para que saques de la cárcel a los presos, y de casas de prisión a los que moran en tinieblas”. Isaías 42:6, 7. Hemos vivido aprisionados por el pasado y hemos encontrado una ruta de escape. Hemos sentido las cadenas del rechazo, que han dejado profundas cicatrices en nuestras almas, y ahora tenemos el gozo de sentimos aceptados por lo que somos. Lo que compartimos con usted es lo que hemos aprendido a lo largo del escabroso camino recorrido durante medio siglo. No se limita al conocimiento adquirido en la lectura. También incluye conocimiento que brota de las entrañas. Es la historia de la iluminación del Espíritu Santo que nuestro maravilloso Padre en el cielo nos ha revelado; el mensaje de su amor y del conflicto entre el bien y el mal en el que resultamos atrapados. (Ron) Aunque las prisiones de Nancy fueron internas y ocurrieron mientras vivía en un hogar cómodo y cálido, las mías fueron frías y externamente abusivas, y culminaron en el confinamiento más cruel que pueda alguien experimentar: una cámara de aislamiento en una cárcel sureña. Cuando yo era apenas un bebé, y luego de manera creciente durante la niñez, comencé a sentir rechazo. La ira que resulta normalmente del rechazo se tomó en rebelión, que se manifestó en una serie de bromas pesadas que se tomaron más crueles con el paso de los años. Poco después de la muerte de mi padre, un juez me envió a la marina de guerra para no enviarme a la cárcel. Tenía 17 años de edad, y la necesidad de adormecer mi dolor, que me había metido en problemas en la vida civil,
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continuó creciendo cada día. Necesitaba mucho alcohol para mantenerme suficientemente sobrio a fin de cumplir mi trabajo, y el pago de la marina nunca era suficiente para satisfacer las necesidades que demandaba mi déficit emocional. Cuando me dieron de alta, me dediqué al robo ocasional para mantenerme anestesiado. Un lío me llevaba a otro, un arresto al siguiente, y me encontré tras las rejas, pasando de una prisión a otra, hasta que finalmente llegué a la “casa grande” de Tennessee. Fue en una cárcel menor donde sufrí serias quemaduras en la piel, a causa de estar expuesto al sol, por el trabajo, muchas horas al día. Luego de un tiempo, mi cuerpo parecía un globo hinchado y llagado. Cuando pedí un pase de la enfermería para trabajar bajo techo, el guardia se enojó y me dijo: “Con que quieres un pase para trabajar bajo techo, ¡sígueme!” Me hicieron quitarme la ropa, fui echado en la pequeña celda de aislamiento, y allí se me alimentó con pan y agua durante varias semanas. Allí me tocó estar en una soledad total, en una cueva húmeda y maloliente; sin nada que hacer excepto contemplar mi vida pasada, soportar el agudo dolor físico, sentir el rechazo frío de familiares, amigos y la sociedad, y sentir la furia que ardía cada vez más fuerte dentro de mí. ¿Se ha sentido usted alguna vez atrapado en una telaraña de circunstancias de la que no podía escapar, sin importar lo que hiciera? Quizá se siente así ahora mismo. Quizá usted se siente solo aunque muchas personas lo rodean. Pareciera que todos los demás son parte del grupo, pero usted se siente aislado, rechazado por todos. ¿Se pregunta cómo es que otros pueden estar tan alegres cuando su propio corazón se siente tan atribulado? Quizá usted tiene arranques de ira que lo sorprenden. O no puede controlar su mal genio con sus hijos aunque sabe que
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está mal y se ha prometido a usted mismo —y a ellos— que nunca lo volverá a hacer. ¿Se siente a veces como un niño? Pareciera que no tiene las emociones o habilidades de un adulto maduro. Actúa impulsiva e irresponsablemente. ¿Se encuentra atraído hacia el tipo de compañero/a que tarde o temprano lo perjudicará emocional o físicamente? ¿Por qué siempre asume el papel de víctima rechazada? Quizá se encuentre frecuentemente frustrado en su relación con Dios; pareciera que no puede establecer una conexión. Pareciera como si él tampoco quisiera relacionarse con usted. ¿Es su vida una serie de desastres? ¿Es usted su propio enemigo? ¿Sabotea usted sus propias victorias y se distancia de los demás por algo que usted mismo dijo o hizo? ¿Por qué todos los demás parecen tan organizados y en el control de la vida y usted es como un bote sin timón, empujado de un lado al otro por cualquier brisa? Pareciera que permanece estancado, porque dedica toda su energía a agradar a otros para ganar su aceptación. ¿Está jugando un papel en busca de aceptación en vez de ser usted mismo? ¿Estaría dispuesto a casi cualquier cosa con tal de ser amado? Puede ser que usted sea un adicto al trabajo a causa de sentimientos de incapacidad o para ganar la aprobación del jefe. O puede ser que estos sentimientos lo lleven a rendirse con una actitud de “¿por qué esforzarme? A nadie le importa”. Quizá le tiene pánico al día de las madres o de los padres. Se siente culpable por no querer enviar una tarjeta; o dedica tiempo a buscar una tarjeta que no tenga la palabra “amor”, porque usted no sintió el amor de ellos en su niñez.
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¿Siente como si la vida no lo ha favorecido, que en la repartición de la belleza, el talento y la inteligencia no fueron justos con usted? ¿Imagina a veces encuentros sexuales con personas que no son su cónyuge? O quizá se sienta atraído hacia la pornografía, la prostitución o los masajes eróticos, como si un encuentro sexual pudiese llenar el vacío de su corazón. ¿Por qué pareciera que no puede mantener amistades? ¿Por qué cuando una amistad llega a cierto punto, usted se retira o la persona deja de acercarse? ¿Le parece que siempre lo están rechazando? ¿Siente a veces que quisiera acostarse a dormir para nunca más despertar? Si alberga cualquiera de estos sentimientos, tenemos buenas noticias para usted: No tiene que ser una mosca enredada en una telaraña, esperando que la araña lo ataque. No tiene que temer a su veneno. Sus ojos ciegos pueden abrirse y puede entender las razones de su conducta. Usted puede escapar de la prisión de su mente y el temor al rechazo. Puede ser librado del calabozo de oscuridad y experimentar la luz de la libertad, (véase Isaías 42:7.) Puede escapar de la telaraña. La respuesta se encuentra en entender la fuerza que sirve de m óvil a sus acciones. No puede escapar a sus responsabilidades culpando a otros o a las circunstancias; el hecho de asignar culpas es una actividad contraproducente. La única manera de escapar de la trampa es reconocer la naturaleza real e insidiosa de la lucha que padece. Lo cierto es que una fuerza que quizá nunca antes ha identificado está impulsando sus pensamientos y sentimientos de rechazo, está controlando su conducta y robándole la vida abundante que Cristo desea que usted experimente. Jesús dice: “El ladrón no viene sino para hurtar y matar y destruir; yo he
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venido para que tengan vida, y para que la tengan en abundancia” (S. Juan 10:10). Algunos quizá duden de la existencia de Satanás y sus ángeles, pero no tiene mucho sentido creer en Dios y en su Palabra y no creer en lo que él enseña acerca de Satanás, su enemigo. C. S. Lewis, en su prefacio a la alegoría Screwtape Letters (Cartas de un demonio), declara: “Hay dos errores iguales y opuestos en los que puede caer nuestra raza respecto a los demonios. Uno es no creer en su existencia. El otro es creer y sentir un interés excesivo y enfermizo por ellos” (carta 15). Satanás es el padre de la mentira y le ha dicho a usted una tremenda falsedad: que usted no vale nada. El desea que usted sienta el mismo aguijonazo de rechazo que él siente de parte de Dios, como resultado de su decisión de rechazarlo. Si usted se siente rechazado, resultará tal como él, sin esperanza alguna. Dios no juega. Pero Satanás juega a que gana el que gane más conversos. Como si se tratara de un descomunal juego de ajedrez, Satanás busca dar tantos jaques mates como pueda. Aunque sabe que ya ha perdido la batalla ante el Dios del universo, él no quiere hundirse solo. Usted es su peón. La miseria gusta de compañeros. El fin se aproxima. Su furia ha aumentado. Camina de un lado a otro como león rugiente buscando a quien destruir. Así es que configura circunstancias para traer a la superficie y exacerbar el dolor de su niñez. El plan de Satanás es, si es posible, destruirlo a usted y a sus hijos. Porque al destruirlo a usted, él afectará a sus hijos y a los hijos de estos —hasta la tercera y cuarta generación— a menos que usted acepte la responsabilidad personal necesaria para detener el ciclo y buscar la recuperación. Usted debe estar dispuesto a decir: “El dolor del rechazo concluye conmigo. Ya no seré más el peón en el juego de ajedrez del diablo; ya no estoy dispuesto a hacerme cargo de la basura del diablo”. Si no
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hace de esto un compromiso de toda la vida, estará pasando una carga muy pesada y dolorosa a sus hijos y a sus nietos. El daño que Satanás ocasiona a los niños crea una parálisis de los sentidos. Como adultos, somos sordos a las advertencias y críticas, y la reforma de la vida es casi imposible.
La mentira Permítame explicarle la naturaleza insidiosa de los métodos de Satanás para descarriar a la humanidad. Todo comenzó en el Jardín del Edén, cuando Eva se apartó de su esposo. En efecto, ella fue seducida por una hermosa serpiente que hablaba, fue tentada. Pero ella parecía conocer la ley de Dios respecto del árbol del bien y el mal. De hecho, ella añadió palabras a la declaración divina cuando dijo que ni siquiera debía tocarse el fruto del árbol. Aun así, Satanás consiguió convencer a Eva de que Dios sólo intentaba privarlos de un conocimiento poseído por él, y que si ella comía del árbol, sería como Dios, quien conoce el bien y el mal. Hasta ese momento, Adán y Eva sólo habían comido del árbol de la vida y otros árboles cuyos frutos eran beneficiosos, así que ella y Adán sólo habían conocido lo que les proporcionaba vida. Por otra parte, luego que participaron de la fruta del árbol prohibido, Adán y Eva no sólo se sintieron avergonzados, sino que inmediatamente comenzaron a conocer la muerte. Su culpa, que era algo nuevo para ellos, les produjo vergüenza, lo que los llevó a ocultarse de Dios e intentar cubrirse con hojas de higuera. Esto marcó el comienzo del proceso de su muerte. Esta libertad para escoger fue dada por un Dios amante que no deseaba que Adán y Eva y las generaciones subsiguientes (ya que les había concedido la habilidad de procrear) fuesen robots sino socios conscientes y amigos íntimos de Dios. Desafortunadamente, el pecado produjo en Adán y
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Eva una enfermedad que las generaciones siguientes han tenido que combatir o resignarse a sufrir. En el centro de cada ser humano que ha existido desde Adán y Eva, y en los que están vivos hoy, se encuentra una mentira implantada por el enemigo de Dios. Se tomó parte de Adán y Eva cuando estos pecaron, y lo demostraron al esconderse de Dios y al aceptar cubrirse a sí mismos con hojas. La mentira que dice que no valemos nada. Al examinar internamente sus pensamientos y sentimientos (el carácter), y externamente su conducta, usted podría llegar a la conclusión de que tal mentira es verdad. Las industrias de los cosméticos y las modas ganan fortunas a expensas de quienes sentimos que debemos cubrir o disfrazar lo que consideramos sin valor alguno. Esa mentira nos llega en línea directa desde Adán y Eva, y su poder se ha intensificado con cada generación que pasa. Hemos transmitido esa mentira de abuelos a padres y a hijos desde el comienzo de la historia, y en nuestros tiempos nos hemos tomado bastante sofisticados en la manera en que la cubrimos. Las hojas de higuera son ahora nuestras ropas, nuestros maquillajes, nuestras máscaras de falsedad que vestimos para que el mundo las vea. Observamos a nuestros padres, familiares y amigos de la infancia y aprendemos bien cómo perpetuar la mentira. Así es que la mentira nos llega primero por la herencia. Además, la mentira nos llega de nuestro medio ambiente. Las familias, las iglesias y las comunidades en las que nos criamos, en la mayoría de los casos, aportaron algo a nuestros sentimientos de que valemos muy poco, porque nuestra larga lista de necesidades fueron insatisfechas o ignoradas. Cuando las necesidades básicas de los niños no son satisfechas (ver capítulo 8), ellos entonces interpretan que no merecen la atención y el cuidado que necesitan. El descuido funciona como
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un signo de admiración tras la mentira en nuestro interior, la que heredamos de las generaciones precedentes, y nos convencemos aún más de que no nos aman ni merecemos ser amados. Nuestros padres no escogieron adrede no satisfacer nuestras necesidades, simplemente fueron el producto de las generaciones previas, y sus propias necesidades tampoco fueron satisfechas. En tercer lugar, la mentira se acentúa por las experiencias de la vida que nos produjeron daños específicos, tales como el rechazo, el abuso sexual, el abuso emocional o físico. En cualquiera de estos casos, los niños se sienten culpables, porque se creen responsables de todo lo malo que surge en su mundo. Si los padres u otras personas, que supuestamente son los que deben proveer sustento emocional al niño, también descargan culpa sobre él, la criatura está condenada a cargar este peso de culpa y vergüenza hasta que de alguna manera sean interrumpidos por la verdad. Al pasar los años, se hace cada vez más difícil contradecir lo que hemos llegado a creer de nosotros mismos, por lo tanto se hace más difícil cambiar el curso negativo y derrotista de nuestra vida. En realidad, tememos cualquier información que contradiga lo que hemos llegado a creer de nosotros mismos. Nos hemos convencido de que somos inferiores, débiles, inútiles, malos y vergonzosos, y resistimos los intentos dirigidos a cambiar estos conceptos. Si consideramos que nuestro sistema de creencias se forma en gran medida en los primeros ocho años de vida, advertiremos que la mayoría de nosotros hemos basado la vida en una mentira. Aprendemos palabras para cubrirla, y las compartimos con otros, ya sea ufanándonos por nuestra grandeza o por nuestra miseria. Cualquiera de los dos extremos del péndulo —ya sea el complejo de superioridad o el de inferioridad— son igualmente problemáticos. Piense en cuántas mentiras parciales decimos en un esfuerzo por cubrir
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los sentimientos que abrigamos sobre nosotros mismos. ¿Cuáles son algunas de las medias verdades que usted emplea? Las mentiras que empleamos para cubrir la mentira básica nos obligan a adoptar conductas que nos parecen imperativas. Nos tomamos dependientes en nuestras relaciones, porque estamos convencidos de que no podemos triunfar sin alguien que nos diga qué hacer y cómo hacerlo, o que aplauda cada intento nuestro por ser buenos. Nos tomamos adictos a los efectos adormecedores del alcohol, las drogas, el sexo, las compras, el trabajo, la religión o incluso el sueño mismo. Vivimos en casas, nos vestimos con ropas y conducimos vehículos que responden a un estilo de vida ficticio; esto nos obliga a trabajar más para comprar todos los remiendos. Nos pintamos los rostros, reducimos nuestra nariz, nos pintamos el cabello, nos colocamos uñas artificiales, hacemos buenas obras, comemos demasiado, pasamos hambre y sonreímos para que el mundo piense que todo nos va bien. Uno de los grandes temores de la humanidad es que de alguna manera lleguemos a un conocimiento de nuestro verdadero yo. ¿Qué ocurriría —nos preguntamos— si advirtiéramos que en verdad somos personas amorosas o creativas o talentosas en algún aspecto? Un conocimiento tal nos obligaría a efectuar cambios en nuestra conducta y estilo de vida, y los cambios son temibles. Cualquier conocimiento que intente cambiar nuestro concepto de inutilidad es traducido por nosotros como una falsedad, por lo tanto peligroso, y la mayoría se eriza cuando contempla la posibilidad. Resistimos el crecimiento personal de muchas maneras, porque trae consigo otros temores. ¿Qué ocurriría si descubriéramos en el proceso del crecimiento que en verdad somos débiles e incapaces, que de por sí ya lo sabemos en lo profundo de nuestra alma? ¿Qué efecto tendría esto sobre nosotros, y cómo podríamos cambiarlo? Sacrificamos nuestra felicidad personal trabajando duramente para alcanzar nuestras metas, y, lo que
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es más alarmante, nos enredamos en relaciones ilícitas, todo con el propósito de proteger una mentira. Vivimos sobre un carrusel de tonterías y dolor, para proteger una mentira que nos fue dada por el padre de las mentiras. Nos sentimos indignos de abandonar el dolor que llevamos a causa de las injusticias de nuestra niñez, y tememos cualquier conocimiento que nos revele la debilidad e inutilidad que sentimos. Nos hemos preguntado si la resistencia al crecimiento y al desarrollo del carácter que padecemos los seres humanos podría ser la consecuencia del pecado de Eva, quien se acercó al árbol del conocimiento. Si ese fuera el caso, hemos de alguna manera tomado las cosas al revés. Comer del árbol de la vida no fue lo que le trajo la destrucción. Si hubiese continuado comiendo su fruto, hoy no estaríamos librando las batallas que nos toca pelear. El árbol de la vida se encuentra en la Palabra, y cuando ingerimos sus verdades, nos proporcionan luz y vida. Deuteronomio 5:29 ruega: “¡Quién diera que tuviesen tal corazón, que me temiesen y guardasen todos los días todos mis mandamientos, para que a ellos y a sus hijos les fuese bien para siempre!” El versículo 33 añade: “Andad en todo el camino que Jehová vuestro Dios os ha mandado, para que viváis y os vaya bien, y tengáis largos días en la tierra que habéis de poseer”. No hemos advertido que lo que nos ocurrió en la niñez se ha tomado en el filtro a través del cual han pasado el resto de nuestras vivencias. El dolor irresuelto que cargamos dentro colorea nuestras experiencias actuales, lo que incluye tanto nuestros pensamientos y sentimientos como nuestra conducta. A menudo, el efecto es tan destructivo para nosotros como lo fue para Eva participar de la fruta prohibida. Qué triste es que hemos sido bendecidos con la solución desde el mismo comienzo, pero no hemos advertido que es posible recuperarse de estos pensamientos y sentimientos derrotistas. Hemos interpretado falsamente que teníamos que soportar el dolor, apretar los dientes y aguantar hasta la venida de Jesús. Cuando
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Jesús nos invita a poner nuestras cargas a sus pies, se refiere al tacho de basura lleno de dolor que Satanás desea que carguemos, abrumándonos hasta el punto que nos sintamos desanimados, sin esperanza y rendidos. El Manual de la Vida nos dice cómo libramos de la carga, pero hemos sido cegados por las fuerzas malignas, de manera que malinterpretamos y malentendemos el método. Cuando decidimos seguir el plan de Dios, escogemos comer del árbol que nos lleva inevitablemente a la vida eterna. La verdad Dios 10 creó a usted, murió para redimirlo y tiene un plan para su salvación. Tiene todo el derecho de ser un integrante importante de su familia real, si escoge serlo. Puede escapar de la telaraña de engaño de Satanás si así lo escoge. Pero escoger implica tomar una decisión, una decisión racional. Satanás sabe esto, y por lo tanto su plan maestro es destruir la capacidad de los hijos de Dios para tomar decisiones. Satanás ha inventado un plan sutil para lograr esto por medio del dolor que usted ha sufrido en su pasado. Cada experiencia dolorosa alimenta el desprecio por usted mismo. Como el virus fatal que entra en un sistema de computadoras, el daño que causa confunde su capacidad de tomar decisiones. Confunde sus sentimientos, y termina controlando sus pensamientos y acciones. El resultado es que usted termina haciendo lo que no quiere hacer, controlado por un poder interior que no entiende. Tbdo esto dificulta la decisión de aceptar a Cristo. Para paralizar aún más a su presa, Satanás sabe que si puede llenar el archivero de su mente (el subconsciente) con sentimientos destructivos de rechazo basados en los recuerdos dolorosos y emotivos de necesidades insatisfechas e injusticias pasadas, él puede obligarlo a ver cada circunstancia presente a través del cristal distorsionado del rechazo. Usted buscará por todas partes evidencia que corrobore su mentira original
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de que para usted es imposible obtener aceptación. En el mundo de la ciencia, la ley del desplazamiento declara que dos cosas no pueden ocupar el mismo espacio en el mismo lugar. También es verdad que la mente no puede estar llena de emotivos recuerdos de dolores e injusticias, y a la misma vez estar llena del amor rebosante de Dios. El plan de Satanás para vencer a la humanidad es la autodestrucción, comenzando con los niños. Randall Tarry, cofundador de la Operación Rescate, fue citado en la revista Time del 21 de octubre de 1991. Estas fueron sus palabras: “Creo que existe un diablo, y he aquí la agenda de Satanás. En primer lugar, no desea que nadie tenga hijos. En segundo lugar, si son concebidos, él desea que mueran. Si no mueren por aborto, desea que sean abandonados o abusados física, emocional o sexualmente... “De una manera u otra, las legiones del infierno quieren destruir a los niños porque los niños son los adultos y líderes del futuro. “Si pueden torcer y herir a un niño, él o ella se tornará en un adulto torcido o herido que le transmitirá esta aflicción a la siguiente generación”. ; Mientras se encuentra todavía en el vientre materno, los sentimientos de rechazo de la madre, ya sea del pasado o del presente, son transferidos a la criatura, quien absorbe estas emociones como suyas. Un niño pequeño absorbe información del mundo externo a través de sus emociones, porque el cerebro lógico todavía se encuentra en las primeras etapas de su desarrollo. El insidioso plan de Satanás consiste en perjudicar a un niño antes de que el cerebro esté lo suficientemente maduro como para controlar las emociones mediante el razonamiento lógico. Esto es fundamental para tomar decisiones maduras. La inmadurez hace que los niños sean
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notablemente vulnerables a las circunstancias presentes. Todo lo que experimentan, ya sea real o imaginario, se toma en parte de su banco consciente o inconsciente de recuerdos y emociones. Durante estos años formativos, Satanás intenta aguijonear a sus hijos con su veneno y paralizarlos emocionalmente de por vida, causándoles sufrimientos de todo tipo (abuso sexual, emocional o físico), lo que crea sentimientos de rechazo dentro del niño. La niñez temprana es una etapa vulnerable. Antes de aceptar a Cristo como su Salvador personal, los niños son la presa legítima de Satanás. Antes de experimentar el poder limpiador de la sangre de Jesús, los ángeles malignos hacen todo esfuerzo por ganar acceso a ellos. Pero aunque los niños son vulnerables, no son indefensos, especialmente si tienen padres que oren por ellos. El poder protector de las oraciones fieles e incansables de sus padres puede quebrantar las garras del enemigo. Cuando se invoca el nombre de Cristo, los poderes de las tinieblas tienen que retirarse. Pero si Satanás tiene el control de los padres, por los daños que éstos sufrieron du rante su niñez, los hijos también resultarán perjudicados. Satanás les hizo esta jugada a Adán y a Eva en el Jardín del Edén, causándoles culpa, desánimo, vergüenza y temor. Aunque Dios no los había rechazado, se sintieron tan mal que se escondieron detrás de unos arbustos. Adán y Eva criaron a sus hijos bajo la carga de su propio dolor psicológico, uno de éstos mató a su hermano. Y a lo largo de generaciones, los pecados de los padres y madres han afectado a sus hijos. Es como si Satanás se arrellanara con sus brazos cruzados y sus pies sobre una mesa y dijera: “No tengo que hacer nada más. Miren cómo se destruyen a sí mismos”. Los seres humanos dolientes se hacen daño a sí mismos y a la vez perjudican a las personas que los rodean. El diablo ha lanzado una piedra en el
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lago de la humanidad y observa con regocijo las ondas concéntricas que se van expandiendo. Es importante entender que ni siquiera es necesario cometer un acto para influir negativamente o perjudicar a otra per sona. Cada persona está rodeada con una atmósfera invisible para el ojo humano. Es un aura compuesta de sus pensamientos y sentimientos: su carácter. Es su carácter, esa parte secreta suya que sólo Dios y usted conocen, la que provee el impulso para su conducta. Esta atmósfera bendice o envenena a toda persona con la que usted entra en contacto. La atmósfera de una persona puede estar cargada con el poder revitalizante de la fe, el valor, la esperanza y el amor. O puede que esté embargada con el peso y el frío de la pesadumbre del descontento y del egoísmo, o envenenada con la mácula mortífera del pecado acariciado. Tbda persona con la que usted entra en contacto es afectada consciente o inconscientemente por la atmósfera que a usted lo rodea. Cuando usted está acompañado de alguien cuyos pensamientos están dominados por la ira egoísta, la avaricia o la lascivia, se sentirá inseguro, incómodo y deseará escapar a un lugar protegido. Incluso los niños pequeños que carecen de las palabras para expresar sus sentimientos de temor, advierten esta atmósfera en algunos adultos y rehúsan acercárseles o ser cargados por éstos. Esta atmósfera peligrosa es el veneno que causa un daño sin que se profiera una palabra o se realice una acción. La enredada telaraña de pecados de Satanás y el dolor resultante transmitido de generación en generación, puede ser abrumador, a menos que usted entienda la fuente que impulsa su conducta, reconozca el daño que se le ha causado, acepte la responsabilidad por sus acciones y aprenda a utilizar las armas que Dios ha ofrecido a sus hijos para que sean victoriosos. Hemos descubierto que la mayoría de las personas de
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espíritu dócil que reciben el conocimiento y las herramientas, pueden, por medio del poder divino, resolver sus problemas psicológicos y quebrar el ciclo de perjuicios. El detalle desafortunado es que la mayoría de la gente no busca ayuda antes de alcanzar los 30 ó 40 años de edad. Por lo tanto, la sanidad ocurre después de los años vulnerables de sus hijos, de manera que la generación que sigue ya ha sido perjudicada. Sin embargo, hay una buena nueva: si como padres estamos dispuestos a contemplamos en el espejo de la Palabra de Dios para advertir las propias debilidades y tendencias disfuncionales, y decidimos descubrir el origen de nuestra conducta, nuestros hijos serán bendecidos por los cambios de carácter que observarán en nosotros, no importa la edad de ellos o cuán lejos estén viviendo.
A causa de que se trata de un guerra entre Cristo y Satanás, ningún ser humano está excluido. El pecado tiene una atracción magnética sobre nuestras mentes vulnerables. Demasiado a menudo cuando las personas deciden regresar a Dios, se encuentran a tal punto enredadas en las redes de Satanás, como moscas en una telaraña, que les parece una tarea imposible y se rinden, en vez de hacer lo necesario para obtener la recuperación emocional y espiritual (véase el capítulo 11). En nuestros oídos todavía escuchamos las palabras de Julia, quien desesperadamente buscaba sanidad por causa de los abusos sufridos en la niñez: “Siempre he deseado una relación con Dios y sigo buscándola. Leo la Biblia, pero no obtengo beneficios. Oro, pero mis palabras parecen huecas y como si estuviera gritándole al viento. ¿Por qué es que todo el mundo puede encontrar a Dios y yo no puedo? Finalmente decidí que tenía que haber sido algo que hice para alejar a Dios de mí para siempre”. Esta es la mentira que Satanás quiere que creamos. (Nancy) El concepto de Satanás como una araña viuda negra
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que teje sus redes para atrapamos y destruimos me llegó como una respuesta directa a la oración. Nunca había leído el texto del comienzo de este capítulo sino hasta después de esta experiencia. Fue en una fría mañana en las Dakotas, el tipo de mañana que nos anima a quedamos en cama o a hornear pan fresco y cortar vegetales para hacer una sopa deliciosa. Pero tenía una cita en la oficina. Cuando encendí el motor de mi auto y me dirigí al centro de la ciudad, oré: “Señor, esta dama es una dienta nueva. No la conozco. Y esta mañana no tengo ganas de trabajar. ¿Me podrías ayudar a preocuparme por ella? Por favor despierta mi actitud desinteresada con amor por tu hija que sufre. Necesito que me ayudes a darle la bienvenida a esta mujer con la hospitalidad que brota de tu amor”. Mientras entraba al edificio de oficinas, me sentí tentada a molestarme por el humo de cigarrillos que salía de un salón donde celebraban una reunión de Alcohólicos Anónimos al fi nal del pasillo. Decidí sentirme agradecida por el atomizador de perfume y el popurrí de canela que encontraría en mi oficina de consejería. Escogí dos lindos tazones de porcelana y puse a hervir agua. Un té caliente en una mañana tan fría daría un mensaje de bienvenida. Pronto la dama se encontraba en el salón de consejería, sus manos alrededor de la taza caliente. Comenzamos con mi oración usual pidiendo la presencia de Dios y su sabiduría, y luego le pregunté: “¿Qué es exactamente lo que la trae a mi oficina esta mañana?” Con mi propia taza en la mano, me arrellané para escuchar su relato. Pero no hubo ninguno. Durante diez minutos charló incoherentemente. Las oraciones eran fragmentadas. Las frases no tenían sentido; estaban desconectadas. Intenté encontrar un tema en sus palabras pero no pude encontrar uno. Quizá la ansiedad de venir a un consejero le estaba
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causando esta confusión y pronto se disiparía. Pero mientras más hablaba, más frustrada me sentía yo. Me dije: “Nancy, te has metido en camisa de once varas. Esta mujer ha perdido contacto con la realidad. Nada tiene sentido”. Los desvarios continuaron. —Oh, Señor —oré—. Necesito ayuda. Dame un indicio, un camino a través de su confusión”. Entonces sucedió algo muy extraño. Vi una telaraña en mi mente con toda claridad. Era tan real que podría haberla tocado. Me puse ansiosa y respondí en silencio: “Señor, te pedí ayuda, y ¿esto es lo que me das?” Nuevamente esperé la intervención divina, y la telaraña se me apareció por segunda vez. —Está bien, Señor —dije—, ¿qué hago ahora? —En medio de mi frustración y chasqueada por no recibir una respuesta a mi oración, escuché las palabras, “trátala como a uná niña”. —¿Qué significa esto? —pregunté sin palabras audibles. Entonces capté el mensaje; a los niños les gustan los cuentos. No tenía idea cómo poner en práctica esta revelación, pero cuando la dama hizo una pausa, le hablé como si fuera una niña. Me incliné hacia ella y de mi boca surgieron estas palabras: “¿Ha visto alguna vez una telaraña?” Sorprendida por la respuesta, respondió con cautela: “Sí, sí, he visto una telaraña”. Esa había sido su primera oración coherente. Continué: “¿Dónde estaba la telaraña que vio?” —En nuestra sala. Las arañas vienen cuando usamos la estufa de leña. Y en el granero, siempre en el granero. —¿Podría describir una telaraña? —le pedí. Mientras gesticulaba con la mano, de sus labios brotaban palabras descriptivas y coherentes.
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Yo no tenía un plan terapéutico cuando le pregunté: “¿Ha visto alguna vez una araña en la telaraña?” —Oh, sí, las he visto muchas veces —respondió. —Pues bien, si puede imaginarse una, me gustaría que la pintase de negro —le pedí. —¡Muy bien, ya lo tengo! Una araña negra sobre una telaraña —ella parecía interesada en el relato, pero yo todavía no tenía una idea del paradero de la historia o qué lección extraería de ella, aun así decidí confiar en las palabras que salían de mi boca. —Ahora me gustaría darle un nombre a la araña. La vamos a llamar Satanás. —Satanás, ¿por qué llamarla Satanás? ¿Por qué estamos hablando de una araña en su telaraña? —preguntó ansiosamente. La respuesta fluyó de mis labios sin pensarlo mucho. Parecía que Dios estaba usando mi voz y era él quien proveía las palabras. Ahora me quedé tranquila y comencé a disfrutar esta revelación. “Satanás es como una araña viuda negra que teje una telaraña pegajosa en lugares ocultos y oscuros. Cuando un insecto toca la telaraña, queda inmediatamente atrapado. Una vez en la telaraña, el insecto comienza la tarea de intentar librarse, y justo antes de que lo logre, la araña se aparece de quién sabe dónde. Pica a sus víctimas con un veneno que las paraliza y causa que la vida del insecto se vaya consumiendo lentamente”. —Al igual que la araña, Satanás nos hace daño en nuestros años tiernos en que se forma nuestro carácter. A raíz de ese daño se crea una disfunción en nuestros pensamientos, sentimientos y conducta que persistirá toda la vida y afectará nuestras relaciones más íntimas con Dios, con nuestro cónyuge, nuestros hijos y nuestros padres”.
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La mujer se echó hacia atrás en su sillón y lentamente cruzó los brazos. Sonrió ufana como si hubiera experimentado una revelación. “Si es así, yo sé exactamente lo que me ocurrió”, fueron sus palabras. Entonces me contó de su niñez, la que contuvo todo tipo de abuso: emocional, sexual y físico. Al escuchar su relato, quedé sorprendida de que todavía pudiera funcionar en sociedad. Esa experiencia de revelación es el comienzo del proceso de recuperación. —Así es que —dijo con una nueva percepción—, dadas mis experiencias, ¿será que mi conducta es totalmente irrazonable? Mi respuesta le dio una vislumbre de esperanza. “En base a los daños que usted sufrió en su niñez, su conducta es bastante normal”. —Pero mi conducta nos está causando dolor a mí y a mi familia. ¿Qué puedo hacer? ¿Cómo puedo cambiarla? Mi respuesta pareció darle ánimo. “Necesitamos comenzar hoy a completar los asuntos incompletos de su pasado, de manera que quede libre de sus enredos en la telaraña de Satanás. Usted debe destapar y enfrentar el pasado para vaciarse de las emociones venenosas que lleva consigo y llenar el espacio vacío con la sabiduría plena de Dios y su espíritu de amor y aceptación”. El daño de su niñez se convierte en el filtro a través del cual usted ve cada experiencia en la vida. Sus respuestas a los incidentes del presente están impulsadas por el dolor en su pasado. Ya sea que usted recuerde o no el incidente, el daño causado a sus pensamientos y sentimientos impulsa su conducta en el presente. No se puede alcanzar la recuperación de la noche a la mañana, ni siquiera en un año. Es una obra de toda la vida. En realidad, el proceso de la santificación que es un concepto
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cristiano común, es actualmente el proceso de recuperación del daño que Satanás le causó en los primeros años de su vida, lo que ha creado pensamientos, sentimientos y acciones destructivas en el presente. “Tales son los caminos de todos los que olvidan a Dios; y la esperanza del impío perecerá; porque su esperanza será cortada, y su confianza es tela de araña. Se apoyará él en su casa, mas no permanecerá ella en pie; se asirá de ella, mas no resistirá”. Job 8:13-15.
CAPÍTULO 2
íDestaparpara descuSrir “Cualquier emoción reprimida se encona, se infecta y contribuye a una enfermedad que sólo puede sanarse si se permite que el sentimiento prohibido aflore. No podemos recuperamos de una emoción cuya existencia hemos negado”. Samuel Klein.
¿Por qué hemos de mirar al pasado para entender el presente? Es una pregunta legítima que se hacen muchos que enfrentan la difícil tarea de la recuperación. ¿No deberíamos simplemente olvidar esas cosas que están en el pasado y seguir proyectándonos hacia el futuro? ¿Qué tiene que ver toda esa historia, especialmente lo que ya ni siquiera recuerdo, con el día de hoy? Entender la fisiología del cerebro de un bebé lo ayudará a ver por qué su pasado tiene una influencia determinante sobre su presente. Álos cinco meses y medio de gestación, los fetos dentro del útero materno comienzan a absorber las emociones de la madre. Las emociones experimentadas por la madre, basadas en las circunstancias de su vida y en la naturaleza de sus relaciones, son registradas en la mente de la criatura. Si, por ejemplo, la madre no es casada y el padre no tiene interés en continuar la relación con ella, o rehúsa responsabilizarse y no muestra interés en el nuevo brote de vida, el feto interpretará el rechazo sentido por la madre como si fuese dirigido hada él. Cualquier emodón que la madre sienta, ya sea positiva o negativa, es pasada a su hijo y registrada como si se hubiese originado en él. Como resultado, la criatura adquiere sus primeras nodones de rechazo. Para el séptimo mes de desarrollo prenatal, la mente inconsciente de un bebé ya ha comenzado a recibir mensajes
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del mundo exterior y se convierte en el depósito de 1¡ experiencias de la vida. Estos mensajes llegan primeramen a través del sentido del oído, y la mayoría tiene un componen emocional. Antes del nacimiento la criatura registra el sonic de las voces de la mamá y el papá; incluso, los sonidos de lí voces de sus hermanos u otras personas que se comunica con la madre son almacenados en el archivero de la mente Después del nacimiento hay un aumento significativo en i número de mensajes que el bebé recibe, porque ahora todos le cinco sentidos están recogiendo información sobre cada hech< Si tocamos con rudeza a un bebé y experimenta dolor físico, ( registrará en la memoria ese incidente. Si un bebé mira rostro amenazantes o airados, también lo registra en su mente. Si u bebé degusta o huele sustancias desagradables, lo registra interpreta como rechazo. Cada hecho es grabado en el moment que sucede, contiene los datos recogidos por los cinco sentidos además de la emoción que siente la criatura en el momento e] que se archiva el recuerdo. Es fácil explicar cómo funciona el cerebro humano: cuand» nos llega un estímulo del mundo exterior, digamos a través d< la vista, lo procesamos automáticamente, sin que necesitemos una decisión consciente. Al igual que una computadora, lí mente hace una búsqueda global de todo lo disponible sobre cierto tema, busca rápidamente entre los recuerdos y c o I oce en orden de importancia los que están asociados con emociones Entonces respondemos al estímulo inicial con nuestros pensamientos, sentimientos y conducta, basados en el recuerdo que contenga la mayor carga emocional en ese momento. Las emociones se almacenan en el sistema límbico, que está en la parte central del cerebro. Una buena parte de su función es la de gobernar las respuestas emocionales a los estímulos externos (véase el capítulo 4). Para entender cómo funciona el sistema límbico, ignore los
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estímulos externos y luego lea la palabra que estoy a punto de darle. Entonces cierre los ojos y permita que su mente vaya adonde quiera en respuesta a la palabra. Tome unos treinta segundos antes de responder las preguntas que siguen. ¿Está listo? La palabra es... Chocolate ¿Qué vio? ¿Vio algo conectado con el pasado? ¿Cuán remoto? La mayoría de las personas recuerdan algo de hace varios años, a veces de su niñez. Por ejemplo, el mero acto de escribir la palabra chocolate me envió (Nancy) a la casa de mi abuela en época de Navidad. Mi abuela hacía un dulce de chocolate riquísimo. Se me hace agua la boca con sólo leer la palabra. Puedo sentir los granos de azúcar y el suave crujir de las avellanas. ¡Rico! Ella ponía el dulce en una caja antigua de hojalata, y cuando creíamos que se había acabado, iba a un lugar secreto en el ático y sacaba otra caja. Mi abuela representaba para mí un lugar seguro, cálido y lleno de caricias; cuando pienso en ella me sobrevienen sentimientos de amor y aceptación, y se dibuja una sonrisa suave en mi rostro. Incluso comer un pedazo de dulce similar al tipo de dulce que ella hacía, me trae pensamientos de aceptación. La verdad es que, cuando recibimos un estímulo, el recuerdo cargado con la emoción mas intensa, ya sea positivo o negativo, será el que aflorará en nuestra mente consciente. Cierta vez, en una de nuestra charlas, mencionamos como estímulo la palabra fresa. La reacción inmediata de una de las damas fue echarse a llorar. Cuando terminamos la conferencia, nos dijo privadamente: “Quizá ustedes notaron que comencé a llorar cuando dijeron la palabra fresa. Tengo 74 años de edad, y cuando ustedes dijeron la palabra, instantáneamente sentí que tenía doce años y que estaba teniendo una de las peores experiencias de mi vida. Yo trabajaba para un agricultor de fresas durante el verano. Ya se aproximaba el fin del día y noté que yo era la única persona en el campo, así que llené
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rápidamente mi cesto y regresé al almacén para pesar mis fresas. De pronto, alguien me tomó los senos desde atrás. Sin saber lo que ocurría, en un instante estaba tirada en el suelo, viendo el rostro del agricultor y sintiendo el dolor desesperante de una violación sexual. Nunca le conté a nadie esa terrible experiencia. Hace apenas dos años mi esposo mirrió. Lo que para mí resulta abrumador es saber que permití que se muriera con la idea de que él era la causa de las dificultades sexuales en nuestro matrimonio. La pura verdad es que cada vez que yo me acostaba a su lado y él se acercaba sexualmente, yo nuevamente me sentía una niña retorcida de dolor en un piso de tierra. Aquellos recuerdos vividos y esos antiguos temores controlaron mi respuesta sexual y me robaron el gozo de la intimidad”. Nuestras reacciones y conducta se deben en primer lugar a la emoción de antiguos recuerdos, y no sólo a la situación presente o a la emoción del momento. Los niños pequeños responden emotivamente a los estímulos externos, por lo que utilizan únicamente el sistema límbico (emocional) del cerebro. No tienen el mecanismo para razonar de causa a efecto, porque el archivero de la lógica, la corteza cerebral, todavía se encuentra en desarrollo, lo que sucederá hasta los 30 años de edad. Pero cuando los niños se aproximan a la edad de la responsabilidad (aproximadamente los doce años de edad), ya hay suficiente contenido en la corteza cerebral —en otras palabras, han creado suficientes recuerdos y tienen ya el mecanismo químico y fisiológico— como para comenzar el proceso de pensar de causa a efecto. Además, los procesos men tales ya han avanzado hasta el punto de poder conectar toda la información pertinente antes de tomar una decisión lógica. Ahora, su decisión se basará en sus emociones sumadas a la lógica. No obstante, es importante notar que la decisión se
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basará en su lógica, no necesariamente en la lógica de los pa dres u otras figuras de autoridad. Las experiencias personales de cada individuo afectan su capacidad lógica, y por lo tanto sus decisiones. Luego de recibir un estímulo, el cerebro toma algunos segundos —la velocidad del funcionamiento depende de las circunstancias— para sumarle emoción a los recuerdos con contenido lógico. Recién después, llegará a una decisión lógica y madura. El hecho interesante es que los adultos cuyas necesidades no son satisfechas o que fueron perjudicados durante la niñez, y cuyos procesos mentales fueron saboteados por el dolor emocional, emplean sólo el sistema límbico —el cual controla la reacción de pelear o huir sin ninguna o muy poca aportación de la lógica— para responder automáticamente a nivel de las emociones. Muchos ni siquiera saben que pueden echar mano de la lógica. Las necesidades insatisfechas^ los daños sufridos durante los años formativos crean el punto ciego. Muchos sienten el aguijón del rechazo cada vez que las circunstancias les recuerdan el dolor pasado. Quizá usted mismo haya buscado evidencias de rechazo en su vida. La verdad es que quienes las buscan, las hallan. Si las personas responsables de cuidar a un niño pequeño no están atendiendo sus necesidades, el niño reaccionará, ya sea retirándose a su propio mundo (chupándose el dedo o aferrándose a una colcha o a cualquier trapo), o mostrando su indignación con quejas, llanto, gritos o demandas de atención. Un hijo adulto, que a causa de los perjuicios todavía responde en base al sistema límbico (emocional), se deprimirá, se hundirá tras una computadora o un televisor, se anestesiará con alco hol u otras drogas para no sentir el dolor, empleará una conducta controladora, golpeará a otras personas verbal o físicamente, o se echará a llorar. Sus decisiones se deben a la
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indecisión, las circunstancias o a otras personas. Terminan reaccionando ante el estímulo, en vez de responder lógicamente. Atacan a los demás por puro impulso. Viven el estilo de vida reactivo de un niño, en vez del estilo de vida lógico y responsable de un adulto maduro. Quizás usted mismo actúa o se esfuerza para agradar a los demás con el propósito de ganar la aceptación que necesita, porque no la recibió temprano en la vida. ¿Exagera sus logros de manera que pueda lucir mejor a la vista de otro? Quizás usted sea un fanfarrón que necesita que le digan cuán bueno es. Si tiene necesidad de ser mejor que otras personas para sentirse mejor con usted mismo, es posible que haya sido rechazado en los años tempranos de su vida, cuando la aceptación era tan necesaria. ¿Será que cuando la Biblia se refiere a la mente camal y a la enemistad contra Dios alude a un modo de actuar egocéntrico, basado en emociones, infantil en su naturaleza y desprovisto de lógica y razonamiento? Romanos 8:6,7 expresa claramente: “Porque el ocuparse de la carne es muerte, pero el ocuparse del Espíritu es vida y paz. Por cuanto los designios de la carne son enemistad contra Dios; porque no se sujetan a la ley de Dios, ni tampoco pueden”. Las personas que son perjudicadas en los primeros 18 meses de su vida, cuando se supone que se desarrolle la confianza, tendrán dificultad para confiar o aceptarse a sí mismas y a los demás. Una confianza deficiente hace que aceptar información o conocimiento de parte de los otros sea un desafío. La duda que siente este tipo de personas respecto de sí mismas se tra duce en una duda y en un rechazo de todos, incluso de Dios. ¿Cómo se relaciona esta información con la telaraña satánica? ¿Será parte de su plan insidioso para destruir? Satanás puede envenenar nuestra vida de tal manera en sus primeros años y pervertir nuestra capacidad de tomar
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decisiones al punto que continuamos reaccionando como niños impulsivos y emocionales mucho después de haber dejado la infancia. En el período de los 18 meses a los tres años de edad, un niño en un ambiente saludable aprenderá autonomía: la habilidad de tomar decisiones y gobernarse a sí mismo. El niño perjudicado, que vive en un ambiente enfermizo, llegará a ser adulto deseando salirse con la suya, sin importar cuán ilógico resulte esto. Tomar decisiones maduras es imposible, y el individuo perjudicado tomará decisiones basadas en las emociones del momento, sin pensamientos a largo plazo. Hay algunos seres humanos que han sido tan seriamente perjudicados que no reciben ninguna información nueva, no importa cuál sea su fuente; insisten que la vida responde a sus deseos y que sus opiniones son la única verdad. Aquellos cuya voluntad empecinada ha sido formada por el daño psicológico, ño tomarán decisiones en favor de una verdad nueva o diferente. Por lo tanto, la experiencia espiritual, basada en un conocimiento de Dios y el deseo de obtener la verdad, resulta malograda. Las personas que rehúsan escuchar son casi siempre aquellas que acarician tendencias defectuosas de carácter (hereditarias y cultivadas) y son ciegas ante los principios y normas de Dios. Volvamos a la pregunta original: ¿Por qué mirar al pasado para entender el presente ?
