César Augusto Dávila
MÁS SABE EL DIABLO (CueNtos quE No sOn cUentoS)
Índice Cuestión de terrenos
7
El duelo
77
Nuestro peligroso oficio
10
El hombre que hacía llover
80
El tesoro del bandido
13
El País de los Choros
83
Cuentos que caminan
16
El preso es un negocio
86
El cuento de las encuestas
19
La maldición
90
La bruja que se fue
22
La naturaleza humana
93
El Perú increíble
24
La policía
96
Los trucos del Nobel
29
La promesa del vampiro
100
Luna sobre Mapiri
32
Las mujeres
104
El tesoro de Catalina Huanca
34
Las Sirenas de Titán
108
El campanero del Diablo
37
Las tribus
110
El jugador de ajedrez
39
Los tremendos jueces
113
La playa de los ex hombres
43
Los videos invisibles
116
Aquellos ojos negros
46
Muchas gracias, papá!
118
Alias “Tatán”
49
Palabra de mago
120
El poder del calzón
52
Quien te hace un favor
123
Millonario plástico
55
¡Salud, hermano “Mortimer”! 126
Nos siguen estafando
58
Última Hora
129
Balada para un inca
61
Un país sin detectives
132
Charlando con un fantasma
65
Venían por Guillermo
135
Cuando un amigo se va
68
Vivir del cuento
138
El Código Siciliano
71
Volvió una noche...
140
El corazón del hombre lobo
74
Y usted, qué adivina?
142
Más sabe El Diablo César Augusto Dávila Copyright 2013 Todos los derechos reservados Salamandra Editores, Panamá
Presentación
“Más sabe El Diablo”, es el compendio de cuarentiséis crónicas, cuentos y relatos memorables que han definido la identidad del Perú y el mundo, una mezcla de situaciones y personajes entrelazados a lo largo de los años. Es como abrir una caja de pandora llena de interesantes historias que ubican al lector como testigo de excepción en muchas de ellas. El título nace del refrán que supone que El Diablo es sabio y que esto le viene mejor por el hecho de ser viejo, marcando en negrita el valor de la experiencia, más que por el hecho de ser Diablo. Se utiliza mucho cuando una persona con experiencia -o no tan joven-, dice algo y desea darle fuerza a lo que está afirmando, sin embargo, para los efectos del autor, es la afirmación reiterativa de una verdad necia que se puede aplicar, interpretar o traer a colación frente a cualquier circunstancia de la vida. Al adentrarnos en el mundo de Más sabe El Diablo descubrimos además sentimientos del autor, detalles de su trayectoria contadas por él mismo, junto a la descripción de la Lima bohemia de los años 60 y 70’s, a través de un tour guiado en el tiempo que nos lleva hacia ése submundo al cual solo unos cuantos tenían acceso y que tenía como único derecho de admisión tener experiencia (como la de nuestro amigo del tridente), sazonada con altos grados de genialidad y locura. Muchos de los personajes que aparecen en esta obra eran verdaderos representantes de la magia del enigma, de los rincones del alma, de la sinrazón razonada, de lo único e irrepetible. Cada uno de ellos, atesoraba una riqueza de vida que los mantiene aquí, aún después de la muerte. 3
Yo conocí a muchos de ellos. Vi en sus ojos el brillo con que iluminaban sus interminables coloquios en el Mario, la alegría de sus voces cantando un vals jaranero al ritmo de cajón en “El Callejón del Buque”, es decir, todo aquello que se vivía (y bebía) en ésa Lima de los años 70. El primer recuerdo que viene a mi memoria al evocar mi encuentro con el periodismo, inicia en los talleres del Diario “Expreso” en jirón Ica, donde pasé mi niñez y parte de la adolescencia. Allí, entre los pasillos de este vetusto edificio, entre máquinas compositer, planchas de plomo y gigantescas bobinas de papel, fui testigo de excepción de la trayectoria de César Augusto Dávila, mi padre. Un maravilloso viaje que inició en “Última Hora”, primero como chofer interprovincial para luego ser ascendido por Raúl Villarán a reportero. De allí, lo demás es historia. Aún puedo sentir el olor a papel y tinta al ingresar en mis sueños al diario “Expreso” y subir las escaleras que, a mano derecha, te hacían pasar obligadamente por Archivo y de allí a la redacción del semanario dominical “Estampa”. Al ser mi padre el jefe de redacción, pude aprender de cerca los procesos de cómo se hacía el periodismo de antaño, lleno de imaginación, oficio, entrega y eso sí, adrenalina al 100%. En aquellos tiempos, quienes detractaban el azaroso trabajo reporteril y la usanza del periodismo de aquel entonces, lo tachaban como un sub oficio, lleno de personas que habían querido seguir una profesión y, al fallar en su intento, terminaban cogiendo papel y lápiz. Siempre he pensado que nuestra profesión es y seguirá siendo, el doctorado ideal frente a cualquier carrera elegida y ante la vida misma. Muchos abogados, psicólogos, profesores y dramaturgos, terminaron sentados frente a una máquina de escribir porque sentían que ese era el complemento que les faltaba antes de ejercer. Cierto es que muchos de estos doctorados se prolongaron por años y algunos se quedaron para siempre en ese “status”, sin embargo, nadie puede negar que los periodistas tenemos de abogados, psicólogos, investigadores, dramaturgos, sociólogos y hasta artistas. Me pregunto si en nuestro siglo XXI, alguna profesión puede congregar todas estas fortalezas que hacen que con toda justicia se diga que somos El Cuarto Poder. Lo dejo de tarea. Aunque fue don Luis Miró Quezada de la Guerra quien sentenció que “el periodismo, según se ejerza, puede ser la más noble de las profesiones o el 4
más vil de los oficios”, fue mi padre quien con su entrega a la profesión y respeto irrestricto a la verdad, marcó mi camino y el de muchos de los jóvenes periodistas que le tocó formar. Las veces que fue despedido, luego de negarse en su calidad de Director a destruir la reputación de alguien o publicar una nota de dudosa veracidad (ésa verdad que en los periodistas debe ser un apostolado), lo ví enfrentar -con la valentía que lo caracteriza-, la incertidumbre del desempleo, luchar por llevar el pan a la casa y mantenerse fiel a sus valores éticos y morales, convencido, en medio de todas las necesidades, que por larga que fuera la noche... al final llegaría el amanecer. Y César Augusto Dávila ha regresado de manera triunfal. No una, sino muchas veces a lo largo de sus casi 50 años de trayectoria periodística. A sus 78 años, sigue activo, lleno de energía como cualquier joven reportero y -como diría en una ocasión Salvador Dalí preguntado sobre su producción artística- “trabajando como cien obreros juntos”. Ese ejemplo de trabajo, valor y coraje, es el mejor legado que nos ha dado a sus hijos, y en general, a todo aquel que haya compartido con él una sala de redacción o -tal como los “cuentos del camino” que mencionaba siempre Ernesto Che Guevara-, haya coincidido en el mismo rumbo de la vida, ésa que contamos con diferentes matices, aunque en el fondo, con el mismo mensaje, inasible moraleja o si se quiere, revelador refrán. Y es que, frente a esas incongruencias tragicómicas de la vida cotidiana, definitivamente... Más sabe El Diablo. Guillermo Dávila, Editor. Panamá, 2013
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Cuestión de terrenos
N adie sería capaz de fechar el inicio de la prostitución, a la cual, nos
contentamos con llamar “antiguo oficio”, cuando de historiarlo se trata. Lo que sí es cierto, es que todos los gobiernos -habidos y por haber-, han tenido en este vilipendiado negocio, una verdadera papa caliente con la que jamás han sabido qué hacer.
El asunto, no se inicia -como bien cree mi empecinado brother Gori-, en tiempos greco-romanos. Ya sucedía por cortesía de peligrosas sectas hindúes -hay más de ochocientas de turbulenta historia- y también en China, donde los Eunucos inmortales, desde tiempos de mambrú, guardaban sus recortados atributos en cajitas de cristal rojo, para cuando les llegara la hora de marchar al más allá, irse full equipo, en aras de sus creencias antepasadistas. Y entonces pues el “antiguo oficio”, es más viejo que sus inventores y hasta la fecha ha evolucionado de manera que nadie sabe, o sabrá que hacer con él o contra él, en el mejor o peor de los casos cachimberos, perdonen la falta de fe. Y eso, que en el empeño se la han jugado castos eruditos como San Luis, Alfonso El Sabio y otros “mataores” de gran cartel que finalmente se han limitado a deslizarse por uno de los dos caminos posibles. O se le reprime con cárcel y otras inutilidades, o se convierte al Estado en caficho más o menos solapa, mediante la expedición de tarjetas de sanidad, (en los viejos tiempos limeños, se expedía un carné colorado en un dispensario del Jirón Misti, antes del Cine Beverly) y una que otra disposición que intenta, sin conseguir, frenar la explotación de menores de edad y algunos débiles mentales -de ambos sexos- que no dominan ni su propio cuerpo. 7
MÁS SABE EL DIABLO Recordemos de pasadita, la famosa redondilla de Sor Juana Inés, mujer casta -si las hubo alguna vez- la cual recomendaba en verso, no sólo condenar “a la que peca por la paga”, sino al “que paga por pecar”. Pero, pero… al margen de monsergas y cucufaterías, la prosti, que allá en los tiempos del Charleston y el tango apache, solía llamarse trata de blancas -como si las negras y choliprontas, jamás hubieran entrado al cuento-, siempre fue un negocio de la gran seven, aquí y en Sebastopol, como decían los fiocas limeños de vieja estirpe. Y a la franca, aquí entre nos, no sólo se vendía el breve camazo con algunas de sus variantes. No. Lo que más plata dejó siempre a “impolutos” ciudadanos, es el negociazo de los terrenos sobre los cuales se ejercería el chuculún a cambio de unos machucados, gruesos billetines. Allá por los 60’s -tiempos de mi debut en el diarismo y otros denguesuna bien aceitada Comisión de Madres Católicas, puso el grito en el nublado cielo limeño, alegando que las colas de perconchantes en Huatica Street, eran un mal ejemplo para la sociedad, añadiendo que en las cercanías de tal “desaguadero del sexo”, había un par de colegios primariosos y hasta una iglesia consagrada al Corazoncito de Jesús, Santìsima Cruz. Y, naturalmente el judokismo -o quien sabe mermeladismo, yo era muy joven e indocumentado para saberlo entonces-, se sumó al coro de los ángeles y en unos seis meses de campañas, vigilias, marchas y alborotos, la calle de las ventanas, los cojines floreados y el agua de ruda para los sapos que retrasaban el negocio en plan de mirones, fue trasplantada a golpe de ordenanza municipal, a Prolongación México, cuyos amplios canchones, habían sido previamente negociados por intachables ciudadanos que hicieron el empalme de su vida, a nombre de la moral pública y otros cuentos que ya nos cansamos de escuchar. Hoy, el Jirón Huatica -rebautizado Renovación-, es poco más o menos, una larga guarida de ladrones, vendedores de PBC y en suma, una angosta arteria intransitable para cualquier transeúnte común y no al corriente. Y no sé en qué resultaría beneficiada la inexistente moral pública, con dicho faenón old fashion, oiga usted. Pero ahí no acabó el tocuen de los que siempre entran al cuento. No... ¡Qué va! A los pocos años del Huaticazo, resultó que también cerca de Prolongación México, había familias escandalizables, colegios de niños 8
César Augusto Dávila inocentes y hasta un templo evangélico, para que no se diga, compadre. Y entonces pues, se trasladó la cumbiamba al rico “Troca”, cuyos terrenos chalacos -según dice el vox pópuli que no se de quién es voz-, pertenecen mayoritariamente a una ilustre dama huanuqueña, y a un ex alcalde del Llauca, cuya mami es el terror de cualquier automovilista que circule por pistas porteñas, corriendo el riesgo de ir a parar a un trafa depósito que dicha matrona administra en complicidad con ciertos policías y otras autoridades igualmente corruptas. Largos años más tarde, o sea, ahorita mismo, mis cansados oídos escuchan a la señora Villarán -que ahora es alcaldesa-, decir que anhela edificar una Zona Rosa, para el negocio del sandungueo. No sé quién le habrá vendido ese balurdo, pero le puedo asegurar que tras toda la moralina que sus rojimios pitucos le estén filtrando, lo más probable es que haya un faenón tan cochino que puede dar al traste con su prestigio de dama honesta y su tambaleante carrera política de yapa. Quizás me esté equivocando, pero mejor sería revisar los registros públicos y averiguar así, a quiénes pertenecen los terrenos que pretenden convertirse en “santuario” de preservación para las inexistentes “buenas costumbres”. Créame tía. Más sabe este Diablo, que hace ya, algunos lustros, debutó en Huatica precisamente… y jamás ha sido un caído del catre.
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Nuestro peligroso oficio
N uestro recordado Raúl El Gordo Villarán, definía al periodismo
como “un estilo de vivir”, el genial Gabo García Márquez, lo llama “la profesión más hermosa del mundo” y don Luis -patriarca de los Miró Quesada-, solía afirmar: “el periodismo es la más noble de las profesiones… o el más vil de los oficios”. A esto, yo -en otros tiempos de indocumentación desbordada-, añadía que lo de noble era, si pertenecías a la poderosa familia y lo de vil, si trabajabas como simple redactor del Subdecano de la prensa peruana. En fin, también hay bromas peligrosas, pero yo, siempre he vivido peligrosamente, porque esa parece ser mi naturaleza, pues (y bien caro lo he pagado).
Aun hoy, ciertos jubilados de nuestra rica bohemia, comentan que si bien Julio Tijero se ufanaba por siempre de haberle sacado la vuelta nada menos que a Frank Sinatra cuando se levantó a la bellísima Ava Gardner, una de esas noches en el inolvidable Negro Negro, este humilde escribidor a su vez, le pegó la torna al propio famoso playboy peruano, agarrando viaje con la escultural Maruja Sotomayor, linda limeña a la cual encaminó como artista de cine y nadie sabe por qué vericueto del mundo andará hoy, si acaso sigue brillando. Y todo eso, gracias al periodismo, que tiene sus mieles, como también sus recovecos peligrosos, donde acechan la envidia, el odio, ciertas explicables malquerencias revanchistas y el sorpresivo desembarque, justamente cuando parece que estamos alcanzando la cumbre del éxito profesional. Algunos jóvenes creen sentir la comezón del gusanillo vocacional, confundiéndolo con el ansia de aventuras de todo tipo y la leyenda que 10
César Augusto Dávila suele rodear a quienes nos asomamos al trajín público y la encrucijada polémica que caracteriza al periodismo, más aun, cuando el oficio de escribir y opinar se entrecruza con el espectáculo, como se aprecia en el doble ritmo Gisela-Magaly, que tanto ilusiona a las jovencitas telenoveleras. A lo largo de los últimos doscientos años el periodismo mundial, ofrece historias de periodistas naufragados en el alcohol y el abandono, por el terrible “pecado” de haber escrito -o publicado- algo que desagradó a sus empleadores, o a cierto poderoso varón que, whisky en mano, telefoneó a su importante amigo, propietario de diario, radio o canal de televisión, para reclamarle solemnemente: “¡bota a ese son of a bitch!”. Y listo. Antes que digas ¡Jesús!, el modesto escribidor fue a parar a la cochina lleca, sin mayores explicaciones y a veces, sin compensación por tiempo de servicios. A mí, en mis tiempos de Última Hora, me amenazaron seriamente -y no me botaron quién sabe porqué-, en razón de descubrir el noviazgo de Marianito Prado, con la dama que más tarde se convertiría en su esposa. Resulta que el travieso delfín del Imperio Prado, quería mantener en secreto su “romance oficial”, para no bloquear sus habituales galopantes conquistas de la high life y entonces pues, llamó a su amigo, el Director del diario y además de amenazar con darme una golpiza -lo cual hubiera sido algo dificilón-, pedirle que me silenciara, lo cual hizo en el acto. Después -de otros diarios-, me han botado, por mis actividades sindicales, mis vínculos izquierdosos, y, en un curioso caso, por un “torpedo” de uno de mis subalternos. Resulta que el diario que yo dirigía, publicó ciertos intríngulis judiciales de un renombrado empresario, que -yo ignoraba-, mantenía relaciones económicas, con el empresario del citado medio. Mi subalterno, aderezó el historial del big shot aludido con algunos calificativos y entonces pues, lo más fácil, para compensar “el agravio”, resultó despedir al Director (es decir, a mí). Conminado por la empresa, me había negado a delatar al torpedista, porque no he nacido soplón, ni soy canalla. Fin de la historia. No hace mucho, mi amigo Augusto Álvarez Rodrich, sufrió parecido avatar cuando dirigía Perú 21, a Jaime Bayly lo botaron -dicen-, por 11
MÁS SABE EL DIABLO incomodar al entonces presidente Alan García, a Beto Ortíz -valioso periodista-, lo mandaron a lavar platos en Nueva York por molestar a Alejandro Toledo y ahorita nomás, Aldo Mariátegui ha sido defenestrado parece que por discrepar de sus empresarios en torno a la revocatoria de la tía Susy Villarán. Del talentoso César Hildebrandt no digo nada, pues él puede hacerlo mejor que yo. En fin. La historia es antigua, recurrente, no lleva trazas de modificarse y deberían repasarla los jóvenes que se matriculan en Ciencias de la Comunicación, creyendo que se encaminan al Paraíso de Alá, o cosa parecida. Otra fuente del “botafogo”, que ha sido tema de novelas y películas -una de ellas con Humphrey Bogart en el rol de periodista whiskero-, es, aunque ustedes no lo crean, el éxito “exagerado”. Cuando el Director o columnista -salvo el caso de ser yuntas del empresario-, brilla demasiado, segurito que ya está con un pie en la vereda del frente. No hace mucho, yo escribía para un pool on line, en el cual mi columna diaria, aparecía en séptimo lugar en tanto, la del empresario -que también escribía-, ocupaba el primero, naturalmente. Sin embargo, no sé porqué aunque lo sospecho, mi modesta colaboración estaba en Google a los diez minutos de aparecer en el citado pool, en tanto los escritos del empresario, no alcanzaron jamás dicha atención “consagratoria”. El resultado: me botaron a los tres meses de tan notable “éxito”. Y no quiero hablar de los perromuertos de primera, perpetrados en mi contra por Tuto y otros especímenes que encima pontifican sobre la justicia, el derecho de los trabajadores y esas vallejeces o mariategadas con que embobinan al cojudismo. Sólo sería añadir un inútil lamento al viejo llanto. Dicen que cierta tarde, una trapecista de circo sufrió mareos de embarazo y no pudo estelarizar su habitual número. Entonces la empresa, ordenó a un viejo payaso que saliera al ruedo para entretener al populorum. Resulta que dicho nariguete, en vez de contar chistes, optó por relatar su triste historia, bañando en lágrimas al auditorio, después de lo cual, naturalmente, echaron a patadas al pobre bufoncillo. Por eso pues -si de joder se trata-, estoy pensando escribir mi biografía y distribuirla entre jóvenes pre-universitarios. Me tinca que si lo hago, se van a quedar vacías las aulas que prometen “construir” a la prepo futuros comunicadores, oiga usted.
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El tesoro del bandido
C laro que este es un cuento y como me lo contaron, se los cuento. Érase
un periodista de semanario, que cierta tarde conoció a un astrólogo que además “hablaba con los muertos”, o por lo menos, así lo pretendía. Profesor Zoroastro se hacía llamar y luego de protagonizar una o dos notas del citado periódico, se entornilló como amigo de todos los redactores, con quienes compartía historias increíbles y buenos vasos de espumante chela. En una de esas, al comprobar la frecuente escasez de fondos de sus contertulios, ofreció al líder del grupo, sacarlo de misio para siempre, nada menos que entregándole el derrotero de un bien surtido tesoro. Se trataba -según dicen que dijo-, del “Botín de Dominguillo”, un ex esclavo que luego de hacerse cimarrón, se convirtió en cabecilla de un elenco de bandoleros que operaba -es un decir-, por los alrededores de la Tablada de Lurín y que a lo largo de sus correrías, había acumulado un cuantioso patrimonio ilegal, que para fines del siglo XIX -tiempo sin bancos-, había ido enterrando sistemáticamente en su parada final, donde dicha riqueza, aguardaba a algún valiente que la devolviera a flor de tierra. “Pero, eso si… con mucho cuidado, pues un batallón de espíritus malignos custodia ese oro robado a sangre y fuego”, advirtió el Profe, como quien se apresura a abrir la puerta de los misterios, ya que según afirmaba el propio Dominguillo, hablando desde el más allá, le había revelado el secreto que a él no le servía de nada, pues además de astrólogo, oiga usted, el tío era, lo que se dice, millonario. -Si tomas la Panamericana Sur, llegarás a un punto que los viajeros llaman la Cruz de Hueso, por una enorme osamenta de ballena que está al 13
MÁS SABE EL DIABLO filo de la pista. De ahí, debes adentrarte en el arenal, como quien marcha a la cordillera. Tú y quien te acompañe, deben llevar agua y algo de comer, pues desierto adentro, no hay nada de nada -advirtió el Gran Zoroastro-. -Más adelante, siguiendo rumbo Este, encontrarás unos pequeños cerros llamados Los Tres Bonetes, pues asemejan esos tocados que usaban los curas antiguamente. Eso, te dará la señal de que estás en buen camino. Demás está recomendarte que guardes reserva, porque hay historias acerca de algunos que sacaron del lugar pequeños objetos de oro y fueron asesinados por policías, en fin, es lo que se dice -continuó el espiritista-. -Prosiguiendo el camino, llegarás a un pequeño poblado que se llama Olleros, pues sus escasos pobladores, son ancestralmente alfareros. Si hasta ahí no te ha abandonado el valor continuarás, hasta arribar, casi al pie de la cordillera, a las ruinas de un poblado que alguna vez se llamó Pozo Seco. Esa fue la última guarida de Dominguillo y ahí, en algún sitio, está sepultado el fruto de sus fechorías. Si sabes rezar La Magnífica y mantener el corazón en su sitio, cuando los entes malignos pretendan asustarte, y si encuentras el punto justo, en unas cuantas horas de pico y lampa serás rico por el resto de tu vida” -concluyó el nigromante, que sospechosamente, desde aquel día, desapareció como alma que se llevó Don Sata-. Y contaba el periodista, que acompañado de un par de comandos que no creían en diablos, y una novia al paso que por entonces tenía, emprendió la búsqueda del famoso tesoro y, según aseguraba, llegó a Pozo Seco -donde efectivamente habían restos de cabañas y un hoyo más seco que esperanza de borracho sin plata- pero, luego de busca, buscar, buscando, encontró el entierro, luego de una noche de espantos y pesadillas que por poco remata la locura que siempre amenazó a su engreída y teatrera novia. Los cuatro buscadores -relata el periodista-, sacaron macuquinas y peluconas (viejas monedas de oro acuñadas en Potosí en tiempos de la Colonia), pero no se animaron a vivir una segunda noche, en medio de fantasmas aulladores. Y vueltos a Lima se repartieron el mini-tesoro más o menos al tuntún para luego tomar rumbos diferentes. Añade el periodista, que por largo tiempo, perdió de vista a su amada, aunque por lenguas de doble filo, supo que ella, había caído en el infierno de las drogas malgastando en eso, el dinero que obtuvo por la venta de su pequeño tesoro. 14
César Augusto Dávila Dos años después, acomedidos familiares llevaron al periodista, hasta el lecho de su chica de alguna vez. Su físico estaba destrozado y había pedido ver antes de irse, a ese “alguien” a quien alguna vez creyó querer. Cuenta el narrador, que en medio de un delirio entrecortado, ella juraba que un fantasma negro y gigantesco la violaba brutalmente, noche a noche y le iba arrebatando la vida, hasta convertirla en un guiñapo. Y como rubricando la historia, se arrancó al jalón, la bata de hospital, mostrando sobre el pecho, como un tatuaje gris y negro… la sonriente cara de Dominguillo. Antes de la medianoche, la chica expiró frente a un curita que dijo haber expulsado de su agonía ciertas diabólicas entidades. De creerle a quien lo cuenta, la mayor parte del tesoro, sigue escondida en Pozo Seco. Pero yo, modestamente, recomiendo a cualquier ambicioso, no jugarse con El Diablo. No olviden que según canta Baretto: “ese pata come candela”, mi estimado.
