Arango la política y la búsqueda de la felicidad

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La Política y la Búsqueda de la Felicidad.

Introducción: Cada vez es más común encontrarse con gente que asegura ser apolítica; que afirma que la política es el peor de los vicios; que los políticos se enriquecen a costa de los ciudadanos; que es mejor no enredarse en líos de políticos porque todos son unos tramposos, que se escudan en la burocracia para no hacer nada. Se piensa que el gobierno está tan lejos y compuesto de gente tan ajena al ciudadano del común, que lo que haga o deje de hacer no afecta la vida de los individuos.

Nada más falso. Es imposible escapar al impacto de la política; no existe nadie que pueda librarse de la afectación (no necesariamente negativa) que las decisiones políticas ejercen sobre cada uno de los ciudadanos. Es la política la que determina que podemos hacer y qué nos está prohibido; es una actividad humana cotidiana, que no se desarrolla en un escenario limitado y en tal sentido, es ejercida por muchos más que simplemente los funcionarios de gobierno. La política limita libertades y garantiza derechos; la política determina el marco de acción de los seres humanos; les define su existencia. ¿Cómo sería posible entonces ser apolítico? Los ciudadanos pueden vivir ciegos y sordos toda su vida y no preocuparse por la realidad política de su comunidad; pueden ignorar sus derechos y deberes; pueden huir a cada conversación sobre las decisiones que toman los gobernantes, los líderes comunitarios, las organizaciones sociales…(a ellos, los define Chantal Delsol como siervos, pero los definían en la Grecia del siglo V a.c. como idiotes: aquel que se enreda en las pequeñeces de su casa


y no participa de los asuntos de la comunidad). Lo que no pueden hacer los ciudadanos es escapar a las consecuencias de las decisiones políticas. No pueden violar una ley sin asumir el castigo, no pueden salir del país sin tener un pasaporte, ni entrar a una universidad sin un documento de identificación ciudadana. Es simplemente imposible, y esto es porque las decisiones políticas y por ello sus efectos, son vinculantes.

Se diría entonces que la decisión más inteligente de la gente es preocuparse y participar en la toma de las decisiones que afectan su vida. Conocer los límites de su accionar en el marco de la comunidad a la que pertenece, en definitiva, saber qué puede hacer y, particularmente, qué es lo que no puede hacer.

Es así como la sociedad civil representa tanto el escenario natural de acción de los individuos como el peor verdugo de su libertad. Si bien la acepción más común en nuestros días de sociedad civil, es aquel conjunto de organizaciones sociales que sin detentar el poder lo controlan, lo pretenden, lo analizan y lo inciden, para efectos de este documento se entenderá por sociedad civil o estado civil, el resultado de la evolución consciente de los hombres por lograr un organismo político, es decir, la evolución del estado natural o barbárico. Ahora bien, ese estado al que se hace referencia no es en ningún caso el Estado como estructura jurídica coactiva de organización social (organismo formal y legal) sino, por el contrario, el estado como situación, como momento histórico de la evolución humana.


Es naturalmente común a todas las agrupaciones de individuos el ser definidas por las relaciones de poder que se dan en su interior. Y esto es así porque el poder es una condición inherente a los seres humanos: siempre que haya una relación entre personas, habrá una relación de poder. Según Robert A. Dahl, el poder es la capacidad o dominio que tiene un individuo de hacer que otro haga algo o lo deje de hacer; lo que implica que sin la intervención del primero (quien ejerce el poder), el segundo no habría hecho o dejado de hacer aquello que le fue ordenado.

Ahora bien, el ejercicio del poder se da de diferentes formas (como se analizará en un capítulo posterior de este documento) la mayoría de ellas conflictivas; es decir que la imposición de fuerza, de ideas, de formas y de condiciones tiende a causar rechazo en la sociedad. De otra parte, e incluso sin un ejercicio efectivo de poder, los seres humanos encuentran diferentes formas de solucionar sus asuntos y en tal sentido generan conflicto entre quienes prefieren una u otra. El conflicto, se nos presenta entonces, al igual que el poder, como una condición innata a las agrupaciones de seres humanos, y debe entenderse como el encuentro de dos ideas diferentes al momento de solucionar un asunto, y no por ello, es necesariamente violento ni implica siempre el uso de la fuerza.

El escenario natural de acción de los seres humanos, al menos de la inmensa mayoría, es la sociedad. La sociedad provee bienes y servicios fundamentales para la existencia, facilita la vida, posibilita la trascendencia. Gracias a la sociedad, cada individuo puede usufructuar los inventos y descubrimientos que sus congéneres han dejado desde hace miles de años.


La medicina, la agricultura, el álgebra, la ingeniería, y otras tantas, han sido elaboradas por seres humanos para facilitar la vida de la especie, haciéndola más cómoda y feliz; sin embargo, el costo de vivir en sociedad es alto. Como decía Hobbes “el hombre es un lobo para el hombre”, el afán de poder y de poseer de los seres humanos los lleva fácilmente a la agresión y a la violencia; por naturaleza, esta especie tiende a tomar lo que necesita o quiere sin más miramientos que ello. Es inevitable que esta faceta egoísta y violenta de los humanos, combinada con una vida en colectivo, genere conflictos permanentemente, una violencia desmedida y una vida sombría para todos.

