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EL RIO DARRO: NOTAS SOBRE SU ORIGEN Y EVOLUCIÓN GEOLÓGICA

José Manuel García Aguilar Doctor en Ciencias Geológicas

El río Darro, cuyo nombre parece derivar de la expresión “ d’auro “ (de oro) por sus famosos yacimientos sedimentarios de este metal precioso, forma junto con el río Genil (de Xen-Nil: “cien nilos” para los musulmanes de Al-Andalus) la red hidrográfica principal de la ciudad de Granada. Otro posible origen etimológico podría estar en el lenguaje ibero, donde “darrus”, significa río. El Darro nace cerca de Granada. Su origen se sitúa en el Parque natural de la Sierra de Huetor, a unos 1250 metros de altitud. Tras pasar por la localidad de Huetor-Santillán se une al río Beas, que nace cerca de la localidad de Beas de Granada. Las aguas del Darro siguen su camino hacia el Sur hasta un punto, a los piés del llano de la Perdíz, en Jesús del Valle, donde su cauce sufre un espectacular giro de casi 90 grados hacia el Oeste provocado por la acción tectónica de una línea de falla. Es a partir de aqui cuando el Darro ofrece su cara más conocida. Después de unos 4 kilómetros, el río se introduce de lleno en el Sacromonte, donde forma un profundo valle de casi 300 metros de altura, desde el Llano de la Perdíz, a una cota de 1000 metros, hasta el propio cauce del río situado a 720 metros en este sector. Después continúa su curso a los piés del Albaycin, cerca del Paseo del Padre Manjón o Paseo de los tristes, como es mejor conocido entre los granadinos, hasta llegar a la Plaza Nueva donde se sumerge en la configuración urbana, bajo la calle de los Reyes Católicos, Puerta Real y la bién llamada Acera del Darro, hasta desembocar en su hermano mayor, el río Genil, a unos 655 metros de altitud. En total, 16 kilómetros de recorrido, un salto de cotas de 600 metros desde su nacimiento hasta su desembocadura y una anchura de su cauce que rara vez supera los 5 metros son los datos físicos fundamentales de este río. Son números muy pobres en relación con la historia, las leyendas y culto popular que lleva implícito el Darro. No obstante, su historia comienza hace mucho tiempo, unos diez mil años cuando, según diversos autores, toda esta zona estaba ocupada por un “glacis” o llanura elevada, de la cual aún quedan restos en el Llano de la Perdíz. Fue en este periodo, junto con un cambio climático global hacia condiciones de mayor humedad, cuando comenzaron a formarse los ríos Darro y Genil que arrastraban sedimentos desde las sierras situadas al Este y Sureste, como Sierra Nevada o la Sierra de Huetor. De este modo, comenzó una erosión vertical y lateral de este glacis formando valles cada vez más profundos (3 centímetros de media al año es la media de erosión vertical), como es el caso del valle del Darro. Posteriormente, se fueron originando barrancos laterales a los valles principales, como el barranco de los Negros o el barranco de las Cuevas en el Sacromonte. En la actualidad este proceso de erosión continúa, favorecido por un clima donde las lluvias son cada vez más escasas y torrenciales. 1


VALPARAISO: EL VALLE DEL ORO José Manuel García Aguilar Doctor en Ciencias Geológicas