Debemos mirar al pasado, porque ha sido forjado en cemento, no puede ser eliminado, y es el cimiento de la vida que edificamos. Todas las decisiones que tomamos se basan en las emociones, en la información y en las experiencias almacenadas previamente en el cerebro. Cuando mi abuelo (el de Nancy) se acercaba a los noventa años, totalmente ciego y necesitado del cuidado ajeno, se sentaba en su sillón junto a la ventana saliente de la casa de mi niñez y recordaba escenas de su niñez. Hablaba de cuando
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escuchó a Billy Sunday en la Plaza Trafalgar y cantaba con voz suave los himnos en aquellas reuniones evangelizadoras. Recordaba los días de arduo trabajo en un hogar con once hermanos y hermanas, y en el molino donde trabajaba cuando niño. A medida que la mente se envejece, los recuerdos de la niñez, especialmente aquellos que están cargados de emoción, se toman fácilmente accesibles. Los detalles y las cifras pierden su valor, y las relaciones con la familia, los amigos de la infancia y los miembros de la familia actual toman el primer lugar. Se toma tiempo para repasar el pasado, los lugares vistos, las personas encontradas y las relaciones forjadas. Los ancianos se preguntan vez tras vez si han sido aceptados y si han sido una parte importante en la vida de otros. Nuestros recuerdos de la niñez son el filtro a través del cual vemos, escuchamos, olemos, tocamos y reaccionamos emocionalmente a lo largo de nuestra vida. Casi cada reacción dolorosa de hoy se relaciona con un perjuicio o recuerdo doloroso de la infancia. Las experienciasJbantQ..positivas romo negativas, moldean la escultura del presente y proveen los elementos para la forma que tendrá en el futuro. Nuestra visión de la vida, determinada por nuestras percepciones del pasádo, influye sobre las decisiones que tomamos en el presente, moldeando así nuestro futuro. La esperanza de reaccionar de una manera adulta, empleando la lógica de la corteza cerebral, radica únicamente en reconocer la presencia y el poder de nuestros recuerdos, y luego erradicar las emociones negativas conectadas con los valor y éxito, si enfrentamos el pasado. No importa cuán deplorables puedan ser los recuerdos, la sanidad es posible si desactivamos las emociones del pasado. Quizá el relato personal más trágico que puedo compartir
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(Nancy) es lo que le sucedió a una amiga mía cuando tuvo su primer destello súbito del pasado. Ella era una damita de cabello rubio y una personalidad burbujeante y enérgica. Sus ropas eran de buen gusto y su apariencia era moderna y atractiva. Jenny era la estampa del éxito, tripulando su Chrysler nuevo y ganando amistades en tre las personas influyentes de la ciudad. Jenny era esposa de un médico y madre de dos adolescentes. Tfenía una casa de un diseño exquisito, y sus hijos lucían pulcros y obedientes. Pero de vez en cuando, de vina manera totalmente incongruente con su personalidad, aparecía en la oficina de su esposo con ropas de casa, el cabello sin peinar y sin maquillaje. Desde la sala de espera llamaba a su esposo con una aguda voz infantil, “querido... querido”, o pasaba hasta la oficina donde yo trabajaba y se desmoronaba en un mar de lágrimas. Su esposo Burt, quien la adoraba, era un hombre ocupadísimo, y no entendía su doble personalidad. Jenny a veces parecía muy sola y desconectada de las relaciones normales. Parecía que buscaba su lugar, su identidad, aparte del mundo en el que vivía con su esposo. Tuvo varios empleos, comenzó un negocio, prestaba servicios voluntarios en el hos pital y mostraba su compasión con gran generosidad. Un día, sin necesidad de hacerlo, Jenny y Burt decidieron asistir a un seminario matrimonial de fin de semana. Todo iba bien en el seminario, y estaban disfrutando de la oportunidad de dedicarse enteramente uno al otro. Durante una de las charlas, Jenny tuvo un destello del pasado. Nunca había experimentado algo tal, pero en sucesión rápida fue presenciando escena tras escena. En primer lugar, vio una niñita de unos tres años de edad acostada sobre un altar de mármol, y luego vio a doce hombres parados alrededor de ella vestidos con mantos y capuchas
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negras. La niña sangraba. Su sangre había sido recogida en un cáliz de plata que era pasado de uno a otro para que cada tino tomase de él. Después que la copa había sido pasada, uno tras otro se turnaba para abusar sexualmente de la niña. Jenny quedó perturbada y terriblemente confundida. ¿De dónde venía esta escena? ¿Por qué ahora? ¿Acaso se trataba de una película de horror que había visto hace mucho tiempo? ¿Por qué sentía tanto temor? ¿Por qué el terror? El recuerdo era abrumador. Se levantó de golpe del salón y se fue a la soledad de su habitación de hotel. Burt la siguió. Cuando Jenny dejó de sollozar, le reveló a Burt el terrible relato. Durante 25 años de matrimonio él había orado pidiendo una clave para entender la conducta de Jenny, pero era indudable que este cuento tan extraño se debía a una imaginación descontrolada. De pronto Jenny se levantó las mangas de su suéter y se pasó la mano por uno de los brazos, deteniéndose en pequeñas cicatrices que se sucedían una a la otra. Se inclinó, se subió los pantalones y examinó sus pantorrillas. “¿Acaso no nos hemos preguntado mil veces de dónde procedían estas cicatrices en mis brazos y piernas? Aquí está la respuesta, Burt. ¡Esa niña era yo! Estas cicatrices vienen de las cortadas que me hicieron para desangrarme en el cáliz de plata. Y también sé quiénes eran aquellos hombres. Te voy a dar sus nombres. Allí estaban los doctores Ay B. Estaba también el juez C y dos abogados. Se llamaban D y E. Y el que dirigía todo era mi padre. Me pregunto si por eso es que ha perdido la razón y está en un asilo de ancianos desde que tenía 52 años”. Burt respondió: “Escúchame, querida, te he apoyado en las buenas y en las malas, pero esto es demasiado. No puedo creerlo. ¿Cómo te has inventado tal cuento?” Con mucha calma y totalmente controlada, Jenny respondió: “Por primera vez tengo un indicio de por qué mi vida ha sido una verdadera
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montaña rusa. No me gusta el cuadro, pero el relato es real. Yo soy la niñita, Burt. ¡Yo soy la niñita!” Cuando llegaron a casa, la hermana de Jenny confirmó el abuso, señalando que ella había tenido la esperanza de que Jenny hubiese perdido el recuerdo de aquel horror permanentemente. Jenny se propuso probarle a Burt que su relato era verídico. Le rogó que la llevase a la ciudad donde ambos habían sido criados. Él accedió, pero sólo si un psicólogo los acompañaba. Tenía temor de que Jenny quedara desquiciada si descubría la verdad. Los tres recorrieron vez tras vez la calle de su antiguo vecindario. Finalmente Jenny gritó: “¡Deténganse, éste es el lugar!” V
Se detuvieron frente a una iglesia conocida, y entonces fue Burt quien se quedó atónito. “¡Aquí no puede ser, Jenny, no puede ser aquí! ¡Esta es la iglesia a la que yo asistí cuando niño!” Totalmente convencida de que ése era el lugar, Jenny tomó una pequeña libreta y un lápiz de su cartera. “Mira, Burt, te voy a dibujar el interior de la iglesia”. Cuidadosamente le describió al consejero y a su esposo los detalles del interior del edificio y la escalinata circular que conducía a la habitación con el altar de mármol. Entraron al edificio y Burt se quedó boquiabierto. Su descripción había sido totalmente exacta. Llenos de temor, ascendieron la escalinata circular y Jenny los llevó al lugar donde había sido colocada repetidamente sobre la plancha de mármol como víctima de un rito satánico. Burt comenzó a llorar en silencio. Estaba visiblemente conmovido. Allí estaba la evidencia. Tenía que creer. Luego, Jenny se contactó con la policía y empleó un detec tive, quien encontró a la compañera de juegos de Jenny quien había vivido al otro lado de la calle en su niñez. Ella le confirmó
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a Jenny que ambas parejas de progenitores habían estado involucradas en una sociedad pornográfica. Hacían películas pornográficas con sus hijos en las que la protagonista femenina era realmente asesinada. Jenny habló con su hermana mayor acerca de lo que había descubierto. Su hermana se echó a llorar. “Por Dios, Jenny, yo creía que se te había olvidado”. La verdad era que todas las niñas de la familia habían sufndo un abuso similar. ¿Por qué tenemos que mirar al pasado para entender el presente? Porque del pasado provienen piezas históricas que completan el rompecabezas de nuestra vida. Antes que Jenny tuviese la revelación de su pasado, y al no entender sus impulsos, había intentado suicidarse ocho veces. Ahora, el pasado le había dado la clave para entender su conducta actual. Si este recuerdo nunca hubiese brotado a la superficie y nunca hubiese sido resuelto, Jenny seguramente se habría quitado la vida por su propia mano. ¿Por qué había emergido ahora este recuerdo? Ella tenía la edad apropiada y se encontraba en un lugar seguro. Existe un mecanismo automático —programado dentro de las funciones del cerebro—, diseñado para ocultar recuerdos dolorosos de manera que no sean accesibles. Este proceso se llama represión. Es un mecanismo de seguridad por el cual quedan ocultos ciertos recuerdos, hasta que estamos listos para reconocerlos como nuestros, recibirlos y trabajar con ellos, con el fin de obtener la recuperación. El cuerpo emplea la adrenalina para mantener tapado el depósito de basura que contiene nuestros recuerdos dolorosos en la mente. Cuando alcanzamos la edad en la que la producción de adrenalina disminuye, usualmente ocurren otros cambios químicos en el cuerpo (tal como los cambios hormonales de la menopausia). Si somos padres, es el tiempo en que revaluamos
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nuestra vida, a menudo nuestros hijos se encuentran simultáneamente en sus años de adolescencia. Nos topamos con la posibilidad de cambios de carrera y con el síndrome del nido vacío que se aproxima; y a menudo las madres se sienten que se las necesita menos que cuando sus hijos eran pequeños. Todas estas condiciones se combinan para formar un juego de circunstancias que pueden precipitar agitación emocional y confusión. Nuestros recuerdos antiguos y dolorosos comienzan a escapar de su escondite. El cuerpo está diseñado para protegerse a sí mismo, así que inconscientemente aumentamos el nivel de adrenalina en nuestro cuerpo por medio de ataques de ira, trabajo excesivo, reacciones histéricas y conducta irracional. No obstante, vendrá un momento cuando ya no podremos contener los recuerdos y la confusión resultante nos hará pensar que estamos perdiendo la razón. Habremos caído en crisis. Para entonces somos tan vulnerables que nos aferramos a cualquier cosa con tal de tener alivio, incluyendo relaciones adúlteras, el abandono de la familia u otras conductas caprichosas. Todas estas cosas combinadas crean crisis, depresión y conductas autodestructivas. Finalmente, en nuestra desesperación, buscamos la ayuda de un amigo, de un consejero, de un pastor o de cualquiera que nos escuche. O, sintiendo que no tenemos remedio, consideramos, o quizás hasta intentemos, terminar con todo. Sin embargo, lo que necesitamos es conocimiento. Cuando podemos entender el funcionamiento de la mente, la intención maligna de Satanás y nuestro perjuicio particular, podemos comenzar el proceso de deshacer el dolor y aliviar la presión.
Como en el caso de Jenny, Dios sabe cuánto podemos resistir y cuándo es el momento ideal para revelar la verdad. El utilizará un lugar seguro donde hay personas que nos apoyan para ayudamos a salir de la crisis. Para Jenny, la experiencia
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del seminario matrimonial creó una atmósfera llena de amor y sostén en la que Dios pudo traer de vuelta el recuerdo. Estaba fuera de casa; lejos de sus responsabilidades, de las demandas y de la molestia incesante del teléfono. Ella y Burt tenían la oportunidad de concentrarse el uno en el otro, en sus vidas y en su amor. Y gracias a que Burt no tenía pacientes por los cuales preocuparse, estaba disponible para ayudar a Jenny cuando ésta lo necesitaba más que nunca. Durante toda su vida Jenny había intentado encontrar a Dios. Incluso había considerado el ministerio pastoral. Desesperadamente anhelaba y pretendía tener una relación con Dios. Pero ¿cómo podía lograrlo cuando su propio padre, quien ocupaba el lugar de Dios para ella, era el más vil de sus ultrajadores? Después de la revelación y de haber comenzado el proceso de su recuperación, pareció llenarse de una paz extraordinaria que nunca antes había presenciado en ella. Se mostraba relajada y demostraba una conducta consistentemente madura. Ya no era una niñita necesitada que buscaba apoyo de todos los que la rodeaban. Comenzó el proceso de recuperación, lo que le permitió llegar a ser la persona plena y saludable que Dios tenía en mente cuando la creó. ; He aquí el primer paso: Antes de encontrar perdón y paz, debemos tener un conocimiento de nosotros mismos que resultará en una actitud contrita. Debemos reconocer nuestra necesidad de la ayuda de Cristo. Debemos sentir el dolor de nuestras heridas antes de desear ser sanados. La razón por la que esto es tan importante es que el daño que nos ha sido infligido ha atrofiado y pervertido nuestro desarrollo emocional, y como dijo Jesús: “Es necesario nacer de nuevo” (S. Juan 3:7). Debemos morir al yo, a la naturaleza pecaminosa y carnal, y entonces debemos crecer en él, y permitirle que cumpla ahora las funciones de nuestros padres
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y por su amor nos conduzca a una madurez sana. Este proceso del nuevo nacimiento comienza cuando nosotros lo decidimos. Esta vez nuestro nacimiento no responde a una decisión de nuestros padres, sino de nosotros. Desafortunadamente, habiendo intentado todo lo que se nos ocurre para colocarnos en un camino positivo, nuestra desesperación nos obliga a adoptar una actitud vulnerable y dócil. Hemos llegado al punto en que advertimos que lo que hemos estado haciendo no funciona. Cuando estemos en crisis, miremos a Cristo. Muchos de
nosotros^ recién clamamos por ayuda divina sólo cuando nos vemos en el fondo del abismo; y como Pedro cuando se hundía entre las olas, clamamos: “¡Señor, sálvame!”. Ese espíritu de sumisión es el primer paso hacia el éxito. Debemos someternos para triunfar.
Cuando usted reconoce su posición, que se encuentra incompleto y desesperadamente necesitado, Jesús le ofrece todo el poder del cielo para comenzar el proceso de la recuperación. ¿Por qué no lo haría? • Él dice “tú eres mío” (ver S. Juan 17:6). • Él lo llama hijo o hija (1 Juan 3:1). • Él dice que lo creó (Salmo 139:13-16). • Él lo conoce desde antes que naciera (Jeremías 1:5). • Él murió por usted (S. Juan 3:16). • Él está preparando un hogar en el cielo para cada uno de nosotros (S. Juan 14:1-3). • Usted y yo somos cónyuges de Jesús (Apocalipsis 21:9). • Usted es el objeto de su amor (Jeremías 31:3).
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• Nada puede separarlo de su amor (Romanos 8:35). • Jesús lo ha redimido y le ha perdonado todos sus pecados (Colosenses 1:14). • Usted es un ciudadano del cielo (Filipenses 3:20).
Jesús lo ha invertido todo en usted, por lo tanto, el valor suyo es inconcebible. Él no quiere que usted quede atrapado en la telaraña. De hecho, le ha dado acceso directo a su Padre por medio del Espíritu Santo (Efesios 2:18), de manera que tiene el poder de Dios al alcance de sus dedos. Tanto poder, que si usted lo pide, Jesús puede mover montañas en su favor: montañas de culpabilidad, montañas de vergüenza, montañas de desilusión, montañas de rechazo, montañas de dolor abusivo (véase S. Mateo 17:20). Además, Jesús ha pasado por todo lo que a usted le toca pasar. Él fue tentado en todo como nosotros, pero en todo fue victorioso (Hebreos 4:15). Y mediante su poder, usted también puede vencer. Lea Isaías 53:3 para ver lo que Jesús soportó. “Despreciado y desechado entre los hombres, varón de dolores, experimentado en quebranto; y como que escondimos de él el rostro, fue menospreciado, y no lo estimamos”. ¿Le recuerda alguna de las pruebas que ha tenido en su vida? Él también la tuvo. Pero hay más. Abra su Biblia y lea el capítulo de Isaías 53 entero, y verá que Jesús ha sufrido todo lo que usted ha sufrido, y mucho más. Fue rechazado por sus hermanos terrenales en su familia; y como niño, le tocó a menudo escapar al hogar más pacífico de su amigo Lázaro. Llevó consigo nuestra enfermedad, nuestro dolor y nuestros sufrimientos; fue castigado, escupido y golpeado; fue oprimido y afligido, y finalmente fue muerto por nuestros pecados. Incluso antes de que usted naciera, él sabía que necesitaría un Salvador, y se ofreció a sí mismo como
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el sacrificio para que usted pudiera ser salvo. La tarea suya es sencilla: Permita que él sea su Salvador. El poder de la victoria de Jesús provino de su Padre. El poder de su victoria proviene de la misma fuente: ¡su Padre celestial! Al decirle sí a Jesús; todo el cielo (el Padre, el Hijo, el Espíritu Santo y miles y decenas de miles de ángeles) se toma en su aliado contra la araña y su trampa. Hay una vía de es cape. “Porque no nos ha dado Dios espíritu de cobardía, sino de poder, de amor y de dominio propio” (2 Timoteo 1:7). Con el poder del cielo de su parte, usted puede participar exitosamente del proceso de descubrimiento, por profundo que sea el dolor inicial. Las heridas no sanan a menos que sean limpiadas y desinfectadas. Los recuerdos dolorosos son como un forúnculo lleno de pus, que debe ser extirpado y exprimido para que comience la sanidad. Usted debe destaparlo para recuperarse. Tiene que nacer de nuevo. La decisión es suya.
CAPÍTULO 3
‘Entra Basura, sale Basura “Si el cerebro es una computadora, es la única que se mantiene de glucosa, genera electricidad y fue construida por Alguien que jugaba con tierra”. El cerebro es un órgano del cuerpo al igual que el corazón, el hígado o los riñones. Mientras que el corazón bombea sangre que lleva nutrientes vitales al cuerpo entero, el cerebro regula el funcionamiento de cada órgano del cuerpo. Es el sistema superior de control, la capital del cuerpo, la sede de todas las fuerzas nerviosas y la acción mental, el centro de un sistema de comunicaciones altamente sofisticado. Los nervios que proceden del cerebro controlan el cuerpo y la acción vital de cada una de sus partes. La mente es el término que empleamos para hablar del funcionamiento del cerebro. Almacena y procesa los datos que se le presentan. Los datos vienen a través de lo que aprehendemos por medio de la vista, el oído, el olfato, el tacto y el gusto. Esta información es almacenada consciente (por esa parte de la mente que piensa, comprende, advierte y razona) o subconscientemente (por la parte no pensante de la mente). En palabras sencillas, el subconsciente es un archivo que contiene carpetas de información que la mente archivó, ya sea porque los datos son de poca importancia o porque producen mucho dolor. El tema de si Satanás puede o no leer nuestras mentes ha sido discutido desde hace siglos. Estamos convencidos de que aunque no puede leer nuestras mentes en sí, él conoce nuestra herencia y, por lo tanto, nuestras debilidades. Conoce los daños que nos ha infligido en nuestra niñez y las consecuentes
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emociones. Entonces escucha nuestras palabras y observa cuidadosamente nuestras respuestas a varios estímulos, y por lo tanto puede calcular de una manera increíblemente certera cómo estamos procesando nuestros antiguos recuerdos en las situaciones actuales. Así obtiene una “lectura” de nuestras mentes que es bastante confiable. Sabemos que Satanás es el erudito más instruido de todo el universo respecto del tema del cuerpo humano, el cerebro y su funcionamiento; y su objetivo es obtener un control completo de nuestras vidas. Desde la creación está experimentando con las propiedades de la mente humana, e intenta conectarla con la suya propia, de manera que pueda engañar a los seres humanos para que piensen que están tomando sus propias decisiones, cuando en realidad están siguiendo su voluntad. Así controla a hombres y a mujeres, sin que éstos lo sepan. Satanás tiene un gran interés en m anipular las circunstancias de nuestra vida de tal manera que nuestra mente funcione mal, porque él sabe la veracidad de las palabras de Jesús. “El hombre bueno, del buen tesoro de su corazón saca lo bueno; y el hombre malo, del mal tesoro de su corazón saca lo malo; porque de la abundancia del corazón habla la boca” (S. Lucas 6:45). En otras palabras, nuestras respuestas son el resultado de la información cargada de emociones que se encuentra almacenada en nuestra mente. Nuestro único recurso contra los engaños de Satanás consiste en convertimos en estudiosos de la mente. Debemos estudiar la influencia de la mente sobre el cuerpo y del cuerpo sobre la mente, y las leyes que gobiernan esta relación. Cuando hacemos tal cosa comenzamos a comprendemos a nosotros mismos y a realizar la obra de recuperación que resultará en perdón y paz. Cristo sólo puede salvamos si aceptamos que somos pecadores. El vino a “a sanar a los quebrantados de corazón; a pregonar libertad a los cautivos, y vista a los ciegos;
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a poner en libertad a los oprimidos” (S. Lucas 4:18). Pero “L que están sanos no tienen necesidad de médico, sino 1< enfermos” (5:31). He aquí la respuesta: Debemos conocí nuestra condición real o no sentiremos nuestra necesidad^ la ayuda de Cristo. Debemos sentir el dolor de nuestras herida o no desearemos la sanidad de Cristo. Dado que la mente es tan importante en nuest] funcionamiento diario y en nuestra vida espiritual, < importante que examinemos su función, aunque sea a niv básico. No todos los científicos concuerdan respecto a la cantidE de células de la memoria que contiene el cerebro, pero s calculan entre uno y tres billones (1.000.000.000.000 3.000.000.000.000). Cada una tiene la capacidad de almacem la colección completa de la Enciclopedia Británica. La men1 está obteniendo mensajes del mundo externo a través de todt los sentidos a la velocidad de 100.000 datos por segundo. Este mensajes son conservados o borrados por la mente. Mucb información recibida a través de los sentidos no se retier porque la mente tiene la habilidad de borrar los datos qu considera de poca importancia. La mente es como un computadora poderosa que almacena y archiva datos cad segundo que estamos despiertos, y a veces mientras dormimo ¿Por qué cree usted que Dios habrá creado una mente co una capacidad tan infinita? Aun si viviéramos 150 año¡ usaríamos muy pocas de nuestras células de la memorií Cuando enseñamos seminarios, a menudo nos hacen est pregunta, y es interesante escuchar lo que otros participante ofrecen como respuesta. Casi siempre alguien dice: “porqu Dios nos creó para que vivamos eternamente”. Obviament que continuaremos aprendiendo por la eternidad, y Dios n tendrá que hacemos una operación de cerebro para que est ocurra.
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Imagínese muchos discos compactos (CD), uno sobre el otro, con su cubierta plástica y con sus rótulos que contienen el título, el contenido y el artista. Esta es una manera simple de referimos a los recuerdos dentro de la mente. Los estímulos vienen del mundo externo y a veces de nuestra propia mente. Los estímulos extemos nos llegan a través de los sentidos; la vista y el sonido son los más poderosos. Ala velocidad de la luz, nuestra mente procesa toda la pila de recuerdos. De esa cantidad de recuerdos clasificados, extrae las memorias que se relacionan con el estímulo, y las pone en orden según el impacto emocional que tuvieron en el momento en que fueron adquiridas. El recuerdo con la mayor emoción, ya sea positiva o negativa, coordinará la reacción de la persona según la realidad del momento. Sabemos que los viejos recuerdos son almacenados en forma detallada y pueden ser revividos. Los científicos han utilizado instrumentos casi microscópicos para tocar ciertas áreas específicas del cerebro, e inmediatamente el paciente revive el recuerdo con todos los detalles y sentidos como si estuviese sucediendo en ese instante. Los recuerdos cargados de dolor se sobreponen a cualquier otro recuerdo, incluso el estímulo presente. Parecería entonces que tendemos a vivir en el pasado más que en el presente, ¿no es así? Nuestra conducta es más una reacción que una acción basada en la realidad actual. Incluso una emoción presente puede activar un recuerdo subconsciente del pasado, que pudo haber estado dormido durante años, dando comienzo a una cadena de recuerdos que nos ayuda a encontrar las piezas perdidas del rompecabezas de nuestra vida. Asistíamos a una convención religiosa cuando alguien nos pidió una copia escrita de uno de los seminarios que enseñamos. Más tarde en nuestro cuarto de hotel, encendí (Nancy) la computadora y llamé el archivo apropiado para responder al pedido. Decidí retocar la descripción que habíamos escrito previamente. Trabajé en la computadora alrededor de media
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hora, mientras Ron leía en silencio recostado en la cama. De pronto, algo que parecía jeroglíficos egipcios apareció en la pantalla. “¡Oh no —dije con un suspiro—, ya me equivoqué otra vez!” Desesperada, le pregunté a Ron: “¿Qué hice esta vez? ¡Por favor ayúdame!” Ron se me acercó y se puso de pie detrás de mí. Miró la pantalla y me dijo: “No sé qué tocas, muchacha. No tengo la menor idea de cómo lo hiciste. Levántate y déjame ver qué puedo hacer”. Ya sea que fuera obvio o no, escuché el disgusto en su voz. A regañadientes me levanté de la silla, me dejé caer en la cama, disgustada por mi propia estupidez, y sentí cómo mis mandíbulas se apretaban y mis dientes crujían. Estaba enojada y lo sabía. Pero, ¿por qué? ¿Estaba realmente tan enojada conmigo misma? ¿O estaba enojada con Ron cuando él sólo intentaba rescatarme? No me gustó sentir aquello. Me dio miedo. En silencio oré: “Señor, ¿cuándo me he sentido antes así? Por favor enséñame de dónde viene esta ira”. En pocos instantes me vi remontada a una escena lejana. Tenía trece años de edad y estaba en mi primer año de secundaria. Se nos había asignado nuestro primer ensayo en la clase de ciencias. Yo estaba sentada en la mesa de la cocina con mi nueva máquina portátil de escribir frente a mí. Había llenado cerca de dos tercios del papel cuando mi padre subió de su taller, en el sótano. Se me acercó y me dijo: “¿Qué haces, Pudy?” (Pudy era el sobrenombre que él me había puesto). “Estoy escribiendo una monografía para la clase de ciencias”, le contesté. Papá se puso detrás de mí, y leyó lo que yo había escrito. Pasaron unos minutos hasta que tomó el papel y lo arrancó de la máquina. Me dijo: “Nunca aceptarán esa basura. Levántate. Yo lo haré”. Resentida, vi cómo mi padre escribía toda mi tarea,
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sabiendo que yo estaría entregando algo que yo no había hecho. Ahora que recuerdo este incidente, me doy cuenta de que papá únicamente intentaba ayudarme. Probablemente era su manera de decirme: “te voy a ayudar porque te quiero”. Pero el mensaje que recibí fue de rechazo. Sus acciones me dijeron: “Eres una estúpida, y no puedes hacer nada bien. ¿Por qué siempre tengo que estar arreglando las cosas que tú echas a perder?” Este viejo recuerdo explicó el enojo del momento actual. Supe que lo que sentí cuando Ron se sentó ante la computadora era exactamente igual a lo que había sentido cuando papá ocupó mi lugar ante la máquina de escribir. El enojo del pasado se tomó en la ira del presente. Sentí que era un fracaso, que nunca daría la talla, ni entonces ni nunca. Fui un chasco para mi padre y ahora había chasqueado a Ron. Ser aprobada por el hombre en el presente era tan importante como la aprobación del hombre en el pasado. El hecho de que Ron me amara y que únicamente intentase ayudarme cuando se lo pedí, no había sido tomado en cuenta. El estímulo fueron las palabras Levántate y déjame ver qué puedo hacer. Esas palabras me remontaron a casi cuarenta años atrás, y respondí a partir del enojo interno que había estado ardiendo dentro de mí sin que yo lo advirtiera. Tan pronto como el recuerdo llegó y entendí su origen, supuse que Ron probablemente había detectado mi enojo. Así que escogí compartir con él la verdad. “¿Sabes, querido?, hace un momento, cuando me pediste que me levantara de la silla para arreglar el lío que yo había hecho, me sentí enojada en el instante”. Ron me contestó: “Ya me di cuenta”. —Pues —continué—, no me gustó sentirme así, de manera que le pedí al Señor que me mostrase cuándo yo me había sentido así en el pasado. Entonces me vino a la mente una
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escena de cuando tenía trece años de edad —y le conté el relato, asegurándole que la ira no era contra él, sino contra mi padre y conmigo. Era un viejo recuerdo, un CD del pasado, que ahora había sido tocado de nuevo e interpretado como algo presente. Al compartir la verdad con Ron había reconocido que la responsable del enojo era yo, no él. El no tendría que seguir preguntándose si me había ofendido. También le había dado un mensaje a mi propia mente: un mensaje de finalidad y confesión. Finalidad en el sentido de que había recobrado el recuerdo apropiado, y yo, al haber reconocido su impacto en mi vida, podía sustraerle la carga emocional negativa y neutralizar así su efecto en el presente. “Y conoceréis la verdad, y la verdad os hará libres” (S. Juan 8:32). Además, al confesarle mi recuerdo a Ron, no sólo yo había dado un enorme paso en cuanto a comprenderme a mí misma, también él me comprendería más plenamente. Los seres humanos son un compuesto de todos sus recuerdos pasados. La combinación de estos recuerdos crea nuestros pensamientos y nuestros sentimientos, de los cuales surge nuestra conducta. (Ron) En nuestros seminarios, a menudo ilustro el poder de los recuerdos pasados pidiéndole a alguien en la audiencia que se adelante y se siente en una silla plegable donde todos puedan verlo. Generalmente la persona se sienta gustosa en la silla, aunque no tiene idea de por qué se lo he pedido. Después de haber estado sentada por unos instantes, comienzo a preguntarle: “Suponga que al sentarse en esta silla, se rompe y usted termina en el piso y todo el mundo se ríe. Lo ayudo a ponerse de pie y luego del recreo lo invito nuevamente a venir y a tomar asiento, asegurándole que la silla ha sido arreglada. ¿Vendría de nuevo?” Mi participante generalmente responde: “Quizá, si pruebo bien la silla para asegurarme de que no se rompa nuevamente”.
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Entonces le digo: “Suponga que se rompe de nuevo. Esta vez no sólo se siente avergonzado, sino enojado de que yo lo haya engañado. Si al día siguiente yo le pidiera que viniera y se sentara en la silla, asegurándole que la había llevado a un taller y que ahora estaba garantizada de que lo sostendría, ¿se sentaría?” Casi todos los participantes responden: “¡De ninguna manera! La primera vez lo excusaría, pero la segunda vez me haría quedar como un tonto, y ya no podría confiar en usted”. Entonces explico que estamos compuestos de todos nuestros recuerdos pasados. Para una persona que esté sentada en la audiencia al día siguiente, y que no vio lo sucedido anteriormente, que alguien se niegue a sentarse en la silla parecería irracional. Preguntarían: “¿Cuál es el problema con sentarse en la silla?” Nuestro participante respondería: “¡Usted no sabe lo que pasó ayer!” Debido a que no sabemos ni entendemos los “ayeres” en la vida de los demás, tampoco podemos juzgar su conducta. La historia pasada afecta dramáticamente la conducta presente.
(Nancy) En un seminario que dimos en una escuela secundaria, pregunté a los estudiantes que identificaran en sus mentes lo que les evocaba la palabra chocolate. Un estudiante respondió: “Vi una barra gigante de Hershey”. —¿Es ése tu chocolate favorito? —le pregunté. —¡Así es! —siempre compro Hershey cuando tengo deseos de algo dulce. —¿Qué recuerdo tuyo está conectado con una barra Hershey? —le pregunté—. ¿Algo especial? ¿Puedes recordar la primera vez que probaste una barra Hershey? —Cuando yo era pequeño había una tienda de caramelos cerca de nuestra casa. Una vez a la semana yo iba con mi papá,
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y él compraba dos barras Hershey, xana para mí y una para él. Noté que sus ojos se enrojecían y la voz cambiaba, así que exploré un poco más el tema. —¿Todavía vas con tu papá a buscar una barra de choco late cada semana? En voz baja respondió: “No. Mis padres se divorciaron cuando yo tenía siete años de edad y ahora lo veo apenas una vez al año, si tengo suerte. Nunca lo había pensado, pero quizá me gustan las barras Hershey porque me recuerdan tiempos mejores, cuando papá era parte de mi vida”. Había algunos en el salón que también notaron las lágrimas de este joven y pensaron que estaban fuera de lugar, hasta que captaron la realidad total de los sentimientos de su compañero. A menudo, cuando ponemos nuestra atención en los otros, juzgándolos y criticándolos, desatendemos nuestros problemas personales. La versión de la Biblia en inglés del rey Jacobo llama a esto “conjeturas malignas”. Cuán insensibles somos cuando hacemos tal cosa, sin conocer o entender la historia detrás de la conducta. Es fácil señalar las faltas de otros e ignorar las nuestras. La Biblia habla de que vemos la paja en el ojo ajeno cuando tenemos una viga en el nuestro (véase S. Mateo 7:5). Generalmente hacemos esto porque no sabemos cómo aliviar nuestro dolor. El resultado es que seguimos siendo controlados por nuestro dolor, en vez de experimentar la libertad de la autocomprensión. Debemos y podemos reconocer el dolor que cargamos y la consecuente conducta enfermiza. Este es un ingrediente vital en el proceso del desarrollo espiritual y emocional. En realidad, los recuerdos no están apilados unos sobre otros, sino fragmentados en las impresiones obtenidas por cada sentido y almacenados según las áreas correspondientes del cerebro. Cada recuerdo contiene los cinco sentidos, pero cuando
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son recobrados, pueden estar incompletos. Por ejemplo, una mujer adulta que había sido víctima de abuso infantil severo se despertó a medianoche llena de pánico. Sintió todas las emociones conectadas con un peligro inminente, pero el único sentido presente era el olfato. Olía a cerveza. Inmediatamente se levantó de la cama, se lavó la cara con agua fría, se limpió la nariz e hizo todo lo posible por liberarse del olor. Se preguntaba: “¿Cómo puedo oler a cerveza cuando en esta casa no hay bebidas alcohólicas ni nunca las ha habido? ¿De dónde viene?” En los meses que siguieron se despertaba a media noche con el mismo sentido de pánico, pero acompañado de otra percepción senso rial, como si tuviese alfileres clavados alrededor de la boca. Le tomó cuatro meses captar el cuadro completo: el rostro de su padre borracho, quién había cometido incesto con ella desde que era una niña pequeña hasta sus años de adolescente. Los recuerdos pueden regresar gracias al estímulo de un olor, un sabor, un sonido, algo que vemos o tocamos. El sentido de la vista es el más poderoso en cuanto a estimular los recuerdos, aunque la respuesta puede tomar algunas milésimas de segundos más. Cuando se estimula la vista, la retina recibe la imagen y tiene que enviarla a través de varias conexiones antes que llegue a la corteza visual, donde se almacena. Los sentidos del olfato y el gusto están conectados directamente al sistema límbico, donde se almacenan las emociones. El olfato es un estimulante particularmente poderoso y rápido para producir un recuerdo. Frecuentemente, el olfato y el gusto son los sentidos que activan un recuerdo dormido o reprimido. (Nancy) Durante años, disfrutamos la fragancia de la alhucema o de la lavanda. Luego aprendí que la lavanda es una fragancia tranquilizante, y supuse que por eso experimentaba una emoción tan positiva y reconfortante cada vez que la olía. Un día fui a un mercado de hierbas donde había varios tipos de fragancias naturales, entre ellas lavanda inglesa. Abrí una caja de talco, y cuando la olí vi con toda claridad la
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imagen de mi abuela delante de mí. Inmediatamente mis ojos se llenaron de lágrimas al recordar su olor y sus tiernas palabras de afecto. Cuando regresa un recuerdo, puede traer consigo todos los sentidos y emociones intactas, o puede que sólo un fragmento del recuerdo salga a la superficie, estimulado por uno de los sentidos. (Ron) Yo tuve una experiencia en la que un recuerdo recobrado ayudó a explicarme por qué actuaba de una manera tan extraña cada vez que Nancy llenaba una taza de té con agua caliente. Todo comenzó la noche del domingo después de habernos mudado a nuestro primer apartamento. Entonces, era estudiante universitario, y Nancy me ayudaba con la clase de composición, que para mí era peor que estudiar chino. Para aliviar la tensión de Nancy por hacerme entender que un verbo es una palabra que indica acción, nos pareció bien tomar algo caliente. Así que Nancy se levantó del piso donde habíamos estado estudiando y fue a la cocina a poca distancia. Cuando la tetera comenzó a silbar, Nancy la quitó de la hornilla y comenzó a echar agua en las tazas. Luego me trajo su “regalo” de amor. Yo lo entendía de este modo, pero mi respuesta fue muy extraña. Disgustado, sin saber por qué, le gruñí: “Gracias”. —¿Qué te pasa, querido? —preguntó. —¡Nada! —respondí cortante. Ella persistió: —Hace irnos minutos, cuando fui a la cocina, estabas bien. Ahora que regresé con el té pareces enojado. —No estoy enojado —le grité. Ella dejó el tema, temiendo provocar aun más mi enojo.
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Vez tras vez, durante los doce años siguientes, reaccionaba con ira cuando ella me traía una bebida caliente, incluso cuando era yo quien se lo pedía. ¡Ambos estábamos confundidos! En una de esas ocasiones, le grité a Nancy mientras llenaba la taza: “¡no me gusta ese ruido!” Esta vez al menos hubo una conexión. El enojo era despertado por el sonido, pero, ¿cuál sonido? Nancy decidió explorar el asunto. —¿Cuál es el sonido preciso que no te gusta? —me preguntó al entrar a la sala, taza en mano. —El ruido del líquido cuando lo echas en la taza —le respondí con menos enojo que otras veces—. Me entra algo así como pánico. Es una sensación incómoda e inquietante, y no tengo idea a qué se debe —le dije. —Supongo que con el tiempo te acordarás —respondió ella y cambió el tema. Sabía que si me arrinconaba sólo iba a provocar más ira. Yo hubiese salido de esa esquina emocional aplastando cualquier cosa en mi camino y lanzando insultos por todas partes. Hubiese culpado a Nancy del incidente y de cualquier otra cosa incómoda en mi vida. Durante doce años mi esposa esquivó mi reacción hasta que tuve la respuesta al misterio. Capté el sentido cuando escuché el sonido de una bebida hirviente que estaba siendo derramada en una taza, y olí el café recién colado. Cuando el sentido del olfato, que está directamente conectado con el origen de las emociones, fue estimulado conjuntamente con el sentido del oído, una imagen se proyectó en mi mente. Los ojos se me llenaron de lágrimas. Inmediatamente mi enojo se trocó por el dolor infantil del rechazo. Le dije a Nancy: “Me veo pegado por dentro a la puerta de mi dormitorio. Es sábado de noche, y me han encerrado en mi dormitorio para que mis padres puedan atender a sus
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amigos sentados a la mesa del comedor, justo afuera de n puerta. La rutina era que cuando sonaba el timbre de la puert casi cada sábado de noche, mi padre me agarraba de la orej y me arrastraba hasta mi cuarto. ‘Quédate ahí, Butch’, m decía y luego cerraba la puerta con una vieja llave de hierr< Me tocaba pasar las siguientes tres o cuatro horas mirand por el agujero del cerrojo para ver de qué se reían los adultos convencido de que se reían de mí. Podía oler los pasteles qu mi madre se había pasado el día preparando, sin darm siquiera un bocado, y el café fuerte que toman los europeos1 De pronto supe por qué yo estaba enojado. El olor del café y < sonido del líquido al caer en la taza habían traído de vuelta ( recuerdo. Entre sollozos completé el relato y expresé el dolor que habí sentido cuando niño, y que continuaba sintiendo como adulto Finalmente pude entrar en contacto con la emoción y el dañ que me había producido una conducta tan extraña. ¿Significó esto que nunca más yo respondería con enojo ant el estímulo de agua caliente en una taza? ¡Por cierto que no! I enojo continuó manifestándose algunos años más, pero cad vez que escuchaba el sonido clave, me decía: “No me gusta es sonido, pero lo que pasó quedó atrás y ahora es diferente. So un adulto. Ya no tengo que ser un niño pequeño encerrado e una habitación. Soy amado y aceptado en mi hogar”. Mientras más me repetía la verdad, más fácil se me hací creerla. Ocasionalmente surgía el antiguo enojo, pero ya habí creado tantos recuerdos positivos para reemplazar lo negativos, que aquellos no me molestaban. Mi mente habí creado un nuevo camino; un nuevo juego de “discos compactos positivos. Ahora, cuando viene el estímulo, puedo elegir rc sponder positivamente, de una manera saludable y madurí Ahora tengo la tendencia a elogiar a mi esposa en vez d culparla de todo.
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En verdad, el poder para escoger una respuesta positiva viene del Espíritu Santo, cuya obra es la de transferir su poder celestial a nosotros, especialmente en momentos de gran necesidad. Aquí es donde nos diferenciamos de los perros pastores alemanes de Pavlov, que aprendieron a salivar cada vez que escuchaban una campana que había sido asociada con un trozo de carne. Aunque en los experimentos secundarios ya no había carne, los perros todavía respondieron basados en los recuerdos previos. Fue un estímulo que, sin pensarlo, produjo una respuesta condicionada. No tenemos que quedarnos atascados en un ciclo de acciones dañinas repetidas. Como seres humanos se nos ha dado el don de la elección. Por ser cristianos, hemos recibido poder celestial para tomar la decisión correcta. Nuestra tarea consiste en entender la fuerza motivadora de nuestros recuerdos, procesarlos, quitarles las emociones dolorosas y llenar nuestras mentes con mensajes positivos y elevadores. En este contexto, es fácil entender por qué el apóstol Pablo dice: “Regocijaos en el Señor siempre. Otra vez digo: ¡Regocijaos! Vuestra gentileza sea conocida de todos los hombres. El Señor está cerca. Por nada estéis afanosos, sino sean conocidas vuestras peticiones delante de Dios en toda oración y ruego, con acción de gracias. Y la paz de Dios, que sobrepasa todo entendimiento, guardará vuestros corazones y vuestros pensamientos en Cristo Jesús. Por lo demás, hermanos, todo lo que es verdadero, todo lo honesto, todo lo justo, todo lo puro, todo lo amable, todo lo que es de buen nombre; si hay virtud alguna, si algo digno de alabanza, en esto pensad” (Filipenses 4:4-8). Concentrarse en esta manera positiva de pensar puede renovar nuestra mente. Cuando nuestra mente está trabada con sensaciones dolorosas de injusticias pasadas, no estamos en condiciones de recibir la verdad espiritual o de aceptar la recuperación que
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Dios nos ofrece, lo que nos permitiría ponerle un alto a nuestr; conducta impulsada por tales recuerdos. Cuando destrabamo nuestra mente de la “melcocha” emocional, quedamo dispuestos a recibir la sanidad que Cristo ofrece y a toma decisiones adultas basadas en la lógica y la razón, al igual qu en aportaciones emocionales saludables. Todo el poder del universo está disponible para nosotros en tre el momento que recibimos el estímulo y el momento en qu respondemos a él. Jesús sabe que Satanás intenta obtener e control sobre la mente de hombres y mujeres, y él está dispuest a ayudar a todos los que pidan su ayuda. Él no quiere que nadi perezca, (véase S. Mateo 18:14). De manera ha colocado el pode del cielo a la disposición de sus hijos. Mientras Satanás est; ocupado en su esfuerzo por controlar las mentes, hay un luga donde podemos escapar de sus dardos: la presencia de Jesús. En el momento de debilidad o tentación, tenemos el pode de tomar una decisión, siempre y cuando tengamos L información apropiada. Podemos escoger responder com adultos cristianos en vez de ser controlados y en sumisión a lo juegos de Satanás. Él intenta obligarnos a responde automáticamente según el estímulo que trae a la superfici nuestro perjuicio y dolor de la infancia. Si no' entendemos € origen de nuestros sentimientos y pensamientos, vamos a re sponder automáticamente como los perros de Pavlov. Al hacer tal cosa, ha logrado que pequemos, peijudicándono nuevamente a nosotros y a otros. ¡Entra basura, sale basura Satanás nos ciega a la verdad de sus engaños, y concluimo que somos desesperadamente incorregibles, llenos de pecad y perdidos para siempre. Cuando él puede conducimos a est conclusión, cesaremos de esforzamos por buscar a Dios y no contentaremos con estar “perdidos”. La gracia es la respuesta. Webster define la gracia como 1 “asistencia divina e inmerecida de Dios para la santificación
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regeneración de la humanidad”. Es la ayuda del poder de Dios, dosificado a través del Espíritu Santo, y derramado sobre los que son dóciles y están ansiosos por recibirlo. La gracia es lo que ocurre entre el estímulo y nuestra respuesta, de manera que nuestros recuerdos dolorosos no controlen nuestras acciones. La gracia convierte los recuerdos emocionales de un niño en respuestas maduras y compatibles con Cristo. Tenemos el poder de todo el cielo, para que podamos crecer en madurez y ser renovados, de manera que podamos ser socios con Cristo, y reaccionar en favor de los demás en vez de proteger nuestro yo. Dios desea que seamos felices en abundancia y que vivamos en paz, y esa paz nos es prometida como un don de Dios que nos llega a través de la morada de su Espíritu Santo. En una promesa hecha a sus discípulos antes de su crucifixión, Jesús estableció la diferencia entre la paz que el mundo da y la paz que él promete. “La paz os dejo, mi paz os doy; yo no os la doy como el mundo la da. No se turbe vuestro corazón, ni tenga miedo” (S. Juan 14:27). ¿Cómo puede usted tomarse en un recipiente de esta paz? Dios ha provisto un camino para recibir alivio del dolor. Puede expresarse en términos de un plan triple A: • Adquirir conocimiento • Aplicar este conocimiento a nuestra vida •Activamente seguir el plan de Dios para nuestra recuperación Si no escogemos seguir el plan, la basura que Satanás ha colocado en nuestra mente durante nuestra infancia, producirá más basura en el presente, envenenará nuestras relaciones y causará más dolor y rechazo.
CAPÍTULO 4
Un virus en e(programa “La experiencia, particularmente durante la niñez, moldea el cerebro”. Daniel Goleman
Quizás usted se pregunte: “¿Qué problemas tengo? Por supuesto que hay obstáculos en mi vida, pero puedo vencerlos a base de empeño. Puedo ponerme de rodillas y orar al respecto, o puedo olvidarlos y pretender que no me causan dolor. Si no pienso en ellos, quizá desaparezcan”. Todo esto es hacerse ilusiones. Si la solución fuese tan simple como mostrarse firme con tra las injusticias pasadas u orar para que éstas se desvanezcan por arte de magia, entonces ¿por qué hay tantas personas desanimadas, enojadas, frustradas, deprimidas y solitarias en este mundo? ¿Por qué el enojo finalmente hace erupción como un volcán dormido y perjudica a tantas personas inocentes en su medio? La solución no es tan simple. Demasiadas personas se unen a una iglesia con la esperanza de un milagro, y terminan culpando a Dios cuando persisten sus problemas. Muchos gastan fortunas en visitas a médicos, medicinas y psicoterapia, y años más tarde no han mejorado de manera apreciable. No hay curas rápidas. Somos una generación dada a las comidas rápidas y a la televisión, que se ha acostumbrado a ver cómo se resuelven grandes problemas en 60 minutos o menos, incluyendo los comerciales. El hecho es que Dios requiere que confesemos nuestros pecados y humillemos nuestros corazones ante él, y a la vez deberíamos confiar en él como un Padre tierno que no abandona a los que creen en él. No percibimos que muchos de nosotros caminamos por vista y
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no por fe. Creemos lo que vemos, pero no apreciamos ni nos apropiamos de las preciosas promesas que nos han sido dadas en su Palabra. Como resultado, deshonramos a Dios cuando desconfiamos de lo que él dice y dudamos de su veracidad. Nuestra incapacidad para confiar y depender de Dios y sus promesas está directamente relacionada al daño satánico que nos fue infligido en la niñez ya sea deliberadamente o al no ser satisfechas nuestras necesidades. Cuando nuestro desarrollo emocional queda detenido, quedamos atrapados en un esquema infantil de pensamiento, sentimiento y conducta, de manera que sólo creemos aquello que vemos, y únicamente cuando se ajusta a nuestros propósitos. Para ser verdaderamente sanados, debemos entender el alcance completo de nuestras heridas y estar dispuestos a destapar las experiencias que nos causaron el dolor.
Para descubrir el camino hacia la libertad, debemos revisar el recuerdo. La oración es importante, pero no es el único componente en la sanidad. Nosotros también tenemos una obra que realizar. Para algunos, esto es aterrador, porque temen que se descubran detalles desconocidos y se destapen agonías que pueden estar ocultas en los recónditos rincones de la mente. Debemos entender una ley psicológica: El temor paraliza. Nuestro temor a lo desconocido es lo que previene que nos movamos hacia la madurez. En algunos casos, la conducta provocada por el dolor se ha tomado en nuestra identidad. Se nos conoce como gente enojada, sarcástica, tímida o retraída. Si pudiésemos deshacer el dolor, entonces ¿quiénes seríamos? El cambio es aterrador. El temor nos restringe y nos aprisiona. Nos une al objeto o a la persona que tememos, y previene el desarrollo y el cambio. Quedamos atrapados en imágenes y sonidos imaginarios y en expectativas de tragedia.
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El temor previene que efectuemos la obra de enfrentar la verdad y limpiar nuestro pasado. Algunos han llegado al extremo de tomar pasajes de la Biblia friera de contexto y citar equivocadamente escritos inspirados para demostrarse a sí mismos y a otros que no es necesario recuperarse de las injurias de Satanás. Por ejemplo, la declaración del Nuevo Testamento, “olvidando ciertamente lo que queda atrás, y extendiéndome a lo que está delante, prosigo a la meta” (Filipenses 3:13,14), ha sido utilizada comojustificación para evitar el trabajo de limpiar los depósitos de basura de recuerdos dolorosos que llenan nuestra mente. En este texto, Pablo habla de olvidar los pecados de nuestro pasado y dirigimos confiadamente hacia la salvación prometida. No está hablando de olvidar las heridas abiertas de nuestro pasado que deben ser desinfectadas para que se produzca la sanidad de adentro hacia fuera. Se refiere a que no debemos vivir obsesionados por la culpa y nos amonesta a proyectamos hacia un futuro positivo. El alivio rápido de una curita, al igual que la fuerza de los músculos, la fuerza de voluntad y la oración repetitiva no obtendrán los resultados deseados, porque ninguno de estos métodos satisface los requisitos que Dios enseña acerca de la recuperación. El desarrollo del carácter, que es la suma total de nuestros pensamientos y sentim ientos, es algo que requiere determinación y esfuerzo diarios. Cuando intentamos separamos de nuestros hábitos pecaminosos, tales como la búsqueda de faltas ajenas, el juzgar a los demás, la crítica, la avaricia y la envidia, puede que a veces parezca que nos estamos haciendo pedazos. Pero si queremos tener caracteres maduros como el de Cristo, esta es precisamente la obra que debemos efectuar para poder convertimos en templos idóneos para la morada del Espíritu Santo. Dios no desea que tengamos caracteres débiles y enfermizos. No desea que permanezcamos en la impotencia ni en la ignorancia. Más bien Dios desea que nos pongamos toda la armadura de la fe y luchemos con valor
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la batalla contra el pecado y el yo (véase Efesios 6:11). Y cuando nos hemos arrepentido genuinamente de nuestros pecados y hemos hecho todo lo que podemos para vencerlos, lo que incluye enfrentar los recuerdos dolorosos producidos por éstos, el resultado es, se espera, una confianza calmada y firme en Jesús, nuestro Salvador. Aquí se introduce un concepto que presentamos inicialmente en el capítulo 2 y que luego expandiremos en el capítulo 9. Es un trozo importante de información que explica por qué Satanás desea perjudicar a criaturas tiernas. La confianza se desarrolla durante los primeros 18 meses de la vida. La confianza nace cuando nos encontramos como bebés
en los brazos de una madre que nos cuida y nos ama, y reconocemos que nos encontramos en un lugar muy seguro. Llega por medio de la repetición de la misma experiencia vez tras vez hasta que el cuadro de la madre se toma en sinónimo de seguridad y confort. La confianza brota cuando advertimos que los brazos de papá son suficientemente fuertes como para sostenemos y no fallamos en nuestros momentos de necesidad. Sentimos confianza cuando el dolor roedor del hambre es satisfecho en el pecho materno, o cuando la incomodidad de un pañal sucio es aliviada por la limpieza provista por los padres. La confianza llega a ser parte nuestra al sentir la seguridad de nuestra acogedora cima, las suaves sábanas y el agradable olor de mamá. Cuando aprendemos que las suaves manos de mamá y las vigorosas manos de papá nos brindan toques reconfortantes y protectores, llegamos a confiar implícitamente en ellos. El niño que no tiene estos elementos relaciónales vitales llegará a ser un individuo desconfiado, autosuficiente y distanciado de los demás, que buscará tener el control de su mundo y de sus relaciones, las que cree indignas de confianza al igual que sus padres o las personas que lo criaron.