En síntesis, la vida en comunidad resulta, además de provechosa y cómoda, peligrosa y aterradora.

Para lograr aprovechar los beneficios de la vida colectiva y reducir al mínimo el riesgo de caer en el Estado de Naturaleza, para evitar y sofocar los conflictos al interior de la comunidad, fue necesario pasar de ser una masa de seres humanos, a una organización social; es decir, fue necesario definir un objetivo común, roles, reglas de comportamiento, castigos para quienes infringieran esas reglas y un poder que las hiciera cumplir.

Cada uno de los integrantes de la organización política vio limitada su libertad (la libertad de ejercer la fuerza y la violencia, pero también la libertad de tomar algunas decisiones y actitudes) y en contraprestación, la sociedad garantizaría a cada individuo, que todos los demás miembros de esa organización renunciarían a las mismas libertades; se incrementaría


su seguridad personal, se garantizarían sus derechos, se trabajaría mancomunadamente para alcanzar un objetivo: el bien común, y sobre todo: se prevendrían y controlarían los conflictos, dado que los seres humanos actuarían enmarcados por un sistema de reglas claras y previas.

Es así como la política, como actividad humana, nace para establecer y mantener un escenario social pacífico que permita la evolución y la búsqueda del bien común. Sin embargo vale la pena preguntarse si este objetivo se ha alcanzado, o si por el contrario ¿la invención de la política antes que eliminar los conflictos propios de la naturaleza de los seres humanos, ha generado nuevos conflictos y reestructurado los primeros?

Frase Plan: Vivir en sociedad resulta además de cómodo y beneficioso, peligroso ya que allí los seres humanos encuentran su principal depredador: otros seres humanos. Es por ello que para posibilitar la coexistencia pacífica y productiva, fue necesario crear estructuras organizacionales y normativas que permitieran a los individuos gozar de las ventajas de vivir en comunidad evitando y controlando los conflictos que le son propios. Sin embargo, la efectividad de dichas estructuras, está determinada por su capacidad de gobierno, que de cualquier forma no logra más que reconfigurar el escenario y las rutas en que se desarrollan los conflictos.


1.A Vivir en sociedad resulta además de cómodo y beneficioso, peligroso ya que allí los seres humanos encuentran su principal depredador: otros seres humanos.

El escenario natural de la vida de los seres humanos es la sociedad, incluso hay quienes advierten que la sociedad es anterior y superior a él. Aristóteles por ejemplo, tenía una visión holística de la sociedad (cuerpo independiente de sus componentes) e identificaba en ella el mayor de los activos de los individuos al afirmar que el hombre es un ser social por naturaleza. Una visión menos romántica de la raza humana obliga a reconocer la enorme insuficiencia de los individuos para satisfacer, ellos mismos y por sus propios medios, sus deseos y necesidades, aun los más primarios; en otras palabras, sin los siglos de avance en la medicina, no sería posible aliviar los simples síntomas de una gripa y mucho menos, lograr la supervivencia humana ante una enfermedad catastrófica como la peste o la viruela. Sin los conocimientos agregados de la historia de la humanidad, es decir, viviendo en asilamiento, sin contacto con otros seres humanos, seguramente la vida de una persona no alcanzaría para más que descubrir el fuego o inventar la rueda en el mejor de los casos.

De otra parte, la sociedad es el único medio para lograr la que es tal vez la más común de las ambiciones de los seres humanos: la trascendencia. Las razones por las que para los individuos resulta tan importante burlar su propia muerte dejando en el mundo una huella (inventando, descubriendo, sembrando, escribiendo, incluso procreando) son del resorte de sociólogos y psicólogos y no serán tratadas en este documento; pero para los efectos que aquí nos interesan, la sociedad presta también en este escenario un servicio fundamental.


Es así como los intereses individuales resultan mucho más plausibles si son comunes o apalancados por el colectivo. La sociedad es, entonces, un ente en sí mismo que presta servicios fundamentales a los individuos, pero que es distinta a ellos; lo que presupone que, como ente, tiene intereses propios. Siendo una organización cooperativa, la sociedad busca el bien común o la buena vida de sus asociados. Eso no es (ni debe ser) la sumatoria de los intereses individuales de los ciudadanos, es el bien del colectivo, que podría, en determinados casos, ser contrario a la idea de felicidad de alguna de las partes que lo componen. La obligación primaria de los seres humanos es buscar su propia felicidad (como afirmó con tanta razón Aristóteles) y, por extrapolación, la obligación de las sociedades, su fin último, es buscar el bien común. Es esta entonces la razón de ser de la vida colectiva de los seres humanos: la felicidad y comodidad que facilitan alcanzar los intereses individuales y la garantía de la búsqueda de un bien común.

