Del castillo daniel doctrinas e ideologias daniel del castillo

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Daniel Del Castillo Rengifo. Doctrinas e Ideologías políticas: de los individuos a los sistemas. Una perspectiva politológica y pluridisciplinar. “It’s not that I’m so smart; it’s just that I stay with problems longer.” Albert Einstein. Las Ciencias Sociales debieran llamarse las “preciosas Ciencias Sociales”, porque su valor y aportes para la comprensión objetiva de la realidad son inestimables. Desde la Ciencia Política, pero a través de un diálogo interdisciplinar, podemos en efecto llegar a un nivel de conocimiento profundo sobre un objeto de estudio cuyo interés intelectual en términos de cultura general, radica en constituirse como elementos principales estructuradores no solamente del orden socio-­‐ político contemporáneo, sino también de las conciencias y los pensamientos. Se trata de las ideologías y las doctrinas políticas, elementos fundadores de las maneras como nos organizamos en sociedad, pero también de las formas que adopta el pensamiento humano, en toda nuestra integridad y complejidad reales. No nos interesa, en el presente trabajo, realizar un inventario de las principales ideologías políticas del siglo XX, a saber, según Samuel P. Huntington en El Choque de las Civilizaciones1: el liberalismo, socialismo, anarquismo, corporativismo, marxismo, comunismo, socialdemocracia, conservadurismo, nacionalismo, fascismo y democracia cristiana. Otros autores, como Luis Fernando Gómez Duque o Walter Montenegro, dedicaron con suma maestría y profundo esmero sus interesantísimos trabajos a estos fines2. Nos han sido de profunda utilidad en nuestra investigación, y nos referiremos a estas ideologías del siglo XX a lo largo y ancho del presente escrito. No nos interesa tampoco, observar los puntos en común que tienen estas ideologías políticas, ya que el mismo Huntington nos enseñó que todas son producto de la llamada “civilización occidental” y no vamos a entrar en debates ideológicos sobre las civilizaciones al respecto. No es nuestro objetivo. Nuestro verdadero interés se centra en un enfoque imparcial, asumiendo las doctrinas e ideologías políticas como dinámicas socio-­‐históricas, es decir que se han llevado a cabo en la Historia y también que se realizan en la actualidad. En este sentido, desde ya desechamos toda parcialidad, incluso si esta fuese de origen cientifista, en el tratamiento de este 1

Huntington, S. P., El Choque de las Civilizaciones y la reconfiguración del orden mundial, Paidós, Barcelona, 2005, Pág. 65. 2 Gómez Duque, L. F., La estructura de las ideologías políticas, Universidad Externado de Colombia, Bogotá, 1979 & Montenegro, Walter, Introducción a las Doctrinas Político Económicas, Breviario del Fondo de Cultura Económica, Bogotá, 1996.


objeto de estudio. Asumir las doctrinas e ideologías políticas como procesos históricos, supone entablar un diálogo entre la Ciencia Política y la Historia, así como la Filosofía y la Sociología Política. Esto con el fin de contar con las suficientes herramientas teóricas que nos brindan las preciosas Ciencias Sociales, y que nos permiten acercarnos con la seguridad suficiente – en términos de objetividad – a las célebres ideologías y doctrinas políticas. En la vida política actual, encontramos manifestaciones doctrinales e ideológicas políticas en todo el mundo. Desde de la nuevas formas de los conflictos internacionales étnicos y religiosos, pasando por las críticas contra el capitalismo mundial, hasta el incremento del islamismo radical, las ideologías siguen estando presentes en los juegos políticos, tanto a nivel nacional como internacional. Sin embargo, por su naturaleza controversial, son objetos que debemos tratar “con pinzas”. En efecto, trataremos en el presente trabajo temas que seguramente suscitan la sensibilidad de los lectores, puesto que hacen referencia a sus marcos de pensamiento, luego a instrumentos de definición de su propia identidad. En este sentido, nuestro desafío es doble: debemos apartarnos de toda consideración que medie un estudio lo más objetivo posible de las doctrinas e ideologías políticas, pero también debemos cuidarnos de no herir las sensibilidades políticas de los lectores. En efecto, no nos dedicaremos en el presente trabajo a realizar la crítica de una u otra ideología y, como lo veremos más adelante, todos estamos en cierta medida impregnados de algunas ideologías, sea cual fueren éstas. Nuestro propósito es realizar un estudio crítico de las doctrinas e ideología políticas. Con esta postura epistemológica, nos sentimos de una vez preparados para enfrentar cualquier peligro que represente adentrarse en el conflictual mundo de las doctrinas e ideologías políticas y estamos dispuestos a asumir los desafíos que esto represente con el fin de llevar a cabo nuestra empresa heurística. De esta manera, comprendemos la ideología, término que proviene del griego idea, y logos, ciencia, como la ciencia de las ideas. El término fue creado por el filósofo ilustrado Antoine-­‐Louis-­‐ Claude Destutt conde de Tracy (1754-­‐1836) en el año de 1796, con el fin de designar la ciencia que tiene como objeto el estudio de las ideas, en el sentido de su origen, sus características, sus leyes propias, sus relaciones con los significados mentales y con el lenguaje3. La construcción de esta ciencia, pasaba, sin lugar a dudas por la revisión de todas las ideas humanas, si acaso esta tarea fuese posible, ya que las ideas obedecen a una corriente incesante de interpretaciones y representaciones individuales del mundo. De Tracy buscaba, igualmente, establecer un distanciamiento entre la naciente ciencia del estudio de las ideas o ideología, y la psicología, que vendría a ser entonces la ciencia del “alma”4, si entendemos alma como un conjunto de procesos mentales que derivan en un comportamiento humano. Es decir una ciencia que cuyo objeto es el estudio de lo racional producido por la mente del Hombre, dejando por ende de lado los mitos y la metafísica propios del pensamiento tradicional y feudal. Proceder con un análisis racional sobre los mismos pensamientos, necesariamente incluye reflexionar sobre el nuevo impacto que estas construcciones racionales podrían provocar en las sociedades humanas. De esta manera, los primeros ideólogos que analizaron estas cuestiones fueron los filósofos de la escuela del conde ilustrado De Tracy; encontramos al ornitólogo alemán Jean Cabanis (1816-­‐1906), al célebre médico 3

Nay, O., Bajo dirección de, Lexique de Science Politique, Dalloz, Segunda Edición, París, 2011. Traducido por el autor. Ibíd.

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y abogado conde de Volney Constantin-­‐François Chassebœuf de La Giraudais (1757-­‐1820) y al profesor de filosofía de la Universidad de la Sorbona Pierre Laromiguière (1756-­‐1837). Ahora bien, para nosotros la doctrina, del latín doctrina, enseñanza, teoría, método, de docere, enseñar, se define como un conjunto sistemático de conceptos, de orden teórico, planteados como verdaderos por su autor, o un grupo de autores. En este sentido, ser dogmático -­‐ del griego dogmatikos – es lo relativo a la exposición de una doctrina, o que está basado sobre unos principios claros. Es decir que se aplica a toda afirmación, o doctrina, que se asume como verdadera, desde el punto de vista de lo universal, es decir lo teórico. De este modo, la doctrina se opone concretamente a lo escéptico. Por extensión, se considera como dogmático aquel que no admite crítica alguna a la expresión de su opinión categórica. Igualmente, se aplica a toda pretensión cognitiva que busque alcanzar lo absoluto, es decir la pureza. En este orden de ideas, la teología le atribuye una esencia al dogma, es decir una verdad revelada por un libro santo, como posición dogmática del grupo de hombres que defienden ese dogma como cierto, universal y puro. Los dogmas o doxa (léase opinión en griego) son las representaciones sociales admitidas sin discusión ni examen algunos, tomadas como verdaderas con un profundo sentimiento de evidencia y necesidad producido por la convergencia entre discursos dominantes. Se encuentran consignados en los textos sagrados como el Corán, o las dos fuentes del cristianismo que son las Santas Escrituras -­‐ el Credo -­‐ y la autoridad de la Iglesia Católica5. En lo que a las Santas Escrituras concierne, la historia de las religiones nos lega un conocimiento angular en la reflexión sobre el origen de las doctrinas. Tengamos en mente que estas definiciones originales representan tan solo el punto de partida de nuestra reflexión, ya que nuestro compromiso intelectual nos llevará a ampliarlas y profundizarlas de manera exponencial. Para esto, comencemos por preguntarnos: ¿En qué medida los conceptos de doctrinas e ideologías juegan un papel protagónico en el juego político? Con el fin de responder a esta problemática, en una primera parte realizaremos un análisis conceptual tanto de las doctrinas como de las ideologías, observando en particular ya sea el acercamiento o no entre estos dos objetos políticos. En un segundo lugar, determinaremos el papel protagónico que juegan las doctrinas e ideologías en el juego político, gracias en particular al control social que ayudan a ejercer. Finalmente, nos concentraremos en la evolución de este rol, a partir de los comportamientos de los actores políticos, así como del debate sobre el supuesto fin de las ideologías. I. DOCTRINA E IDEOLOGÍA, HACIA UN ANÁLISIS CONCEPTUAL. A. MODUS OPERANDI DE UNA DOCTRINA POLITICO-­‐ECONÓMICA, ESTUDIO DE CASO: EL MODELO HISTÓRICO-­‐POLÍTICO DEL TOTALITARISMO. La doctrina se refiere a la enseñanza, como un objeto verdadero, universal y puro, de un dogma, es decir de unos principios insuperables y categóricos que por definición, no admiten la