La presencia de oro en los depósitos sedimentarios del río Darro es conocida desde la época romana. Esta particularidad geológica alimenta el culto y la leyenda popular en torno a este cauce granadino y, de paso, induce aún hoy una actividad minera más romántica que rentable. Las zonas de bateo de este metal se sitúan históricamente en el tramo comprendido entre Jesús del Valle y Plaza Nueva, siguiendo para ello técnicas artesanales basadas en la criba de arenas y gravas, y su posterior separación por diferencia de densidad mediante lavado en plato metálico o de madera. Los mejores momentos para realizar esta actividad son tras las grandes tormentas y crecidas del río que hacen remover su lecho y permitir que afloren minerales y metales pesados, incluido el oro. El oro extraído rara vez supera las tres o cuatro laminillas de algunos milímetros de longitud, tras horas de bateo. A decir de muchos “esto solo da con suerte para el jornal del día...” . A pesar de esta escasez de mineral, la extracción sistemática de oro en el Darro ha sido permanente desde las épocas romana y árabe hasta bien entrado en siglo XX. Como curiosidad, sabemos que los Reyes Católicos, tras la toma de Granada en 1492, prohibieron la extracción de oro en el Darro al considerarlo un recurso propio de la corona. Pero, ¿dónde se halla el origen de este metal?. Para responder a esta pregunta debemos remontarnos muchos millones de años en el tiempo. De entrada, sabemos que el Darro erosiona materiales de la Formación Alhambra, un conglomerado rojo de edad plioceno inferior (unos 5 millones de años) que contiene oro en una ley aproximada de 0,5 gramos por cada metro cúbico. A su vez, este conglomerado erosionó otro más antiguo (de edad mioceno y unos 8 millones de años) que a su vez se formó por la acumulación de gigantescas riadas de barro y rocas que erosionaron Sierra Nevada en dicha época. En este punto llegamos al origen último del oro: con toda probabilidad se sitúa en unas rocas llamadas cuarcitas que forman una parte de Sierra Nevada. En estas rocas, el oro aparece de modo esporádico y diseminado, aunque tras varios procesos de erosión y transporte se concentra más y más aumentando su ley y por tanto su interés económico. Estos procesos de erosión y transporte fueron principalmente tres: los que afectaron a las cuarcitas de Sierra Nevada hace 8 millones de años, los que afectaron a la formación de conglomerados hace 5 millones de años y, finalmente, los que afectaron a la Formación Alhambra desde hace unos 10000 años por la acción del río Darro. En definitiva, tenemos como Valparaíso, el valle del río Darro, es un valle de oro. Poco abundante pero lo suficiente para desarrollar desde hace siglos una actividad minera de subsistencia y alimentar las leyendas siempre ligadas a estos lugares mágicos donde aparece el rubio metal y donde, quizás, aún espere oculta esa pepita gigante que hace soñar a muchos con fortunas y deseos por cumplir. Bibliografía: Martín, J.M. (2000). “Geología e historia del oro en Granada”. Boletín Geológico y Minero 111- 2 y 3. pp 47-60 2


VALPARAISO: DOS MUNDOS EN UNO José Manuel García Aguilar Doctor en Ciencias Geológicas

En numerosas ocasiones la naturaleza nos ofrece fenómenos sorprendentes cerca de nosotros, casi detrás de nuestra propia casa. Uno de ellos lo encontramos en el valle del río Darro, Valparaíso, en el tramo comprendido entre Jesús del Valle y la Alhambra. Resulta curioso comprobar hechos que estando delante de nosotros no somos capaces de reparar en ellos o de interpretarlos adecuadamente. Otras veces miramos a lugares lejanos, otros países u otros tiempos en busca de sorpresas y visiones espectaculares que sacien nuestra sed de curiosidad y conocimiento sin saber que cerca, muy cerca, podemos ver y sorprendernos con fenómenos dignos de admiración. Si nos situamos desde un punto lo suficientemente alto del valle como en la cabecera del barranco de los Negros o el barranco de los Naranjos, en el Sacromonte, y observamos las dos laderas del río Darro podremos constatar un hecho notable: la ladera donde se ubica la Alhambra y el Llano de la Perdiz aparece cubierta de vegetación. Una vegetación espesa, rica en especies y por tramos casi selvática. Por el contrario, si observamos la propia ladera del Sacromonte veremos como aparece con una imagen mucho mas árida, despoblada de vegetación y con especies distintas a su ladera opuesta. Además, puede comprobarse analizando cualquier mapa topográfico que la ladera de la Alhambra aparece orientada al Norte, presenta mayor altura, mayor pendiente y pocos barrancos transversales, mientras que la ladera del Sacromonte se orienta al Sur, al Sol, tiene menor altura media, menor pendiente e infinidad de barrancos de erosión. ¿Cómo podemos explicar tantas diferencias en apenas 500 metros de distancia? Dejando aparte influencias humanas, que en cualquier caso son poco duraderas y efectivas a la escala del tiempo geológico, sabemos que la Ecología nos ofrece un instrumento maravilloso para definir y buscar explicación a sucesos como este. Tal instrumento se llama “relaciones ecológicas causa-efecto”. Aplicando esta norma obtenemos una especie de cadena de sucesos, casi un juego que nos conduce inevitablemente desde un hecho hacia otros en apariencia muy distintos. Vamos a verlo: La ladera de orientación Norte, en la Alhambra, presenta poca insolación relativa, poca exposición al Sol. Esto hace que la temperatura media sea menor y por tanto el grado de evaporación sea también menor, lo que nos lleva al hecho de que el agua contenida en su suelo permanece retenida mas tiempo, tiempo suficiente para alimentar a todo tipo de plantas que construyen nuevo suelo, frenan la erosión, preservan el paisaje y retienen aun mas la humedad de la zona. El resultado: una ladera verde, poco desgastada y muy espigada. Todo lo contrario sucede en la ladera del Sacromonte: una ladera amarilla y parda, muy desgastada y erosionada de aspecto envejecido. Resultado de dos microclimas muy distintos en tan solo medio kilómetro de distancia. Por ello podemos decir que Valparaíso son en realidad dos mundos ecológicos, dos en uno.