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Las otras tareas emocionales que deben ir efectuándose según el niño crece, tal como la adquisición de autonomía, la iniciativa, el espíritu industrioso y la identidad (de acuerdo con las tareas del desarrollo humano de Eric Erickson) resultarán seriamente perjudicadas a causa de que nunca se desarrolló el elemento fundamental de la confianza. Quizás usted no esté al tanto de un recuerdo doloroso de la niñez. Quizá se diga, “tuve una niñez maravillosa. Tuve pa dres perfectos que me adoraban y dedicaban tiempo de calidad a jugar y cuidar de mí”. Quizá no recuerde daños físicos, emocionales o sexuales. No obstante, quizá note que se le hace difícil comprometerse al cien por ciento en su matrimonio o compartir sus pensamientos y sentimientos por temor a que lo rechacen. Quizá tenga tendencia a comprometerse demasiado; tal vez sea un adicto al trabajo con el impulso de hacerlo todo. Quizá tenga tendencias perfeccionistas que lo llevan a sacrificar su salud o sus relaciones por terminar algún proyecto. Quizás esté cargado de culpas a causa de impulsos sexuales que no puede explicar y que controlan la mayor parte de sus pensamientos. Quizás usted sea un individuo triste o criticón que dedica horas a juzgarse a sí mismo y a los demás. Todas estas son consecuencias de los guiones enfermizos que Satanás le impuso en algún momento de su vida temprana. Quizá sea tan sutil que no hay un recuerdo o incidente traumático par ticular que usted pueda culpar por sus pensamientos o conducta, pero de igual manera afectan su vida (véase el capítulo 8). Es importante entender que la conducta no se desarrolla en un vacío. Siempre hay un elemento causativo, tal como un malestar físico o una herida emocional que causa la conducta disfuncional.
Por ejemplo, considere el caso de los padres que hicieron una cita con nosotros porque estaban muy preocupados por la
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conducta reciente de su hijo Bradley, de nueve años de edad. Para su primera consulta, les pedimos que viniesen a nuestra oficina sin su hijo. La madre nos informó: “Nuestro hijo de nueve años de edad siempre ha sido un niño modelo, pero últimamente ha estado haciendo algo que no tiene sentido. Ha comenzado a orinarse en las esquinas de las habitaciones de nuestra casa. Es algo repugnante. ¿Cómo voy a eliminar el olor? ¡Él sabe usar el inodoro desde hace años y no hay razón para esta conducta!” Era obvio que estaba tan preocupada como molesta por tener que limpiar continuamente las esquinas de su alfombrado de pared a pared. El padre añadió alguna información pertinente: “Hemos llevado a Bradley a su pediatra y no puede encontrar ningún problema físico. Sugirió que buscáramos la ayuda de un consejero”. —Apreciamos su preocupación y siempre nos agrada ver que los padres hagan todo lo posible para descubrir la causa de un cambio brusco de conducta en sus hijos —les dijimos para animarlos—. Haremos lo mejor posible para asoldarlos. Insistieron con preguntas: “¿Qué podemos hacer por él? ¿Qué impulsa a un niño a hacer una cosa semejante?” Nosotros también preguntamos: “¿Cuán grande es la fa milia y cuántas personas viven en su casa? ¿Cuáles son las edades de los hermanos? ¿Cuánto tiempo llevan casados?” Les pedimos más información con la intención de determinar si hubo circunstancias que podrían haber precipitado la conducta. Les preguntamos acerca de la atmósfera en su hogar, la calidad de su matrimonio y cualquier conflicto reciente que podría haber causado estrés en el hijo. En poco tiempo, a medida que se sintieron más cómodos con nosotros, se hizo evidente que el factor que más contribuía a la
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conducta de Bradley era el estado del matrimonio de sus pa dres. Parece que siempre había habido cierto nivel de conflicto en el hogar, pero en las seis últimas semanas se había discutido la posibilidad de una separación o divorcio a oídos del hijo. Ocupamos varias semanas sólo con los padres. Nos concentramos en la tarea de resolver los dos conflictos mayores entre ellos. Al comienzo de una sesión, la madre explotó de ira. Estaba furiosa porque nunca les habíamos pedido que trajeran al niño a la consejería: “No vinimos aquí para recibir consejería matrimonial —rugió—. ¡Vinimos por un problema con nuestro hijo! ¿Cuándo lo van a ver?” —Para responder a esa pregunta, debo hacerle otra pregunta —contestamos—. ¿Su hijo sigue orinándose en las esquinas en vez de hacerlo en el inodoro? —A decir verdad, no... ya no lo hace —respondió abruptamente. —¡Esas son excelentes noticias! —exclamamos—, a veces los niños sufren tanto dolor y estrés a causa de los conflictos en el hogar, que inconscientemente desarrollan una conducta sumamente extraña, de manera que la atención sea derivada del conflicto y se coloque sobre ellos. De esta manéra esperan que los padres se preocupen por qué hacer con ellos y se olviden de sus peleas. Dígannos —añadimos—, ¿cuándo fue la última vez que Bradley se orinó en un rincón? —No puedo recordar con exactitud, pero creo que fue hace unas dos semanas y media —contestó el padre. —Esperamos que comprendan que habiendo eliminado las posibilidades de un problema médico, para nosotros fue lógico investigar el estrés emocional en la vida del niño —les explicamos. El conflicto entre los padres se manifiesta en la conducta disfuncional de los hijos. Amenudo los niños están tan afligidos
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con los conflictos del hogar que intentan “arreglarlos” tomándose en el foco del conflicto, haciendo que los padres se ocupen en “arreglar” al niño. El instinto de bienestar y armonía es tan fuerte que muchas personas harán lo que estimen necesario para crear ese ambiente de confort y seguridad. En este caso, las tácticas desviadoras del niño, combinadas con los consejos que recibieron sus padres, proveyeron la respuesta beneficiosa que todos necesitaban. Lo que comienza en nuestros años de desarrollo del carácter determina la dirección de nuestras vidas. Cuando nuestros
pensamientos y sentimientos son perjudicados en los años clave para el desarrollo de nuestro carácter, que van desde el comienzo del tercer trimestre del embarazo hasta el fin del séptimo año de vida, algo verdaderamente dramático ocurre con nuestro desarrollo emocional. Esto ha sido identificado con diferentes rótulos, tal como desarrollo atrofiado, inmadurez emocional, el niño adulto o interno, pero todos se refieren al daño que Satanás inflige al ser humano. Satanás, en efecto, ha soltado un virus en nuestro programa que empequeñece y pervierte los mejores deseos de los individuos, y crea caracteres endurecidos y egoístas. Cuando los niños son descuidados o sus necesidades no son satisfechas, o cuando son perjudicados temprano en la vida, a menudo cesan de desarrollarse emocionalmente al mismo ritmo que lo hacen en lo físico. A la vez que el cuerpo y sus funciones maduran, las emociones cesan en su progreso. Un adulto en lo físico puede fácilmente ser un niño en lo emocional. En casos tales, el mundo gira alrededor del individuo, y se espera que todos los que se relacionan con él/ella, satisfagan sus necesidades en todo momento. Los enanos emocionales esperan que la vida en general ocurra según sus preferencias, sin importar el parecer de otros. Las comidas son servidas cuando ellos las quieren, toda la familia tiene que ajustar sus horarios según el suyo, y siempre se salen con la suya... o hay problemas.
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Los “problemas” pueden incluir berrinches infantiles en cualquier lugar o en cualquier momento. Se requiere que todos sientan responsabilidad hacia ellos, pero ellos no aceptan responsabilidad por sí mismos ni por otros. En la introducción del conocido libro de Daniel Goleman, titulado Inteligencia emocional, éste declara: “Nuestra herencia genética nos confiere a cada uno una serie de puntos clave emocionales que determinan nuestro temperamento. Pero los circuitos cerebrales involucrados son extraordinariamente maleables; el temperamento no es un destino... Las lecciones emocionales que aprendemos como niños en el hogar y en la escuela dan forma a los circuitos emocionales, haciéndonos más aptos —o ineptos— en cuanto a las bases de la inteligencia emocional. Esto significa que la infancia y la adolescencia son ventanas críticas de oportunidad para fijar los hábitos emocionales esenciales que gobernarán nuestra vida”.1 Los expertos en psicología concuerdan en que los niños que han sido perjudicados antes del comienzo de su octavo año de vida, cesarán su desarrollo emocional cerca de la edad en que ocurrió el perjuicio. Estos niños pueden llegar a ser adultos físicamente, pero en el área de las emociones y las respuestas propias de adultos, siguen siendo niños pequeños.'Su potencial para completar su desarrollo está directamente relacionado con su disposición a aprender y su deseo de efectuar las tareas personales que se requieren para ser sanos. Si usted es uno de estos “niños”, es importante que esté dispuesto a ser dirigido por Dios. En su compasión, él traerá a su mente lo que necesita recordar del pasado para entender por qué usted actúa de la forma que lo hace. Si Dios cree que es necesario que obtenga un recuerdo para progresar en su recuperación, él le devolverá lo que sea necesario para completar el proceso de recuperación. Puede que lo haga en etapas, según el grado de tolerancia de su mente, o puede
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hacerlo en una revelación rápida. Su disposición a tener una mente amplia y lista para aprender le da permiso a Dios para comenzar un proceso de maduración y santificación dentro de usted. El primer paso es la adquisición de conocimiento. Echemos otro vistazo al cerebro y a la manera en que se procesan las emociones.
Hay tres áreas básicas del cerebro que nos conciernen cuando nos referimos a la curación de recuerdos dolorosos. Un corte del cerebro revela que estas áreas se encuentran en capas íntimamente conectadas una sobre la otra. El centro del cerebro incluye la espina dorsal, la médula y el cerebro medio. Almacena series de acciones o funciones corporales preprogramadas e instintivas, tales como la respiración, el latido del corazón, el sueño, el despertarse. Es la primer área del cerebro en desarrollarse y es totalmente capaz de funcionar en el momento del nacimiento, de otra manera la vida no sería posible. La segunda parte del cerebro es el cerebro superior, que está dividido anatómicamente en dos mitades o hemisferios. Está compuesto de tejidos muy complejos que contienen millones de neuronas por centímetro cuadrado y tiene un grosor de un par de milímetros. Esta parte del cerebro es capaz de /
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resolver problemas muy detallados y complicados. Las funciones contenidas en estos dos hemisferios son los procesos visuales, el oído, las sensaciones corporales, el control motor intencional, el razonamiento, el pensamiento cerebral, la toma de decisiones, la conducta voluntaria, el lenguaje y las ideas no verbales. Anidado entre estas áreas conocidas del cerebro, e intrincadamente conectado con éstas, se encuentra el sistema límbico. Aunque no ha recibido mucha atención de los eruditos, es por lejos la parte más importante en cuanto a la comprensión de nuestros recuerdos y al proceso de recuperación. Es el centro de nuestras emociones y las acciones relacionadas con emociones. He aquí como Ned Herrmann, presidente de la Organización Americana a favor de la Creatividad, describe el sistema límbico en su libro The Creative Brain (El cerebro creativo): “Aunque es considerablemente menor que los hemisferios cerebrales en términos de corteza, el sistema límbico juega un papel mayúsculo en nuestro funcionamiento. Si el influjo de sangre indica la importancia, vale la pena notar que el sistema límbico tiene uno de los sistemas de riego más ricos del cuerpo. Y no es de extrañar. El sistema límbico regula la alimentación, el sueño, la temperatura del cuerpo, el equilibro de sustancias químicas tales como el azúcar, el ritmo cardíaco, la presión sanguínea, las hormonas, el sexo y las emociones. También es el foco del placer, el dolor, el hambre, la sed, la agresión y la furia... Está colocado fisiológicamente en una posición que le permite mediar entre las actividades cerebrales que ocurren encima y debajo de él. ¡Y eso mismo hace! Por ejemplo, puede abrumar el pensamiento racional con energía emocional y así neutralizar por completo los modos lógicos de procesar. “Además de controlar nuestras emociones, el sistema límbico también contribuye a nuestros procesos cognitivos. Ahora se sabe que forma parte esencial del proceso de
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aprendizaje, porque juega un papel vital al transferir la información que va llegando a la memoria”.2 Mientras que el sistema límbico es el centro de las emociones y las reacciones emocionales, también es capaz de almacenar recuerdos cargados de emociones y de percibir estímulos por sí solo, aparte de la lógica o el razonamiento del cerebro superior. En otras palabras, este cuadro telefónico emocional, localizado en la parte profunda del cerebro, es el poder detrás de nuestra recepción de mensajes emocionales, nuestra interpretación de los mismos y las reacciones que generamos y evidenciamos por su causa. No tiene, sin embargo, la habilidad de expresar con palabras los sentimientos o emociones. Las diferentes partes del cerebro, aunque cada una tenga su propia función, trabajan en cooperación una con la otra. Los circuitos a veces están tan ligados que uno pensaría que son parte del mismo sistema. Por ejemplo, el hipotálamo, localizado debajo del tálamo y en lo profundo del cerebro, trabaja en concierto con el sistema límbico. Richard M. Restak, M. D., autor del best-seller The Brain (El cerebro), dice: “El hipotálamo es también el centro de mando para una gran cantidad de condiciones complejas como son la fatiga, el hambre, la ira, la placidez”. Además, el hipotálamo controla la ingestión de alimentos, los niveles endocrinos, el equilibro del agua, los ritmos sexuales y el sistema autonómico nervioso. “En resumen, el hipotálamo es el arreglista de las conductas que acompañan a los estados emocionales”. Cuando nos exponemos a un estím ulo, el cerebro automáticamente recurre a sus archivos de recuerdos y activa la orden para una búsqueda global de todos los recuerdos pasados relacionados con el estímulo actual. Estos recuerdos aparecen en la pantalla del ordenador de la mente en fracciones de segundo, y con la misma rapidez respondemos en base al recuerdo que se presenta cargado de mayor emoción en ese
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momento. ¿Por qué ocurrirá esto? ¿Por qué es que el pasado dicta el presente? Los individuos que han experimentado el rechazo durante la infancia, que tienen muchos recuerdos dolorosos de haber sido ignorados, de no recibir caricias o de haber sido los menos preferidos, tienen acceso instantáneo a ese dolor. El recuerdo está sobrecargado con las emociones sentidas en el momento en que se gestó, y contiene muy poco contenido lógico debido al estado poco desarrollado de la corteza cerebral (la cual almacena la lógica) en la infancia. (Ron) Cuando yo era un cub scout (niño explorador) y me preparaba para un viaje de campamento de fin de semana, le pedí a mi madre que cuidara de un conejito que había ganado en el cine. Cuando regresé a la casa, el conejito estaba muerto, y durante toda mi vida culpé a mi madre por esa desgracia. Pensé que mi madre lo había descuidado, al igual que me había descuidado a mí cuando era un bebé. Poco después de cumplir los cuarenta años, me dediqué a recordar mi niñez con mi madre, y ella me recordó que me había mostrado dos puntos rojos en el cuello del conejo cuando yo llegué a casa y lo encontré muerto. “¿Recuerdas que le di vuelta al conejo con un palo, señalé los puntos y te expliqué que una comadreja se había metido en la jaula y había matado a tu conejo?”, me preguntó. Yo me había olvidado totalmente de ese detalle, pero en el momento que ella lo mencionó, el cuadro regresó a mi mente. Yo había culpado a mi madre por una emoción sentida cuando niño. Esa emoción estaba basada en el rechazo que sentí de ella desde antes de mi nacimiento (véase el capítulo 6). Somos un compuesto de todas las experiencias previas en nuestra vida. Incluso las memorias reprimidas almacenadas en el subconscientejuegan un papel dramático en las decisiones que tomamos hoy. El contenido de nuestra mente subconsciente es lo que muchas veces impulsa nuestra conducta actual.
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Probablemente por eso es que el apóstol Pablo dijo que él terminaba haciendo lo que no quería y no hacía lo que quería (Romanos 7:15). Quizá si él hubiese entendido la función de las memorias reprimidas sobre la conducta presente, no hubiese estado tan frustrado y podría haber cooperado con mayor efectividad con Dios para vencer tal debilidad. (Nancy) En cierta ocasión, el domingo antes del Día de Acción de Gracias, yo me encontraba en la etapa inicial de preparar las galletas dulces de jengibre que usualmente horneaba para los niños de nuestra iglesia. Ya había allanado la masa y estaba a punto de colocar las primeras bandejas de “hombrecitos de jengibre” en el homo cuando Ron entró en la cocina. Debí haber notado en su semblante que pronto habría una explosión. “Supongo que estas galletas son para alguien más, como de costumbre. ¿Estás planeando algo para nosotros?”, preguntó disgustado. Me quedé atónita. ¿Qué le respondería? Cualquier respuesta habría estado mal. Finalmente las palabras surgieron de mi boca sin pensarlo: “¿Por cuánto tiempo me harás sufrir cada temporada de fin de año por causa de lo que tus padres te hicieron cuando eras niño?” No me respondió, pero pude notar que no se sentía bien. Se dio vuelta y se retiró a la seguridad de su oficina. Continué mi proyecto de repostería. Dos horas más tarde, Ron regresó a la cocina. “Querida —dijo—, nunca más tendrás que soportar una temporada de fiestas miserable. Tienes razón; te he estado haciendo pagar por lo que mi madre me hizo, y eso no es justo. Sólo porque mis navidades fueron un infierno en mi infancia, no es excusa para que yo tenga que recrear lo mismo para ti y los niños. He tomado una decisión. Después de Navidad, cuando las decoraciones estén a la venta con descuentos, compraremos el mejor arbolito y lo decoraremos a tu gusto. ¡De ahora en adelante voy a
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disfrutar de las fiestas de fin de año contigo y con la familia!” ¡Qué sorpresa! ¡Y qué bendición! Ron incluso compró un trencito, como uno que le fue arrebatado cuando niño un día de Navidad, para colocarlo a la base de nuestro nuevo árbol. Hizo la obra necesaria para procesar los sentimientos del pasado, y al hacerlo creó momentos felices en el presente y para el futuro. A lo largo de generaciones, los seres humanos han buscado las causas de la conducta, incapaces de reconocer que la mayoría de nuestras decisiones son tomadas a través del filtro emocional de nuestras experiencias pasadas. Este filtro está situado en tre el pasado y el presente, y su contenido influye sustancialmente sobre nuestras decisiones. Cuando el filtro se llena de basura (recuerdos dolorosos y emociones negativas), causa fallas en el sistema. Sólo podemos ver la verdad del presente sin distorsiones cuando limpiamos el filtro; entonces podemos tomar decisiones lógicas, sin las capas del dolor antiguo. Sólo cuando quitamos la infección de la herida podemos esperar que sane. En términos espirituales, este proceso se conoce como santificación.
(1) Daniel Goleman, Emotional Intelligence [La inteligencia emocional], p. xiii. (2) Ned Herrmann, The Creative Brain [El cerebro creativo], p. 33.
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Cuando siente que no [o amany no íe importa a nadie “El mayor terror para un niño es no ser amado, y el rechazo es el infierno que más teme”. John Joseph Evoy.
Todos hemos sentido la punzada del rechazo. Quizás usted era apenas un niño cuando su padre abandonó el hogar o su madre sufrió de depresión. Quizá fue cuando su primer amor llegó a ser novio de su mejor amiga. Quizás ocurrió cuando el capitán del equipo de béisbol lo escogió después de los otros. Quizá sintió la punzada cuando a su esposa le desagradó la ropa interior que le regaló para su aniversario. O cuando su esposo hizo muecas al probar su asado de alta cocina. ¿Es usted de aquellos que nunca es invitado a las fiestas? ¿Siente que está fuera de lugar y que a nadie le importa? O quizá siente que no necesita de otros; es una persona solitaria y le agrada serlo. Si es así, es muy probable que sea víctima del rechazo. Webster define el rechazo como “negarse a aceptar, recibir, escuchar o considerar algo importante”. El rechazo es un sentimiento negativo de desesperanza que proviene de daños incurridos durante la etapa prenatal y los primeros años de la infancia. Cuando las necesidades del niño no son satisfechas, el niño siente que él (o ella) no es importante y, por lo tanto no vale mucho. Las experiencias en años subsiguientes multiplican el daño infligido cuando el carácter se está forjando en la infancia temprana. El psicólogo clínico John Joseph Evoy, en su libro clásico The Rejected: Psychological Consequences ofParental Rejection (Los rechazados: Consecuencias psicológicas del rechazo paterno),
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declara que “el rechazo es una experiencia subjetiva... Como tal, no le podemos dar una definición exacta, ni siquiera operacional... ¿Qué era el rechazo según lo describieron los clientes? El conocimiento con tono emocional de que no fueron amados ni deseados por uno o dos de sus progenitores”. Evoy destaca el hecho de que los niños no se preguntan si sus padres los tratan correctamente. Sólo suponen que sus padres siempre están en lo correcto en su actitud y su evaluación de sus hijos. Aunque el hijo pueda sentir desagrado, resentimiento o dolor en relación con el padre o la madre, todavía sienten tanto emocional como cognitivamente que sus padres tienen razón. Los perciben como gigantes omniscientes y omnipotentes; los ven como dioses. “El rechazo —continúa el Dr. Evoy— no era algo que estos individuos sintieron fortuitamente cuando estaban deprimidos o pasaban por temporadas difíciles, y que luego desapareció cuando recobraron el ánimo. Más bien, una vez que abiertamente reconocieron el dolor profundo producido por el rechazo, éste se mantuvo constante para ellos. Incluso cuando no advirtieron el sentimiento de rechazo, éste no se disipó... Aun la psicoterapia exitosa no eliminó el dolor que fluía de las experiencias de rechazo. No obstante, ayudó a los rechazados a entender su situación y enfrentarla de una manera más efectiva” (p. 15). Esta es otra manera de decir “la verdad os hará libres”. La investigación ha confirmado que los sentimientos de rechazo pueden comenzar dentro de un niño a los cinco meses y medio de gestación, cuando el niño antes de nacer comienza a responder emocionalmente a los sentimientos de la madre (véase el capítulo 2). Si el bebé no fue planeado, fue concebido en mal momento, o simplemente no era deseado, aun antes de nacer interpreta los sentimientos de su madre como rechazo. Esto también se aplica si la figura masculina en el hogar abusa de la madre embarazada. A causa de que la madre y el bebé
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están conectados por un cordón vivo, la criatura percibe que el rechazo sentido por la madre en realidad está dirigido hacia él. Como resultado, el rechazo sentido por la madre se toma en el rechazo sentido por el bebé. A menudo los niños adoptados se sienten rechazados por sus padres biológicos, aunque sean amados fervientemente por sus padres adoptivos. El niño retiene un vacío donde debieran estar sus padres biológicos, y siempre se preguntará: “¿Por qué me entregaron a otros? ¿Qué problema tuve que no me pudieron aceptar?” Usualmente esa es la pregunta que la madre biológica debe responder cuando su hijo la busca y la encuentra en sus años de adulto. Cuando un niño expresa sentimientos y palabras y éstas son ignoradas, o recibe burlas, o se lo condena por tonto o estúpido, se siente rechazado. A veces el rechazo es causado por padres amantes que están tan ocupados que no satisfacen las necesidades de atención y aprobación de parte del niño. El padre que sobreprotege al niño y que no permite que éste experimente actividades apropiadas a su edad, o que juegue con otros niños, inconscientemente promueve sentimientos de rechazo dentro del niño. Incluso una mirada de desaprobación de parte de un padre puede ser interpretada por una criatura sensible como rechazo. “Lo hice mal, por lo tanto soy un inútil”. Y precisamente eso es lo que Satanás quiere que sintamos, porque la inutilidad promueve la desesperanza, y la desesperanza produce la muerte emocional y espiritual. Una parte integral del plan engañoso de Satanás es la de convencer a la humanidad de la mentira que dice que nuestra conducta determina nuestro valor. Esta mentira es reforzada cada vez que nuestra conducta está por debajo de la norma de excelencia fijada por nosotros mismos o por otros, o cada vez que nos sentimos rechazados por otra persona. Los sentimientos de rechazo pueden surgir al encontrarnos en situaciones
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similares a un incidente previo cuando nos sentimos rechazados. Los sentimientos de rechazo resurgen diariamente para volvemos a condenar y a devaluar. En algunos casos, estos sentimientos de rechazo pueden inundar a una persona varias veces cada hora. Cuando un niño ha sido perjudicado, el rechazo se convierte en el fundamento de su sistema de creencias, lo que se establece en gran medida antes de los ocho años de edad. Condenados de por vida a ver el mundo a través de los lentes del rechazo y a encontrar rechazo debajo de cada piedra, estos individuos viven día tras día, en el curso común de la vida, como víctimas del daño original infligido por Satanás. Estos sentimientos roban el gozo, disminuyen el intelecto y sabotean el éxito. Los niños perciben el trato de sus padres de forma diferente. Algunos sobreviven al abuso con efectos menores, mientras que otros son devastados por el mismo trato. El impacto de los padres sobre la salud emocional y espiritual de sus hijos es un hecho aceptado. Pero esto no es todo. No sólo el trato de los padres determina los resultados, sino también el temperamento del niño. La mente particular de cada niño le da color a cada circunstancia de la vida. Algunos niños pueden olvidar fácilmente una injusticia, mientras que otros no pueden recuperarse de un trato irrazonable. Durante los primeros años se forman las impresiones más fuertes. Incluso antes de que los niños tengan palabras para expresar su dolor o la lógica para excusarlo, los recuerdos archivados en el subconsciente pueden llegar a impulsar sus pensamientos, sentimientos y conducta durante toda una vida (véase el capítulo 4). Las acciones repetidas de una misma forma se toman en hábitos, y es difícil romper éstos. Pueden ser modificados años después por un entrenamiento consciente que utilice técnicas de modificación de conducta, pero pocas veces son cambiados totalmente.
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Pero note lo siguiente: La modificación de la conducta meramente cambia la conducta, y no necesariamente cambia los sentimientos y pensamientos resultantes de daños en la infancia. Los sentimientos y pensamientos sólo pueden cambiarse mediante el proceso de mirar hacia el pasado, enfrentar el dolor y confiar en que Dios producirá “belleza de las cenizas” tal como lo ha prometido (véase Isaías 61:3). Demasiadas personas trabajan sobre la modificación de la conducta, y creen que el tratamiento ha sido exitoso. Pero la recuperación es una decisión diaria; una renovación de la mente. Dios lia designado que hay ciertas tareas que deben cumplirse en la primera etapa del desarrollo del cuerpo y de la mente del hombre, con períodos de tiempo dedicados a cada una. La conexión con los padres ocurre durante las primeras dos a cuatro horas de la vida. Si durante esas horas críticas los padres no estuvieron disponibles para sostener y acariciar, para expresar palabras tiernas y mostrar amor y aceptación por medio de sonrisas y miradas de cariño, el bebé es privado de la experiencia necesaria para conectarse con sus padres en la manera designada por Dios originalmente. Un recién nacido tiene una vista perfecta durante las primeras horas, pero sólo puede enfocar a una distancia de medio metro, que es casi exactamente la distancia desde los ojos del niño hasta los ojos del padre cuando éste lo tiene en brazos. Imagine al recién nacido que es colocado inmediatamente en una incubadora para salvar su vida y mantenido en ese pequeño lugar durantes días y semanas. ¿Qué sucede con el niño a quien se le niega la experiencia del contacto visual, que es el fundamento de sus sentimientos de aceptación? (Nancy) Esta fue la experiencia de nuestra pequeña Noemí. Añádale al cuadro el ambiente hostil de nuestra familia al momento de su nacimiento, y pronto advertirá la profundidad del dolor que debió sentir. Mi salud dictaba que si habríamos
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de tener una segunda criatura, su concepción y nacimiento debía ocurrir en un momento bastante inconveniente para Ron y para mí. Ron estudiaba tiempo completo y también tenía un negocio que le requería largas horas de trabajo arduo. Ya teníamos una niña de catorce meses de edad, y Ron no apreciaba la posibilidad de añadir más a su carga financiera. El estrés en su vida —demasiado trabajo y estudios pesados— era abrumador. Ala misma vez, mi estado avanzado de endometriosis requería que quedara embarazada en ese momento o nunca. Por ser una hija única y conocer la soledad que yo misma había experimentado, me había propuesto no tener un solo hijo. Yo haría lo que tuviese que hacer, incluso arriesgar mi propia vida, con tal de proveerle un hermanito a nuestra Sara. De mala gana Ron participó en la concepción de Noemí, pensando que yo nunca lo hubiese perdonado si se negaba. Sus propios sentimientos de rechazo eran tan fuertes que no podía enfrentar la posibilidad de que yo lo rechazara a él. Yo estuve seriamente enferma durante el embarazo, y la presión para Ron era demasiado. Al comienzo del séptimo mes, Ron dejó la casa una mañana rumbo al trabajo. Pero a las diez de la mañana descubrí que no había llegado al trabájo, y nadie sabía dónde estaba. Nos habíamos despedido esa mañana cordialmente con el beso y abrazo de siempre, pero de alguna manera yo sabía, cuando no pude encontrarlo, que me había abandonado. Caminé de un lado a otro, casi sin aliento, con la pequeña Sara sobre la cadera. Mi ansiedad se le transfirió y ella tampoco podía descansar. Lloré hasta que no pude más. No compartí con nadie el trauma, por temor a las repercusiones que Ron podría sufrir si regresaba. Alas diez de la noche llamé a uno de sus profesores, quien con su esposa había adoptado nuestra pequeña familia y nos amaba mucho. El me aseguró que Ron regresaría. Él y su esposa se ofrecieron para venir a la casa y darme su apoyo, pero me negué, diciéndoles que Ron se
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sentiría avergonzado si regresaba y encontraba a su profesor en la casa. Después de orar por el teléfono, Sara se quedó dormida en mis brazos y la llevé conmigo a nuestra cama, donde dormí a duras penas. Ala medianoche sonó el teléfono. Corrí a la oficina a contestar y escuché la voz de Ron. Me dijo que ya estaba en Canadá camino a Europa. Inocentemente le pregunté: “¿Cuándo regresarás a la casa?” (entiéndase que la dulzura en mi voz se debió a la intervención divina). Hubo una larga pausa, y entonces dijo: “Mañana de mañana. vVe a buscarme al aeropuerto”. Le dije: “Te veo en la mañana, querido. Te amo”, y colgué el auricular. Ahora tenía otro problema. “¿Cómo podré llegar al aeropuerto?”, me pregunté. “El tiene las llaves”. Decidí que pediría prestado el auto de una amiga. Le diría que Ron se había quedado atascado en Boston. “Pero no tengo dinero, y ¿qué si el auto necesita combustible?” Decidí pedirle a mi amiga que llenase el tanque y que le pagaría cuando Ron llegara a casa. Temprano de mañana, me emperifollé tanto como pude, sintiéndome como un gigantesco melón, y vestí a Sara con su vestido de encaje. Llegué a Boston, pero había olvidado el túnel que requería el pago de un peaje. Tenía que pagar diez centavos para pasar y no tenía dinero. Le prometí al guardia que le pagaría el doble cuando regresara, y éste, un tanto divertido por mi situación, me dejó pasar. Cuando Ron bajó del avión corrí hacia él. Permanecimos abrazados, ambos llorando y preguntándonos: “¿Por qué? ¿Por qué? ¿Cómo podremos encontrar una solución? ¿Cómo podremos continuar?” Mantuvimos nuestra relación de la misma manera que muchas parejas lo hacen: barrimos el do lor bajo la alfombra, sin mirarlo o discutirlo nuevamente sino
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hasta muchos años después. Así fue que Noemí llegó a este mundo y a una familia que ya se encontraba sobrecargada emocionalmente. Pero Satanás se negaba a fracasar. Al acercarme al final de mi octavo mes de embarazo, un médico amigo de la familia me hizo una consulta a domicilio y cuando advirtió mi precaria condición, inmediatamente llamó a mi obstetra en Boston, que era un profesor de Medicina en Harvard con una especialidad en embarazos difíciles. Prescribieron un diurético poderoso y pocos días más tarde acudí a mi examen prenatal regular. El Dr. Gauld temía que no podría mantener el embarazo sin sacrificar mi vida. Más aun, si yo me sometía a la anestesia para una cesárea, temía que muriera en la mesa de operaciones por mis problemas pulmonares. Así fue que me envió a casa con la recomendación de un método antiguo para estimular los dolores de parto. Funcionó y tres horas más tarde yo estaba en plenos dolores. Ron me acompañó durante el parto, pero a regañadientes, porque tenía que “trabajar” para sustentar a su creciente fa milia y estaba ansioso por retomar el trabajo que había dejado. Finalmente lo animé a salir de la habitación para conseguir un refresco, llamé a una enfermera y le dije que necesitaba al doctor porque algo estaba mal. El médico vino y le pedí que me pusiera anestesia local para soportar el dolor. Era el único alivio disponible para alguien con una dilatación mínima. El Dr. Gauld tenía el porte de un abuelo, y se quedó hablando conmigo con la mano sobre mi abdomen durante lo que me pareció una eternidad; lo que hacía era medir la extensión de mis contracciones. Finalmente me dijo: “Muchacha, llegó el momento de hacer lo que tenemos que hacer”, y él mismo condujo la camilla hasta la sala de partos. Me pusieron de costado para la inyección peridural, pero la enfermera seguía repitiendo: “Todavía hay contracciones, doctor”. ¡Yo sufría una profunda agonía! Lo que no sabía era que la placenta se estaba
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desprendiendo de la pared del útero, lo que causaba una contracción prolongada. Quince minutos más tarde me permitieron acostarme sobre la espalda, ya tenía una dilatación completa. Con dos buenos pujos, nació Noemí. Pero el daño estaba hecho, y Noemí fue llevada inmediatamente de la sala de partos al salón de bebés prematuros por causa de problemas respiratorios. No la escuché llorar, y dentro de mí bullía el terror de un luto inminente. ¿Dónde estaba Ron? Noemí nadó con un color azulado debido a que aspiró mi sangre durante el parto de placenta abrupta. Inicialmente se nos dijo que tenía una enfermedad pulmonar fatal, pero más tarde se cambió el diagnóstico a pulmonía por aspiración. Pasó casi una semana antes de que los médicos nos dieran alguna esperanza de vida. No se nos permitió verla hasta la noche del tercer día, y fue porque rogué que me dejasen apenas mirarla. Una de las enfermeras se apiadó de mí y la sacó de la incubadora para que yo la sostuviese por pocos minutos. Luego tuve que dejarla en el hospital diarante diez días más sin que nos permitieran visitarla. Fue un comienzo bastante accidentado para una pequeña que necesitaba saber que se la quería y se la aceptaba. Cuando finalmente nos dieron permiso para traerla a casa, Ron se negó a cargarla. Inmediatamente sintió una aversión extraña, una especie de temor a la criatura. Le llevó varias semanas advertir la razón de sus sentimientos: se parecía mucho a su madre, quien lo había rechazado a él desde antes de nacer. Otro ingrediente destructivo que se sumó al cuadro de rechazo de Noemí fue que tuve que ir al hospital para ser operada cuando ella tenía apenas tres meses de edad. Se había puesto tan regordeta y adorable que yo la había apodado “carita gorda”. Detestaba dejarla a ella y a su hermana mientras yo me sometía a cirugía, pero los médicos dijeron que era imperativo que lo hiciera en ese momento. Mi madre, una enfermera excelente, vino a nuestra casa
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para cuidar a Noemí y a Sara mientras yo estaba fuera. Ambas niñas recibieron afecto y cuidado abundantes, pero Noemí se enfermó el día que me fui. Varias llamadas al médico, medicinas e instrucciones, seguidas al dedillo, no cambiaron el curso de su enfermedad. Continuó perdiendo peso, y el día antes de la fecha en que me tocaba regresar a la casa del hospital, mi madre temía que muriera. La tomó en brazos y caminó con ella mientras le cantaba himnos y le pedía a Dios que interviniera. Esa tarde, cuando regresé a la casa y la vi, tuve una impresión que aún se mantiene vivida en mi mente y me llena de emoción. Estaba tan delgada, tan pálida y tan demacrada, que la abracé y lloré, temerosa de mostrar demasiada emoción para no herir los sentimientos de mi madre. Inmediatamente fui al teléfono y llamé a nuestro pediatra. Con lágrimas, le conté sobre la condición de Noemí y le pedí que nos ayudara. El se mostró amable y comprensivo, y me recomendó que la llevara, y que además empacara una maleta con la ropa de la niña y la mía, quizá nos internaría a las dos juntas. En el automóvil, camino al hospital, me aferré a ella y besé sus demacradas mejillas vez tras vez, llorando y pidiéndole a Dios que la salvara. En la sala de consultas, el Dr Holden miró su cuerpecito deshidratado y quedó obviamente preocupado: “Antes de ingresarla —dijo—, vea si puede hacerle tomar esta botella de Pedialyte (un líquido cargado de electrolitos)”. Mamá lo había intentado durante varios días sin resultados. La puse sobre mi pecho de la misma manera que lo había hecho en los tres meses que habíamos estado juntas, y le ofrecí el biberón. Con las mínimas fuerzas que le quedaban, me miró a los ojos y lentamente abrió la boca. Poquito a poco comenzó a chupar el líquido, y pacientemente esperamos hasta que consumió toda la botella de cuatro onzas. ¡Era un milagro! “Nancy, puede llevársela. El mayor peligro ha pasado ahora
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que está en casa. Creo que ella extrañaba tanto a su madre que su cuerpecito había dejado de funcionar. Ahora tiene lo que necesita para sobrevivir” —aconsejó el médico. Todavía estoy atónita al escribir hoy estas palabras y pensar cómo una sola semana sin la madre puede jugar un papel tan devastador sobre una criatura. Quizá si no hubiese experimentado el rechazo previamente, no se habría sentido tan rechazada por mi ausencia de vina semana. Noemí fue perjudicada por el rechazo cuando estaba todavía en el útero materno, y esto se manifestó cada día de sus años de desarrollo. Detestaba que le tomasen una foto, ya fuese sola o con la familia. Tenía la tendencia de esconderse tras su hermana mayor, de empujar a Sara ante el público mientras ella permanecía tras bambalinas. Estas eran formas inconscientes de decir: “No soy parte de esta familia”. Cuando tenía trece años de edad y su padre había comenzado su propio proceso de recuperación, ambos salieron de paseo, y Ron le contó la verdad, que en efecto la había rechazado durante sus primeros años de vida. Le aseguró que no era porque hubiese algo malo en ella, sino por causa de su propio dolor. Su incapacidad para mostrar aceptación había provenido del hecho de que él mismo nunca la había experimentado cuando niño. Uno no puede dar lo que no tiene. También le dijo la verdad, que no la había amado como se merecía, porque nunca le habían enseñado a amar, pero le aseguró que estaba aprendiendo. Le tomó una mano y se comprometió de allí en adelante a hacer todo lo posible por demostrarle su amor y aceptación. “Te voy a amar sin pedirte nada. No te voy a retirar mi amor ni a exigirte algo como condición para recibirlo. Hoy te prometo que no dejaré de amarte, no importa lo que hagas”. Desde ese entonces el amor de ambos entre sí ha seguido creciendo, y, según Noemí, su relación con su padre es perfecta.
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Lo único que los separa actualmente es la distancia. Pero el rechazo no siempre ocurre como el resultado de una familia disfuncional. A veces es puramente accidental. Por ejemplo, digamos que un niño pequeño de pronto se asusta por el ruido de truenos cercanos y desesperadamente necesita confort y seguridad de parte de sus padres. Pero a la misma vez, papá se encuentra en el garaje o en la cochera, y justamente cuando la madre está a punto de tomar al niño, el esposo comienza a pedirle ayuda frenéticamente. ¿Qué debería hacer? Le dice al hijo mayor: “Cuida de Juanito, Papá me necesita”, como si el bebé no la necesitara. El resultado puede ser una herida emocional que podría desarrollarse en un sentido de rechazo, especialmente si tal escena se repite constantemente. El mensaje que el pequeño recibe es: “Siempre hay alguien más importante que yo”. Y cada vez que esto sucede, es como si la herida se reinfectara con el germen del rechazo, y con cada exposición, la herida se toma cada vez más difícil de sanar. La madre o padre promedio diría: “No pudimos hacer otra cosa. No fue algo intencional”. Pero la intención o el motivo no les importan a los niños, porque ellos carecen de la habilidad para razonar de causa a efecto, y para tomar en consideración los motivos para ciertas acciones. Los niños fesponden emocionalmente, no según la lógica. No importa el motivo, un daño es un daño. Los niños a menudo sufren un raspón o una cortadura en una caída acci dental. El daño es real. Si usted ignora la herida, supurará y finalmente desarrollará una infección, que podría atentar con tra la vida de la persona. Los padres desean proteger a sus hijos de peligros y perjuicios. Colocan tapones en los tomacorrientes, instalan cerraduras en la despensa y puertas de seguridad en las escaleras. Pero en este mundo, controlado
por Satanás, todavía suceden accidentes. Pero por el mero hecho de que un accidente no sea intencional no significa que usted
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ignore el daño físico, ¿no es así? Así sucede con los accidentes emocionales en la niñez. Los niños resultan perjudicados. La mayor parte de las veces, estos daños no son intencionales. No obstante, son reales, y las heridas deben ser limpiadas y desinfectadas, o la dañina infección emocional que denominamos “rechazo” se intensificará. Recibimos clases de primeros auxilios para tratar las heridas físicas, pero necesitamos lo mismo para las heridas psicológicas. Al igual que una infección física envenena el cuerpo, el trauma emocional envenena la mente y afecta los pensamientos, los sentimientos y la conducta del niño. Este dolor persiste en la adultez o hasta que la persona busca sanidad emocional. Jasón tenía apenas quince años de edad cuando su hermano nació y usurpó su lugar como hijo favorecido. Tres meses más tarde sus padres tuvieron una oportunidad para pasar dos semanas en Europa. Ellos sabían acerca de las investigaciones clásicas de John Bowlby respecto de la importancia del contacto emocional en los primeros años de la infancia, y cómo la ausencia de los padres durante este período crítico podría causar sentimientos intensos de rechazo, y no querían que les pasase tal cosa a sus niños. Así que hicieron planes para dejar a sus hijos con parientes cercanos: Jasón se quedaría con su tía, que tenía un hijo de su misma edad quien simpatizaba mucho con él. Jeremías se quedaría con sus abuelos. Jeremías la pasó muy bien. Fue el centro de la atención de sus abuelos. Pero esas dos semanas fueron una pesadilla para Jasón. Aunque Jasón y su primo habían disfrutado antes de los juegos, la ausencia de la madre de Jasón significaba que éste necesitaba consuelo de parte de su tía. Pero el instante en que su tía lo levantaba en sus brazos, su primo se ponía intensamente celoso y demandaba atención. En vez de jugar juntos esas dos semanas, el primito de Jasón dedicó casi todo
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el tiempo a pegarle, empujarlo y morderlo. Cada vez que esto sucedía, la tía levantaba a Jasón, lo que sólo servía para añadir combustible a los celos de su propio hijo. Si alguien les hubiese informado a los padres lo que estaba pasando, estos hubiesen cancelado sus planes y hubiesen regresado a la casa inmediatamente. Pero nadie dijo nada hasta que regresaron dos semanas después, cuando el daño ya había sido infligido. Los padres deben tomar decisiones centradas en sus hijos; que sean afines a éstos. Pero a veces, no importa cuánta información tengan los padres, suceden accidentes. Y cuando suceden, usted necesita un botiquín de primeros auxilios emocionales. El primer auxilio que debe rendir es la aceptación. Esto se logra haciendo exactamente lo que usted haría si su hijo hubiese sufrido un daño físico. En primer lugar, acérquelo a usted. Su proximidad es lo que le da al niño la certeza de que con usted está seguro. Al mantenerlo en contacto con usted, podrá evaluar el grado de perjuicio. En segundo lugar, háblele palabras de aliento. Utilice la
voz en que le habla para dormirlo y hable palabras de apoyo y seguridad. “Todo estará bien, querido. Mamá te quiere mucho. Ya lo vamos a arreglar”. En tercer lugar, afirme que sí ha ocurrido un perjuicio. Crea en su hijo. Quizá los detalles no estén claros o no sean totalmente exactos, pero si el niño se siente perjudicado, así ha sido. Usted debe reconocer que ocurrió un percance y verbalizar el dolor emocional que usted percibe que su hijo ha experimentado. “Tuviste miedo cuando Mamá te dejó, ¿no fue así?” O, “Mamá se siente triste de que hayas sido lastimado”. En cuarto lugar, si el niño tiene edad suficiente, anímelo a
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hablar sobre lo que ocurrió. Escuche no sólo los detalles tal como el niño los percibe, sino también esté atento al lenguaje corporal y a las evidencias de la emoción. Mientras más hable
sobre el asunto, y tenga la oportunidad de expresar las emociones reprimidas, es más probable que obtenga sanidad. Ser capaz de confiar en los padres, crea un lugar seguro donde pueden compartirse rechazos o traumas emocionales en el fu turo. Puesto que los padres ocupan el lugar de Dios para sus hijos, escucharlos les enseña la lección de que Dios también se preocupa por ellos. En quinto lugar, asegúrele al niño que su bienestar es su primera prioridad. Usted debe proteger al niño de daños
adicionales y hará lo que sea necesario para sanar la herida, ya sea que el daño haya ocurrido dentro de la familia o por causa de otros. En sexto lugar, tome medidas activas para prevenir daños futuros. Si alguien ha perjudicado a su niño, usted debe tomar
las acciones necesarias para que no suceda otra vez. Su disposición a proteger a su niño de daños adicionales demuestra su grado de aceptación. Cuando usted toma esta medida, los niños sienten que son importantes para usted y que, por lo tanto, tienen valor como personas. En séptimo lugar, coloque un cerco de protección alrededor de su hijo y pida a Dios sabiduría para buscar una solución satisfactoria al problema. Sus oraciones le otorgan permiso a
Dios para atacar a las fuerzas de Satanás y destruir el control que éste ejerce sobre el bienestar emocional de sus niños. Al pedirle a Dios que intervenga, usted se toma en un modelo para sus hijos, y les enseña a tener fe en el poder de Dios para sobreponerse a los efectos perniciosos del rechazo. Los padres deben decir, como lo hizo el padre de un hijo sordomudo hace 2.000 años: “Creo; ayuda mi incredulidad” (S. Marcos 9:24). Quizá no veamos resultados inmediatos, pero
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serán tan seguros como el próximo amanecer. Satanás querría que nosotros como padres llevásemos la culpa, pero eso sólo empeora el problema. Al igual que los sentimientos de rechazo que no han sido curados tarde o temprano destruyen a un niño, los sentimientos de culpa destruyen a los padres. El plan maestro de Satanás es que las personas se rechacen unas a otras, por eso es que emplea a seres humanos para que le hagan el trabajo sucio. La aceptación que Dios nos ofrece es como una póliza de seguros; no sólo contra perjuicios adicionales, sino para confirmamos que aunque exista un daño, él puede repararlo. Además, la Palabra de Dios detalla nuestra parte en el proceso de recuperación (véase el capítulo 11). Nuestra parte es tomarle la palabra a Dios y aferramos firmemente de sus promesas en favor de la salvación de nuestros hijos. “No temas, porque yo estoy contigo; del oriente traeré tu generación, y del occidente te recogeré. Diré al norte: Da acá; y al sur: No detengas; trae de lejos mis hijos, y mis hijas de los confines de la tierra, todos los llamados de mi nombre; para gloria mía los he creado, los formé y los hice” (Isaías 43:5-7). Quizá se siente preocupado por usted mismo y por el rechazo que lo ha hecho sufrir. Esto es lo que Dios dice: “Te escogí, y no te deseché. No temas, porque yo estoy contigo; no desmayes, porque yo soy tu Dios que te esfuerzo; siempre te ayudaré, siempre te sustentaré con la diestra de mi justicia” (Isaías 41:9,10). Por profundo que sea el dolor que sienta, ya sea por la tristeza de relaciones perdidas o por no poder sentirse aceptado por sus padres terrenales o incluso por su Padre celestial, Dios le ofrece esperanza y un camino a seguir, cuyo fin es la recuperación. Su amor es constante e incondicional. Él se ofrece para llevar la carga de rechazo que usted lleva. ¿No está ya cansado de todo ese peso?
CAPÍTULO 6
‘L í comienzo de nuestros resentimientos “Te tomé de los confines de la tierra, te llamé de los rincones más remotos, y te dije:
Tú eres mi siervo. Yo te escogí, no te rechacé”. Isaías 41:9, NVI).
El rechazo no es un evento que ocurre una sola vez. Es un sentimiento de indignidad repetido con frecuencia en el patio de recreos de juego cuando un niño dice: “Nadie quiere jugar conmigo”, y durante la adolescencia, “¿por qué nadie me invita a salir?” En el matrimonio eleva su horrible cabeza cuando suponemos que nuestro cónyuge no nos acepta como sentimos que debemos ser aceptados. Surge cuando juzgamos en base a nuestra opinión: “Si ella me amara de veras, la cena estaría en la mesa cada noche cuando vuelvo a casa”. “Si él me amara de veras, me hablaría, no acerca de la gente, lugares o cosas, sino acerca de lo que piensa y de cómo se siente. Soñaría conmigo y haría planes conmigo”. “¿Por qué siento que algún día me dejará para irse con la princesa del largo vestido blanco?” “¿Por qué siento que ella me abandonará por algún caballero vestido con brillante armadura?” Nosotros también nos hicimos estas preguntas. (Ron) ¡Sí, yo también las he formulado! Yo era el “Chucho” a quien mi hermana Phyllis se refería cuando dijo: “Nadie quería a Chucho”. Mi nacimiento no fue planeado ni deseado. Phyllis recuerda el día que me trajeron a casa del hospital y me pusieron en mi cunita, aunque ella sólo tenía ocho años en ese tiempo. Recuerda que nadie me levantó de la cuna, a pesar de que lloraba por alimento, para que me limpiaran o acariciaran, hasta que ella dejó sus muñecas y me cargó. Quizá mi mamá estaba enferma. Debe haber tenido un severo caso de psicosis postpartum para que me haya descuidado tanto.