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Cuentos que caminan
E l Che Guevara, se refería a estas historias llamándolas “Cuentos de
Caminos” y es que en efecto, uno se las encuentra por todos los rumbos de la vida, contadas con diferentes matices, aunque en el fondo, con el mismo mensaje o si se quiere, inasible moraleja. Relata el genial Gabo García Márquez, que cierta noche madrileña, vio venir hacia él, un taxi -al parecer ocupado-, por un viajero sentado junto al piloto, en eso que los españoles, llaman El Sitio del Muerto, anda tú a saber porqué. Conforme se aproximaba el vehículo, el gran escritor y Premio Nobel, advirtió, sin embargo, que la imagen del supuesto pasajero se iba diluyendo hasta perderse en la nada, por lo cual, alzó la mano y detuvo al coche. Ya a bordo -buen conversador-, Gabo no perdió el hilo y refirió su visión al piloto. Éste, como quien lleva la corriente, preguntó a su vez, por las señas del aparecido. Ni corto, ni enjabonado, el especialista en “realismo mágico”, describió al sujeto, como “muy serio, encorbatado, algo pálido y con la mirada, como perdida”. -Es mi hermano -apuntó el taxista-, me lo mataron los franquistas, pero él siempre me acompaña por las noches. La conversa, se perdió entre leyendas de Aracataca y la viejísima historia de la mujer de blanco, que aborda el coche de los viajeros solitarios, para de pronto, desaparecer en las cercanías del cementerio o al borde de un punto carretero, alguna vez escenario de un atroz accidente. 16
César Augusto Dávila Yo, por mi parte, he escuchado esta historia de boca de convulsionados taxistas, e incluso en versión de algunos policías, que siempre han tomado el asunto, como un “tema de borrachos”, o “gente que ha dormido poco” y por lo tanto, sueña demasiado. Incluso, hay relatos coloniales, que ambientan el asunto en calesas rococó y los hacen protagonizados por caballeros galantes, que incluso habrían comprobado al día siguiente de la aventura, la identidad de la nínfula, que a testimonio de familiares, habría muerto -para entonces-, largo tiempo atrás. En mis inolvidables noches de cierre de edición, la conseja ha llegado a mis oídos más de una vez, con matices ligeramente variados. Pero, oiga usted, nunca me imaginé, que la iba a vivir en vivo, en fantasma y tan de cerca. Era algo así como la medianoche -para estar a tono con el cuento-, y yo esperaba taxi allá por la Avenida Salaverry, viejo territorio de duelistas y conspiradores, cuando en eso, se apareció entre la sombra un moderno taxi que venía a rescatarme del desoriente. Estuve a punto de desilusionarme, pues a la diestra del conductor, se advertía claramente, la silueta de un acompañante, o quizás viajero contertulio. Iba ya a desistir del abordaje, cuando el vehículo se detuvo y pude comprobar que estaba libre. Es decir, que nadie más que el chofer viajaba en él. Confiado el tema al taxista, éste no se asombró en absoluto. -Es mi compadre Pepe -me dijo muy seriamente-. Él murió por el estallido de un coche bomba, en tiempos del terrorismo, pero siempre viaja a mi lado -remató-. “¿Ah si?, retruqué incrédulo, ¿y qué le cuenta del más allá?. -Bueno, no me dice nada, sólo me acompaña por varias horas y después se va. Yo le rezo un padrenuestro y eso es todo - me dijo el pata, antes de concluir con un “llegamos”, antes de cobrarme el pasaje-. La explicación del asunto, no la tengo, desde luego, pero mis amables lectores, no dudarán en prodigarle la que mejor les acomode, antes de seguir en sus cosas de este mundo. Sin embargo, puedo aportarles la opinión del gran escritor, erudito ocultista y afamado religiólogo Umberto Eco, quien sentencia crudamente que siendo las estructuras cerebrales similares en todas las etnias del planeta, no es para nada sorprendente, que historias como “El Diluvio Universal” y sus 40 días de duración, los asombrosos 17
MÁS SABE EL DIABLO seres fundacionales, que vienen “del cielo”, para enseñar a los pueblos a trabajar, politiquear y guerrear, amén de las epifanías de santos, vírgenes, diablos y otros seres semejantes, sean concebidos por la creatividad popular, para luego incorporarse a la leyenda. Será pues. Aunque visto desde el punto de vista de los creyentes, quizás existan otras dimensiones que algún día la orgullosa ciencia -en honroso empate con magos, hechiceros y alquimistas de hace milenios-, nos explicará en dos papazos, matando a la volástica a Papá Noel y a todas las hadas madrinas de los enamorados. Mientras tanto, observe con cuidado El Sitio del Muerto, antes de tomar un taxi a la medianoche. Y… porsiaca, piense si algún demonio del más acá no estará escondido en la maletera, dispuesto a pegarle el sustazo de su vida y desplumarlo de pasache. Porque, mi estimado, fantasmas o cogoteros, lo cierto es que hay apariciones que pueden resultar muy peligrosas, como bien afirman las historias que caminan. Y esto, lo dice El Diablo que todo lo sabe, compadrito.
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El cuento de las encuestas
L a primera encuestadora que funcionó en el Perú, la inventaron mi
apreciado amigo Genaro Delgado Parker, el polifacético hombre de teatro Juan Ureta Mille y un señor apellidado Uriarte, que posteriormente saltó al ruedo, inaugurando “Los Índices U” de opinión pública. Poco después, florecería otra empresa similar, cuyas siglas POP, eran interpretadas por Don Jorge El Cumpa Donayre, como “Pague o Pierda”. Naturalmente, los procedimientos “científicos” de estos sondeos de intención se limitaban a ciertas charlas de café en el Berisso, en las cuales, solía intervenir Raúl El Gordo Villarán, que aparte, tenía dos Índices particulares, que usaba para presionar a los big shots de los medios de comunicación, a fin de que obraran de acuerdo a sus geniales caprichos tipo disparo por elevación. Dichos “estudios” se denominaban “El de los Más Inteligentes” y “El de los Más Poderosos”. No hace mucho, cuando le recordé a Don Genaro estos detalles, se limitó a sonreír muy a su estilo y me comentó que él solo le llevaba el amén al Gordo, como una manera de divertirse. El cuento de las encuestadoras, intentaba ser una copia fiel y exacta del famoso Gallup Institute de los Estados Unidos, que suele ser muy acertado al calificar el posicionamiento de marcas de detergentes, dentífricos y hasta papel higiénico, pero ha fracasado clamorosamente y más de una vez, en sus intentos de predecir el resultado final de las elecciones presidenciales. Y eso, disponiendo de dinero, medios logísticos e incluso la asesoría de prestigiosos psiquiatras que investigan “en profundidad” las motivaciones 19
MÁS SABE EL DIABLO del voto popular. Hasta hoy, las imitaciones sólo siguen siendo muy sinceras expresiones de la admiración por el original. Y el resto es cuento. ¿O a Ud. lo han encuestado alguna vez? Siquiera en el programete de Betín, sobre el precio de la verdura. Cuando alguien me pregunta la razón de mi falta de fe en las encuestas y “cuenteadoras”, me remito a una de las tantas “gracias” que solíamos hacer en la inolvidable sala de redacción de Última Hora, allá por los 60’s, cuando aun no nacían a la fama, Torrados, Saavedras, ni gordas Giovannas. Los más “graciosos de la colle” -o sea los cabeceros-, publicábamos cada cierto tiempo, una modesta columnita titulada “Dice la Calle”, elaborada, gracias al destaque de algún nuevo feligrés (joven redactor que estaba pagando piso) y un fogueado reportero gráfico. Ambos se apostaban a mitad de la Calle Baquíjano, en la cual domiciliaba el diario de mis amores y muy sueltos de huesos, arrinconaban a transeúntes de todos los pesos, preguntándoles -foto incluida-, su opinión, acerca de asuntos tan tremendos como el sexo de los ángeles, el cambio de ubicación del Volcán Misti, la Pena de Muerte, la Guerra con Ecuador, o lo que debía hacerse con los violadores de niños. Los resultados de esta acriolllada y cachumbambé “encuesta periodística”, llegaban a la mesa minutos antes de la última nota y, naturalmente, eran sometidos a la “sabia interpretación” de quienes integrábamos la instancia final del cierre de edición, de manera que los opinantes callejeros, debían contentarse con ver su fotiche en el diario favorito del mediodía siguiente y caballero nomás, reírse un poco de las cosas que les hacíamos decir, de acuerdo a lo que nos salía del entreforro del chiste. De manera que después de esta temprana experiencia de mi carrera periodística, ¿les parece a ustedes que yo pueda, o deba creer en las encuestas made in Chollywood? Otra nota (idem a la parrilla), son los focus group, con los cuales se ganan un buen bille las agencias de publicidad acumulando aparte sus cien años de perdón que reza el dicho, pues si dichas colectividades supieran cómo se vende un diario, hace rato que hubieran empezado a fabricar el suyo, conforme ahorita ya lo están intentando con el auxilio de unos cuantos aficionados. En uno de los más recientes focus, celebrado cuando dirigía un diario popular, pregunté previamente a los “barra bravas” convocados a opinar (en realidad iban por la gaseosa, los bocadillos y 20
César Augusto Dávila veinte mangos), si acaso habían visto o leído el diario en cuestión. La respuesta fue que jamás lo habían atisbado ni siquiera “de Alejandrina”. Sin embargo, opinaron pues, y los financistas pagaron por este desaguisado que además, fue materia de discusión en el siguiente Directorio. Suma y sigue. Al poco tiempo y atendiendo la docta opinión de un accionista de la empresa - bienecho que él tendrá plata, pero yo soy más sapolin-, se realizó una encuesta (otra agencia de publicidad ganándose unos cobres), a fin de averiguar qué secciones del diario leía más el populorum. El resultado fue, que las hordas incontenibles del malevaje, leían -cáiganse de risa, amables lectores-, la sección Cultural. Es decir, esa que el recordado periódico, no tuvo, tiene, ni tendrá jamás en su tapu davi de a cincuenta cobres. La explicación de estos curiosos eventos que recordaré por siempre, habría que buscarla en las sabias sentencias de mi entrañable -y ausente-, amigo Antonio Andrade, filósofo fecal que se llevó el viento de las cantinas. A saber: “pa' cojúo no se estudia” y: “a la gente le encanta que la cojudeen”. Haya paz sobre la tumba de este decidor sincero que siempre se emborrachó profesionalmente, pues como a veces digo “Más sabe El Diablo”, oiga usted. Además, cuando el genial Chesterton, leyó en un diario sumamente serio que los ingleses comían -opinión primaria-, un huevo al día, envió una indignada misiva a dicho medio de la Gran Bretaña, diciendo: “Protesto airadamente, según lo que ustedes dicen haber investigado… ¡alguien se está comiendo mi huevo!”.
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La bruja que se fue
C omo sucede en todos los territorios conquistados, los viejos dioses del
Tahuantinsuyo, nunca se fueron de nuestra vida, más bien enriquecieron sus poderes con las creencias medievales de los españoles y posteriormente, la influencia de las supersticiones africanas y el pensamiento mágico de los chinos. En fin. Dejo la explicación mayor a los antropólogos. Lo que ahora viene a mi memoria, es una viejísima historia que se inició en los predios barrioaltinos del Chirimoyo y concretamente en el cuartucho oracular de una cartomántica de origen negro, que se llamaba para su clientela de fines de los 30’s, nada menos que Apolonia Flor de la Quintana, visitada en secreto por trastornados de amores y sedientos de poder en nuestra Lima, de embustes politiqueros y volteretas de cuartelazo.
Esta autotitulada bruja, no sólo “adivinaba la suerte”, usando la baraja española. También canalizaba los deseos de sus clientes -ya sabe, salud, dinero y amor-, con el auxilio de su jamás identificado compadre, que habitaba una especie de hornacina de madera que, ubicada en un rincón de su “Consultorio Oracular”, jamás abrió sus puertas a la curiosidad de sus visitantes. Las murmuraciones -que nunca faltaron-, decían que en la Caja Secreta, dormía nada menos que El Diablo, o algún maléfico espíritu de su tribu. Para Apolonia, sencillamente ahí estaba su “compadre”. Y Sanseacabó. Resulta que cierta tarde, un desubicado albañil que trabajaba en el entonces naciente barrio de La Molina, tuvo la desdichada ocurrencia de 22
César Augusto Dávila visitar a la citada bruja. Un brusco “enfriamiento” de sus relaciones amorosas, le hacían sospechar infidelidad de su mujer y entonces, preparó su media libra (cinco mangos de aquél entonces) y a media tarde, tocó a las puertas de Apolonia. Esta -ya en trance cartomántico-, le hizo partir en tres el mazo de naipes y luego, “abriendo el abanico”, dijo con voz sombría, mirando la sota de espadas: “aquí está tu mujer. Chola blanca es ella… aquí sale el dos de copas, quiere decir cita en la noche… y aquí remata caballo de bastos. Es un hombre moreno, zambo quizás, que es su amante”. Y no hubo más, el demonio de los celos se adueñó del alma del pobre hombre y al siguiente sábado, luego de cobrar sus modestos honorarios, se dirigió a una cantina regentada por un japonés que vendía el Siete Diablos, a veinte centavos el vaso, se embriagó “a la media chicha” y enrumbó a su modesta casita de callejón. No bien su pobre mujer le abrió la puerta, empezó a golpearla sin piedad, mientras la acusaba de “sus amores con un zambo”. La golpiza, remató en puñaladas a cargo de un eventual cuchillo de cocina, en tanto la quinceañera hijastra del albañil, llamada Adelina, salía corriendo para perderse en el nunca más, mientras su desventurada madre agonizaba. Una vez preso, el asesino contó la historia de la bruja, sus celos y su endiablada borrachera, en tanto La Crónica que se lucía en temas policiales, lo bautizaba como “El Monstruo de La Molina”, convirtiéndolo en tema de todas las habladurías. La Guardia Civil, acudió presurosa al “consultorio” de la bruja y no precisamente, para adivinar su suerte, pero sólo encontró en el cuchitril unos muebles esperpénticos -como los que se hizo embargar El Caballero Boloña-, y una misteriosa caja de madera… asombrosamente vacía. Naturalmente, la novelería y el chisme de las Magalys del 40, inventaron la historia paranormal, que hablaba de una medianoche anterior a la llegada de la policía y de una carroza funeraria que se llevó a Apolonia Flor de la Quintana, quizás, adonde El Diablo perdió el poncho, porque que yo sepa, jamás nadie volvió a verla, ni a pedirle que le recitara la vieja “buenaventura”. Al parecer, eso fue cosa de El Diablo, mi estimado. 23
El Perú increíble
S i pues, aunque mis recordados profes jamás me lo enseñaron, yo he
resultado averiguando -vía pirateo de nuestros más reconocidos historiadores, con yapa del último broli del tío Alan García-, algo que debe figurar en la antología de lo increíble y el peor ejemplo que pueden tener los estrategas modernos, o cualquier cristiano que esté más o menos seguro de que dos más dos, jamás han sido cinco, al momento de la bronca.
Resulta por ejemplo, que el servicio de inteligencia del Inca Atahualpa, un orejón llamado Cinquinchara y otro Maizavilca (más mentiroso todavía), que hasta juró falsamente haber matado él solito a tres españoles. Es decir, un par de espías chapuceros, que vendieron a su amo, el cuento de que “los barbudos españoles, no eran más que unos robaperas, cobardes, borrachos y gritones”, por lo cual, ese hijo del Sol que se sentía dios, rodeado de piquichones que se comían sus reales piojos -a pesar de que esta serie de catorce emperadores cochambrosos, siempre andaban rapados a coco y nunca fueron los pelucones que nos enseñaron en el colegio-, y sus escupitajos, dispusiera “sabiamente” que se preparara en Cajamarca un montón de sogas, palos y cuchillos de obsidiana, para esperar a tan pintorescos visitantes, a los cuales esperaba dar una rica surprise, mi estimado. Su plan era -cáiganse de risa-, dar una tanda de palos a tales merodeadores rapaces, castrar a los “más bellos” para destinarlos a guardianes eunucos de las acllas y atar a los demás, interrogándolos -estilo antigua PIP, guárdame esa flor-, hasta obligarlos a devolver lo que hubiesen robado, por el camino. 24
César Augusto Dávila A las puertas de Cajamarca, la avanzadilla de Hernando de Soto, enviada por Francisco Pizarro a manera de sapolín, informó a la media vuelta que “los indios eran más de cien mil”, en lo que no andaba desubicado, pues según Doña Maricucha Rotsworowsky, sólo los lorchos honderos (artillería ligera, pero temible), eran diez mil. Acotemos aquí que ante la demora de De Soto, que se hacía entender mediante Felipillo y Martinillo, dos aguerridos tallanes, que entre chamullos y gestos invitaban al Inca a recibir la visita del “enviado de un poderoso rey de más allá del Hatun Yacu”. Atahualpa, más sobrado que percanta de primavera, los tasaba a través de una cortinilla, mientras iba chupando un kero king size de chicha consagrada que había heredado de su padre Huayna Capac -verdadero culpable del colapso imperial, según Don Raúl Porras Barrenechea-, la costumbre de beber más que tres indios juntos, por lo que el día del chongazo, este real hijo de la guayaba, estaba más choborra que Miguelito Chato Barraza el día de su cumplemenos. Pero, no se la pierdan. Inca siempre es Inca y entonces pues, éste dios de las punas, cacheteaba a sus invitadores con el látigo de su desprecio, cuando en eso, se apareció a caballo, Hernando Pizarro, derramando más lisura que La Flor de la Canela y preguntando entre blasfemias, qué esperaba “ese perro” para atender la demanda de su matungo hermano. Entonces el Inca, chicoteando el concho de su chichazo, abandonó su trono, apartando la cortinucha, para decir que bueno pues, atendería a tal poderoso señor, siempre que acudiera a la Plaza de Armas de Caxamarca, sin armas y con respeto. Hernando, que era un lisuriento de eme, le mentó la madre por lo bajo y anunciando que ahí se verían los huacos, dio media vuelta a su llobaca, para informar de dicho toque a Don Pancho, que tasaba la escena desde una torrecilla lejana porsiaca, ya que vonhue no era el Marqués (tampoco, tampoco). A la hora de los loros, el Inca -que andaba con la perseguidora-, acudió pues, no a una mecha, sino a una entrevista, precedido por músicos y bailarines, amén de otros chupamedias incaicos, que iban barriendo el piso por el que discurriría el men de los menes, según los huaynos de moda. Don Pancho, que era hombre de a pie, cincuentón pero bravo y comecandela, había partido en tres grupos sus 180 matasietes, 37 caballos jineteados por los más guapangos de su tira, ocho arcabuces fulerones y un 25
MÁS SABE EL DIABLO falconete (cañoncito que sólo disparó dos veces antes de atorarse), amén de sus “alanos” que no eran del PAP, sino tremendos perrazos fieros que se usaban en cualquier batalla europea, por ese entonces. De yapa traía algunos bullosos trompeteros cañaris que odiaban a Atahualpa por ser quiteño y gobernar al guerrazo, mientras el impolítico y marrullero guayacol Huayna Capac, le inventaba otro reino a Huáscar -que también viene de huasca-, en Tumpipampa, quien sabrá jamás porqué. Pero luqueando que a la franca, los indios eran más de cien mil, los chapetones, perdieron el control de sus esfínteres de puro miedo y se hicieron el uno y el dos, encima de sus cabalgaduras y/o calzonetes con blonda. Sin embargo, arengados por el malcura Vicente Valverde que daría la voz de matanga: “¡Los Evangelios por tierra!¡Matad en nombre de Dios, que yo os absuelvo!”, tras el desplante de Atahualpa a los Santos Libros de un dios incomprensible para él, decidieron entrar al cuento, oliendo a orines y cacana. Pálidos, pero serenos como se dice en fino, cabalgando corceles cascabeleros y metebulla para atarantar al bobonaje como la tombería cuando suena la sirena patutera. A la hora del bolondrón, los españoles aterrorizaron a la indiada, con horrendo fondo musical de trompetas, huaraqueando sus tremendos espadones, a las voces de “Santiagoooo”, que era su santo patrón y azuzando a sus perros de guerra, para que mordieran el guardafango al choletaje que huía ya, en vergonzosa montonera, mientras volaban mitras de los que terminaron decapitados por judokos y por absoluta falta de experiencia a la hora del espiante. En el elenco “blanco” curiosamente, el único frío fue un negro que venía en plan de esclavo y caballerizo (y ya nunca jugaría por Alianza). Por el lorchaje, murieron en cambio, entre 4 y 5 mil, aparte de 7 mil heridos y cuatro mil capturados que ya sabrían lo que es rico chambeando para los hispanos vencedores y esclavizantes. Finalmente -conforme señala Don Alan parafraseando al Cura Calancha y otros faites ensotanados-, fue el propio Pizarro, quien se acercó al Inca, bocineando: “pierde la vida quien toque al indio”, lo cual, no impidió que ligara un chairazo a la volástica, en la mano diestra y luego -mismo guachimán o serenazgo-, chapó a este dios del Sol de su elegantosa super pilcha y a jalón cochinero nomás, lo desembarcó del trapecio de la historia. Aunque oficialmente, nos hayan cuenteado otra tanga. 26
César Augusto Dávila Y aquí quisiera plantear a mis amables lectores un par de preguntiches, ¿Qué les parece a ustedes esta cruel verdad de nuestro recutecu? Y luego, ¿Qué clase de ejército tenía nuestro Inca? Mi viejo y recordado amigo, Juan José Vega, solía remarcarme que los incásicos mantuvieron rebeldía y pelea contra “los blancos”, durante algo más de cuarenta años, pero eso -aun siendo verdad-, no aporta lucimiento a esos catorce señores decadentes, muy ajenos a los antiguos orejones que eran una suerte de espartanos abstemios y valentones, que campearon sobre estos territorios, en el postrer capítulo de esta telenovela que escribió la vida misma, como se decía en tiempos de “El Derecho de Nacer”, a full rating aun por inventar. Bueno pues, el cuento es largo, pero creo que aun hay por añadir un par de lágrimas al llanto. Don Alan cuenta, que Atahualpa ya preso, si bien se mandaba sus aguarunas con Don Pancho, dijo falsillorando a su captor y rival ajedrecístico: “¿Quieren matar a mi hermano Huáscar?”, a lo cual, el analfabeto Marqués, a quien Alan califica de gran zorro de la política y el oportunismo, egolátrico Rey de la Baraja (¿porqué será, no?), le respondió que él -Pizarro-, no lo permitiría. Y lo gracioso, es que ambos mentían, oiga usted. Atahualpa, había ordenado ya -solapa nomás-, a sus curacas y rumiñahuis, la emboscada de Huancahuacho, lugar donde estos capazotes, le sacaron la chochoca al playboy chicha y antaurizado hermano del Inca, en tanto a Pizarro, el destino de dicho feligrés le llegaba francamente a la punta del sable, conforme resultó evidente en cuanto lo escabecharon. Es que según Alan García -que se las sabe todas, o casi, jugando al empate con Pizarro-, el Gran Capitán, antiguo porquerizo, era asaz diestro para llevarse las indulgencias haciendo rezar a otros más giles las avemarías, lo cual quedó en cancha, cuando hizo que su hermano Hernando matara a su ex socio, el tuerto Diego de Almagro y pagara pato por ello veinte años en galeras españolas, mientras él seguía de monarca absoluto por estos rumbos. Hasta que cierta mañana frígida y opaca, “los de Chile” con Almagro El Mozo jugando de líbero, entraron en mancha a lo que hoy es Palacio de Gobierno y en el Patio de los Limoneros, más allacito de la higuera, dieron 27
MÁS SABE EL DIABLO chicharrón al cazurro Marqués, que tras mecharse como los buenos, abandonado por sus chalecos correlones, murió pidiendo a gritos Confesión, vía estocada degollina. Y aquí viene lo más rico del chongo, como decía la Pundungún en sus noches de esplendor victoriano, y ahorita repite nuestro chanchín ex presidente, en su más reciente cuento: “Por eso, aquellos que anhelan el poder, deben recordar que el tiempo vuela. Y finalmente, el tiempo cobra”. Claro que, cómo de a cuánto será la factura, eso, no lo sabe ni El Diablo, que es más sapo que Don Alan y Don Pancho en vivo, en directo, en mermeleo y en glorioso technicolor, mi estimado.
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Los trucos del Nobel
A unque resulte difícil creerlo Pablo Neruda, sólo recibió como “dote” del
Premio Nobel, una suma equivalente a cuarentidós mil dólares y el maestro García Márquez, algo así como ciento setenta mil. A causa de la variable cotización de las coronas suecas, nuestro paisano Mario Vargas Llosa en cambio, ha sido gratificado con poco más de un millón de dólares. Pero lo crematístico del famoso premio, habrá de enriquecerse gratamente con los indetenibles cien mil dólares que cada premiado recibe a la fecha, a cambio de dictar una conferencia de un par de horas en cualquiera de las universidades más fichas de este (perro) mundo, chamullando algún tema de su preferencia y soportando una que otra impertinencia de esos afortunados gamberros, cuya familia se rompe el alma, para que se vacilen de lo lindo, pretextando aprender algo que nunca aprenderán, mientras se fuman uno que otro porro, consumen cristales de la mega anfeta, o le arriman el piano a las compañeritas dizque de estudio, en los inolvidables chacoveos de fin de adolescencia. A propo del billete, cuenta Gabo, que una vez cumplida la ceremonia protocolar, en la cual el Rey de Suecia le entregó el ícono ceremonial establecido por Alfred Nobel (para que se siga gastando lo que ganó como inventor del TNT), empezó a sentirse acosado por una extraña inquietud. -¿Dónde está el billete? -dio en preguntarse, al tiempo de recordar que Pablo Neruda, había experimentado esta misma palta, tan ajena a la poesía, oiga usted-. Y es que este par de divos de la pluma, como cultileídos y bien 29
MÁS SABE EL DIABLO informados que son, no podían ignorar los históricos altibajos del vil metal y por tanto, experimentaban fundados temores de que las coronas legadas tan altruistamente por Míster Alfred, se hubieran esfumado ya, al correr de los pícaros años. En el caso del colombiche, el terror se acrecentó cuando a los dos días de la ceremonia central, lo despertó una llamada telefónica, invitándolo a visitar la sede del Nobel, que resultó ser un tremendo edificio más parecido a un banco transnacional que a una entidad cultural, el mismo que lo hicieron pasear saludando a todos los empleados, funcionarios y chupamedias, muchos de los cuales, le solicitaban autógrafos o se tomaban fotiches a su lado, con el apoyo de algún colega que operara la Polaroid, ya que las digitales todavía no se habían inventado en Japón, ni pirateado en Las Malvinas. Luego, lo acompañaron por una larga galería ornada de solemnes imágenes de todos los ganadores del Nobel y, finalmente, le hicieron firmar un inmenso registro de aceptación a cambio de un pergamino frufrú, que acreditaba su condición de galardonado con la sensacional distinción académica. Pero del vento, hasta entonces… nada. Afortunadamente -para él, claro-, al día siguiente, una gentil secre, le informó vía teléfono y en spanish, oiga usted, que el asunto había sido elegantemente resuelto, mediante una moderna transferencia bancaria. Pero en sus horas de angustia Hitchckok, el buen Gabo, había agotado sus fuentes averiguando de dónde, en realidad, procedía el rico bille que finalmente le dieron. Claro que la investigación no fue sencilla ni mucho menos, por lo que a la larga hubo de conformarse con el chisme, creencia o posibilidad, de que la herencia de Alfred Nobel hubiera sido invertida, años hace, en acciones de compañías mineras de Sudáfrica, con lo cual, el pata, (socialistón él), empezó a preguntarse si era muy de izquierda, embolsarse un dinero que provenía de la sangre, sudor y lágrimas de los pobres grones esclavizados en la extracción de esa gloria amarillosa, que algunos bancos atesoran y afanosos joyeros emplean en manufacturar simpáticas chucherías que en horas de esplendor regalamos a nuestra gilas y suelen terminar arrebatadas por los choros, o refundidas en la miseria de las casas de préstamo, como algunos bien sabemos. Bueno, como habrán podido enterarse, en cuestiones literarias -u otros géneros encumbrados por el Premio Nobel-, no todo es gloria y glamour. También juega su parte el cochino bille que mueve al mundo. Y sobre este tema, habría de meditar el creador -o recreador, como decía mi extinto 30
César Augusto Dávila amigo Edgardo Pérez Luna, papá de Alamonse Vladimirovich-, del realismo fantástico. En especial, cierta noche en Roma, cuando al visitar a un paisano suyo, hombre serio, casado y de prestigio irreprochable, se enteró que una vez acostados los niños, el pata descolgaba uno que otro vestido de noche de su esposa, se maquillaba a lo Carlos Cacho y salía a recursearse como travesti por las viejas calles de la Ciudad Eterna. -¿Y cómo cuánto, ganas en esa actividad? -preguntó al mariposón de utilería-. ¡Bueno… en una buena noche, puedo hacer entre quinientos y mil dólares!, -le respondió el aludido-. Y en ese punto, interrumpió la conversa Mercedes, la mujer de Gabo, quien apuntó utilitariamente: “Y eso, es mucho más de lo que gana un escritor, no?”. Yo le hubiera apuntado de mi parte, que en estos tiempos, el único que lo hace por amor, es un viejo marica de los Barrios Altos, a quien sus amigos llaman “El Último Romántico”. ¿Qué les parece?