Ahora bien, según identificó Thomas Hobbes, existen dos impulsos primarios de las acciones de los seres humanos: el deseo y la razón. El deseo lleva a los hombres a buscar y tomar lo que quieren o necesitan y la razón es el proceso mental por el cual los individuos reconocen las consecuencias de sus actos, es el mecanismo que tienen para alcanzar la buena vida. Estos dos principios, aunque complementarios y presentes en la vida cotidiana de los individuos, pueden ser también contradictorios; por ejemplo, el deseo de sentir el vacío que produce la caída libre es contrario al instinto de supervivencia; a menos que, como decisión racional, se utilice un paracaídas.


En el reino del deseo (donde no media la razón) los seres humanos son inmensamente capaces. El ser primario toma lo que desea sin ejecutar antes ningún proceso racional sobre la conveniencia de hacerlo, sobre las consecuencias que ello podría acarrear ni sobre el valor moral o ético del hecho.

En el mismo sentido se comporta, sus acciones son

instintivas y naturales (por lo tanto no racionales) y se dan en forma desordenada e inconsciente. Ese escenario fue descrito por Hobbes como el Estado de Naturaleza; un momento social en el que cada individuo toma lo que quiere y desecha lo que no quiere, y esto lo hace normalmente con violencia ya que, según identifica el inglés, los seres humanos son violentos y agresivos por naturaleza; y es que, además de capaces y violentos, los individuos en su estado natural son libres, inmensamente libres, y esa libertad se expresa en el ejercicio de la capacidad y la violencia; y esa libertad y esa capacidad y esa violencia, no son características exclusivas de unos pocos, ni de algunos: son condiciones de todos. Todos los sujetos de un colectivo serían libres, capaces, violentos, agresivos, egoístas y mezquinos.

Hobbes resume en una célebre frase lo que sería, en ese estado, la vida de los seres humanos: “solitaria, pobre, sucia, bruta y corta”. En el Estado de Naturaleza el conflicto sería la condición general y en tal sentido, el miedo imperaría en la sociedad. Cualquier beneficio que pudiese traer consigo la vida colectiva se vería anulado por los enormes costos de vivir permanentemente con miedo y ante el riesgo inminente de la muerte. No sería posible alcanzar los fines individuales en tanto la preocupación primera de cualquier individuo sería la supervivencia y el bien común no existiría en tanto no sería


posible la idea de comunidad.

El bienestar estaría limitado a la supervivencia, y la

violencia y la injusticia serían imperantes.

Tanto como regidos por el deseo, los seres humanos son seres racionales; y es innegable la utilidad de vivir en comunidad (como ya se trató anteriormente) por lo que esta última, es una situación racionalmente deseable. Los seres humanos se vieron entonces (y acaso se enfrentan aún hoy al mismo dilema) obligados a escoger entre un Estado de Naturaleza donde primaran la libertad y el deseo, así como la violencia y la soledad; o conformar sociedades donde rigiese la razón, el orden y se posibilitara la búsqueda de un bien común.

1B.

para posibilitar la coexistencia pacífica y productiva, fue necesario crear

estructuras organizacionales y normativas que permitieran a los individuos gozar de las ventajas de vivir en comunidad evitando y controlando los conflictos que les son propios.

Jean-Jacques Rousseau tenía una visión de la naturaleza humana que dista mucho del análisis Hobbesiano. Para Rousseau, el orden social no devenía de la naturaleza violenta de los hombres sino, por el contrario, del surgimiento de la propiedad privada, que entendía como la causa del egoísmo y el deseo de dominación de unos individuos sobre otros (dominación que se materializa mediante la adquisición y acumulación de bienes). Antes de la propiedad privada, los seres humanos eran capaces de convivir cooperativamente y lograr sus objetivos, pero a causa de aquella es necesario instituir el Estado Civil (término


peyorativo para Rousseau y que se opone a un Estado Natural mucho más natural y pacífico). Es así como Rousseau entiende que la razón de la organización política es garantizar la libertad de los individuos en un escenario de dominación, mientras sirve de mecanismo de protección de la propiedad privada y regula las acciones entre los hombres que desean, poseen, transforman y mantienen recursos / bienes con el ánimo de dominación sobre ellos y sobre otros hombres.

Entonces, el estado civil de los individuos (en contraposición a las sociedades naturales donde priman el deseo y el comportamiento natural de los sujetos, bien sea en su sentido más positivo como defendían Rousseau y Aristóteles, o en el más salvaje como resaltaba Hobbes), aparece como el resultado de la capacidad de interacción natural en los seres humanos y la razón que los lleva a buscar la mejor vida que puedan tener para lo que priorizan el orden sobre el caos, ya que resulta ser más útil en la protección de sus intereses (incluyendo la propiedad privada) y la búsqueda de la buena vida1.