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Mis tres hermanos mayores fueron alimentados con el pecho; pero yo no obtuve ese beneficio. Ellos recibieron la satisfacción de sus necesidades físicas; las mías no lo fueron. Mi mamá misma era casi una niña y no podía con la carga. Y mi papá no ayudaba en nada. Durante los primeros 18 meses, cuando el desarrollo de la confianza es la tarea emocional que debe cumplirse, no había ningún adulto en quien yo pudiera confiar. De hecho, recuerdo vividamente los castigos duros e inhumanos que se le infligían a mi hermano mayor Jorge. No tengo la menor idea de qué habrá hecho vez tras vez para merecer los azotes que mi padre le propinaba constantemente con la tira de cuero con que afilaba su navaja. Recuerdo sus gritos suplicándole a mi papá que dejara de golpearlo, y la vista de mi madre sentada en los escalones del sótano incitando a papá a que le diera más duro y durante más tiempo. Yo me preguntaba entonces: “¿Por qué traiciona ella a su propio hijo?” Muchas veces Jorge venía a la cama gritando de dolor y sollozaba casi hasta la medianoche. Si mis padres le hacían esto a mi hermano mayor, ¿qué estaban planeando para mí? Lo interesante era que si bien Jorge era tocado abusivamente, yo nunca era tocado. Cada momento en que estaba despierto sentía el rechazo. Aunque prendí fuego a la cochera a la edad de cinco años, y era considerado el pilluelo del barrio, jamás se me puso atención. Cuando el mal comportamiento no funcionaba, intenté portarme bien. Pasé por todos los niveles de los Boys Scouts y llegué a ser un Aguila Scout. Sin embargo, la noche de la ceremonia de premiación, el líder de la tropa tuvo que llamar a alguien de la audiencia para que se pusiera a mi lado en lugar de mi padre, y sólo vivíamos a dos cuadras de distancia. Recuerdo vividamente cuando tenía unos seis años y encontré una moneda de 25 centavos en la calle mientras volvía de la escuela. Mi primer pensamiento fue correr a comprar mi dulce favorito a la tienda, Tootsie Rolls. En aquel tiempo se hacía un
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Ibotsie Roll tamaño gigante que se vendía por cinco centavos. Me dirigí a la casa agarrando aquellos cinco Tootsie Rolls, como un caballero vestido con brillante armadura que regresa a su cada después de la batalla, cargando con el botín. Mi mamá se sentirá orgullosa. Quizá hasta comparta uno con ella, pensé. ¡Pero la recepción que me dieron lanzó aquella idea por la ventana! Mi mamá vio los Ibotsie Rolls desde el momento en que entré por la puerta. “¿Y dónde obtuvo usted esos dulces, jovencito?”, me preguntó, con las manos en la cintura y la sospecha en los ojos. Por supuesto, le dije que había encontrado una moneda de 25 centavos y que había ido a la tienda a comprar dulces. ¡Ella se enojó! “Devuelves esos dulces a la tienda y les dices que te den la moneda de 25 centavos. Luego te vas casa por casa por todo el vecindario hasta encontrar a la persona que perdió ese dinero. Quiero que le devuelvas el dinero a su dueño”, me gritó. Yo había dicho la verdad y en vez de ser recompensado, terminé siendo humillado. Hasta en mi mente infantil sentí la injusticia de aquel incidente. Pero cumplí su orden, esperando recibir una calurosa recepción cuando volviera con las manos vacías. Recuerdo que me puse de pie junto al mostrador de la tienda y devolví los preciosos dulces Tootsie Rolls como si fuera un criminal que los había robado de la tienda. ¿Y quién iba a negar que había perdido una moneda de 25 cuando pregunté con la intención de devolverla? Enseguida encontré un candidato. El cuadro de la forma como las cosas funcionaban en mi casa se me estaba haciendo cada vez más claro. Si dices la verdad, eres acusado de mentir y eres castigado. De modo que aprendí a mentir esperando evitar el castigo. Mi abuelo Miller era el único adulto en mi familia quien se conectaba conmigo de alguna manera. Él me amaba de verdad. Me enseñó a atarme las correas de los zapatos, me dejaba colgarme de la cuerda mientras tocaba las campanas de la iglesia todos los
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domingos, y plantó un jardín conmigo. Luego vino el día cuando se me dio una moneda de 25 centavos y se me dijo que me fuera al cine. No era una recompensa; era una forma de sacarme de la casa. Cuando volví, la casa estaba llena de gente que lloraba y bebía café. Pero mi abuelo no estaba allí. Nunca más lo volví a ver. No hubo ninguna explicación de su desaparición. Parecía como si cada vez que me daban una moneda de 25 centavos y me mandaban al cine algo precioso se me arrebataba en mi ausencia. Por ejemplo, el sábado que volví a casa para encontrar un enorme camión en la entrada y muchos hombres llevándose nuestros muebles. Entonces se me dijo que nos estábamos mudando. ¿Y qué en cuanto al jardín? Jamás vería florecer las plantas que mi abuelo me había ayudado a plan tar? ¿Las vería mi abuelo alguna vez? En otra ocasión mi perro negro desapareció, luego mi gata y todos sus gatitos desaparecieron. Muchos años después supe que mi familia había puesto a mi perro a dormir y habían ahogado a la gata y a sus gatitos mientras yo estaba en el cine. ¿Por qué eran siempre mis posesiones, mis tesoros, los que desaparecían? ¿Y qué me ocurriría a mí en el futuro? Recuerdo una vez que simplemente quise darle a mi mamá algunas manzanas, esperando que ella horneara ún pastel de manzana y me diera al menos un pedazo. Fui a ver a una señora del vecindario que tenía una huerta de manzanas y le pregunté si me permitía recoger las manzanas caídas. Ella me quedó viendo: “No, tú no puedes. Sal de mi propiedad”. Mi necesidad de aceptación de parte de mis padres era más grande que sus amenazas, de modo que salté la cerca y coseché un saco lleno de manzanas. Mamá estaba emocionada. Pero momentos más tarde llegó la policía con la dueña de la huerta. Ella me señaló y dijo: “Ese es el muchacho que robó mis manzanas”. Yo traté de explicar, pero nadie me escuchó. Mientras se alejaba, miró por encima del hombro: “Te las hubiera regalado si tan sólo me las hubieras pedido”. ¡Yo no podía creer que ella hubiera
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mentido tan descaradamente! La regla quedó reforzada en mi cabeza. “Si mientes, te creerán; si dices la verdad, no”. El rechazo, como la muestra que acabo de contar, se convirtió en la fuerza motriz de mi vida. El rechazo definitivo de parte de mi padre ocurrió la noche que murió en mis brazos. Yo apenas cumplía los 16 años. Fue la noche de Halloween y mi papá había andado en la calle divirtiéndose, asustando a los niños del vecindario. Por primera vez se metió a la cama temprano a dormir, cuando Mamá subió corriendo las escaleras gritando histéricamente: “Ven rápido, tu papá se está muriendo”. En el momento en que vi la cara ceniza de mi padre llamé a la ambulancia y comencé a darle respiración boca a boca, y continué haciéndolo durante lo que me pareció una eternidad. Pero era demasiado tarde. Mientras mi padre yacía allí, sin vida, en mis brazos, se me ocurrió pensar que fue necesario que muriera para poder acercarme a él. Pensé, sin embargo, que yo tenía la culpa. Como se me había dicho toda la vida que yo echaba a perder todo lo que tocaba, imaginé que en cierta forma yo había matado a mi padre, porque mis habilidades para dar respiración boca a boca no eran suficientes; de seguro no lo había hecho correctamente. La siguiente mañana, créanlo o no, una señora vecina me dio un billete de un dólar y me dijo que me fuera al cine. En el camino compré un periódico sólo para leer los obituarios. En mi lugar secreto bajo el puente, leí el nombre de mi padre. La abrumadora realidad de su pérdida me hirió con un golpe aplastante. Ahora sentía su rechazo final. “Debo ser sumamente indigno para que mi padre haya muerto y me haya dejado”, pensé. Las esperanzas de establecer una relación estrecha con mi padre se habían desvanecido para siempre. Le grité a Dios: “Si de veras existes, quiero hacer un trato contigo. Lleva a mi papá al cielo y yo tomaré su lugar en el infierno”. Toda mi vida yo había hecho todo lo posible para obtener la aprobación de
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mi padre, y ahora, en su muerte, yo estaba dispuesto a ceder incluso mi salvación con tal de ganarla. Fue hasta hace poco, al contemplar el amor de mi padre por mí, que me di cuenta que mi valor y mi habilidad para relajarme y sentirme cómodo en cuanto a quién soy están relacionados con ionrecuerdo positivo que tengo de mi padre: dejarme que manejara. Como niño de de dos o tres años, recuerdo que una vez mi padre me puso en su regazo mientras manejaba el carro de la familia a fin de que yo pudiera fingir que estaba manejando. Luego, una noche, cuando tenía quince años, mi padre me permitió manejar el carro de la familia desde donde trabajaba hasta la casa. Sólo ocurrió una vez. Al recordarlo ahora, comprendo que aquellas fueron las dos únicas ocasiones cuando estuve cerca de mi padre. Hoy, no hay cosa que me guste más que estar detrás del volante y manejar durante largos períodos de tiempo. De alguna manera, me da un sentido de quién soy, de identidad. Detrás del volante me siento relajado, cómodo, seguro y capaz. Fue en el asiento del chofer donde encontré la aceptación paternal y la calidez que había anhelado. (Nancy) El rechazo en mi historia no es tan patente como en el caso de Ron. Fue más percibido que real, y sin ,embargo, el dolor de mi rechazo fue muy intenso. A primera vista, si usted hubiese mirado a mi amante fa milia cristiana, y hubiese advertido cuánto me amaban, jamás se hubiera imaginado que yo podría ser una víctima de abuso emocional. Sin embargo, las circunstancias de mis primeros años me llevaron a sentirme rechazada. ¿Cómo es posible que siendo hija única, nacida en un hogar cristiano firme, me sintiera rechazada? ¿Podrían estos sentimientos ser sólo producto de una desbocada imaginación, o fueron sus percepciones prejuiciadas de alguna manera? Dos semanas después de la boda de mi padre y mi madre, mi progenitor fue reclutado y enviado al ejército. La Segunda Guerra
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Mundial había comenzado, y su término de servido le exigió servir en ultramar durante los primeros cuatro años de mi vida. Yo había sido concebida mientras mi padre tuvo un receso al concluir su entrenamiento inicial, y nací cuando él estaba en medio de su entrenamiento técnico como enfermero militar en Estados Unidos. Mi hermanito, concebido durante el tiempo que pasamos con mi padre mientras él tomaba entrenamiento médico avanzado, nadó seis meses después de que él saliera rumbo a los campos de batalla en Europa. Diez días más tarde mi hermano murió a causa de un acódente en el hospital y yo quedé como hija única. Mi madre se puso gravemente enferma por una hepatitis infecciosa y también estaba emodonalmente agotada, por lo que pasó la mayor parte del año siguiente en la cama. Afortunadamente, mi mamá y yo vivíamos con mis abuelos, de modo que había quien cuidara de ambas. Mi abuela y mi abuelo eran extremadamente corteses y excesivamente permisivos. Eran del norte de Inglaterra, donde nadie es extranjero. Todavía puedo escuchar las palabras de mi abuelita mientras me limpiaba las lágrimas: “Cumoosh, Luv” (Ven, no llores mi amor). Luego me ponía en su regazo en su mecedora, y yo ponía mi cabeza sobre su amplio pecho. Ella me acariciaba con la mano y decía: “Cumoosh, Luv”, y allí me quedaba apaciblemente dormida. Cuando terminó la guerra, un hombre a quien yo no conocía llegó a la casa vestido de uniforme militar, y con una barra de caramelo en cada bolsillo. Tfenía la esperanza de seducirme para que yo me acercara a él, pero la realidad era que buscaba aceptación. Yo había visto su fotografía y se me había dicho repetidamente que le llamara “Papito”. De modo que cuando lo vi, usé la palabra correcta, pero todavía no comprendía su profundo significado, porque mi papá era un extraño para mí. La verdad era que a todo extraño que veía con uniforme le detía papá. Los padres de mi papá vivían en el próximo pueblo. Mi abuelo
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paterno era un tremendo atleta, pero era un hombre muy callado que no compartía ni sus pensamientos ni sus sentimientos. Su esposa era una mujer pequeñita muy exigente. Ella le exigía estricta obediencia a mi padre pero no tenía relaciones tiernas con él. Los padres de mi papá lo desheredaron cuando se convirtió al adventismo, y ni siquiera asistieron a su boda. De modo que mi padre sintió el dolor del rechazo como niño y repetidamente como adulto en su familia de origen. Además de rechazar a mi padre, estos abuelos no me vieron hasta cuando, ya estando embarazada de mi hermano, mi mamá tomó un autobús y subió una empinada colina durante una ventisca de nieve en un intento por obligarlos a que nos reconocieran. En ese tiempo, mi padre estaba en las líneas de vanguardia como enfermero militar en territorio alemán. Mi mamá les riñó por no haberla visitado desde antes que se casara con mi papá y los obligó a acompañarla a mi casa para conocerme. ¿Cómo puede un padre que está tan lleno de rechazo derramar aceptación sobre una niñita que lo necesitaba tan desesperadamente? Cuando mi papá regresó de la guerra, tomó su lugar legítimo en la familia, sin saber que tenía que probar su amor y aceptación por mí antes de dejar de ser mi padre y convertirse en mi papito. Desafortunadamente, llegó como un jefe policíaco, cumpliendo fielmente con el papel que era suyo. Lo que no sabía era que la niñita de la cual era padre era mucho más sensible que él, y vivía atemorizada por él. Dos días después mi padre encontró un apartamento para nuestra pequeña familia, y me sacaron del hogar de mis amantes abuelos con sus constantes palabras de amor y aceptación. Mi papá necesitaba mi lealtad y ansiaba quedar incluido en mi vida. Mi amor, sin embargo, no fue sonsacado ni cortejado, sino exigido. Mi papá nunca sintió amor y aceptación en el hogar de su niñez, de modo que no tenía una idea clara de lo que debía darme y de lo que yo necesitaba. El mismo sentía una necesidad desesperada de
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aceptación que nunca había recibido de sus padres. Cuando tenía ocho o diez años obtuvo el primero de sus muchos empleos y siempre le daba el cheque entero a su mamá, pidiéndole que tomara algo para cubrir los gastos que él ocasionaba y que ahorrara algo para algún día cumplir su sueño de asistir al Conservatorio Julliard de Música y llegar a ser un concertista. Dos semanas antes que se graduara de la escuela de nivel medio superior, le preguntó a su madre por el dinero: “No hay nada —dijo—, lo hemos gastado”. Mi padre quedó devastado. Además del rechazo que había sentido toda su vida desde su niñez, su madre había destruido su sueño largamente acariciado. El empacó inmediatamente sus pocas pertenencias y se fue de su casa, sin molestarse en terminar el curso. Su padre murió mientras él estaba en la guerra, de modo que cuando papá volvió a su casa, sus sentimientos de rechazo personal afloraron de nuevo. Luego, no mucho tiempo después de la guerra, fue rechazado de nuevo por su madre cuando se negó a involucrarse en una aventura de bienes raíces que habría sido un problema financiero para él. Su madre nunca lo perdonó por aquello. Ocho años más tarde ella sufrió una embolia fulminante, quedó paralítica e incapaz de hablar. Mi abuela rehusó vivir en nuestra casa y ni siquiera en la casa de su única hija, que habría costado muy poco. En vez de eso, vivió durante unos nueve años más en un asilo para ancianos. Todas sus propiedades tuvieron que ser vendidas para pagar al asilo, y cuando sus ahorros se agotaron, mi papá tuvo que pagar todos los gastos. A través de los años atendió cariñosamente a su madre, visitándola casi cada día en su camino de regreso del trabajo. Todavía buscaba algún rayo de aceptación de parte de ella, pero nunca llegó. La pregunta es: ¿Habría reconocido la aceptación si ella se la hubiera concedido? Una cosa debe comprenderse claramente tanto en el caso de Ron como en el mío. Los futuros padres tienen buenas intenciones;
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esperan ser los mejores padres del mundo. Lo que ocurre es que sus propias historias se interponen en el camino. El pasado influye sobre sus percepciones, perjudica sus pensamientos y sentimientos, y termina creando comportamientos que no constituyen una bendición para sus hijos. Y así, sus propios hijos quedan dañados en la estela del dolor de sus padres. Cuando mi papá vino de nuevo a nuestras vidas después de la guerra, mi madre se convirtió en la intérprete del comportamiento de mi padre hacia mí. De alguna manera, ella sentía que necesitaba comunicarme lo que mi padre no podía expresar acerca de mi valor y dignidad. Extrañamente, él podía compartir aquellas palabras con mi madre, pero no podía decírmelas a mí. Más bien, puso todas sus expectativas ante mí y exigió mi obediencia. Atrapada en la red del pasado de mi padre, llegué a creer que el amor y la aceptación se basaban en mi actuación, de modo que me convertí en una buena actriz. Les hice creer que mi actuación era mi yo auténtico, cuando en verdad era lo que yo pensaba que ellos querían. Pero yo sentía que nunca alcanzaría totalmente las aspiraciones de mi padre, no importa cuánto me esforzara. La verdad era que el temor que me inspiraba inhibía mi capacidad para cumplir sus expectativas. ¡El temor paraliza! Y yo estaba verdaderamente atemorizada de mi papá. La única figura masculina que yo había conocido era mi abuelo materno, a quien yo llamaba Pa. ¡El era un pan de azúcar! Era del tipo complaciente y gentil, amante y tierno, y desempeñaba el lugar de un hermano más que el de un adulto autoritario. Fue un verdadero rompecabezas para mi mente infantil entender el papel de militar autoritario que desempeñaba mi padre en la familia cuando lo contrastaba con la gentil amistad que mi abuelo materno me mostraba. A pesar de no haber podido asistir al Conservatorio de Música Julliard, mi padre era un pianista concertista, y esperaba que yo también lo fuera. Trató durante un año de
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enseñarme lecciones de piano, y mientras más se esforzaba, más le temía yo. El tenía muy poca paciencia conmigo, y si yo no podía tocar algo en la forma en que él pensaba que debía tocarlo, escuchaba hirientes palabras, o se salía del cuarto muy disgustado. Finalmente se dio por vencido y buscó en ochenta kilómetros a la redonda una buena maestra de piano que fuera digna de su hija. Yo hice buenas migas inmediatamente con la maternal profesora Olive Roberts, pero, desafortunadamente, practicaba en la casa, a menudo con mi padre de pie tras de mí, y yo nunca podía tocar nada bien. Tengo, un vivido recuerdo; un perfecto ejemplo de las leyes psicológicas que hacen que el temor paralice. Era mi primer recital de piano. Mi padre estaba muy orgulloso, sentado en el borde de su silla en la segunda fila, y era mi tumo. Me senté ante el gran piano de concierto, y un increíble temor se apoderó de mí. No podía recordar la pequeña pieza de música que debía tocar, no podía recordar cómo comenzaba ni en que tono estaba escrita. Me senté allí, en el banco del piano y comencé a llorar, sintiendo una profunda humillación y sabiendo que había avergonzado a mi padre. Mi maestra de piano susurró a mis oídos: “Mi, querida, la clave es Mi”. Pero yo estaba en blanco. Después de lo que me pareció una eternidad, me levanté y me fui a mi asiento, donde escuché a mi padre exhalar un fuerte suspiro detrás de mí. ¿Era disgusto o desilusión? Lo que yo anhelaba escuchar de él por lo menos una vez era: “Está bien, querida, Está bien, no tiene importancia”. Quizá entonces mis temores se habrían disipado. Pero en vez de eso, ya de camino a casa, dijo: “¿Qué te pasa a ti? ¿Por qué no puedes tocar como...? (y mencionó el nombre de una compañera). Mi padre sólo quería ayudarme. No tenía la menor idea de cuánto me hirieron sus palabras ni tampoco tenía la menor idea de cómo decirme que estaba bien, que no me preocupara. Yo traté fuertemente y durante mucho tiempo de lograr su aceptación, pero mis esfuerzos no fueron suficientemente buenos. Aveces
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todavía me siento tentada a sentirme desilusionada conmigo misma; disgustada porque no pude lograr las expectativas de mi padre que se habían convertido en las mías. ¿Cómo se manifiesta el rechazo de la infancia cuando el niño crece y llega a la edad adulta? Las manifestaciones más
obvias son la hostilidad, la ansiedad, la depresión, la inseguridad, los sentimientos de inferioridad y de incapacidad. Menos obvios son los síntomas de inhibición, indiferencia, quietud y extrema sumisión. Durante muchos años, cuando me veía confrontada con lo que me parecía rechazo, me sentía insegura y me retraía, dudosa de mi verdadera identidad y dignidad. Me retiraba a la privacidad de mi mente donde yo pensaba mis pensamientos y sentía mis sentimientos tranquilamente, sola. Cada persona necesita el fundamento de un amor consistente e incondicional, y de padres dignos de confianza para poder construir una estructura segura que la contendrá y la capacitará para hacer frente a los desafíos de la vida con éxito. Me parecía que mi fundamento estaba firme y seguro en su lugar. Pero cuando mi papá volvió de la guerra, las verdades que yo había llegado a creer, ya no eran verdad, y me encontré en un terreno arenoso y trepidante. Yo había pensado que estaba segura, que vaha, pero al observarlo a él, llegué a darme cuenta que él era el capaz, y que no era posible que yo llegara a alcanzar sus elevadas normas ni a competir con sus talentos. En comparación con él, yo era inferior, una nada. Una forma de confrontar mi inseguridad era la de chuparme el pulgar mientras me acurrucaba en la esquina del sofá, y me aferré a este hábito hasta que llegué a los 16 años. Yo ocultaba esta percepción de inferioridad en algún lugar, muy dentro de mí, y para el mundo actuaba la parte que ellos habían elegido para mí. Mi único confidente era mi perro cocker spaniel, quien con frecuencia escuchaba un monólogo de mis distorsionados
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pensamientos y sentimientos, ocasionales goces y frecuentes tristezas. El perro fue puesto a dormir cuando yo tenía catorce años, pero la costumbre de chuparme el pulgar sólo desapareció cuando estaba preparándome para entrar a la universidad a los 16 años. He llegado a comprender que incluso la muerte de un animalito puede ser interpretado por un niño como rechazo. Esto es especialmente cierto un poco antes de entrar a la pubertad, cuando las niñas están enamoradas de la idea del amor. Muchas encuentran la aceptación y el amor de un ani mal crucial para ellas, especialmente si no tienen novio. Yo era una de ellas, y lloré amargamente la pérdida de mi mascota y sentí una vez más el dolor del rechazo. El rechazo tiene muchos resultados negativos. Por ejemplo, aunque el mundo aplauda los logros y realizaciones, los niños rechazados se sentirán indignos e inferiores hasta que escuchen la afirmación de sus padres.
Recuerdo una ocasión cuando canté el himno ‘Yo creo” ante un nutrido grupo de pacientes en el hospital de enfermos men tales local, mientras mi papá me acompañaba al piano. ¡Caramba, qué respuesta! Aplaudieron y silbaron y permanecieron de pie. Recuerdo que pensaba que al menos un auditorio de enfermos mentales me aprobaba, y entonces me di cuenta que probablemente le aplaudían a mi papá, porque era un empleado muy amado y admirado allí. Yo, obviamente, sufría de sentimientos de inferioridad. La depresión se manifestó en mí relativamente tarde en mi vida, después de casarme con Ron. Cuando comprendí que había sido una desilusión para Ron como lo había sido para mi papá, los dolores de la niñez surgieron a la superficie una vez más. Yo reaccionaba ante Ron de la manera como reaccionaba ante mi padre, alejándome. La depresión carcomió tanto mi concepto propio que comencé a enfermar físicamente poco después de casarme, y en los primeros siete años de nuestro matrimonio,
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mientras Ron estaba estudiando en la universidad, yo tuve cuatro grandes operaciones quirúrgicas y tuve dos hijos. Me hospitalizaron en varias ocasiones a causa de varias enfermedades que amenazaban mi vida, mayormente relacionadas con mi corazón. Mi rostro comenzó a motearse con un sarpullido legamoso y urticante, que me hacía verme horrible y servía para crear distancia entre mi esposo y yo. La distancia que sentía entre Ron y yo era la misma que había sentido con mi padre. La única forma en que yo podía expresar la intensa ira que hervía en mi interior era azotando las puertas de la alacena de la cocina. De modo que cuando Ron salía de nuestro apartamento para dirigirse a la escuela o el trabajo, abría todas las puertas de la cocina y con dientes apretados y profundos gruñidos, azotaba cada puerta con toda la fuerza de la que era capaz. Era la única forma que yo conocía para expresar la hostilidad embotellada dentro de mí sin herir a Ron ni a los niños. Cuando reflexiono ahora, sin embargo, me doy cuenta que aquellas rabietas atemorizaban a mis hijos y debe haberlos hecho sentirse inseguros. Supuse que mis ineficiencias eran la causa del rechazo que sentía en mi matrimonio. Así que para compensar, trabajaba en exceso, tratando de probar mi dignidad y mi valor. Si me sentaba durante algunos minutos en mis ajetreados días, y escuchaba a Ron subiendo las escaleras, saltaba inmediatamente y me dedicaba a hacer algo afanosamente. ¡Tenía que aparecer como una supermujer, super perfecta, y totalmente intachable! Vivía eternamente exhausta, y por lo tanto en constante depresión. ¡Todo el tiempo estaba enferma! Cuando vivíamos en nuestra primera casa pastoral, una vecina vino a visitarme cuando yo estaba en la sala de cuidados intensivos del hospital. Como no era cristiana, empleó palabras duras que me golpearon directamente al corazón: “Vamos adelante, Nancy, sigue al mismo paso. Alimenta a 90 personas para el desayuno. Deja que tu
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casa sea la estación de trenes para todos los miembros de la iglesia. Hazle la ropa a todos, alimenta al mundo. Haz, haz, haz, todo el tiempo, y seguirás cada día más enferma. ¡Y cuando te derrumbes, o te mueras, Ron sencillamente irá y se conseguirá una rubia con quien casarse!” ¡Qué dosis de terrible realidad! Aunque yo me hacía pedazos tratando de ganar la aceptación de Ron, así como la admiración de los “santos”, todo era en vano. Ron controlaba, y yo me sometía. El me daba órdenes a gritos y yo las cumplía. Él portaba y gastaba el dinero, y yo trabajaba noche y día para que él tuviera algo que llevar en el bolsillo. Él me daba cinco dólares a la semana para los gastos, y yo me desvelaba tratando de imaginar cómo hacerlos rendir. Él exigía atención indivisa y disponibilidad constante para suplir sus necesidades, así que yo le permití poner un teléfono público en la casa pastoral para controlar mi tiempo y su dinero. Yo era tan sumisa como la que más, y mientras tanto él reforzaba verbalmente todo lo que ya ”sabía”, que nunca sería lo suficientemente buena como para ganar su aceptación. Ahora, cuando pienso en aquellos días, sólo puedo decir: “Es increíble la forma en que el pasado domina el presente”. Y lo increíble es que mantuve aquel paso durante casi 28 años; mucho tiempo después de haber logrado la aprobación que yo necesitaba de Ron. La verdad es que se había convertido en un hábito. Era muy difícil para mí olvidar la mentira que había creído durante tanto tiempo. Las ansiedades me controlaban, y yo meramente existía
entre una crisis y otra. Mi rutina diaria giraba alrededor de mi necesidad de agradar a Ron a fin de que me amara, o para agradar a los niños para que me amaran también. No compartía mis pensamientos ni mis dolores con nadie, incluyendo a mi esposo. Cuando trataba de compartirlos con él, de alguna manera siempre terminaba pareciéndome a una perfecta tonta, alguien digno de estar en una institución local de salud men
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tal. Aprendí a estar callada y esconder mis emociones así como la verdad de mi dolor. Yo estaba desesperadamente solitaria, pero tenía que cuidar el tiempo que pasaba hablando con las vecinas, porque Ron se sentía amenazado por cualquier contacto que tuviera con cualquiera que no fuera él. Yo hacía todos los esfuerzos posibles para ocultar la secreta agonía de nuestro matrimonio, de modo que él siempre pudiera lucir bien ante los miembros de la iglesia y la familia, pero yo tuve que pagar un precio muy elevado por el secreto. Mientras más ocultaba la verdad, más seria se volvía mi enfermedad. Mi vida como actriz tenía que terminar. Los padres están en lugar de Dios para los niños. Ellos comprenden a Dios por la observación de los atributos y el comportamiento de sus padres. Los niños suponen que si no pueden ver a los padres, los padres no existen, ni Dios tampoco existe porque tampoco lo pueden ver. Así que, ¿cómo puede un niño formar un concepto saludable de Dios cuando tiene un padre o una madre que lo rechaza? ¿Es posible imaginarse a Dios como un Padre amante, aceptador, que siempre está disponible bajo toda circunstancia? Yo sólo podía ver cómo era Dios al mirar a mi padre, quien primero estuvo ausente y después fue duro. Y la verdad es que el mismo temor que le tenía a mi padre fue transferido a Dios. Afortunadamente, la influencia de mi madre era suave, gentil y amante, lo cual me ayudó a interpretar el carácter de Dios. Hubo un tiempo, en los años que siguieron al regreso de mi padre de la guerra, que yo veía a Dios (mi mamá en este caso) como teniendo una lealtad dividida, abandonándome y traicionándome en ocasiones importantes. Ahora supongo que yo obtenía esta percepción de la dramática atmósfera de cambio y la cantidad de atención que perdí cuando él llegó. Los cambios de ella eran comprensibles, dado el hecho de que ellos habían perdido tantos días, semanas y meses preciosos de su matri monio por causa del horror de la guerra. Desafortunadamente,
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los niños pequeños no tienen la capacidad para comprender esto. Años después aprendí que temer a Dios significa adorarle con sentimientos tiernos, no tener miedo de él. Pero, ¿cómo puede usted adorar a alguien con quien no tiene vínculos? Mi padre había estado ausente durante aquellos primeros y decisivos días en que se establecieron los vínculos de mi vida. Él venía a la casa cuando podía, pero aquellas breves visitas eran demasiado cortas para lograr el establecimiento de una relación con él. Como resultado, ambos perdimos cuando tuvimos ..que cargar con la pena de no poder conectamos positivamente el uno con el otro. Éramos bondadosos, éramos corteses. Pero no teníamos una verdadera conexión. Si bien mi padre era amante y tierno con otros niños y adultos, dándoles espacio para cometer sus errores y recuperarse de ellos, de alguna manera esperaba de mí que fuera perfecta todo el tiempo. Quizá era porque pensaba de mí como una extensión de sí mismo, y se exigía la perfección a sí mismo. De modo que yo recibía las reprimendas que en silencio se daba a sí mismo. Comprendo ahora que su comportamiento arrogante y orgulloso sólo era una máscara para ocultar el rechazo que hacía sangrar su corazón. Mi percepción infantil de Dios era que él me estaba vigilando desde un enorme trono blanco, esperando que yo cometiera un error, del mismo modo que mi padre observaba y buscaba siempre la forma de pescarme en un error. ¡Qué gozo resultó librarme finalmente de aquella mentira! (Ron) Yo reaccioné a mi rechazo con absoluta ira. Incluso como niño yo era hostil y agresivo, y expresaba mi ira abiertamente. Prendí fuego a la cochera de mi familia a la edad de cinco años, desarmaba constantemente cosas eléctricas o mecánicas sólo para ver si podía volver a armarlas con éxito de nuevo, y hacía flechas con punta encendida y las lanzaba contra camiones que pasaban
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por la calle. Jugaba a policías y ladrones con mis amigos, o a los vaqueros y los indios en una cantera abandonada, con rifles y municiones de verdad. Las balas pasaban silbando sobre mi cabeza y rebotaban en las paredes de piedra. Mientras más peligrosa fuera la actividad, más emocionante era para mí. Yo saboteaba el éxito en la escuela durante todos mis años
de la adolescencia, en la marina de guerra, y hasta mucho después de iniciar el ejercicio de mi profesión. Abandoné la escuela secundaria en el grado noveno y fui obligado después por un juez a escoger entre enlistarme en las fuerzas armadas o entrar a vina escuela correccional. Cuando el ejército me obligó a tomar un examen GED, marqué las respuestas al azar, sin leer siquiera las preguntas. ¡Milagrosamente, pasé! En mi servicio ministerial, mis aires de arrogancia tenían el propósito inconsciente de ocultar mis sentimientos de insuficiencia y hacía que la gente se alejara de mí. Me veían como una per sona super controladora, super confiada en sí misma, montada en su enorme ego, y tenían razón en su percepción de mi comportamiento, pero no de mis pensamientos y sentimientos relativos a mí mismo. Yo resistía a todo y a todos, sólo por el propósito de ser obstinado, y en el proceso perdí vina gran cantidad de aceptación que podría haber recibido. ; Me convertí en un perfecto adicto al trabajo. Asistía a clases tiempo completo, manejaba un negocio propio, predicaba cada fin de semana, y luego tomaba lecciones para ser piloto, por encima de toda aquella carga. Era conocido en todo el pueblo como un hombre muy trabajador, y en realidad recibí mi primer llamado al ministerio a causa de esto. Todo consistía en probar mi valor y recibir un “muy bien hecho” de mi madre siempre que me iba bien financieramente en mi negocio de alfombras. Necesitaba probarme a mí mismo que lo que habían dicho de mí en la niñez era mentira; podía lograr ser algo. Bill, mi cuñado, me había atormentado y rebajado, diciendo: “Ningún Rockey irá jamás a la universidad. Ninguno de ustedes tiene
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el cerebro suficiente para lograr nada digno”. No fue sino hasta que terminé mi doctorado que comprendí mis motivos académicos; la adquisición de un grado académico fue para probar que Bill estaba equivocado. ¡Qué precio tan elevado en estrés había tenido que pagar para ganar una discusión! En el ministerio trabajé hasta casi morir, arrastrando a Nancy conmigo, para probarme a mí mismo y a los miembros, a los dirigentes de la Asociación, y a todos aquellos que habían dicho que nunca haría nada y que no era más que un fracasado. Imaginé planes verdaderamente innovadores para el evangelismo, ayudando a las parejas que tenían problemas maritales, dirigiendo cultos de adoración fuera de lo común y muy emocionantes, y convirtiéndome en uno de los pastores más conocidos en la División. Aprendí bien la forma de negar mis emociones. Tenía la habilidad para llegar a un punto dentro de mí mismo donde podía cerrar mis emociones como si fuera la llave del agua. Aunque sabía que amaba a Nancy, cuando llegábamos a cierto punto en alguna discusión (probablemente cuando yo comenzaba a sentirme derrotado), súbitamente convertía en hielo mis emociones. De alguna manera había aprendido que mi frialdad la dejaba helada a ella. Y aunque mi gran temor era perderla, no reconocía ni comunicaba la verdad. Le gritaba, “no dejes que la puerta te dé en la espalda cuando salgas. Y recuerda, si sales, la puerta será cerrada y nunca más volverás a entrar”. Cuando yo sentía una pérdida significativa, ignoraba o negaba mis sentimientos, y me obligaba a creer una mentira como si fuese verdad. Pero mis emociones ignoradas, reprimidas o negadas, volvían una y otra vez, para golpearme con mayor intensidad tiempo más tarde. En mi curso de maestría se nos pidió hacer un cronograma de nuestras intimidades y pérdidas, y ni siquiera pude recordar una sola pérdida que hubiera afrontado en mi vida. Fue Nancy quien me ayudó a recordar una tras otra de las que había afrontado en mi niñez,
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terminando con la muerte de mi padre, la que ni siquiera había tomado en cuenta para hacer mi tarea. La mente tiene un poderoso mecanismo de defensa para negar la verdad que es demasiado dolorosa para recordarla, y que, sin embargo, controla nuestros pensamientos, nuestros sentimientos, y nuestra conducta. Nancy era, por lo general, la receptora de la ira que yo sentía; siempre culpándola de cosas que no había hecho. No tenía la menor idea de la verdadera fuerza impulsora que estaba detrás de mi ira explosiva. La indiferencia que demostraba hacia Nancy debe haber sido muy dolorosa para ella. Traté de convencerme a mí mismo de que no me importaba; de que me iría mejor en la vida sin mi débil y enfermiza esposa. Yo la sermoneaba muy bien, pero no compartía la ternura de mi corazón. No sabía cómo; nunca me habían enseñado. Cuando ella estaba enferma, me sentía disgustado y criticaba su lento progreso o me distanciaba de ella. Llegó un momento en que pensé que ella estaba perdiendo contacto con la realidad, y confieso que hice un esfuerzo consciente para empujarla por ese camino jugando con su mente. Yo sabía que a ella le gustaba la mermelada de fresas, así que la escondía. Luego, cuando ella andaba afanada buscando en el refrigerador y diciendo: ‘Yo creía que teníamos mermelada de fresas aquí”, yo decía con aire inocente: “¿Tañemos mermelada de fresas? ¡No recuerdo haberla visto en el refrigerador!” Imaginaba que si la ayudaba a volverse loca, la gente se sentiría apenada por mí; podría luego divorciarme de ella, casarme con una persona mejor, y continuar con mi ministerio. ¡Cuánta tristeza me causan esos viejos recuerdos hoy! Las personas que son rechazadas en la niñez con frecuencia tienen una idea preconcebida de que todos los demás en la vida las rechazarán, y tienen la tendencia a arreglar las circunstancias de tal manera que finalmente serán rechazadas, probándose a sí mismas, de esta manera, cuán dignas de ser rechazadas son.
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Otros, en un esfuerzo inconsciente para no ser rechazados, rechazarán a otros primero, y eso era lo que yo estaba haciendo con Nancy, con mis hijos, mis amigos y mis colegas. Muy dentro de mí, mi mayor temor era que Nancy me dejara por alguien mucho mejor que yo. Temía que entrara a la escuela de doctorado, porque si alcanzaba un grado igual al mío, y era mejor en la profesión que habíamos elegido, no me necesitaría. Me engañaba a mí mismo creyendo que mi resistencia a que obtuviera un grado académico se debía a que temía verla fracasar, y si fracasaba, yo tendría que sufrir la pena de su fracaso. * Para protegerme a mí mismo permanecía distante, desconectado, sin un compromiso vital, y Nancy lo sabía. El do lor que ella sentía le recordaba la distancia que sentía que había habido entre su padre y ella durante su niñez, haciéndole que sintiera que llegaría un momento en que yo la abandonaría. Ese temor creaba en ella la necesidad de aferrarse a mí, lo cual me incitaba a alejarme cada vez más. Eramos como un tiovivo, o carrusel, cuya velocidad crecía con el rechazo que sentíamos cada día, y no temamos la menor idea de cómo detener sus giros. Habíamos pensado que el rechazo era sólo uno de los daños específicos que ocurren en la niñez y que impiden el desarrollo emocional. Hace poco, sin embargo, hemos llegado a pensar que el rechazo va más allá de todo esto. Creemos que además de ser un daño específico, es también el resultado de todos los daños o abusos de que hemos sido víctimas. Es el resultado de la obra activa de Satanás para crear ese sentimiento dentro de cada ser humano. Él quiere que nos sintamos rechazados y sin esperanza, como él se siente. Su propósito es que seamos rechazados por la familia, los amigos, y, finalmente, por Dios. Si él puede lograr eso, o ayudamos a crear esa suposición dentro de nosotros, él calcula que un súbdito más ha sido añadido a su reino perverso y sin esperanza.
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El rechazo es vina insidiosa declaración de nuestra condición de persona. Le dice al receptor que no es digno de ser amado y salvado. Las personas que no tienen sentido alguno de esperanza para su futuro terminan destruyéndose a sí mimas y a otras, logrando así el objetivo de Satanás. (Nancy) Ron y yo casi hicimos esto. Llegó un momento en nuestra experiencia en que la mentira de que éramos indignos había llegado a ser tan creíble, que considerábamos seriamente poner punto final a nuestras vidas. Recuerdo estar sentada en la única “silla”, en el único cuarto de la casa, con la puerta cerrada con llave. De alguna manera era capaz de mirarme a mí misma y analizar lo que estaba ocurriendo. Allí estaba yo, sentada, en una posición fetal, abrazándome a mí misma, y meciéndome a mí misma para hallar alivio. Recuerdo haberme dicho a mí misma: “Mírate a ti misma. ¿Sabes lo que estás haciendo? Como enfermera en la unidad de psiquiatría tú has visto esto muchas veces. Esto es lo que hace la gente que está loca, de modo que tú debes ser una de ellas”. De alguna manera desperté y advertí que había estado en aquel cuarto mucho tiempo, de modo que era mejor ponerme mi sonrisa de plástico y continuar mi actuación como si todo estuviera en perfectas condiciones. Después de lavarme la cara con agua fría para ocultar mis lágrimas, capté mi imagen en el espejo y Satanás me susurró al oído: “¿Sabes cuál es el problema? Dios ya no te quiere. Debes haber hecho algo tan terrible que él ha decidido nunca más volver a utilizarte. Estás rechazada”. Mi trasfondo religioso me había dicho que ser rechazada por Dios es morir, de modo que, ¿para qué vivir? En la niñez había buscado en mi padre aceptación y aunque estaba allí, él no podía expresarla, y ahora mi Padre celestial guardaba silencio. (Ron) “Yo sentía que Nancy se estaba alejando de mí, y no sabía por qué. Primero había sido mi madre, y ahora otra mujer
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me estaba abandonando. Las tensiones de la vida, los negocios, los niños, y ahora la desesperación de Nancy, no me parecían lógicos. Pero mi reacción a esta desesperación no se parecía a la depresión típica que había aprendido a reconocer en mis estudios de posgrado. La verdad era que de nuevo estaba en una posición en la vida en la cual me sentía fuera de lugar. Comencé a pensar: “Las personas que son importantes en mi vida y el mundo que me rodea no saben quién soy, de modo que mejor me desaparezco. Parece que nadie me comprende y a nadie le importo, y no soy digno de nada de todos modos, y nunca lo he sido, y todo lo que hago es un desastre, así que mi familia, mi esposa y mi iglesia, la pasarán mejor sin mí”. Los sentimientos de desesperación como éstos vienen en todos los tonos. Vienen del abuso sexual, el abuso emocional, el abuso físico y el abuso del rechazo, que es el sentimiento principal que resulta de todos los daños y abusos que se nos han hecho. Las personas que se sienten como que no encajan, que no dan la medida, cuyas relaciones no son saludables, que están muriendo por la falta de toque y de conexión con los demás, abundan en derredor nuestro. Muchos han probado casi todo para hallar alivio, pero éste nunca les ha llegado. Lo que debemos comprender es que el cambio no puede ocurrir sin reconocimiento y comprensión. Nuestro alivio vino cuando ampliamos nuestra comprensión de los engañosos planes de Satanás para herir y dañar a los niños en los años formativos de su carácter, para poder controlarlos durante toda su vida. La senda que conduce a verse libre del poder del rechazo es conocer la prisión, descubrir la ruta de escape, y entonces dar los pasos necesarios hacia la liberación que producen la paz, el amor y el gozo.
CAPÍTULO 7
Las raíces deírechazo “Los sentimientos sepultados vivos, nunca mueren”
Karol Kuhn Truman Su red está tejida, la trampa está lista, con cada nacimiento llega la oportunidad para que la araña ataque de nuevo. El plan de Satanás es atrapar a cada ser humano, y cuánto an tes, mejor. Y para muchos comienza en la sala de partos del hospital, si no antes. Una joven pareja aprieta sus narices contra la pared de vidrio de la sala de maternidad, buscando de una cima a otra, hasta que ven una que está rotulada con el nombre de ellos. Abrazados, admiran la naricita como la de la abuela; la frente alta, como la del abuelo; y los largos dedos como los de la bisabuela. Emocionados con la vida que han creado hacen planes para el futuro. Habrá pequeñas ligas de béisbol, lecciones de piano, vacaciones de acampaje en las montañas. Esperan poder enviarlo a Harvard. Sus intenciones son puras; sus ideales, elevados; y con todo su corazón desean ser los padres más amantes, confiables, apoyadores, influyentes, siempre. Recuerdan su propia niñez, y juran que su hijo nunca soportará todo el dolor que a ellos les tocó soportar. Si tan sólo supieran que detrás del escenario el padre de mentira ha estado tramando durante varios meses el daño que ellos como padres, u otros, le ocasionarán a ese pequeño macito de amor. Ninguno de los dos se da cuenta que el dolor que ellos experimentaron en su niñez se lo pasarán a su propio hijo. Aunque han leído en su Biblia que los pecados de los padres se pasan a los hijos, “hasta la tercera y cuarta generación...” (Éxo. 20:5), creen que es meramente un cliché. No tienen grandes
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pecados en sus vidas. Son “buenas” personas que vienen de “buenas” familias. Ciertamente estas advertencias no se aplican a ellos y al perfecto bebé que su amor ha creado. Si creyeran la Escritura de verdad, antes de sacar a su niño del hospital se inscribirían en un programa cristiano de recuperación y fervientemente iniciarían la labor de resolver sus propios problemas. ¡Todos los tenemos! Estudios recientes han revelado que el dolor emocional que los padres mismos experimentaron prenatalmente y en su niñez, se ha pasado a la generación siguiente a través del ADN de las células del cuerpo. Cualquier herida que los padres hayan recibido como niños, las recibirán también sus hijos. Suena como algo sin esperanza, ¡pero no es así! Porque incluso el ser humano más severamente dañado puede experimentar la recuperación. Lo que se requiere es un padre que diga: “Satanás me ha dañado a mí y a los míos demasiado tiempo. Elegiré la recuperación. Mis desechos no pasarán a la siguiente generación. El ciclo del abuso se detendrá conmigo”. El primer paso hacia la recuperación es el reconocimiento de cuáles circunstancias le han causado a usted sentimientos de rechazo. Estas mismas circunstancias pueden hacer que sus propios hijos se sientan rechazados, así que usted debe evitar, si es posible, que esto ocurra. Aquí presentamos las circunstancias más comunes que pueden hacer que un niño se sienta rechazado y lo que usted puede hacer para amortiguar el dolor del rechazo si las circunstancias no pueden evitarse. Divorcio La mayor parte de la seguridad de los niños proviene de una relación amante y saludable entre su padre y su madre. Cuando los padres se divorcian, los niños se sienten divorciados. Y los niños, especialmente los pequeñitos, con frecuencia concluyen que el divorcio fue culpa de ellos. Cuando el divorcio ocurre, un padre o el otro por lo general obtiene la custodia de
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los hijos. El resultado es que los niños asumen la posición de. que el otro padre los ha abandonado. El pensamiento infantil dice: “¡Si no lo puedo ver, no existe!” Preguntan una y otra vez: “¿Dónde está mi papi?” o “¿dónde está mi mami?” ¿Por qué me dejaron? ¿Qué hice que fue tan malo que me abandonaron?” Para que los niños puedan ser completos, el programa de su cerebro dado por Dios dicta la convicción de que ellos necesitan a ambos padres, el masculino y el femenino. Du rante los primeros doce años de la vida de la hija, ella seguirá el modelo de la mamá. Querrá caminar con los zapatos de tacón de mamá, jugar con las ollas y sartenes de mamá, y ponerse perfume y maquillaje exactamente como mamá. Durante este tiempo ella no se da cuenta que también está aprendiendo de su papá, sólo que en formas más sutiles. Ella está observando sus palabras ante Mami y sus actos de bondad hacia ella. Necesita el apoyo y la complementación de la figura masculina en su vida, así que comienza a actuar en formas que ella sabe que producirá ciertas respuestas en Papi. Al principio de la pubertad, sin embargo, el foco de la hija cambiará hacia su padre, y de él recibirá validación, aceptación, dirección y consejos. Incluso su sentido de espiritualidad le llega a través de su padre y la vida espiritual de éste. ' El reverso se aplica al niño varón. El foco estará fijo en el padre y lo imitará hasta los años de la pubertad, y entonces el foco se cambiará hacia la madre, y de ella aprenderá cómo tratar a la mujer al relacionarse con ella. ¿Qué ocurre cuando uno de los padres falta? El niño carece de esa parte del aprendizaje y maduración que debe llegar como resultado de observar y relacionarse con esa persona. La Dra. Laura Schlessinger, la intemacionalmente conocida oradora radiofónica que alcanza una audiencia de 15 millones en todo el mundo cada semana, se opone fuertemente al
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divorcio. Muchas veces ha declarado enfáticamente en su programa que las parejas con niños no debieran considerar ni siquiera la posibilidad del divorcio. Más bien, debieran obtener toda la ayuda necesaria para resolver sus problemas personales y maritales y consagrarse durante todo el tiempo que les sea posible a estar con sus hijos como padres responsables. Si ya se han divorciado, entonces deberían al menos vivir cerca uno del otro en la misma ciudad de modo que ambos padres puedan tener tiempo igual con sus hijos. Aunque es importante que los niños tengan un hogar primario y duerman en la misma cama cada noche, no significa que el padre no pueda récoger a los niños después de la escuela y hacerles la cena. Los niños necesitan que ambos padres estén involucrados en sus vidas. La socióloga Sarah McLanahan intentó probar a principios de la década de los 1990 que los niños criados por padres solteros estaban tan bien como aquellos criados por ambos padres. Lo que sí encontró, sin embargo, la dejó impactada. ¡Se dio cuenta que estaba equivocada! “Los niños criados por padres solteros tenían el doble de posibilidades de abandonar la escuela secundaria, tener hijos fuera del matrimonio cuando ellos mismos eran todavía casi niños, desarrollar problemas con la bebida, y tener una tasa más alta de divorcio cuando se casan” (Dr. Laura Schlessinger, How CouldL You Do Thatf (Harper Collins, 1996), p. 242. Nuevo matrimonio Los niños con frecuencia se sienten abandonados cuando ocurre el divorcio de sus padres, pero su sensación de rechazo puede intensificarse cuando sus padres se vuelven a casar con otros. Los niños con frecuencia sienten que sus padres han formado una coalición con un extraño contra sus deseos de que los padres originales se vuelvan a reunir. Los niños quieren que sus “propios” padres vuelvan a unirse.
