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Eucaristía, ancla de mi vida de oración La oración, nos dice el Catecismo de la Iglesia Católica, es la “relación viviente y personal con el Dios vivo y verdadero” (2558). La oración puede ocurrir en cualquier lugar y en cualquier momento. En la celebración de la Eucaristía, sin embargo, oramos de una manera incomparable.
Jesús nos enseña a rezar Jesús fue modelo de oración. A lo largo de su vida terrena, en su relación íntima y amorosa con Dios Padre se podía ver cómo oraba. Sus discípulos fueron testigos cuando le daba gracias y lo alababa llamándolo “Abba”, Papá celestial, en busca de ayuda. Con frecuencia sacaba tiempo para ir a “un lugar solitario” y rezar. Iba a la sinagoga y al Templo también, y compartía los ritos de oración del pueblo judío. Jesús formó a sus discípulos en los modos de oración. Los instó a ser persistentes en la oración y a evitar mostrar su piedad para lograr el reconocimiento de los demás. Les enseñó que la humildad es esencial a la oración. Debían usar pocas palabras y rezar con el corazón. Cuando sus discípulos le preguntaron: “Enséñanos a orar”, Jesús les dio la Oración del Señor (el Padre Nuestro), piedra angular de toda oración cristiana. Antes de su pasión y muerte, Jesús pasó la noche en oración intensa en el Huerto de Getsemaní. Desde la cruz, clamó utilizando las palabras del Salmo 22: “Dios mío, Dios mío, ¿por qué me has abandonado?”. Estas palabras de una oración de la Sagrada Escritura llevaron su angustia a Dios en el momento de su mayor dolor y desolación. Después de la Resurrección, los dos discípulos de Emaús reconocieron a Jesús cuando “pronunció la bendición” y partió el pan. En este sencillo rito de bendecir lo que iban a comer, lo reconocieron como el Cristo resucitado.
¿Qué nos dice el ejemplo y la enseñanza de Jesús sobre la oración acerca de la Eucaristía?
Tres lecciones para nuestra oración En primer lugar, la Eucaristía no puede ser la suma total de nuestra oración. Al igual que Jesús iba a “un lugar solitario” para orar, y recomendó a sus discípulos que dedicaran tiempo a rezar “en secreto”, debemos proceder a encontrar tiempo, fuera de la misa, para la oración personal. En los momentos de inmenso sufrimiento o de gran alegría, la oración del corazón puede surgir espontáneamente. En otras ocasiones, los hábitos de oración nos ayudan a permanecer en sintonía con la cercanía de Dios y Su cuidado por nosotros. Sin embargo, Jesús también atesoraba la oración ritual, la oración comunitaria. La oración ritual habitual era parte de la estructura misma de su vida, y debe seguir siéndolo de la nuestra. La Eucaristía nos recuerda lo que Jesús dijo e hizo en una comida ritual, la Última Cena. Así, en segundo lugar: la oración personal y privada no es un sustituto para la liturgia. A veces uno oye a la gente decir: “Puedo rezar en casa. ¿Por qué debo ir a misa?”. Tal actitud no tiene base en la vida de Jesús. En efecto, nos encontramos con Jesús, el Señor Resucitado, cuando partimos el pan de la Eucaristía. Tercero, para acercarse a la Eucaristía en espíritu de oración es necesaria la humildad de corazón al entrar en la presencia de Dios. Los movimientos de oración durante la misa –adoración y alabanza a Dios, intercesiones por nuestras propias
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SAMPLE - COPYRIGHTED MATERIAL necesidades o las necesidades de los demás, acción de gracias o gratitud después de recibir la Santa Comunión– fluyen más libremente cuando se rezan con un corazón humilde.
La oración como don San Pablo instó a la comunidad de los creyentes a que “oraran sin cesar”, y señaló que la acción del Espíritu Santo nos capacita para orar. Cuando no podemos orar, o no sabemos cómo hacerlo, el Espíritu intercede por nosotros (Romanos 8,26-27). Esta confianza en la iniciativa de Dios y Su papel en darnos la posibilidad de orar ha permitido a los cristianos en el curso de los siglos considerar la oración como un don. Incluso si practicamos disciplinas de oración y nos esforzamos por ser fieles y constantes en la oración, sabemos que esto sería inútil si Dios no deseara una relación con nosotros primero. “La maravilla de la oración se revela junto al pozo donde vamos a buscar nuestra agua: allí Cristo va al encuentro de todo ser humano. Es el primero en buscarnos y el que nos pide de beber. Jesús tiene sed, su petición llega desde las profundidades de Dios que nos desea. La oración, sepámoslo o no, es el encuentro de la sed de Dios y de la sed del hombre. Dios tiene sed de que el hombre tenga sed de Él”. (Catecismo de la Iglesia Católica, 2560).
La Eucaristía, el Sacramento de la presencia de Cristo La Eucaristía es la gran plegaria litúrgica de la Iglesia. Dentro de la celebración, el sacramento de la presencia de Cristo, ofrecido y recibido en la Sagrada Comunión, puede tener un efecto profundo en nuestra vida de oración. ¿Qué sucede cuando recibimos la Sagrada Comunión? En lo físico nos hemos comido un poco de pan y un trago de vino tomado de una copa común. Sin embargo, por la fe creemos que algo más profundo ha ocurrido: Cristo resucitado viene a nosotros. El Dios vivo y verdadero se ha entregado a nosotros. Dios ha tomado la iniciativa. Cuando recibimos la Eucaristía en fe, respondemos a esa iniciativa, diciendo sí: “Amén”.
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La Eucaristía nos ancla cada semana, o incluso diariamente si esa es nuestra práctica, en lo que es más importante en la vida: nuestra relación con el Señor Resucitado, quien continuamente nos busca. A pesar de nuestros pecados, él anhela “entrar en nuestra casa” y habitar con nosotros. El libro del Apocalipsis dice: “ Mira que estoy a la puerta y llamo: si uno escucha mi voz y me abre, entraré en su casa y comeré con él y él conmigo” (Apocalipsis 3,20). Y cuando salimos de misa fortalecidos en la fe, tenemos confianza en que el Espíritu del Señor resucitado, a quien hemos encontrado en la Eucaristía, estará allí para guiarnos y fortalecernos cada día de la semana.
REFLEXIÓN ¿Qué momento de la liturgia te parece que conduce más a la oración? Cuando dices “Amén” al Cuerpo y la Sangre de Cristo, ¿qué significa eso para ti?
ACCIÓN Saca unos minutos para rezar antes y después de la misa. Mediante la preparación para celebrar la Eucaristía, hacemos que la celebración dé frutos. Después de la misa, toma un momento para dar gracias por las formas en las que has vivido la presencia de Cristo en la liturgia.
ORACIÓN Dios de amor, gracias por darnos la Eucaristía para anclar toda nuestra oración en el don de Jesús. Abre mi corazón a una relación más profunda con él. Ayúdanos, por medio del Espíritu Santo, para sentir su cercanía y decir “Amén” a la vida que solo Tú nos puedes dar.
Rita Ferrone es una galardonada escritora y conferencista sobre liturgia, catequesis y la renovación de la Iglesia Católica.
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