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expresión de crítica alguna6. En definitiva, se trata de una forma de pensamiento que no da lugar a la duda, en este sentido, al razonamiento hipotético-­‐deductivo elaborado por René Descartes (1596-­‐1650). Es decir, un conocimiento que es en gran medida intuitivo. Siendo que la doctrina se muestra entonces como un pensamiento en gran medida intuitivo, nos encontramos lindando con la filosofía de las religiones y la empresa heurística podría parecer al menos desafiante. Para responder a dicho desafío comencemos entonces por varios comentarios sobre la conciencia – como una corriente incesante de hechos psíquicos establecidos en una duración7 – que es la fuente misma de la intuición (conocimiento evidente e inmediato). Cabe la pena anotar que las reflexiones del filósofo francés Henri Bergson (1859-­‐1941) alrededor de su concepto de “dato inmediato de la conciencia”8 – definido como una duración en la conciencia – se muestran particularmente reveladoras al respecto. Resulta oportuno en este nivel del análisis citar al filósofo y sacerdote español Manuel García Morente (1886-­‐1942), en su Filosofía de Henri Bergson: “Cada una de las realidades investigadas por la ciencia – la materia física, la vida, el alma, la sociedad, la historia – tiene su peculiar estructura; y sobre la fijación a priori de esa estructura propia desenvuélvase la indagación empírica de la realidad en cuestión”9. Es decir que la realidad actual es el resultado de estructuras que pueden ser científicas o no serlo -­‐ doctrinas, dogmas, creencias, conceptos, teorías, paradigmas en el sentido que el norteamericano Thomas Khun (1922-­‐1996) le atribuye a esta noción10 -­‐ creadas a partir de la observación empírica de realidades históricas pasadas. Reconocemos entonces en Morente a un excelente idealista. Nosotros no podemos admitir que la conciencia resulte en un hecho a-­‐histórico, fundado en la inmediatez que impone la intuición. En efecto, recordemos que para Bergson la moral y la religión, pilares de la mayoría de doctrinas políticas, son fuerzas defensivas creadas por la conciencia, destinadas a anular la fuerza inmediata de ésta que es la intuición. Si bien para Bergson la intuición, como dato inmediato de la conciencia, es sinónimo de libertad, las doctrinas religiosas en particular, que se basan justamente en los productos de la conciencia, buscan someterla a una verdad universal y pura. Luego la base conceptual de la doctrina, como un dato inmediato de la conciencia basado en la intuición, no se asemeja a los conceptos ni de intuición, ni de conciencia dados por Bergson. Dicho de otra manera, para Bergson la conciencia libera mientras que la religión, basada en una idea de la conciencia distinta, entorpece la propia conciencia liberadora. Luego si la doctrina no es un dato inmediato de la conciencia, ¿qué es? Apliquemos un razonamiento por lo absurdo. Sin lugar a dudas la doctrina se origina en un dato de la conciencia, pero no inmediato. El siguiente aparte de García Morente es particularmente revelador en este punto: “Para que el hombre se someta a los mandamientos del grupo colectivo es necesario engañar su inteligencia, hacer surgir en él un sentimiento del “deber” y rodearle de seres superiores, dioses, ángeles, 6

Descartes, R., El Discurso del Método; Tratado de las pasiones, Historia de la Literatura, RBA, Barcelona, 1994 & Descartes, R., Meditaciones Metafísicas, Gredos, 1987, Madrid. 7 Morfaux, L.-­‐M., Vocabulaire de la philosophie et des sciences humaines, Armand Colin, Paris, 1980. 8 Bergson, H., Palacios, J. M., Trad., Ensayo sobre los datos inmediatos de la conciencia, Sígueme Ed., Salamanca ,1999. 9 García Morente, M., La Filosofía de Henri Bergson, Encuentro, Madrid, 2010. 10 Khun, Th., Contin, A., Trad., La estructura de las revoluciones científicas, FCE, 2000, México.


diablos, poderes ocultos, etc., que coaccionen su voluntad ilustrada y la dobleguen para una actitud favorable para el común”11. De esta manera, podemos inferir que la doctrina tiene como origen la conciencia, pero no la conciencia inmediata en el sentido de Bergson, sino la conciencia construida a partir de la negación misma de la intuición, y el sometimiento a una idea del “deber” de todo ser humano. Igualmente, está íntimamente ligada con la presencia de unas entidades superiores, encargadas de velar por el cumplimiento del deber individual, en cuya infracción incurriría al no respetarlo, y sería entonces designado como culpable por dicha doctrina. De hecho, varias doctrinas infunden los sentimientos de miedo o culpa como mecanismo para hacer cumplir el dogma. Encontramos entonces una dimensión inminentemente política en el pensamiento doctrinal, que proviene de una conciencia “manipulada” para ser sometida a un dogma, luego una conciencia que no encuentra cabida para desarrollar plenamente la intuición, tampoco el libre pensamiento, ni mucho menos para criticar la doctrina como tal. La diferencia fundamental entre un dato inmediato de la conciencia, en el sentido de Bergson, y una doctrina, radica en el hecho que si bien los dos objetos son producto de la conciencia, uno es inmediato, es decir basado en la intuición, mientras que el otro es histórico, educado, construido, además de impuesto, entonces también es político. No tenemos que ir muy lejos en la Historia para encontrar un ejemplo que nos permite ilustrar este planteamiento al cual hemos llegado. Tal como lo afirma el respetado profesor Bernardo Vela Orbegozo: “[las doctrinas del liberalismo], gracias a las cuales se transformaron las sociedades de Europa occidental, más que darle sustento a la emancipación de los países de la denominada América Latina, contribuyeron con la consolidación de un nuevo colonialismo fundado en la dependencia económica que propició en estos países un desarrollo tardío del capitalismo”12. Ahora que nos hemos aproximado al concepto de doctrina, resulta lógico buscar comprender cuál es su modus operandi, es decir ¿cómo una doctrina político-­‐económica en los términos de Walter Montenegro13, puede moderar la intuición espontánea, y dirigir la conciencia hacia el aprendizaje de una verdad absoluta? Para esto, desarrollaremos un estudio de caso clásico en Ciencia Política, que es el modelo de la doctrina totalitarista. Esta se caracteriza por el todo poderío de un grupo de personas, ya sea que lo llamemos Estado, raza o clase social, que subordina sin reservas a las personas, las actividades humanas y las propiedades individuales que lo componen14. Se trata de ejercer un poder sin límites, que se ve reflejado en todas las esferas de la vida social.