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El método que usan para lograr sus objetivos es dividir y conquistar. Ellos prueban todos los trucos posibles para hacer infelices a sus padrastros o madrastras, esperando que se vayan, dejando el camino libre para que sus padres vuelvan a juntarse. Luego se complica el escenario del nuevo hogar con la venida de los nuevos hermanos que también se sienten fuera de lugar y desesperadamente necesitados del amor de padres que están tratando de ajustarse a su nuevo matrimonio. Todo esto crea un terreno fértil para grandes conflictos y sentimientos de rechazo. Tomar el tiempo adecuado para relacionarse el uno con el otro antes del nuevo matrimonio ayudará a los niños a establecer una amistad. Debe haber tiempo para días de campo y viajes al zoológico, para trabajar juntos alrededor de la casa que llegará a ser su nuevo hogar, y para conversaciones en las cuales participarán los niños. Debe haber pláticas tranquilas entre cada uno de los pa dres y sus propios hijos en las que se permita a los niños expresar sus sentimientos con respecto a esta nueva familia. No fuerce a los niños a ceder sus recámaras a los recién llegados o a compartir sus pertenencias. Permita que los niños participen en la decisión acerca de quién dormirá dónde y cómo suplirá cada persona su propia necesidad. Uno de los tópicos más importantes de la conversación de los padres debería ser la disciplina de los niños. ¿Tiene el nuevo padre el derecho de disciplinar a los nuevos hijos? ¿Tiene la madrastra el derecho de disciplinar a los niños? En toda fa milia es importante que los padres presenten un frente unido, pero en las familias donde hay hijos de ambos padres, es esencial. Si los niños ven una fractura en la coraza paterna, se aprovecharán de esto, creando una cuña de contención que
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puede fácilmente separar a la pareja, y otro matrimonio quedará destruido. Asegúrese como padre de que está seguro de quién es usted y en su relación matrimonial para que ningún niño se sienta abandonado y que ninguno de ellos los pueda separar. Pleitos de los padres Los niños pequeños están intrínsecamente envueltos en todo lo que ven, escuchan, o sienten. Si hay pleitos en la casa alrededor de ellos, suponen que son parte de la pelea o que ellos la han provocado. Es como los niños que ven una película de terror en la TV y temen que el monstruo los ataque a ellos en vez de atacar al héroe de la película. Los niños responden emocionalmente como si el mal les estuviera ocurriendo a ellos. Los padres deben aprender a comunicarse entre ellos sin evocar fuertes emociones negativas o acciones que puedan asustar a los niños. No hay excusa para gritar, amenazar, o proferir obscenidades, expresar acusaciones degradantes, lanzar objetos, o mirar con ojos disgustados. No hay excusa para empujar, jalonear, dar bofetadas o golpear. Esta no es la forma en que la gente madura maneja los conflictos. Cuando los niños ven que sus padres actúan en esta forma el uno hacia el otro son perjudicados; es exactamente como si el abuso se estuviera infligiendo al niño. Además, el niño asumirá la responsabilidad, o de arreglar lo que está ocurriendo, o de proteger a la parte que recibe los golpes verbales o físicos. Los niños en esta situación se vuelven hiperresponsables, asumen responsabilidad por todo lo que ocurre en derredor de ellos. Y como es imposible para un niño resolver los problemas de los adultos, los resultados serán sentimientos de culpabilidad y vergüenza: los precursores de la ansiedad en años posteriores. “Las peleas” en sí mismas, si están exentas de emociones descontroladas y de ataques personales, no son tan malas. Los
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conflictos son parte de toda relación saludable. Pero cuando los padres tienen desacuerdos en frente de sus hijos, es muy importante que vean cómo se resuelve el conflicto y cómo se traducen en mejor comprensión y más profunda dedicación y entrega mutua entre los padres. Disciplina inconsistente La disciplina basada en el estado de ánimo de los padres o en el capricho crea inseguridad y múltiples ansiedades dentro de los niños. Su seguridad se basa, en gran medida, en la rutina y lo que es predecible. Cuando los niños sienten que no pueden contar con que sus padres sean consistentes en sus respuestas, su seguridad se siente amenazada. La primera tarea emocional de los niños es el desarrollo de la confianza. Pero esto sólo es posible en una atmósfera donde todos los eventos son predecibles. Si lo que parece bien hoy crea una gran crisis mañana, ellos se sentirán ansiosos y confusos. Ellos aprenden a leer las actitudes y las expresiones faciales de sus padres y a sentir la tensión en el aire cuando un padre está a punto de explotar. Se vuelven temerosos y desconfiados; temerosos de que, de alguna manera, lo que dicen o hacen provocará la ira de los padres. Los niños entonces se vuelven prisioneros de sus temores al resultado de cualquier decisión que hagan y por lo tanto encuentran difícil tomar decisiones. La disciplina inconsistente da a los niños el mensaje de que ellos nunca pueden acertar a hacer lo correcto. Como resultado viene el desaliento, y muchos niños, en vez de intentar hacer algo, se retiran a la seguridad de su propio mundo privado. Otros disimulan. Sienten que tienen que ganar la aceptación por su conformidad, pues de otra manera carecen de valor o valen muy poco. Lo desafortunado aquí es que incluso su conform idad no les gana la aceptación que tan desesperadamente necesitan. Lo principal que aprenden es que
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nunca podrán contar con Mamá o con Papá. Madre no casada Las madres no casadas vienen en varias categorías. Están aquellas cuyo embarazo no fue deseado, un accidente debido a un contacto sexual poco sabio. Están aquellas que buscan tan desesperadamente el amor que se someten sexualmente para escuchar las palabras: “Te amo”, sin pensar en las posibles consecuencias del embarazo. Y están aquellas, especialmente jovencitas adolescentes, que están tan desesperadas por ser necesitadas y amadas, que deciden tener un bebé para poder decir: “Al fin tengo alguien que me necesita y que me ama”. Poco se imaginan las adolescentes la intensa responsabilidad que un niño exige. ¿Quién lo alimentará? ¿Quién se sentará con el niño cuando está enfermo? ¿Quién lo arrullará, lo llevará a la casa de la abuela, y cambiará una docena de pañales sucios al día? Una juiciosa muchacha de 17 años que descubrió que estaba embarazada y se hallaba devastada emocionalmente por la noticia, hizo la decisión de dar el niño en adopción. Sus palabras fueron: “Puedo hacer que nazca este niño, pero no puedo ser su madre. Soy demasiado joven, me falta mucha experiencia, y no tengo la menor idea acerca de cómo ser una buena madre”. Era lo suficientemente madura como para saber que una madre no es solamente una mujer que da a luz, sino que ser madre es vina responsabilidad de veinticuatro horas al día, siete días a la semana, durante toda la vida. ¿Qué ocurre en la mente de una adolescente que descubre que está embarazada? ¿Cómo le voy a decir a mis padres? ¿Puedo sencillamente tener un aborto sin que nadie lo sepa y olvidarlo como si fuera una pesadilla pasajera? ¿Me apoyará él, me amará y permanecerá conmigo, o me tirará como se tira unjuguete usado y sin valor? ¿Si conservo al bebé, me ayudará mi familia a cuidarlo mientras yo asisto a la escuela para terminar la secundaria?
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Supongamos que me echen de la casa; ¿a dónde iría yo? ¿Dónde obtendría yo el dinero para el aborto, o para el parto? El torbellino interno que tienen que soportar es consumidor. Finalmente, ella tiene que hacerle frente a la crisis, decirle a su familia y procesar el dolor y el chasco de ellos, al igual que el suyo propio La madre en esta situación se siente desconectada de su familia y sus amigos, rechazada por su amante, desprotegida y despreciada. Sus temores y ansiedades se los transfiere al bebé que todavía no ha nacido. Muchas de estas muchachas son empujadas a una desesperación tan grande, que el suicidio les parece una buena opción. ¿Qué ocurre con el bebé cuando una madre intenta el suicidio? El bebé en la matriz es afectado por los medicamentos que ella tiene que tomar o el gas que ingiere, o sencillamente, por el torrente de adrenalina que es el resultado de sus temores y ansiedades. Después del nacimiento estos sentimientos de rechazo se intensifican. Ella puede quedar fascinada al ver lo que su cuerpo ha producido, pero, ¿cómo puede una solitaria y desprotegida madre-niña ser un lugar de paz para su bebé? El trauma asociado con una madre no casada puede reducirse cuando la familia y los amigos la rodeau de amor y aceptación. Este embarazo no es ideal; las circunstancias de la concepción no íueron el plan de Dios, pero cada niño, no importa su concepción y nacimiento, es un tesoro para Dios y otra oportunidad para que su gracia y su misericordia se revelen. El daño puede reducirse cuando la madre no casada se da cuenta de que el amor es el poder de decidir otorgado por Dios para hacer lo mejor en bien de otro, sin importar sus sentimientos. Las decisiones maduras deben hacerse en beneficio del bebé. Un niño no deseado A muchas parejas les molesta que la prueba de embarazo
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resulte positiva. Las emociones se salen de control cuando las parejas hacen frente a la realidad de lo que les ha ocurrido; cuando ven tambalearse los planes de sus vidas. Las sacudidas golpean al bebé. Cuando todavía está en la matriz, más o menos al quinto mes de gestación, el infante comienza a responder a las emociones de su madre. El niño que llega en un tiempo cuando las circunstancias de la vida con confusas absorberá las ansiedades y los temores de la madre, así como su aprensión de traer un hijo al mundo bajo tales condiciones. En el nacimiento, durante el tiempo crítico en que se establecen los vínculos, una madre bajo estas circunstancias no puede' mostrar la misma aceptación y amor que el niño habría recibido si las circunstancias hubieran sido diferentes. Parecería incomprensible que un recién nacido pueda absorber estas emociones, sin embargo, es a través de sus emociones como aprende acerca del medio que lo rodea en los primeros días de su vida. Los bebés pueden percibir los sentimientos antes de adquirir el vocabulario o la capacidad de pensar. Los bebés no deseados perciben que son un inconveniente para sus padres, que son para ellos un estorbo en el camino, que hubiera sido mejor que no hubieran nacido. Algunos literalmente escuchan las palabras dichas por sus padres: “Me habría gustado que nunca hubieras nacido”. Algunos sencillamente escuchan a sus padres contar la historia de las dificultades que encontraron al traer al mundo a un niño en esa etapa de su vida, y son heridos de nuevo cada vez que se cuenta el relato de su nacimiento. Los padres atrapados en esta situación, sólo tienen unos pocos meses al principio del embarazo para poner sus vidas en orden y comenzar a apreciar las bendiciones que este niño les traerá, antes de que su rechazo pueda dañar al niño.
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Un parto difícil Se ha descubierto que el niño cuyo nacimiento fue riesgoso, en el que se usaron fórceps para ayudarlo a nacer, o en el que el niño quedó atrapado en el útero, con frecuencia tendrá que vérselas con el problema de la ira. ¿De dónde viene la ira? De la percepción de que alguien está tratando de matarlo. Hace poco, mientras enseñaba en un seminario, una señora profesional nos habló durante el receso. “Finalmente comprendí por qué mi hermana gemela y yo somos tan diferentes. Ella siempre fue una niña dulce y agradable, mientras que yo era iracunda y difícil. La verdad es que nadie esperaba gemelos. Momentos después del nacimiento de mi hermana, yo nací en posición contraria. El cérvix se cerró alrededor de mi cuello, y mi cabeza quedó atascada en el útero. Segundos antes de que me asfixiara, lograron cortar lo suficiente a mi madre para poder sacarme. Toda mi vida he sentido mía ira hirviente, totalmente inexplicable hasta ahora”. Un buen cuidado prenatal es el mejor seguro contra los partos difíciles, pero no todo se puede prevenir. Por tanto, es importante hablar a los hijos acerca de su nacimiento, y explicarles cómo los orígenes del rechazo pueden surgir del trauma de su nacimiento, y luego reafirmarles su amor y su aceptación. Falta de vínculos con sus padres en el momento del nacimiento Con frecuencia las circunstancias, tales como las enfermedades críticas del bebé o de la madre, harán que el bebé sea llevado inmediatamente de la sala de parto a la sala de cuna. Las primeras dos a cuatro horas de la vida es el momento cuando ocurre la vinculación inicial entre los padres y el niño. Los bebés ven el rostro de sus padres y esperan ver el amor hacia ellos reflejado allí. Si esto no ocurre, entonces los niños pueden sentirse separados de su familia y se culparán por ello.
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La enfermedad del niño no es la única complicación que puede evitar la vinculación. Aveces es la madre la que requiere anestesia para poder dar a luz, y permanece drogada y dormida varias horas después del nacimiento. Hace años se les administraba a las mujeres una medicina llamada Scopolamine durante la última etapa del trabajo de parto, y con la inyección venía la información de que la madre no podría recordar la experiencia del parto. Esta droga, en combinación con la medicina para el dolor, podía sedar a una mujer durante seis o siete horas mientras el bebé dormía solo, fuertemente arropado en una cobijita en la sala de cuna. El estado de salud de la misma madre, tanto físico como psicológico, se relaciona con su capacidad para establecer vínculos con su hijo recién nacido. El ideal sería que todas las madres pudieran dar a luz sin anestesia o drogas que producen sedación de modo que el bebé pueda ser entregado inmediatamente a la madre a fin de que lo toque y le muestre su amor inmediatamente después del nacimiento. Durante estas dos a cuatro horas críticas después del nacimiento, la preocupación principal es que el bebé se vincule con la madre e idealmente con el padre. Esto les ayuda a establecer con el niño su sentido de identidad y su conexión con su padre y su madre. Además, es bueno que los hermanos mayores y abuelos estén allí. Cuando esto ocurre, el bebé puede comenzar a relacionar las caras con las voces que escuchó mientras estaba en la matriz. Es durante este tiempo de vinculación que el bebé comienza a percibir que estas perso nas significativas son su familia. “Yo pertenezco a esta familia, y soy querido y amado”. Adopción Los niños adoptados pueden carecer de palabras para expresar sus sentimientos de vacío y desconexión que sienten
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al ser separados desde el nacimiento de sus madres, aunque su familia adoptiva los ame y los nutra. Algunos padres adoptivos temen el momento cuando el niño que aman anunciará su deseo de encontrar a sus padres “verdaderos”. El niño procura hallar la respuesta a estas preguntas: “¿Por qué me regaló mi madre? ¿Cuáles fueron las circunstancias de su vida que la impulsaron a tomar esa decisión? ¿Qué de malo había en mí que fui rechazado?” Una vez que hallan las respuestas, la mayoría de los niños quedará satisfecha y seguirá adelante con su vida, lo que permite que sus sentimientos de rechazo disminuyan. Puede ser que algunos elijan construir una relación con sus padres camales, pero si no lo hacen, la mayoría retendrá un vínculo especial de amor con la familia de la cual han sido parte toda su vida. La forma de ayudar a los niños adoptados que se sienten rechazados es cooperar con ellos en su deseo de hallar a sus padres originales y no sentirse amenazados por su necesidad de conectarse con sus orígenes. Si una joven mujer está luchando con la decisión de conservar su hijo o darlo a padres adoptivos, debería saber que si elige la adopción, existe un proceso que ella puede implementar que reducirá la posibilidad de que su hijo sienta un vacío permanente donde la madre verdadera debería estar. Maggie sólo tenía dieciséis años cuando quedó embarazada, y como sentía que no era capaz de proveer el hogar que ella quería para su bebé, decidió dar a su hijo en adopción. A través del contacto con algunos amigos localizó vina familia adoptiva al otro lado del continente, y se hicieron todos los arreglos. Las cartas y las llamadas telefónicas lograron que se estableciera una amistad entre Maggie y los padres adoptivos, Bill y Darcy. Cuando llegó el momento del parto, Bill y Darcy volaron hasta la ciudad y fueron recibidos en el aeropuerto por los abuelos
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naturales del bebé. Pocos días más tarde los abuelos adoptivos volaron al pueblo y las dos familias establecieron lazos de amistad durante varios días mientras esperaban el nacimiento de este niño especial. En la sala de partos la mamá de Maggie y una amiga cercana a la familia, que era enfermera, ayudaron a Maggie durante el difícil trabajo de parto, mientras que Bill y Darcy se sentaban inmediatamente fuera de la sala, anticipando el primer llanto del bebé. Maggie había sido preparada para que, a fin de llenar el vacío dentro de la mente del recién nacido, debía vincularlo con ella en aquellos primeros momentos después del nacimiento. Así que Maggie sostuvo a la pequeña Linda muy cerca de ella, susurrándole palabras de amor y ternura, y explicándole la razón por la que había decidido darle un padre y una madre completos y saludables. Después de seis o siete minutos de mirar a los ojos a su bebé y acariciarla, y con sus piernas todavía en la posición en que había dado a luz, pidió a la madre adoptiva que entrara a la sala de partos. Cuando Darcy entró, Maggie dijo: “Ven, aquí está tu bebé. Una hermosa niñita”. Las dos madres se acercaron una a la otra y sostuvieron juntas a aquella preciosa bebé entre ellas, mientras las lágrimas fluían abundantemente. Tan pronto como el médico hubo terminado su rutina de curación, el nuevo padre fue invitado a la sala de partos. Du rante las siguientes 36 horas los tres padres acariciaron a la pequeñita juntos, meciéndola, alimentándola y amándola. Cuando entregaron al bebé, las dos familias asistieron a la iglesia donde se encontraron con familiares y amigos comprensivos, y todos participaron en una ceremonia de dedicación del bebé y la transferencia oficial de los derechos paternos a Bill y Darcy. Se había preparado un álbum de recortes con fotografías de Maggie cuando era niña y de la familia camal, junto con cartas que le había escrito al bebé
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cuando estaba embarazada. Cuando Linda esté lista, el libro de recortes confirmará el amor que se requirió para hacer la decisión de darla en adopción. Cada semana Maggie le habla a su hija por teléfono y le envía cartas y fotografías. Algunos limitan la capacidad de amar del bebé, pensando que debe amar, o a sus verdaderos padres o a sus padres adoptivos. Pero Dios ha dado a cada niño la capacidad de amar a ambos. Depende de los padres camales y de los adoptivos cooperar en la creación de un ambiente donde este amor pueda nutrirse. Padres que son abusivos con sus hijos o uno con el otro Si la aceptación es tan importante que los bebés la buscan durante las primeras horas de sus vidas, resulta más importante todavía durante los primeros años de la infancia. A fin de que los niños crezcan psicológicamente sanos deben tener aceptación. ¿Cómo interpretan estos niños el dolor físico, la humillación, el abuso sexual y las humillaciones verbales? ¡Ciertamente no como aceptación! Más bien, perciben que deben ser muy malos para que les ocurran estas cosas. Es fácil ver por qué los niños que han sido abusados se sienten rechazados. Sin embargo, muchos padres no piensan que la forma en que están tratando a sus hijos les está causando dolor psicológico. Es por eso que la educación para los padres es tan importante. Es también un hecho que el abuso a otro hermano o al otro cónyuge puede hacer que un niño se sienta rechazado. Los niños no pueden separarse de los otros miembros de la familia. Cuando a uno de los miembros se le hace una injusticia, es como si les hubiera ocurrido a ellos también. Los niños que son testigos del abuso sienten el golpe emocional cuando la madre o el hermano están recibiendo un castigo físico. Cuando uno de los padres es abusado, los niños con frecuencia creen que ellos son la causa del abuso. En otras
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palabras, “Si mi papi está golpeando a mi mami, debe ser por mi culpa”. Vicky fue una de esas hermanas. Recuerda cuando tenía apenas dos o tres años estar de pie al lado de su camita, con su cuerpo duro como una tabla y sacudiéndose de pies a cabeza mientras escuchaba los sonidos que su madre hacía cuando rebotaba de la pared en el cuarto contiguo. Después de episodios como éstos, ella sabía que su madre se escondería en su cuarto durante unos dos días, y que no habría nadie, sino las hermanas mayores para cuidar de ella. En varias ocasiones las hermanas mayores^ cansadas de la responsabilidad de cuidar de su hermanita, encerraban a Vicky en un cobertizo exterior hasta que su madre saliera de su escondite. Recibía su comida de una amiguita vecina que le pasaba pedazos de dulce a través de las grietas en la pared del cobertizo. ¡Esto sí es ser rechazado! Esta pequeña niña estaba siendo castigada por lo que su pa dre estaba haciéndole a su madre. Usted puede ver cuán fácilmente ella podría interpretar que ella era la culpable de que golpearan a su madre. Si usted siente que está ocurriendo abuso en su hogar, o en otro hogar cualquiera, tiene la responsabilidad moral y legal de informar lo que sabe o sospecha que está ocurriendo en ese hogar. Llame a las agencias del gobierno encargadas de ese servicio en su localidad, y ellos manejarán el asunto confidencialmente. Si las autoridades no hacen nada, entonces busque de alguna manera al niño que es objeto de abuso y haga amistad con él. Es importante que el niño tenga una per sona segura con quien hablar y un lugar seguro donde ir si el abuso continúa. Usted puede ser el único lugar de seguridad y el único confidente que el niño tenga. Continúe informando el abuso una y otra vez, hasta que alguna acción legal se produzca para proteger al niño. Si el abuso le está ocurriendo a un adulto, busque a la per
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sona y dígale: “Parece que usted está siendo maltratada. Sólo quiero que sepa que yo estoy aquí para apoyarla. Y también quiero que sepa que usted es muy valiosa y que no debe ser tratada de esa manera. ¿En qué forma puedo ayudarla de modo que usted tenga el valor para librarse del abuso y obtener la ayuda que ustedes dos necesitan para que esto no continúe?” Padres que son adictos a las drogas o al alcohol Las adicciones son acaparadoras. Llegan a ser la prioridad en la vida de un padre adicto, y un niño aprende rápidamente que si su padre tuviera que elegir entre la botella y su bebé, existen muchas posibilidades de que elegiría la botella. El pa dre adicto, entorpecido por las drogas, puede estar físicamente presente, pero emocionalmente ausente. Si usted acepta la siguiente definición del amor: “el poder dado por Dios para decidir hacer lo que redunde en el mejor interés de otro, no importa cuáles sean mis sentimientos”, entonces es obvio que un padre que es adicto ama a su adicción más que a su hijo. Los vínculos que debieran formarse entre el padre y su hijo quedan saboteados porque el verdadero yo del padre está escondido bajo la máscara del vicio. Uno que está exaltado por la mariguana o airado por el alcohol, o dormido por las drogas, es inalcanzable para el niño. Toda la familia tiene que danzar alrededor de la condición o el estado de ánimo del padre adicto. Si bien el padre debiera ser responsable, los papeles se han trastrocado y el niño toma sobre sí la responsabilidad del pa dre. La niñez queda desgarrada cuando el niño es prematuramente forzado a asumir las responsabilidades de un adulto. El mensaje que el padre le da y que el niño recibe es: “No quiero que seas quien eres, sólo un niño. Quiero que seas responsable de mí. Yo rechazo al niño; quiero al adulto”. La única forma en que se puede salir de esta situación es que los padres hagan frente al asunto que los impulsa a escapar
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de la realidad y que obtengan la ayuda que necesitan para romper el vicio y las adicciones. Algunos niños nunca han disfrutado la inocencia y la libertad del gozo de la niñez porque son tratados duramente o ignorados por sus padres. El regaño constante, los golpes y las constantes humillaciones han destruido la habilidad de confiar y hablar honestamente. Más bien, el temor, la envidia, los celos y el engaño han sido adoptados como un comportamiento defensivo. Los padres mayores que miran hacia atrás cuando eran padres de hijos pequeños, pueden preguntarse a sí mismos: “¿Por qué sufre tanto mi hijo adolescente o adulto?” Son grandes las posibilidades de que el niño sufra por causa de una o más de las circunstancias que causan típicamente sentimientos de rechazo, por ejemplo, el divorcio, el nuevo matrimonio, los pleitos entre los padres, la disciplina inconsistente, una madre soltera, un niño no deseado, un parto difícil, la incapacidad para establecer vínculos en el nacimiento, la violencia en la familia, la adopción, o la adicción de los padres al alcohol o a las drogas. Pero incluso aunque no se puede señalar una circunstancia específica como el agente causante, no se descarta el rechazo. Si un niño mayor o ion adulto se siente rechazado, fue rechazado. Ninguna cantidad de argumentos al respecto, o tratar de probar cuán buenos padres fueron ustedes cambiará esa percepción. Sólo cuando el niño sienta su aceptación total, aunque su comportamiento pueda herirle a usted, se librará de esos sentimientos de rechazo. No importa la edad, la persona que tiene sentimientos de rechazo debe recibir el permiso para hablar sobre sus sentimientos sin temer que se la descarte y se le diga cuán necio es sentirse así. La comprensión y la simpatía es la mejor receta para su recuperación.
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Las semiCías que producen Cas matas fier6as deíresentimiento “Aquellos que son llamados a sufrir por causa de Cristo, que han soportado la incomprensión y la desconfianza, incluso en su propio hogar, pueden hallar descanso en el pensamiento de que Jesús ha soportado lo mismo”. Elena G. de White.
Las injusticias son las sem illas que germinan en resentimientos que se desarrollan a lo largo de la vida y colorean el éxito de las relaciones, nuestra carrera e incluso nuestra espiritualidad. El resentimiento se define como un sentimiento de indignante desagrado o persistente malestar respecto a algo considerado como un error, insulto o injuria. ¿Fueron ignoradas sus necesidades y saboteados sus deseos por causa de los caprichos de otra persona? ¿Fueron sus palabras y sus actos de bondad recibidos con una actitud que dice “tú me debes a m f e n vez de un “gracias”? Quizás usted encuentra que sus mejores intenciones fueron con frecuencia mal interpretadas. ¡Quizás usted es el que “siempre” lleva la ropa sucia a la lavandería y paga las cuentas, y luego es culpado cuando algo no sale bien! O quizá las personas siempre están diciéndole qué hacer en vez de pedírselo. El resentimiento es lo que usted siente cada vez que percibe que está siendo utilizado y se le está sacando ventaja. A causa de la ira que bulle en su interior, usted encuentra que a veces se queja con “los dientes apretados”, las quijadas trabadas y un tono airado. El temor a las represalias obra con frecuencia para mantener el resentimiento reprimido, así como se usa un regulador para bajar la llama piloto de la estufa. ¡Sin embargo, la verdad que pocas veces se comprende es que los reguladores
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Daniel Coleman, en su libro Emotional Intelligence (Inteligencia emocional), sugiere que los niños emocionalmente sanos aprenden a calmarse a sí mismos tratándose a sí mismos como los han tratado quienes los cuidan, lo que disminuye su vulnerabilidad a los trastornos del cerebro emocional. Debido a que en la edad adulta continuamos los patrones aprendidos en la niñez, practicamos los comportamientos autodestructivos como no llorar o llorar continuamente en un intento por mantener bloqueadas nuestras mentes para que no piensen o nuestras bocas cerradas para no hablar de la situación. Incluso podríamos elegir “vegetar”, no haciendo nada en lo absoluto, esperando que nuestros sentimientos, si son ignorados, se disiparán. Algunos van hasta el extremo de negar que tienen sentimientos, o si los tienen, se declaran incapaces de identificarlos. Cuando nuestras emociones han llenado nuestro depósito porque hemos congelado, ignorado o negado su existencia, entonces el proceso destructivo comienza internamente. Este proceso puede ser dirigido hacia afuera, y destruir a otros con nuestras críticas, nuestros comentarios mordaces y nuestro cinismo, o puede producir resultados malignos en el interior, incluyendo enfermedades físicas, ansiedades, obsesiones, compulsiones o depresión. Si este proceso suena como algo contra lo cual usted ha estado luchando, entonces es importante echarle un vistazo más cuidadoso a los comienzos del resentimiento. He aquí diez “semillas” que producen “malezas” de resentimiento. 1. Creciendo en una atmósfera de crítica Muchos niños crecen en hogares donde prevalece un espíritu o actitud de crítica. Quizá en su familia todos fueron criticados. El correo nunca llega a tiempo, los vecinos no tienen “buen gusto” porque han plantado menos flores que su familia, sus tías eran “demasiado gordas”, sus abuelos “demasiado
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entrometidos”, el pastor “demasiado hablador” y su esposa “demasiado autoritaria”. ¿Fueron todos los miembros de su familia juzgados y hallados faltos? Debido a que los niños no identifican fácilmente un límite entre ellos y los demás, la crítica que se acumula sobre otros es internalizada por los niños como si les perteneciera a ellos. Quizá usted creció como niño pensando que todo lo que hacía lo hacía mal. Quizá usted escuchó algo como esto: “Está bien lo que hiciste, pero...” No importa cuán bien haya usted limpiado la casa, podado el césped, cuidado su cuarto, o hecho cualquier otra tarea doméstica, las figuras de autoridad en su familia —las personas más importantes para usted— rara vez le dieron crédito o reconocieron sus logros. ¿Tiene usted la tendencia a formarse una opinión acerca de todos los aspectos de la vida de todos? ¿Se encuentra de repente juzgando el comportamiento de los demás, y a veces incluso se lo hace saber? ¿Puede usted encontrar siempre las debilidades, las pequeñas cosas que están mal en un proyecto que usted u otra persona han elaborado y ejecutado? ¿Rechaza usted consistentemente su propio trabajo o el de otro? Si su respuesta a cualquiera de estas preguntas es “sí”, su comportamiento es normal por haber sido criado en una atmósfera de crítica, ¡pero no tiene por qué continuar en esa forma! ¡Usted no tiene por qué sembrar la cizaña del rechazo en la vida de otros! Hay mucho de verdad en el estribillo de Mildred Howells, reimpreso en la Biblia Ilustrada, p. 1275: “Y así criticó a cada flor, esta arrogante semilla; hasta que despertó una mañana de verano, convertida en mala hierba”.
El hecho de crecer en un ambiente saturado de crítica tiene
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otros efectos negativos. Probablemente su tendencia es sentirse insatisfecho por sus logros. Debido a que todo lo que hacía nunca cumplía las expectativas paternas, puede ser que usted no se sienta capaz ni siquiera de arriesgarse a intentar algo nuevo, porque si se arriesgara o intentara algo nuevo y resultara sin éxito o inaceptable, usted también se sentiría rechazado, al igual que lo rechazaron la “tía”, los vecinos, el pastor o la esposa de éste. Así que, en un esfuerzo por combatir los sentimientos de inutilidad, usted... • Trabaja demasiado, porque siente que si tan sólo pudiera hacer algo más, se sentiría satisfecho o realizado, y otros podrían, en algún momento, notarlo. • Es un perfeccionista, porque debe tratar de evitar la crítica a cualquier costo; ¡hiere demasiado! Usted quiere ser considerado como una persona capaz y valiosa, de modo que se exige mucho a sí mismo. Y con demasiada frecuencia empuja a otros también a lograr sus mismos objetivos perfeccionistas, creyendo erróneamente que los logros de ellos, o la falta de resultados, se reflejarán, de alguna manera, en usted. • Deja las cosas para más tarde, porque es mejor retardar las cosas hasta que sepa con seguridad que tendrá éxito. Algunas veces incluso pensar en un proyecto lo paraliza por el temor al fracaso. • Sabotea su propio éxito, porque el riesgo del fracaso grita más fuerte que la promesa de éxito. • Nunca se sentirá exitoso, pero sigue trabajando en ello, porque el trabajo en sí mismo es noble y es raramente criticado. Si no logra nada más, al menos lo considerarán muy industrioso. • Se contenta con menos. Se dice a sí mismo: “¡Esto es
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suficientemente bueno para mí!” Cuando su valor personal es bajo, usted se contenta con menos en la vida. Los padres no se dan cuenta del profundo efecto que la crítica de quienes tienen autoridad, como, por ejemplo, los pa dres o los dirigentes religiosos, tiene sobre los niños. Cuando los niños viven bajo una atmósfera de crítica aprenden a criticar antes que a respetar las figuras de autoridad en la familia, la escuela y la sociedad. A medida que los niños crecen, esta actitud de crítica puede extenderse a Dios, quien es nuestra autoridad final, haciendo así de ellos unos incrédulos. 2. Comparación con los hermanos, los amigos y otros ¿Cuántas veces escuchó que debiera ser más como su hermano o su hermana? ¿Quizá su familia lo comparó con otros miembros de la familia, con los amigos o con otros niños de su escuela? Quizás le dijeron: “Cuando yo era niño éramos muy pobres y yo tenía que...” En ese contexto, sus ventajas o privilegios eran contrastados con los de sus padres o de otras personas mayores. Usted era sutilmente disminuido a causa de las circunstancias o el tiempo en que nació. Algunos niños atrapados en este diluvio de crítica terminan sintiendo que son, de alguna manera, responsables por las desventajas de otras personas. Si las comparaciones con otros fue un hábito en su familia, su dignidad y valor como individuo único y especial fueron disminuidos con cada comparación. En el capítulo 6 yo (Nancy) hablo de cuando tenía ocho o nueve años de edad y fracasé miserablemente en un recital de piano. Yo estaba absolutamente paralizada por el temor, porque mi papá, que era un excelente pianista, se sentó ansiosamente a esperar un concierto perfecto. Yo había escuchado a mi padre suspirar disgustado cuando volví a mi asiento humillada. Luego la fiesta planeada para comer helados de camino a casa fue
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pasada por alto, y todos íbamos en silencio. Yo me retorcía en el asiento de atrás, temiendo anticipadamente lo peor. Cuando faltaban más o menos dos kilómetros para llegar a la casa, Papá finalmente lo dijo: “Me hubiera gustado saber cuál era tu problema. ¿Por qué demonios no puedes tocar como...?” (Y nombró a una niña que era mi compañera.) Yo no respondí nada. No había nada que decir. Yo no tenía la menor idea del porqué no podía tocar o por qué el temor había bloqueado mi capacidad para pensar, para recordar. Lo único que recuerdo es que me hundí más en el asiento, sintiéndome completamente inútil y fracasada. Yo quería tocar el piano, en realidad lo deseaba, pero el temor bloqueaba mi creatividad y saboteaba mi habilidad. La compañera de mi infancia todavía es mi amiga. Crecimos juntas en el mismo edificio y asistimos a la misma escuela primaria y a la misma secundaria, e incluso fuimos a la misma universidad. Sin embargo, yo siempre me he sentido inferior a ella, y en la universidad nos separamos. Siempre nos alegra vernos cuando nos encontramos, pero siempre me he preguntado si el hecho de que mi padre me haya comparado injustamente con ella no será la causa por la cual yo he decidido no acercarme tanto a ella a lo largo de los años. ¡Qué pérdida! La tendencia de aquellos que son comparados con otros es actuar en otra área no competitiva para que no se les siga comparando. Algunos se inclinan hacia el materialismo, esa necesidad de adquirir posesiones con el propósito de que sus bienes los hagan aparecer mejores. Compararse con otros en apariencia, habilidades o posesiones los impulsará a lograr mucho más de lo que es necesario, sólo para probar su valor. Todo esto conduce a un espíritu competitivo, que puede manifestarse exteriormente en algunos casos. El impulso interno por sobresalir, por realizar grandes cosas, por sobrepasar a los demás, crea una carga de estrés que
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inevitablemente drena las energías, de modo que las relaciones íntimas terminan pagando el precio. La energía usada para esconder la verdad, para mantenerse en guardia o para mantener la reserva necesaria, socava la fuerza vital y le co bra una cuota al cuerpo y a la mente. Tome unos minutos para recordar si usted fue comparado con otros durante su niñez. ¿Con quiénes? ¿Quién estaba haciendo la comparación? ¿Qué sentimientos tiene usted hacia aquellos con quienes se le comparó? Observe sus tendencias actuales. ¿Tiende a ser m aterialista, excesivam ente competitjvo, o se siente menos valioso que los demás? Si es así, quizá usted necesite deshacerse de la mentira que se le dijo con respecto a su dignidad y valor en el proceso de tales comparaciones. Esa mentira tenía el poder de controlar sus pensamientos, sus sentimientos y su conducta, y su verdadero origen estaba con el padre de la mentira. ¡Deshágase de ella y devuélvasela a él! Luego recuerde este principio: “Cada cual examine su propia conducta; y si tiene algo de qué presumir, que no se compare con nadie” (Gál. 6:4). 3. Ausencia de conexión emocional con los padres A diferencia de una familia donde los padres faltan o están ausentes, las familias que sufren de ausencia de conexión emocional tienen la presencia física de ambos padres. Pero los padres psicológicamente ausentes, aquellos que están en la casa pero se niegan a la relación emocional, pueden, a veces, hacer surgir más resentimiento en los niños que aquellos que están físicamente ausentes. Quizá su papá era adicto al trabajo, y usted raramente lo veía excepto cuando se iba y cuando retornaba del trabajo. O quizás cuando estaba en la casa estaba tan cansado que se aislaba. Puede que haya pasado la mayor parte del tiempo detrás del periódico o de un libro, en frente de la televisión o haciendo algún trabajo para la iglesia. ¿Era su mamá la super
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mujer que horneaba todo el pan para la familia, enlataba fintas y vegetales, hacía jaleas y otras cosas y parecía pasar todo su tiempo en la cocina? Es posible que a usted le encantaran los productos de su trabajo, pero deseó alguna vez que sería mejor sacrificar algunas de esas delicias a cambio de algunos momentos de su atención indivisa? ¿Fue usted uno de los muchos que fue perjudicado fuera del hogar y decidió no contar a sus padres lo ocurrido por temor de que lo culparan a usted? ¿Sintió que sólo era un estorbo en el camino, un problema irritante en la casa, vina mosca en el ungüento? En un hogar donde los padres no están emocionalmente disponibles o se niegan a escuchar a sus hijos, se priva a los niños de la conexión íntima que es un requerimiento para el desarrollo integral de una mente saludable. Existe un principio que debería comprenderse aquí: Cuando corregimos con frecuencia a otros y nos empeñamos en mantener nuestra rectitud, sacrificamos el privilegio de la intimidad. Los niños necesitan ser, no sólo escuchados, sino también emocionalmente comprendidos. Los padres que toman el tiempo para escucharlos activamente, leyendo entre líneas y haciendo preguntas hasta que los sentim ientos del niño son comprendidos y aceptados, cosechan los frutos de la intimidad emocional con sus hijos. Esto prepara a los niños para sentirse cómodos al compartir cualquier cosa que les ocurra en sus vidas, sean positivas o negativas. El niño encuentra un lugar seguro en el corazón de los padres y compartirá confiada y alegremente los secretos de su vida en ese lugar de seguridad que es el hogar. La ausencia de conexión emocional en la niñez temprana prepara al corazón para la falta de confianza y para el temor a comprometerse en las amistades y el matrimonio. El niño comienza a sentirse devaluado e indigno de una relación adecuada con otra persona. Puede ser que otro adulto se haya conectado con el niño y allí el niño encontró un lugar de
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aceptación. Sin embargo, la falta de conexión con sus padres deja a los niños con un vacío en el corazón. ¿Cómo podemos esperar tener intimidad con un Dios que no podemos ver, oír, o tocar, si los padres que estaban físicamente presentes no pudieron conectarse con nosotros? Nuestra experiencia con nuestros padres y nuestra actitud hacia ellos se refleja en nuestras relaciones con Dios. En el matrimonio la incapacidad para conectarse emocionalmente se convierte en una amenaza para la relación. Las mujeres cuyas necesidades primarias son de realización emocional, morirán sin satisfacer esa necesidad en un matri monio con un hombre que no se conecta emocionalmente. En la sociedad de hoy los hombres expresan con frecuencia su necesidad y deseo de intimidad emocional con sus esposas, pero si la fortaleza y las energías de la mujer se gastan por las demandas de una carrera y el trabajo en el hogar, la mujer, suave y tierna, se convierte en una máquina. El mundo abunda en ejemplos de este dolor y se ha proclamado al público en la vida privada y la falta de intimidad del príncipe Carlos y la princesa Diana. La niñez de la princesa fue de absoluta soledad y falta de conexión con sus padres. Luego la formalidad de la familia real cubrió con su sombra la intimidad que Diana necesitaba desesperadamente tener con sus hijos y su esposo. Ambos sufrieron en su matrimonio por la necesidad de intimidad y la incapacidad para conectarse entre sí. La persona cuyos sentimientos están congelados se ha negado a sí misma el derecho a sentir o cuestionar. La desconfianza en otros se desarrolla en la niñez, y produce en su estela el temor a la vulnerabilidad. Muchos, en realidad, eligen vivir en una atmósfera controlada, habiéndose acostumbrado a que otras personas alberguen todos los sentimientos y tomen todas las decisiones.
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¿Con quién se pudo conectar usted como niño a nivel emocional? ¿Quién fue la persona más segura y más receptiva en su niñez? ¿Con quién compartía usted los goces y las tristezas de la vida? ¿Con quién los comparte ahora? No tiene que tener docenas de amigos, pero la salud emocional demanda al menos una conexión emocional saludable. Las luchas internas con los sentimientos de rechazo pueden ascender a la superficie en todas las circunstancias y experiencias de la vida. Esperamos que la gente nos rechace, y cuando no lo hace, entonces nos comportamos de tal manera que terminarán haciéndolo. Empujaremos a la gente a los extremos para ver exactamente hasta dónde llegarán antes de rechazamos. “Si hago esto, ¿todavía me amarás, todavía me aceptarás?” Si bien en el interior tenemos un deseo desesperado de estar íntimamente conectados con al menos un ser humano, en el exterior nuestro comportamiento está diseñado para rechazar a la gente. El temor predice su propio fin, y el temor de ser rechazado con frecuencia encuentra su cumplimiento en algún momento de la vida. Así se confirma que generalmente obtenemos lo que esperábamos. (Ron) Yo era el niñito más flacucho del barrio, por lo cual se burlaban de mí y me atormentaban los demás niños. Cuando fui adolescente era un solitario que deseaba desesperadamente establecer vínculos, pero no hallaba con quién. Pagaba por mi intimidad. De ese modo podía sencillamente dejar la relación y no sentir el dolor del rechazo. La desesperada necesidad en mi vida era llenar el vacío que mi padre me había dejado. Durante todo el camino Dios proveyó un sustituto, pero no fue sino hasta que tomé la decisión de estar dispuesto a aceptar lo que me dañaba y procesarlo, que fui capaz de sentir alivio de la presión. Ese alivio me puso en contacto con el Padre. A pesar de mis pensamientos, mis sentimientos o mi conducta, su amor es constante. Una vez
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que acepté eso, comencé a aceptar el amor de mi esposa y a sentir amor por ella. Amar a mis hijos fue el siguiente paso. Así continué aprendiendo el significado de la libertad.
4. Ignorar los sentimientos “El enojo es pecado”. “Sólo los bebés tienen temor de...” “Los hombres no lloran”. ¿Será que alguna de estas negaciones emocionales se tomó en una regla que controla su vida y que hizo que usted se sintiera inseguro para expresar sus sentimientos? Quizá no se le permitió sentir orgullo por nada de lo que usted había logrado. Quizá su familia no le permitía sentirse triste, contento o enojado. Con frecuencia se nos dice que el dolor que sentimos no es tan grande en realidad. “¡Ya deja de llorar por el dolor de estómago; no es para tanto!” Puede ser que se le haya dicho que su dolor no era importante, y fue obligado a salir adelante sin ayuda o alivio. Lo que era importante es que usted actuara en forma “correcta” no importa cuáles fueran sus sentimientos. De hecho, había poco o ningún interés por lo que usted realmente sentía. Cuando se recibe este tipo de tratamiento mientras nuestro carácter está siendo formado, nuestro sentido de valor e importancia disminuye. Amedida que crecemos y nos tomamos adultos, la tendencia a esconder o negar nuestros sentimientos aumenta, hasta que muchos dicen que no sienten nada en absoluto. Otros parecen observar los sentimientos de las per sonas que los rodean y actúan de acuerdo con ellos. Este comportamiento está diseñado para garantizar la aceptación de parte de los compañeros, pero el verdadero yo es negado, y por ende las relaciones son superficiales. En la edad adulta, estos niños con cuerpo de adultos han aprendido a negar que tienen sentimientos. Como resultado, tienen la tendencia a vivir vidas mundanas, vacías de pasión e intimidad.