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Luna sobre Mapiri
A llá en los misterios de mi viejo Jirón Mapiri, que quién sabe porqué ha
sido rebautizado como Aljovín, cada calle, cada casa, cada requiebro del destino tiene su historia propia. Por lo menos, así lo ha dispuesto mi inapelable memoria de escribidor sin descanso y fantasma tutelar de ese bastión de recuerdos que suelo visitar de cuando en vez, para cantar y beber con el Cholo Teves, postrer sobreviviente del naufragio de mis pasadas vidas.
Una de ellas, pareció en efecto terminar hace ya mucho, cuando al final de un choque faite, terminé en el quirófano del hospital -entonces-, de las monjas, herido de guapeza y puñalada, cuando La Muerte me hizo un guiño que no pudo terminar en arrumaco. Ahicito nomás, al costado del Palacio de Justicia que le dicen, está “la bajadita”, que por su cómplice naturaleza ondulada, sombría y solitaria, cobijó más de un romance adolescente y a mi en particular, me hizo conocer los primeros besos de la chica más guapa de esos alrededores. En fin. Cuando leí en mi juventud, esos versos lorquianos que dicen: “Me sé todos los caminos, pero nunca llegaré a Córdoba, porque me espera La Muerte, entre los muros de Córdoba”, no sé porqué, nació en mi el presagio gitano de que cuando llegue la hora terminaré el viaje, justo en aquel nosocomio que una vez me resucitó tras un relámpago de acero que me rasgó el bajo vientre, como una suerte de atroz premio, por haber ganado un pleito desigual. De mi viejo amor de aquellos días felices y aventureros, queda por 32
César Augusto Dávila siempre vivo un recuerdo pertinaz y agridulce. Una imagen que aun me parece intuir, surgiendo al cabo de “la bajadita”, para darme el dichoso encuentro prometedor de un fin de semana entre guarachitas matanceras y boleros romanticosos de los inmortales “Panchos” que a veces canto bajo la ducha. Nunca he querido volver a la Maison de Santé, ni de visita siquiera. Será que aun no ha llegado el momento. Pero para cuando llegue, no encontraré razón para hacer esperar a la Gran Dama. Por el contrario, me la chaparé bien rico, como si nos encontráramos en “la bajadita”. Como si El Diablo no se hubiera cansado de caminar y saber tanto. Como si sus sueños no se hubieran hecho tan viejos. Doy por seguro que antes de mi último suspiro, podré parafrasear a ese boticario cubano que compuso el más hermoso de los boleros y podré decirme a mí mismo, como quien escucha un sueño: “bajo el cielo del mundo, / brillarán muchas lunas / pero nunca ninguna / me gustó como tú”. Porque como despidiéndome, estoy seguro que la noche de mi adiós brillará sobre mi inolvidable barrio, el más hermoso de los plenilunios. Ese que evocará mi primer amor y las noches bailadoras de cuando yo era feliz y desde luego, indocumentado.
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El tesoro de Catalina Huanca
L o que muy pocos saben es que en realidad se llamaba Teresa Apoalaya y
era hija de un poderoso cacique huanca, que resultó compadre del mismísimo Francisco Pizarro, experto éste, en concertar alianzas políticas y manejarse como El Rey de la Baraja, según confirma el tío Alan García en su libro sobre el analfabeto Marqués. Lo de Catalina, era un rebautizo autónomo, igualito al de Gisela Valcárcel, que también se llama verdaderamente Teresa, mi estimado. Bueno pues, resulta que su hermano Cristóbal no tuvo temperamento guerrero y a su tiempo, renunció al cacicazgo que debió heredar de su señor padre, Don Otto Apoalaya por lo cual, su hermana Teresa, pasó a ser Cacica de Huancayo y Xatun Xauxa, asumiendo su nuevo nombre, por ser devota de Santa Catalina de Siena, aparte de mujer piadosa a quien se debe la donación de los terrenos que hasta hoy ocupan los hospitales Arzobispo Loayza y Santa Clara, en uno de cuyos recovecos -según Fray Bartolomé Cobo-, duermen hasta hoy escondidas, las mallquis (momias) de tres incas, pero esa, es otra historia, que ya les contaré algún día. La dama de este cuento, residía en su natal San Jerónimo, pintoresco pueblito de nuestra Sierra Central, durante seis meses de cada año y luego visitaba Lima, ciudad a la cual llegaba en palanquín de oro y plata, resguardada por trescientos bravos indios, armados hasta los colmillos, pues si bien ella venía a hacer la caridad, sobre todo entre los desamparados, tampoco estaba dispuesta a ser vacilón de los bandoleros que ya por esos tiempos merodeaban la Tablada de Lurín y los cerros San Cristóbal y San Bartolomé, en el primero de los cuales, Don Pancho puso 34
César Augusto Dávila una gran cruz, para conmemorar la derrota de Manco Inca, en una de sus incursiones sobre la recién fundada capital de los “blancos barbudos”. La riqueza de Doña Catalina y la generosa manera en que la repartía entre los desamparados (a propósito, la temible Huerta Perdida era de su propiedad, aunque andando el tiempo -quién sabe cómo y porqué-, resultó heredándola el poeta Alejandro Romualdo, que nunca la reclamó), motivó en la chismosa Lima, mil y una habladurías que trascendieron la Colonia y se mantuvieron vivas hasta los años 30’s, más o menos. Cuando Luis M. Sánchez Cerro derrocó a Augusto B. Leguía, también escuchó la conseja acerca de un fabuloso tesoro -en oro y plata, mi estimado-, que Doña Catalina había dejado oculto “en un cerro cercano a Lima”, secreto que no llegó a atisbar ni siquiera el Arzobispo Jerónimo de Loayza, que era su confesor y una suerte de albacea en vida, que dirigía sus caritativas donaciones. Entonces El Mocho, como lo llamaba el pueblo, por haber perdido tres dedos de la diestra tratando de silenciar una ametralladora en una de tantas revueltas que por entonces había, concibió la idea de solventar la “deuda inglesa” que ya agobiaba a la hacienda pública. Y decidido a desentrañar el misterio, se disfrazó de obrero una noche de ese -overol y ese chambergo tipo cristina de papel periódico-, y le tocó la puerta al ocultista Pedro Astete, que moraba cerquita a Palacio, ahicito nomás, en la Calle Polvos Azules. Este visionario -que junto a Daniel Ruzo desentrañó ciertos misterios de Marcahuasi-, hizo mirar a “Su Excelencia”, por un viejo telescopio, ciertos pedrones del cerro San Bartolomé, visibles desde el balcón de su casa que aun existe, asegurándole que señalaban la cueva que atesoraba las tremendas riquezas de Doña Catalina. Y el tío se la creyó. Y entonces, convocando a tres o cuatro angurrientos de esos que siempre ha habido, ordenó formar una compañía que se constituyó y vendió acciones a dos libras peruanas por coco para “encontrar el tesoro” y desde luego, dividirlo, asegurando una importante proporción para el Estado. Pero en ese punto, es cuando la verdad se toca con la leyenda y usted puede elegir el camino que más le guste, pues yo seré cuentacuentos, pero no le hago el cuento a nadie, compadrito. Y nada se pierde investigando la historia, que como se ha dicho últimamente, es algo que no ocurrió nunca, contado por alguien que no estaba ahí, para que se 35
MÁS SABE EL DIABLO enteren los curiosos. Dicen los decidores, que cuando ya un batallón de reclutas se afanaba a pico y lampa haciendo hueco y medio en el San Bartolomé, una niñita llorona se le apareció en sueños al presi Sánchez Cerro, diciéndole entre sollozos, que por encargo de Santa Rosa de Lima, dejara de buscar el tesoro de Catalina Huanca “si no quería que le sucediera una terrible desgracia”. Pero sucede que Sánchez Cerro, además de Mocho, era macho de los de a de veras, y no se iba a dejar asustar así nomás por un sueñecito llorón y tiró para adelante como hace el elefante, con las pilas a full cañón. Pero ahí no quedó todo. Cerca ya al terrible 30 de abril del 33’, fecha en que habría de morir asesinado por un mozo de fondín eventualmente chocolatero, Sánchez Cerro, volvió soñar con la niña llorona, quien le repitió la advertencia, que naturalmente el macho Mocho, volvió a desoir. A los pocos días. Luego de revistar a unos movilizables en el antiguo Hipódromo de Santa Beatriz, desafiante él, en coche descubierto, el ya citado loquito, cuya pertenencia partidaria negaría después todo el mundo, le descerrajó dos balazos en el pecho, muriendo a su vez, lanceado por la Escolta y tiroteado por la soplonería. Y cuentan los que dicen saberlo, que el Mariscal Don Oscar Raymundo Benavides, que sucedió al incrédulo Mocho, ordenó suspender “para siempre” la búsqueda del tesoro porque, “yo no quiero morir asesinado”, dicen que dijo. Pero la historia -como los verdaderos amores-, no acaba ahí nomás y otro día les contaré lo que me reveló mi desaparecido amigo Italo Losno, misterioso encontrador de tesoros, entierros y tapados que en otro tiempo, dieron vida a súbitas fortunas y misteriosas muertes, amén de fantasmas y almas en pena de este y otros mundos, como bien sabe El Diablo que todo lo aguaita, mis amables lectores.
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El campanero del Diablo
M ucho se ha dicho de verdad y de lo otro, en torno al supuesto tesoro de
Catalina Huanca, pero lo que más parece acercarse a lo cierto, está documentado y habla de la cuantiosa herencia paterna, consistente en haciendas, obrajes y cabezas de ganado, aparte del conocimiento legendario de ciertas porciones del rescate de Atahualpa que jamás llegaron a Cajamarca y la poco conocida actividad usurera de la cacica, que cobraba elevados intereses a otros hacendados, a partir de oportunos -y voluminosos-, préstamos que solía otorgarles. Después de su muerte, con los auxilios de nuestra santa religión por supuesto, la leyenda ha crecido y crece aun hasta nuestros atribulados días. Pero el natal pueblito de San Jerónimo, parece seguir durmiendo una siesta de siglos, enclavado en algún lugar de la sierra central, sin nada más que las campanas llamando a misa dominguera, que se anime a perturbar su apacible quietud de todos los tiempos. Sin embargo, en su vetusta iglesia, duerme un secreto que sólo mi desaparecido amigo Italo Losno, me reveló una fría tarde calentada por un coñaccito media caña. Según este cuento que como me lo contaron se los cuento, allá por el año de la pera y el pan con queso, el párroco de San Jerónimo, era más pobre que el perro de José Feliciano, andaba con la sotana remendada y sólo se alimentaba de la pitanza (sobras caritativas), que algunas almas piadosas solían regalarle, como quien paga su pasaje a la combi rumbo al cielo. Y de pronto, cataplúm!, le cayó la noticia de una inminente visita arzobispal, de esas que en el pasado, habían marcado época y no sólo a ritmo de procesiones, ya que un representante del Señor, tampoco iba a ser recibido 37
MÁS SABE EL DIABLO como cualquier vendedor de baratijas, mi estimado. Entonces, el buen curita, cayó en la más honda de las depres, pues no imaginaba cómo podría hacer para recibir a Su Eminencia, con el boato correspondiente, dada su condición de príncipe de la Santa Madre. Hasta que una tarde, en medio de sus cavilaciones, recibió la visita de su campanero. Hombre de poca fe y muy buenos y pertinaces tragos. Alguien que -aparte de tañer sus tres campanotas-, jamás se interesaba por cosas de la iglesia y sin embargo, parecía preocupado por la tristeza del curita naufragado en la insolvencia. -Si to quieris taita cora… yo ti doy la plata qui nicisitas… y más entuavía -le dijo sin más vueltas, dejando al buen sacerdote con la boca literalmente abierta-. Cuando reaccionó a duras penas se imaginó que el campanero, quizás había perdido el seso, por culpa de su atronador oficio, o que el atroz cañazo que ingería con prisa y sin pausa, lo había vuelto definitivamente loco. -Anda nomás, sigue en lo tuyo y no molestes con tonterías -le dijo-, sin prestarle mayor atención y lo despidió con un gesto de su diestra bendecida. Pero el dicho campanero, resultó ser más persistente que la viuda del Soldado Desconocido y tarde a tarde, repetía al buen curita su ofrecimiento, en tanto, la fecha de la arzobispal visita se acercaba indetenible. Pero tanto va el cántaro al agua… que finalmente, el hombre de Dios -humano al fin-, cedió a la tentadora curiosidad y dijo a su tentador: “Vamos a ver, ¿Qué es lo que tengo que hacer, para que me des el dinero que me ofreces?”. Y entonces, el campanero, parsimonioso como verdugo al pie de la horca, apelando a gestos, puso de pie al curita, le clausuró los ojos con una faja huanca, para luego llevarlo de la mano, cual lazarillo que arrastrara a un ciego, al más profundo de los infiernos. Luego de hacerle dar vueltas y contramarchas en medio de la negra noche pueblerina, le hizo bajar una escalinata tallada en la roca viva, para finalmente, desvendarlo en medio de una gruta, alumbrada por rudimentarias antorchas, en cuyo suelo y paredes, podía apreciarse en desafiante revoltijo, pectorales, orejeras, cántaros, keros, máscaras 38
César Augusto Dávila funerarias y la mar en coche, aparte de pequeños ídolos, collares y otras joyas, todo en viejo oro del Tahuantinsuyo, para que ustedes se vayan enterando. -¡Ay ta, Tayta! Agarra lo qui quieras! -dijo el de las campanas-, al tiempo de alcanzar al alelado sacerdote, cuatro tremendas sacas huancaínas, de esas en las que según cronistas españoles, podía caber un caballo con las patas dobladas. Poco después, ambos personajes -uno de ellos, otra vez vendado-, arrastraron el tesoro hasta la iglesia y para hacerla corta, el curita-avispado ya, tras su extraña aventura, se dió maña para vender muy bien vendida, esta sorprendente herencia que parecía haberle “caído del cielo”. Sobra decir que el Señor Arzobispo fue recibido con tres bandas de música, pasacalles, banquetes a todo meter y remate de corrida de toros con seis bravos astados de Lucanas, uno de los cuales, casi despanzurra a un emponchado -y enchichado-, mataor espontáneo que se atrevió a capotearlo. Es decir, el curita anfitrión -luego de separar un “alguito” para sus obras de caridad-, se gastó el Sol por salir en el agasajo y terminados los festejos, quedó tan pobre como había sido siempre. Pero para cerrar la historia, sucedieron tres cosas, como en los malos cuentos. Esos que no conceden el anhelado final feliz a los esperanzados lectores. Primero, la gente empezó a sospechar que el curita había hecho Pacto con el Diablo, para haber tirado la casa por la ventana de la manera en que habíase visto, oiga usted. Segundo, el pobre curita, empezó a enflaquecer aceleradamente, afectado por una seca tos que enrojecía el humilde pañuelo que pretendía sofocarla, pues según Italo, el antimonio del metal largamente enterrado, no perdona a nadie. Y para rematar la cosa, al campanero de San Jerónimo, se lo tragó la tierra, pues jamás nadie supo, sabe, o sabrá, que fue de su triste y misteriosa vida. Por lo menos, nadie que yo sepa, lo ha vuelto a ver. O a la franca… ¿usted si sabe quién se lo llevó o por donde se quedó metido? Italo Losno, tenía ciertas ideas al respecto, pero mejor, yo no las repito, porque hay ciertos personajes que cuando se les pinta en la pared, suelen aparecerse, mi estimado. Y con esas cosas, no se juega, ni por todo el oro de Doña Catalina. 39
El jugador de ajedrez
S uele considerársele como “juego ciencia” y según algunos estudiosos, se
inició como distracción estratégica en la vieja India, donde se le llamó chaturanga y, aunque se le atribuye condiciones de entretenimiento inteligente, alguien tan bien dotado como el genial Edgar Alan Poe, llegó a afirmar que era “un simple ejercicio de atención”ya que, según este titán de la narrativa, el divertimento de las damas exigía un mayor empleo de energía mental. De cualquier forma, el despliegue posicional, es una forma de lucha por el poder. Un cruel “juego” que jugamos todos, en el empleo, en el mercado, en la cama y en cualquier situación que represente competencia y citando a José Ingenieros “donde hay vida, hay lucha por la vida. Y donde fracasan los medios lícitos, se imponen los fraudulentos”. Y ya que estamos citando, recordemos a Maquiavelo, quien afirmaba: “los que renuncian al juego por el poder, sólo están invitando a que otros, lo jueguen por ellos. Y desde luego, los conviertan en sus víctimas”. Y no hay que ser muy inteligente para el asunto. Basta con mucha astucia, una angurria desmedida y desde luego, una absoluta falta de escrúpulos, como bien saben Vladimiro Montesinos y el enano Tripedo, que de vulgar monero periodístico, llegó hasta asesor presidencial, arruinando de pasada varias carreras periodísticas con sus intrigas y sucias maquinaciones. Y aun hoy, continúa en escena como adinerado manipulador engreído de quienes se deleitan con sus chismes y canalladas. Pobrecitos quienes trabajan en el mismo periódico donde Tripedo, sigue ejerciendo sus malas artes. 40
César Augusto Dávila Bueno. El otro, el “Ajedrecista Grande”, sin haber postulado jamás a nada, ni haber conquistado un solo voto del electorado, se convirtió -vía calumnia y astucia canallesca-, en el hombre más poderoso del Perú durante diez años seguidos y aun ahora, preso y enjuiciado, sigue siendo poderoso gracias a quienes tienen mucho que agradecerle, o justificadamente le temen, o reciben ciertos “favores” que vienen de sus fondos secretos, pero indudablemente activos. Las sentencias absolutorias que obtiene con inusitada frecuencia (caso del narcoavión, por ejemplo) en casos referidos a narcotráfico o lesa humanidad, son una prueba de que El Ajedrecista, sigue jugando y lo hace con creciente éxito pues “conoce muy bien el tablero” y desde luego, el manejo de las piezas en cuestión. Pero conforme comprueban las carreras de Bobby Fischer, Borís Spassky, o el legendario José Raúl Capablanca, un ajedrecista nunca se detiene y seguirá jugando hasta que el Gran Padre Tiempo, lo detenga y la muerte se lo lleve a las cavernas de Pedro Gotero, como solía decir Don Armando Villanueva Del Campo en sus tiempos poderosos. Hoy, este tenebroso diletante del poder, tiene un plan de juego, que se basa en el aprovechamiento de la correlación de fuerzas, las circunstancias políticas y un misterioso resurgimiento de cierta prensa que ha empezado a manifestarse en la aparición kiosko por kiosko, de revistas misteriosamente financiadas y aun un diario que ha renacido de sus cenizas, como diría un poeta de cafetín. Esto se suma al dominio que siempre ejerció sobre cuatro medios, propiedad de una familia, uno de cuyos miembros fue sentenciado y sufrió cárcel por su probada complicidad con el ajedrecista del cuento. La monserga de la presunta Guerra con Chile, es una cortada de alfil y la puesta en escena del Movadef un enroque de “Sendero”, que favorece a los caballos de Vladimiro, mientras sus peones alborotan a la galería. Naturalmente, toda esta movida, no es más que la organización de un poderoso jaque al sistema, que se apoya en el no partido del actual gobierno y en el terrible deterioro de nuestro tejido social, que muy pronto, puede derivar a caos generalizado. Pero ¿qué es lo que persigue el Gran Ajedrecista? Naturalmente el “jaque mate”, que se traduciría en la decisión de punto final a la argentina (la añagaza del indulto a fuji-rata, no es más que un globo de ensayo, un bluff de póker), que va probando cómo reaccionan las débiles defensas de nuestro sistema “democrático”. Y si dicho sistema no 41
MÁS SABE EL DIABLO recompone su juego, entendiendo en primer lugar, contra quien está jugando, pronto asistiremos a la liberación de los senderistas en bloque, empezando por el loco principal de dicho combo: el Grupo Colina, que ya ha demostrado tener defensores en el PJ, los generales choros en patota y desde luego, el Gran Ajedrecista, como cereza de la torta que finalmente celebraría El Diablo meneando la colita. Así, así, mi estimado. Aunque usted sólo crea, el día que lo vea.
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La playa de los ex hombres
D esde luego que existe, pero no seré yo quien le aconseje visitarla alguna
vez. Resulta que sé de algunos que no volvieron a salir de tan tenebroso sitio, hasta que se los llevó el río para siempre jamás. Sólo como referencia, les contaré que se encuentra el camino hacia dicha encrucijada del destino -geográfica o topológicamente, digo-, empezando por el Jirón Angaraes, para seguir rumbo norte. La calle final se nominaba simbólicamente La Toma hasta principios de nuestra era republicana. Ahora, remata en un peligroso sitio que la muchachada llama El Gran Chaparral, anda tú a saber porqué. Quien logra transitar -a salvo-, dicho tramo, empieza a deslizarse hacia la bajada a la playa. Se trata de un recodo caprichoso que hace el viejo Rímac, en lo que puede llamarse, una especie de playa, que cobra vida a eso de las 11 de la mañana y prolonga su fantasmal tumulto, hasta que el cañazo, la pasta y quién sabe qué cosas más, tumban a los playeros, aventándolos a pequeñas covachas construídas con cartones, latas viejas o cualquier cosa que remede una vivienda tipo ratonera. Los habitantes de esta ciudad perdida, no muy lejos de Palacio de Gobierno, son seres que extraviaron el rumbo en el vaivén de la vida o quizás no lo tuvieron nunca, confundiéndolo con el aturdimiento de la vagancia, el alcohol asesino, o el desengaño total de las ganas de vivir. Curiosamente en esta “playa” no hay mujeres. A la “entrada” campea 43
MÁS SABE EL DIABLO una banca larga en la que se sientan a ingerir uno que otro comistrajo, los que todavía se alimentan con algo distinto al ron de caña, o aquellos que recuerdan la familia de hace tiempo. Son choros plantados, gente que acaba de salir de cana, recurseros de una que otra nota, medio viejos que perdieron la razón, o ancianos jóvenes que sufrieron algún terrible desencanto que les rompió el puente de los sueños y la esperanza. No se vaya a creer que todos son insolventes o mendigos. Bueno, no todos. Un obrero gráfico del antiguo Expreso -sólo recuerdo que todos lo chapeábamos Pallares-, renunció un día, nadie sabe porqué, cobró algo así como quince mil soles y se zambulló en la playa, de la cual sólo salió cuando cumpliendo el rito tradicional, sus compañeros de malvivencia, comprobaron que estaba muerto y entonces pues, lo arrojaron al río para evitar pequeñas “incomprensiones” policiales. Recuerdo que días después de su renuncia, aparecieron por el diario su esposa e hijos, indagando por su paradero. Nadie supo darles otra razón que su despedida extraña y apresurada, después de la cual, nunca volvimos a verlo. Podría decirse que este hombre físicamente sano, de algo como cuarenta años entonces, que tenía una chamba más que satisfactoria, decidió, de pronto, jubilarse de la vida y se instaló en La Playa, hasta que se le acabó el dinero y, consecuentemente, la vida se le fue con el río hasta que sus restos los rescataron los bomberos. Por eso, cuando aparece algún cadáver flotando por ahí, o enganchado en un rocón saledizo, yo dejo correr las especulaciones, sobre suicidios por amor, o asaltos que terminaron en crimen. Sé que lo más probable, es que se trate de algún viejo habitante de La Playa. Alguien que en cierto momento de su existir, comprendió que “la vida, es una embarcación que navega de ida… solamente de ida”. Y así fue como encalló en ese puerto de las sombras, antesala del infierno. Hasta hace algún tiempo, yo entendía la amistad como una suerte de religión y era capaz de hacer cualquier cosa por los amigos. En dicho swing, bajé dos veces a la Playa del Río, a fin de rescatar a mi inolvidable cumpa, Antonio Andrade, filósofo fecal (siempre proclamó que la vida era una mierda) a quien llamábamos Mortimer y ya había rodado, a ese tramo fatal de la carretera. Y no lo hice por guapería simple. 44
César Augusto Dávila Recuerdo que aquieté al malevaje, con una cuantas criolladas y unos pocos billes, para que siguieran en lo suyo, mientras yo convencía a mi brother, de que allá arriba, nos esperaban unas cuantas chelas mejor servidas que lo que estaba tomando allá abajo en latas de leche recortadas y en tan siniestra compañía. De cualquier forma, mi recordado pata, oportunamente fue acogido por una hija bondadosa, a quien se le escapó una tarde, para morir, bebiendo a solas, sentado en una banca de parque, naufragando -quien sabrá jamás-, en que otras riberas ignoradas. Los habitantes de La Playa, tienen muchas historias que contar, aunque quizás nadie quiera escucharlas, pues lo cierto, es que hace tiempo sus protagonistas, dejaron de ser material de interés humano para casi todo el mundo. Por eso, pegándola de guía turístico al revés, yo quiero asegurar a mis amables lectores, que nadie es feliz de una vez y para siempre, que no hay amor que dure eternamente y que los malos recuerdos deben arrojarse de una vez y para siempre al río del olvido. Ese mismo que bordea “La Playa de los ex hombres”. Siniestro lugar donde a no dudarlo, reina el mismísimo Diablo. Y yo, lo he visto de cerca.