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Ibíd. Vela Orbegozo, B., Contribución al debate sobre la formación del Estado colombiano en el siglo XIX, Universidad Externado de Colombia, Bogotá, 2010, Pág. 31. 13 Según Montenegro, existen tres factores históricos interdependientes que dan un marco de referencia para caracterizar las doctrinas político-­‐económicas, son: el individuo, la colectividad y el Estado. Se trata de un lento proceso histórico para “hacer frente a la lucha por la vida”. El proceso se encuentra orientado hacia la definición de “[una] identidad propia (…) su inspiración, sus fines, el radio de acción que tienen y el papel más o menos preponderante que en cada acontecimiento desempeñan el individuo, el Estado o la colectividad” (Pág. 13, El Fenómeno político). 14 Morfaux, L.-­‐M., Vocabulaire de la philosophie et des sciences humaines, Armand Colin, Paris, 1980. 12


Nos detendremos particularmente en este punto, sobre la estatización de la vida social y el sacrificio de los Derechos Humanos, a favor de la razón de Estado. Sin adentrarnos en las historias propias del nazismo, los fascismos, o el estalinismo, consideramos las doctrinas políticas como un conjunto de sistemas de pensamiento que buscan dirigir la conciencia. De manera general, retenemos una de las principales características del fenómeno totalitario que es el esfuerzo dedicado a una impregnación ideológica de las masas. Esta se efectúa gracias al control ejercido, por parte del partido único, sobre la totalidad de las instituciones políticas nacionales y locales. Entre otras herramientas de control, encontramos dos que merecen nuestra atención: primero, el direccionamiento de la educación básica y secundaria, como en los movimientos de las juventudes, que observamos presentes en todas las doctrinas totalitarias, sin que esto sea un rasgo exclusivo de éstas últimas. Léase las juventudes socialistas, las juventudes hitlerianas, comunistas, etc. Estamos en este punto haciendo referencia a la doctrina del corporativismo – basada en el principio de una organización estatal, entre casi todas las áreas de la vida social, de las profesiones orientadas al ejercicio de las funciones públicas – lo que equivale a identificar en dichas corporaciones los instrumentos de poder del Estado. Dicho de otra manera, las corporaciones les imponían a los jóvenes las profesiones que debían aprender y seguir, dentro del marco de la doctrina totalitaria. En segundo lugar, la principal herramienta de control que tendremos en cuenta es el instrumento de la propaganda política. La propaganda política es el uso de técnicas de persuasión, como discursos, panfletos, libros, campañas de prensa y medios masivos de comunicación, que ejercen una manipulación de las conciencias15. Desde Lenin (1870-­‐1924), se conocen los beneficios políticos que aporta la propaganda, considerada como una acción u output político. En este sentido, es una mera necesidad para el Estado el llevarla a cabo, es decir que la necesidad de manipular las conciencias es un asunto de Estado. Con razón y sin mayor sorpresa podemos comprender que la idea comporte hoy en día una connotación eminentemente negativa, puesto que se encuentra fundamentada en la censura, por lo cual limita el campo de lo posible, es decir lo disponible para pensar y crear ideas. Dicho de otra manera, no podemos pensar lo que queramos, porque solo vamos a querer pensar lo que conocemos, y lo que conocemos está determinado por el poder autoritario. De igual modo, se nos limita la expresión de nuestro pensamiento, se nos obliga al silencio como prueba de una toma de posición partidaria a favor del régimen. En cuyo caso contrario, nos encontraríamos necesariamente en contra de éste, sin poder intermediar posición política alguna. Es decir que la adhesión de conciencia es una obligación moral, que en algunos casos de particular acerbo del culto a la personalidad, deriva en una compleja mezcla moderna entre religión y política, sobre todo a través de la ritualización del poder. Un ejemplo histórico diciente es la propaganda política china a favor del régimen maoísta en el recién ocupado, y desde entonces adherido, Tíbet de 1950. También podemos identificar un fuerte culto a la personalidad en la

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Ibíd.


actual Corea del Norte. Este sometimiento al silencio es una violencia simbólica16 ejercida sobre las poblaciones, que sin lugar a dudas los afectaba en su interior, es decir en sus conciencias. Estas dos herramientas de control que son el corporativismo y la propaganda política resultan suficientes para entender el impacto psíquico de las doctrinas totalitarias. El resultado termina siendo el adoctrinamiento, o sometimiento a la doctrina. Observemos ahora la posición por el lado de las víctimas de dichas manipulaciones políticas de las conciencias de los pueblos. Para esto, resulta especialmente interesante nombrar y explicar los trabajos de la filósofa política alemana de origen judío, Hannah Arendt (1906-­‐1975), en particular su obra culminante Los Orígenes del Totalitarismo17. Arendt defiende la idea que las experiencias totalitarias conducen a una “atomización” de la sociedad al romper de manera radicar el vínculo social entre los gobernantes y las instituciones por un lado, y los gobernados por el otro, así como los procesos que cultivan la cohesión social. El debilitamiento del vínculo social tiene un efecto de aislamiento en los individuos. Dentro de este orden de ideas, la doctrina busca trasmitir el mismo pensamiento a todos por igual, sin establecer diferenciación alguna, lo cual deriva tanto en una intolerancia hacia la diferencia, como en representaciones esencialistas y cosificadoras de los otros. Es la aniquilación del pensamiento, la manipulación de las masas por la interiorización de un conocimiento formateado sobre nosotros mismos, y sobre el mundo exterior en particular. Contribuye entonces la doctrina totalitaria a un aislamiento del individuo del resto de la sociedad. Se crean por ende las condiciones para la realización de exacciones políticas, orientadas hacia el odio, la humillación y el miedo del otro. De hecho, la conexión de este planteamiento con la historia de las religiones, y en particular con la historia de las guerras religiosas, nos permite acercarnos más a las doctrinas políticas, como medios para crear condiciones de exacciones políticas entre grupos dogmáticamente opuestos. Dichas exacciones violan hoy en día, de manera flagrante los Derechos Humanos; independientemente del carácter centrado en Occidente de esta última ideología política. Para cerrar el análisis anterior, queremos subrayar estos dos aspectos elementales de las doctrinas políticas: por un lado, encontramos que las doctrinas políticas derivan de una conciencia manipulada en los individuos, que nos esforzamos de demostrar a través del estudio de caso desarrollado. Por otro lado, observamos que las doctrinas buscan trasmitir el dogma a todos por igual, lo cual comporta implicaciones éticas alrededor de la idea de una aniquilación de la conciencia que es expresión de una libertad, como bien nos lo sugería el sabio Bergson. B. POSICIÓN SOCIO-­‐HISTÓRICA DE LAS IDEOLOGÍAS POLÍTICAS. 16

Violencia simbólica. Violencia invisible, escondida, relacionada con la puesta en marcha de un sistema de dominación (Bourdieu); perjuicio despreciativo realizado a la estima de alguien, en su interior, y que es vivida como una fuente de sufrimiento a nivel de la identidad (F. Braudel). Nay, O., Bajo la dirección de, Lexique de Science Politique, Dalloz, Segunda Edición, París, 2011. Traducido por el autor. 17 Arendt, H., Los Orígenes del Totalitarismo, Taurus, Alfaguara, 1998.