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¿Alguien le dijo alguna vez en su niñez que sus sentimientos eran necios? ¿Tiene la capacidad en la actualidad de pesar sus sentimientos, de decir lo que son, y luego compartirlos con otra persona? ¿Con quién los comparte? ¿Dónde se encuentra su puerto emocional seguro? 5. El toque abusivo Luisa, una maestra de escuela muy sensible y cariñosa, contó una experiencia que le acababa de ocurrir en el primer día de clases del nuevo curso escolar. Ella se colocó al lado de la puerta de su salón de clases para saludar a todos los niños nuevos asignados a su grupo, y a medida que cada niño llegaba, ella se presentaba, le preguntaba al niño por su nombre, y ponía afectuosamente la mano en el hombro del niño. Un niño muy desaseado se presentó como Tbdd, y cuando Luisa puso gentilmente su mano sobre el hombro del niño, éste se quitó la mano de un tirón, gritando: “¡Ay, me está lastimando!” “Hoy —dijo ella— dos semanas después del inicio del curso escolar, mientras leía el relato de la mañana, con los niños sentados en el piso alrededor de mí, Todd puso su cabeza sobre mi regazo. Con una mano sostuve el libro, y con la otra le acaricié la cabeza. Me di cuenta que su mamá llevaba siempre a la mano una enorme cuchara de metal con la cual le daba en la cabeza en el momento en que dijera o hiciera algo inapropiado o que la molestara. Él ha encontrado un lugar seguro en mi regazo donde coloca su cabeza cada mañana para recibir un gentil toque de afecto por falta del cual está muriendo emocionalmente”. Aquellos que han soportado el toque abusivo en la niñez tienden o a evitar toques de cualquier clase o a convertirse en el abusador del campo de juegos; empujando y golpeando, copiando el comportamiento que han visto en su hogar. Tristemente, aquellos que vienen de una niñez donde han
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sufrido el toque abusivo, con frecuencia eligen un compañero que continuará este comportamiento. Algunos se convertirán en perpetradores del abuso físico de sus cónyuges o de sus hijos. Otros se retraerán de todo contacto físico a causa del temor. La frigidez sexual o el abuso en el comportamiento sexual no es rara en estas relaciones. Muchos cuentan la historia de severos castigos físicos que recibieron en su niñez e incluso parecen jactarse de haber sobrevivido a la tortura. Estas personas han aprendido a separar sus sentimientos de los hechos, porque el dolor emocional que está ligado a esas experiencias es más fuerte de lo que púeden soportar. Esto se conoce como disociación y es un medio de supervivencia asociado frecuentemente con el abuso sexual en la infancia. Muchas víctimas de incesto o que han sido ultrajadas recordarán los incidentes pero dicen que fueron capaces de retirarse a otro lugar desde donde observaban el abuso que se cometía contra el niño. Ellas dirán que era la única forma en que podían tolerar la agonía física y emocional. La frigidez sexual o su polo opuesto, la promiscuidad, no es rara en aquellos que han sufrido este daño. ¿Sufrió usted la tortura de toques abusivos? ¿Cómo tiende usted a tratar a otros con quienes se relaciona hoy? ¿Se resiste al toque físico porque teme que lastimará a otra persona? ¿O inflige usted a otros el mismo dolor que se le infligió de niño? 6. La ausencia del toque “El día que aprendí a caminar por mí mismo fue el último día que fui cargado”, nos dijo Miguel tristemente. “Mi familia era como los carritos para chocar que se ven en las ferias. El único toque que obteníamos era si chocábamos accidentalmente con alguien en la escalera”. Yo (Ron) repliqué: “Mi hermano Jorge siempre era tocado, pero el toque que recibía era el de la correa para afilar navajas de mi papá. Yo me preguntaba por qué Jorge obtenía toda la atención
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y yo no recibía ninguna. Aunque las palizas que le daban a Jorge en el cuarto de la calefacción lo hacían sollozar toda la noche, yo me preguntaba con frecuencia si yo era tan malo que no podía recibir toda aquella atención. Finalmente, para cuando llegué al tercer grado en la escuela, descubrí que si yo era lo ‘suficientemente malo’ podía obtener esa misma atención de mis maestros”. (Nancy) “Recuerdo cómo reaccionó Ron al toque en nuestra lima de miel. Justo al salir del ferry que nos había llevado a la isla donde pasaríamos nuestra lima de miel, se cayó en el muelle y se torció el tobillo. Como yo era enfermera, acostumbrada a cuidar de los demás, corrí hacia él y lo rodeé con mis brazos. Él estaba sentado en el muelle, sobándose el tobillo, cuando me aproximé, y sus brazos me rechazaron mientras gritaba: “¡Aléjate de mí! ¡Déjame solo cuando algo me duele!” ¡Qué impacto recibí! ¡Como enfermera que había ayudado a muchos a calmar su dolor, nunca había tenido un paciente que reaccionara así! Yo sabía que su niñez había sido solitaria y sin afecto, y me imaginaba que bebería ansiosamente todo el afecto físico que yo pudiera darle. ¡Pero qué equivocada estaba! Incluso en nuestros momentos íntimos se sentía sofocado por mis atenciones, pues el toque era algo ajeno para él. Las caricias les parecían abusivas porque no las había conocido;antes. La sexualidad comienza en la infancia cuando el bebé es bañado, untado con loción, abrazado o gentilmente mecido por su madre. Una persona cuyas experiencias en la infancia no incluyen esta ternura física crecerá con traumas y evitará este tipo de toque en la vida adulta. En la intimidad del matrimonio tal persona se sentirá controlada o asfixiada por el toque, aunque esté deseosa de expresión sexual con su cónyuge. Una vez que el cónyuge se ha acostumbrado al toque, sin embargo, puede exigir que su cónyuge compense todo el toque que se le negó o se le robó en su infancia. Si esto ocurre, el matrimonio puede deslizarse fácilmente hacia las relaciones codependientes, donde el
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cónyuge afectuoso se convierte en el padre sustituto. De este modo, el “niño” recibe finalmente el apoyo que deseaba. A esta confusión se añaden comportamientos que no suplen la necesidad. Tales compañeros en el matrimonio anhelan ser tocados, pero mantienen al cónyuge a distancia ausentándose del hogar (por razón de trabajo, juego, o muchas otras excusas). Sin embargo, su cónyuge tiene que estar siempre en el hogar y física y emocionalmente disponible en todo momento. ¿Quién fue el lugar seguro donde pudo obtener el toque humano que necesitaba en su niñez? ¿Puede recordar haberse acurrucado junto a alguien durante largos períodos de tiempo mientras lo acariciaban suavemente? ¿Fue la persona segura parte de su hogar, o tuvo que encontrar esa seguridad en alguien fuera de su familia inmediata? 7. Culpando a su cuerpo “¡Ningún hombre te va a querer jamás, eres demasiado gorda!” “Te envejecerás a menos que hagas algo con esos horribles dientes”. “Hola, alfeñique”, “gordinflón”, “cuatro ojos”, “flaquito”. Todos estos apodos tienen el propósito de rebajar o avergonzar a otro a causa de alguna falla o singularidad de su cuerpo. ¿Escuchó alguno de estos apodos cuando era niño? Quizá escuchó otros apodos, rimas insultantes o comentarios despectivos acerca de usted o de su cuerpo. Yo (Nancy) recuerdo que un dirigente religioso me dijo que tenía que hacer algo con mis horribles dientes si esperaba casarme con un ministro y aspirar a ser algo en nuestra denominación. Después del nacimiento de mi segunda hija, Noemí, tres de mis dientes “murieron”, y yo le rogué a mi dentista que me hiciera nueva toda la dentadura de arriba en vez de hacer tan sólo un puente para reemplazar los tres dientes. Hoy le debo mi sonrisa a mi dentista. Las actitudes exhibidas y las palabras dichas respecto a
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nuestros cuerpos parecen repetirse una y otra vez en nuestras mentes como un disco rayado. La cantinela determina nuestras acciones durante muchos años por venir. Crea una lucha interna por parecer y actuar en forma perfecta. Nos volvemos obsesivos acerca de nuestra apariencia y hacemos todo lo posible por parecer aceptables. La tendencia es comparamos con otros y buscar el apoyo de otros. Mientras que desesperadamente necesitamos palabras de elogio y aceptación, es posible que cuando las escuchamos, estamos tan afirmados en el surco de lo “feo” que nos negamos a creer que es verdad. Muchos que han escuchado a otros denigrar su cuerpo temen excesivamente el envejecimiento. Temen no verse aceptables en su vejez. Una apariencia inaceptable es parte del dolor del rechazo inminente para aquellos que son sensibles en este asunto debido a un trauma en la niñez. Es importante que usted comprenda que el péndulo del comportamiento va de un lado a otro en ambas direcciones, del mismo modo que el péndulo de un reloj va de un lado hacia el otro, de derecha a izquierda. Así es que el comportamiento puede variar de un extremo al otro y todavía surgir de la misma necesidad. Si bien algunos se vuelven excesivamente preocupados por su apariencia, otros que se sienten rechazados descuidan tristemente su apariencia. ¿Qué se necesitará para que usted se acepte a sí mismo como lina criatura de Dios y cante con el salmista: “¡Te alabo porque soy una creación admirable! ¡Tus obras son maravillosas y esto lo sé muy bien!” (Salmo 139:14)? 8. Vergüenza creada por el comportamiento de los padres ¿Fue usted un hijo que tenía que ir a la cantina los fines de semana para llevar a su padre a casa? ¿O fue una hija que fue avergonzada por el comportamiento provocativo de su madre con el maestro o los muchachos de su clase? Quizá sus padres nunca asistieron a las funciones de su escuela o siempre
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discutían en voz alta en el supermercado. O quizá usted fue humillado porque, después de una sucesión de amoríos que todos parecían conocer, se divorciaron. ¿O quizá se sintió devastado por el hecho de que sus padres eran los únicos que rara vez, si es que lo hacían, asistían a las funciones de la escuela o de la iglesia donde usted tenía una parte? Los niños que crecen bajo tales circunstancias tienen dificultades para confiar en las personas o figuras de autoridad. Con frecuencia, incluso como adultos, sentimos que no tenemos el derecho de tener un lugar entre los demás. Sentimos que no tenemos el derecho de tener salud, felicidad y una familia. Con frecuencia, a causa de que la estima propia ha sido disminuida en tales situaciones, el materialismo sustituye al valor interior. La tendencia es sentir que nadie se preocupa o se interesa en lo más mínimo por usted, e incluso cuando el amor se atraviesa en su camino en la persona de su cónyuge o un hijo, o amigos, le resulta difícil creer que se trata de amor genuino. Incluso cuando su familia y sus amigos son confiables, su tendencia es creer que será herido, lastim ado y desilusionado, que las cosas no funcionarán o que será rechazado de nuevo, y con demasiada frecuencia, sus expectativas se cumplen. Los temores son, con frecuencia, predicciones del futuro que propiciamos inconscientemente. En muchos casos los hijos cuyos padres ejercen un comportam iento vergonzoso tienen que tomar la responsabilidad de jugar el papel de padre para con el pro genitor cuyas acciones son infantiles. Esto coloca una pesada carga sobre los niños, quienes no están capacitados emocionalmente para llevarla, y el resultado lógico en la adultez será la ansiedad. También es verdad que los adultos cuya familia de origen era un bochorno, sienten con frecuencia que no tienen el derecho de pertenecer a vina familia, o resisten identificarse con una
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para que la historia no se repita de nuevo. Con frecuencia du rante la adultez la mente será perseguida por ideas imaginarias, del mismo modo que ocurría en la infancia, cuando el niño fantaseaba que mamá o papá ya no lo humillarían más “esta vez”. La sensación de haber sido perjudicados y de ser diferentes a los demás, de no ser parte de la “multitud”, y las inseguridades y la desconfianza crónica de uno mismo o de los demás es común. Y como los demás no son dignos de confianza, hay con frecuencia una necesidad de controlar el ambiente, los horarios, los hábitos, e incluso, las decisiones de otros. 9. Esperar que los niños aprendan sin una instrucción adecuada y sin darles tiempo para aprender Imagine la escena: usted saca la vieja podadora de césped en una tarde de verano, sólo para sorprender a su papá con un césped recién cortado cuando llegue a casa del trabajo. Usted nunca antes ha cortado el césped, y sabe que él nunca le permitiría manejar el tractor podador que él usa, de modo que usted lo hace del modo más difícil: con la podadora de mano. Justo cuando usted acaba de dar la última pasada al césped del frente, escucha el ruido del motor de la camioneta de su padre que viene bajando la calle, de modo que usted rápidamente devuelve la podadora a la cochera. Su rostro está empapado de sudor cuando su papá entra por la puerta de la cochera, y usted anticipa una mirada de aprobación. Pero no dice nada. Durante la cena él le pregunta: “¿Qué pasó, hijo? ¿Eres tan perezozo que no cortaste el césped del patio de atrás?” Quizá se esperaba que usted actuara en algún evento so cial sin practicar lo suficiente y resultó humillado porque olvidó su parte o confundió las notas musicales. El dolor de la vergüenza, que de por sí es muy difícil soportor, se agrava mucho más cuando sus padres lo humillan verbalmente. ¿Quizá se esperaba que usted hiciera una tarea perfectamente desde la primera vez que lo intentaba? ¿Se sintió usted desilusionada
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desde la primera vez que intentó hornear un pastel que se desinfló tan pronto lo sacó del homo, y entonces tuvo que soportar las burlas sin misericordia de la familia por su fracaso? Ya como adulto, después de haber pasado por esas experiencias en la niñez, los años estarán marcados por el temor, el temor a intentar nuevas cosas que nunca ha probado antes, temor al castigo, el temor a cometer un error con los resultantes insultos y risas que añaden dolor a su fracaso. Internamente usted sufrirá una persistente sensación de inferioridad, una “sensación” de que nunca es, ni será, lo suficientemente bueno. Por supuesto, la pregunta que debiera hacerse es esta: “¿Suficientemente bueno para qué?” Y usted respondería: “Suficientemente bueno para mamá y papá; suficientemente bueno para todos; suficientemente bueno para Dios”. Si usted fue herido por esta semilla de resentimiento, puede haber desarrollado tendencias al perfeccionismo, un intento por hacer lo correcto sin importar el costo. Quizá pretenda ser ignorante, y actúe como si no pudiera realizar la tarea o el empleo, aunque tenga la habilidad para hacerlo tan bien como el mejor. La vida podría estar plagada de ansiedades, temores al futuro, temores de que su “inepto yo” quede al descubierto, temores de que —no importa lo que haga— lo hará inadecuada o chapuceramente, y que nunca logrará alcanzar las expectativas que se ha impuesto a sí mismo. 10. Aceptación condicional Una de las heridas más serias y profundamente perturbadoras de la niñez es la sensación de que las personas importantes únicamente nos aceptan si cumplimos ciertas condiciones. Es muy probable que usted en realidad fuese amado incondicionalmente, el problema es que recibió mensajes que lo hicieron creer tal cosa. Usted captó mensajes que decían: “Tú sólo eres amado cuando sacas buenas calificaciones, cuando
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tiendes tu cama, cuando te cepillas los dientes, y cuando dices gracias o por favor”. ¿Qué fue lo que hizo que usted no captara los mensajes de aceptación incondicional? Las emociones negativas, las críticas, la ira, el descuido o las miradas o palabras de desilusión. Cuando la aceptación de los padres fue condicionada, el impacto sobre usted fue más poderoso porque aquellos que deberían nutrir a un niño tienen el potencial para producir las mayores heridas. Y el resultado es que las pequeñas semillas de resentimiento comienzan a echar raíces. Si usted está pensando que no fue aceptado por sus padres por ser la persona que era como niño, sino que sólo era aceptado cuando era “bueno”, es hora de analizar los hechos. La percepción es poderosa porque se convierte en nuestra realidad. Una o dos instancias de rechazo, especialmente de parte de nuestros padres, tiene el poder de afectar la manera en que percibimos todos sus sentimientos hacia nosotros mismos. Los niños son hipersensibles a las actitudes, los tonos, el timbre de voz, y las expresiones faciales, interpretando así con suma facilidad los chascos como desaprobación. Por favor no me malentienda. Algunos aceptan a otros sólo en base a su conducta, y tal comportamiento es, ciertamente, contrario al carácter de un Dios que es todo amor. Los padres que tratan así a sus hijos les están dando el poderoso mensaje de que Dios los acepta sólo “cuando son buenos muchachos y muchachas”. Puesto que requerir obediencia sin que exista una relación de amor produce rebelión, es fácil comprender por qué los niños así tratados pueden rebelarse contra los padres terrenales o contra su Padre celestial. El paso más importante que usted puede dar es estar dispuesto a mirar dentro de usted mismo para ver cómo sus primeros años han impactado su vida y cómo continúan haciéndolo hoy. Lo que era entonces, existe ahora. Mantenga un espíritu receptivo, y pídale a Dios que le dé una mente
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amplia para comprender cómo lo que usted piensa y siente hoy fue modificado por lo que usted pensó y sintió en la niñez. Es posible recuperarse del resentimiento. Dios espera ansiosamente otorgarle el don de perdonar a aquellos que lo rechazaron y también perdonarlo a usted por su propio comportamiento falto de amor que puede haber resultado. Muchas personas que se sienten rechazadas se sienten aisladas y solitarias. Están seguras de que nadie más puede sentir la profundidad de la desesperación que ellos sienten. Es difícil para muchos identificar por qué tienen estos sentimientos abrumadores. Estas personas perjudicadas no tienen idea de que su dolor proviene de una fuente aparte de sus circunstancias actuales. La psicología popular ha enfocado el abuso sexual, físico y emocional, así como las humillaciones verbales, pero no ha destacado las influencias severamente negativas del rechazo en la vida de una persona. Muchas personas que vienen en busca de consejo dicen que no fueron capaces de identificar la procedencia de su dolor hasta que comprendieron el rechazo y cómo éste creció desde las pequeñísimas semillas del resentimiento. El rechazo es subjetivo. Es algo que usted siente, no sólo un incidente o circunstancia específica. Es una atmósfera en la que se vive, como el aire contaminado que con el tiempo baja su resistencia hasta que adquiere una infección. El rechazo es el veneno más poderoso que el diablo ha producido para atacar insidiosamente su sistema inmunológico espiritual y emocional. Y entonces, cuando más necesita la inmunidad —cuando pierde un empleo, cuando su cónyuge lo critica, o sus “amigos” esparcen mentiras respecto a usted— no tiene resistencia y el resultado es la enfermedad espiritual, emocional, y muchas veces física. Si usted reconoce algunas “semillas” de resentimiento que han sido sembradas en su vida, ahora es el momento para
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desarraigarlas, y en su lugar plantar las semillas de la aceptación de Dios. Afórrese a la verdad de que Cristo mismo fue “despreciado y rechazado [por] los hombres” (Isaías 53:3). El pasó por lo mismo, ¡tenga claro eso! Y ahora le dice a usted: “Permaneced en mí, y yo en vosotros. Como el pámpano no puede llevar fruto por sí mismo, si no permanece en la vid, así tampoco vosotros, si no permanecéis en mí... el que permanece en mí, y yo en él, éste lleva mucho fruto; porque separados de mí nada podéis hacer... Si permanecéis en mí, y mis palabras permanecen en vosotros, pedid todo lo que queréis, y os será hecho... Como el Padre me ha amado, así también yo os he amado; permaneced en mi amor... Estas cosas os he hablado, para que mi gozo esté en vosotros, y vuestro gozo sea cumplido.. . No me elegisteis vosotros a mí, sino que yo os elegí a vosotros, y os he puesto para que vayáis y llevéis fruto, y vuestro fruto permanezca; para que todo lo que pidiereis al Padre en mi nombre, él os lo dé. Si el mundo os aborrece, sabed que a mí me ha aborrecido antes que a vosotros... Estas cosas os he hablado, para que no tengáis tropiezo” (S. Juan 15:4-16:1). Es hora de detenerse y dejar de escuchar las voces de rechazo de su pasado y escuchar cuidadosamente al Dios que lo ama incondicionalmente! ¿Está usted escuchando?
Capítulo 9
Cuando usted es¿jotpeado por eíaSuso emoáonaí “El abuso verbal es como una cinta grabada que nunca para de tocar”. Gregory L. Jantz.
“Palos y piedras pueden romper mis huesos, pero las palabras nunca me herirán. Y cuando yo muera, llorarás, por todos los apodos que me has puesto”. Era sólo un refrán de la infancia, repetido cuando otros niños herían nuestros sentimientos con palabras o sobrenombres. Era otra forma de hacemos los sordos ante la oposición. Yo (Nancy) lo escuché una y otra vez, y lo aprendí de tal modo que yo misma lo decía bastante, aunque todos sabíamos que el mensaje era mentira. Era una forma de calmar el dolor de las palabras hirientes, aunque fuera por un momento. ¿Qué más puede decir una niña en respuesta a los insultos y las burlas? ¿Cómo detiene un niño sensible las heridas del rechazo a fin de que no se hagan más profundas? Era la anhelante idea de que quizá si lo repetíamos muchas veces, por algún efecto mágico lograríamos desviar el dolor. Pero nunca funcionó, y yo cargué a cuestas durante muchos años el dolor del rechazo por causa de palabras desconsideradas que se me dirigieron durante mi infancia. Gail fue mi más querida amiga de la infancia. Ambas pertenecíamos a la minoría. Ella era judía. No había otros niño» judíos que viajaran en el autobús de nuestra escuela. Y yo era gorda. Formábamos una buena pareja y nos complementábamos la una a la otra. Un día los niños comenzaron a burlarse de ella. Al siguiente día me tocó a mí ser objeto de abuso. A ella le decían “judía cochina”. Y a mí me apodaban “gordinflona”. Siempre nos sentábamos juntas en el autobús para darnos apoyo moral. Ambas nos sentíamos
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alienadas del resto de nuestros compañeros de clase y. humilladas por sus constantes burlas. Si bien la teología y el estilo de vida de nuestras familias era sumamente diferentes, nuestro dolor nos unía en un lazo de amor y supervivencia. Mi familia era más estricta que la de ella y me rodeaba con elevados parámetros de sobreprotección. Los momentos que me permitían jugar en su casa eran muy limitados y tampoco permitían que ella jugara mucho en la nuestra. Decían que temían su influencia y la falta de supervisión en su hogar. Pero yo encontraba en su hogar lo que me faltaba en el mío, y ella encontraba en el mío lo que le faltaba en el suyo. Cuando Gail venía a mi casa recibía el cálido afecto que se le negaba en la suya. Cuando yo iba a su casa, me sentía libre de la sobreprotección de cuatro adultos (mis padres y mis abuelos) que vivían en mi casa. Era allá donde yo podía chapotear en el arroyo que estaba detrás de su casa o beber un refresco de soda y comer un emparedado de mostaza. (¡No puedo creer que hayamos comido tal cosa!) Fue allí donde aprendí a disfrutar la comida judía y donde teníamos la libertad de prepararla cada vez que queríamos. Y fue en mi casa donde ella aprendió acerca del incondicional amor del Salvador, a quien mi familia servía. Yo celebraba el Año Nuevó Judío en su casa y ella celebraba la Navidad en la mía. Mis padres, sin embargo, sentían sus propios valores amenazados mientras yo me hacía amiga cada vez más íntima de una niña cuyo estilo de vida era tan diferente. Pero cuando ellos trataban de separamos, no contaban con los lazos tan fuertes que se habían establecido entre nosotras, ni entendían las razones psicológicas que lo habían permitido —nosotras dos unidas ante el mundo hostil. El verano cuando Gail cumplió los 16 años y obtuvo su licencia de manejar, recorrió en el carro de su familia los 150 kilómetros de distancia hasta donde se encontraba la reunión
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campestre que tenía nuestra iglesia y se quedó durante la noche en nuestra tienda de campaña. Su llegada fue motivo de gran sorpresa para todos nosotros. Llegó al campamento en el momento en que me encontraba en una reunión, entró a la carpa donde se celebraba la reunión y se sentó a mi lado. Trabajó conmigo en la limpieza del plantel y me acompañó a todas las reuniones, donde cantó los himnos y se inclinó en oración como si fuera una de nosotros. Mis padres quedaron desconcertados por este hecho y todavía no comprendían por qué eran tan intensos los lazos comunes de dolor que compartíamos. ¡Al dolor le gusta la compañía! Todos los niños sufren a veces por las palabras desconsideradas de otros y sufren el dolor del abuso emocional. Demasiados sufren abuso verbal en su hogar, o como en el caso de Gail, el descuido em ocional. Yo, al menos, fui lo suficientemente afortunada como para tener el colchón emocional de una amiga durante todos aquellos años que me sentí rechazada por mis compañeros de clase. ¿En qué consiste el abuso verbal o emocional? En cualquier palabra que no eleva ni edifica. Puede ser, incluso, la herida que causa el no escuchar nunca palabras de afirmación y elogio. Con esa amplia definición, ¿quién no ha sido alguna vez víctima de algún tipo de abuso emocional? ¿Por qué son tan destructivas las palabras hirientes? En su libro titulado Healing the Sears o f Emotional Abuse (Sanando las cicatrices del abuso emocional), Gregory L. Jantz bosqueja la respuesta a esta pregunta. Dice que el abuso emocional “es dañino porque sobrevive su propio curso de vida. No sólo hace daño a la estima propia de la persona en el momento en que se abusa de ella, sino que establece un patrón vital que asalta diariamente el ser interior” (p. 31). Puesto que todos nosotros como seres humanos giramos alrededor del eje de nuestra estima propia y sentimos que somos
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un éxito o un fracaso basados en el punto de vista que tenemos de nosotros mismos, el abuso emocional puede ponemos sobre un carrusel que toca continuamente la música de los insultos que hemos recibido. Su velocidad y su intensidad destructiva se incrementan con cada palabra degradante que se nos lanza en nuestro camino. Jantz explica después que el abuso emocional roba a sus víctimas el sentido de seguridad y valor. La vida tiene un orden, y los seres humanos necesitan ese orden. Necesitan saber lo que pueden esperar. Les ayuda a sentirse seguros y a sentir que tienen el control de su vida. La víctima de abuso emocional por lo general no puede predecir la ocasión, el lugar o la intensidad del abuso futuro. El abuso depende del humor en que se encuentre el ofensor. Para el niño, la vida es tan incierta como el estado de ánimo de los padres. Si la madre se despierta feliz, entonces quizá el niño pueda irse a la escuela sin ser golpeado por palabras hirientes. Pero si la madre amanece de mal humor, no importa lo que el niño haga, existe la posibilidad muy real de que será criticado o que se le gritarán improperios. Es aterrador cuando _por muy bien que se porte el niño— el abuso no se detiene. Si la víctima no logra obtener el control que se necesita para detener las ofensas, entonces siente que el ofensor tiene todo el control de sus emociones y sus respuestas y que la están moviendo como una marioneta. El abuso emocional crea en sus víctimas una sensación de temor, de que no hay momentos seguros en que el abuso no
pueda ocurrir, que no hay palabras apropiadas para evitar el ataque o para usarlas como una reacción que detenga al ofensor. Especialmente para un niño, no hay un cierre, no hay fuerza de voluntad que valga, y no hay forma de arreglar el asunto sin recibir el daño. Debido a que el temor es un agente paralizante, sus víctimas se sienten impotentes para detener el trauma. Es como estar
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en una pesadilla donde usted trata desesperadamente de correr, pero las piernas no le responden. Por tanto, se queda estático, inmóvil, incapaz de escapar de las palabras hirientes o las miradas intimidantes. El mensaje implícito del abuso emocional es similar a la amenaza que representa una pistola cargada. Puede ser que las palabras no maten el cuerpo, pero tienen el poder para destruir el espíritu. El sentimiento de culpabilidad es otro resultado del abuso emocional. El dañino sentimiento de culpabilidad, que se
desintegra en destructivos sentimientos de vergüenza, hace que la víctima sienta que nunca logrará ser aceptable o valiosa. La culpabilidad nos da el mensaje de que hemos hecho algo erróneo o descuidado lo correcto. La vergüenza va más allá de la culpabilidad, a niveles más profundos en los que pensamos y sentimos que somos defectuosos. La vergüenza hace que nos sintamos incorregibles, sin esperanza de cambio o mejoría. Es clara la razón por la cual Satanás quisiera que todos viviéramos avergonzados. En ese caso tendría que luchar muy poco para vencernos, porque nosotros nos negaríamos a presentarle batalla. Cuando uno sabe que de todas maneras va a perder, ¿para qué luchar? ¿No sería más fácil darse por vencido? La ira es otra razón por la cual el abuso emocional es tan dañino. Las experiencias de injusticias dejan a la víctima llena
de ira y con temor a expresarla. Este embotellamiento de una emoción destructiva tiene el potencial de causar disfunciones físicas, emocionales y sexuales en la vida de sus cautivos. Esta ira aumenta hasta ponerse al rojo vivo según día tras día se atiza el fuego original cada vez que se efectúa un nuevo ataque. En otras palabras, el abuso del momento hace que todos los abusos antiguos resurjan a la superficie, lo cual hace que el dolor sea todavía más intenso. La muerte temprana y trágica de David es un perfecto ejemplo de la ira destructiva creada por el abuso emocional. Él
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era el hijo del medio, nacido entre una hermana mayor y un hermano menor. Como el hijo varón mayor, se esperaba que llevara las responsabilidades de un adulto, y cuando no las cumplía —sin razón alguna— recibía un severo abuso emocional y físico de manos de su padre. Hemos visto a David bajado a patadas por todo un tramo de escaleras, con su padre gritándole improperios a lo largo del recorrido. David fue testigo, desde niño, de las repetidas golpizas que aquel hombre embrutecido le propinaba a su madre y se había sentido abandonado por ella, cuyo cuerpo, herido y golpeado, no le permitía levantarse del sillón para cocinar, lavar la ropa, o realizar las tareas rutinarias del hogar. David había observado horrorizado cómo su hermana —que había sido violada por su padre— se casaba con un tipo que la trataría igual que su padre había tratado a su madre durante 24 años. Se sintió aliviado cuando, después de un año de golpizas, Laurie dejó a su perseguidor, pero pronto ésta se casó de nuevo. Esta vez ella se casó con un “buen” muchacho, uno que no la golpearía, pero el momento de la verdad vino vinos seis años más tarde, cuando la golpiza que recibió en este matrimonio casi le costó la vida. David había estado al lado de Laurie cuando ella se divorció de su esposo número dos, y ella había recibido la plena custodia de sus hijos. ¿Por qué se sentía ella impulsada ahora a entrar en otra relación destructiva de concubinato? ¿No podía vivir sin un hombre? Y fue David quien descubrió el cuerpo sin vida de su hermano menor colgado de un asta de bandera; quien buscó todos los medios de rescate disponibles para bajar a Mark, esperando que pudiera ser revivido. Fue David quien tuvo que desempeñar la ingrata tarea de decirle a su mamá que su hijo menor se había suicidado. ¿Por qué? Porque se odiaba a sí mismo por ser exactamente como su papá al haber golpeado a su novia en vina cita que habían tenido esa noche. David había observado al
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espíritu de su madre morir en aquel funeral, culpándose a sí misma por no ser lo “suficientemente buena” madre para evitar esta inútil pérdida. David había estado allí para sostener la mano de su madre y confortarla cuando los médicos anunciaron su diagnóstico: Cáncer del pecho. Prognosis: pobre. Seis meses de vida. Se preguntaba: “¿Fueron todos los golpes que papá le dio en los senos los causantes de esta irreparable pérdida?” Estuvo allí, al lado de su cama, cuando ella fue internada en el hospital donde iba a morir. Verla fue para él sumamente deprimente, le revolvió el estómago, pero más que todo su corazón, intensificando la ira que había estado acumulándose y creciendo desde su infancia: ira hacia el hombre que él sentía que era responsable por todas las desgracias de la vida de toda su familia, incluyendo la suya propia. Las palabras insultantes de su padre todavía resonaban en sus oídos, porque él continuaba en el único empleo que sentía que podía desempeñar: trabajar para su padre en el taller mecánico. Afortunadamente, su papá no estaba presente todos los días, pues vivía en otro Estado con la mujer con quien se había casado después de divorciarse de su esposa, la madre de David. Mientras que el dolor semanal se intensificaba por teléfono, los viejos insultos y humillaciones resonaban ruidosamente en sus oídos durante todo momento que estaba despierto. Llegó a darse cuenta que su padre todavía lo controlaba a través del dolor y del persistente recuerdo de las viejas ofensas y humillaciones. ¡David odiaba a su padre! Todos lo sabíamos, y nadie podía culparlo por ello. Nosotros sabíamos que el odio lo destruiría finalmente, y se lo dijimos. Le suplicamos que buscara ayuda profesional para que pudiera liberarse de las emociones que lo controlaban. Pero David no buscó ayuda; quizá pensó que no merecía alivio. Más bien, soportó la tortura de la muerte y el funeral de su madre y mantuvo oculta en lo más profundo de
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su corazón la violenta ira que controlaba cada sorbo de aliento. Un caluroso día de verano descubrieron el cuerpo ya descompuesto de David. El hedor de la muerte había escapado de la casa y se había esparcido por el vecindario, impulsando a un vecino a llamar a la policía. Se nos dijo que era un espectáculo horrendo el que ofrecía, y no tuvimos deseos de saber más. El médico forense descartó las drogas, el alcohol y cualquier otro vicio y pronunció que la causa de muerte había sido un ataque masivo de corazón. El corazón de David literalmente explotó por el estrés de la pérdida, combinado con las emociones asesinas del odio y la ira. Finalmente la cinta magnética de los insultos y las humillaciones que se le infligieron a él y a sus seres amados por un padre totalmente fuera de control, había dejado de tocar. El dolor del abuso emocional es tan dañino porque las cintas de los recuerdos tocan una y otra vez, y controlan las decisiones de la víctima hasta que la cinta se rompe o el herido por el abuso muere. Es posible que usted se pregunte qué clase de bruto haría cosas tan viles a su familia. ¿Hasta dónde había controlado Satanás la vida de este padre que lo indujo a crear taí desastre en la vida de sus hijos y brutalizar a su esposa durante un cuarto de siglo? El padre de David fue también una víctima. Había sido criado en un hogar muy violento por un padre que también estaba totalmente fuera de control. Un hombre que abusaba públicamente de su esposa, y cuyo odio por sí mismo fue perpetrado sobre toda su familia. Hubo varios hijos en la fa milia, y Ben (el padre de David) no fue, ni por lejos, el favorito. Un Día de Acción de Gracias, los parientes políticos y otros parientes estaban reunidos en casa de los abuelos de David. Veinte o más personas estaban reunidas alrededor de la mesa.
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En un momento, durante la comida, el abuelo notó que su esposa se había dejado caer una gota de aderezo en la ropa. Se levantó de su asiento, fue a la cocina en busca de un trapo con el que se fregaban los platos, y comenzó a pegarle en el pecho a su esposa con el puño envuelto en el trapo mientras le gritaba improperios y obscenidades por haberse manchado. Tbda la familia fue testigo del evento, y por primera vez una ventana de comprensión se abrió para comprender el origen del brutal comportamiento de su hijo Ben. En la mente de los que estaban sentados alrededor de la mesa surgió la crítica y explicaciones de lo que había ocurrido. La mente humana necesita terminar lo que empieza. Necesita rana respuesta, y si no se nos da ninguna, la fabricamos nosotros mismos. Casi con seguridad hubo tantas opiniones como per sonas estaban sentadas a la mesa. Todos diferimos en temperamento, vivencias, educación, etc., y como nuestros fundamentos varían tanto, la estructura de comportamiento de cada uno es diferente a la de los demás. Deberíamos tomar cuidadosamente en consideración todo esto antes de juzgar o criticar lo que no comprendemos o aprobamos en otros. No tenemos derecho de sentarnos en el banco del juez cuando no hemos escuchado todas las evidencias. Y cuando creemos que las conocemos todas, lo más seguro es que apenas conocemos una fracción de ellas. Si bien había sido hábito de la familia juzgar a Ben, el padre de David, muy duramente, y no aceptarlo en las reuniones familiares y eventos especiales, nuestras respuestas podrían haber sido muy diferentes si hubiéramos conocido toda la verdad acerca de la familia de la cual provenía. Por supuesto, esto no excusa el comportamiento abusivo del padre de David, pero explica las razones que lo hacían ser así. Si el abuelo era capaz de tratar a su esposa como lo hizo ante la vista de muchos invitados sentados alrededor de la mesa, ¿qué no sería capaz de hacerles a su esposa
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y a sus hijos cuando no había testigos presentes? Podríamos rastrear el linaje de David tan lejos como los registros nos permitan, y si nos remontáramos hasta el mismo comienzo, terminaríamos en el Jardín del Edén. Fue allí donde Satanás lanzó su primer ataque sobre nuestros primeros pa dres, cuyo daño ha envenenado desde entonces a sus hijos y a los nuestros. ¿Deberíamos sólo encogemos de hombros y decir: “¿Qué podemos hacer”? ¿Cómo podríamos detener al ejército destruc tor de Satanás? Podemos hacerlo un paso a la vez, y el proceso comienza en nuestras mentes, la suya y la mía. Es necesario tener conciencia de las fuerzas que luchan contra nosotros, y se requiere confianza en la omnipotencia de Dios, cuyo poder excede por mucho al de su enemigo. Se requiere una disposición a decir: “Yo no puedo, pero tú puedes, Señor”. Se necesita una entrega completa, franqueza y vulnerabilidad. Se requiere una disposición a decir: “Soy culpable. Puede ser que el dolor que siento no sea mi responsabilidad, pero mis acciones son mi responsabilidad, porque ellas terminarán dañándome a mí y a todos los que me rodean. Reconozco que todo el poder del cielo está disponible para guiarme hasta que salga del cautiverio de Satanás hacia la libertad que se puede hallar en Jesucristo. Yo debo tomar la decisión”. David sufrió más que abuso emocional. Todas las formas del abuso infligen golpes dañinos a nuestras emociones. En el abuso físico la víctima se siente desamparada, indigna y desechada. Estas son emociones, así que podríamos decir que el abuso físico produce abuso emocional. Lo mismo ocurre con el abuso sexual, en el cual el resultado más devastador es la pérdida de sentido del yo. La víctima termina confundida con respecto al valor y la dignidad, la identidad, la posición en la vida, y esta confusión produce comportamientos que perjudican aun más los sentimientos de una víctima.
CÓMO SUPERAR EL
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El mensaje recibido por la víctima es lo que determina el daño. La mayoría de las formas de abuso proyectan un estridente mensaje que ataca la identidad personal y la estima propia. Estos mensajes, ya sean verbales o silenciosos, tienen el propósito de avergonzar, devaluar y menospreciar, pero el propósito verdadero es controlar a la víctima. Si estos mensajes son dados por una persona de la cual la víctima necesita recibir amor y dirección, producen resultados más devastadores. Si son dados por individuos en quienes se confiaba previamente, tienen mayor peso. Debido a que la persona que ha sido abusada cree en el abusador, las palabras y las acciones abusivas llegan a ser parte establecida del sistema de creencias de la persona sobre el cual basará sus futuras decisiones. No todos los abusadores están conscientes de lo que se proponen y del verdadero daño que le hacen a otro ser humano. Algunos simplemente viven y hacen aquello a lo que fueron expuestos o de lo que fueron víctimas, y otros saben muy bien que están siguiendo sus propios planes para controlar a otra persona. Así como el padre de David, muchos están actuando en función de lo que les hicieron y lo que parecía ser una conducta normal. El abuso se había convertido en un hábito; un estilo de vida. Cuando alguien es herido de nuevo una y otra vez, se establece finalmente un sistema de creencias acerca de la dignidad y el valor. Es a partir de ese sistema de creencias que el individuo que ha sido abusado vivirá durante el resto de su vida si no ocurre alguna intervención sanadora. Las víctimas de repetidos abusos buscan a aquellos que vuelven abusar de ellos y sabotean las relaciones saludables. Puede ser que no les gusten las palabras que se les dicen o las cosas que se les hacen, pero los sentimientos que los daños que se les infligen crean dentro de ellos llegan a ser parte de su identidad. Si hallan un amigo que no abusa de ellos, lo dejarán porque no se sienten cómodos en la zona de seguridad del amor, la protección y el cuidado de otros.
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Hace poco, mientras hablaba a un grupo de mujeres de un asilo de mujeres golpeadas, yo (Nancy) pedí a las participantes que cerraran sus ojos. “Recuerden aquellos tiempos cuando tuvieron un novio que era íntegro y de una mente sana, que las trató en una forma amante y respetuosa. Recuerden cómo se sentían cuando estaban con él. ¿Qué hicieron específicamente para terminar esa relación?” Las observé intensamente, buscando alguna respuesta fa cial o emocional al recuerdo que les había evocado. Unas pocas lloraron; otras asintieron con sus cabezas indicando que estaban de acuerdo. Entonces les dije: “Cuando yo cuente hasta tres, digan su nombre en voz alta”. No hubo una sola voz que permaneciera silenciosa en el grupo. Un mujer dijo: “Esto es totalmente increíble. Yo creí que era la única estúpida en el grupo. Pero todas éstas saben exactamente a quién abandonaron para casarse con alguien que abusaría de ellas en la misma forma en que habían sido abusadas antes”. La triste verdad se hizo evidente aquel día: aquellas mujeres que habían sido abusadas eligieron hombres abusivos para mantener su distorsionada identidad. Lo que asombra aquí es que por falta de conocimiento el espíritu de estas mujeres estaba pereciendo. Mientras discutíamos alrededor de la mesa, las mujeres llamaron mi atención a su propio comportamiento que demostraba el abuso emocional a que habían sido sometidas en su niñez. Estos incluían lo siguiente, y cada uno se relaciona con una de las tareas del desarrollo emocional de Erik Erikson: Confianza, autonomía, iniciativa, laboriosidad, identidad, e intimidad. • La baja estima propia es un ataque a la capacidad para confiar en uno mismo o en otros, lo cual debería haberse desarrollado durante los primeros 18 meses de vida. Con el tiempo los abusadores rebajan la estima propia de sus víctimas y, al hacerlo, son capaces de atar a sus víctimas
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consigo mediante una cadena invisible de temor y desconfianza propia. El mensaje recibido es: “Necesito a mi abusador. No puedo confiar en mí mismo. No puedo hacerlo por mí mismo”. • La falta de confianza propia es un ataque a la capacidad de uno de tomar decisiones, en efecto, un ataque contra la autonomía de la persona. El fundamento básico de la autonomía se foija entre los 18 meses y los tres años de edad. La víctima rinde la facultad de gobernar su vida al abusador, aunque las decisiones que éste toma con frecuencia van en contra, de lo que la víctima siente que es correcto o apropiado. • El exceso de trabajo o perfeccionismo, y su opuesto, la falta de motivación o de valor para intentar las cosas. Este es un ataque al desarrollo de la iniciativa, que se encuentra en el tercer nivel de las tareas del desarrollo según Erik Erikson, que se forma durante los años de la etapa preescolar, o sea, de los tres a los seis años de edad. Aquellos que han sido abusados se esforzarán por esconder o proteger la verdad, sobrecompensando con largas horas de trabajo y con la necesidad de cumplir toda tarea a la perfección. O de plano se dan por vencidos y ni siquiera lo intentan. • El bajo rendimiento y una sensación de fracaso son los resultados de la desesperanza interna creada por el abuso emocional. Muchos sienten que, siendo que nunca han logrado tener éxito, terminar un proyecto o realizar algo que deje satisfechos a los demás es imposible. Son tanto incapaces como inmerecedores del éxito, y harán lo que sea para impedirse a ellos mismos alcanzar su potencial. Esto es un ataque a la tarea del desarrollo de la laboriosidad que esperamos ver en los niños durante los primeros años de su vida escolar, es decir, de los seis a los doce años. • La inhabilidad para establecer su condición de persona, una
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sexualidad saludable, am istades significativas yresponsabilidades de adultos. Erik Erikson señala que los
años de la adolescencia están dedicados a la tarea de forjar una identidad. Es durante este tiempo que los adolescentes deben establecer quiénes son, como individuos separados de sus padres y sus familias. Los cambios físicos y hormonales que ocurren durante estos años complican el paso de la niñez a la edad adulta. El niño que ha sido abusado tiene mayores luchas porque la edad adulta requiere responsabilidad y realización. Si ellos se sienten indignos, inadecuados y temerosos a los cambios, permanecerán atrapados en la red de su familia o en la de cualquiera que pueda dirigir o controlar su vida. Es por eso que una y otra vez, las mujeres abusadas eligen hombres controladores. Es por eso que los adolescentes se someterán a las demandas sexuales que se les imponen y se conformarán con las presiones sociales de compañeros irresponsables. • El aislamiento, la soledad y la alienación, o un impulso hacia la conexión sexual que resulta en relaciones instantáneas que van desde el “bar” hacia el dormitorio. Los individuos abusados
anhelan la intimidad, que es la tarea psicológica en el desarrollo deljoven adulto, de los 18 a los 35 años de edad, pero no saben cómo establecerla. A causa del daño que se les ha infligido confunden la palabra intimidad con la palabra sexo. Es por eso que su conducta puede irse a los extremos, según la naturaleza del abuso que hayan sufrido y de sus propias características innatas. Muchas víctimas se sienten aisladas, mientras están en compañía de otras personas en una sala abarrotada de gente; otras sienten que deben conquistar sexualmente a cualquier persona con quien se encuentren. La verdadera intimidad es la conexión de mente con mente.
En una relación saludable la sexualidad no es un ingrediente necesario, pero en el matrimonio se convierte en la expresión
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física de la conexión emocional de la pareja y el símbolo del compromiso de ser una sola carne durante toda la vida. Dos amigos del mismo sexo pueden intimar el uno con el otro sin suscitar sentimientos sexuales. Tome, por ejemplo, la forma como yo (Nancy) he trabajado con mi co autora, Kay, en el desarrollo de este libro. Nos habíamos reunido varias veces antes, pero no habíamos tenido oportunidad de compartir personalmente en ningún sentido. En la atmósfera tranquila del hogar de Kay que queda en las montañas de Tennessee, nos sentamos en dos sillones reclinables una frente a la otra, y comenzamos a discutir lo que Ron y yo teníamos en mente con respecto al libro. Y algo ocurrió. Mientras escribíamos el contenido, sentimos una libertad de compartir la una con la otra nuestras historias personales que nunca habíamos compartido con nadie más, fuera de nuestros esposos. Esa sensación de confianza y comodidad entre Kay y yo es lo que Dios se propuso que debiera existir entre dos amigos o amigas que estarían dispuestos a dar la vida el uno por el otro. Es el gozo de compartir entre el esposo y la esposa. Es la relación que Dios desea tener con nosotros como sus hijos muy amados. La verdadera intimidad es sentirnos uno con la otra persona sin temor a la traición o la retribución. Consiste en compartir profundamente las cosas
del alma sin temor a ser juzgados o criticados. La habilidad para tener intimidad depende de elementos que deben adquirirse durante las diferentes etapas del desarrollo en la vida de un niño. Por ejemplo, en la primera etapa, el niño desnudo y mojado es colocado sobre el abdomen de la madre y busca instintivamente el pecho de esta. Esta intimidad forma la base sobre la cual el niño edificará durante los años por venir, hasta que culmine en la intimidad sexual con un cónyuge. A medida que se desarrolla la intimidad en los años de la
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adolescencia, abarca todas las experiencias previas, tanto positivas como negativas, y cada una desempeña una parte en la habilidad o incapacidad futura del adolescente o el adulto para experimentar la verdadera intimidad con otra persona. El abuso emocional distorsiona los designios divinos para la intimidad. Exige sumisión; la entrega de la condición de persona a la prisión de satisfacer las demandas o suplir las necesidades de otra persona. Intenta hacer que la víctima siempre esté equivocada mientras que el abusador mantiene la condición de estar en lo correcto. Incluso la verdad es recibida con suspicacia, de manera que la otra persona nunca sienta que tiene la razón. Una persona no puede durar mucho en una relación donde estar equivocado es xana constante. La necesidad de estar en lo correcto precluye la intimidad. La necesidad de distanciarse con el propósito de captar cierto grado de dignidad y valor se convierte en una fuerza impulsora para aquel que ha sido emocionalmente abusado. El abuso emocional les cuenta a quienes lo sufren la permanente mentira de que son indignos y presenta delante de ellos la falsificación satánica de la intimidad: el s§xo ilícito. Es por eso que las películas de hoy, los programas de TV, las telenovelas, las novelas románticas, las revistas y las carteleras son tan seductoras para las personas heridas por el abuso. Se refieren a la necesidad de conexión pero ofrecen una versión falsa que produce una emoción pasajera. Cada conquista sexual sólo reafirma lo que la persona abusada ya sabe, que ella no vale nada aparte de la actuación sexual. Cada golpe de abuso emocional incrementa el nivel del rechazo almacenado. ¡Pero esto es remediable! Con Dios nada es imposible (véase Marcos 10:27). Si usted quiere aprender y está dispuesto a examinarse a sí mismo, su pasado y su presente, la gracia de Dios (su ayuda inmerecida y gratuita) le ayudará a vaciar su
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depósito de resentimientos y llenarlo con la aceptación divina. Siempre hemos leído que Jesús fue despreciado y rechazado, “varón de dolores y experimentado en quebranto” (véase Isaías 53:3). Es sólo cuando leemos un poco más el comentario de los primeros años de su vida que comprendemos la extensión de su rechazo; incluyendo el de su propia familia y los vecinos de su pueblo. Sólo podemos imaginar los palos y piedras emocionales que les fueron lanzados durante su vida. Podemos escuchar los insultos de sus compañeros de juego: “Ea, tú no tienes papá”. Podemos escuchar a sus celosos hermanos que lo acusan: “Crees que eres un santurrón. Pero lo único que te interesa es ganar puntos con los viejos”. Escuchamos la murmuración de adultos insensibles cuando él pasaba cerca: “Allí va el hijo ilegítimo de María. ¿Te imaginas venir con el cuento de que fue embarazada por el Espíritu Santo? ¡Ja, ja, ja!” ¿Cómo debe haberse sentido Jesús? Cuando sabemos que él soportó todo lo que nosotros tenemos que soportar, nos ayuda a sentimos mejor. “Porque no tenemos un sumo sacerdote que no pueda compadecerse de nuestras debilidades, sino uno que fue tentado en todo según nuestra semejanza, pero sin pecado” (Hebreos 4:15). Si has sido víctima de abuso emocional, aliéntate con esta maravillosa promesa de nuestro amante Padre que está en los cielos: “Y te será puesto un nombre nuevo, que la boca de Jehová nombrará. Y serás corona de gloria en la mano de Jehová, y diadema de reino en la mano del Dios tuyo. Nunca más te llamarán Desamparada... Porque el amor de Jehová estará en ti... A sí se gozará contigo el Dios tuyo”. Isaías 62:2-5.
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CAPÍTULO 10
¿Quién soy? Un niño inocente- o un adulto apasionado. “El abuso sexual es el golpe final que sabotea el alma en una traición definitiva; se burla del gozo de la relación y derrama desdén sobre el fuego de la pasión”. Dan B. Allender.
En la década de 1960 se publicó una autobiografía que causó un terrible impacto sobre la opinión pública norteamericana. Fue escrita por una mujer que conocemos como Sybil, quien había sufrido un inenarrable abuso sexual. El daño que sufrió arrojó su vida al abismo de la desesperación hasta que buscó la ayuda de un psiquiatra. En su proceso de recuperación Sybil demostró un increíble desfile de más de quince personalidades. La historia de Sybil, comprada por Hollywood, nos ayudó a damos cuenta de una enfermedad psicótica conocida como Mal de Personalidad Múltiple (MPD, por sus siglas en inglés). Al ver la película uno comienza a comprender el caos que tal enfermedad crea en las vidas y en las relaciones de sus víctimas. En el caso de Sybil, ella se había fragmentado en varias identidades alternas para soportar el severo dolor físico, psicológico y sexual que había experimentado desde muy niña. El recuerdo consciente del abuso que había sufrido se había archivado en lo más profundo e inaccesible del subconsciente. Sin embargo, el trauma de aquellos hechos ocurridos temprano en su vida orquestaban la fractura de su yo y daban origen a su incapacidad para comprender lo que le estaba ocurriendo. El resultado fue que la vida de Sybil se encontraba en ruinas
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y sus relaciones con los demás experimentaban tumbos continuos y por lo tanto morían pronto. El amor y la aceptación que necesitaba desesperadamente, no podía conseguirlos, porque no podía confiar en sí misma. Su identidad como ser humano había sido pisoteada y destrozada. Sus diversas personalidades, que aparecían en escena como si surgieran de la nada, subrayaban la triste y desesperada condición de su vida. El abuso sexual que Sybil había sufrido fue perpetrado por la persona que tenía la responsabilidad de protegerla: su madre. Cuando falta la conexión de amor que debería existir entre los padres y los hijos, la experiencia resultante es el rechazo, el sentimiento de no pertenecer a nadie, de ser un extraño, de no valer nada y de no ser importante para nadie. También es cierto que el progenitor a quien le toca ofrecer mayor apoyo tiene el mayor potencial de crear el daño más severo. Cuando uno de los padres muestra, por un lado, amor y adoración hacia el hijo o la hija y, por el otro lado, humilla y viola, la mezcla de mensajes crea un caos psicológico en la mente del niño. En esencia, todo abuso sexual produce sentimientos de rechazo en la víctima. El Dr. Dan B. Allender, en su libro clásico The Wounded Heart [Corazón herido], describe el abuso sexual como una traición, “una desconsideración o daño hecho a la dignidad de otro como resultado de que uno se dedica a buscar la vida lejos de Dios”. El hecho es que, con Dios siempre hay aceptación; sin él, no hay sino rechazo. Allender sigue diciendo que el abuso sexual tiene tres niveles: “La incapacidad de la familia para nutrir al niño an tes del abuso, el acto traidor del ofensor, y la falta de protección ofrecida por el padre que no es el ofensor” (p. 130). El rechazo es evidente en cada nivel. El primer nivel es un ambiente familiar que no nutre todos los aspectos de la vida del niño. Cuando las necesidades básicas de un niño no se suplen, el niño interpreta la omisión como rechazo. En el
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segundo nivel, al forzar al niño a entrar en un papel de adulto, se lo rechaza como una criatura inocente no sexual. Y en el tercer nivel, la falta de protección de la familia le da al niño el claro mensaje de que no es digno de la clase de cuidado e interés que debería haber evitado el abuso, o si no hubiese podido prevenirlo, al menos no lo hubiese barrido debajo de la alfombra para proteger el buen nombre de la familia o el ofensor. Los niños se sienten rechazados cuando se los induce a pensar que otros son más importantes que ellos. Cuando los niños sienten el rechazo, una avalancha de sentimientos y comportamientos destructivos caen sobre ellos y los aplastan: baja estima propia, temor, ansiedad, sentimientos de culpabilidad, depresión, ira, hostilidad y agresión. El hecho es que los niños (siendo que Dios ha instalado en ellos el programa que contiene las leyes para el funcionamiento saludable de la mente y el cuerpo) no están preparados para la introducción a la sexualidad. La mente no estará en condiciones de comprender la profundidad y el significado de la intimidad sexual hasta que la anatomía y la fisiología del cuerpo hayan madurado lo suficiente como para manejar los comportamientos sexuales. La mayoría de los especialistas estima que la madurez sexual (no la capacidad para la reproducción) ocurre alrededor de los dieciocho años. Las leyes de Dios que gobiernan la mente requieren que el sexo ocurra dentro del compromiso de los votos matrimoniales, y cualquier conducta sexual fuera de ese vínculo está en directa oposición a la ley, creando confusión y culpabilidad internas. Cuando ocurre el abuso sexual en la niñez, el valor del niño esjuzgado según los servicios sexuales que provee. El abuso sexual cambia el foco de la estima propia del niño de su persona a lo que hace. Para el niño, el abuso sexual crea con frecuencia dolor tanto físico como fisiológico, a veces tan severo que la única forma en que la mente y el cuerpo pueden manejarlo es desunir o dividir
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el yo para no sentirlo. Muchos adultos, cuya historia incluye abuso sexual repetido, testifican que ellos “veían el abuso de que eran objeto desde otro lugar en el cuarto”. Esto con frecuencia crea el fundamento para el mal de personalidades múltiples y/o la necesidad de clausurar los sentimientos cuando otra situación, más tarde en la vida, amenaza la seguridad física o emocional. Los niños que han sido objeto de abuso, además del dolor físico y psicológico que sufren, viven con frecuencia bajo la amenaza de que si la verdad se llega a saber, serán asesinados ellos y sjjs padres. Muchas veces estos pequeñitos no hallan lugar adonde recurrir en busca de seguridad, porque aquellos mismos que debieran protegerlos son los culpables del daño. Esto obliga a los niños que han sido objeto de abuso a entrar en invisibles cámaras de tortura, encerrados en prisiones de mentira y “secretitos sucios”. Estas víctimas son aisladas de aquellos que debieran o pudieran escucharlos, confortarlos y rescatarlos. Si no hay un lugar seguro donde los niños abusados puedan contar lo que les ha ocurrido, se aferran al dolor y lo recuerdan una y otra vez exagerando el daño cada vez más. Si hubiera un lugar seguropara que los niños compartieran lo que les ha ocurrido y hubiera adultos considerados e interesados que los escucharan y los convencieran de que no son culpables, y los validaran, y dieran los pasos necesariospara detener el abuso y hacer que el abusador sufriera las consecuencias legales, el impacto del dolor y la confusión emocional disminuirían grandemente.