Ese orden social se materializa entonces en la creación de una estructura organizacional de la sociedad, que implicó la identificación de roles y esquemas de división del trabajo. Como cualquier otro sistema, la sociedad necesita de la complementariedad en las funciones de sus partes, de lo contrario no sería sistema y estaría destinada al fracaso.

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En este sentido Thomas Paine afirmó que la sociedad es fruto de nuestras necesidades, en cambio el Estado

es producto de nuestra maldad.


De otra parte, es de suponer que la realidad política implica la existencia de recursos limitados que deben ser distribuidos entre los individuos de la sociedad y, por agregación, entre las clases que la conforman. La sociedad es pues, una realidad orgánica, un sistema de clases sociales que cooperan entre sí y a las que se asignan tareas específicas en la búsqueda del bien común y recursos para llevarlas a cabo; esas clases son jerarquizadas y las relaciones de poder y cooperación que se establecen entre ellas definen, en última instancia, la forma y la estructura de la sociedad misma. Entonces el tipo de sociedad está definido por la forma en que se establecen las relaciones de poder entre individuos y clases, los principios que subyacen a ellas y la forma en que son reguladas.

Los principios que rigen el interrelacionamiento de los seres humanos son normas de comportamiento que, siendo socialmente aceptadas y legítimamente reguladas, determinan lo posible y lo prohibido. Formalmente, el núcleo que da origen al orden social y político (que sería desarrollado y estructurado en forma mucho más elaborada), son aquellas normas universales que propenden a la sobrevivencia de los seres humanos y que, lejos de ser construcciones elaboradas, son normas básicas de comportamiento que corresponden a la naturaleza misma de la vida: la Ley Natural.


La corriente Iusnaturalista2 entiende que así como los apetitos y las aversiones de los individuos son un motor universal de comportamiento, existen también leyes universales que los rigen (es decir, comportamiento y leyes que afectan por igual a todas las personas, sin importar el lugar o el tiempo en el que vivan, ni la cultura a la que pertenezcan). No podría por ejemplo un gobernante pedir a sus súbditos que dejen de respirar. Sin importar qué tan legítimo o tirano sea ese gobernante, la respiración es algo sobre lo que él no tiene control porque hace parte del conjunto de fenómenos propios de la vida misma. Aristóteles ejemplificaría el Derecho Natural, resaltando que es imposible hacer que una mesa coma pasto. Por su parte Thomas Hobbes la define en el capítulo XIV del Leviatán como:

… un precepto o norma general, establecida por la razón, en virtud de la cual se prohíbe a un hombre hacer lo que puede destruir su vida o privarle de los medios de conservarla; o bien, omitir aquello mediante lo cual piensa quedar su vida mejor preservada. 2

Cuyos principios se encuentran desde Aristóteles, identifica la razón primaria y el fundamento básico de las

sociedades en el desarrollo de una estructura normativa a partir del Derecho Natural. La idea subyacente de este supuesto, es que hay un cuerpo de normas básicas que son universales y a- temporales, es decir, aplicables por la naturaleza misma de los seres humanos, en cualquier lugar y en cualquier tiempo; y entendidas por todos como normas fundamentales sin las cuales la existencia del hombre no sería posible. A partir de ello, una larga lista de estudiosos de la política ha fundamentado su análisis en la institucionalización del derecho público y privado que, en suma, soportan el sistema de derechos y obligaciones ciudadanas, garantizan el acatamiento general de éstos, y posibilitan así la existencia misma de la sociedad. Sin embargo, la corriente Historicista niega la posibilidad de un conjunto de leyes universales, en tanto entiende que la naturaleza de los seres humanos está también determinada por el momento histórico y la coyuntura a la que se enfrentan; en tal sentido, sostiene que no existen leyes de aplicación universal y que el derecho natural debe ser propio de cada pueblo y cultura.


La interacción entre los seres humanos que conforman la sociedad (en su estado civil), se encuentra delimitada por una estructura normativa, que parte del Derecho Natural pero que se desarrolla para regular (delimitar, reglamentar, definir, enmarcar) su vida pública; en otras palabras, se establecen normas y reglas que limitan el accionar social de aquellos que ahora deberán estar sujetos a la ley, que no es otra cosa que un límite legítimo a la libertad de los individuos que ya no podrán vivir desenfrenadamente sus deseos y apetitos, por que deben ajustarse a una realidad colectiva. La concepción de libertad individual, entendida en su sentido más amplio como la capacidad de hacer, cambia para dar paso a una idea de libertad ejercida bajo los límites impuestos por la vida en comunidad; la famosa y simple idea de que la libertad propia termina donde comienza la del otro es, en última instancia, lo que evita que los hombres y mujeres se entreguen al desenfrenado e ilimitado ejercicio de su capacidad y su violencia de la que no quedaría más que el caos, y la imposibilidad de evolución tanto de la sociedad como de los individuos que la conforman.