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Aquellos ojos negros
D icen los buenos decidores, que uno siempre regresa a aquel lugar donde
fue feliz alguna vez. Y debe ser cierto, oiga usted, pues en cuanto me da chepa la lucha por la vida, no vacilo en escaparme a Mapiri (que ahora se llama Aljovín), donde corrió mi linda adolescencia, mis tiempos de box campeón de pacotilla, estudiante universitario, prima voz de un renombrado trío y también -cómo no-, suertudo enamorado de la chica más bonita desde el Paseo de la República hasta el Monumento a Manco Cápac, para que sufran los que nunca tuvieron quince años. Ahora voy de cuando en vez, como un terco fantasma que recoge sus pasos, me tomo unas chelas con el Cholo Teves y experimento un agridulce cóctel de hermosas añoranzas y momentos de angustia, como los que viví cuando el Zambo Rumba, casi me envía al más allá vía artera puñalada en el bajo vientre. Cada casa, cada rincón, cada grieta de pared callejera, tiene algo que decirme, como que me arranca una sonrisa o me estremece en lagrimón, así es la cosa. Es mi barrio, pues. Y a vuelta y media de donde yo vivía, me fue dado conocer una de esas noches que los poetas no han escrito todavía, a la dueña de los ojos negros más hondos, grandes y fabulosos que habría de conocer en mi gitana vida. No quiero recordar su nombre, porque esto de escribir y ser leído tiene sus bemoles y por ahí le resulta haciendo daño a una persona que significó algo para nosotros, los escribidores. El nuestro fue uno de esos romances inocentones y medio poéticos, de agarraditas de mano y uno que otro chupetín a escondidas de las viejas. 46
César Augusto Dávila Sobre todo, las mamás de quinceañeras que veían a los galanes debutantes, como una suerte de demonios, a los que se exorcizaba a veces hasta llamando al guardia que por aquellos tiempos, se encontraban de a uno por cada esquina. La niña de este cuento, vivía en una de esas casonas antiguas de zaguán y madreselvas, amén de otras flores que adornaban maceteros múltiples, antepuestos a una mampara de vidrios colorines, que sellaba la sala a la que jamás se me hubiera ocurrido penetrar. Y sin embargo, entré en ella, hace unos días, como quien exhuma el misterio de unos enormes ojos negros, perdidos en un requiebro del ayer romanticoso. Resulta que el Cholo Teves -que conoce mi historia a retazos-, me dijo que en esa casa, una joven clarividente, era capaz de comunicar con el más allá, a quien quisiera atreverse a dicha perigalla. Y entonces pues, “yo mismo soy”, me dije y ahorrando detalles, toqué suavemente la mampara multicolor que parece seguir siendo la misma de mi lejano ayer, en medio del ancho patio rodeado de flores aromosas. Casi me caigo de espaldas, cuando me franqueó la entrada, la imagen rediviva de mi enamorada antigua, enmarcada en sus ojazos negros y con su sonrisa igualita, al parecer detenida en la magia del tiempo. Es su hija, para que no crean que quiero asustarlos con una historia de difuntos. Y me dijo que si, que ella tiene el don, pues y que no ve nada malo en aceptar ciertas “cortesías” de quienes se animan a visitarla. Le pregunté por la “señora de la foto”, ubicada en una mesita de centro. -Es mi mamá -me dijo-, pero ella, ya pasó el umbral hace cinco años. “Bueno -le comenté-“yo tuve la suerte de conocerla… yo he vivido por aquí cerca, hace ya, bastante tiempo”. Y así, conversa, conversando, la jovencita me explicó que ella no tiene nada que ver con médiums sonámbulos, ni mesas bailarinas. Más bien, ha adherido al channeling, que es una, digamos, “modernización” del espiritismo, nacida en Estados Unidos y liderada por el famoso psicólogo Jon Klimo, quien escribe frecuentes libros, sobre el arte de sintonizar con los habitantes de otras dimensiones del universo, doctrina que ha generado numerosos “canales” y “espíritus guía”que -de pasache-, ganan una millonada de dólares consolando a viudas lloronas y madres agobiadas por 47
MÁS SABE EL DIABLO la ausencia repentina de hijos adorados. En fin, cada quien a lo suyo, como el zapatero a las chancletas. Pero ya que estaba ahí, la nueva dueña de los ojos extraños, ofreció canalizar para mi, si bien yo le precisé que no tenía corresponsales en la zona de las tinieblas, ni pregunta alguna que formular. De todos modos, ella me tomó ambas manos, cerró los ojazos y pareció susurrar algo así como una oración, en un lenguaje para mi desconocido. De pronto, sonrió. Me miró fijamente y me dijo dulcemente: “Si ella dice que usted es del barrio, que sus amigos le decían… algo como de Navidad, no sé”. -Niño Dios -acoté para ayudarla-. -Si. Eso es. Dice también que ella, le ha querido mucho a usted. Y ahí, le dije: “Muchas gracias. Yo también la quise mucho… y mirándote a ti, no puedo menos que recordarla. Ya no me digas más, por favor”, concluí, porque yo siempre se cuando debo terminar lo que empiezo. Dejé mi “cortesía”, besé la frente de la chiquilla iluminada y me despedí con el corazón en la boca, y a grandes trancos atravesé en reversa el jardín macetero y el paraíso de los recuerdos de aquella lejana amada de los ojos negros.
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Alias “Tatán”
D e vivir ahora, tendría más de ochenticinco y, lo más probable, es que se
hubiera retirado a relatar su astucia desde el cómodo reducto de un rubro menos riesgoso. Hace algo así como medio siglo, lo asesinó por la espalda un marica canero, Javier La China Peralta, dicen que por un ajuste de cuentas, nacido del alquiler de naipes y radios a pilas, aunque se sospecha un asunto más tenebroso, de esos que encienden los amores maltrechos en la caldera del diablo de cualquier prisión del mundo.
Tatán nunca fue faite, ni siquiera diestro para la chaveta. Su gracia principal, era La Burra, o caja fuerte choreada en ausencia de los dueños y casi siempre, al amparo de la sombra nocturna y en la nada santa compañía de Mario Gavilán Cortéz, El Guta y otras firmas ranqueadas en el organigrama del malevaje. Su verdadero nombre, era Luis D'Unián Dulanto, su padre, fue un viejo médico de ancestro francés que nunca se supo cómo fue a dar al peligroso barrio de Las Carrozas, e introdujo -quizás sin querer-, el uso del apóstrofe galo, por el D'Unián, en la dudosa gloria de las páginas policiales, allá por los años 50 del romanticismo caramelero de Los Panchos y la estridencia bailable del mambo de Pérez Prado. Enrique Jaramillo Arteaga, fue originariamente electricista (de ahí El Guta, por la gutapercha familiar a su oficio primigenio), pero finalmente ancló en monrrero (especialista en robos con fractura de chapa), porque siempre soñó con algo grande, logrado no importa cómo. Una visión de viajes y billetes, que quizás se hayan cumplido en las regiones del misterio. 49
MÁS SABE EL DIABLO Era maduro ya, cuando incorporó a su discipulado a este muchachito pinturero y medio tartamudo, que se enredaba con la lengua al momento de referirse a Tarzán, el Hombre Mono, por lo cual, se ganó el apodo de Tatán que vino por añadidura del de Niño Dios, que iba mejor con su traza blanco-mestiza, con su toquecito de zambería, en medio de un nubarrón de callejones y gente parda. Tatán resultó un alumno aprovechado y del saque comprendió que no era voz, eso de andar allanando billeteras en los tranvías, como aprendieron de Chanduví -un legendario carterista barrioaltino-, otros muchachones del barrio, fácilmente ampayados por la cana, al punto de resultar como dijo la milonga: “más manyados que el tango La Cumparsita”. Las primeras hazañas de Tatán, lo vinculan a El Guta y también al Pato Moncada, dos personajes que habrían de hacerle marco en su indetenible ruta a la triste celebridad. Hacia los años 50’ -y como lo atestigua el vals de Mario Cavagnaro-, ser “blanquiñoso”, suponía un cierto status social y económico, cómo no, muy alejado de la chorería. Y tal vez de ese racismo a contravuelta, resultara la turbia fama de Tatán. Desteñido el color, ondulado el cabello, con un travieso bigotillo temblando siempre sobre su cínica sonrisa, no sólo era increíble como ladrón, sino un buen cliente para las fotos que ya graficaban su historia en la implacable crónica roja de esos tiempos inolvidables. De todos modos y, a fuerza de canazos, se hizo un choro más y buenas noches, hasta que fugó de la cárcel. En algún momento de su azarosa vida, Tatán habló por primera vez de regenerarse y ensayó el oficio de carpintero, que había aprendido en El Escuelín (Reformatorio). Para darle al cepillo y a los clavos, el alcaide de esos tiempos y esas rejas, le hizo el favor de trasladarlo a los talleres de la Penitenciaría, aledaña a la Cárcel Central, donde ya, Luchito había recalado por su mala conducta. Como juega-jugando, en esos terrenos, se reencontraron los que “tenían oficio”. O para llamarlos claramente El Guta que volvía a los cables y a recargar baterías agotadas y el Pato Moncada que la pegaba de fierrero planchando carros abollados. Aprovechando ciertos descuidos de los republicanos cuidacana, este gracioso trío, empezó a construir un túnel que 50
César Augusto Dávila finalmente desembocó al Paseo de la República (hoy De Los Héroes Navales) y a través de dicha vía, Tatán saltó definitivamente a la negra celebridad, el Pato Moncada, se enchichó como un loco hasta que lo recapturaron y de El Guta, nunca más se supo, aunque la leyenda, lo ubicaría más tarde, como grifero en Nueva York, o gerente de un hotel en México, en fin, lo curioso de las leyendas es que nunca dejan de existir… aunque sean falsas. De todos modos, el tiempo habrá hecho lo suyo y salvo que sea centenario, el escurridizo Guta, ya debe estar bajo tierra. Claro que eso no fue todo. Tatán roció kerosene a La Zamba en El Frontón y por esa muerte, fue “severamente interrogado”, mediante el científico procedimiento del tecle, que consistía en madrugadoras zambullidas en el mar, colgado de una soga y otros dengues parecidos. Pero Tatán negó el crimen hasta las últimas consecuencias. En otros avatares de su vida, compuso un vals criollo, fugó a Buenos Aires y regresó esposado, cubriendo con un elegante abrigo las “pulseras de acero”, convocó a una Conferencia de Prensa en una plazuela de los Barrios Altos, mientras la policía lo buscaba por La Victoria. También bailó tangos en Huatica, le hizo una hija a una amante media caña y se dejó inventar un romance con la engreída de un diplomático argentino. Algo más. Fue el primero en ser absuelto gracias al in dubio, pro reo (La duda favorece al reo), invocado por Carlos Enrique Melgar, penalista que se hizo famoso a partir del hecho. También “trabajó” un par de semanas como guardia de seguridad en un almacén de la Calle Boza y… se hizo incrustar un brillante en la delantera sonriente. Pero, eso que dicen de sus aires de Robin Hood, o tan siquiera Luis Pardo, es un toque más de la leyenda urbana. Lo que si,es cierto, es que cuando me descolgué por una claraboya al mortuorio del Dos de Mayo y auxiliado por un bolígrafo retiré la sábana que cubría el rostro de Tatán muerto, el susodicho brillante, había dejado un hueco negro en el fantasma de su sonrisa peliculera. Otros, más choros que él, lo habían aligerado para su fin de fiesta a la hora de la autopsia. Así es la vida pues… aunque la televisión cante otro rollo.
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El poder del calzón
N o se trata de callejonada alguna, ni obedece al ánimo de mostrar
calletano, o sentirse pendejerete. No. Es una solemne proclama de reconocimiento que muy probablemente figure en los alicaídos archivos del zoológico de los otorongos que antiguamente se llamaba Parlamento. Y la cosa, va, más o menos así. Trabajaba yo, en la oficina de imagen de cierta corporación de Aeropuertos de cuyo nombre no quiero acordarme. Mi oficina colindaba con la del presidente del Directorio, el mismo que me llamaba cada mañana, para tratar asuntos referidos a mis obligaciones laborales, cuando de pronto, estalló lo que habría de llamarse -mientras fue llamativo-, el Escándalo de las firmas falsas, referido a una verdadera organización de falsificadores, utilizada para inscribir una de esas candidaturas presidenciales que se consagrarán al olvido, si bien triunfaron en su confuso momento. Sucede que en los recovecos de lo averiguado por las hoy llamadas Unidades de Investigación, emergió el nombre del presidente de la citada Corporación, como “encubridor” de la “fábrica de firmas”, que finalmente, confesó liderar, una señora gorda y jacarandosa que respondía al nombre de Carmen Burga. Ella, jamás tuvo empacho en echar al ruedo a quienes habían craneado la pachanga y habló y habló hasta que el gobierno del señor Alejandro Toledo, resolvió “enterrar” el asunto, que ya para entonces, estaba haciendo mucha tierra. Y entonces -por extraño rebote-, empezaron a suceder en mi vida unas cuantas cosas. En primer lugar el presi maniobrero, me pedía consejos 52
César Augusto Dávila acerca de cómo acallar los destapes periodísticos, cosa ya imposible para el momento, al tiempo que me ordenaba ir al Congreso, para mantenerlo informado de las investigaciones, situación que se prolongó cuando dicha elevada instancia de nuestra política, formó una de esas instituciones mostrencas que inventó el Architerko Belaúnde y se denominan Comisiones Investigadoras, si bien jamás en su tapu davi han investigado ni michi, compadrito. Pero no sólo eso pasaba. El mencionado presidente, escaldado por las revelaciones que a diario hacían los Comercios, empezó a sospechar que era yo, quien les aportaba tan puntual información reveladora. Y ahí surgió “El Poder del Calzón”, que si bien fue oficialmente nominado por la señora Burga, puede afirmarse que existe desde que el mundo es mundo y que en nuestro amado Perú, se conoce a partir de un breve discurso del Libertador Simón Bolívar, quien amaneciendo una noche de pachanga con una hermosa guayaquileña, anunció que no sólo creaba la más alta condecoración de nuestra patria, es decir, la Orden del Sol, sino que se la imponía over the pucho, a su compañera de catre “por sus altas virtudes morales y su contribución a la causa de la Independencia”, guárdame esa flor. Y bueno pues, volviendo a Doña Carmen, a la sazón regresada con familia y todo de una gira terrestre que la pasaportó hasta Venezuela, fue conminada por uno de los papis de la tierra, integrante de la coimisión dizque Investigadora, en los siguientes términos: “Oiga señora ¿Usted pretende hacernos creer, que un importante empresario -el que financió la cochamba y el tremendo viajecito-, va a hacer, así nomás, lo que le pide una muchachita de dieciocho años, como la sobrina que usted cita?”. A lo cual la tía Carmen, muy suelta de lengua respondió: “Ay señor… cómo se ve que usted no sabe lo que es El Poder del Calzón”. Estallaron irreverentes risotadas, el presi de la Coimisión pidió orden agitando una campanita y en suma, el chongo fue tal que se hizo necesario postergar la sesión hasta el próximo lunes. Y fue para peor, oiga usted. Ese día, Doña Camucha, se apareció en el hemiciclo, acompañada no de una, sino dos superchurrísimas sobrinas dieciocheras, ataviadas en contragolpeantes minifaldas, mientras el templo de las leyes -que a veces le dicen-, estallaba en un gigantesco ¡Ooooooh, que retumbó hasta Palacio de Gobierno y ya nadie pudo dudar en jamás de los jamases del proclamado Poder del Calzón, mi estimado. 53
MÁS SABE EL DIABLO A continuación, este modesto escribidor, fue enviado a una falsa investigación a Puerto Maldonado, donde terminó conversando con los monos, antes de recibir un memo, que lo destacaba “definitivamente” en dicho selvático exilio, para más tarde ser choteado de la chamba, como gracioso remate del proclamado “poder”. El presi maniobrero, terminó clonado en un personaje humillante de programa chistoso y actualmente vive más o menos caleta, como se dice, clandestino. Pero si ustedes piensan que ahí terminó la historia, déjenme aclararles que se equivocan de medio a medio. Acabo de leer en un Mercioco, que Doña Carmen, confesa manejadora de un tropel de falsificadores triunfantes, chambea hasta ahorita muy oronda, precisamente en la RENIEC, que es -debiera ser, digo yo-, la institución encargada de autenticar la identidad verdadera de todos los peruanos. ¿Y el tío de este cuento? Es decir, ¿el esposo de Doña Carmencita? Bueno, el trabaja en el Jurado Nacional de Elecciones, como cereza de esta torta. Por algo pues, El Poder del Calzón fue proclamado en el templo de lo que alguna vez Víctor Raúl Haya de la Torre llamó Primer Poder del Estado, o en otras palabras, uno de los anexos operativos del omnipresente poder del calzón, de ayer, hoy y al parecer, siempre, mis apreciados contertulios.
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Millonario plástico
El dinero no hace la felicidad. La compra hecha, hermano”, me dijo “eufórico el playboy, levantando su daiquirí heladito en la semicalatería de los baños turcos del añorado Hotel Crillón. Renzo, era el notable heredero de una importante fortuna inmobiliaria, que a la muerte de su señor padre, se había dividido en equitativas porciones, a legatarios que a su vez, vendieron casas y terrenos generando -incluso-, una urbanización que hasta hoy lleva el apellido familiar. Y se diría que los jóvenes recipiendarios de tan rico dineral, estaban destinados a pasar el resto de su vida, en la más dichosa comodidad, pero, sucede que hay proverbios magistrales que jamás dejan de cumplirse. Uno de ellos, de prosapia itálica, sentencia: “abuelo laboratore… nieto despilfarratore” y, en el caso de Renzo, esto fue verdad al pie de la letra. Consagrado por una revistacha pituca, como “el soltero más codiciado”, el pata -buenmozón él, para qué-, empezó a vivir un tren de gastos que envidiaría cualquier Jeque árabe, apostando a los caballos, bebiendo fino y, cómo no, engatusando a una serie de chibolas de la high y otras tantas de media mampara, que alucinaron en su momento, marchar al altar junto a tan dispendioso galán. El hombre tenía -resulta ocioso recordarlo-, una deslumbrante plastic platinum card, de esas que se dice, podrían servir para comprar un edificio de veinte o más pisos, o un transatlántico, con sòlo mostrarla oportunamente. Renzo era, por ese lejano entonces, caserito gracioso de mi columna de Sociales y desde luego, cofrade de una alegre patota que había hecho pacto 55
MÁS SABE EL DIABLO jurado con la diversión sin límites, renglón al cual, yo me integraba moderadamente. Pero, pasó el tiempo cual todo pasa y los frecuentes viajes a cualquier parte del mundo, las costosas pachangas y deportes tan caros como el polo, surf y la compra irresponsable de yates y automóviles full equipo, fueron erosionando las cifras de la fortuna heredada, que jamás se incrementó con alguna inteligente inversión o un trabajo multiplicador, con las consecuencias fáciles de imaginar. De pronto, en los corrillos de alegría nocturna, empezó a comentarse, que Renzo había quemado su fortuna. Es decir, se había quedado sin plata. Y algo peor. Estaba viviendo de su platinum credit card, cuya periódica amortización, no se molestaba en honrar. Y no sé si ustedes lo sabrán, pero las empresas financieras que emiten el plastic money, tiene en mucho su discreción y prestigio, así como el de sus tarjetahabientes. De manera que jamás, hacen cherry alguno, cuando alguien deviene moroso, limitándose a decomisarle la tarjeta, a veces empleando métodos, digamos “heterodoxos”, que pueden consistir en un disimulado atraco a cargo de tres o cuatro forzudos, que acogotan al caballero incumplido, le arrancan la poderosa tarjeta y buenas noches, los pastores. “Eso no sucedió nunca”, para los sapos. Desde luego, esta verdad, se constituye en paranoia de magnates arruinados y, como se entenderá, Renzo, no era ninguna excepción a tan riesgosa regla. Vivía viajando semana tras semana, logrando así eludir la amenazante cacería, al tiempo de seguir haciendo pinta de millonario, sin tener un cobre en el manirroto presupuesto. La última vez que lo vi, estaba instalado en Nueva York, en un tremendo hotelazo cinco estrellas y algo más de cien pisos. Se enteró no sé cómo de mi visita a La Gran Manzana y envió un regio Remisse -pagado con su crédit card, desde luego-, a buscarme, a fin de revivir recuerdos, para entonces viejos y archivados en la memoria bohemia. Nos instalamos en el penthouse. El playboy de ayer, lucía bastante desmejorado y cuando quise referirme a su situación económica, me disparó “no hablemos de negocios, hermano. He realizado algunas inversiones equivocadas, pero ahora, he invertido en hotelería de los Emiratos Árabes y pronto estaré recuperado. Lo demás son habladurías”. Después, me comentó que esperaba a una linda modelo, contratada vía una empresa que claro, aceptaba pagos con tarjeta, lo cual, entendí como una 56
César Augusto Dávila invitación a despedirme. Antes brindamos con un Chivas 12 años, que recordaba nuestra añejas noches del Moncherí miraflorino. Luego, estrechó mis dos manos, mirándome fijamente, para luego decirme a modo de despedida: “el mundo da vueltas, brother… y quizás, ya no volvamos a vernos”. El resto de la historia, es casi de crónica policial. Un vivaz puertorriqueño que trabajaba en la recepción del hotel, le anunció a Mister Renzo, que “un par de gorilas habían preguntado por él y ya estaban subiendo por el ascensor”. Y entonces, este millonario plástico, el último vestigio de lo que alguna vez se llamó “el soltero más codiciado”, se asomó, al borde de la terraza rascacielo y sin pensarlo más, saltó a la noche, como quien emprende el último viaje. Ese que no se paga ni con la más ficha de las tarjetas.
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Nos siguen estafando
H ace más de medio siglo, ese gran profeta de la canción que se llamó
Santos Discépolo, lanzó al mundo su tango “Cambalache”, cuya letra calificaba al siglo XX como problemático y febril, precisando que aquí siempre hubo y habrá “choros y estafaos”. Pero, el Gran Discepolín, se quedó largamente corto, ya que jamás -ni siquiera él, que era casi un genio-, hubiera imaginado que Bernard Madoff, creara la más sensacional pirámide, frente a la cual el tío Carlos Manrique, es un bebé de pecho, ya que Míster Madoff, empleando una modalidad básicamente similar a CLAE, logró levantarse nada menos que 50 mil millones de dólares que le han valido una condena que lo residencia por ciento cincuenta años en una cómoda celda de cana gringa, para que aprenda a ser gracioso con el vento ajeno. Sin embargo, en materia de estafas, hay otros ranqueadazos que han vendido hasta dos veces la Torre Eiffel y más de una docena el Puente Brooklyn, además de la Plaza San Martín, empleando la misma estrategia que se gastan nuestros cholicuenteros para gatillar “El Huachito Premiado”, o “El Tumi de Oro”. O sea, explotar la codicia e intuición abusiva de la víctima que al final entregará todo lo que tenga, a cambio de un bamba billete de la Tinka, o un brulote de cobre recontralustrado, para que se joda por sapo aficionado. Mención aparte, merecen, el ex soldado yanqui que inventó un país llamado Poyais, para luego vender concesiones mineras, agrícolas e inmobiliarias, de lo que era -más o menos-, una playa ubicada nada menos que en Costa Rica, que desde luego, jamás perteneció al fraudulento vendedor. 58
César Augusto Dávila Y en lo que hasta hace poco, se suponía el yanoyá de los cuenteros, solía ubicarse a Frank Abagnale, Jr., habilidoso muchachón que antes de cumplir los 20, asumió más de ocho personalidades distintas a través de 26 países, vendiendo toda clase de fabulosas ilusiones, actividad que le representó un ingreso de 4 millones de dólares, hasta que su archienemigo, el agente, Sean O`Really, le echó el guante en Paris, y contra lo que podría suponerse, lo encaminó a agarrar chamba como asesor del mismísimo FBI, en materia de fraudes y suplantaciones. El chico es un súpergenio, no hay que dudarlo. Pero de lo que aquí quiero ocuparme, es de la más sensacional estafa de todos los tiempos. Una que nos involucra a usted, a mi y a todo títere con cabeza que deambule por el (perro) mundo. Como ustedes -no- saben, hasta hace 40 años, una onza de oro costaba 35 dólares. En base a esta certeza, se suscribieron los llamados Acuerdos de Bretton Woods, que entre otras cosas, dictaminaban que cada 35 dólares, estarían respaldados por una onza de oro, depositada en Fort Knox. Y eso, aseguraba el fondo y fortaleza del verde papel moneda a lo largo y ancho de nuestro coqueto planeta. Pero sucede que los gringos, jamás han podido con su temperamento y entonces pues, mientras ellos gastaban dineral y medio en -por ejemplo-, las guerras de Corea y Vietnam, dándoselas de muy fufurufus, el oro subía su precio, hasta alcanzar los 1,800 dólares por onza y cierta noche de 1971, un circunspecto funcionario del Tesoro, informó a Richard Milhous Nixon, que tenía dos noticias que darle. La primera, que Francia y Gran Bretaña -recelosos de los desmesurados gastos americanos-, habían exigido se les entregara el oro que mantenían en depósito en USA y la segunda, que sencillamente el gigantesco Estados Unidos estaba en quiebra, lo mismo que cualquier millonario dispendioso y malpagador. Y entonces el tramposo Dick, que no se iba a detener por estas minucias, precisamente el 15 de agosto de 1971, decidió por su cuenta y no riesgo, la ruptura del patrón de oro, el desconocimiento de facto de los acuerdos de Bretton Woods y en concreto, la no convertibilidad del dólar, con lo cual, la otrora poderosa divisa quedó convertida en play money, es decir, moneda de juguete, mismo boletillo de “Monopolio”, que sin embargo, siguió encantando al bobonaje, pues ya se sabe que cuando un pillo señala al sol, los judokos le miran el dedo. 59
MÁS SABE EL DIABLO Claro, el chistoso Dick, declaró a los cuatro vientos, que dicho keko obedecía a impedir los ataques de los especuladores financieros, por más que en esencia fuera el más sensacional batacazo, rubricado por la orden a The Federal Reserve, de imprimir sin pausa, pero con prisa, una carretada de billetes de a 100, hasta que se diga basta. Lo anterior, también explica en síntesis, lo que está pasando con los euros, la crisis europea y el actual desequilibrio del yen japonés, en razón de haberles seguido la cuerda a los graciosos gringuitos. Ahora ya conocen el futuro de los chupamedias internacionales. Saben además, que con la economía no se puede jugar y que el oro y la plata, son las únicas monedas confiables desde hace más o menos cinco mil años. Entonces pues, mis queridos brothers estafaos como yo, sólo nos queda de capital inalienable nuestro modesto, pero maravilloso cerebro y la certeza de que como dijo Don René Descartes, que en materia de pensamientos era un trome: “Tarde o temprano, el papel moneda retornará a su valor intrínseco”. Es decir, cero. ¿Y qué pasará mañana con el dólar? Eso, sólo lo sabe El Diablo, ese gran timbero del más allá, que juega al póker todas las noches con Richard Milhous y otros tremendos estafadores.