Tomemos como punto de partida el marxismo, para comentar la posición socio-­‐histórica de las ideologías políticas. En efecto, si nos alineamos con la crítica efectuada por K. Marx (1818-­‐ 1883) y F. Engels (1820-­‐1895) a los filósofos idealistas, en particular a G. Hegel (1770-­‐1831)18, encontramos una reflexión angular sobre la relación entre la realidad y las ideas. Esta relación nos permite comprender el origen del valor filosófico, conceptual, y más tarde político, de la ideología, como ciencia de las ideas. Los idealistas, nos dice Marx, hacen de la realidad una manifestación exterior de las ideas; siendo que para él las ideas no son más que objetos materiales traducidos en “el lenguaje” de la mente humana, es decir en pensamiento. Dicho de otra manera, el debate se plantea como sigue: los idealistas defienden la postura según la cual la realidad es el resultado de las ideas; mientras que Marx y Engels apoyan una noción materialista de la idea, como el resultado de la realidad. Si ampliamos las consecuencias de este pensamiento, podemos figurar que las llamadas superestructuras de Marx – por ejemplo el Estado, el Derecho, la Moral, la Religión, la Filosofía, etc. Por extensión, todo “gran pensamiento” que tenga tendencia a organizarse y crear un sistema de reflexión – serían el reflejo mental de la condiciones materiales de existencia, o simplemente condiciones económicas, en las cuales fueron producidas. Es decir que estas superestructuras mentales son el resultado de las relaciones engendradas por dichas condiciones económicas, en un momento dado de la Historia. Ahora bien, aquí encontramos uno de los postulados fundamentales del marxismo, a saber la crítica al capitalismo, basada en la demostración de la explotación efectiva que la clase social burguesa, ejerce sobre el proletariado19. En efecto, recordemos que para Marx existen dos clases sociales opuestas en el sistema de producción capitalista: por un lado, encontramos la burguesía caracterizada por ser la propietaria de los medios de producción, además de ser aquella que confisca la parte más importante de la riqueza producida por el factor trabajo, tanto de dichos medios, como del “ejército de proletarios” a su servicio. Por otro lado, el proletariado únicamente posee su fuerza de trabajo, para venderla a la burguesía por un valor desproporcionadamente inferior a la plusvalía que ésta última obtiene al final del proceso de producción capitalista. Luego el proletariado es la clase explotada, sometida al orden económico burgués de manera servil y apartada. Retomando nuestro análisis sobre la ideología, y aplicando estas condiciones materiales de existencia del análisis marxista, al producto de la historia -­‐ que vendrían a ser las grandes ideas, o las superestructuras en el lenguaje marxista -­‐ podemos inferir que éstas son el reflejo de la explotación a la cual es sometida el proletariado. Dicho de otra manera, para Marx, el Estado, el Derecho, la Moral, la Religión, incluso la filosofía, y por ende todos los “grandes pensamientos” son el producto de una realidad económica que impone la dominación de una clase social, a 18

Marx, K., Engels, F., “Oposición entre las concepciones materialista e idealista”, in Marx & Engels, Obras Escogidas en tres tomos, Editorial Progreso, Moscú, 1974, t. I.

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Marx, K., El Capital: crítica de la economía capitalista, Siglo XXI, Buenos Aires, 1975.


expensas de otra. Esta demostración tiene varias consecuencias importantes que nos tardaremos en revisar a continuación. Primero, supone que todos los “grandes pensamientos” finalmente constituyen una ideología como tal, ya que no son la consecuencia de un supuesto libre pensamiento racional, sino que se encuentran mediados por una realidad productiva que impone una dominación socio-­‐ económica de una clase sobre otra. En este sentido, podemos recalcar uno de los principales aportes que realiza el marxismo al análisis sobre las ideologías políticas, a saber su estatus socio-­‐ histórico, esto sin caer en la ideología marxista: se trató de revelar unos sistemas de pensamiento que necesariamente se encuentran mediados en su producción social por una realidad económica e inminentemente histórica. Si realizamos por ejemplo una historiografía sumaria del liberalismo político, podemos observar que los liberales originalmente extraen su pensamiento ideológico de una postura anti-­‐absolutista, entre los siglos XVI y XVII. Recordemos las formas de dominación económica en los regímenes políticos absolutistas: atribuían amplios privilegios a la aristocracia, el mayor privilegio, y el más diciente de esta dominación, estaba reservado para el Rey de Francia y consistía en fijar el precio del pan según su conveniencia. En reacción a estas formas de dominación económica, los liberales crean todo un sistema de pensamiento que busca poner al hombre y su libertad como fundamento de la justicia social. Por otro lado, es bien sabido que un pueblo en condiciones de miseria es un hecho socio-­‐histórico que favorece el surgimiento de radicalismos políticos, movimientos que son profundamente ideológicos. Es decir que, en ciertas condiciones materiales de existencia particularmente difíciles para unos, y beneficiosas para otros, se determinan sistemas de pensamiento ideológicos ya sea que legitimen el orden productivo establecido, luego la dominación de una clase social sobre otra, o lo rechacen completa y abiertamente. Todo depende del contexto histórico de análisis. En segundo lugar, estamos aquí haciendo directamente referencia a otro de los postulados fundamentales del marxismo, a saber el materialismo histórico. Marx nos dice que el movimiento histórico es generado por los conflictos entre clases sociales, cuyos intereses antagonistas crean una verdadera lucha de clases. Además, dichas clases sociales se encuentran determinadas por las condiciones materiales y desiguales de existencia, y en particular por la estructura económica20. Subrayemos el fuerte sentido determinista de la teoría marxista, ya que no solo las clases sociales se encuentran determinadas por unas condiciones materiales de existencia particulares, sino que, el sentido de la Historia misma se encuentra determinado por el juego de las fuerzas materiales – es decir la lucha de clases. Es decir que las ideologías cumplen una función social profundamente determinista. En este sentido que determinan conciencias, decisiones, vidas. En tercer lugar, desde el punto de vista político y marxista, esta lucha de clases da origen al Estado burgués y elitista, cuyo sistema burocrático cumple la función social de legitimar la dominación de la burguesía. En este sentido, la misma lucha de clases regula la repartición de las riquezas creadas en una sociedad, cualquiera que sea el modo de producción elegido. De hecho, el estado último del socialismo resultaría en la desaparición de las diferencias de clase social, por 20

Ibíd.


ende una repartición igualitaria de todo lo producido por una nación comunista. Teniendo en cuenta estos dos últimos elementos, podemos inferir que la ideología se encuentra determinada por unas condiciones materiales y económicas de existencia particulares, y al haber dominación de una clase social sobre otra, es decir poder, la ideología viene siendo el reflejo de esa relación de poder. Dicho de otra manera, la ideología acepta el sentido de un “gran pensamiento” que refleja los determinismos sociales específicos de un contexto determinado, luego la ideología es el reflejo del pensamiento de la clase dominante en la sociedad capitalista. Bien nos dice Marx que “Las ideas de la clase dominante, son las ideas dominantes en cada época (…) la clase [social] que ejerce el poder material dominante en la sociedad es, al mismo tiempo, su poder espiritual dominante”21. In extenso, podemos considerar la ideología como todo sistema de ideas, sentimientos y aptitudes propias de un grupo determinado que constituye su idea del mundo, de la humanidad, de la historia, la moral, la política, la economía, la filosofía, etc. La función de la ideología también consiste en una doctrina de acción (militantismo, proselitismo político, etc.) que finalmente tiene como objetivo la conquista o la conservación de un estatus social del grupo y de todos sus miembros. Podemos aquí reconocer la segunda función social de las ideologías en el juego político, a saber mantener a aquellos en el poder y todos sus miembros para siempre, o al menos el mayor tiempo posible que lo permitan las reglas del juego constitucional. En lo que al análisis objetivo de la ideología concierne, Marx la considera como un corpus de ideas falsas, que sirven para los intereses de unos cuantos. Desde este punto de vista, fue el propio Marx quien otorgó, en principio, una dimensión profundamente negativa a la ideología política22. Dicha connotación se fue consolidando progresivamente en nuestras mentes. En efecto, esta acepción de la ideología se presenta como bastante polémica, sobre todo en los regímenes democráticos, ya que tiene una utilidad política, al ser usada por los grupos para denominar aquellos caracterizados por una impregnación ideológica, en el sentido marxista. Es la razón por la cual la denominación implica una condena, por ejemplo cuando hacemos referencia la “ideología burguesa” o las “ideologías soviética y/o china”. En este sentido, el intelectual francés Raymond Aron nos da una de “las menos peores definiciones de la ideología: la ideología es la idea de mi adversario”23. Directamente apuntada hacia la designación de lo contrario. Actualmente, este sentido permanece presente en el uso del término, en el lenguaje corriente. Debemos estar pendientes, en este sentido, en cómo usarlo.