El pacto colectivo que implica la existencia de la sociedad como organización política, no es otra cosa que la promesa que hace cada individuo de acatar los principios y normas que rigen esas sociedades; sus estructuras formales y no formales; los supuestos de comportamiento, las normas. Cada ciudadano renuncia irremediablemente al ejercicio de su libertad absoluta, aquella que le es dada solamente por la naturaleza y que en principio solo estaría delimitada por la razón; razón que lo lleva a vivir en sociedad y a limitar su accionar, en búsqueda de su felicidad y la buena vida (que no serían posibles si no se llevara la existencia del conflicto a su más mínima y controlada expresión). Esa es la razón


por la que Aristóteles afirmó que el costo de vivir en sociedad es abandonar los vanos placeres de la libertad.

2A. La efectividad de dichas estructuras está determinada por su capacidad de gobierno,

Ahora bien, la renuncia al ejercicio de algunas acciones (o limitación de la libertad) debe ser recíproca, de lo contrario sería inútil y la naturaleza racional de los hombres haría que ninguno de ellos se resignara a “no hacer” lo que se le antoje si cualquier otro si lo puede hacer. Un ser humano se limita, siempre y cuando los otros individuos con los que convive se limiten también; en otras palabras, yo renuncio a mi capacidad y deseo de matar a alguien, si todos aquellos con quienes convivo se reprimen de matarme a mí. Ese ejercicio de orden controlado es entonces fundamental para la existencia del organismo político, y exige crear mecanismos de protección, castigo y restablecimiento, para los casos en que algún desadaptado viole las normas de comportamiento: la justicia. Es tan crítico para la supervivencia del estado el correcto funcionamiento de la justicia, que Adam Smith la identificaría como la principal función de la sociedad, en tanto limita la tendencia natural del hombre a dañar a otras personas3.

La vida política está conformada por aquel conjunto de fenómenos sociales que determinan la estructura y alcance del organismo político (y que posibilitan la vida en comunidad de 3

Por su parte, Jean-Jacques Rousseau dedica el capítulo VII del Contrato Social a este tema y afirma que el

tránsito del estado natural al civil, solo es posible cuando los individuos sustituyen el instinto por la justicia.


los seres humanos) y, en tal sentido, están relacionados con el poder, la dirección y el gobierno de los individuos que conforman dicho grupo social. Es característica necesaria de cualquier organización social duradera el establecer estructuras de gobierno con las cuales autodefinirse y controlarse. La manifestación formal de la estructura de orden social de la que venimos hablando es el Gobierno que fue definido por Maurice Duverger como “el poder [público] organizado, las instituciones de mando y control”. Esta definición encierra la esencia misma del organismo político que debe representar simbólicamente la unión en comunidad de los individuos (con toda la carga simbólica y práctica que ello conlleva y que ha sido ya analizada), al tiempo que controla su comportamiento y se hace obedecer por ellos. La sociedad, a través de su estructura de gobierno, formaliza la construcción del sistema político: crea instituciones, diseña procesos, delimita acciones, establece leyes; pero además, utiliza al gobierno mismo para hacer cumplir estas disposiciones. Gobernar no es entonces otra cosa que controlar el comportamiento de los seres humanos; el comportamiento público de los ciudadanos y el privado, si es que éste pone en riesgo la estabilidad social4.

La política fue definida por Aristóteles como el arte de gobernar hombres libres. Este desarrollo que plantea el griego sobre la teoría de su antecesor Platón,5 resulta fundamental 4

Es el caso del suicidio, por ejemplo, ampliamente tratado por Émile Durkheim, o del debate sobre las

implicaciones sociales de algunas acciones públicas, muchas de ellas catalogadas como crímenes consensuales, por ejemplo el aborto o del consumo de drogas. 5

Quien definió la Política como la acción de pastorear hombres.


al enmarcar la acción de gobierno en la libre decisión del gobernado de aceptar esa condición; en otras palabras: hacerse obedecer de esclavos no tiene ningún mérito; controlar a quienes no tienen opción de discernir una orden es tan fácil que no amerita perder tiempo en su análisis; el mando de grupos sociales es interesante en tanto complicado, cuando los individuos que son gobernados tienen la posibilidad y la capacidad de aceptar o rechazar la orden recibida, y esta posibilidad es cierta porque son ciudadanos libres. Ahora bien, esos ciudadanos libres escogieron vivir en sociedad y aceptaron tácitamente un pacto que implica renunciar a algunas de sus libertades; razón por la cual se deben someter sus acciones a los límites establecidos por ella y al control del Gobierno que ella dispuso. Es así como el Gobierno, que tiene la función (y la obligación) de controlar el comportamiento de los ciudadanos libres, lo hace tomando decisiones vinculantes, es decir, que obligan a todos y cada uno de los miembros del órgano político y esto lo logra de dos maneras: (1) tomando decisiones legítimas y/o (2) utilizando la fuerza.