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Balada para un inca
A taviado de frac menesteroso, tocado de chistera atrabiliaria, blandiendo
con salero protocolar, un bastón puño dorado que le obsequió Augusto Felipe Wiesse y que a la larga, se convertiría en sencillo palo de escoba, al galope de su crisis personal, así recuerdo a Pedro Cordero y Velarde, autoproclamado Apu Cápac, Emperador de los Ejércitos de Aire, Mar, Tierra y Profundidad y antiguo impugnador de la “deuda de los gringos”, que ahora se llama Externa y como el viejo alucinado vaticinara un lejano día “no puede pagarla ni Macuito”. Inició su periplo citadino, allá por 1935, cuando los empréstitos británicos que concertó Don Augusto Bernardino Leguía pesaban ya, gravemente sobre el presupuesto nacional. Por entonces, Víctor Raúl Haya de la Torre encendía pechos, ya había sido en Trujillo “El Año de la Barbarie” e incluso, un mozo de fonda, eventual chocolatero errático que hablaba con los espíritus, había disparado sobre Luis M. Sánchez Cerro, sellando con sangre una larga y tormentosa incomprensión entre peruanos, que habría de durar más de medio siglo. Pero por esos tiempos, hubo algo más. Un sargento de Infantería, llamado Juan José Huapaya, soñó una tarde que el poder nacía del cañón y emplazando dos ligeros que poseía el Fuerte Santa Catalina, desafió al poder constituido, Mariscal Oscar R. Benavides, Héroe de La Pedrera, que tampoco entraba en vainas, oiga usted. El “Cuartelazo de Huapaya”, como habrían de conocerlo nuestros antiguos, duró tan sólo unas horas y concluyó a sangre y fuego, cuando 61
MÁS SABE EL DIABLO tropas del gobierno silenciaron los dos pintorescos cañoncitos y balearon a su gusto a los rebeldes, quedando herido el díscolo clase que fue trasladado al hospital de San Bartolomé. Entrevistado ahí por el gran poeta Juan Gonzalo Rose -que por entonces se ganaba la vida como reportero de un viejo diario-, el maltrecho sargento dijo: “Nosotros queríamos que el Perú fuera independiente de verdad, que los gringos no siguieran llevándose nuestro oro, nuestro petróleo y que sobre todo, no siguieran cobrándonos las deudas de Leguía. Todos los males del Perú, vienen de los gringos, señor”. Y algo más rescató nuestro hermano ausente Juan Gonzalo. Entre los reclutas del Fuerte alzado, se encontraba alguien que daría mucho que hablar treinta años más tarde. Un soldado de nombre Juan Velasco Alvarado, en cuya foja de servicios, un inequívoco P. T. atestiguaría para siempre, su procedencia tropera y su corazón piuranazo. Pero volviendo al Cordero -que también se hacía llamar Apu Capac Inca, cuando le volaba el naipe-, se equivoca quien sencillamente quisiera encasillarlo como loco en la vitrina sin tiempo de Matobispos y Diablomúsicos que ha sido nuestra amada Lima. Pedro Cordero y Velarde, fue un enterado y talentoso musicólogo y hombre de exquisita cultura, autor de por lo menos, dos inspiradas óperas incaicas (Ollantay y Manchaypuito) que aun deben figurar en el repertorio de nuestra alicaída Sinfónica Nacional, si acaso algo perdura en el orden de nuestro país sin bibliotecas ni memoria. Las recurrentes y socarronas entrevistas que episódicamente le hacían los periodistas, retrataban a Cordero, sentado a un piano de cola, o tocando instrumentos estrambóticos que su exaltada imaginación inventaba de la nada. -No es difícil hacer música -decía-, las ondinas y las hadas me la sugieren constantemente. Un seguidor suyo -sólo en la música-, el maestro Antarte Giacomotti, inventó a su vez marímbulas, saxofortes y pianofuelles, cuya extraña musicalidad deleitaba a los oyentes de La Voz del Rímac o La Hora del Bombero, programas radiales de los 40’s. Claro que los peruanos nos reímos mucho de tales instrumentos, pero, por si sirve de consuelo, un grupo musical argentino llamado Les Luthiers, hace hoy mismo, cosa parecida y abarrota salas de concierto por todo el mundo. 62
César Augusto Dávila Cuenta quien lo supo, que tres pillos de la guardia vieja -incluso un nombre célebre-, atisbaron una aciaga tarde que el maestro Cordero y Velarde, atesoraba inquietudes políticas, además de poseer unas cuantas finquitas de mala muerte, cuya modesta renta servía, para solventar sus delirios musicales. Ni cortos ni perezosos, los vivos de la película, propusieron a Don Pedro, nada menos que hacerlo Presidente de la República, con todo el peso de la circunstancia. Hay quien dice que en el Perú, todos nos sentimos “presidenciables” y además, nos alucinamos capaces hasta de llevar al próximo mundial a nuestra impresentable selección futbolística. Añaden otros, que todos tenemos nuestro cuarto de hora de cojudos y pregúntese usted si se equivocan. Tal vez en uno de esos fatales quince minutos, Don Pedro aceptó el lanzamiento propuesto aportando al paso, los primeros cien soles -plata nueve décimos, mi estimado-, para financiar una campaña que jamás llegaría a ser. Picado ya, por el coruscante bichito del poder, Don Pedro, siguió aportando, al tiempo que vendía sus pequeñas propiedades, hasta sólo quedarle el pequeño cuartucho que habitó hasta el último de sus días. Una tarde, cansado de esperar a sus mentirosos capituleros, se lanzó por la libre, transitando ya los trasfondos de la sinrazón, para caracterizarse como “Señor Presidente”, con banda, tongo, bastón y condecoraciones de quincallería. Sus enjundiosos discursos, matizaban las tertulias de pisco y bocadillos en lo de Cúneo y Bandirola, el Bar Zela y el recreo de bochas Guadalupe, donde mi viejo era campeón de carambolas. El cachondero mayor del grupo de pisqueros, llegado el momento, invitaba a Su Excelencia a tomar la palabra y desde luego, el pintoresco personaje no se hacía repetir la invitación. Su estilo era prosopopéyico y apegado a la oratoria antigua -entre Carlos Enrique Melgar y Belaúnde, con un toquecito de Vitocho, oiga usted-. Remataba con “He dicho” y se arrancaba por “Conciudadanos”, muletilla que estuvo en boga hasta los tiempos de Don Manuel Prado. Satirizaba Apu Capac, el “endiosamiento” de Haya, criticaba a los militares, recordaba a su auditorio su propia condición de “Hijo del Sol”, condenaba a los gringos, a los monos ecuatorianos y ofrecía “tomar venganza de los chilenos en cuanto llegue a Palacio”. 63
MÁS SABE EL DIABLO Es decir, en su torbellino mental, daba por hecho que el poder llegaría a sus manos “en cualquier momento”. Remataba su faena discursiva, vendiendo a un cincuentón, su cantinflesco León del Pueblo, curioso periodiquillo, cuyo retador lema proclamaba: “Sale cuando puede… paga cuando quiere”. Jamás se perdió paradas, desfiles, ni Te Deum. Recomendaba comer aceitunas a quienes “quieran volverse inteligentes” y acoplar hélices accesorias a la panza de nuestros aviones para “decapitar a los enemigos de la patria”. Es decir, algo así como helicópteros de cabeza. Su sermón de vino, iniciado con elocuencia, desbarraba al promediar y concluía inevitable, en un sonoro “¡Viva el Perú, carajo!”, que arrancaba palmas del respetable. Viejos chamullos dicen que el destino de los pueblos, es escuchar la verdad a través de sus niños, los borrachos y sus locos. Una madrugada de 1,960, la muerte visitó a Apu Capac. En su solitario paradero final, un naciente diario, retrató la sombrerera ornada por los chapeos de tan insigne iluso y ávidos, sorpresivos parientes, dieron rápida cuenta del piano y los vibrófonos que alimentaron sus musas esfumadas por el sueño presidencial jamás logrado. Su sentencia triunfal, habría de sobrevivirle empero: “La deuda de Leguía, no puede pagarla ni Macuito”. Y es que de músicos, poetas y… políticos, todos tenemos un poco, mi estimado.
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Charlando con un fantasma
N unca sabré porqué me buscan -y me ubican-, este tipo de apariciones. De
modo que aparentaré creer que sólo se debe a mi condición de periodista y al background que me otorgan mis gentiles lectores de toda la vida. Rumiando estas digresiones, me dirigí al encuentro de este misterioso ex espía de la KGB, que dice no temer ninguno de sus “futuribles”. Es decir: balazo en la nuca, accidente prefabricado, o uno de esos jamás investigados “infartos masivos” que se producen luego de tomarse una soda o un trago algo más comprometedor, quizás en ricotona compañía. Dice llamarse Daniel Estulin y haber nacido en Lituania, que en el 66’ era parte de la poderosa Unión Soviética. Desengañado de todas las fantasiosas verdades que alimentan nuestro día a día y resentido al comprobar los innegables abusos de poder que se cometen en el mundo entero, cierta noche, sencillamente desertó, pretendiendo desconocer que en ciertos casos -milicia, espionaje, cleresía, prostitución o periodismo-, el oficio nunca se pierde, mi estimado. Y, desde entonces, además de haberse convertido en fantasma profesional, escribe libros para ganarse un agitado modo de vivir, que llega a los extremos cuando intenta cobrar -y finalmente cobra-, los correspondientes derechos de autor. Diez por ciento del precio de tapa, tarifa única, por si no saben los curiosos. Su más reciente producción, se titula “Desmontando Wikileaks” mediante cuyas páginas, intenta mostrar la aventura escandalosa de Julian Assange, como una gigantesca operación CIA, que sólo busca distraer al 65
MÁS SABE EL DIABLO global populorum con una ruma de chismes, que no arroja una sola información útil, mientras se cocina El Gran Bacalao, que habrá de consistir, nada menos que en la supresión del sistema internet, empezando por Gringolandia y terminando por el último iglú del Polo Norte. -Quien se cree las verdades oficiales, está definitivamente condenado a la desinformación -me dice, mientras sorbe meditabundo el que quizás sea el último vodka on the rocks de su vida saltimbanqui-. Realmente, son las sociedades secretas las que controlan el mundo. Lo demás, sólo es una cadena de mentiras a través de las cuales, el sistema sigue funcionando -enfatiza-. -Si te pones a pensar, por ejemplo, qué es lo más valioso que Afganistán puede ofrecer a los grandes capitales, descubrirás que no es otra cosa que el opio derivado de la amapola. Y como ahora se sabe, cuando los talibanes tomaron el poder, por razones religiosas o lo que sea, erradicaron los plantíos y a consecuencias de ello, en poco más de seis meses, se derrumbó el cuento de “Los Tigres Asiáticos” y Wall Street se aproximó dramáticamente a la bancarrota. Ahora, con invasión gringa y todo Afganistán (es decir, los señores de la droga), acaban de realizar la más grande cosecha de amapola en toda la historia. Esto quiere decir, que el verdadero negocio de la droga, se concreta en la Bolsa de Nueva York. Y naturalmente, la coca, no es ajena a lo que digo. Por eso, las cacareadas políticas de erradicación y la lucha contra las drogas, no pasan de ser una especie de corto de Walt Disney, para entretener a las buenas, plácidas conciencias -sentencia este “Gasparín” sombrío-. -¿Y porqué querrían los amos del sistema abolir internet, por ejemplo? -le pregunto-. -Porque es el último reducto de la libertad. Un invento que simplemente se le fue de las manos al sistema. Un medio de comunicación que no sólo te permite expresarte como te dé la gana, sino informarte mucho más allá de lo que conviene a los altos intereses. Gracias a internet y sus diversos servidores, pronto no quedará en el mundo, alguien que crea en la verdad de la lucha antidrogas y eso, puede incomodar a muchos superpoderes económicos -puntualiza Estulin-. -¿Y cómo lograrían la CIA y sus pares de Rusia, China y otras puntas, imponer la censura mundial a internet? -me intereso-. 66
César Augusto Dávila -Eso se conseguirá luego de un gigantesco operativo, parecido a Pearl Harbour, o el 11 de setiembre que pulverizó las Torres Gemelas. Podría ser, un mini sabotaje nuclear que cueste la vida a varios cientos de miles de personas. Luego, se culparía a cualquier grupo terrorista (quizás de origen chino, para variar) añadiendo un alto porcentaje de responsabilidad a la información obtenida a través de internet. Y lo demás, ya resultará fácil. En la India y en China, ya se advierte ciertas señales que apuntan a la prohibición de las redes sociales -especifica el espectro sabihondo-. Luego, nuestra conversación se dispara a los caldos de cultivo, creados por el propio sistema que publicita y marketea una serie de productos y servicios -viviendas fabulosas, cruceros de placer, aviones privados, automóviles de lujo, relojes súper caros-, y algunos artículos, que la gente clasemediera o francamente pobre, no podrá comprar jamás, atenazada por la miseria, el desempleo, las deudas, los hijos y la quiebra galopante de los valores éticos. En esos campos -dice el fantasma-, seguirán brotando pavorosamente el narcotráfico, la corrupción, la delincuencia y otras lacras, que explican porqué hay -y no sólo en Latinoamérica- gente capaz de asesinar a cualquiera por una casaca vistosa, un celular, o un cochino par de zapatillas. -Y de los secuestros, la extorsión, o los dinamiteros locos, no están libres ni Bill Gates, ni Carlos Slim, ni el Sultán de Dubai -remató sonriendo el escritor fantasma, antes de esfumarse tras las cortinas del hall hotelero cinco estrellas-.
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Cuando un amigo se va
C reo
que está demás, resaltar las virtudes de gran periodista que acompañaron en vida al maestro Manuel Jesús Jesucho Orbegozo. Ahora, todos saben que dio más de tres vueltas al mundo a la caza de la noticia, jugándose el pellejo al cubrir informativamente acontecimientos de guerra, en escenarios tan aterradores como el Líbano, Vietnam o las confrontaciones tribales del África incomprensible. Yo, ahora que mi querido y generoso amigo, ya no puede escucharme, quiero hablar de su enorme corazón y su increíble bondad, perfiles que voy entendiendo como característica invariable de los triunfadores excepcionales en cualquier camino que emprendan. Jesucho, -como lo llamábamos sus más cercanos amigos y colegasllegó a entrevistar a TODOS los personajes que hicieron la historia durante los últimos cincuenta años y, según me reveló cariñosamente, coincidía conmigo en reconocer que los seres verdaderamente grandes son indiscutiblemente buenos, modestos y solidarios, al margen de aquello que las circunstancias políticas les impongan hacer en determinado momento. Él, me contaba de la ternura de Raisa Gorbachov cuando le ofrecía el café a su -entonces-, poderoso marido, de la cortesía a la antigua del General Charles De Gaulle, al dirigirse a su esposa de toda la vida. También coincidíamos en evocar la increíble modestia del maestro Agustín Lara y su tolerancia para con los imprudentes debutantes del periodismo, que pretendían tratarlo como a un personaje farandulero, ignorando su enorme 68
César Augusto Dávila condición de poeta popular y genial músico. Censuraba, por otro lado, las patanerías de Diego Armando Maradona y reía de buena gana recordando los chistes que solía contar “El Rey” Pelé, hombre inexplicablemente humilde aun en la cima de su estrellato. -Si soy ese Rey que el periodismo dice, será porque así lo ha dispuesto Dios -le gustaba repetir-, según recordaba. Este gran reportero que acaba de marcharse, no dejó de entrevistar a Tito, ni a Fidel Castro, ni a Indira Gandhi, ni a Lyndon Johnson, ni a nadie que de verdad tuviera importancia al momento de escribir el gran cuento de esta vida. Sin embargo, a quien más recordaba era a la Madre Teresa de Calcuta, innegablemente, una santa mujer que tuvo a bien, concluida la entrevista, regalarle un tosco, pero bellísimo rosario de sándalo, que Jesucho tenía siempre a la mano y conservaba como su más preciado tesoro. Quiera Dios, que tan hermosa joya, le haya servido de consuelo, en los momentos finales de su tránsito hacia otras dimensiones del universo. La vida de Manuel Jesús, transcurrió en todas partes y en ninguna, al mismo tiempo. Eterno corresponsal viajero y periodista digno de imitar por los jóvenes que verdaderamente sientan vocación por nuestro difícil oficio, tenía anécdotas para colmar las páginas de varios libros y aunque solía llamarse librepensador, la idea de Dios, siempre afloraba a sus conversaciones, como una intuición de ese gran misterio al que solemos acceder por la vía del sentimiento, antes que por pretenciosos desvaríos de la razón pura. Cierta vez, en La Granja Azul, me contó esta breve pero muy significativa historia que él, a su vez, había escuchado en uno de sus viajes a la India. Una millonaria lady británica, visitaba “El Bosque de los Rishis”, territorio de hombres sabios, santos, yoguis, sadhús y fakires consagrados a brahmán -o sea, la inteligencia suprema que rige el universo y está en todo y en todas partes-. El más anciano de estos filósofos meditadores, se esmeró en atender a la gran dama, mostrándole los deslumbrantes secretos de estos seres que se han acercado a los niveles mágicos de la conciencia expandida. 69
MÁS SABE EL DIABLO Al término de la visita, la multimillonaria, agradecida, dijo al gurú: “Quisiera que alguna vez, usted visitara Londres, para poder corresponder a sus atenciones”, a lo cual, el hombre santo, respondió: “Perdón my Lady. Yo, soy Londres”. Recomiendo a mis amables lectores, analizar dicha respuesta. Confieso, que he llorado la partida de este inolvidable maestro. Siempre lloro cuando un amigo se va. Cuando se van los otros, les brindo el respetuoso homenaje de mi silencio, porque quizás, en el fondo, todos somos Londres y eso, es todo. Más sabe El Diablo.
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El código siciliano
S e trata de alguien a quien conozco muy bien y a veces, me ha hecho confidente de novelescas historias vividas todas en una vida que curiosamente se ha multiplicado por cien a lo largo de los años. Ahora cursa su segunda juventud y sin embargo, sigue ganándose la vida, con el mismo entusiasmo que debió desplegar en sus tiempos mozos. Cuando aun creía en muchas cosas.
-Y eso, que algunas mañanas, cuando empiezo a caminar las calles, me parece estar viviendo un cuento de Borges, encarando a la ciudad como a un tigre… o cosa parecida -dice-, como burlándose de la cotidiana adversidad. Quienes de verdad son sus amigos, lo aprecian por su imbatible alegría y sus dones de solidaridad a toda prueba, por eso nunca está, que pudiera decirse, solo. Y eso, es algo que mucha gente no puede decir de si misma. -En la esquina de mi barrio, había una vieja bodega italiana, regentada por Don Bernardo Caviglia, natural de Palermo. Un hombre que llegó a El Callao, decidido a anclar definitivamente la nave de su aventurera vida -me contaba hace poco-. El gringo, solía conversar con los muchachos palomillas, fiesteros, trompeadores, enamoradizos, que intercambiaban mensajes en la pared que hacía escuadra entre dos calles y se ubicada en medio de las dos puertas de su negocio. Sus charlas, que eran algo así como clases magistrales acerca de lo que es un hombre de respeto, tenían lugar al caer la tarde, cuando no era visitado por algún grupo de paisanos que apelaban a s u mediación respecto a algún malentendido o conflicto de 71
MÁS SABE EL DIABLO intereses -recuerda mi dilecto amigo-. Y uno de los temas recurrentes en sus largas pláticas, se refería a algo que él llamaba “El Código Siciliano” y que muchos años más tarde, yo descubrí como base del antiquísimo cuerpo de leyes babilónico, conocido como “Código de Hammurabi”, por atribuirse su autoría, a dicho emérito Emperador mesopotámico. Las normas básicas de esta tabla de conducta, decía más o menos así: “Primera: Para nacer, vivir y morir, la hora, es la hora. Nunca antes. Nunca después; Segunda: Mi palabra, es un documento. Y la garantizo con mi vida y; tercera, yo no delato nunca, ni a mis enemigos”. Curiosamente -según recuerda el dicente-, cuando la vida y su cercanía “a la izquierda”, lo llevaron a la prisión y la tortura, tuvo ocasión de recordar el código de su adolescencia, en largas horas de horror e incertidumbre. -Es extraño -dice- pero la vida te hace aprender de los más increíbles maestros. Un choro plantuja me contó cierta vez, que para soportar la “colgada”, lo mejor era mugir como toro. Si. Así como lo oyes. Yo, por mi parte, había leído en algún libro, el testimonio de un lama tibetano, sometido a suplicio por los japoneses. Este monje, quizás santo, quien sabe mago, sostenía ser capaz de trasladar su mente a pensamientos elevados y lejanos, mientras sus verdugos lo golpeaban en la planta de los pies con varillas de bambú, o le arrancaban metódicamente las uñas, una por una. ¿Increíble, no? Las cosas que uno recuerda cuando hace péndulo sobre el abismo del dolor y la incertidumbre -comenta este viajero que dice estar de regreso de todo-. -Pasó el tiempo -recuerda-, y cuando volví a mi país, después sufrir el calvario adicional del exilio, alguien me pasó el dato de que el jefe de mis torturadores, agonizaba en un hospital militar y yo, sin decir una palabra, comprendí que le había llegado su hora y… mi hora también. Y entonces, decidí visitarlo. Usando un subterfugio, me colé hasta el borde de su lecho de muerte y simplemente, le clavé la mirada, mientras él… o lo que quedaba de él, me reconocía trabajosamente y se desesperaba por expresar con ojos desorbitados, una desesperación que el entubado final le impedía gritar con la garganta. Cuando sus familiares auténticos, me preguntaron quien era yo, inventé un antiguo compañerismo de universidad y salí del 72
César Augusto Dávila recinto, haciendo un adiós de mano a mi antiguo verdugo. Si pues -recuerda mi amigo-, todas las horas, tienen su hora y como ese mal hombre se fue de este mundo sabiendo yo, fiel a un código de conducta que aprendí en mi lejana juventud, ni siquiera bajo tortura he delatado jamás… ni a mis enemigos. Si pues. Cada ser humano es un universo y es sorprendente lo que mucha gente tiene que contar, cuando comparte un trago con un viejo compañero de olvidados sueños.
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El corazón del hombre lobo
A veces, el ser demasiado bueno en lo que uno hace, lo lleva directo a la
tragedia. Y esto vale en especial, para Lon Chaney padre, quien murió en 1930, reconocido como “El Hombre de las Mil Caras” y sepultado bajo una lápida que no lleva epitafio alguno, sin que nadie sepa porqué. Salvo que eso, contribuye a la aureola de misterio que siempre rodeó sus actuaciones y parece haberlo acompañado en el capítulo final de esta telecomedia que llamamos vida. Resulta que Leonidas Frank Chaney, había nacido para el espectáculo, ya que sus padres -artistas de vodevil-, lo hicieron participar en pequeños papeles desde que era un niño de ocho años. Lo que mucha gente ignora, es que pasada la adolescencia, el jovencito que ya se hacía llamar Lon Chaney, deslumbraba con su apostura personal y su hermosa voz de barítono, interpretando entre aplausos bellas canciones populares, de Irlanda y la Gran Bretaña. Por entonces, estaba casado con una actriz celosa y conflictiva, cuyo apellido, Creighton, sirvió para que bautizaran -a la presbiteriana-, al único hijo de ambos, poniéndole por segundo nombre, el Leonidas paterno, que finalmente se apocoparía en el Lon que haría famosos a padre e hijo. Pero volviendo al original. El hombre jamás logró que su talento actoral fuera respetado, hasta que hizo “El Hombre Lobo”, para el cine mudo, firmando su primer contrato en serio para Universal Pictures. Su carrera teatral terminó abruptamente, cuando su escena cumbre, en un vodevil de Broadway, fue grotescamente interrumpida por su extraña 74
César Augusto Dávila esposa, quien presa de una crisis histérica, bebió veneno en mitad de la platea, armando un escándalo de película, oiga usted. Esta actuación fuera de libreto, terminó con la carrera de ambos. Ella, sobrevivió para instalarse en la quietud de un asilo para abandonados por la razón, en tanto Lon padre, se concentró en lo que mejor sabía hacer. Es decir, maquillajes especiales. Jamás nadie pudo explicarse de dónde habría aprendido ciertas técnicas capaces de convertir a los villanos en héroes y a las ya maltratadas aventureras del cine, en deslumbrantes estrellas, aunque tan sólo fuera por unas cuantas horas, si bien su súper especialidad, eran los monstruos y los seres deformes y acosados por la desgracia. Los más experimentados maquilladores, estaban de acuerdo en afirmar que Lon era un genio, aun para las más endiabladas caracterizaciones. Y, de vez en cuando, claro, la productora, le daba algunos papeles secundarios. Por ese entonces, ya corría 1,920 y algo, en tanto su único hijo tenía diez años, cuando acertó a estelarizar el primer Hombre Lobo del cine mudo y empezó a enseñar a su vástago, algunos de sus extraños secretos de la caracterización maquillada. Poco después, el ya veterano actor, trabajó en su primer film sonoro, sin mayor suceso y más tarde, personificando a un millonario loco en el rodaje de “El Trueno” -película de lluvia, rayos y truenos-, experimentó síntomas de algo así como neumonía, que finalmente se diagnosticó como cáncer de pulmón. Tan despiadado mal, le dio tiempo para escribir una cuidadosa autobiografía en la cual, explicó que sus personajes como “El Jorobado de Notre Dame” o “El Hombre Lobo”, sólo pretendían mostrar que en el fondo de cualquier persona, al margen de cómo hubiera sido maltratada por el destino, podían palpitar hermosos sentimientos. El viejo Lon, estaba casado en segundo round con una actriz de reparto que inesperadamente lo hizo muy feliz, durante los últimos tiempos de su gira artística por el planeta. Cuando lo visitó la muerte, los cazatalentos de Hollywood, volvieron los ojos a su joven hijo, que no sólo había heredado las habilidades de maquillaje y caracterización, sino también ese “infierno personal que parecía vibrar en sus ojos”, según apunte de uno de sus biógrafos. Lon Chaney Jr., vivió siempre solitario, retraído y misterioso, 75
MÁS SABE EL DIABLO frecuentemente recluido en una cabaña de piedra que poseía en una alejada montaña y disfrutando de la sombra de su padre, gracias a cuya vieja fama, protagonizó decenas de películas de terror, para Universal y MGM, durante largos años. La gente, en general, le temía y el famoso columnista de chismes Walter Winchell, llegó a insinuar que El Hombre de las Mil Caras, tenía tratos con Satanás. Lo cierto, era que su verdadero irrenunciable convenio, era férreo e inclemente y lo había suscrito con la botella, lo cual finalmente le arruinó el hígado y propició un cáncer a la garganta, que finalmente lo pasaportó al más allá. Pero… bien dicen que las leyendas, en realidad no mueren nunca. Desde que partió en 1,941, el “fantasma” de Lon Chaney, no ha dejado de asustar a escenógrafos y tramoyistas que permanecen en los estudios fuera de hora y también a algunos jóvenes debutantes que se han atrevido a burlarse del cuento. Fantasía o realidad, lo que se dice, es que una gigantesca sombra de este hombre atormentado por misterioso demonios, lanza al aire estruendosas carcajadas que nadie sabe cómo explicar. Como si desde las tinieblas, se burlara olímpicamente de quienes viven vendiendo ilusiones. Vaya uno a saberlo. En cualquier caso, la duda corre a favor del cliente, ya que como siempre digo: más sabe El Diablo, mis amables lectores.