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Marx, K., Engels, F., “Oposición entre las concepciones materialista e idealista”, in Marx & Engels, Obras Escogidas en tres tomos, Editorial Progreso, Moscú, 1974, t. I. 22 Braud, Ph., Sociologie Politique, LGDJ, Paris, 2004. 23 Aron, R., La Sociologie allemande contemporaine, Felix Alcan, Paris, 1935. Traducido por el autor.


Las Ciencias Sociales se han impuesto como misión fundadora eliminar todos los juicios de valor sobre los conceptos y las ideas con la que los científicos sociales somos llevados a trabajar. Es decir, vamos a considerar la tautología en la cual caemos al analizar las ideologías políticas y su estatus en la Historia Universal – es decir, ¿si aceptamos que la ideología ayuda a mantener a ciertos hombres en el poder, no estamos siendo ideológicos? ¿Cómo saberlo? Este obstáculo para el descubrimiento científico significa que no podemos detenernos frente a una definición finalmente ideológica de la misma ideología y, en este sentido, se presenta como necesario realizar una ruptura metodológica en la aprehensión de nuestro objeto de estudio. Sabiendo que las ideologías no son sistemas coherentes y organizados de ideas neutrales, es porque son sistemas de ideas escogidas, en particular, interpretaciones orientadas del mundo y las sociedades. Estos sistemas han definido unos valores y objetivos sociales, políticos, económicos, religiosos y civilizacionales24. Esto, podemos agregar, con el fin último de definirse precisamente como una civilización culturalmente avanzada, con poder de difusión a nivel global. En este sentido, hemos ampliado la categoría de pensamiento alrededor de las ideologías políticas, con el fin de ganar en objetividad, por lo cual es posible considerar también como ideologías, por ejemplo, el sistema de protección de los Derechos Humanos, o la misma Democracia. Es decir que con ideológico, no vamos automáticamente a tachar de negativo, de impositivo, la ideología, pero sin lugar a dudas, sí como algo que concretamente fue o es impuesto por algo o alguien. Hemos visto como las ideologías se inscriben en las relaciones de poder, sin que esto signifique que todas las ideologías sean malas, al menos negativas. ¿De qué manera son útiles para el establecimiento duradero de cualquier tipo de dominación? ¿Cómo pueden, al contrario, constituirse como una crítica acérrima a una situación política que es considerada como ilegítima? A partir de nuestras reflexiones, sobre un punto al menos nos podemos poner de acuerdo, este es: el concepto de “ideología” es polisémico, es decir que ha admitido, y admite varios sentidos, muy diferentes entre sí. Finalmente, la ideología designa un punto en común compartido por varias ideas, de manera difusa en la sociedad, por ejemplo: el liberalismo y el individualismo. También como una doctrina o teoría particular, formulada por un grupo social, posiblemente a través de su representante oficial, exclusivamente orientada a satisfacer intereses políticos, es decir una dominación. Encontramos, en esta última sub categoría de pensamiento, por ejemplo el nazismo, el marxismo-­‐leninismo, el neoliberalismo, el maoísmo, el salazarismo en Portugal (1932-­‐ 1968), el socialismo liberal, etc. Finalmente, resulta conveniente que tengamos en cuenta esta distinción, al momento de realizar cualquier trabajo de investigación, para así identificar el mejor enfoque de nuestro tema a tratar. Es decir que si desarrollamos la ideología como un punto en común de varias ideas difusas, privilegiaremos las representaciones motivadas por los significados ideológicos; mientras que, si enfocamos la ideología como una doctrina orientada a satisfacer una dominación, es recomendable insistir en las relaciones de poder y en la imposición del pensamiento ideológico. 24

Braud, Ph. Ibid.


C. RELACIONES CONCEPTUALES. En este punto de nuestra reflexión resultaría inútil, o al menos poco interesante, hacer referencia a un marco comparativo entre doctrinas e ideologías políticas, y tratar de encontrar similitudes y divergencias entre estos conceptos. Más aún, teniendo en cuenta la complejidad de éstos, en referencia a su característica polisémica, además de las relaciones de poder que reflejan. Desde este punto de vista, resulta más conveniente tratar de establecer analogías entre dichos conceptos políticos, nos dedicaremos entonces al análisis en términos de acercamiento o no entre éstos. Para empezar, demostramos que las doctrinas políticas derivan de una conciencia manipulada en los individuos. Acto seguido, pudimos observar que las doctrinas buscan trasmitir el dogma a todos por igual, lo cual implica de alguna manera la aniquilación de la conciencia como expresión de una libertad de pensamiento, basada en la intuición. Por otro lado, la ideología es polisémica y podría designar tanto un punto en común compartido por varias ideas difusas en la sociedad, como una doctrina o teoría particular, formulada por un grupo social. Se encuentra orientada a satisfacer intereses políticos, es decir una dominación. Es decir que los conceptos se acercan sobre un punto en particular: este es la dominación, tanto por la manipulación de las conciencias, como por la orientación a favor de intereses políticos particulares. Dicho de otra manera, se trata de conceptos – doctrina e ideología – eminentemente políticos, desde todo punto de vista. Paradójicamente, estos conceptos también se alejan cuando la doctrina favorece la aniquilación de la conciencia, mientras que la ideología viene a ser el punto de encuentro de varias ideas difusas. En este sentido, la ideología resultaría más abierta y tolerante que la doctrina, cuya idea de trasmisión contamina el ejercicio de una libertad de conciencia, de pensamiento como de opinión. En efecto, la ideología política autoritaria insiste más en la concentración del poder en manos de uno solo – un solo partido, un solo dictador, un solo presidente -­‐ esto en detrimento de las libertades individuales y, de ser necesario, la represión. Es decir que la obligación a una supuesta adhesión de conciencia a la causa política no está necesariamente presente en la ideología del autoritarismo, cosa que si impone en principio la doctrina. Esto no significa que la libre expresión, mucho menos del desacuerdo político o la opinión distinta, sean para nada trazos de estos regímenes políticos. Finalmente, teniendo en cuenta estas consideraciones, adoptaremos para la continuación de nuestro trabajo la siguiente convención: las doctrinas son elementos constitutivos de una categoría más amplia de pensamiento, luego más tratada por los autores, que son las ideologías. Establecemos esta convención a sabiendas que tanto doctrinas como ideologías se acercan y se alejan conceptualmente, en los puntos anteriormente mencionados.


Transición: ESTOS CONCEPTOS HAN JUGADO Y JUEGAN EN LA ACTUALIDAD UN PAPEL POLÍTICO CENTRAL. II.