La legitimidad de las acciones de gobierno, deriva de la capacidad que éste tiene de hacerse obedecer sin utilizar la fuerza (Delsol, 2000), e implica la aceptación por parte de todos los gobernados o de la mayor parte de ellos, de las decisiones que éste toma. Cuando alguno de los ciudadanos se niega a enmarcar su accionar en los estándares establecidos por la sociedad / Gobierno (normalmente representados en el cuerpo legal), este tiene la capacidad (y obligación) de utilizar como último recurso la violencia, que además es legítima, ya que en el proceso mismo de la constitución de la sociedad se le asignó al Estado el monopolio de la violencia.


Uno de los compromisos más importantes que contraen los hombres para vivir en sociedad es renunciar a la utilización de la violencia. La razón, según Hobbes, es que vivir en una comunidad donde todos los seres son violentos y utilizan esa capacidad, produce terror e impide la buena vida; es por eso apenas racional que, para evitar el caos, los seres humanos hayan decidido renunciar a tal derecho y, como garantía de cumplimiento de esa renuncia, hayan comisionado al Estado (poseedor único del derecho de uso de la violencia) para emplearla contra quienes persistieran en su uso en forma privada y, ahora, ilegítima. El resultado de ese compromiso y del mecanismo de control que se designó para hacerlo efectivo, es el monopolio del uso de la fuerza en manos del Estado, y el administrador de ese monopolio es el Gobierno (que desde entonces sería el detentador de la violencia, y en tal sentido el único que produciría miedo entre los individuos que, como diría Hobbes, prefirieron canalizar su miedo hacia un único actor).

Las actuaciones públicas de los seres humanos (y acaso también algunas de las privadas) son entonces delimitadas por la sociedad y fiscalizadas por el gobierno, que debe regular la asignación de las tareas entre los grupos sociales, la repartición / utilización de los recursos y el acatamiento a las normas y reglas de comportamiento social. Como se dijo anteriormente, esta tarea debe ser realizada teniendo siempre presente que los gobernados son seres libres y fuente primaria del poder. En otras palabras, que tienen la posibilidad de acatar o no las órdenes impartidas desde el gobierno6, ya que ellos decidieron voluntariamente y como resultado de un proceso racional, limitar su libertad y obedecer al 6

Para mayor ilustración al respecto, remitirse al capítulo sobre poder y legitimidad


ente fiscalizador. En tal sentido resaltaba Hooker la importancia del consentimiento común, como única razón políticamente válida para que un hombre sea señor o juez de otro. Entonces la sociedad solamente es posible en tanto la renuncia a las libertades individuales sea permanente, clara y recíproca, y el gobierno7 de los individuos que la componen como garante de esa renuncia, tiene un papel fundamental y necesario, sin el cual la sociedad misma perdería sentido y valor.

2B. no logra más que reconfigurar el escenario y las rutas en que se desarrollan los conflictos.

Como se infiere de los párrafos anteriores, la materia prima fundamental de la política y la sociedad son los seres humanos que, por su naturaleza misma, son diferentes unos de otros; y que al momento de conformar una organización social crean entre ellos una diferencia aún mayor: unos mandan y otros deben obedecer, y quienes obedecen deben hacerlo voluntariamente.

Cuando algún individuo pierde la voluntad de someterse, la sociedad como ente en sí mismo tiene la posibilidad de utilizar la fuerza legítima para hacerse obedecer. Sin embargo, afirmaba Gramcci, el ejercicio del gobierno debe ser el resultado de una 7

El sentido que se le da a la palabra Gobierno en este postulado, lejos de significar el órgano, la institución

formal edificada, distinta en esencia a la sociedad misma, objetiva y construida para el control; se entiende como la acción social de controlar el comportamiento de sus asociados. Con este postulado tampoco pretende, afirmar la actividad política como exclusiva de gobierno ni limitar aquella a la función fiscalizadora de la sociedad.


combinación de la fuerza y el consenso, siendo elemento predominante el consenso, ya que el uso generalizado de la fuerza hace inestable el ejercicio del poder. Ahora bien, si se acepta el postulado inicial de la existencia de un acuerdo social (y voluntario) que da vida al organismo político, entonces se deberá aceptar también que cualquiera de las partes puede romper ese acuerdo; más aún, la existencia misma de un acuerdo voluntario, aclara David Hume, implica que los individuos (los gobernados) se reservan el derecho a romper ese acuerdo si sienten que el gobernante los está sometiendo a tratos indignos y en tal sentido está abusando de él. Dados los dos postulados anteriores: la primacía del consenso en la relación Gobernante – Gobernado y la voluntariedad del acuerdo social, las organizaciones políticas se han valido incluso del engaño para demostrar falsos consensos y posibilitar con ello el ejercicio del poder mientras se mantiene el organismo político. Entonces la organización política de los seres humanos, al menos la forma organizacional que conocemos hasta hoy, genera en primera instancia un conflicto permanente entre Gobernantes y Gobernados. Y es éste, el conflicto propio del ejercicio del poder político.