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El duelo
P ara mí el duelo, era hasta hace un tiempo, todo un chiste. Además de
haberlo visto en algunas pelis de capa y espada, lo había gozado periodísticamente, cuando el arquitecto FBT, se batió con Teddy Watson y cuando Beltrán rehusó hacerlo con Don Carlos Miró Quesada Garrotín, denunciando a su retador en la Comisaría de Monserrate, lo cual motivó un comentado bochinche de Sofocleto, quien repartió el cuento de que el licor Beltram (una especie de ponche preparado, muy popular por entonces) no tenía huevos y no se batía. Y no quiero olvidar a Don Celestino Manchego Muñoz, sempiterno senador por Huancavelica, que se batió nada menos que catorce veces con rivales surtidos, tanto a sable, como a pistola, siendo su último desafío, el que ya anciano lanzó contra el también senador Protzel, de las tiendas pradistas, que se rajó en las trancas y no quiso entrar al pleito, cuando ya el veterano duelista, se aprestaba a darle chicharrón. Bueno pues. Yo creía que el duelo, era nada más que una anacrónica payasada, hasta que me tocó vivirla en loco y en directo, por obra y gracia de alguien que se tomó cierta broma dominical demasiado en serio. Siempre los terremotos y la posible predicción de los mismos, han sido buenos temas para los magazines y en tal virtud, comisioné a mi entrañable amigo Mario El Gordo Campos, a fin de que entrevistara a un supuesto experto en el asunto. Mi entonces redactor, cumplió a cabalidad dicho encargo laboral y fiel a su estilo, hizo algunos requiebros graciosos a las respuestas del entrevistado y, sobre todo, a la cara que ponía al disparar 77
MÁS SABE EL DIABLO cada respuesta. A mí me pareció okey y tras editarlo convenientemente, lo publiqué nomás, ilustrándolo con las fotos del cliente, que, a decir verdad, tenía cara de lo que afirmaba El Gordo, lo cual no era culpa de nadie, aparte de la genética y la vida, como se dice, oiga usted. El lunes siguiente, muy de mañana, se aparecieron por mi oficina, dos atildados caballeros, que exigían hablar no con el redactor, sino conmigo mismo, que era, como se sabe, el Jefe de Redacción del aludido dominical. Yo, los saludé muy cordialmente, sin imaginar lo que se traían entre manos. Resulta que venían por encargo del mayor retirado, protagonista del cuento, el mismo que, sintiéndose ofendido, me exigía, en el campo del honor, una reparación por la vía de las armas. Al principio, lo tomé al cachondeo, luego pedí disculpas por intermedio de los dos acuciosos padrinos, ofreciendo una rectificación y, finalmente entendí, que la cosa no estaba para juegos. El pata quería el duelo, si o si, más rápido de lo que canta un loro. Entonces, asumiendo mi condición de caballero sin caballo, precisé: “en tal caso y apelando al Código del Marqués de Cabriñana, en mi condición de desafiado, me reservo el derecho de escoger las armas”. -Bueno -me respondió el padrino namber guan- el mayor ha pensado en el sable, a primera sangre. -No, no, caballeros -puntualicé-, exijo mi derecho y quiero que el lance se realice con pistola, a veinte pasos. Y quiero precisar que por mi historial de ex sargento de Caballería, mi especialidad es poner la bala entre ojo y ojo. Añadí que nombraba como padrinos a Don Angel Hernandez León (un ex actor y gran trafasista, más conocido como Mascafierro) y a mi tío putativo Don Andrés Archimbaud y Meave (el bohemio y trompeador “Pichón de Pato”,que siempre me honró con su cariño). Se fijó fecha y hora. Un viernes a las cuatro de la mañana, como mandaban los cánones, en el bosque de Matamula, campo del honor adecuado a nuestros pergaminos. Naturalmente, yo no tenía ninguna intención de escabechar al buen mayor por más desubicado que fuera y mucho menos dejarlo probar suerte a ver si me atizaba un plomazo aunque fuera de chiripa. 78
César Augusto Dávila La verdad era que Mascafierro atesoraba de sus tiempos teatrales, un par de pistolones fanfa, con caja de madera y todo, los mismos que se cargaban por la embocadura con algo de pólvora que luego se taqueaba con un tarugazo de algodón. De modo que al disparar, hacía un escándalo de la gran seven, pero a veinte pasos, no mataba ni una mosca. Ese era mi truco. Y ya en el campo del rufufú, ataviados para la ocasión tenida negra, capa y bombín, mi padrino, “Pichón de Pato”, se daba maña, de rato en rato, para acercarse al terreno rival y proclamar: “¡Según el Código del Marqués de Cabriñana, de dos rufianes que se baten en el campo del honor…uno, queda!”lo cual, como se entenderá, crispaba los nervios de mis ocasionales contendientes. La noche anterior, mis padrinos y yo, habíamos comentado jocosa y espirituosamente, los acontecimientos, así que el vacilón estaba asegurado. Finalmente, en un adorno pinturero de la gracia, propuse a mi retador, resolver el asunto al estilo de Karamanduka. Es decir, a puño limpio y tres asaltos interbarrios. Tampoco quiso. Y cuando vio los trabucos aportados por el bravo Mascafierro y atisbó de pasache el ánimo no sólo combativo, sino cachimbero que me impulsaba, terminó por arrugar. Los belicosos desafiantes, terminaron dando por zanjada la cuestión de honor, exhortándonos a una “conciliación caballerosa” -lo cual acepté por no prolongar la astrakanada- y además, por ese entonces, mi vida era una fiesta y yo no podía perder el tiempo tiroteando judokos, mientras cosas más dulces y seductoras, me aguardaban, justo a unas cuadras del presagioso bosque amanecido. Entonces pues, me limité a lanzarle la mirada del desprecio que estila ya saben quién cuando le mientan el Opus y terciándome la capa, me marché a paso lento, escoltado por mis dos cuchufléticos padrinos, que me acompañaron hasta la puerta de casa de La Pérfida, mujer que amé y perdí por culpa de mi vida gitana. Y luego, entre tragos y besos, eché el cuento del duelo, al basurero de todas mis historias. Por algo digo y repito que más sabe El Diablo, mis amables lectores… 79
El hombre que hacía llover
N o era ningún brujo. Antes bien, se ganaba la vida vendiendo máquinas
de coser de pueblo en pueblo y allá a principios del siglo que se fue, afirmaba dominar el secreto empleado por los hechiceros sioux para convocar la lluvia, a despecho de las más crueles sequías que pudieran castigar al territorio norteamericano. Se llamaba Charles Hatfield y, naturalmente -como suele suceder con cualquier genio-, las doctas personas bien informadas, lo calificaban de charlatán y/o loco, al half and half como se dice en gringo. El pata, pasaba los inviernos en la tibia California y de vez en cuando, encontraba quien le creyera el cuento y le pagara algunos miles de verdes, a cambio de organizarle una modesta lluviecilla que salvara la cosecha de uvas y manzanas, de esas nutridas por el sudor de los “espaldas mojadas” que antes exportaba México. Pero, como bien se sabe, los Yunaites, siempre han sido “tierra de oportunidades” y un buen día, un mecenas -de esos que ya quedan pocos-, se le apareció a Mister Charles, misma Virgencita de Motupe, prometiéndole financiar su remojante proyecto, a cambio, claro está, de un suculento porcentaje, tal como se estila en territorio cowboy, mi estimado. Naturalmente, el platudini de la historia, no creía en cuentos sioux ni en pajaritos preñados, por lo que exigió a su potencial socio, que le contara a la franca, en qué consistía el rufufú. Así pudo enterarse de que Hatfield sería charlatán, o lo que tú quieras, pero de vonhue no tenía un pelo y su secreto para “manejar el clima”, como solía decir, consistía en la correcta aplicación de una “fórmula secreta de 80
César Augusto Dávila 23 elementos”, gracias a la cual podía hacer llover hasta en el desierto del Sahara. Nunca se sabrá cómo, pero entre chamullo y merengue el genial Charles “hizo llover” de la cuenta de su generoso asociado, toda una catarata de billetes, que luego invirtió sabiamente en avisos de prensa, decorados con imágenes de curanderos piel roja, además de entrevistas radiales a cargo de entrevistadores mermeleros que siempre ha habido aquí y en Sebastopol, mi estimado congénere del chilingui. Convertido ya en “El Hombre que hace llover”, Charles Hatfield, se dio el lujo de rechazar desafíos surtidos de variados científicos que pretendían refutar en público la posibilidad de hacer llover a voluntad. Como quiera que fuese, en diciembre de 1915, el Consejo Municipal de San Diego-California, lo contrató para que pusiera fin a una prolongada sequía que amenazaban arruinar a los agricultores de la zona. Y el tío, recogió el guante, o la manguera, si mejor viene al caso. Y entonces pues, como primer número del programa, exigió que le construyeran una elevada torre, justo al centro de la más complicada zona del seco negocio. Una vez encaramado en dicho elemento y tras hacer un poco de teatro sioux, con danza, fuego, plumas y tambores para “embobinar al publicate”, el hombre lanzó al aire, un pocotón de sus “polvos mágicos”, para luego marcharse caballero nomás a su casita, mientras los financistas del experimento -desconfiada que es la gente-, le mentaban la madre por lo bajo, suponiendo que les había hecho el cuento del tío que viene de Huacho, aunque todavía no se inventaba dicho bururú. Para que vean ustedes lo que son las cosas: el 5 de enero de 1916, a las 6 de la morning en punto, se arrancó sobre California, una súper lluviota de la jijunay press, que se prolongó por 17 días con sus noches, diluvio que los científicos, oliéndose alguna maniobra del Diablo, midieron en más de un metro cúbico de “precipitaciones pluviales acumuladas”, guárdame esa flor, compadre. Se ahogaron un mar de judokos, se desbordaron los ríos y se derrumbaron cuatro puentes y dos represas de yapa. Así, el Consejo contratante, no sólo resolvió no pagar al milagrero, sino que lo demandó por una millonada coherente con los daños y perjuicios que es de imaginar. Hatfield desde luego, salió a juicio y cuando la vio perdida, sacó un cachoso As bajo la manga, convenciendo al jurado de que “finalmente, la 81
MÁS SABE EL DIABLO lluvia había sido un acto de Dios”, con lo cual se cerró el programa pasando a comerciales, por cortesía del detergente de moda. Pero si ustedes creen que este mojado acontecimiento arruinó a Hatfield y su secreto para hacer llover, déjenme sacarlos de su seco error. El gobierno italiano, lo invitó a combatir una sequía napolitana en 1,922; poco después, Honduras lo convocó a fin de que venciera un aterrador incendio forestal y en 1,945 un acrobático Burt Lancaster personificó a Hatfield en el exitoso film “The Rainmaker”, que si bien quiere decir “El Hacedor de Lluvia”, o algo así, los envidiosos que nunca faltan, los tradujeron como “El Farsante”, pues no hay lluvia que ahogue a los roñosos que sufren por el triunfo ajeno. Bueno pues, el hecho es que ya en 1,930, los gringos (que son tan inteligentes, según dicen las huachafas de ayer y hoy), descubrieron que los cristales de yoduro de plata eran - en verdad-, la base de la “fórmula secreta” del misterioso Hatfield. Y ahora pues, cualquierita que posea dichos elementos, puede fabricarse un diluvio a la medida, sin brujos sioux ni la contumelia del salchipapas. Pero… pero… siempre hay un pero, como dijo Armando Manzanero. Hace veinte años, un caprichoso incendio se desató en los pastizales que rodean Machu Picchu, al punto de amenazar nuestras consagradas ruinas del ayer incaico. Agotados los esfuerzos de bomberos, soldados y una american company que trajo aviones y soluciones químicas de las que se usan en California sin lograr se apagara la candela, a algún chistoso se le ocurrió convocar al Alto Misayoc -una especie de súper brujo andino- quien luego de su “pago” y “despacho a la Pachamama”, originó un aguacero de la gran seven que apagó el siniestro en menos de lo que canta un gringo. Habría que averiguar, si el taita, no se manejaba -solapín nomás-, con esos cristales que le arruinaron el cuento al tío Hatfield, pues dicen los escépticos, que el más sabio de los sioux, respondía acertadamente cualquier pregunta sobre la Guerra de Secesión, consultando unos viejos ejemplares de la Enciclopedia Británica, que tenía caleta en su humilde choza de sabelotodo. En fin. En cualquier caso, más sabe El Diablo, carretitas. 82
El País de los Choros
C onforme usted trata de no saber, este país existe -más bien son dos-,
caficha nuestro territorio y además, nos ha declarado la guerra a todos los que tratamos de vivir de nuestro duro esfuerzo laboral, legítimo, que le dicen.
El “País de los Choros namber guan”, es elegantón, de cuello y corbata, tiene como víctima preferencial el Tesoro Público, o sea, todos nosotros y, difícilmente paga sus culpas, pasando piola y siendo a menudo premiado con el fajín ministerial, para no hablar de honores más rancios todavía. Este país, se conforma con chorear grandes sumas mediante enjuagues y corruptelas de la más variada y creativa índole, amén de navegar en barco pirata con bandera de judoko, viviendo a lo rico y famoso, educando a su prole en caras universities y constituyendo empresas en Gran Caymán, Islas Vírgenes, Singapur, o algún otro paraíso todavía no muy manyado, a fin de esconder adecuadamente sus latrocinios, oiga usted. Con sus distintos perfiles de época, existe desde los tiempos incarios -si no, de dónde el ama sua, pues-, se consolidó durante la Colonia y ya, en la República, ha conocido y sigue disfrutando el status extraterritorial que entre nos, suele concederse a personas decentes. Esas que siempre están en el ajo y sostienen que vivir fuera del presupuesto, es vivir en el error. Por lo general, sus “habitantes”, suelen estar candidateando a algo y a veces, mi estimado, ganan, porque así es nuestro populorum. 83
MÁS SABE EL DIABLO Le encanta que le hagan el cuento. Y sigue siendo lo mismito, a lo largo de nuestra Historia. El referido país, es una suerte de parásitus gigantorum, que convive con nuestra realidad y, salvo llevársela en paila, mientras los demás batallamos contra el hambre, no nos incomoda mucho más que se diga. El “País de los Choros namber tu”, en cambio, es uno que literalmente vive a la vuelta de cada esquina y ahora que se ha modernizado, no se conforma ya, con levantarnos el televisor, arrebatarnos el celu, secuestrar, o cogotearnos a la family. No, pues. Ahora, lisa y llanamente “la cosa es con máquina”, como se dice en el Llauca y pueden meternos plomo hasta en los zapatos, sin considerar que la víctima sea hombre, mujer, niño o anciano, o que el choreo en cuestión sea poco menos que el sueldo mínimo vital que ha prometido aumentarnos el tío Ollanta. La chorería lumpen, se ha salvajizado pues, además de extender eso que los cultos llaman “contagio social” a numerosos policías, jueces y cuidacanas, con lo cual, queda dicho que de nada servirán los discursos y anuncios de medidas extremas, mano dura, o reingeniería institucional, que ya hemos escuchado durante los últimos cincuenta años, durante los cuales, como decía el inmortal Humberto Martínez Morosini: “aquí no pasa nada”. Lo que si pasa, es que cada día, a los habitantes del “País Normal”, por así llamarlo, nos resulta más difícil seguir viviendo en el marco de una cierta normalidad. Algo que nos permita chambear tranquilos, enviar a nuestros hijos al cole sin que su vida o su integridad corran riesgo, o le permita a nuestra ñorsa ir al mercado sin peligro de que cualquier miserable, le arranche el monedero o la lesione seriamente en caso de “oponer resistencia” -como suelen decir las autoridades tomberiles. Y frente al expuesto estado de cosas, nuestras autoridades -de ayer y de hoy-, sólo nos ofrecen huecos discursos y tambaleantes medidas que jamás dieron resultado positivo del cual se tenga memoria. La corrupción también carcome a la policía en el negociado de la gasolina, el rancho y el “presupuesto de inteligencia” que solía utilizar el tío Remigio, pero que ahora, sólo engorda ciertos bolsillos y nada más. Y poner a los furrieles a patrullar, es como mandar a los boy scouts a poner orden en el Jirón Loreto, o enviar pichones de gato a pelear con tigres. 84
César Augusto Dávila Ni siquiera resulta chistoso. Hace muchos siglos, un famoso guerrero conocido como Alejandro Magno, que casi casi se come Europa entera, inventó el credo fundamental de todos los servicios de inteligencia (hablo de los que si funcionan ¿ya?) del mundo. Esto es: ¿Quiénes son? ¿Cuántos son? ¿Dónde están? ¿Qué armas tienen? ¿Quiénes los apoyan? Y, finalmente: ¿Qué quieren? Si de verdad alguien desea combatir adecuadamente al “País de los Choros namber tu”, tiene que aplicar estos sabios principios, con ayuda de municipios, parroquias y organizaciones civiles, que contribuyan a elaborar un ineludible Who is Who de la chorería lúmpen. Sin dicho instrumento técnico-social, todo lo que se diga o se prometa hacer, es manualidad de adolescente garañón. Es decir: pura paja, compadrito. Debiéramos recordar además, el pensamiento de otro célebre guerrero. Uno que existió hace más de mil años, se llamaba Tsun Tzu y ha merecido históricamente la chapa de “Padre de todas las Estrategias”. Él decía sabiamente: “quien pierda la población, perderá la guerra”. Y así es. A la franca. Si no se organiza de manera eficaz y en buena onda las Rondas Vecinales, difícilmente se podrá combatir a este sañudo enemigo que viene causando tanta desgracia a nuestro pueblo. Y algo que no hay que hacer, de ningún modo, es contratar a esos “expertos en seguridad”, cuyo último cachoso consejo a la ciudadanía, consistió en proclamar: “lo mejor, es no pasar por donde están los delincuentes”. En este, como en muchos otros casos, bastará con integrar un comité de gente honesta y valerosa, que se decida a actuar aplicando el sentido común, que lamentablemente siempre ha sido el menos común de los sentidos. Y por último, si no atan ni desatan, pregúntenme con confianza. Recuerden que más sabe El Diablo.
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El preso es un negocio
D esde
aquellos lejanos días en que el taita José María Arguedas, escribiera “El Sexto” y el ex joven aprista Juan Seoane, se esmerara en “Hombres y Rejas”, si algo ha cambiado en los presidios del Perú, esto ha sido para peor, o dicho de otro modo, las antiguas universidades del delito, ahora dispensan esa suerte de maestría, posgrado o cualquiera de las tangas que usan para satisfacer su vanidad o enriquecer su curriculum vitae, aquellos que jamás aprenderán el oficio en sus reales dimensiones. Claro. Si han tenido que estudiar tanto de lo mismo, es porque seguramente, son muy brutos. En las peruvian canas, siguen campeando los capazotes, caporales o batuteros, los privilegiados charlies, los salvajes mataporgusto y, desde luego, los lacras que a veces sirven como “limpieceros”, además de los “paqueteros”, suerte de baja policía en tales lugares donde no hay ninguna otra. Y como todos los submundos, el de la cana, tiene su “orga” bien acomodada. Es decir, un establishment, donde la regla de oro es “quien tiene el oro, hace la regla”. Lo demás, es una triste excepción, como los maricas sin marido bravo que deben dormir en “La Capilla”, para que no se anden quejando a gritos a medianoche, o armen barullo por cuestión de celos o arrebato de cliente, cosa que también pasa, compadrito. La cana, es la cana, como la U es la U, según filosofa José “El Puma” Carranza. Y la cana cuesta, como me informó un importante empresario que tuvo un fugaz paso por las instalaciones de la Dircote, -saludo a la bandera, 86
César Augusto Dávila mi estimado-, quien me comentó sorbiendo un whisky: “he conocido mejores hoteles, claro. Este era, digamos, un tres estrellas, donde cada tarde les preguntaba a los muchachos, ¿Qué quieren comer?. Y entonces, mandaba por pollo a la brasa, chifa, o lo que pidiera el público, para en la nochecita, pasar al dormitorio del Coronel que gentilmente me cedía dichas instalaciones durante los quince o veinte días que permanecí en el establecimiento, como invitado, digamos”. Pero ya, a otro nivel, para los cuidacana, de Rey a Paje “el preso es un negocio”. Desde que llega, es calificado y desde luego, valorizado. En seguida las, digamos, autoridades, sabrán que clase de cliente es y que trato debe recibir en consecuencia. Un choro cualquiera, pero que tiene su caleta o su guardao, podrá pagar por el derecho a dormir en catre, con frazada y quien sabe hasta con guardaespaldas. Ya después se le podrá vender comida del kiosko -para que no pase paila-, y quizás, ya, en palabras mayores, estará en capacidad de comprar un celular con varios chips, para que siga “generando” (es decir, coordinando secuestros, atracos o apretones), pues de otro modo, podría dejar de ser negocio. También se le puede negociar “máquina” (pistola, o chimpún, arregladito sin número en Las Malvinas). Otra cosa es, si el pata tiene carretaje adentro. O sea, tipos de su misma calaña, barrio o collera, ya organizados en banda, para vender drogas, chicha canera, o cosas más finas y además protegerlo de faites o apretadores que como sucedió en Piedras Gordas con Johnny Vásquez Carty (a) “La Gata”, le saquen a la brava una fuerte cantidad de dólares a cambio de su tranquilidad o incluso su vida. Y eso, que el mencionado “sequero” (secuestrador), era yunta de Manuel Francia Pesaque “Negro Francia”, pero el “Cojo Mame” estaba arreglado con las autoridades y entonces, el ex policía tuvo que aflojar caballero nomás, veinte mil dólares de su guardao ya que sabía lo que podría pasarle entre gente que incluso había mandado matar a un Director de cana que se les puso flamenco, y no pasó nada, compadre. Y así va subiendo la escala, hasta llegar naturalmente al piso de los Charlies narcotraficantes, o burriers extranjeros bien respaldados por sus empleadores en el transporte, para que mantengan la rica boca cerradita, o -en general-, gente de dinero. Estos personajes, como “El Ingeniero” Tijero, por ejemplo, sólo sufren la limitación de sus 87
MÁS SABE EL DIABLO movimientos en el exterior, porque adentro gozan de todas las goyerías que es posible imaginar. Tele a colores, droga fina, comidita de casa, o restaurantes fichos, visita de esas “modelitos” que publicitan sus servicios en los merciocos, muchas de ellas, caseritas del Cholo Jacinto que ahora veranea en Challapalca y cositas así. Eso explica, las sonrisas de Juver y aun las groserías del Cholo Payet, cuando alguien dice que pasarán no sé cuantos años tras las rejas. Ellos saben que la prisión, es un infierno para el delincuente ocasional, para el que metió la mano como aficionado, o para el que estuvo en el lugar equivocado, en el mal momento. Pero para la gente de avería, la cana es sólo un “accidente de trabajo” o un eventual cambio de ambiente. Algo que durará cierto tiempo, o se arreglará con plata, un buen boga y por supuesto, un juez comercial, como los que libraron al apagón a Olluquito junior hace una semanitas nomás. Esta es más o menos la realidad condicionada por la gravísima corrupción de nuestro tejido social. Algo que no se puede solucionar sólo con buenas intenciones, ni con la varita mágica de ningún otorongo Mandrake. Hasta hace algunos años, yo estaba en contra de la pena de muerte. Incluso participé en seminarios sobre tan picante tema y contribuí a la redacción de dos o tres libros referidos al asunto. Ahora, mejor no me pregunten. Además, si digo que el país necesita una total reestructuración, las buenas y decentes conciencias, van a decir de mí, cosas que ya han dicho antes y que en este pacato reino del cojudismo, se aplican a quien canta claro las verdades y siempre ha batallado por un gran cambio. Acá se dice, por ejemplo, que la pena de muerte no reduce la incidencia del delito, sin considerar que los desajustes sociales, siguen incorporando cien reclutas a los ejércitos del delito por cada uno que ya no podrá delinquir desde el más allá, salvo mejor o más ilustrado criterio. Otros creen que todo se arreglará licencia do a la tombería corrupta, que sobre el pucho, pasaría -digo, si alguien llega a hacer realidad tal desatinoa engrosar las más peligrosas filas de los profesionales del delito, si acaso, no han hecho ya, por ahí, como jugando, su par de kekos chuecos. Se afirma que la pena de muerte no disuade al delincuente. Y yo recuerdo como si fuera ayer, cómo palidecían los asesinos Mario Borsi 88
César Augusto Dávila Globas y Agostino Rizaletti -que degollaron al chofer Eusebio Villón, para robarle veintiocho soles-, cuando los caneros viejos por burlarse de su terror, les gritaban que se iba a reimplantar la pena de muerte. -¡Bachiches…los dos van a ir al palo! -era la voz, que, los hacía estremecer de pies a cabeza-. A mí que no me lo cuenten. Y por último, hay judokos de todos los sexos y pesos, que argumentan que “sólo Diosito, Tata Lindo, puede dar y quitar la vida”. Bueno. Eso sería bacán que alguien se lo explicara a los asesinos, por ejemplo. Acude a mi mente, la genial caracterización de Sir Charles Laughton, encarnando al Capitán Bligth en “El Motín del Caine”. Contemplando a tres amotinados que colgaban de los palos más altos del navío, un grumete, le dice al citado Capi. -Me temo, señor, que nos hemos excedido al tomar justicia-. A lo cual, el recorrido marino responde: “Yo sólo te digo una cosa, my son. Ninguno de estos trujamanes, volverá a cometer una tropelía”. Y eso, es algo de lo cual, yo también estaría seguro. Tanto como para afirmar que psicópatas, como Loco David o Cholo Payet, no conocen ni sienten, amor, compasión, asco o remordimiento. Disponen de dinero y familiares complacientes, lo cual, los hace triplemente más peligrosos. Más ahora, considerando que el preso es un negocio. Yo sé porqué lo digo. Más sabe El Diablo.