EL PAPEL PROTAGÓNICO DE LAS DOCTRINAS E IDEOLOGÍAS EN EL JUEGO POLÍTICO. A. IDEOLOGÍAS, DOCTRINAS Y CONTROL SOCIAL

La Sociología Política nos muestra que no existe, en efecto, sociedad política alguna viable, sin interiorización de un mínimo de convicciones comunes relativas a la necesidad de lealtad al poder establecido, así como la legitimidad del gobierno que la dirige. Poco importa que dichas convicciones sean autoritarias o democráticas, es suficiente con que produzcan una fuerte cohesión social. Los gobernantes, por su lado, necesitan que se impongan creencias que justifiquen la existencia de su poder y refuercen la cohesión de la sociedad que dirigen, con el fin de dirigirla mejor25. Una sociedad ordenada es una sociedad fácil de administrar. Inculcar dichas normas o valores facilita de manera considerable la obediencia a la ley y autoridades públicas, se trata incluso de una condición necesaria para el ejercicio mismo del poder. Sin lugar a dudas, el Estado se encuentra basado antes que todo en el monopolio de la violencia física legítima. Pero, si tuviera que hacer uso constantemente de la fuerza para obtener el respeto de las reglas, estaría rápidamente orientado hacia dos posibles situaciones: se encontraría desbordado en sus funciones de regulación social, o bien se constituiría como un régimen rigurosamente autoritario, con el fin de intimidar a todos los posibles opositores y pensadores liberales. Ahora bien – sin querer caer en la pretensión científica – denotamos en las ideologías un manifiesto rechazo contra toda objetividad científica, en todos sus aspectos. Es decir que las ideologías son ideas sólidas y eficaces, pero establecidas sobre algo oscuro para nosotros, politólogos y científicos sociales. Recordemos que algunas creencias sobre las cuales se basaba el nazismo pseudo-­‐científico del jurista alemán Heinrich von Treitschke (1834-­‐1896), fueron realmente usurpadas al movimiento literario romántico del siglo XVIII, fundado por el filósofo Johann Herder (1744-­‐1803) y el novelista Johan W. von Goethe (1749-­‐1832), llamado Sturm and Drang (léase: tempestad e ímpetu)26. Esto significa entonces que los hechos considerados por la ideología para su sistema pueden ser inexistentes, en su defecto, encontrarse verdaderamente deformados. La prueba más sólida de esta afirmación, es la resolución misma del debate teórico, filosófico pero también ideológico que planteó Marx en su época y que fue analizado por nosotros con anterioridad. A continuación daremos resolución a este debate. Dentro de este marco de análisis, recordemos la tesis marxista: el proletariado es el sujeto histórico de la Revolución en la sociedad industrial. Dicha tesis ya no tiene cabida hoy en día. En efecto, sin buscar ahondar en estas argumentaciones porque nos lo impide nuestro tema de estudio, debemos tener en cuenta, después de la Revolución Industrial del siglo XIX, el surgimiento 25

Braud, Ph., Sociologie Politique, LGDJ, Paris, 2004. Durkheim, E., “Alemania por encima de todo: la mentalidad alemana y la guerra”, [A. Colin, París, 1915], trad. Salinas, P., in Revista Española de Investigaciones Sociológicas, Madrid, 1989, Págs. 199-­‐228.

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de una nueva clase social media, que se favorece y la vez favorece, nuevos fenómenos de movilidad social, en particular gracias al acceso a la educación superior que consigue. Esta tendencia histórica se prolonga hasta los años sesenta, cuando sobreviene la emancipación femenina, y la escolarización de una masa creciente de estudiantes mujeres. A tal punto, que hoy en día el concepto del “proletariado”, en el sentido marxista, resulta anticuado e inadecuado, para reflejar la diversidad y la complejidad social del mundo de los trabajadores manuales. Entre otros factores contextuales, influyeron por un lado, la tercerización de la economía, y por otro, la aceleración en el proceso de la globalización que planteó las condiciones para una libre competencia en los mercados otrora nacionales. En resumen, es posible que dicho proletariado nunca haya verdaderamente existido fuera del agitado contexto histórico ruso del siglo XIX. Es decir, hay muchas afirmaciones e hipótesis en las ideologías que simplemente no pueden ser demostradas, porque se encuentran basadas en creencias subjetivas sobre los conflictos sociales. Afirmar lo anterior comporta una implicación significativa: la fuerza política de las ideologías y doctrinas radica en su capacidad movilizadora de las conciencias, de las masas, a través de las creencias subjetivas que las fundamentan. Las ideologías son capaces de influenciar las prácticas sociales a través de un proceso de reconstrucción de la realidad que ellas mismas inducen, y que se va cumpliendo, como un Self fulfilling prophecy. Es la razón por la cual podemos profundizar aún más nuestro concepto de ideología, tomándolo como un conjunto estructurado de representaciones del mundo social, que funciona basado tanto en la creencia política, como en la violencia simbólica. Analicemos más detenidamente el concepto de creencia política, ya que resulta particularmente útil para demostrar el control social ejercido por las ideologías. B. FUNCIONES DE LEGITIMACIÓN DE LAS CREENCIAS POLÍTICAS Las creencias son necesidades fundamentales de la vida social. En efecto, nos permiten disipar el malestar que nos produce el límite manifiesto, pero temporal, de nuestro conocimiento: es decir nos permite de alguna manera explicar, lo que científicamente aún nos resulta inexplicable. Éstas orientan los comportamientos y los pensamientos, recuerdan los valores, favorecen la coherencia entre éstos27: son verdaderamente fundamentales para la sociedad. Las ideologías políticas imponen representaciones de la realidad, movilizan creencias conforme sus propios principios fundamentales. En el análisis propiamente de las creencias, nuevamente volvemos a encontrarnos con la historia de las religiones. Efectivamente, no podemos negar el carácter religioso de las creencias políticas. De igual modo, las religiones son profundamente ideológicas y por ende políticas. No obstante, las ideologías se distinguen de la religión, en el sentido que no establecen necesariamente una relación con lo sobrenatural. Dicho de otra manera, las relaciones entre lo político y lo religioso son importantes para comprender a fondo las ideologías políticas. Si consideramos las relaciones entre ideología y religión, observamos como las religiones produjeron legitimaciones muy eficaces de la obediencia política. Son mecanismos que ayudan a 27

Braud, Ph. Ibíd.


ejercer un control social, en el sentido de regulaciones a las cuales son sometidos los individuos. Dichas regulaciones son la manifestación de la voluntad política de sus gobernantes. Es lo mismo que afirmar que las ideologías son regulaciones políticas, resultado de las representaciones y visión del mundo de los dirigentes, orientadas hacia un control social. Dichos responsables se caracterizan por ser individuos con un capital cultural elevado, que además gozan de una legitimidad elevada, sea cual sea su tipo. Por ejemplo, intelectuales consagrados, periodistas influyentes, dirigentes de movimientos representativos, etc. En particular, algunos actores políticos se han encontrado ocupando una posición favorable que les permite implantar sus sistemas de representaciones y creencias, porque controlan o ejercen al menos una dominación efectiva sobre las instancias de la socialización como el colegio, las organizaciones políticas, los partidos, las instituciones públicas, y lo mencionado anteriormente, los medios masivos de comunicación a través de la propaganda política. Es decir que el proceso de inculcación de los valores creados en círculos sociales cerrados y privilegiados, se muestra como un factor fundamental para la dominación de una sociedad. Entonces, Marx no estaba tan equivocado del todo. Esto significa la racionalización del proceso histórico de la dominación – racionalización en términos de interés de Estado – vienen siendo los intereses particulares de aquellos que crearon esos valores. Si tomamos el liberalismo como ejemplo, para los intelectuales liberales este proceso supondría producir valores como la libertad de expresión y de pensamiento. Esto supone igualmente inculcar estos valores. Así mismo, no olvidemos el papel que juegan las instituciones políticas en la difusión de la hegemonía ideológica: dichas instituciones funcionan de hecho basadas en el principio de la exclusión y la desvalorización de las creencias contrarias28. Son los espacios de competencia intelectual o disciplinar, a través de lo cual se lleva a cabo dicha exclusión (P. Bourdieu). En resumen, a pesar de las apariencias, siempre existe un control social del pensamiento, incluso en las democracias liberales. Transición: Si bien, tanto las doctrinas como las ideologías ayudan a ejercer un control social efectivo, y a legitimar la dominación política, estos roles se ven sometidos a una evolución histórica en la post-­‐modernidad. ¿Por qué y cuáles son las nuevas formas ideológicas? III.

LA EVOLUCIÓN DE LA POSICIÓN DE LAS IDEOLOGÍAS EN LOS COMPORTAMIENTOS DE LOS ACTORES POLÍTICOS EN LA POST-­‐MODERNIDAD. A. DOMINACIÓN Y LEGITIMACIÓN POR LAS “NUEVAS FORMAS IDEOLÓGICAS”.

En este punto de nuestro análisis, resulta interesante introducir el concepto de imaginarios políticos con el fin de plantear un primer elemento de reflexión sobre algunos objetos ideológicos que resultan suficientes para demostrar la posición de las ideologías en los comportamientos políticos actuales. 28

Braud, Ph. Ibid.