Pero en lugar de eso, muchos padres sabotean el proceso de sanidad cuando colocan la culpa, sin darse cuenta, sobre el mismo niño, al guardar el secreto para proteger el buen nombre de la familia, del perpetrador, o incluso de una organización de la iglesia. La carga de culpabilidad que debería caer sobre otros, es llevada únicamente por la víctima. Los niños que han sido
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abusados comienzan a temer de otros que tienen el potencial de volver a infligir sobre ellos un daño similar. Es muy común que se retiren a un mundo interno, donde viven solos con su dolor. El vacío que muestran los niños que no tienen padres sólidos, protectores y saludables es mal interpretado por algunos y usado por otros como la oportunidad que buscan para volver a abusar de ellos. Los niños que han sido dañados temprano en su vida parecen atraer con magnetismo seductor a aquellos que volverán a abusar de ellos. Entonces, como todos sus límites han sido destruidos o severamente alterados, son vulnerables a los ataques o avances de los demás. Kristy fue víctima de incesto desde la cuna hasta que llegó a los quince años de edad. Sus únicos recuerdos de la niñez eran los del abuso que sufrió de manos de su padre. Fue violada dos veces durante su adolescencia, se casó dos veces con hombres que abusaron sexual, física y emocionalmente de ella, y por tercera vez con un hombre que condicionó la estabilidad de su matrimonio y su fidelidad a él, a la disposición de ella a satisfacer todas sus adicciones sexuales. Kristy comenzó a perder su contacto con la realidad más o menos en el tiempo cuando su jefe la obligó a tener relaciones sexuales con él para que pudiera conservar su empleo. Como Kristy no tenía fronteras definidas, porque habían sido demolidas desde la infancia por un padre ignorante, no tuvo la capacidad para impedirlo. No se le ocurría pensar que tenía el derecho a negarse; pues ese derecho se le había arrebatado. Al mismo tiempo su esposo le imponía tales demandas sexuales que ella no podía satisfacer. Así que comenzó a creer que no valía la pena vivir. ¡La presión era demasiada! Cinco veces clamó pidiendo ayuda en la única forma que conocía, haciendo fútiles intentos de suicidio. Pero la presión continuó de parte de su esposo, quien sentía que ella usaba la historia de su incesto como excusa para no ser tan sexual como él quería.
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Lo triste es que la historia del abuso sexual de Kristy desde muy temprano en la vida no es un caso aislado. El Dr. Lloyd deMause, presidente de la Asociación Internacional de Psicohistoria, informó en una monografía presentada en 1994 a la Asociación Psiquiátrica Americana: “He llegado a la conclusión de que la tasa verdadera de abuso sexual para Estados Unidos es de 60 por ciento para las muchachas y 45 por ciento para los muchachos, con cerca de un 50 por ciento de incestos”. Otras naciones occidentales también han hecho estudios cuidadosos. Un reciente cuestionario enviado por la empresa Gallup a 2.000 adultos en Canadá ha revelado tasas de incidencia casi idénticas a las de Estados Unidos. La actividad sexual de la familia latinoamericana —una pederastia ampliamente esparcida como parte de una sexualidad machista— se considera aun más común. En Inglaterra, en un programa de la BBC llamado “ChildWatch” (Vigilancia Infantil) se le preguntó a la audiencia femenina —una audiencia enorme pero indiscutiblemente prejuiciada— si recordaban haber sido molestadas sexualmente, y de las 2.530 respuestas analizadas, 83 por ciento recordaba que se les habían tocado los genitales, 62 por ciento recordaba haber tenido relación sexual completa. En Alemania, el Institute fur Kindheit (Instituto de la Infancia) concluyó recientemente una encuesta en la que se preguntó a los niños de las escuelas de Berlín Occidental acerca de sus experiencias sexuales, y el 80 por ciento informó haber sido manoseado. Fuera del occidente, el abuso sexual de los niños es una práctica rutinaria en las familias. La niñez en la India comienza, de acuerdo con los observadores, con la masturbación de los hijos de parte de la madre: a la niña, “para hacerla dormir bien”; al niño, “para hacerlo hombre”. El niño duerme en la cama de la familia, es testigo y probablemente participa en las relaciones sexuales
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de sus padres. Con frecuencia el niño es “prestado” para dormir con otros miembros de la familia, lo cual ha dado origen al dicho: “Para que una niña sea virgen a los diez años, no debe tener ni hermanos ni primos ni padre”.1 El Dr. deMuse informa también que en China, Japón, y otros países del Cercano y Lejano Oriente se tienen similares prácticas abusivas. Una de las costumbres más impactantes que describe es un ritual que se practica en familias árabes donde la mutilación genital de la mujer al quitarle el clítoris y los labios impide que la niña sienta algún placer sexual. ¡Increíblemente, esta crueldad la realizan otras mujeres por venganza, porque sus esposos prefieren tener sexo con las niñas pequeñas! Los niñitos que son abusados sexualmente viven con el temor de una recurrencia del abuso, lo cual puede ocurrir en cualquier momento y en cualquier lugar. Pero este temor, en vez de reducir la oportunidad de evitar la horrible situación en el futuro, la incrementa. En otras palabras, el temor del abuso sexual casi siempre prepara a la víctima para recibirlo. Esto es lo opuesto al uso saludable del temor, que hace que uno luche o huya. Más bien, el abuso sexual produce un temor paralizante que impide a la víctima simplemente decir NO. Las barreras han sido tan demolidas, que la víctima ni siquiera sabe si tiene el derecho a negarse. Volvamos a la historia de Kristy para ilustrar esto. Abusada desde niña, y temiendo que abusaran de ella aun más, era víctima de los avances de todos los hombres de su vida debido a sus carencias. La figura masculina que tuvo en los años de formación de su carácter, aquel que debió haber sido un papito sano y entero, fue más bien un abusador con terribles daños emocionales. Y así, habiendo sido invalidada y poco apreciada por su padre desde que era una niñita, ansiaba un hombre que supliera las necesidades de su niñez de apoyo, calidez y afecto. Pero el mismo daño la impulsaba a buscar hombres que eran
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exactamente como su padre, porque era todo lo que sabía. Su carencia era tan grande y clamaba con tal fuerza, que ella se tomaba automáticamente a lo que era “normal” para ella, y soportaba más abuso sexual con el objetivo de ver satisfechas sus necesidades. El temor saludable es el resultado de haber obtenido satisfacción de todas las necesidades emocionales necesarias en la niñez, lo que implica un sentido de identidad que levanta barreras saludables para la propia seguridad. Pero el abuso sexual borra el sentido del yo, y el niño sigue preso en la red del abusador, sintiéndose responsable de satisfacer las necesidades del depredador. El niño abusado queda enganchado en una relación de odio/amor. La ley de la mente es “honra a tu padre”, de modo que el niño abusado que se ha convertido en un adulto obedecerá la ley, siendo atraído a hombres como su padre, y como resultado seguirá siendo abusado. Algunas mujeres tienen tanto temor de sus padres que buscarán hombres que son sumamente seguros; hombres de quienes no han recibido demandas sexuales o que perciben como que no están interesados sexualmente en ellas. En am bos casos, por casarse con hombres como el papá, o enteramente diferentes a él, la mujer vuelve a ser abusada en el matrimo nio. ¿Cómo? Ya sea como en el caso de Kristy, resulta constantemente abusada por un hombre de fuertes impulsos sexuales, o habiendo aprendido en la niñez que a ella sólo se la valora por los favores sexuales que puede conceder, vive privada en sus emociones y su sexualidad por causa de un hombre que rechaza y evita su sexualidad. Ella razona: “Si mi esposo no me desea sexualmente, soy indigna. No valgo nada”. Sería bueno notar que nos casamos con personas que han recibido un nivel similar de daño. El hombre que tiene adicciones sexuales tuvo daño o abuso en la niñez, lo cual le produce ese impulso. Y el hombre que evita la sexualidad tiene
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su propio bagaje de abuso en la niñez que le cierra la capacidad para conectarse con una mujer en forma sexual y emocionalmente saludable. La historia de Vicky ilustra este punto. Vicky tenía poco más de cuatro años de edad cuando comenzó a vagar por los alrededores de la pequeña capilla pintada de blanco que quedaba cerca de su casa. Lo que le estaba ocurriendo en su hogar era un misterio. Ella sabía que había sido herida físicamente, pero no sabía que ese dolor físico resultaría en un dolor emocional que tendría que soportar diarante muchos años. Allí, bajo una banca en la tranquilidad del santuario, ella abrazaba a su muñeca y creaba una familia imaginaria donde no había gritos ni explosiones de ira ni violaciones de su condición de persona ni visitas a medianoche a su cama por un padre borracho. Vicky era la penúltima de una familia de once hijos. Su familia vivía en la pobreza, porque el padre se gastaba en licor la mayor parte de su mísero salario. La madre trabajaba dentro de su pequeña choza tratando de mantenerla limpia para sus hijos, y fuera de ella para ganar algo con qué complementar el escaso salario de su marido. Con frecuencia el cuidado de los niños más pequeños recaía sobre las hijas mayores, quienes resentían la intrusión de los pequeñines en su vida de adolescentes. Las niñas mayores habían sido abusadas por su padre y habían visto cómo él abusaba físicamente de su madre. Otros hombres venían a la casa cuando el padre estaba en el trabajo, y la madre los aceptaba, pero los niños no comprendían el impacto total de aquellos tratos adúlteros. Vicky fue la última víctima incestuosa de su padre, a partir de los tres años de edad. Lo recuerda aproximándose a ella en su pequeña cama portátil. El olor de cerveza que despedía su cuerpo y la sensación de ser taladrada por agujas que le producían sus bigotes en la cara eran acompañados por la
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dolorosa penetración en su delicado cuerpecito. Como resultado del abuso, Vicky mojaba regularmente su cama. Cada mañana, cuando su hermana venía a tenderla, si las sábanas estaban mojadas, asía a Vicky por su rubia cabellera y le restregaba la cara en las sucias sábanas como cuando se está entrenando a un perrito. Luego lanzaba su cuerpecito a la cama y doblaba y ataba las sábanas con Vicky atrapada dentro. Allí se quedaba durante varias horas hasta que algún otro miembro de la fa milia la ponía en libertad. Otras veces la sacaban fuera de la casa y cerraban la puerta, dejándola fuera en el frío. La primera vez que Vicky habló de su dolorosa niñez, sólo habló del abuso físico. Sus recuerdos del abuso sexual no volvieron a su memoria hasta mucho tiempo después, cuando ya estaba lista para recibir la verdad, tenía un sistema efectivo de apoyo y suficiente confianza en Dios para apoyarse en él y permitirle que la sacara adelante. La mañana siguiente, después de que el último recuerdo volvió a su mente, ella telefoneó a su hermana mayor para conocer la realidad. Supo que además del incesto de su padre, ésta había sido abusada por sus hermanos mayores, sus amigos, e incluso otros hombres de la familia. El proceso de sanidad de Vicky comenzó cuando reconoció la verdad y estuvo dispuesta a sumergirse de cabeza en un proceso para borrar las dolorosas emociones que le producían los recuerdos. Varios meses más tarde comenzó a ver a su esposo con nuevos ojos. De repente se dio cuenta del porqué se había sentido tan aislada en su matrimonio; seguramente Dave también había sido abusado. Gentilmente comenzó a hacerle preguntas, pero él le daba pocas respuestas. Una tarde, mientras escribía su diario, Vicky fue asaltada por la convicción de una nueva posibilidad. “¿Será posible que también Dave haya sido víctima de incesto?” Ella recordó que muy poco después de su boda había encontrado a
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la madre de Dave lavándole la espalda mientras él se remojaba en la bañera. Vicky se quedó paralizada. Su ira se elevó a la décima potencia y explotó más tarde cuando los dos estaban solos. “¡Nunca más permitas que esa mujer te vea desnudo de nuevo. Ella te tuvo como a su hijo, pero ahora tú eres mío!” Luego el cuadro de su noche de lima de miel pasó como un relámpago por su mente. ¡Dave había alquilado un cuarto con camas gemelas! Recuerda que estaba recostada en una de las camas, mientras él estaba en la ducha, preguntándose qué elegiría él. Él salió de la ducha en su pijama y se quedó allí, de pie, mirando una cama y luego la otra. Ella permaneció en silencio. Finalmente él se acostó en la otra. Ella quedó inmóvil, vacilando entre la ira, el rechazo o la tristeza, y silenciosamente las lágrimas humedecieron su almohada. Gritaba en silencio. “¿Por qué todos los otros hombres en mi vida quieren manosear todo mi cuerpo, pero el hombre que amo, con un certificado matrimonial, ni siquiera desea tocarme? No comprendo”. Cuando tuvo aquella primera comprensión de la posibilidad de que Dave también había sido abusado, él y Vicky ya habían estado casados durante 19 años. Ella pensó: “¿De dónde han venido nuestros hijos? ¡Nuestros encuentros sexuales han sido tan escasos que deben haber sido inmaculadamente concebidos!” Luego la asaltó un pensamiento. “Él es un hombre. Así que, ¿dónde está supliendo sus necesidades sexuales?” Luego se preguntó: “¿Será que lo está consiguiendo fuera de nuestro matrimonio? ¡No, Dave no haría eso! ¿O será que sí?” Poco después lo descubrió dándose placer a sí mismo y se dio cuenta de que la masturbación era el medio que él había elegido para satisfacer sus necesidades sexuales. Esta revelación fue devastadora para ella. “¿Por qué? —le preguntó angustiada—, ¿soy tan fea que no puedes soportarme? ¿Será posible que hacer eso sea más placentero para ti que disfrutar conmigo?”
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Dave quedó en silencio. Pero el shock de que su horrible secreto hubiera sido descubierto, y al ver el tremendo dolor que le había causado a la mujer que adoraba, lo obligó a hurgar en su propio pasado. Juntos descubrieron abusos que él había soportado inconscientemente. Y juntos comenzaron el proceso de demoler el pasado y reconstruir su futuro. Usted podría preguntarse: “¿Qué impulsa a una persona a practicar la masturbación en vez de disfrutar de un cónyuge dispuesto?” En nuestras experiencias como consejeros hemos observado que la ley de las relaciones mente/cuerpo dice que cuando un hombre recibe la carga emocional de una mujer, su cuerpo con frecuencia requiere una expresión sexual. Dave descubrió en su investigación que llevaba a cuestas el bagaje emocional que su madre, por causa de sus problemas maritales, comenzó a apilar sobre él desde muy temprano en su niñez. Pero la ley de Dios en la mente dice que usted no puede ser sexual con su madre, así que Dave se tomó a la masturbación. Cuando reconoció la verdad de su pasado, no sólo estaba dispuesto, sino ansioso de quitarse de encima el bagaje que su madre había puesto sobre él y conectarse con su esposa. El acoso sexual difiere del incesto en que el perpetrador no es miembro de la familia. Es un amigo o amiga de la familia, una niñera, un vecino, o un perfecto extraño que interactúa con el niño de manera sexual, creando el temor. Este acoso puede ser una mirada, palabras, el toque inapropiado, o la penetración. June estaba en el primer grado. Un día, mientras iba de regreso a la escuela después de almorzar en su casa, un carro desconocido se detuvojunto a ella. Un hombre que ella no conocía le ofreció un dulce y llevarla a la escuela en su coche. Ella, inocentemente, aceptó. Los hechos que tuvieron lugar durante la hora siguiente fueron el fundamento de una confusión, temor, y sentimiento de culpabilidad que le durarían hasta más allá de
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sus 40 años de edad. El extraño le mostró sus genitales, la obligó a tocarlo, y cuando estuvo satisfecho la llevó de nuevo a la escuela. Cuando ella entró al salón de clases, su maestra le preguntó indignada: “Dígame, señorita, ¿dónde ha estado?” June no tenía respuesta. ¿Cómo puede una niña de seis años describir lo que acababa de ocurrirle cuando estaba paralizada por el temor y no tenía el vocabulario para explicarlo? Su falta de respuesta hizo que su maestra se llenara de ira, pues consideró su silencio como insolencia. Poniéndole una gorra de castigo en la cabeza, la maestra sentó a June frente a la clase todo el resto del día. June había sido castigada por el abuso que acababa de sufrir, y la interpretación de su mente infantil fue que todo lo que había ocurrido era falta suya. Desafortunadamente, su hogar tampoco era un lugar seguro, así que ella nunca compartió con nadie la verdad acerca de lo que había ocurrido aquel día. Cuando ya tenía más de 40 años, June se aproximó a mí (Nancy) después de un seminario. “¿Qué me pasa?”, preguntó. Sin compartir conmigo su experiencia ni sus síntomas, insistió en que yo diagnosticara su problema en base a la observación. Finalmente, quitándose sus lentes, me preguntó con disgusto: “¿No sé da cuenta, no puede ver que no tengo ni cejas ni pestañas?” En los pocos momentos que siguieron descartamos una enfermedad física y entonces le pregunté: “¿A qué edad fue usted abusada sexualmente por primera vez?” June no tenía la menor idea de que el secreto que nunca había dicho a nadie le había causado una vida entera de dolor y sufrimiento; que la ansiedad que sentía tenía su origen en aquel incidente de abuso sexual cuando tenía seis años. El hábito de arrancarse las pestañas y las cejas tenía su origen
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en la ansiedad y el temor que sentía, al preguntarse cuándo le ocurriría otra vez. Muchas veces el recuerdo del acoso o la violación sexual yace dormido hasta que en algún momento, en la intimidad del lecho matrimonial, un estímulo dispara el recuerdo y la humillación reprimidos. Cuando ese recuerdo sale a la superficie, el compañero matrimonial aparece como el abusador. Congelada de temor, la víctima recuerda el pasado y experimenta ansiedad respecto al futuro. (Nancy) Yo recuerdo vividamente el momento cuando las reacciones corporales que yo había estado sintiendo se mezclaron con un recuerdo que me había resurgido recientemente. ¿Cómo explica una esposa a su esposo que el endurecimiento de su cuerpo responde al anciano de la casa de enfrente que se había aprovechado de su vulnerabilidad cuando sólo era una niñita? El terror que sentí en ese momento no se expresó en palabras. No había manera de decirle nada a Ron. Si le decía la verdad, temía ser desechada como desperdicio del día anterior. Predije que no creería mi historia y una vez más yo sería rechazada. Durante quince años viví con el recuerdo consciente de lo que había ocurrido, pero no podía compartir mi secreto. Las consecuencias de esta verdad eran demasiado aterradoras para mí. Una y otra vez Ron y yo discutimos nuestra sexualidad, y en cada discusión me dejaba en una agonía cada vez más profunda. Me convencía más y más de que yo era quien tenía la culpa de la insatisfacción de Ron con nuestra relación sexual. Unos dos años antes de que compartiera mi historia con Ron, habíamos llegado a estar bien conscientes de la influencia que tienen los daños sufridos en la niñez sobre el pensamiento, los sentimientos y el comportamiento del adulto. Cuando Ron finalmente admitió que era muy exigente en el área del sexo y que esto tenía su origen en el daño recibido en la niñez, yo reuní todo el valor que pude para contarle la historia del daño
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que me habían causado a mí también. Quizás en esta ocasión yo no sería culpada de todo lo que él pensaba que andaba mal con nuestras relaciones sexuales. (Ron) Yo tuve que aprender académicamente la forma en que el daño sexual afecta a un hombre y su relación marital antes de estar dispuesto a admitir que algo anda mal en su vida. Debido a que los hombres buscan fuera de ellos la culpa de todos sus problemas relaciónales, yo tenía un chivo expiatorio a la mano en Nancy. Estaba convencido de que si ella solamente... entonces la parte sexual de nuestro matrimonio sería una gloriosa bendición. Recuerde que yo fui un niño rechazado; no tenía idea de que la falta de toque humano se expresa en comportamientos que son similares a los de las personas que han sufrido abuso sexual. Tampoco reconocí el impacto de los recuerdos de la experiencia en el club de niños cuando yo tenía cuatro o cinco años. En el club donde yo estaba aprendiendo a nadar, a nadie, incluyendo los instructores, se les permitía usar traje de baño en la piscina. Recuerdo vividamente que me llamaron a salir de la piscina con un pitazo y me dirigí al vestuario. Más allá de la puerta, mis recuerdos están totalmente borrosos, pero mi ira se eleva por las nubes. Algo ocurrió en esa habitación, exactamente qué no lo sé. Pero sé que algunos de los abusos más crueles ocurren en vestuarios similares. Cuando tenía nueve años, un muchacho mucho mayor de mi vecindario abusó de mí sexualmente. Esa experiencia dolorosa, humillante y molesta me obligó a hacer la pregunta: “¿qué hay de femenino en mí que hace que un hombre me desee?” Esa pregunta repetida una y otra vez en la mente impulsa a un muchacho a probar su masculinidad a través de múltiples conquistas sexuales de mujeres durante su vida. Nunca se siente satisfecho. Mientras quede la duda, debe haber otra conquista. Yo buscaba cualquier señal de parte de cualquier mujer que demostrara algún interés en mí, incluso la más leve sonrisa de su parte me decía que yo era deseable sexualmente.
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Yo estaba tan vacío, tan rechazado, tan deseoso de aceptación, que buscaba por doquier una oportunidad de satisfacer mi necesidad de ser tocado. La exposición temprana a la pornografía, la masturbación, los bailes para adultos, las salas de masajes, todo esto se convirtió en agente contribuyente para llenar el vacío que había dejado en mi vida la falta del toque maternal y el cuestionamiento de mi masculinidad. Yo era tan vulnerable en ese punto, que si hubiera tenido un hombre amable, que me aceptara y me iniciara en el contacto sexual, mi identidad hetero sexual podría haberse perdido. Sólo cuando entendí mi rechazo y comencé el proceso de eliminar mis emociones negativas al respecto, fue que mis impulsos comenzaron a disminuir. ¿Por qué está tan generalizado el daño sexual? ¿Por qué gastar un capítulo entero considerando estos abusos al parecer tan penosos? Recuerde que Satanás tiene una agenda; esa agenda es destruir. El daño sexual hiere el mismo núcleo de la identidad de las personas. Sabotea su sentido de dignidad y de valor. Les roba la sensación física del yo. Proclama un fuerte mensaje que dice: “Sólo soy digno de ser usado y abusado; y nunca podré conectarme en una relación emocional íntima”. Impactantes estadísticas informan que la mayoría de las mujeres que se prostituyen fueron víctimas de incesto en su infancia. Y a causa de la necesidad que nunca se satisfizo de un padre sano, estas mujeres abusadas sexualmente buscan durante toda la vida un hombre que sea el papá que nunca tuvieron y que necesitan desesperadamente. Tristemente, estas mujeres aprenden demasiado pronto que los hombres que les pagan por sus servicios sexuales no tienen el calibre para ser sus “padres” de una manera saludable, porque los padres saludables no son sexuales con sus hijas. Desesperadas a causa de esas necesidades no satisfechas, estas mujeres se vuelven a las drogas o al alcoholismo para
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mitigar el dolor y el vacío que sienten por la falta de conexión emocional con un hombre. Las víctimas de abuso sexual creen la mentira de que la raíz de la intimidad va por el sendero de la sexualidad, cuando en realidad la raíz de la intimidad corre por el sendero del conocimiento y la comprensión propia, así como la disposición a compartir eso con otra persona. El daño sexual despoja a sus víctimas de su sentido del yo. Usted no puede comprender algo que no sabe que existe. Puede sentir físicamente, pero su alma está nublada de oscuridad. Sin una identidad, la búsqueda de satisfacción se centra en el mero estímulo externo. “La tragedia del abuso —dice el Dr. Dan Allender—, es que el gozo del cuerpo de uno se convierte en la base para odiar su propia alma”.2 Este odio del yo hace que la intimidad sea un sueño imposible. Es sólo cuando ocurre la sanidad y se restaura la identidad que uno puede encontrar la verdadera intimidad de cuerpo y alma. Nuestra amiga Priscila, en su desesperación por encontrarse a sí misma escribió estas palabras que describen poéticamente la fractura de su cuerpo y de su alma, y su anhelo íntimo de descubrir su identidad. Ella lo llama “persona ausente”. ¿Donde está esa mujer, la persona que yo debería ser ? ¿Se fue lejos un día, cuando me descuidé? Creo que la dejé abandonada, en el camino, hace mucho tiempo. ¿Cómopude hacer tal cosa a la mejor parte de mí?
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Perdóname, hermana. Te vendí a bajo precio por un plato de lentejas. El camino de regreso es áspero, con muchos baches y descuidado; las sombras son largas en la desvaneciente luz.
'
Cuán suave y brillante eras, cuando te vi por última vez. ¿Todavía estás esperando, creyendo en mi retorno, existiendo por fe en mi lealtad hacia mí misma ? O, ¿encontraré, a la vuelta de esa curva, un pequeño y solitario montón de huesos? ¡Oh, amigos y amantes, ayúdenme a encontrar a mi hermana! Ella es demasiado preciosa, demasiado frágil y exquisita, para esperar sola.
Priscilla S. Perry (1) Historia del abuso infantil (inédito), disponible en The International Psycho-Historical Association, 140 Riverside Drive, Nueva York, N. Y, 10024. (2) DanAllender, The Wounded Heart [Corazón herido], p. 85.
CAPÍTULO 11
‘ECpfan de (Diospara (a recuperación “No somos responsables por lo que nos llega sino por aquello con lo que nos quedamos”.
A veces puede sentir el gigante del rechazo sentado pesadamente sobre su pecho, aplastando su vida e impidiendo la respiración. O quizá se siente como un pescador esquimal que se despierta después de una breve siesta para encontrarse solo, flotando en un pedazo de hielo, rodeado de un panorama inhóspito. ¿Está en el momento de su vida donde siente que no puede continuar por más tiempo en el mismo estado, como el gatito que cuelga con sus garras de la rama de un árbol, esperando el equipo de rescate? Es de suma importancia comprender que la recuperación no se produce por leer un libro, escuchar una grabación, o asistir a una conferencia, ni siquiera por una oración ferviente. Desde el principio del tiempo, nuestro enemigo ha estado planificando circunstancias para robar, matar y destruir a cada ser humano (S. Juan 10:10). De hecho, ya había comenzado este proceso destructivo antes de que usted naciera, haciendo que las generaciones anteriores de su árbol familiar le transmitieran sus dolores emocionales no resueltos (véase Exodo 20:5,6), preparándolo de esta manera para que fracase. Satanás vio la forma de asegurarse de que sus necesidades no fueran atendidas en la infancia, durante los años de la formación del carácter. De hecho, se aseguró de que sus pa dres ni siquiera se dieran cuenta de que Dios había puesto dentro de usted el programa que le hubiera hecho desarrollar un carácter como el de su Padre Celestial.
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Usted necesitaba un padre y una madre que lo aceptara y modelara en su personalidad características masculinas o femeninas saludables. Usted necesitaba ser amado incondicionalmente, sólo porque era usted. Y necesitaba el privilegio de proyectar su amor hacia sus padres en la mejor forma posible, en cualquier etapa de su desarrollo, y que su amor fuera aceptado. Usted necesitaba ser reconocido, aceptado, escuchado, incluido, y considerado importante. Usted necesitaba encomio, palabras de ánimo y elogio, no sólo por sus logros, sino también por sus características personales. Usted necesitaba apoyo, una provisión de fuerza y ayuda para el éxito. Usted necesitaba confianza en sus principales protectores, la capacidad para contar con ellos en la atención de sus necesidades físicas y emocionales mientras maduraba. Usted necesitaba conocimiento e instrucción adecuados al nivel de su intelecto. Usted necesitaba un toque humano seguro, y sustentador, sin temor, dolor o agresión. Usted necesitaba dirección, un entrenamiento amable para la toma de decisiones y el autogobierno. Usted necesitaba participación activa y atenta de parte de las otras personas significativas de su vida. Necesitaba que le dedicaran un tiempo especial. Usted necesitaba una sensación de seguridad, un hogar tranquilo, el gozo puro del encanto de la primera infancia, una rutina cómoda, para que la vida fuera predecible y pudiera esperar que los hechos se movieran de acuerdo a
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principios y no a emociones fluctuantes. Y usted necesitaba alas. Libertad, de acuerdo a la edad apropiada y a su nivel de madurez, para hacer sus propias elecciones en la vida. Pero lo más probable es que no tuvo todo lo que necesitaba. Pocos realmente lo tienen. Ese es el plan de Satanás. Él quiere atraparlo en la red de la disñmción, para controlarlo a través del dolor emocional de su pasado no resuelto. Pero el plan de Dios es darle vida, y dársela en abundancia (véase S. Juan 10:10). Salmo 146:7 lo dice claramente: “Jehová liberta a los cautivos”. Y en Isaías 42:7, el Señor ha prometido “abrir los ojos de los ciegos, para librar de la cárcel a los presos, y del calabozo a los que habitan en tinieblas” (NVI). Cuando usted, como un prisionero distraído, decide que no puede tolerar ni un momento la pared de ladrillos del rechazo, las barras de acero emocionales, o la oscuridad de la depresión que se deslizó en su alma, es el momento de seguir el plan de recuperación de Dios. El escape hacia la luz de la verdad y la libertad requiere conocimiento, tiempo y planificación. Las decisiones equivocadas pueden llevarlo a una desesperación más profunda. ' Finalmente llega el día para instrumentar todo lo que ha planeado, para dar decididamente esos pasos que resolverán su cautividad. Si sigue el plan con exactitud y felizmente escapa de las paredes que lo han mantenido atrapado por tanto tiempo, podrá dar un respiro de alivio. ¿Por qué? ¡Porque su ansiedad, su ira, sus temores, que han retenido una parte de usted en la prisión de su pasado, serán aligeradas. ¡Se esfumarán! ¡Estará libre al fin! La recuperación es un proceso. Requiere los mismos cuatro pasos que cualquier prisionero debe dar para escapar del
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encierro: adquirir conocimiento, aplicar ese conocimiento a usted mismo, resolver activamente asuntos inconclusos y aliviar el dolor. Adquirir conocimiento Primero, debe conocer la prisión de su propia mente, que lo encarcela y determina sus pensamientos, sus sentimientos y su comportamiento. Lo que ha leído en este libro acerca del rechazo y sus efectos en la vida, y acerca de las necesidades no satisfechas y los abusos sufridos, es un conocimiento esencial. Debe saber lo que la mente humana y el cuerpo necesitan an tes de que pueda comparar su pasado con el ideal de Dios para su vida. También debe conocer cómo impactan los padres la vida de sus hijos, creando inmadurez emocional y dependencias, distorsionando y torciendo la visión de Dios. Lo que usted piensa y siente determina cómo se comportará, y si triunfará o fracasará en la vida. Escritores cristianos y seculares han producido libros con estos temas, y las personas que están formalmente interesadas en el sanamiento podrán aprovechar esos recursos. En inglés, cuatro de los libros más útiles que recomendamos han sido escritos por David A. Seamands: Heal ing for Damaged Emotions (Sanidad para las emociones lastimadas), Healing ofMemories (Sanidad de los recuerdos), PuttingAway Childish Things (Eche fuera las cosas infantiles) y I f Only (Si tan sólo). El libro de Rich Buhler, Pain and Pretending (Dolor y simulación), es muy útil para descubrir las causas de su dependencia. Healing the Sears o f Emotional Abuse (Sanando las cicatrices del abuso emocional), por Gregory L. Jantz, es también muy útil. Y si ha sido abusado sexualmente, le hará bien leer The Wounded Heart (Corazón herido), por Dan B. Allender. Los libros no son la única fuente de información útil. Muchos ministerios ofrecen videos y casetes de autoayuda, seminarios, o retiros de fin de semana. Además, están los programas
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radiofónicos cristianos, que entrevistan a profesionales que pueden dar una opinión original y sumamente pertinente. Incluso en Internet se ofrece actualmente información científica y psicológica que puede ayudarlo a comprenderse mejor. Utilice atentamente cualquier enseñanza y método que pueda aumentar su acervo de conocimiento. Aplique ese conocimiento a usted mismo Mientras lee los libros y saca provecho de otras fuentes de información, debe aplicar personalmente el conocimiento que está adquiriendo. Debe llegar a comprender la forma en que ha influido su historia en su presente, y la forma en que Satanás intenta destruir a los hijos de Dios. La biblioteca de nuestra casa está llena de libros de autoayuda y de casetes sobre cualquier tema que usted pueda imaginar; y hemos leído o escuchado la mayoría de ellos. Ron está constantemente transcribiendo la información más reciente de Internet. Pero la pregunta es, ¿hemos aplicado la información a nuestra propia vida? Es fácil adquirir información y congratularse uno mismo por tener otro libro en su biblioteca. Pero, ¿qué ha hecho esa información por usted? ¿Ha dejado que impacte su vida, o simplemente todo ese material está adornando su biblioteca? La iónica forma en que eso puede transformar su vida consiste en leer, escuchar y digerir. Le sugiero que cuando viaje, escuche un casete; y pregúntese cada pocos kilómetros: “¿Qué he aprendido acerca de mí? ¿Cómo se aplica esta información a mi propia vida?” Puede estar seguro de que la mente que trata de evitar el dolor no querrá reconocer ninguna verdad que pueda ser dolorosa. Y Satanás, aun sabiendo que no puede leer nuestra mente, puede tratar de impedirle que reconozca las verdades que pueden dejarlo libre. La mente tiene una innata necesidad de honrar a los padres, y algunas veces una idea
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equivocada de esa veneración no le permite ver exactamente lo que le está pasando. Mientras nuestros ojos estén vendados por una comprensión equivocada de la verdad, seremos como la iglesia de Laodicea, que no tiene necesidad de nada (Apocalipsis 3:17). Para algunos puede ser difícil comprender que el texto de Juan 8:32 (“y conoceréis la verdad, y la verdad os hará libres”) puede ampliar su significado más allá de la idea de que Jesús sólo quería libramos de nuestros pecados. Como prisioneros en el reino de Satanás, estamos cautivos a los pensamientos y sentimientos que proceden de la infancia, y que nos impulsan a conductas autodestructivas y peijudiciales para otros. ¿Será que la aceptación de la verdad de nuestro daño y la conducta resultante sea la apertura que se necesita para ser llenos del Espíritu Santo? Efesios 4:30,31 dice: “Y no contristéis al Espíritu Santo de Dios, con el cual fuisteis sellados para el día de la redención. Quítense de vosotros toda amargura, enojo, ira, gritería y maledicencia, y toda malicia”. Si tu amargura, enojo, o ira te está impidiendo ser lleno del Espíritu Santo, ¿no es tiempo de deshacerse de eso? “Seguro —dirá usted—, pero he estado orando al respecto durante años, y todavía tengo un genio irritable, y todavía me enojo cuando pienso en lo que me hicieron”. El secreto para erradicar las emociones negativas es descubrir su origen. La infancia temprana es un terreno fértil en el cual las semillas de la amargura, la ira y la calumnia están sembradas. Cada subsiguiente injusticia recibida, o necesidad desatendida, es exagerada por el dolor sentido en la infancia, cuando lo que aprendimos es absorbido a través de las emociones en el banco de la memoria. Cada estímulo se refiere al pasado, hacia una dolorosa injuria recibida en la infancia, y la emoción se agiganta por el desamparo en que el
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niño se encontraba para corregir el problema. Debemos miramos a nosotros mismos como en un espejo, como nos vemos reflejados allí, con todos nuestros defectos a la vista; debemos estar dispuestos a reconocer nuestra incapacidad y el sacrificio de Cristo. Cuando humillamos el yo, somos lavados en su sangre, cubiertos con el ropaje blanco de su carácter y capacitados por el Espíritu Santo. Una de nuestras tendencias es excusar constantemente nuestra conducta, diciendo: “Sencillamente así soy yo. Si no les gusta, ¡déjenlo!” ¡Pero espere! Jesús dice que debe deshacerse de sus comportamientos destructivos. Así que, ¿por dónde va a empezar? Primeramente, aprenda todo lo que pueda acerca de los
daños que ha recibido. Puede hacer preguntas a sus familiares y amigos al investigar la verdad sobre las experiencias de su pasado. Si lo que conoce lo lleva a creer que las experiencias de su infancia fueron dolorosas, entonces hágase estas preguntas: • ¿Cómo me veo a mí mismo? • ¿Tengo valor y mérito aparte de lo que hago?
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• ¿Me acepto o me rechazo? • ¿Acepto o rechazo a otros? • ¿Cómo me comporto para no ser nuevamente abusado? • ¿Tiendo a negar que tengo problemas? • ¿Siento que fui la excepción a la norma? • ¿Tengo la tendencia a sentir que mi familia fue perfecta? • ¿Intentan mis decisiones servirme a mí mismo o consideran las necesidades de los otros?
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• ¿Tengo la tendencia a ponerme al final hasta que todos los demás hayan satisfecho sus necesidades? En segundo lugar, pregúntese si ha sido capaz de satisfacer
las siguientes tareas emocionales: • ¿Confío en otros? • ¿Tengo la habilidad de tomar decisiones? • ¿Tengo iniciativa? • ¿Puedo trabajar sin que otro me esté diciendo lo que debo hacer? • ¿Sé quién soy yo, aparte de mi familia de origen? • ¿Tengo la habilidad para comunicarme emocionalmente en un nivel de intimidad? • ¿Soy productivo y puedo terminar lo que emprendo? • ¿Soy íntegro? ¿Puedo mirarme en un espejo a mí mismo sin sentimientos de culpabilidad? Una vez que ha contestado honestamente estas preguntas, sin duda ha descubierto que no es la persona que realmente desea ser. En tercer lugar, debe decidir si realmente quiere ser sanado
o no. En el capítulo cinco de Juan se cuenta la historia de un paralítico que durante 38 años había estado al lado del estanque de Betesda. Era sábado cuando Jesús pasó por allí, y notó una cantidad de enfermos y paralíticos que estaban esperando a que el agua se moviera, pensando erróneamente que si tan sólo eran los primeros en entrar al agua, serían sanados. Su corazón sufría por ellos, y deseaba tocarlos con su poder sanador, pero sabía que provocaría la ira de los fariseos si lo hacía. Continuó su camino junto al estanque, pero un hombre en par
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ticular llamó su atención. Jesús no podía ignorarlo. Acercándose a la estera en que yacía, se inclinó hacia él y le preguntó: “¿Quieres ser sano?” Normalmente uno consideraría que esta pregunta estaba fuera de lugar. Pero Jesús, que conocía a la humanidad demasiado bien, le pidió permiso en vez de obligarlo a participar en los planes que tenía para él. La cooperación fortalecería el proceso de sanidad. Es interesante notar que el paralítico no contestó la pregunta de Jesús, sino que culpó a la falta de apoyo de los demás como la razón por la cual no había sido sanado. “Señor, no tengo a nadie que me ayude a entrar al estanque cuando el agua es removida. Mientras yo estoy tratando de entrar, algún otro entra antes de mí”. ¿No es exactamente así como actúa la naturaleza humana: ponemos excusas por nuestra condición y luego culpamos a otros? ¿Y cómo respondió Jesús? Dio una orden “¡Levántate! Recoge tu lecho y anda”. Para que el hombre fuera sanado, debía hacer algo. Tenía que tomar una decisión y luego ¡actuar! Lo mismo ocurre hoy si queremos ser sanados. No podemos quedamos sentados en un charco de lágrimas lamentando nuestras heridas; tenemos que hacer una decisión para dar el primer paso. ^ Resolver activamente problemas no resueltos Paso 1: Dedicarse a un proceso de maduración para toda la vida.
Estamos convencidos de que la curación de los daños que nos hicieron en nuestra infancia, que implica la transformación de los pensamientos, de los sentimientos y del comportamiento, forma parte del proceso de la santificación. ¿Por qué decimos eso? Porque la santificación es el proceso de ser apartado para un propósito santo. Y una vez que empezamos a sacar de nuestras vidas la amargura y la malicia, que obstaculizan nuestra comunicación con Dios, entonces el Espíritu fluye a
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través de nosotros hacia los demás, y nuestro propósito santo es entonces dar la benevolencia y misericordia de Dios al prójimo. Paso 2: Haga una lista de las personas de su familia inmediata y de su círculo de amigos cercanos, y analice esa lista desde la perspectiva de los daños recibidos (ponga al
cónyuge al final). A la luz de lo que ha leído hasta aquí, siéntese con un cuaderno especialmente escogido para hacer notas y su pluma o lápiz favoritos, o abra un nuevo archivo en su computadora y pida a Dios que le ayude a ir hacia atrás en el tiempo, en su memoria, para mirar su infancia. ¿Qué está buscando? Comenzando con sus padres, compare sus comportamientos hacia usted con la lista de necesidades descritas al principio de este capítulo. Pregúntese: ¿fueron satisfechas cada una de estas necesidades? Sea cuidadoso de no excusar a sus padres porque la mente de un niño retiene sólo lo que ve, escucha o siente, sin hacer evaluaciones ni excusas. También, sea cuidadoso de no culpar, porque la mayoría de los padres no tiene el propósito de infligir daño a sus hijos. Ellos actuaron así porque ellos mismos fueron lastimados y no comprendieron las consecuencias de sus acciones. Durante años se ha creído equivocadamente que los sentimientos de los niños no importan y que ellos olvidarán las injusticias que les hicieron. Sus pa dres pueden haber pensado que eso era así. En una visita reciente a Margarita, una anciana que había sufrido múltiples injusticias en su vida y actualmente estaba sufriendo depresión, le preguntamos: “¿Puede contamos cómo fue su infancia?” Hubo unos pocos minutos de silencio mientras comenzaba a darles expresión a sus pensamientos, como si buscara en los corredores de su memoria. Sabíamos que su familia era
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severamente disfuncional y que ella había sido una niña, abusada. Finalmente, apartando sus ojos de la mesa que estaba frente a ella, y con una tristeza increíble, contestó: “Mi infancia arruinó mi vida entera. Nunca fui atendida. Nunca fui amada. Nunca me sentí parte de la familia. Recuerdo el día que dejé el hogar a los 18 años de edad. Estaba empacando mi maleta, y mi tía estaba sentada con mis padres a la mesa en la cocina. Por alguna razón pasé por la cocina y escuché la pregunta que le hizo mi tía a mi madre: ‘¿Adonde piensa ella que está yendo? ¿Quién diablos la va a querer? Es una puerca’. “Recuerdo que pensé: ‘Bueno, nadie me quiere aquí; nunca me han querido’. He tenido tres esposos, y cada uno de ellos fue abusivo, al igual que mi padre. Mi primer esposo me apaleaba todo el tiempo; y cada vez que mis padres venían de visita, mi padre me propinaba fuertes cachetadas. Creo que era ya por hábito. De hecho, en el día de mi boda, mi padre le dijo a mi novio que iba a tener que golpearme una vez por día para mantenerme en línea. Mi madre nunca me quiso. Nunca me dijo vina palabra bondadosa ni recibí una caricia suave en mi cuerpo golpeado. Creo que ella me odiaba porque tenía el mismo nombre de una antigua novia de mi padre. ; “Cada día le preguntaba a Dios por qué me mantenía con vida. ¿Por qué no me dejaba morir? Por lo menos entonces podría ir a estar con él, quien era el único que me había aceptado”. Lo triste es que también conocíamos a la madre de esta mujer, y ella no tenía idea del porqué su tercera hija llevaba una vida tan disfuncional. Era incomprensible para ella que su hija pasara varios meses en una institución del Estado para enfermos mentales, que se hubiera casado y divorciado tres veces, y que viviera como una reclusa, tomando varias drogas psicotrópicas para mantener la estabilidad emocional.
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La actitud de la madre era la misma que la de quienes piensan que hay que olvidar el pasado y sólo vivir para hoy, como si el pasado no influyera sobre el presente. Pero si usted lo recuerda, para usted es real. Lo que percibimos lo recibimos como verdad. No se juzgue o evalúe a sí mismo por decir la verdad. ¡Es la verdad la que tiene el poder para liberarlo! Paso 3: Haga una lista de los daños que le fueron infligidos en la infancia.
Aquí está una lista de preguntas que debe hacerse para ayudarle a determinar los daños que le fueron infligidos: • ¿Siento que soy una parte integral de mi familia original? ¿Les pertenecí? ¿Fui considerado importante? ¿Me alentaba mi familia a dar lo mejor de mí? ¿Se preocupaba mi familia por escuchar mis pensamientos y mis sentimientos? ¿Era mi hogar un lugar seguro para decir la verdad? ¿Tuve una amiga o un amigo cercano en quien podía confiar? ¿Era la escuela un lugar seguro? • ¿Fui abusado emocionalmente? En otras palabras, ¿era comparado con otros? ¿Fui desestimado y me hicieron sentir inferior? ¿Fui víctima de palabras airadas, criticado y acusado a gritos? ¿Fui ignorado? ¿Se burlaban o se reían de mí mis seres queridos? • ¿Fui expuesto al abuso físico de parte de mis padres y/o de mis hermanos? ¿Fui víctima de crueles palizas o disciplina injusta y agresiva? ¿Observé la crueldad hacia los animales de parte de otros miembros de la familia o amigos? ¿Tuve ropa o zapatos apropiados para el clima? ¿Fui obligado a trabajar más allá de lo que sería aceptable según la ley de trabajo para un niño? ¿Fui incitado a ser el bravucón del patio de recreo? • Pregúntese si fue abusado sexualmente en cualquiera de
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las siguientes formas: (1) expuesto a conductas sexuales entre los padres u otros fam iliares, (2) expuesto a expresiones y/o actos sexuales antes de la pubertad, (3) tocado o tratado en una manera sexual, (4) expuesto a la desnudez de los padres o hermanos mayores y adultos, (5) forzado a participar en comportamientos sexuales, (6) expuesto a la pornografía en cualquiera de sus formas (incluyendo películas de sexo explícito de cine o televisión), (7) enseñado a masturbarse a sí mismo o a otros. Paso 4: Haga una lista de aquellas personas con quienes tiene cuestiones pendientes.