Ahora bien, esa no es (y está lejos de serlo) la única relación conflictiva que nace de la actividad política. Decíamos antes que la sociedad es un sistema de clases sobre las que se reparten los escasos recursos, el trabajo y el poder, para buscar un orden que permita alcanzar los fines colectivos. Es natural suponer que, como resultado de la asignación de recursos limitados entre los grupos que conforman la sociedad, algunos individuos (y clases) resulten excluidos de algunos escenarios y actividades, lo que naturalmente genera conflictos, incluso violencia, guerra y la destrucción de la organización social. Todo lo


anterior sucede no como resultado del comportamiento instintivo de los seres humanos (imperio del deseo), sino incluso en el imperio de la razón ya que, como resultado de un proceso racional, los individuos se niegan a aceptar situaciones de inferioridad que les impiden alcanzar el mejor nivel de vida posible en tanto son excluidos8. Las relaciones de apropiación, transformación, producción, distribución y consumo, determinan no solamente el poder económico de los individuos (como ostentadores del poder o como simples consumidores), sino también sus condiciones de vida. Las necesidades básicas de los seres humanos son satisfechas por la sociedad, que lo hace a partir de la distribución de tareas de la que hemos venido hablando. Esa distribución de tareas implica el control de los recursos naturales por parte de algunos grupos sociales que, tal como identificó Rousseau, genera posiciones de dominación de unos individuos sobre otros (y con ello, de unas clases sociales sobre otras), que antes de dicho control, satisfacían sus necesidades comunitariamente9 (en un estado natural que implicaba la inexistencia de la propiedad privada entendida como el control privado sobre los recursos naturales).

8 Según Carl Marx los conflictos son más propios de las clases que de los individuos y las clases, como se mencionó antes, son un constructo de la organización de la vida en comunidad de los seres humanos. En tal sentido un conflicto de esta naturaleza es propio de las sociedades como sistemas organizacionales, y dado que el fundamento de este tipo de organizaciones es la búsqueda del bien común, cuestionan su existencia misma.

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Aún hoy existen modelos de vida comunitaria (diferente a la vida social) en que la producción de los bienes

mínimos de subsistencia de los individuos es colectiva y su propiedad es colectiva también. Es el caso de los Kibuts o Granjas Comunitarias, entre otras. Sin embargo, este tipo de organizaciones humanas son hoy ampliamente minoritarias.


De esa relación surge entonces una característica distintiva de la mayoría de las sociedades modernas que Tomás Moro calificaría de perversa, al entender que el acceso a los bienes mínimos de subsistencia termina siendo definido por una clase de individuos que “compran una res flaca para venderla luego a mayor precio”; y determinan con ello las posibilidades de acceso a esos recursos primarios de subsistencia, a las clases sociales que no tengan dinero suficiente (en otras palabras, a aquellos individuos que se encuentran en desventaja frente al poder económico que otros detentan). Al no tener acceso a los bienes mínimos de subsistencia, los seres humanos se ven presionados a procurárselos por sí mismos, esto es, a violar la estructura y jerarquización establecidas por la organización social y a desacatar los códigos de convivencia establecidos por la sociedad misma. Moro resumía esta relación al afirmar que las sociedades están creando ladrones para luego castigarlos.

Ahora bien, en su afán por alcanzar el bien común, las sociedades además de autocontrolarse y auto-definirse deben auto-dirigirse, esto implica el diseño de políticas (como elemento de planeación y línea de acción) para alcanzar el bien común; por lo que no es posible desligar la política del poder ideológico, entendido como aquella representación mental de la realidad que asigna valores a los fenómenos sociales y establece prioridades de acción. La vida política se ve así determinada por la valoración ideológica que se dé a los procesos que determinan la existencia y el futuro del organismo político.

Como es natural, cuando una sociedad define qué camino tomar para alcanzar el bien común, rechaza todos los otros caminos (aquellos que decide simplemente no tomar). Por ejemplo, cada sociedad debe definir si privilegia la inflación o el desempleo; o si aprueba o


desaprueba actividades como el consumo de alcohol o de otras drogas, si financia desde el Estado mismo los desarrollos culturales o lo deja a la iniciativa privada. Es decir, cada sociedad debe establecer un modelo ideológico de acción y rechazar todos los demás. Esa decisión tiene implicaciones trascendentales en la vida del organismo político, la mayoría de las cuales no serán trabajadas en este documento, pero se caracteriza por excluir del ejercicio de la orientación política, a aquellos con ideologías distintas a la imperante. Al conflicto ideológico – político, lo subyace fundamentalmente la concepción del deber ser de las sociedades y de su objetivo, el bien común; que si bien es del resorte holítistico de la sociedad, tiene implicaciones individuales altas (particularmente en términos de costos). Como otros conflictos, éste podría resolverse por consenso, por persuasión, a través de la negociación, en sistemas políticos democráticos, podría arreglarse a través de las mayorías simples (sistema electoral)10 y, en última instancia, ese conflicto se arregla mediante la utilización de la violencia.

Como otras, esta exclusión genera conflicto, y esta vez el conflicto no es referente a la obediencia ni a la supervivencia, sino a la legitimidad misma del ente político y en tal sentido es un conflicto vital.