Los imaginarios políticos hacen alusión a un conjunto de imágenes, alegorías, símbolos y representaciones que organizan la idea que podemos tener del orden político. El politólogo de origen turco Cornelius Castoriadis (1922-­‐1997) insiste en la manera como los imaginarios políticos son auto-­‐producidos por la sociedad, más que forjados por el individuo29. También, tienen un carácter eminentemente real, por los efectos que producen, independientemente del hecho que las representaciones que éstos activen se encuentren en gran medida o no relacionadas con la realidad como tal. Se trata de elementos constitutivos del orden político, en el centro de las sociedades contemporáneas. Permiten mostrar lo que es deseable, o rechazable por ejemplo la ausencia de solidaridad, las divisiones entre razas o castas, el robo, etc. En lo que a esto concierne, la Ciencia Política sabe que las antiguas líneas de fractura ideológicas se han difuminado. Es el caso de la tradicional oposición entre liberalismo y conservatismo, lo cual obedece, entre otros, a la supuesta desaparición de las ideologías, que trataremos más adelante. Mientras tanto podemos observar que, en las sociedades que otorgan un valor importante a la religión y/o a una ideología, luego al dogma, se lleva a cabo un proceso de creación de mitos políticos. Es decir unas narraciones con fuerte carga simbólica, que hacen referencia a un imaginario político del poder, del orden establecido y de la comunidad30. Se trata en este sentido de ideologías que buscan ser explicaciones del orden político, estructuras de significados que otorgan sentido a la realidad social compleja. De igual modo, encontramos hoy en día representaciones y valores que legitiman dicho orden. En este sentido, los mitos contribuyen a la sacralización de lo político. Dicho de otra manera, las ideologías vehiculan mitos y los mitos sacralizan lo político31. Entonces las ideologías también sacralizan el orden político vigente, sea cual sea éste. En sumas cuentas, las ideologías continúan legitimando a través de la sacralización el orden político vigente. Por otro lado, los mitos permiten que la dominación no se apoye exclusivamente en la coerción. Al contrario, sobre todo la obediencia y la adhesión ideológica son los factores que contribuyen a difundir una imagen del sistema político como un ente completo y unido, lo cual puede ayudar a reducir la violencia en una sociedad. Claramente, cuando la adhesión ideológica supone el rechazo vehemente de una nación legítima hacia un grupo de personas por sus características objetivas, el mito fundador en vez de obrar a favor de una reducción de la violencia, la exacerba. De hecho, como lo aclara maravillosamente Hannah Arendt32, los regímenes totalitarios fuertemente ideológicos mantienen un estado constante de tensión social, una forma más de violencia simbólica, que destruye la cohesión social y aísla a los individuos en situaciones anómicas. Esto es una compleja y fuerte implantación de la obediencia civil, a través de la violencia misma. Es igualmente algo que observamos al estudiar, por ejemplo, la categoría de terrorismo de estado.

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Castoriadis, C., La institución imaginaria de la sociedad, vol. 1: marxismo y teoría revolucionaria, Tusquets Editores, Buenos Aires, 1993, Pág. 7. 30 Nay, O., Bajo dirección de, Lexique de Science Politique, Dalloz, Segunda Edición, París, 2011. Traducido por el autor. 31 Es decir que le otorgan una característica eminentemente sagrada. 32 Arendt, H., Los Orígenes del Totalitarismo, Taurus, Alfaguara, 1998.


Ahora bien, los mitos políticos son escenificados y actualizados en las manifestaciones políticas de todo tipo -­‐ rituales, utilizando el término antropológico – en las cuales participa el conjunto de la comunidad política. Un ritual político se define como una actividad con fuerte carga simbólica, regulada por las costumbres, que se presenta bajo la forma de las ceremonias cuyo objeto es, a través de la difusión de imágenes, representaciones y símbolos del poder, reactivar y mantener los fundamentos imaginarios de la sociedad política33. Los ritos políticos son elementos de la legitimación del sistema político en vigor. Contribuyen a la construcción de la dimensión sacra de la actividad política, ya que escenifican y reactivan la frontera entre iniciados y profanos, entre el poder y aquellos que se someten a éste. Hoy en día podemos evidenciar una manifestación de las nuevas formas ideológicas en la institucionalización de los rituales políticos, por ejemplo: la ceremonia del 20 de julio, los funerales de un Jefe de Estado, los congresos de los partidos políticos, los viajes presidenciales, etc. Según el sociólogo y profesor de la Sorbona Georges Balandier34, todas estas representaciones reflejan poder. B. ¿EL FINAL DE LA IDEOLOGÍA? Durante varios momentos de la Historia, hemos asistido al anuncio, desde la filosofía, de un “final de las ideologías”. De entrada, esta noción propuesta por el sociólogo y profesor de la universidad de Harvard Daniel Bell (1919-­‐2011)35 resulta inútil. Recordemos que este final se daría por la victoria de un campo político que transmitiera una ideología dominante, lo cual deriva en la desaparición de las grandes líneas de fractura entre los grandes sistemas ideológicos. La caída del muro de Berlín, en 1989, fue la ocasión para que resurgiera esta interpretación significativa de la Historia, puesto que se asocia la implosión de la Unión Soviética al triunfo definitivo del modelo liberal. La victoria del liberalismo marcaba para Bell el fin de los grandes conflictos ideológicos. Sin embargo, los nuevos conflictos internacionales, el debate actual alrededor del neoliberalismo, la multiplicación de las señales de hostilidad frente a Occidente provenientes de China, Rusia y algunos países árabes, pero sobre todo el aumento del islamismo radical, tienden a desmentir tal interpretación positivista de la historia36 que resulta en una melancólica ilusión. A partir del momento que existe, en una sociedad cualquiera y en cualquier momento, una jerarquía de legitimidad entre las creencias, pero sobre todo unos dispositivos eficaces para difundir únicamente algunas de éstas, podemos observar que opera entonces un mecanismo necesariamente ideológico en esta sociedad. Las ideologías no han desaparecido, por el contrario, lo que caracteriza la sociedad moderna, al menos en Occidente, es una merma de la visibilidad de las ideologías políticas. Expliquemos el porqué de esta tendencia política.

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Nay, O., Bajo dirección de, Lexique de Science Politique, Dalloz, Segunda Edición, París, 2011. Traducido por el autor. Balandier, G., El poder en escenas: de la representación del poder al poder de la representación, Paidós, Barcelona, 1994. 35 Bell, D., Sanoer, A., Trad., El Fin de las ideologías políticas: sobre el agotamiento del agotamiento de las ideas políticas en los años cincuenta, Ministerio de Trabajo y Seguridad Social, Madrid, 1992. 36 Birnbaum, P., La Fin du politique, Seuil, Paris, 1975. 34