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La maldición
D iscúlpenme la huachafería, pero ya no hay otra explicación. Nuestro
seleccionado futbolístico -sean quienes sean sus integrantes-, es víctima de una tremenda, antigua, misteriosa, pero altamente efectiva maldición. Y por lo tanto, mientras no se contrate al consagrado exorcista capaz de conjurar el maleficio, todos los jugadores, DT’s, dirigentes, árbitros, comentaristas y otras prendas, que viven de este gigantesco y desmoralizante negocio, deben dedicarse a otra cosa, como por ejemplo, jugar a las bolitas, al ampay o… a “ladrones y celadores” que les caería a más a pelo, mi estimado. Y si hay que hacer ya, un enorme esfuerzo de tolerancia, considerando que hay gente que goza pateando las pelotas, podrían dedicarse al interclubes - interprovincias, con lo cual, el asunto quedaría limitado a los escándalos, “barras bravas” y, eventualmente a un asesinadito o por ahí, evitándonos la vergüenza internacional que padece nuestro país, cada vez que esta murga de impresentables, se aparece representándonos ante el mundo, generando viajes de comechados -dirigentes, periodistas, aguateros y otros etcéteras-, que sólo sirven para engrosar las arcas de la FIFA y otros Burgas, aparte de favorecer los astronómicos ingresos de esos “goleadores europeos” que una vez investidos de la casaquilla nacional, no sirven ni para anotar un desdichado tiro al palo. Yo, hace mucho que no presto atención a nada relacionado con “nuestro” fútbol, y en lo que se refiere a la política, sólo me sirve como eventual materia prima considerando que evitar cualquier tipo de contacto con esta otra actividad frustrante y depresiva, representa el logro más elevado de la higiene mental que me he impuesto hace ya, varios años. 90
César Augusto Dávila Pero volviendo al fútbol, desde mis tiempos de palomilla y pelota de trapo, vengo escuchando las disculpas que suelen seguir a las habituales derrotas de estos profesionales del “yo no fui”. A veces, se quejan del árbitro, otras, de la altura, para variar, lamentan la ausencia de algún fantástico súper crack, o critican ciertos errores del eventual entrenador, que -aquí entre nos-, ya sólo nos haría falta un extraterrestre, pues hemos tenido ingleses, húngaros, alemanes, argentinos, brasileños y ahorita nomás, “un mago” uruguayo, aparte de los inútiles nacionales, que en materia de ineptitud, chamullo y cobranza, siempre se llevaron la palma. Tras las consabidas patinadas, los titulares que se acostumbra -y alguien o alguienes deben estar pagando desde hace mucho tiempo, a mí que no me la cuenten-, suelen ser: Perú cayó guapeando, Nos traicionó la Altura, Matemáticamente todavía clasificamos, En la segunda vuelta nos desquitamos, El público jugó contra nosotros y boludeces de este tipo, a la que acaba de sumarse, otra, que es el yanoyá de la cojudez, con perdón del peruanismo. Si pues. El arquero “Súperman” que no ataja ni una vaca en un ascensor, ni agarra una tortuga en cancha de bochas, dice que “la nueva pelota es muy liviana”. Es decir, que el Buen Señor, se lo recoja. ¿Y qué pasaría si la bola -que debiera atrapar este boludo- fuera más pesada? Además -para que no se diga-, mis colegas de la especialidad, siguen escribiendo sobre Los Olímpicos del 36’ que tampoco fueron la mamá de Tarzán, sino que medio empataron un partido con Austria, el mismo que el loco Hítler ordenó suspender en honor a la “superioridad” de la raza aria. Alaban a los muchachos de México 70’, que ganaron un trofeíto fair play, por ser graciosos y buena gente. Pretenden creer que si Didí hubiera puesto a Orlando “Chito” La Torre, entonces Gerson se asustaba y le ganábamos a los pentacampeones brasileños. También comentan los cañonazos de Lolo Fernández y los tremendos mitrazos de Valeriano López “El Tanque de Casma”, que burdeleaba amanecido con su cumpa Barbadillo, salíendo medio durangos a la cancha, pero metían por lo menos tres pepas, oiga usted. En eso están -mis colegas- hace más de medio siglo, mientras nuestra 91
MÁS SABE EL DIABLO “sele” se lleva todas las copas del ridículo en cualquier terreno que intervenga. Entonces pues, mirando la cara de judokos que ponen los siempre esperanzados hinchas -y los hinchados-, horas antes de cada partido y cómo se aproximan peligrosamente al infarto del desengaño, cuando se produce el invariable resultado, a mi sólo me queda comprender que nuestro fútbol sufre una maldición tipo aquelarre de la cual sólo nos salvaremos cuando sabiamente nuestros futbolistas y los que viven de tal cuento, se dediquen a otra cosa (bolitas, voley, origami, vender turrones), y la práctica del fútbol se prohiba por ley, considerando tal disciplina como el verdadero “opio de los pueblos”, que se olvidó de inventar Marx. Y en materia de maldiciones yo he vivido lo mío, no crean. En cierto tiempo me rompí el alma, tratando de encarrilar a cierta novia que tenía -por maldición, llegué a creer en ese entonces-, poderosas tendencias puteriles. Bueno pues, andando el tiempo, volví a encontrarla. ¿Y saben qué? Es casi millonaria y posee todo un edificio, mientras yo, sigo haciéndola de escribidor nomás y muchas gracias. De modo que, como puede apreciarse, en cuestión de maldiciones… más sabe El Diablo…¡Maldita sea!
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La naturaleza humana
L a famosa novela “Yo, El Supremo” del desaparecido Augusto Roa
Bastos, nos habla de un célebre y temido dictador paraguayo, el sanguinario Doctor Francia, nada menos que guardaba celosamente en su espartano dormitorio, un gigantesco baúl, que contenía, lo que literalmente era “El Tesoro de la Nación”, títulos de propiedad, documentos importantes, algunas barras de oro y -cómo no-, dinero contante y sonante, que sólo él y nadie más, podía manejar. Y esta anécdota, probablemente cierta, ilustra con diáfana claridad, lo que, en uno u otra medida, suponen los personajes que ya sea por imposición violenta o por mandato de las urnas, llegan a instalarse en los palacios presidenciales. Estos seres, anhelosos de poder y reconocimiento, suelen tener, como cualquiera de nosotros, una o varias ideas, de lo que se debe hacer en aras de solucionar los múltiples problemas que nos aquejan. También piensan en “la grandeza del país” y, a veces, incluso, alucinan lo que debe hacerse para que la selección futbolística, llegue a competir por el campeonato mundial de dicho popular deporte. A veces, son auténticamente patriotas. Claro que albergan también en su repertorio, creencias referidas a la religión, las razas y otros prejuicios que a todos nos amenazan, aparte de una o dos cositas de ejecución urgente, a fin de ajustarle las clavijas a uno o varios personajes, a quienes se la tienen jurada desde que eran chibolos, anda tú a saber porqué. 93
MÁS SABE EL DIABLO Y bueno, una vez entronizados y con la banda presidencial colgada en el Despacho, tan ilustres personajes, intentan poner en marcha sus viejas ilusiones, a veces coincidentes con promesas de campaña o discursos de convocatoria. Y es entonces, cuando el Ministro de Economía -generalmente graduado en alguna universidad angloparlante y devoto del ya fracasado esquema neoliberal-, le responde con todo respeto, que esto y lo otro, son cosas muy justas, pero… que por el momento, son imposibles por razones de presupuesto, salvo que populistamente se lleven adelante con el grave riesgo de inflación, masivo ataque de los medios de comunicación, siempre en poder de importantes grupos económicos y cosas así. Pero la verdad de la milanesa, es, mi estimado, que si por ejemplo, nos devolvieran la plata que nos choreó el Estado durante mucho tiempo con el cuento del FONAVI, se abriría un tremendo forado en las arcas gubernativas y no es improbable que el Subdecano, aludiera al asunto como un “funesto precedente” o como una “luctuosa decisión”, siendo entonces, lo más probable, que el tema pasara al archivo de los recuerdos, donde dormiría el injusto sueño de todas las causas justas que jamás serán puestas en justicia. Y no es que debamos dividir el mundo entre buenos y malos o jovencitos y bandidos, como hacíamos en nuestros cazueleros tiempos de las cowboyadas. Sucede que la primera víctima de toda guerra es La Verdad y que antes de pretender instaurar sistemas “democráticos” en los países que hoy protagonizan “La Primavera Árabe”, deberíamos analizar su historia, plagada de jeques, sultanes, Sherezadas, Aladinos y alfombras mágicas, amén de las promesas paradisíacas del Profeta Mahoma, los velos de las Gurkas y de pasache, los harenes que siguen teniendo los millonarios de por allá y la esclavitud que funciona igualito que hace siglos. Es decir, se desconoce absurdamente la naturaleza humana de los no judíos que habitan esas latitudes, desde que se derrumbó el poderío egipcio y hasta hoy siguen restregando la nariz en el suelo, cada vez que el muecín canta su copla desde lo alto de la torre sagrada. En lo que respeta a nuestro amado country, presten atención a la grita generalizada contra el crimen, pandillaje y extorsiones que nos van ganando una guerra que nadie combate. Probablemente, usted también se declare indignado por el tema. Pero cuando alguien hable de aplicar la pena 94
César Augusto Dávila de muerte a los miserables rematados, inmediatamente surgirán las plácidas, buenas conciencias que se horrorizarán en nombre de diosito y lo que diga Monseñor Cachipriani que ahorita mismo se quiere levantar la rica herencia de un Marqués, a la mayor Gloria del Señor, con bendición del Opus Dei y el Vaticano, compadrito. A propo. Cuando yo laboraba en el extinto diario El Observador, estalló la guerra de Las Malvinas, con la ulterior invasión de barcos, aviones y helicópteros de la Gran Bretaña, por lo cual, mi gran amigo César Arias Quincot me ganó una apuesta. Una de estas aeronaves, era pilotada por el Príncipe Andrew, claro que volando a retaguardia nomás, porque no hay que exagerar tampoco, con la sangre real, oiga usted. Muy cerca a mi escritorio, laboraba una ilustre dama, muy relacionada con la Marina, y entonces yo, sólo porjo, en lo que soy asaz diestro, le dije: “¿Ya ves, amiguita, cómo la reina de los ingleses manda a su hijo engreído a combatir? Así debemos hacer nosotros con la pituquería cadetil, en caso de emergencia”. A lo cual, la señora al borde del soponcio me respondió: “¿Qué cosa? ¿Mandar a los chicos a la guerra? Si para eso están los cholos”. Con lo cual, confirmé lo que siempre he creído acerca de ciertas personas. También comprendí de un solo pantallazo, lo que nunca podrá hacerse en el país ni en el mundo, pues siempre estará ahí, para impedirlo, la infranqueable barrera de la naturaleza humana. Y entonces pues, cualquiera que pase de los cincuenta, estará de acuerdo conmigo, en que una vez superada la ilusión del tiempo, y encallecidas ciertas llagas, más sabe El Diablo, mi estimado.
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La policía
U no de los sueños locos que alucinaron mi juventud primera, consistía en
puntualizar como requisito para obtener el documento de identidad nacional -que antes se llamaba Libreta Electoral-, el haber leído y comprendido “El Mundo Es Ancho y Ajeno”, del inolvidable Ciro Alegría. En esta sensacional novela, que ningún peruano debiera ignorar, se relata la vida y miserias de la Comunidad de Rumi, perdida en los Andes y en los vericuetos de nuestras historias. Es decir, la ficcional y la verdadera, que a veces, es más triste todavía. El citado voluminoso libro, llegó a mis infantiles manos de manera misteriosa, cuando apenas tenía ocho años. Desde entonces, lo he leído y releído más o menos doce veces y otras tantas, sus narraciones entrelazadas, me han arrancado lágrimas de frustración, al comprobar que muchos -si no todos- los problemas, abusos y contradicciones, allí relatados, han sobrevivido a las diversas vidas que he vivido hasta esta mañana fría y garuada, como la tristeza misma. Una de las breves secuencias de esta biografía del Perú real, me estremeció cuando apenas era un chiquillo y me sigue doliendo en el alma, hoy, que he terminado por creer en muy pocas cosas. Y se refiere al día en que Rosendo Maqui, alcalde de los comuneros, termina por comprender que de nada valdrá tener razón, ni gritar pidiendo justicia, mientras personajes como el gamonal Álvaro Amenábar y Roldán, tengan de su lado a la policía y además, puedan comprar la conciencia de ciertos jueces. Entonces, el viejo Rosendo, en palabras del gran Ciro “se sentó a la 96
César Augusto Dávila vera del camino y se puso a llorar, cual una vieja piedra que resumara humedad”. Dicen quienes lo saben, que “El Mundo es Ancho y Ajeno”, fue ninguneado en un importante concurso convocado en el Perú, en razón del -entonces- credo aprista del escritor, lo cual no impidió que posteriormente ganara otro certamen en Chile y luego conquistara la fama en Estados Unidos, a través de un consagratorio comentario de John Doss Pasos, seguido por Carleton Beals y otros eruditos literarios. Actualmente, el libro se lee en más de treinta idiomas y es un texto de culto para varias generaciones de investigadores sociales. Pero el país que ahí se retrata, sigue siendo el mismo, o más o menos. A muy corta edad, solía asombrarme de ver, en la Plazuelita de Guadalupe, vecina al Palacio de Justicia, a un colorido grupo de campesinos ataviados “a la cuzqueña”, con ojotas, poncho y montera, entrevistándose con el Dr. Numa Pompilio y no sé qué más, abogado quechuahablante, que les hacía promesas y les auguraba triunfos, referidos al reconocimiento de propiedad de los predios de su lejana comunidad. Al final de estas entrevistas callejeras, invariablemente el Rosendo Maqui de entonces, apelaba a una multicolor faltriquera, de donde extraía unos billetes maltratados por todas las inclemencias, para pagar la sabia y promisoria ayuda del Doctorucha. Andando el tiempo y convertido yo, en reportero de Última Hora, entrevisté a los hijos de aquellos litigantes, enterándome entonces, que la comunidad “en litis” -como se dice en Derecho-, tenía títulos de propiedad desde los tiempos del Virrey Toledo, pero que igual, nunca habían conseguido hacerlos valer, ante la invasión reiterada de la Cerro de Pasco Cooper Corporation. Por entonces, se decía en “El Diario de los Doctores” y también en el de “Los Señores”, que los más jóvenes de tales comuneros, eran licenciados del ejército y por lo tanto, no sólo sabían manejar armas, sino que -de algún modo- las poseían y estaban en condiciones de usarlas si acaso algunos fallos judiciales les resultaran adversos. Pues bien. Un día de esos, no algunos, sino todos, los fallos judiciales se pronunciaron a favor de la transnacional y como los comuneros, gritaran 97
MÁS SABE EL DIABLO su protesta en quechua y lanzaran algunas piedras utilizando sus ancestrales huaracas, la policía arremetió contra ellos, empleando las viejas metralletas Solotur que los mató por racimos y, como puede imaginarse no hubo “armas ocultas”, ni “licenciados”, que impidieran la masacre. Los humildes comuneros, se limitaron a llorar sus muertos, para enterrarlos después. Y el mundo siguió siendo ancho y además ajeno. Y el Mercioco tituló la noticia como “Los luctuosos sucesos de ayer”- y se acabó la fiesta. Décadas más tarde, “El Nictálope” de Manuel Scorza, habría de relatar: “Esa mañana, supe que venía la desgracia, porque mi caballito me avisó. Si pues. En su relincho gritaba ¡Poleciyaaaa… poleciyaaaa! Entonces supe que la desgracia había llegado a mi comunidad”. Y así nació la poderosa saga “Redoble por Rancas”, que bien podría entenderse como una continuación de “El Mundo Es Ancho y Ajeno”, que ningún peruano debiera perderse. Estas viejas -y verdaderas- historias, quizás resulten explicando el perfil corrupto y peligroso de la policía que hoy nos amenaza en vez de protegernos. En nuestro país, casi nadie quiere denunciar un robo, pues involucrarse, de cualquier modo con la policía, es más peligroso que enfrentar a los delincuentes. Son muchos los casos de ciudadanos muertos a golpes o extorsionados, luego de haber solicitado protección o auxilio policial. En Lima, Trujillo, Chiclayo y siguen firmas, los extorsionados, prefieren pagar cupos a los malhechores, antes que ponerse al alcance de la inútil y riesgosa intervención policial. Quienes tienen la desgracia de sufrir el secuestro de un familiar, igual, optan por negociar con los plagiarios, pidiendo a nuestra sagaz policía que por favor, no intervenga. Y según afirman algunos viejos tombos, la corrupción “viene de arriba y pasa por el rancho, la gasolina y el presupuesto para informantes. Todo va al bolsillo de los jefes”. Algunos añaden que es frecuente el caso de comisarios o Jefes de Puesto, que ordenan a sus subalternos traerles “de la calle y como sea” determinadas sumas de dinero, so pena de acusarlos de insulto al superior, darles de baja, o transferirlos a zonas peligrosas. En cuanto al acoso sexual a las agentes femeninas, no hay necesidad de explayarse sobre el tema. 98
César Augusto Dávila ¿Y que proponen ciertos políticos hoy en el poder, para frenar tal estado de cosas? Bueno, ya han empezado a sacar a los furrieles (guardias de escritorio), a las calles y se anuncia la compra de no sé cuantos nuevos patrulleros, que naturalmente, funcionarán a rica gasolina y se mantendrán inmóviles la mayor parte del tiempo. Un gracioso ha anunciado por ahí que “pronto se dará de baja a los corruptos”, lo cual es mucho más peligroso, ya que siempre la pita se romperá por lo más delgado y se olvidará la máxima de Mao Tse Tung, según la cual: “el pescado empieza a pudrirse por la cabeza”. Además, ¿qué haría un grupo de tombos choteados para ganarse la vida? -Bueno pe, tío -me explicó un posible candidato a tal desaguisado-, me mando al seco (secuestro), al apretón (extorsión), o al marcaje, porque de hambre no me voy a morir ¿no?. Lo aquí expuesto, explica cómo y porqué el hampa ha empezado a ganarnos la guerra y según parece, la cosa va en camino de empeorar, sin que aparezcan señales de control a tan espantoso desbarranque, que podría a breve plazo, colombianizarnos, o mexicanizarnos. Y no sé quién tenga la pila, para apagar este incendio, pues la verdad, yo no tengo ni idea. Y eso, que más sabe El Diablo, mis amables lectores.
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La promesa del vampiro
U n tipo malhumorado, pero siempre protagonista de situaciones cómicas
decidió un día aceptar el mandato del destino y, entonces, renegando del hebraico Moses Horwitz, se rebautizó Moe Howard y, convocando a su primo Shemp, empezó a rondar los teatros de vodevil, hasta que uno, contrató a la desmañada pareja, que entonces, para que practicara en escena, un género llamado slapstick, que en el teatro rasca, se llegó a llamar “bufonada” o “golpe y porrazo” y actualmente es materia en extinción. Las rutinas del dúo, consistían en una serie de gags mal hilvanados, en el curso de los cuales, el uno golpeaba al otro, éste se caía de poto y en fin, ambos se daban maña para actuar disparatadamente, arrancando carcajadas -no sonrisas- del publicate. Moe, siempre agestado y reclamón, jamás consiguió llevarse bien con sus eventuales empresarios, por lo que de pronto Shemp, empezó a ser solicitado para diversos roles de comparsa y partiquiño, especialmente en el rol del que recibía las bofetadas, siempre que dejara a un lado a su primo gruñón. Pero Moe, no era de los que cruzaban de brazos ante cualquier cachetada de la vida y convirtió en nuevo partner a su gordiflón hermano, ya que un encargado de los “cortos” que allá por 1,922, producía la Metro, tenía una serie de ideas, para esos espacios cómicos que triunfaron en el cine mudo y hasta hoy se siguen pasando por la tele en todos los rincones del mundo. Bueno pues, el brother mofletudo, usaba una peluca afro incompatible con su tipo caucásico, más bien jacoibo y un bigotazo que hubiera matado 100
César Augusto Dávila de envidia al mismísimo Groucho Marx, por lo que el Director contratante, opinó que le vendría bien un recorte de pelo, a lo cual, el gordo reaccionó rapándose a coco y volándose el mostacho. Lo que nunca pudo quitarse de encima, fue la chapa de Curly ("Ricitos"), con la que habría de hacerse famoso. Para completar el proyecto que ya le bullía en el coco, Moe convocó a un amigo de su barrio que tenía pinta de científico loco, con su lateral melena alborotada, en risible contraste con su pelada central. Era Larry y con su llegada, quedaron en salsa “The Three Stooges” (“Los Tres Peleles”), que en español se consagrarían como “Los Tres Chiflados” a quienes debemos tantas desopilantes travesuras fílmicas. Por los libretos, no habría que preocuparse, pues Esther -esposa de Moe-, los escribiría en sus ratos libres, cobrando por 190 minutos de pachotadas treinta dólares, de los cincuenta que pretendió en principio. La historia cinéfila, relata que este famoso trío del disparate, llegó a filmar 190 cortos y tres películas completas, entre el 22 y el 70, primero con la Metro y más largamente con Columbia Pictures, cometiendo un elemental grueso error, al no registrar sus creaciones -libretos de Esther incluidos-, pues creían estar muy bien pagados con los “bolos” de las empresas cinematográficas, que jamás fueron muy flacos que se diga. Moe, llevaba un discreto buen pasar al lado de su amada esposa. Larry, hacía dieta vegetariana y estudiaba el Antiguo Testamento, en tanto, Curly, apostaba en las carreras de perros, coleccionaba automóviles de lujo, criaba chihuahas, caniches, pomeraneas y canes vagos, además de divertirse en grande con starlets que jamás llegarían a estrellas, las mismas que veían en él, una suerte de jeque árabe, que las complacía en todo, a chequera batiente. El éxito, como suele suceder, parecía ser eterno, hasta que una tarde -cálida y sensual- Curly, que siempre había sido enfermizo, más bien hipocondríaco, murió durante un descanso fílmico, atacado por una terminante apoplejía. El Alzheimer le robó la memoria a Larry, que ancló en un asilo de ancianos y Moe quedó solo y desamparado, sin tener ya, a quien hacerle “piquetes” en los ojos, o golpearle el mate con martillos de utilería. La Columbia había cerrado tiempo atrás su “sección de Cortos” y 101
MÁS SABE EL DIABLO como fuera, había que pagar hipotecas, el funeral de Esther y seguir con la dura función de vivir sin carcajadas. De modo que un día, Moe esperó en el estacionamiento, a uno de los “palogruesos” de la Columbia y le pidió humildemente una chambita, en recuerdo de los viejos tiempos. El hombre, un gringo de buen corazón -que también los hay, oiga usted-, lo nombró algo así como conserje o portapliegos multiusos “hasta ver que puede hacerse”, que es como dicen los grandazos, cuando quieren salir de cualquier pedigüeño, o darle largona a un espeso figurón de anteayer. Y ahicito nomás, el refunfuñón Moe, debutó de compracigarros, trae cocacola, dispensajebes y cumplidor de otros menesteres surtidos, que dejo a la fértil imaginación de mis amables lectores. Así pasaron algunos años a lo largo de los cuales, ciertos viejos tramoyistas y otros chamberos de la Columbia, animaban a Moe, a intentar la cobranza de sus apolillados derechos de repetición, ya que sus cortos, se seguían explotando en el mundo entero. Error, compadre. Al primer ensayo, lo amenazaron con un denigrante despido hasta las últimas consecuencias. Y entonces Moe, se quedó chitón y caballero nomás, siguió lustrándole el coche, al mandamás de la cueca. En eso, se le apareció el vampiro. Si pues. El más famoso que haya parido Hollywood: Bela Lugosi en persona, con su capa de conde transilvánico y sus colmillos de plástico. El pata, como nadie supo jamás, había sido en sus lejanos tiempos, dirigente de un sindicato de actores y conocedor de la cochamba, asumió la defensa de Moe. Inútil, mi estimado. El Gerente de Personal, atendió a la vieja gloria del terror, cortésmente, para qué, pero no le dio mayor pelota, pues ya estaba de capa caída, dormía en un ataúd y se había aficionado a la morfina, tras cinco divorcios sucesivos, porque además de vampiro-bamba, el tío era pipiléptico, o sea pinguiloquístico, como diría el sabio Doctor Marco Aurelio Denegri. Y ahí quedó Moe de chupamedias, por largo tiempo añadido. No obstante, Bela Lugosi, antes de morir - a la franca-, le prometió que lucharía por su causa “más allá de las tinieblas”. Palabra de vampiro, oiga usted. Mas ahí quedó la cosa. Pero ahí tiene usted -como decían las viejas de mi barrio-, cuando una 102
César Augusto Dávila solterona daba su bracito a torcer- que lo que no sucedió en veinte años acontece en cinco minutos. Y uno de esos días, hora de almuerzo cheeseburger y coca cola, al gruñón gracioso se le presentó la Virgen. Si pues. Venía encarnada en un joven y batallador abogado, que lo convenció para demandar a la poderosa Columbia, recicló antiguas copias de los cortos chiflados y hasta reclamó los derechos de autor que Moe debía recibir como viudo heredero de su llorada Esther. Y todo eso, sin cobrar un dólar. Notificada la empresa, procedió a despedir a Moe sobre el pucho, en tanto su providencial lawyer, se apresuró a brindarle un subsidio económico al ya cocho chiflado, hasta que saliera la sentencia. Un día salió, aunque usted no lo crea, porque el Poder Judicial de allanga no es como el de acanga y un docto american juez, decidió que Moe cobrara, un tremendo billetón por sus derechos pasados, en tanto, siguiera recibiendo un curioso caché, mientras sus cortos se siguieran proyectando y, desde luego, generando un billetón para la empresa. Y Moe, pues, pasó de mísero aguatero, a una especie de mediano potentado. Se compró un buen jato, contrató chofer para su Cadillac Classic y empezó a estudiar La Biblia, ya que no se le ocurría otra cosa. ¿Y su abogado? Este hombre increíble, se negó a cobrarle un peso y se impuso la obligación de visitarlo cada weekend, para conversarle un poco, y endulzar su ancianidad de payaso reivindicado. ¿Saben cómo se llamaba este “Pan de Dios”? Nada menos que Bela G. Lugosi, abogado de Los Ángeles y como ya habrán adivinado, hijo único del Vampiro ex sindicalista del cual yo tenga noticia. Algo como para meditar acerca de ciertas promesas que se cumplen desde el más allá y desde luego, declararse convencido, de que más sabe El Diablo, como bien apuntala Monseñor Cachipriani, a golpe de lisura y media.