Usted sabrá si tiene asuntos sin concluir con alguien, si abriga resentimiento, enojo, amargura y un deseo de venganza. Y si estas emociones, como resultado de los daños que le hicieron, continúan infligiéndole dolor a usted y a otros. Si es así, entonces sabrá que todavía hay algo que necesita ser tratado. Puede decir: “Oh, yo los perdoné hace mucho tiempo”. Pero perdonar implica tener paz. ¿La tiene? ¿O están los efectos del daño que le infligieron todavía creando caos en su vida o en la vida de quienes están muy cerca de usted? El perdón es un regalo de Dios y se completa con el paso del tiempo, cuando nos liberamos de la carga emocional contenida al recordar la injusticia. La palabra “perdono” no es mágica, como para barrer el pasado. El recuerdo siempre permanece. La pregunta es, ¿contiene el recuerdo todavía emociones dolorosas? Si es así, usted necesita concentrarse más en esa área. Paso 5: Comenzando con los recuerdos de la infancia más severamente dolorosos, escriba una carta a todos aquellos con quienes tiene asuntos sin concluir. El propósito de la carta no es para tomar venganza o culparlos. Es, sencillamente, para quitarle a usted las
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emociones infecciosas que resultan de las injusticias que le hicieron. Es la carga emocional en su memoria que abandera estos recuerdos como una herida sin curar. ¿Por qué una carta? Porque la mano escribirá lo que la boca no puede decir. Nuestros temores nos impiden expresar nuestros sentimientos. Así que la tendencia es ocultar el dolor bajo el tapete, como si nunca hubiera existido. Cuando hacemos esto repetidamente, se crea un bulto tan grande, que nos hace tropezar y sufrir los resultados de una caída. La Biblia dice: “Si tu hermano peca contra ti, ve y muéstrale su falta entre tu y él solo” (S. Mateo 18:15, NRV). Para la mayoría de las perso nas, ese es un pensamiento amedrentador, porque tememos ser abusados nuevamente. Usted siempre verá a quien lo dañó bajo un enfoque destructivo, hasta que pinte de nuevo el cuadro. ¿Por qué nos aconseja Dios que vayamos a los que nos han perjudicado? No es para que les sacudamos el dedo en la cara. No es para gritarles nuestras acusaciones. No es para destruirlos, sino para curamos a nosotros mismos y para darle al otro también la posibilidad de sanarse. Nunca debería dañarse a otro en un intento imprudente por sanarnos a nosotros mismos. La amargura y la ira son autodestructivas. El propósito no es tirar la basura en el patio del otro, sino limpiar el patio propio, también con la esperanza de limpiar el del otro. Cristo nunca acusó. Satanás es el acusador (véase Apocalipsis 12:10). Pero nosotros debemos vaciamos a nosotros mismos, o el dolor que sentimos nos envenenará a nosotros y también a los que nos rodean. Nuestro trabajo no es disculpamos, sino examinamos a nosotros mismos. Debemos analizar cuidadosamente nuestros pensamientos, nuestros sentimientos y nuestras actitudes, sin esconder nada de nuestra vista. ¡La sangre de Cristo es nuestra para quitar la mancha del pecado, y el manto de su justicia
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nos queda a la perfección! Mientras que la obra de autoanálisis puede ser difícil, es necesario comprender el trabajo de remoción del dolor que debemos hacer, para formar un carácter como el de Cristo. He aquí un modelo de carta que recomendamos para quienes lo han perjudicado de alguna manera. Elija una de las seis diferentes declaraciones que le sugerimos. Complete cada declaración. Querida/o____________ , 1. El propósito de esta carta es para compartir contigo... 2. Quiero que sepas que aprecio... 3. Quiero compartir contigo el dolor que he recibido como resultado de... 4. El efecto en mi vida del daño que he sufrido ha sido.. 5. Mis propósitos y planes para el futuro incluyen... 6. Esta carta ha sido escrita como parte de mi proceso de curación. Para vaciarme a mí mismo(a) del__________ que he sentido hacia ti desde______________ . Ahora que esta carta está terminada y he vaciado mi dolor, podré ser llena con el Espíritu Santo, porque eso es lo que he pedido a Dios que haga con el hueco que ha quedado. Ahora que ha mirado la carta modelo, permítanos ampliar el concepto o explicar por qué cada declaración es importante: 1. El propósito de esta carta es compartir contigo...
Algunos posibles comentarios para completar la frase podrían ser “mis sentimientos con respecto a cómo me trataste” o “el sufrimiento que llevo desde que era niña (o)”. 2. Quiero que sepas que aprecio...
Encuentre algo en el perpetrador que considera un tratamiento o conducta positiva. No importa cuán abusiva es
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rana persona, todavía es una criatura de Dios, y es valiosa y digna a su vista. Su comportamiento puede dejar mucho que desear, pero su valor es infinito. No mencione algo que eche a perder el propósito, alabando aquello que realmente no es digno de eso. Un ejemplo de cómo podría completar la declaración, podría ser: “Tu sentido del humor, tu generosidad, tu conformidad”. Puede elegir expresar un ejemplo del pasado. 3. Quiero compartir contigo el dolor que he recibido como resultado de...
Esta es la sección donde usted podría evocar el recuerdo doloroso en detalle. Describa el lugar, los sonidos, las emociones que sintió y los detalles de lo que sucedió. Esta sección puede requerir varios intentos para completarla. De hecho, esa es la idea. Una vez que se haya vaciado a sí misma(o) de algo del dolor, otros sentimientos y visiones pueden surgir. Vuelva a esta sección tantas veces como sea necesario y añada nuevas percepciones o recuerdos. 4. Los efectos en mi vida del daño que se le hizo han sido...
En esta sección detalle cómo el daño ha impactado cada fase de su vida: sus relaciones interpersonales, sus pensamientos y sentimientos, su conducta, sus éxitos y fracasos. Esto también puede tomar algo de tiempo para completarse, y puede ser necesario volver al punto varias veces. 5. Mis propósitos y planes para el futuro incluyen...
En esta sección usted enfocará los nuevos y mejores pensamientos, sentimientos y comportamiento, y los cambios de planes que hará como resultado de haber quitado esta carga de sus espaldas. 6. Esta carta ha sido escrita como parte de mi proceso de curación. Es para vaciarme a mí mismo(a) de la__________ que he sentido hacia ti desde que__________ . Ahora que esta carta está terminada y he vaciado mi dolor, seré lleno (a) con el
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Espíritu Santo, porque eso es lo que he pedido a Dios que haga en el espacio que ha quedado vacío.
En el primer espacio en blanco puede escribirse “emociones”, “sentimientos”. El segundo espacio necesita ser el evento principal. El resto de esta declaración es para ayudarle a poner en palabras las nuevas perspectivas de su vida. En vez de estar lleno de emociones negativas, usted se ha vaciado de ellas y ahora el Espíritu de Dios ha llenado el vacío. Ahora, ¿qué deberá hacer con la carta? He aquí lo que le sugerimos: • Reescriba la carta para que no sea más larga de dos páginas. • Póngase de acuerdo con un amigo(a), consejero(a), o su esposo(a) para tomar una hora de su tiempo. Durante esta reunión necesita sencillamente un oído que demuestre simpatía y brazos confortadores. Si no es su esposo(a), elija a alguien que sea de su mismo sexo para evitar complicaciones sentimentales. • Lea la carta que escribió, en voz alta. No está buscando comentarios o cuestionamientos por parte de su confidente, sólo un oído atento. Mientras lee, sus ojos verán las palabras que su mano ha escrito, sus oídos escucharán las palabras que su boca habla, y su corazón sentirá las emociones que está evocando para aliviar su dolor. De esta manera dará a su mente mensajes de finalización mediante todos los sentidos. Cuando los hechos dolorosos afloren de nuevo en el futuro, esa poderosa emoción tendrá un rótulo que dice FINALIZADA. Una visita personal al ofensor es ideal, donde usted lee su carta, la comentan serenamente, se perdonan el uno al otro, y
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oran juntos por el futuro. Sin embargo, vivimos en un mundo de pecado y abuso, y en algunos casos la confrontación con el perpetrador deriva en un nuevo abuso, a causa de sus obsesiones por el control, su actitud defensiva y su sentido de culpabilidad. Esto es especialmente verdad para una víctima débil que apenas está iniciando su recuperación. La confrontación puede ser tanto atemorizadora como riesgosa. Cada situación debe ser evaluada cuidadosamente para determinar la forma más segura de proceder. Si no conoce el paradero de su ofensor o si la persona está muerta, la carta puede todavía escribirse y leerse en voz alta a un compañero(a) confiable, porque el propósito no es ayudar al ofensor sino a usted. Si decidiera confrontar al ofensor personalmente, lleve consigo la carta que ha escrito y léasela en voz alta a esa per sona. La razón para hacer esto es que la emoción del temor que le embarga no le permitirá decir lo que debe decir. Ni tampoco sus emociones de ira distorsionarán el mensaje. Paso 6. Acepte la responsabilidad por los pensamientos, sentimientos y comportamiento que tiene como resultado del daño que le han hecho.
Usted no es responsable por el daño, pero lo es por continuar dañándose a sí mismo y a otros; por volver a infectar las heridas. Pregúntese a sí mismo: ¿a quién he herido por las emociones que he albergado? Paso 7: Confiese sus faltas a quienes ha dañado, pida que lo perdonen por el daño que les ha causado a raíz de sus emociones descontroladas. Paso 8: Pida a Dios que lo detenga antes de que comience a pensar, sentir, o comportarse como una víctima o quizá como un victimario.
El juego del “pobre de mí” ya no es apropiado para alguien
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que ha sido liberado de las garras de Satanás. Y tampoco vengarse es su responsabilidad. “Mía es la venganza; yo pagaré, dice el Señor” (Romanos 12:19). Aliviar el dolor ¡Este proceso de santificación, una vez que usted lo ha comenzado, durará toda la vida! ¡Pero no se preocupe! ¡Es una emocionante aventura! Porque a medida que se deshace del dolor, deja lugar para que el Espíritu Santo more dentro de usted como guía y consolador. Luego, a medida que Dios viene a vivir dentro de usted, a través de su Espíritu, reemplaza su confusión con su paz. La promesa es: “Pero el Consolador, el Espíritu Santo, a quien el Padre enviará en mi nombre, les enseñará todas las cosas, y les recordará todo lo que les he dicho. La paz les dejo, mi paz les doy. Yo no se la doy a ustedes como la da el mundo. No se angustien ni se acobarden” (S. Juan 14:26, 27). Aquí están algunas sugerencias que nos han sido útiles en nuestro proceso de sanidad: • Pida la dirección divina. ¿Por qué? Romanos 8:26 dice que el Espíritu Santo intercede por nosotros porque nosotros ni siquiera sabemos por qué deberíamos orar. Y en;Santiago 4:3 se nos dice que no recibimos porque pedimos con motivos egoístas. • Debe estar dispuesto a perdonar al ofensor. El perdón es una cualidad divina, no humana. El perdón que damos a otros, debemos recibirlo primero de Dios. Es sólo nuestra indisposición a perdonar, nuestra necesidad de venganza, lo que nos impide recibir el mismo don que nos daría paz. Algunos dicen que si perdonan libertarán al ofensor de la carga de la culpa. La pregunta es: ¿Exactamente qué carga lleva el ofensor? Es usted quien sufre. Usted es quien está enjaezado con la carga. No perdonar lo mantiene a usted
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prendido en el anzuelo. •Perdónese a usted mismo por los pensamientos, sentimientos y conducta que han resultado del daño que le han hecho. Si el perdón es un don de Dios, entonces él puede dárselo y también a los otros. • Piense en forma positiva y elevadora. No, esto no es la Nueva Era. Esta es una verdad del Nuevo Testamento. Filipenses 4:4-9 nos amonesta a pensar en todo lo que es verdadero, noble, correcto, puro, amable, excelente o digno de alabanza. Y si lo hace, el Dios de paz estará con usted. V
• Memorice promesas bíblicas. 2 Pedro 1:3, 4 nos dice que llegamos a ser participantes de la naturaleza divina a través de las “preciosas y grandísimas promesas”. • Alabe a Dios por su poder regenerador y renovador en su vida. Hemos descubierto que una de las mayores herram ientas para vencer los pensamientos y los sentimientos negativos es nuestro tocadiscos. Cuando los pensamientos negativos fluyen a nuestras mentes, ponemos un disco, con el volumen en 9, y cantamos a todo pulmón. Es posible que los vecinos se pregunten si no nos habremos vuelto locos, pero nosotros sabemos que más bien estamos preservando nuestra salud mental. • No espere milagros repentinos. Pero tan pronto como comience el proceso de recuperación, sentirá que su carga emocional comenzará a aligerarse. Poco a poco, a medida que vacía su dolor, su actitud cambiará. De repente, un día se dará cuenta que su conversación es más positiva, su cansancio ha diminuido y su futuro parece más promisorio. Será entonces cuando se dirá a usted mismo(a): “Jamás volveré atrás. Me mantendré en esta ruta de la recuperación para siempre”.
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“Hay un solo camino hacia la enfermedad y miles de caminos hacia la salud. Todo lo que tiene que hacer para empeorar es mantener estrechos sus horizontes, sus arterias, su mente, su entusiasmo, su comunidad, su compasión. Y para mejorar, todo lo que tiene que hacer es abrirse hacia las maravillas multitudinarias y los bálsamos sanadores interiores, externos y de alrededor. Comience desenredando la cuerda enredada de su enfermedad y los nudos (las ataduras) de su espíritu se aflojarán”. Sam Keen.
CAPÍTULO 12
¡Los redimidos se regocijarán1 . “Cuando yo era niño, hablaba como niño, pensaba como niño, razonaba como niño; cuando llegué a ser adulto, dejé atrás las cosas de niño”. 1 Corintios 13:11.
Del mismo modo en que los padres se regocijan cuando un bebé dice “Papi”o “Mami” por primera vez, o da aquellos primeros vacilantes pasos, nos emocionamos ante los menores progresos de los que han decidido crecer hacia la madurez emocional. Cada victoria, no importa cuán pequeña sea, infunde valor para la siguiente empresa y emociona a quienes aplauden desde las graderías. Para los que estamos en el camino de la madurez, parecería que el progreso es muy lento, porque estamos ansiosos de salir de la zona del dolor y entrar en la del placer. ¡Pero para quienes estamos en las graderías, cada paso de quien está en la lucha es una victoria! Las Escrituras nos dicen que el Señor se regocija por usted con cantos (Sofonías 3: 17), y aquí está la razón: Su constante superación hacia la estabilidad espiritual y emocional declara a todos los que lo rodean que Dios le da el poder para alcanzar el éxito, que su esperanza de salud sólo viene de su comunión con el gran Médico. Esa es la razón para tan resonantes aplausos y exclamaciones de alabanza. Su victoria nos da esperanza a todos. El es nuestra esperanza, no nosotros. El proceso de curación no requiere que usted posea primero una reserva moral o una cantera de valor, sino sólo que desee decir: “Señor, yo no puedo, ¡pero tú puedes!” Cuando usted
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levanta su débil mano hacia el cielo, Dios el Padre toma sus insuficiencias y las llena con la suficiencia de su habilidad, para que pueda superar el cerco de dificultades que tiene delante. Con cada salto exitoso aumenta el valor para afrontar la próxima valla de dificultades. Lo único que puede hacer es continuar levantando las manos hacia el cielo en posición de rendición, declarando: “¡Me doy por vencido, Señor! Abandono mis habilidades y descanso en las tuyas. Dejo mi control y acepto el tuyo. Depongo mi amor obstinado y acepto a cambio tu amor constante. Dejo mi conocimiento y mi justicia, reconociendo que mi necesidad de ser justo me advierte de la íntima relación que necesito contigo. Que pueda aceptar, a cambio, tu sabiduría y tu justicia”. Algunas veces el yo trata de tomar el control del proceso de curación, diciendo: “Esta es mi vida, y haré esto a mi manera”. Esto representa un retroceso hacia los antiguos comportamientos destructivos del pasado. Pero no todo está perdido. Sencillamente quite su pie del acelerador y colóquelo en el freno. Y tan sencillo como fue ese movimiento, es igual de sencillo buscar el acelerador y usarlo de nuevo. Cristo no se aleja de usted solamente porque ha dejado de apoyarse en él, sino que espera paciente y silenciosamente hasta qué usted se da cuenta que ha perdido el poder que lo hace progresar. Tan pronto como se da cuenta de su equivocación, puede sencillamente hacer el pequeño ajuste de apretar nuevamente el acelerador. Y mientras más practique el manejo de su vida con el poder de Dios, más fácilmente podrá permanecer unido a la fuente de poder a lo largo de todo el viaje. Es alentador escuchar el progreso de otros en el camino de la recuperación, porque sus éxitos nos ayudan a comprender que el éxito también es posible para nosotros. Veamos el ejemplo de personas cuyas vidas dan testimonio del poder divino. (Nancy) La historia de Jenny, quien fue abusada por su
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padre y por otros hombres en un rito satánico (véase el capítulo 2), ha estremecido a la mayoría de los que la han escuchado. Sin embargo, nada es demasiado difícil para el Señor (véase Marcos 10:27.) Jenny ha cambiado significativamente al apoyarse en la mano de Dios. Jenny no solamente eligió el procedimiento para su propia recuperación, sino que a medida que progresaba y notaba los cambios físicos y emocionales de la curación, recibía el ánimo para crecer en otras esferas de su vida. Jenny volvió a la escuela y terminó sus estudios universitarios, que había empezado mucho tiempo atrás. Posteriormente, obtuvo su maestría en Periodismo. Esperamos que algún día, muy pronto, Jenny escriba la historia completa de lo que Dios ha hecho por ella. Ella y su esposo, quien es médico, han encontrado una nueva y profunda intimidad en su matrimonio, lo cual les parecía imposible. Juntos disfrutan con sus nietos y llevan una vida social muy activa. Se han involucrado activamente en su iglesia y en su comunidad. Pero de más valor que eso, es el brillo en los ojos de Jenny y su nuevo entusiasmo por la vida lo que nos convence que, aunque aveces nos parezca difícil nuestro trabajo, vale la pena. La última vez que pasamos por el pueblo donde viven Jenny y Burt, los llamamos para saludarlos. Burt contestó el teléfono y en cuestión de segundos había hecho los arreglos para que comiéramos en su casa. Jenny nos recibió en la puerta y con el entusiasmo de una niña nos abrazó y danzó en derredor de nosotros. La comida estuvo creativamente preparada y fue una delicia para el paladar. Cuando terminamos la comida, Jenny, sin ninguna pena, excusó a los hombres y les pidió que se fueran a la sala, para que pudiéramos conversar a solas. “Nancy, llené una caja de cosas que quiero mostrarte. Son fotos mías de cuando era niña, recortes de periódicos viejos, una muñeca que tuve tiempo atrás, y algunas otras cosas. ¿Quieres verlas?”
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La pequeña niña que Satanás trató de entrampar en su red con el más indecoroso abuso que uno pueda imaginar, había sido liberada por Dios. (Nancy) Conocí a Kristy, cuya historia se narra en el capítulo 10, una mujer maltratada pero físicamente hermosa, cuando ella estaba cerca de los cuarenta años. Su muy preocupada madre me la trajo para ver si podía ayudarla a dilucidar algunos de los problemas que la estaban afectando. A primera vista vi una mujer de negocios bien vestida, que daba la apariencia de estar en perfecto control de su vida, pero después de un momento en mi oficina me di cuenta que una máscara de profesionalismo cubría sus miedos. Parecía sentirse cómoda cuando hablaba de las circunstancias abrumadoras de su situación actual, pero cuando le pedí que compartiera conmigo algunos recuerdos de su infancia, su rostro se endureció y un temor a exponerse que era obvio. Sin embargo, fue rápida para decirme que los recuerdos de su infancia eran vagos y llenos de dolor. A medida que relataba su historia, su ansiedad crecía. —Realmente no quiero hablar de eso —dijo—. ¿Tenemos que hacerlo? ¿Qué tiene que ver el pasado con mis problemas actuales? —Kristy, lo que sucedió en la primera infancia siempre influye en lo que está pasando ahora. Puede ser doloroso voltear hacia el pasado, pero ahí está la base de tus pensamientos, de tus sentimientos y de tu comportamiento actual. No tenemos que mirarlos todos hoy. Pero necesitas saber que para sanar, debes confrontar esos secretos vergonzosos que están en tu memoria emocional y quitarles el poder de atemorizarte y controlarte. La curación es un proceso que lleva tiempo, y poco a poco, a medida que surgen los recuerdos, te ayudaré a ser capaz de procesarlos y quitarles las emociones debilitantes que contienen. Mientras hacemos esto juntas, descubrirás que tus
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circunstancias presentes serán más fáciles de manejar y las decisiones saludables te vendrán con mayor naturalidad. Sin embargo, tienes que tomar la decisión de continuar o dejar las cosas como están —le aconsejé. No puedo decir que el camino de la recuperación de Kristy haya sido sin baches e intimidantes curvas; sin embargo, su disposición a mantenerse en el camino tuvo su recompensa al final. En una de las últimas sesiones de aconsejamiento, entró a mi oficina con un porte y una atmósfera completamente nuevos. No pudo esperar la oración habitual de apertura an tes de contarme la victoria que había obtenido ese mismo día. —¡Lo hice! ¡Lo hice! ¡Lo hice! —exclamó en una gozosa entrega. —¿Qué Kristy? ¿Qué hiciste? —Hoy, un ex compañero de trabajo vino a mi escritorio y empezamos a conversar. Luego me invitó a comer. Pero antes que le diera mi respuesta, me hizo una proposición sexual para después de la cena. ¡Le grité en su cara! Honestamente, Nancy, ¡no puedo creer que yo lo haya hecho! Poniendo mi dedo índice en su nariz, con énfasis le contesté: “¿Qué clase de mujer piensas que soy yo? ¡Estás ladrando en el árbol equivocado. Si quieres sexo, tendrás que conseguirlo en alguna otra parte!” ¡Qué victoria! Me alegré con ella de que Dios le hubiera dado el poder para decir las palabras que no pudo decirle a su padre. —Ahora, Nancy —continuó—, ¡me siento tan libre! Es como estar en vina motocicleta con el cabello al viento. No sabía que esto era posible. Gracias. Gracias. (Nancy y Ron) Y ahí tenemos el caso de Vicky (Su historia está en el capítulo 10). Era una persona que no sólo era víctima de incesto y abuso físico, sino que estaba casada con una víctima de incesto también. Recuerde que la luna de miel de Vicky y
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Dave empezó en camas gemelas por el temor de Dave a la intimidad. El proceso de su recuperación empezó hace seis años y continúa en la actualidad. Una cosa que debemos entender es que una vez comenzada la recuperación nunca termina. Poco a poco Dios nos revela las piezas de nuestro pasado que nos ayudarán a experimentar gozo en el presente. Espiritualmente, esto es la santificación; el proceso de ser hecho santo. Hace poco hablábamos con alguien que mencionó a esta pareja, y dijo: “No hay ejemplo más dramático y hermoso de vidas transformadas que el de Vicky y Dave. Aunque no conocieras los cambios de conducta, no podrías pasar por alto los cambios en su apariencia. Esta pareja se ve tan vibrante, tan alegre, tan saludable, tan feliz. Y desde que el proceso de recuperación comenzó, han sobrevivido a más traumas que los que la mayoría de las parejas encuentran en su vida. Ellos se han tomado de las manos y han reposado en los brazos del Señor. Riéndose de ello, llorando por ello, y permitiendo que su dolor los llevara a estar más cerca el uno del otro”. En un momento u otro casi todos nos hemos sentido como víctimas; resentidos con aquellos que han sido injustos o intencionalmente destructivos y crueles. [Nancy] Duránte años estuve resentida con mi padre. Resentía la forma como había gobernado mi vida, las palabras cáusticas y humillantes que me dirigía. Por otra parte, yo admiraba su talento y sabiduría. Mi padre era un buen hombre que cargaba el dolor y el rechazo de su familia original. Alguien que está lleno de dolor no puede dar alegría a otros —especialmente a su propia hija—, porque nunca tuvo un modelo apropiado en su infancia. Lo que él recibió es lo que yo conseguí. Durante muchos años, hasta mucho después de su muerte, mantuve bien escondido mi resentimiento. Quizás ustedes digan que estaba confundida. ¿Cómo podían la admiración y la falta de respeto por la misma
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persona coexistir pacíficamente en la mente de uno? Mi esposo terminó pagando el precio, porque yo esperaba que él hiciera por mí todas las cosas que mi padre no había hecho, y que fuera para mí todo lo que mi padre no había sido. Siempre que falta la figura paternal o maternal, se espera que el cónyuge llene todos esos vacíos. Y eso es imposible. No fue sino hasta que entré de lleno en un proceso de recuperación que empecé a aprender algunas cosas que podrían habernos evitado, tanto a Ron como a mí, muchos dolores de cabeza en nuestro tiempo de recién casados. Gasté cuarenta años de mi vida mirando a mi papá a través de los ojos de una niña. La niña decía: “Papi, juega conmigo. Cura mis heridas. Amame y adórame. Atiende mis necesidades. Tráeme a casa algunos regalitos que despierten mis fantasías. No me regañes ni reprendas. Solamente ámame, adórame y acéptame”. Cuando me casé, esperaba que mi esposo (“papi Ron”) satisficiera todas esas demandas, pero él cargaba su propio sentimiento de vacío maternal y esperaba que yo llenara todas sus necesidades maternales. Éramos dos adultos comportándonos como dos niños pequeños. ¡Qué miserable pareja! El proceso de la recuperación empieza cuando vaciamos las emociones dolorosas conectadas con nuestros recuerdos. Cuando el dolor nos deja, empezamos a mirar a nuestros pa dres a través de ojos diferentes: ojos adultos. Los adultos dicen: “Mamá y Papá ya no son responsables de atender mis necesidades. No puedo esperar que alivien mi dolor, que me hagan sentir bien con respecto a quién soy, que resuelvan todos mis problemas y satisfagan todos mis deseos”. ¿Por qué no? Porque Mamá y Papá tienen sus propios asuntos. Ellos son frágiles; también han sido dañados y lastimados. Y así ha sido desde Adán y Eva.
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Para poder sanarme tengo que cambiar mi perspectiva. Tbdo esto no ocurre sin lucha. En lugar de pelear, yo acostumbraba usar el “sí, pero”: “Sí, pero, si mi padre no hubiera estado ausente los primeros cuatro años de mi vida por causa de la guerra, yo podría haberme sentido segura con él”. “Sí, pero, si papá hubiera sido sólo un poco más tolerante y paciente conmigo, podría haber sido la pianista que había soñado ser”. “Sí, pero si sólo hubiera dicho esas tres palabras que yo deseaba escuchar, afirmando las cosas buenas que yo hacía, no habría estado buscando escuchar de cualquier otro “yo te amo” o “lo hiciste bien”. Gastamos nuestra vida diciendo “si tan sólo...” Jugamos el juego de la culpa, y sentados en el estiércol, eternamente incapaces de aceptamos a nosotros mismos y despegar hacia el triunfo, repetimos los errores del pasado. Entonces, ¿qué hacemos? Comencemos por desechar nuestras emociones dolorosas (véase el capítulo 11), y luego digámonos: “Tus padres solamente eran humanos después de todo, y ellos hicieron lo mejor que pudieron con lo que tuvieron”. Finalm ente, mientras maduramos espiritualm ente, empezamos a ver a nuestros padres a través de los ojos de Dios, quien dice: “A pesar de tu conducta, te amo”. El es capaz de separar el mérito y el valor de la conducta. Y nosotros también debemos hacerlo. Por supuesto, Dios no tolera o pasa por alto el pecado, pero él nos comprende y nos llama a buscar la excelencia. La recuperación es un proceso. Esto no sucede en una noche por haber leído un libro, o haber asistido a un seminario intensivo acerca de cómo recuperarse de la sensación de rechazo. He aquí el último capítulo de la historia de mi recuperación, que nos ayudará a entender cómo sucede el cambio:
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No hace mucho tiempo, una tarde Ron y yo llevamos a nuestros amigos a un paseo en automóvil. Llevé casetes de música sacra para disfrutar en el camino. Tomé uno que se titulaba “James Hallas” y se lo pasé a Ron, que estaba en el asiento de enfrente, para que lo pusiera en la casetera. Ron lo hizo sin mirar el título del casete. Yo estaba en el asiento trasero, y cuando escuché los hermosos himnos tocados por mi padre en su inimitable estilo, mis lágrimas empezaron a fluir. Nadie más en mi familia sabía que yo tenía esas cintas. Pero Ron supo inmediatamente quién tocaba el piano y se dio vuelta con una sonrisa de reconocimiento. V
Mi amiga, Donna, me dijo: “¿De quién es esa grabación? ¿Ese es Dino?” Cuando volteé para contestarle, vio mis lágrimas y exclamó: “Oh, Dios mío. Es tu papá. ¿Cómo pude olvidarlo? Es tu papá”. Las lágrimas fluyeron silenciosamente por algún tiempo antes de poder pronunciar una palabra. Donna se me acercó y tomó mi mano, porque sabía que yo estaba dolorida. Finalmente le dije: “¿Sabes?, esta es la primera vez que escucho esta grabación sin tener un nudo de resentimiento en mi garganta. Es la primera vez, en todos estos años desde que Papá se fue, que lo extraño. Me ha venido un diluvio de buenos recuerdos mientras escuchaba la cinta. Tengo otra grabación de papá, ¿no les molesta si la escuchamos?” Créalo o no, me sentí bien mientras las lágrimas fluían: ver el rostro de papá, verlo sentado al piano y sentir la pérdida. A algunas personas nos toma mucho tiempo madurar. Lo he aprendido por el camino difícil. Pero usted no tiene por qué esperar toda una vida para sanar. Puede dar los pasos hacia la recuperación ahora mismo. ¿Por qué es que el último nudo de mi resentimiento cedió en ese momento? Yo estaba entonces en otro proceso: recuperándome de una cirugía en la rodilla. Ron y yo estábamos en el automóvil con unos amigos muy queridos con quienes me
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sentía segura, y el paseo era precisamente para sacarme de casa y distraer mi atención del dolor. Mi casa había llegado a ser una casa de luto mientras me encontraba llorando descontrolada por el inclemente dolor físico que sentía. Estaba pasándola emocionalmente mal. Mis defensas estaban bajas. No tenía energía psicológica para resistir. Pienso que Dios usa momentos como éstos para enseñarnos lecciones que no podríamos aprender en tiempos mejores. El hombre más sabio que jamás vivió hizo este comentario: “Mejor es ir a la casa del luto que a la casa del banquete... Mejor es el pesar que la risa, porque la tristeza del rostro mejora el corazón” (Eclesiastés 7: 2, 3, 6, NRV). Antes, cuando leía estos versículos, no les encontraba sentido. Siempre había creído en el proverbio: “El corazón alegre es una buena medicina, pero el espíritu triste seca los huesos” (Proverbios 17:22, NRV). Puesto que yo sabía que un espíritu quebrantado deprime el sistema inmunológico pensaba: ¿cómo pueden los momentos de tristeza ser buenos para el corazón?
Repentinamente estos versículos cobraron significado para mí. Dios había usado esos momentos de dolor físico para liberarme del dolor emocional. Interesante, ¿no le parece? Y ciertamente, mi corazón, o más exactamente mi mente, recibió mejoría de esa manera. Estas historias de recuperación son reconfortantes. Pero usted puede estar diciendo: “Por supuesto, hay esperanza si usted es la víctima, ¿y qué de los abusadores? ¿No ha escuchado la declaración: ‘una vez abusador, siempre abusador’? ¿Es posible realmente para un leopardo cambiar sus manchas? ¿Qué si yo soy un abusador? ¿Hay esperanza para mí?” Uno tiene que recordar que los abusadores no se levantan simplemente una mañana durante su infanciá o su adolescencia y dicen: “Creo que voy a pasar la vida como un criminal, lastimando a la gente, quitando vidas y castigando a
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mi familia y a quienes amo”. Esa es la agenda de alguien más. ¿Recuerda? Satanás es un manipulador. Y él utiliza muchachos y muchachas dañados y los transforma en adultos perjudiciales. ¿No es Dios suficientemente poderoso para frustrar los propósitos de Satanás? Creo que sí lo es. Y aquí está el porqué lo creo: En una pequeña isla del territorio de los Estados Unidos en el inmenso Pacífico Sur, la guerra generacional todavía arde. La violencia doméstica es endémica, las drogas fluyen libremente, y el abuso no respeta personas ni cargos. Desde las chozas en la jungla hasta los edificios palaciegos, abunda el dolor emocional y espiritual. Es allí donde fuimos invitados por la clínica de una misión cristiana para celebrar una serie de reuniones, esperando educar a profesionales y a miembros de la comunidad. Acudimos para ayudarlos a aprender cómo recuperarse de la m aldición relacional que se había intensificado desde el siglo XVI, cuando toda la población masculina había sido asesinada y las mujeres fueron violadas por hombres de otra nación y cultura. Hemos estado allí en tres ocasiones y hemos tenido varios seminarios para los miembros del gobierno y para los departamentos de educación, de servicios sociales, de salud mental, de justicia, de protección y seguridad, y para varias iglesias. En nuestra segunda visita tuvimos un seminario acerca de la recuperación espiritual, titulado: “Vendando las heridas”. Este seminario fue dictado para una iglesia con una congregación muy grande. No teníamos idea de que en nuestra audiencia estaban dos hombres que habían sido enviados por el departamento de salud mental, y quienes tenían una historia de drogadicción y de violencia doméstica. En ese momento estaban en una unidad de reclusión para rehabilitación del uso de drogas, y sorprendentemente se les ordenó que asistieran a las catorce horas del seminario. Sus esposas fueron animadas
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a encontrarse con ellos en el seminario. Dimos otros seminarios diferentes en la isla, incluyendo uno en el hotel Hyatt Regency, pero no fue hasta un año después cuando supimos el impacto que tuvo nuestro ministerio en las vidas de estos dos hombres... y en otro más. He aquí lo que ocurrió: Un año más tarde volvimos a la isla para realizar reuniones durante tres semanas. En nuestra primera noche abrimos con un fin de semana matrimonial diseñado para enseñar a las parejas cómo adquirir destrezas de comunicación profunda. En el ejercicio de apertura pedí que cada persona diera su nombre, dónde vivía, cómo se había enterado del seminario y qué esperaba conseguir de él. El primer caballero se puso de pie y dijo: “Mi nombre es David. Hace un año yo era adicto a la cocaína, fumaba cuatro paquetes de cigarros al día, era alcohólico, estaba casado con mi tercera esposa de quien regularm ente abusaba física y emocionalmente, y tenía amoríos con quince más. Mi esposa y yo asistimos al seminario que ustedes enseñaron en el hotel Hyatt Regency el año pasado. Yo esperaba que ustedes pudieran ayudarla a corregirse. Hoy, quiero que sepan que yo fui el que se corrigió. Ya no consumo drogas. No fumo. No bebo alcohol. No golpeo a mi esposa y le soy fiel”. ’ “Durante el sem inario ustedes sugirieron que investigáramos nuestra propia historia familiar para descubrir qué dolor generacional podríamos estar cargando. Mi familia ha vivido por generaciones en esta isla, pero yo sabía muy poco acerca de ellos porque casi todos mis antepasados han muerto. Un amigo sugirió que fuera a la universidad, que tiene registros de muchas de las antiguas familias de la isla. Hice esto y, para mi gran asombro, descubrí que mi abuelo había decapitado a mi abuela con un machete. Pensé en el pasado, en mi propia infancia, recordé el miedo, la ira y la tristeza que se desarrolló en mí por estar creciendo en una familia muy violenta. Pensé en mí mismo: ‘A quí estoy perpetuando una tradición de violencia
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familiar, y ¿para qué? ¿Soy feliz? ¿Qué les estoy haciendo a mis hijos? ¡Cuánto he de haber lastimado a mi pobre esposita, Berta!’
“Entonces, en ese momento tomé una decisión. ‘Esta basura va a parar conmigo’. Mi esposa y yo nos unimos al programa de recuperación que habíamos aprendido en su seminario. Y los cambios en nuestras vidas han sido dramáticos”. Berta, que estaba sentada a su lado, asintió con la cabeza en actitud de afirmación, y nosotros nos quedamos sin palabras. Frente a nosotros estaban un médico y su esposa, quienes habían facilitado las clases de recuperación a las que David habíavasistido. Notamos que ambos también estaban llorando. ¿Cómo evitarlo? No habíamos todavía logrado recuperar la compostura, cuando Bob, un norteamericano que había vivido en la isla durante veinte años, se puso de pie: “Hace un año, Robby (señaló a un compañero al otro lado del círculo) y yo estuvimos en una unidad de reclusión para rehabilitación por drogadicción. Yo golpeaba a mi esposa, era drogadicto, alcohólico y tan sexualmente adicto que dejaba sola a mi esposa en la casa y me iba al bar donde bebía y tenía relaciones sexuales con varias mujeres en una noche”. “Tanto Robby como yo asistimos a las reuniones que tuvieron en la iglesia porque nuestro tutor de salud mental nos mandó que lo hiciéramos. Lo que aprendí cambió tanto mi vida que me pregunté qué otra cosa podría ofrecer esta iglesia que me beneficiara. Noté un anuncio de que se realizarían allí reuniones evangelizadoras que comenzarían en pocos días, y Rob y yo elaboramos un plan para poder asistir. Ahora soy un cristiano bautizado, jefe de diáconos de esa iglesia, y el fundador de cuatro grupos de Narcóticos Anónimos que se reúnen en la iglesia dos veces a la semana con casi 50 asistentes. Me ofrecí como voluntario en la radiodifusora cristiana, y dono cualquier otro tiempo libre a la iglesia o al programa de recuperación”.
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Luego le tocó el turno a Roby. “No sé cómo comenzar —dijo—, yo soy vina persona muy emotiva, de modo que es muy probable que llore. Bob tiene razón. Pero lo que él no sabe acerca de aquella noche cuando fuimos al seminario por primera vez, es que yo estaba planeando mi suicidio. Iba a saltar desde Louers' Leap (un acantilado de más de cien metros, donde muchos se han suicidado). Yo también era drogadicto como estos dos hombres. La dama que está sentada a mi lado es mi cuarta esposa. Durante mi servicio en la guerra de Vietnam, me uní a los comandos de la Marina, y fui entrenado como asesino. Mi trabajo consistía en entrar a las aldeas durante la noche y cortarles la garganta a los enemigos. Hice mi trabajo muy bien. La última misión que se me asignó fue asesinar a la mujer vietnamita a la que amaba, y con la cual había procreado dos hijos. Se me ordenó asesinarlos también. No tenía la menor idea de que eran del Vietcong”. Con su cabeza entre las manos comenzó a llorar. Entre sollozos nos dijo que cada noche y cada día vivía una pesadilla. “Ahora soy cristiano, pero ¿cómo puedo deshacerme de estos recuerdos y del sentimiento de culpabilidad? ¿Cómo podré ser perdonado alguna vez por lo que he hecho? Siempre me ha parecido que mi única elección era aturdir mi alma coji alcohol o drogas o ponerle fin a mi vida”. “Después de haber asistido a su seminario, tuve esperanza por primera vez. Pero los recuerdos de las atrocidades que había hecho todavía me perseguían. Se las entregué a Dios, y parece que todo marcha bien durante algunas horas del día, y luego regresan. No es fácil olvidar la vida pasada y sencillamente iniciar una nueva en estos días. Hace una semana me sobrecogió la desesperación al grado de pensar otra vez en el suicidio. Comencé a planificar mi muerte. Pensé para mí mismo, nunca verás a Ron Rockey otra vez. ¿Por qué habría él de volver a un lugar como éste? Y si volviera, ¿qué oportunidades tendría yo de verlo? Y entonces Bob me llamó y dijo que ustedes
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estaban de regreso y que mi esposa y yo podíamos asistir al seminario. A mí todavía se me hace difícil creer que después de todo lo que he hecho, Dios pueda amarme”. (Ron) En este punto, yo me levanté del asiento, me arrodillé en frente de Robby, y le pregunté: —¿Qué podrías haber hecho que fuera tan malo que Dios no pudiera perdonarte? —Todas esas personas que maté y las esposas que he golpeado; las drogas, el alcohol, el sexo. ¿Cómo puedo deshacer eso? V
—Puedes deshacerlo. Pero, Robby, Dios te ama sin importar tu comportamiento. El separa tu conducta de tu dignidad, y sólo ve tu valor infinito. —Pero si tan sólo supieras todas las cosas que tengo en mi cabeza —dijo Robby. —No sé todo lo que tienes en la cabeza; pero Dios sí. Déjame hablarte acerca de esto. Y en este punto compartí con Robby lo que por muchos años me había perseguido. Yo sabía que en su interior bullían la desesperación y el temor del castigo eterno. Le hablé del rey David y sus múltiples pecados, y le dije que, sin embargo, Dios lo llamó “varón conforme a mi corazón” (1 Samuel 13:14; Hechos 13:22). Como Robby no parecía responder, yo grité: “¡Yo te amo, Robby! ¿No te das cuenta? Si yo puedo amarte cuando casi ni te conozco, ¿por qué dudas que Dios, que te creó, no te ame?” En ese punto, Robby puso su cabeza sobre mi hombro, y nos sostuvimos el uno al otro, y las lágrimas fluyeron libremente, de nosotros dos, y de aquellos que eran testigos. Pasamos más tiempo juntos durante las siguientes dos semanas y, justo antes de salir de la isla, todos nos reunimos
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en la estación de radio local que nos había dado permiso para usar su equipo de grabación. David, Bob, y Robby compartieron sus experiencias, y nos hablaron de los dramáticos cambios que Dios había realizado en sus vidas. Robby terminó con su “si Dios puede cambiar mi cabeza enferma, puede cambiar a cualquiera”. Los tres hombres han unido ahora sus brazos y sus propósitos, decididos a que su nación isleña sea transformada completamente por la gracia de Dios. Ellos están dispuestos a dedicar tiempo, esfuerzos y dinero para apoyar a quienes asisten al programa de recuperación cuyas historias son similares a las suyas. Si usted es un abusador y tiene dudas similares a las que Robby tenía, permítame asegurarle que Dios lo ama. Yo también fui un abusador, y Dios ha llegado a ser el bondadoso papito que nunca tuve y ha tomado mis incapacidades y me ha dado sus habilidades. Hasta aquí hemos contado las historias de las exitosas recuperaciones de otros, quizá yo (Ron) debiera contar ahora la mía. En cada seminario que enseño, sea exclusivamente para hombres o en audiencias mixtas, hablo de las profundidades de mi dolor y los com portam ientos disfuncionales consecuentes que me controlaron durante muchos años. Me siento delante de otros sin vergüenza y les digo la verdad y comparto con ellos la senda que yo necesité tomar para romper la prisión de mi pasado. Muchos me han preguntado: “¿Cómo puedes hacer eso? ¿Cómo puedes sentarte allí y desnudar tu alma? ¿No has pensado en que podría fácilmente esparcirse el rumor de que tu pasado es lo que eres todavía hoy, y así destruir tu ministerio? Eres demasiado transparente”. Tienen razón. Soy transparente. Pero he encontrado que la verdad acerca de mí mismo me hace libre. Cuando lo confieso públicamente, me obligo a mí mismo
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a ser responsable, y el poder de Dios está allí para ayudarme a lograrlo. Si cualquier verdad puede hacer que alguien que sufre un profundo dolor, escuche y reciba la ayuda que necesita para salir de la trampa en que se encuentra atrapado, entonces siento que Dios me llama a abrir mi corazón y decirles la verdad. ¿Me siento avergonzado de mi vida vieja? ¡Por supuesto! ¿Comprendo por qué fui impulsado a ser así? Sí, gracias a Dios, lo comprendo, y ahora continúo siendo impulsado a proclamar el poder de la Palabra de Dios para cambiar mi vergonzoso comportamiento y hacer algo bello de mi vida. Dios nos lleva de etapa en etapa hasta la recuperación. Él nos da lo que necesitamos cuando sabe que lo necesitamos. Uno de los últimos capítulos de mi recuperación ocurrió en un pequeño seminario para parejas casadas que estábamos enseñando Nancy yo. Allí Dios me dio un mensaje que no pude ignorar. Estábamos en una pequeña capilla en los bosques. Una pared entera de la capilla era de madera, y en ella estaban grabadas las palabras: “Santo, Santo, Santo, Dios todopoderoso”. La pared estaba a mi derecha y si bien su color era oscuro, parecía irradiar una luz que molestaba mi ojo derecho, y las palabras “Santo, Santo, Santo”, seguían repitiéndose en mi cabeza. Traté de ignorar la irritación y continué enseñando. Cuando la molestia se tomó en dolor, recuerdo haberme frotado el ojo y pensado: “Algo debe andar mal con mi ojo”. Todo el viernes de tarde y la mayor parte del siguiente día la irritación continuó hasta que finalmente, en mi pensamiento, dije a Dios: “¿Qué quieres, Dios? ¿Santo qué?” Y la respuesta vino de regreso: “Santo, Santo, Santo”, de nuevo, vez tras vez. Finalmente el sábado por la noche comprendí que Dios estaba pidiéndome que abandonara el
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engaño en el centro de mi ser, que me decía que yo no tenía dignidad ni valor. Tenía que abandonar mi autorrechazo que se alzaba entre mí y la santidad del Dios todopoderoso. “No, Dios. Si yo me rindo en eso, ¿Quién soy?”, dije. Pero Dios era inexorable. No me dejaba tranquilo. Finalmente, habiendo llegado a estar muy familiarizado con la confesión, hablé sin pensar allí mismo en medio del seminario: “Si solamente tuviera un martillo de tres libras y un clavo gigante de aproximadamente treinta centímetros (un pie) de largo, resolvería el problema de mi rechazo para siempre”. Y pensé que eso era suficiente. Había puesto una condición imposible para olvidarme de mi experiencia de rechazo. La siguiente mañana volvimos para el último día del seminario. Me acomodé en mi asiento acostumbrado y estaba casi listo para empezar, cuando uno de los participantes del seminario entró caminando, trayendo algunas cosas en sus manos, y diciendo: “¿Es esto lo que querías, Ron?” Cuando se acercó más, reconocí el gran martillo y el clavo de un pie de largo. ¡Estaba asustado! Dije: “Gracias”. Pero por dentro gemía: “¡No Señor!” Todavía estaba combatiendo con Dios. Durante el último receso, justo antes de terminar el seminario, me rendí. Tomé una hoja de papel de mi cuaderno de notas y escribí con un marcador en grandes letras: “¡MI RECHAZO!” Y le dije a Nancy: “Voy a clavarlo, ¿Quieres venir conmigo?” Nosotros dos, que habíamos soportado juntos tanto dolor y angustia, caminamos por un sendero cubierto de helechos, hasta que vi la base del tronco de un gigantesco árbol cortado. Coloqué el papel en el tocón, puse el enorme clavo en el centro del papel, y con el martillo empecé a clavar el papel en el
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tronco. Pero Dios no había terminado conmigo todavía. A medida que el clavo se hundía en el tronco, se llevó consigo la hoja con mi rechazo. Nancy y yo, de pie, llorábamos mirando la cabeza del clavo aplanada contra el tronco, con sólo una angosta circunferencia de papel alrededor de él. Mi pecado estaba clavado en el árbol. El milagro es que el clavo, que normalmente podría fácilmente haber atravesado el papel, no lo hizo. Simbólicamente, era como si Dios me estuviera diciendo: “No quiero que mires a tu experiencia de rechazo otra vez. Ahora está clavada en la madera de la cruz”. Mi último sostén se había ido. Yo había usado mi experiencia de rechazo como la muleta en la cual me apoyaba. Era la excusa que me daba a mí mismo y a otros para explicar todos mis sentimientos y comportamientos indignos. Cristo había pagado el precio y ese día me encontré con él en la cruz y crucifiqué lo que había estado entre él y yo. Y ahora yo puedo cantar con un nuevo significado: “Santo, Santo, Santo”, porque Dios verdaderamente es poderoso. (Ron y Nancy) Cuando echamos una mirada a nuestras vidas pasadas, nos damos cuenta que desde el momento que fuimos concebidos en el vientre de nuestras madres, Dios tenía un plan para nosotros. Aveces es sobrecogedor el pensamiento de que Dios tomara dos individuos de un trasfondo completamente diferente, de diferentes partes del país, con valores y perspectivas de vida opuestos, y los haya juntado en una forma maravillosa. Así lo hizo con nosotros. Después de todo, ¿cuántas personas se conocen en un tribunal? Nuestros primeros veinte años juntos, fueron tortuosos para ambos. Al mirar hacia atrás desde nuestra perspectiva actual, concluimos que no cambiaríamos una sola cosa. Oh sí, hubiera sido maravilloso si nuestro matrimonio hubiera sido perfecto desde el principio y hubiéramos sido vinos padres perfectos,
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criando hijos perfectos; pero ese es un mundo de sueños. Dios nos llevó a través de muchos valles y nos alzó sobre muchas montañas. Y cada experiencia tuvo un propósito. Si no hubiéramos tenido esas experiencias, hubiera sido muy difícil comprender los sentimientos y dolores de cabeza de otros en circunstancias similares. Ahora podemos decir: “Hemos pasado por lo peor, y Dios nunca nos abandonó. Hemos aprendido que ¡ya no somos rechazados!” Es por eso que Isaías 43:1-5 significa tanto para nosotros. Antes de compartir este pasaje con usted, sin embargo, permítanos explicar el significado que hay detrás de dos palabras. Aguas: Se refiere a orina literalmente. El desperdicio que
ha hecho de su propia vida. Ríos: Problemas.
Ahora, con este entendimiento, permita que Dios le hable en sus palabras: Pero ahora, así dice el Señor, el que te creó, Jacob, el que te formó, Israel: “No temas, que yo te he redimido; te he llamado por tu nombre; tu eres mío. Cuando cruces las aguas, yo estaré contigo; cuando cruces los ríos, no te cubrirán sus aguas; cuando camines por el fuego, no te quemarás ni te quemarán las llamas. Yo soy el Señor, tu Dios, el Santo de Israel, tu Salvador...
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Porque te amo y eres ante mis ojos precioso y digno de honra, a cambio de ti entregaré hombres ¡A cambio de tu vida entregaré pueblos! No temas, porque yo estoy contigo.
¡Usted puede regocijarse ahora con nosotros, porque todos somos redimidos y ya no somos rechazados!
I Isied no tiene que seguir siendo una victima : •
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Ron creció desesperadamente entrampado en la pegajosa telaraña del abuso físico y emocional. Nancy fue una niña presa en la cárcel de la inutilidad y el rechazo. Pero a pesar de todo este dolor, no fueron víctimas pasivas sino sobrevivientes. En su búsqueda perenne de sanidad emocional, los Dres. Nancy y Ron Rockey confrontaron sus mayores temores del pasado y descubrieron el valor para librarse del caos y el sufri miento. Este libro refleja las eficaces técnicas para vencer el abuso y el rechazo que han desarrollado como una de las parejas cris tianas de mayor éxito en el trabajo de la recuperación emocional.
En casa está basado en principios bíblicos e inicia a sus lec tores en el proceso de descubrir la fuente de sus traumas perso nales, que a su vez los llevará a una comprensión más profunda de sus propias necesidades y a la sanidad genuina que proviene de Dios. Si usted está dispuesto a dejar de ser una “víctima”, lea
En casa y comience a recobrar lo que le fue quitado. U n l i b r o de s a n i d a d e s p i r i t u a l p a r a v í c t i m a s d e l a b u s o y sus s e r e s q u e r i d o s
ara nosotros no hay mayor alegría que ver cómo se abren los ojos del entendimiento, cómo el dolor se transforma en sanidad y el conflicto en compatibilidad”. — Ron Rockey, Ph.D. and Nancy Rockey, Ph.D.
ISBN 0-8163-9396-6
9 7 8 0 8 1 6 3939 61