La primera razón de este fenómeno es el surgimiento de consensos aparentes37, que disimulan los posibles antagonismos entre los diferentes intereses y creencias. Dichos consensos se encuentran enmarcados en las creencias alrededor de la sociedad democrática, pero entendida en un sentido errado, ya que la democracia no supone por definición el consenso, sino el encuentro de las ideas distintas gracias al debate. Vale la pena recalcar el papel que juega el cuarto poder de los medios masivos de comunicación en la disimulación de los intereses políticos de los unos y de los otros. En efecto, los medios masivos de comunicación llaman nuestra atención, por ejemplo, sobre las semejanzas aparentes entre los programas de los candidatos políticos, lo cual tiene como objetivo crear consensos alrededor de ciertas cuestiones sociales fundamentales, sin tener en cuenta que cada uno de los candidatos puede tener visiones completamente opuestas sobre la manera de cómo alcanzar estos objetivos. Así mismo, en el juego político, los candidatos pueden perfectamente apropiarse de las posturas consensuales de otros candidatos, así éstas se encuentren a priori en contraposición con su ideología personal, o con la ideología del partido político que representan. Esto con el fin de ganar el mayor número posible de adeptos a su candidatura, luego el voto, así la victoria democrática y por extensión el poder. En particular, este tipo de estrategias electorales tienden a borrar la visibilidad de las líneas de fractura ideológicas que caracteriza toda sociedad, por ende toda competencia democrática. El efecto es una confusión ideológica en la mentalidad de los ciudadanos, a favor de mayor dominación y pragmatismo político. Bien lo han escrito ya varios autores, ningún líder político está dispuesto a morir hoy en día por una ideología: resulta más conveniente simplemente cambiar de posición38. Recordemos en este sentido el célebre debate que suscitó un cambio de opinión en el entonces candidato a la presidencia de Colombia Juan Manuel Santos, durante el período electoral de 2010. Efectivamente, Santos, quién punteaba la encuestas de intención de voto, debió explicar públicamente su cambio de opinión respecto a las críticas de su contrincante Noemí Sanín sobre su benevolencia respecto al episodio del despeje del Caguán (1999-­‐2002). Su explicación fue la siguiente: “Sólo los imbéciles no cambian de opinión cuando cambian las circunstancias”. Podemos encontrar en esta máxima el modelo del hombre político (post) moderno dispuesto a cambiar de opinión frente a una ideología dominante, que en este caso podría ser el uribismo, y ser mucho más pragmático con el fin de alinearse con las posturas adoptadas por la opinión pública según las circunstancias, si es que esta realmente existe en términos de P. Bourdieu. Otro de los motivos que explican esta disipación de las ideologías políticas obedece al debilitamiento de las organizaciones que critican abiertamente los valores ideológicos dominantes, en las sociedades abiertas y liberales. Podemos encontrar por ejemplo los partidos políticos de oposición, cuando se crean mesas de Unidad Nacional con el fin de realizar un buen gobierno como sucede en Colombia con el gobierno Santos (2011-­‐2015); las iglesias en aquellos Estados particularmente laicos (no es el caso de Colombia) dónde esta institución ya no cuenta con el poder político de otrora para recalcar su visión de la sociedad. Después de 1989 y la caída del muro de Berlín, el movimiento comunista revolucionario que era por ejemplo portador de una crítica y un proyecto anticapitalista. Actualmente, el movimiento ideológico alter mundialista ha 37

Braud, Ph. Ibíd. Birnbaum, P., La Fin du politique, Seuil, Paris, 1975.

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retomado esa postura política. Dentro de este marco de pensamiento, una ideología resulta mucho menos visible, si no es criticada de manera frontal39. Una última razón que nos permite comprender este propósito es lo que los sociólogos políticos llaman “las condiciones modernas de la formulación de las creencias”. En efecto, estas condiciones se encuentran marcadas por las tecnologías modernas de comunicación mediática, las cuales favorecen una difusión de lo conveniente o lo políticamente correcto que hay que creer y decir sobre diferentes temas, en una sociedad determinada. De este modo, las creencias contemporáneas sobre objetos de estudio tan diversos como el Estado de Derecho, la ciudadanía o la ética en política, se construyen a partir de los consensos vehiculados por los medios de comunicación. Dicho de otra manera, la teoría política crítica no seduce de igual manera que en el pasado. Además, ya no se producen ideas ni creencias con valor doctrinal, al menos muy poco, lo cual no significa que deberíamos regresar a las doctrinas políticas, pero si valorar intelectualmente la audacia utópica y política de estos textos. La audacia utópica ha sido relegada, por efecto del proceso “desencantamiento del mundo”40, además de las mismas posturas epistemológicas que hoy en día nos permiten llevar a cabo una Ciencia Política. La audacia se ha perdido en los análisis desmitificadores que desdeñan la autoridad de los sistemas de pensamientos proféticos e ideológicos. En este sentido, podemos plantear que nuestras posturas epistemológicas, como politólogos, corren el riesgo de caer en una especie de neo-­‐cientifismo moderno, acercándonos nuevamente a aquello de lo cual buscamos separarnos radicalmente en un principio, a saber la ideología misma. Además, el hecho que no existen actualmente obras lo suficientemente sólidas y diferentes a las ya conocidas, que hayan podido imponerse en los medios académicos e intelectuales como referencias para pensar el mundo, nos obliga a seguir explicándolo a partir de los marcos de referencia dominantes. Esto lo podemos comprender, entre otros motivos, por el productivismo económico que ha llevado a una disminución de la inversión pública en investigación, sobre todo nuestras preciadas Ciencias Sociales. En este sentido, algunos autores insisten sobre un concepto netamente innovador: la ideología soft (léase suave en inglés), es decir nuevas formas ideológicas que han dejado atrás el carácter doctrinal e impositivo que tenían las principales ideologías del siglo XX, para dar lugar a una especie de mixing entre informaciones provenientes de los medios masivos de comunicación y lógicas mediáticas consensuales. Las ideologías disidentes a estas nuevas formas ideológicas que caracterizan ese desencanto llamado la modernidad41, pueden aún encontrar un espacio democrático para expresarse, con el fin de conservar, al menos, las apariencias de un pluralismo político efectivo, lo cual haría de este principio democrático, un elemento ideológico. CONCLUSIÓN. 39

Braud, Ph., Ibíd. Desencantamiento del mundo. Pérdida de convicción ética, o del sentido del misterio que afecta a las sociedades contemporáneas, bajo la influencia del progreso de la ciencia. El tema del desencantamiento moderno del mundo es fundamental en la obra de Max Weber. 41 Lechner, N., “Democracia y modernidad ese desencanto llamado posmoderno” in Revista Foro, No. 10, Septiembre de 1989. pp. 35-­‐45. 40


Uno de los mecanismos epistemológicos empleados por nosotros los politólogos para evitar caer en una especie de neo-­‐cientifismo moderno, que finalmente nos acerca a las posturas ideológicas tradicionales, es confiar en la interdisciplinariedad. En efecto, observamos como hoy en día muchos trabajos de Ciencia Política buscan otorgar a la dimensión simbólica de lo político un lugar más importante de lo realizado hasta ahora: esto significa sobrepasar el análisis en términos de poder, imposición y autoridad; y orientarlo, como fue nuestra intensión en el presente trabajo, hacia el análisis de las representaciones que los actores fabrican a través de diferentes procesos sociales. Desde este punto de vista, nuevas herramientas de reflexión se mostraron capaces de brindarnos una comprensión más aguda de las doctrinas e ideologías políticas. Este planteamiento nos permite responder objetivamente a nuestra problemática, afirmando que las doctrinas e ideologías juegan un papel protagónico en el juego político en la medida que orientan e imponen a las poblaciones mitos, creencias y ritos políticos que les proveen una imagen de los conflictos que se llevan a cabo entre sus respectivos grupos de pertenencia ideológicos. En este sentido, las doctrinas e ideologías continúan hoy en día jugando un papel importante en la política, esto sin perder de vista que las nuevas formas ideológicas tienden a ser más mediáticas y consensuales, borrando así la visibilidad de éstas aunque, insistimos, continúen siendo de mayor importancia en la definición de las representaciones conflictuales de los grupos de pertenencia. Nuestra postura, si bien pudiera ser calificada de utópica, incluso ideológica, a partir de las mismas premisas planteadas en el presente escrito, nos llevan a defender siempre el libre pensamiento y un ejercicio pleno de nuestros derechos democráticos. Dicho de otra manera, proponemos mantener una vigilancia constante frente a cualquier indicio que demuestre la voluntad de imponernos una visión del mundo, sobre todo si esta comporta por definición aspectos eminentemente violentos, ya sea desde la violencia física o simbólica. Defender nuestro libre pensamiento es poder hacer uso, justificado y precavido, de otras ciencias sociales en nuestros análisis politológicos y rechazar sistemáticamente creencias y opiniones ajenas a nuestras reflexiones personales. Es un camino a dibujar para el pensamiento, en nuestras complejas sociedades actuales. Si bien las Ciencias Sociales nos dibujan ya un camino para el pensamiento, el pensamiento audaz y divergente dentro de sus planteamientos se muestra necesario para el descubrimiento científico. Entonces, y solo entonces, tal vez podamos encontrar a través de la investigación nuevas herramientas que nos permitan comprender las sociedades de una mejor manera.


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