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EL RIO DARRO NOS CAMBIA EL PAISAJE José Manuel García Aguilar Doctor en Ciencias Geológicas

A menudo solemos percibir la naturaleza de modo estático e incompleto. Buena culpa de esta percepción errónea la tiene nuestro breve paso por este mundo. En efecto, si comparamos una vida humana media (pongamos 80 años) con el tiempo necesario para que evolucione y cambie un paisaje, un ecosistema o un río seriamos incapaces de percibir cambios importantes en su conjunto. Como mucho podremos ser testigos de situaciones excepcionales como una gran nevada, una riada o cosas por el estilo, que al final vuelven a su estado inicial... y aquí no ha pasado nada. No obstante, la ciencia de la Geología nos aporta una serie de claves para retroceder el reloj. No unos cuantos años o siglos, sino decenas de miles o millones de años. Cuando reconstruimos sucesos que tuvieron lugar hace tanto tiempo llegamos a conclusiones que nos asombran y nos hacen ver lo pequeños que somos. Por ejemplo, gracias a las técnicas de análisis y reconstrucción geológica sabemos que hubo un tiempo en que todos los continentes estaban juntos, que el clima de Andalucía era glaciar o que en la Vega de Granada existían inmensos lagos de un ambiente tropical. Una de estas historias del tiempo la tenemos relacionada con nuestro río Darro. La historia comienza no hace mucho, unos diez o quince mil años, cuando este río aun no existía. En este momento toda la zona actual Alhambra – Jesús del Valle estaba ocupada por una gran llanura elevada, parte de la cual podemos verla (y disfrutarla) hoy día en el Llano de la Perdiz. En ese momento, algo sucedió y desde las actuales Sierras de Huetor comenzaron a bajar enormes flujos de agua quizás asociados a un clima mucho mas húmedo y lluvioso que el actual. Estas inmensas riadas, permanentes durante muchos años, comenzaron a excavar esta llanura elevada formando un valle. Al principio el valle era poco profundo y estrecho. Pero el tiempo, siempre el tiempo, fue transcurriendo y ese río excavaba mas y mas el paisaje hasta formar lo que vemos ahora, un precioso valle de casi 300 metros de profundidad desde el Llano de la Perdiz, hasta el cauce actual en la zona del Sacromonte, y una distancia horizontal entre ambas laderas de unos 500 metros. El clima fue cambiando y ahora nos encontramos con un río pequeño, que apenas si lleva caudal durante muchos meses al año. Esta situación no siempre fue así ya que nuestro río Darro fue en otro tiempo un vigoroso canal por donde bajaban enormes caudales que tallaban mas y mas las paredes del valle produciendo su erosión. Todo cambia, pero nos queda su historia. Esa historia nos dice que durante diez mil años el río Darro profundizaba una media de 3 centímetros por año el valle de Valparaíso. Eso nos parece poco, ya que a esa velocidad cualquiera de nosotros solo percibiríamos un cambio de apenas 2 metros en la altura del valle. Pero, que pueden ser 80 años en la historia de un paisaje. Para nosotros todo, y para el río... casi nada.

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