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Para mayor información ver el capítulo sobre democracia.


CONCLUSIÓN

Para los individuos de una organización política, aquellos que voluntariamente renuncian a utilizar su poder natural y a ejercer su libertad con el objetivo trascendente de facilitar su propia vida (de proveerse sus bienes mínimos de subsistencia como la alimentación o los cuidados médicos; de encontrar compañía; de vencer el miedo –o al menos de canalizarlo como afirmó Hobbes, de sobrevivir); para ellos que inventaron una forma de vivir en sociedad y de orientar esa organización a un fin colectivo; para ellos que durante siglos analizaron la naturaleza misma de los seres humanos, identificaron los puntos de quiebre y diseñaron mecanismos y rutas para evitar la muerte (tanto de los individuos, como de la sociedad misma); para esos hombres y mujeres la vida no es menos conflictiva que en el estado de naturaleza. Los conflictos entre ciudadanos hoy, (y en tanto miembros de una sociedad, los conflictos de la sociedad misma) siguen siendo por la provisión de bienes mínimos, por el logro de las metas personales, por evitar el miedo, por la supervivencia. Si bien la coexistencia humana exige limitar la acción de los seres que la componen, regular sus relaciones, orientar su evolución; la invención del orden político y con él, del gobierno que controla el comportamiento de sus asociados, no logra eliminar los conflictos inherentes a la naturaleza social del hombre, en el mejor de los casos los reprime, los prevé, los limita y usa para ello una estructura de poder que combina la disuasión y la fuerza que termina generando nuevos conflictos o impulsando la búsqueda de nuevas formas de manifestación de los mismos.


El conflicto que resulta del ejercicio de las relaciones de poder sigue vigente en tanto las relaciones de poder son una distinción natural de los seres humanos (y con ello de sus organizaciones) y la invención de la política y del organismo político no las ha eliminado, las ha reconfigurado de muchas formas. Ha inventado por ejemplo un nuevo poder (el político) que debe ser acatado y aceptado voluntariamente; ha definido una división del trabajo y un reparto de recursos naturales entre clases; ha jerarquizado esas clases; ha diseñado normas, reglas, estructuras de comportamiento y les ha dado su administración a unos y su control a otros, en fin, ha diseñado una nueva estructura de poder y de conflicto.

Entonces la política tiene sobre los conflictos sociales responsabilidad en los dos sentidos: en tanto culpa y en tanto obligación de enmienda. Dichas asignaciones de recursos, estructuras de poder, relaciones sociales, y valga decir: conflictivas, deben ser reguladas para restablecer la justicia (entendida aquí no en su función punitiva sino como garantía de un sano estado de cosas, que por sano, evite el conflicto). En tal sentido, afirmaba Vico, las sociedades deben establecer sólidos mecanismos para garantizar el reparto de los beneficios y recursos entre los seres humanos. Esta obligación política y social lleva implícito el principio subyacente de la tesis de Platón (en su teoría descrita en la República), según la cual la justicia es el vínculo que mantiene unida la sociedad; y es que sin justicia (tanto conmutativa como distributiva11) no habría un motivo racional para soportar los altos costos de vivir en sociedad.

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Para ahondar en este tema se recomienda ver: Norberto, Bobbio. “Estado, Gobierno y Sociedad”


BIBLIOGRAFÍA.

Beck, Ulrich. 1998. “La invención de lo político: para una teoría de la modernización reflexiva”. Buenos Aires. Fondo de Cultura Económica de Argentina. ISBN: 950-557275-1

Bobbio, Norberto, 1989. “Estado, gobierno y sociedad: por una teoría general de la política”, México D.C., Fondo de Cultura Económica. ISBN 968-16-3142-0

Bobbio, Norberto y Bovero Michelangelo, 1997. “Sociedad y estado en la filosofía moderna: el modelo Iusnaturalista y el modelo Hegeliano – Marxiano”, Bogotá, Fondo de cultura Económica. ISBN: 958-38-0040-6.

Campbell, Tom, 2002. “Siete teorías de la sociedad”, 6ª ed., Madrid, Cátedra. ISBN84-376-0525-3


Dahl, Robert, 1976. ¿Qué es la política? en: Análisis Político Moderno. Barcelona. Fontanella. ISBN 84-337-4432-1.

Delsol, Chantal, 2000. Conferencia: “Introducción a la cuestión política”.

Leftwich, Adrián, et al, 1996.”¿Qué es la política?: la actividad y su estudio”, 2ª ed. México D.C., Fondo de Cultura Económica. ISBN 968-16-3832-8 Platon, 1984. “La república”, Medellín, Editorial Bedut S.A.

Rousseau, Jean-Jacques,

1985. “El Contrato Social”, Madrid, Ediciones y

Distribuciones Alba. ISBN: 84-7567-015-6

Sabine, George H, 1992 “Historia de la teoría política”, Bogotá, Fondo de Cultura Económica. ISBN 958-9093-14-0


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