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Las mujeres
N o voy a referirme a aquellas que amamos, o con las cuales compartimos
-de mes en cuando- los esplendores del sexo. Ellas, son maravillosas. De las que voy a ocuparme, en tono de anécdota nomás, es de aquellas con las cuales debemos competir laboralmente o a quienes debemos enfrentarnos en total desventaja en cualquier circunstancia que ponga el juego la razón, el poder, o el simple sentido común. Por algo será que el sabio e infalible I Ching, oráculo chino de más mil años antes de Cristo, sentencia en uno de sus aforismos: “Cuando la mujer está en el poder, sólo cabe esperar la desventura”. Las razones que sustentan esta certeza, quizás podrían ser explicadas por el viejo Sigmund, Unamuno, Flammarión, Ramón y Cajal, Nietsche y toda una cáfila de filósofos europeos de vieja escuela que ya no juegan por estas canchas, pero la milanesa del cuento, la puede experimentar usted directamente, si acaso le toca enfrentar a uno de estos ejemplares que después de dejarlo en la calle, contra el tráfico y con dos maletas ajenas en cada mano, lo acusará clamorosamente de “machista”, “acomplejado” o acaso, (horror de los horrores), de algún infame acoso sexual, perfectamente organizado por la astucia de dicha hija de Eva, o quizás de Safo, para que más te duela, compadre. -¿Y usted tiene alguna experiencia al respecto? Varias. La más reciente se produjo, cuando hube de concurrir a una sentencia de divorcio y la señora Juez (o jueza), al verme entrar a la sala dijo sentenciosa: “ah…¿éste es?”, con lo cual, mi total descalabro-despojo 104
César Augusto Dávila quedó sellado de arranquín nomás. Para nosotros los periodistas, la desgracia comenzó hacia 1,965, cuando las féminas invadieron las redacciones (la mayoría zoncal en cartera), para adueñarse de jefaturas, funciones y cualquier cosita que tuviera cierto encanto en nuestro difícil oficio de entonces. Una de ellas -de nombre Aurora, por más señas-, se convirtió entre una noche y su mañana, gracias a su chacoveo con un empresario, cuyo nombre prefiero no recordar, y a pesar de no escribir algo más que su nombre, con faltas de ortografía, en jefa suprema de todas las ediciones y me hizo pasar el único memo de mi carrera, sometiéndome a los dictados de sus caprichos de ignorantuela. -¿Y le duró mucho tiempo la cosa a tal niña? Algo así como seis meses. Luego, voló a Nueva York, dejándole al vejete falsitenorio, el recuerdo imborrable de una vergonzosa gonorrea, para que aprenda a ser judoko. Después, durante mi etapa bancaria, desarrollé un importante trabajo que me llenó de satisfacciones. Y todo hubiera sido color de rosa, a no ser por una secretaria de gerencia que a lo largo de cinco años, contados día por día, se encargó de hacerme la vida a cuadritos, misma falda escocesa con gaita y gaitero de yapa. Recuerdo que cierto día, le dije que no era adecuado que empezara a maquillarse en ventanilla justo a la hora en que el público iniciaba sus transacciones. A los cinco minutos, me llamaron seis gerentes, para pedirme más o menos diplomáticamente “que no me metiera con la pobre chica”. Le cuento otra. Hace poquito, alguien me convocó para que le organizara un periódico de ciertas novedosas características. De entrada, a la secretaria de este personaje, le desagradó la idea y no perdió ocasión de proclamarlo así. Un día, se mandó en plan de chisme donde la esposa del empresario y le hizo ver “la locura” en la cual su marido estaba “botando la plata”. Al día siguiente, el entusiasta emprendedor -buena gente, exitoso, sacolargo él-, se convirtió en derrotado y me dijo que el proyecto, no iba más. La secretaria había triunfado. Hasta el 65, recuerdo, en el periodismo, sólo contábamos con María Cristina Nadramia, que además de ser una excelente y arriesgada reportera, 105
MÁS SABE EL DIABLO era -para todos los efectos- “uno más” de nosotros, en la chamba o el vacilón y jamás hizo valer para nada su condición femenina. Después, el periodismo ha conocido importantes figuras con nombre de mujer. Algunas de ellas, han conquistado reconocimiento internacional, por lo cual, con mis respetos, las dejo al margen de estos curiosos comentarios. Recuerdo, por ejemplo, al contador de un diario que fue visitado por una “recomendadita” de los generales (tiempos de gobierno militar), para exigirle un aumento de sueldo, que desde luego, el pata no estaba en condiciones de concederle. Ante su negativa, la pérfida aquella a la cual llamábamos Pequeña Lulú, se rasgó la blusa y salió al corredor, con lágrimas bamba que afloraban por un solo ojo, gritando que el tío había pretendido violarla. En fin, el pobre hombre pasó muy malos momentos a raíz del chongo y jamás dejó de ser mirado con sospecha por tutilimundi. Dicen los psiquiatras, que si a alguna mujer estratégicamente ubicada, le caes mal del saque, o quizás le recuerdas a alguien que la hizo sufrir en su tormentoso pasado, o simplemente, no le dio bola, puedes darte por arreglado seas quien seas, o hagas lo que hagas. Naturalmente, sé y comprendo que toda generalidad es una estupidez, en la cual no pienso incurrir. Pero que dichas arpías supermaquilladas existen, a eso, mi estimado, póngale la firma y haga con respecto a ellas, lo que nuestros cachosos “expertos” en seguridad ciudadana, recomiendan con respecto a pandillas, cogoteros y otras perlas. Es decir, procure mantenerse lejos de su órbita de influencia y no se le ocurra ni por asomo, suponer que va a bailarlas o a “abusar de su indefensa condición de género”. ¿Y cómo se hace para caminar lejos de estos peligros con rouge? Vea, la cosa es muy difícil. Fíjese que los politólogos de alto combo, sostienen que la lucha por el poder no conoce límites… y a veces, escala hasta el dormitorio conyugal, o de arrejunte. Y si no me cree, analice los casos del ex Presi de Petroperú, el apoderado de Claudio Pizarro, la ex gatita del Tío Vladi, piense en “El Zorro”, taaambién viene Reymond Manco y hasta el del pollero motorizado que pretendió pegarla de bígamo en Arequipa, hasta que aparecieron la antigua firme reforzada con su hermana, para sacarle la chochoca, justito antes de que consumara su segundo error matrimonial. Como dijo el genial Goethe: “No hay ira en los cielos, ni furia en los 106
César Augusto Dávila infiernos, que supere al demonio de los celos o al despecho de una mujer abandonada”. ¿Usted cree que eso, es lo más terrible que puede pasarle a un hombre? Depende. El rencor de los maricas es más bravo todavía. Y que lo diga El Diablo, que todo lo sabe.
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Las Sirenas de Titán
E l genial narrador Kurt Vonnegut, no sólo manejó con asombrosa destreza
los temas de ciencia ficción, sino que al igual que Isaac Asimov y Olaf Stapledon, supo bucear en las profundidades del ser humano, conforme puede advertir quien desee aventurarse en las impactantes páginas de “Las Sirenas de Titán”, preciosa colección de sus mejores short stories, género al cual me aficioné, en cuanto hube descubierto “Crónicas Marcianas" del también genial Ray Bradbury. Nadie osará discutir las cualidades literarias -y científicas- de los aquí nombrados, pero no dudo que habrá quienes se atrevan a cuestionar la crudeza de los escenarios políticos que todos ellos soñaron para esta humanidad que nos cobija. En uno de sus cuentos ucrónicos (que apuestan a un futuro posible), Vonnegut, hace decir a cierto personaje: “dominar a los humanos, es sumamente fácil. Basta con poseer una generosidad ilimitada para derramar la sangre ajena y tener -desde luego- una sacarosa filosofía para reemplazar los credos preexistentes, a fin de aplicarla, en el breve período de conmoción y arrepentimiento que necesariamente sucederá a la hecatombe”. Y con esta doctrina, los extraterrestres tomaban posesión de nuestras vidas y luego, procedían en consecuencia. Claro, se dirá que todo lo anterior, es fruto de la poderosa imaginación de un genio como Vonnegut, pero si lo pensamos con detenimiento, es algo que ha venido sucediendo en nuestro planeta -sin extraterrestres de por medio-, desde que el mundo es mundo. Y no sólo eso. El tema se repetirá 108
César Augusto Dávila muy pronto, en los países árabes que ahorita mismo, viven una extraña primavera de sangre y bombardeos, lo cual es presagio de la implantación de gobiernos títeres, quizás más despóticos que los recientemente derrocados, los mismos que un día, serán inevitablemente sucedidos, por sultanes o califas, que no harán más que seguir la tradición milyunanochesca que les encajó el Profeta, desde que le pegó la gran copiandanga mejorada a la Biblia de los judeo-cristianos, para que se enteren los despistados. En nuestra amada Latinoamérica, la cosa ha tenido sus variaciones, pero no han sido muy significativas que se diga. Tras la Colonia, a los débiles intentos democratizadores que siguieron a las dominaciones oligárquico-aristocráticas, se nos impuso algunos experimentos (Patria Nueva, Revolución restauradora y siguen firmas), necesariamente fracasados por no coincidir con la naturaleza humana y la compleja idiosincracia de los diferentes estratos de nuestro populorum. Por eso, predecir los eventos trascendentes de nuestro acontecer político-social, es más peliagudo que discutir con un aprista borracho, o negarse al oportuno empalme de un valeroso custodio del orden a la cambiante luz de un semáforo inteligente. De todas estas cosas, hablaba yo, cierto atardecer, con mi desaparecido brother “Mortimer” -que el trago se llevó-, cuando se me ocurrió rematar una parrafada citando a Sófocles, con aquello de: “Frente a la estupidez humana, los propios dioses luchan en vano”.- Y entonces, mi connotado contertulio, filósofo alcohólico-fecal, me corrigió: “no hermano. Lo cierto es que pa' cojúo no se estudia”. Lo cual me hizo comprender que chicha más, trago menos, más sabe El Diablo, mi estimado.
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Las tribus
T odavía no se han instalado plenamente entre nosotros pero… también
vienen, como los goles del Nene Cubillas, que prometía Pocho Rospigliosi en uno de sus recordados programas inteligentemente aceitados. Me refiero, claro está, a la delincuencia, atroz fenómeno de minusvalía social, engendrado por la ignorancia y la pobreza como factores esenciales. Decía el inolvidable maestro Constantino Carvallo, gestor de “Los Reyes Rojos” y creador del éxito que hoy disfrutan, entre otros Paolo Guerrero y la “Foquita” Farfán, que quienes no han sido salvados a tiempo, como estos dos importantes deportistas, se convierten en seres sin amor, gratitud, piedad, ni asco. Es decir, incomprensibles fieras humanas, capaces literalmente de todo, incluyendo matar niños, además de robar o descuartizar a sus propios padres, como ya relata la crónica policial, con insultante frecuencia. Contra esta lacra, no podemos ni soñar que resultarán eficaces nuestra policía, el sistema legal y mucho menos las cárceles a las que alguna vez, el arquitecto FBT, llamó verdaderas universidades del delito, guaridas que no sólo no resocializan a ningún delincuente, sino que de manera eficaz y explicable además, emputecen impunemente a carceleros y policías de todo rango o prestigio. No cito nombres, pues sería ocioso ejercicio, como ustedes muy bien comprenden. Lo que sucede actualmente en Trujillo, Chiclayo y otros puntos del país, incluyendo las carreteras o cualquier barrio de Lima, no es más que el brief, -avance promocional- de algo que se agudizará hasta 110
César Augusto Dávila extremos terribles a muy breve plazo. Las tribus avanzan. Y pronto, tomarán el control. Para cuando esto termine de suceder -conforme ha ocurrido en todo el mundo, sin descontar a nuestro glorioso country desde luego-, aparecerán los “Escuadrones Justicieros”, por lo general, integrados por policías encubiertos, que empezarán a tirotear a delincuentes, ciertos o presuntos, mientras el cojudismo embriagado de derechos humanos, gritará a los cuatro vientos, su defensa de aquellos que hasta poco antes de morir, les hubieran cortado el cuello a tan humanitarios paladines, que según Monseñor Cachipriani “son abogados de la cojudez” -palabra de Dios, se diría en cualquier iglesia-. Claro que el ajusticiamiento clandestino, puede ser entendido por mucha gente, como algo mejor que nada, pero a la larga, sólo nos llevaría a niveles que hoy experimentan por ejemplo Ciudad Juárez, en el mero México, o la feroz actividad de las Maras, que se originaron en El Salvador y hoy, se han expandido por México, hasta llegar a Estados Unidos. Imparables ejércitos de la muerte y algo más, si esto es posible. Y es que como modestamente creo, el problema, debe ser encarado desde las raíces y trabajado a diversos niveles, sin descartar la represión enérgica y la moralización de la policía y el poder Judicial. Pero de verdad y sin cuentos chinos. Mientras existan pobreza extrema e ignorancia supina, muchos niños se incorporarán tempranamente a la delincuencia, la prostitución o el pandillaje, para ir luego evolucionando hasta convertirse en rankeados, “hombres completos”, “tíos capazotes”, o quizás delincuentes de cuello y corbata, congresistas, ministros o… algo más peligroso aun. No hace mucho, leí el reportaje que le hicieron a Julio César, capo del Comando Vermelho de Sao Paulo, una de las organizaciones criminales más peligrosas del mundo. Este angelito, se permitió decir al Director de la Cárcel que hoy lo alberga: “ustedes perdieron su oportunidad hace muchos años, cuando dejaron que las favelas empezaran a poblarse, sin preocuparse por los desempleados, los muertos de hambre, los tuberculosos, o por la gente sumida en la droga y la ignorancia”. 111
MÁS SABE EL DIABLO “Ahora, yo soy más poderoso que tú. Tú, no puedes hacerme nada, porque me amparan la ley y los derechos humanos. En cambio yo, puedo ordenar ahorita mismo que te maten con familia y todo y eso, sucedería antes que llegue la noche. Mi ejército y mi policía, están allá arriba (señalando a los cerros). Tenemos mucho dinero que nos deja la droga y poderosas armas que nos dan los narcos. Así que lo mejor que puedes hacer, es dejarme tranquilo, rezarle a tu Dios… Y se acabó”. No me negarán que el discursito es aleccionador. Pero, basado en mi experiencia, puedo asegurarles que de nada servirá proyectado a la historia de nuestra realidad peruana, mi estimado. Aquí las cosas llevan el rumbo que ya tomaron. La delincuencia continuará creciendo, Los taitas seguirán ordenando desde las cárceles mediante celulares que les venden los celadores y los familiares de los caneros, perseverarán coordinando secuestros, asaltos y otras gracias, a fin de juntar un vento, que les permita “arreglar” con un juez “comercial”, la libertad de sus amados querubines del crimen. Y entonces pues, el próximo capítulo de tan apasionante telenovela -en cuyo reparto figuramos todos-, será la aparición de “Escuadrones Justicieros”, que ahorita están a la vuelta de la esquina mientras las tribus salvajes siguen en lo suyo. Una mañana cualquiera de mis lejanos tiempos de reportero policial, esperaba el ritual de la “calificación”, frente al despacho de un Capitán Comisario (ahora son Mayores). De pronto, se apareció el oficial de la Benemérita gritándole a un zambito apresado por asalto, chaira en mano. -Oye “Pintadilla” -le dijo airado-, a ti te conozco desde que eras pájaro frutero, después has sido arrebatador, luego tumba borrachos y ahora, ya eres asaltante…¿No te da vergüenza? -¿Y qué quiere, pues señor? -retrucó el interpelado-. Yo a usted lo conocí de Alférez y ahora es Capitán y Comisario todavía. Le gente progresa, pues. Como suelo decir: Más sabe El Diablo.
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Los tremendos jueces
S i ustedes no quieren creerme, están en su derecho, pues como de antiguo se dice: cuento es cuento y como me lo contaron se los cuento.
Resulta que hace unos días, los señores jueces de un importante puerto peruano, habían citado para que escuche sentencia, al hijo de un clamorosamente reconocido exportador de cocaína, a quien -digna astilla de mejor palo-, se le había sorprendido tratando de enviar al extranjero, algo así como tres toneladas de dicha coquetona droga. Claro que antes, el muchachón había agotado todos los recursos posibles a través de un costoso pool de abogados, pero la ley es la ley y había llegado el momento crucial de enfrentar a Doña Justina, que le dicen los choros. Y entonces, pues, ya frente al severo tribunal, este jovencito -cuya fotografía, curiosamente, no ha publicado ningún diario hasta ahorita, no sé porqué- vivió una experiencia surrealista digna de esas novelas que rematan la cueca apareciendo en la tele, estelarizadas por Al Pacino, o Robert de Niro, para que no se diga que en el Perú no hay creativos, mi estimado. Si pues. De repente, la severa sala del tribunal quedó a oscuras, lo mismo que todo el Palacio de Justicia, en tanto la localidad en pleno, seguía gozando de energía eléctrica. Y como ustedes comprenderán, la Justicia será ciega, pero sin luz, tampoco, tampoco ¿no? Y fue entonces, cuando el tintinear de una campanilla, precedió a la 113
MÁS SABE EL DIABLO augusta voz del presi del combo diciendo: “En vista de este acontecimiento de fuerza mayor, se suspende la lectura de sentencia hasta el próximo jueves”. Y dicen las malas lenguas que lo que había en realidad sucedido, es que todavía no estaba “arreglado” el charqui del olluquito, faenón que se consumó al siguiente jueves, cuando ¡Oh surprise! El tribunal absolvió a este ejemplar hijo de su padre, nada menos que por “falta de pruebas”. ¿Qué les parece? ¿Un rico cau cau, no es verdad? Pero como el drama suele cochinearse con la farsa, lo mismo que la verdad entre lo firme y lo bamba, aquí les cuento otra, a ver cómo les sabe. Esta, la viví de primera mano. Un redactor judicial de un diario que yo dirigía, logró interceptar un “correo de brujas”, cursado en ida y vuelta, entre un presidente de Tribunal y el boga de un poderoso narco colocho apresado en Aucayacu. El mensajito del boga decía: “Estimado Doctor: Ya le remití los argumentos jurídicos de la defensa de mi cliente. Espero su decisión al respecto”. Y la suspicaz respuesta del tremendo juez, iba más o menos así: “los argumentos jurídicos presentados, son insuficientes. Creo que deben redoblarse”. Naturalmente, a nadie sorprendió que el narco de la historia, fuera “legalmente” liberado, luego de un tira y afloja en la transacción de los correspondientes “argumentos” jurídicos. Al día siguiente, el colocho, ni judoko, chapó su avión y se fue pa' La Habana y no volvió más, como cantaba un viejo rumbón de Nelson Pinedo. Hay otra. Y su protagonismo corresponde a cierto boga que llegó a presidir un tribunal, al cabo de una sinuosa carrera de empalmes y chacoveos. Resulta que el acusado, un capazote narco, iba entrando a la sala, libre de marrocas u otros agravios vergonzantes y entonces, como quien no quiere la cosa, cambió un paco de billetones de un bolsillo a otro, mientras guiñaba el ojo a su inminente juzgador. Y entonces, este hombre de ley, que ya debe estar asesorando a Don Sata en algún enjuague de los demonios, exclamó en tono prosopopéyico: 114
César Augusto Dávila “Vamos a ver de qué calumnias acusan a este buen hombre… aunque ya voy viendo que es inocente”. Así mismito fue el toque, como dijo la violada, no contra su voluntad, sino contra la pared, según pudo comprobar la autoridad competente en el evento de reconstrucción dispuesto por el señor juez. Y por último, según afirmaba el célebre Cabo Ayala, paladín del periodismo judicial y yunta del Tío Gori, las tres frases célebres del abogado, son las siguientes: a) No te preocupes, b) El juicio está ganado y, c) Dentro de un mes sales. ¿Cuánto hay de verdad en estos cuentos? Si usted quiere saberlo, pregunte nomás con confianza. Total, más sabe El Diablo, como siempre digo.
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Los videos invisibles
H ace algo así, como cuatro décadas, en el curso de una corrida de toros,
el banderillero peruano José Scotto “Cucaracha”, discutió con un subalterno español de la cuadrilla de José Mari Manzanares por el turno de poner el par, como se dice en el argot taurino. El hispano, amenazó “ponérselas en el bu” (infraespalda) al rimense, que le contestó: “yo te las voy a poner en la barriga”. Mientras el mataor observaba con disgusto el desarrollo de la bronca lingüística, “Cucaracha” se dio maña para ir al toro, banderilleándolo lo mejor que pudo, ya que el bicho traía malas ideas. Inmediatamente, el garipullero, corrió en pos de la barrera, fieramente perseguido por el toro. Lamentablemente, al filo del refugio, se topó con Manzanares, quien de muy “mala leche”, le cortó la viada remoloneando. Y entonces, el astado alcanzó a “Cucaracha” pegándole una fea cornada que le revolvió los intestinos y la vida. En ese mismo instante, un hueleguisos malapersona que vivía de mermelear a los toreros y abusar de la tolerancia y buena fe de ciertos periodistas, voló a la cámara que grababa las incidencias de la corrida y arranchó el vídeo que al atardecer vendió a muy buen precio, para solventar sus vicios de licor y otras porquerías. “Cucaracha” llegó al quirófano más muerto que vivo gritando: “¡me ha matao el toro!” y sólo la genialidad del cirujano Marino Costa, auxiliado por la sabiduría de Dios, logró salvarle la vida. 116
César Augusto Dávila La temporada siguió “avante y corniveleta”, como los toros negros de la desgracia que se canta en coplas sevillanas. No hubo investigación alguna y por lo que pude saber, el famoso vídeo voló a España, convirtiéndose en “invisible” para siempre. Hoy, el miserable del cuento ya no está en este mundo, o dicho en otras palabras, el mundo se ha librado de él, Manzanares está retirado -el que viene a la Feria es su hijo-, y “Cucaracha” se ha convertido en taxista y según comenta más teme a los cogoteros de medianoche, que a los toros que banderilleó en sus mocedades. Pero como ustedes -no- saben, la Historia, tiene la mala costumbre de repetirse, para bien o para lo otro. Ahora, se trata de jóvenes pandilleros adinerados que poseídos de un extraño delirio, asesinaron sin piedad a un incauto hincha de un equipo contrario al de sus preferencias. ¿Y saben qué? El vídeo que registra el instante preciso en que Walter Oyarce es precipitado a la muerte por sus enajenados victimarios, no aparece por ninguna parte. Pero, respecto a este documento videográfico yo puedo decir dos cosas. Primero que debe ser carísimo y probablemente, ya esté vendido. Y segundo, que casi seguramente se convertirá en tan invisible, como el de la cruel cornada que casi le cuesta el vivir a José Scotto. ¿Y cómo y porqué lo adivino? Porque sencillamente, más sabe El Diablo. Sobre todo, tratándose de esta y otras cantadas faenotas.
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¡Muchas gracias, papá!
C harlaba en silencio con la soledad, en su refugio final de la Beneficencia Francesa. De vez en cuando, un reluciente chevrolet con sus hijos a bordo, se detenía el tiempo justo para alcanzarle algunas frutas y una que otra frase convencional en el idioma de los galos. El viejo caballero de terno marrón, sombrero borsalino, escarpines fuera de onda y grueso bastón de empuñadura curva, había sido relegado a tan elegante moridero por sus prósperos descendientes. Querían saberlo aguardando a la muerte sin mayores incomodidades para ellos. Lejos, en la desmemoria, quedaba la imagen del hombre fuerte y cariñoso que alguna vez los llevó al colegio y jugó con ellos, soñándolos gratamente mayores. Ese que casi enloqueció buscando un médico en las noches de sus fiebres, ese que traía los más lindos juguetes para Navidad y supo luchar a brazo partido con la dura vida, para pagarles el colegio hasta el extremo universitario. Y para que nada les faltara entre tanto. Esa es la cara final de la vida, aquí y en Francia conforme aprendí hace mucho, allá en mi Mapiri de los recuerdos, cerquita al palacio de la injusticia. De pronto, el señor del cuento, empezó a recibir más visitas de las acostumbradas. Y se tornó un sereno anciano, importante y solicitado. ¿Qué había determinado este súbito cambio de su suerte? Resulta que en sus largas horas de ocio senil, había descubierto el trajinar de una tribu de caracoles terreros, deleite incomprensible de los 118
César Augusto Dávila gourmets franceses. Y el hombre, paciente, empezó a criarlos. A su tiempo, les extirpaba la vesícula amarga dejándolos secar al sol, hasta verlos convertidos en gustosos manjares listos para acompañar al queso Rochefort con su buen vaso de tinto. Lunch de exquisitos. como puede suponerse. Y entonces, se obró el milagro. Los hijos comprendieron que no era justo que papá continuara solo, abandonado ahí, entre vetustos divagantes y tiesas monjas de San Vicente y repentinamente amorosos, lo llevaron de vuelta a casa. Al fin y al cabo, allí también había jardines, para que papá, continuara su entretenimiento caracolero y desde luego, prosiguiera generando las ganancias que el negocito reportaba en forma creciente al paso de los días. Ignoro el final de la historia, pero desde entonces -y son largos los años- cada vez que alguien me habla del miedo a la vejez o la esperanza que ha puesto en la gratitud de sus hijos, no puedo impedirme recordar la sabia y maravillosa lección que me obsequió el señor de los caracoles, sin haberme dirigido nunca la palabra . Dios lo tenga en los jardines de la Gloria, con caracoles o cualquier otro animalito grato y cariñoso para con los viejos. Esos seres que alguna vez nos protegieron y educaron y que según García Márquez, suelen no morir de enfermedad, ni tiempo... Sólo el olvido los mata.
Dedicado a mi primo Tito Castagnola, ejemplo de buen hijo. Alguien que prodigó cariño y amparo a su padre, mi inolvidable Tío Tito, hasta el último de sus días.
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Palabra de mago
S teve Jobs, fue un mago en la más inteligente y válida de las acepciones.
Sin su talento y su permanente atención a sus “corazonadas”, ni la computadora, ni el sistema internet, ni los gadgets, ni los teléfonos celulares de última generación, ni otros asombrosos pilares de la modernidad en las comunicaciones, hubieran sido posibles. Hoy, este fabuloso canalizador de la energía mental, transita por otras dimensiones del universo, pero el mensaje que dejó a la gente joven y a la humanidad en general, merece ser perennizado y sobre todo, estudiado por quienes sufren desconcierto ,maltrato o postergaciones en esta vida. A finales del 2005, este genio autodidacta que hubo de abandonar tempranamente los estudios académicos, para sumergirse en La Gran Universidad de la Vida, pronunció un emotivo discurso ante los graduandos de la Universidad de Stanford, Estados Unidos, del cual extracto algunos párrafos que nos aportan grandes lecciones de vida y pueden servirnos para afrontar con entereza y ventaja, las principales dificultades que siempre encontraremos en el camino. -Esto es lo más cerca que estuve nunca de una graduación universitaria. Abandoné los estudios universitarios a los seis meses, pero permanecí como oyente durante otros dieciocho, aprendiendo caligrafía. Si. Me fascinaba crear belleza a través de la escritura. Jamás imaginé cuanto iría a servirme esta decisión desatinada. Resulta que antes de haber nacido, mi madre, que era soltera y había interrumpido su carrera universitaria, decidió darme en adopción en cuanto naciera, pero sucedió que cuando emergí al mundo, el matrimonio que estaba en lista para recibirme, también me rechazó, pues de 120
César Augusto Dávila deseaba una niña. Y entonces, en mitad de la noche, los funcionarios estatales, llamaron a la siguiente pareja, para decirle: “tenemos un varoncito no deseado”. Preguntando a continuación si esta pareja me recibiría, la respuesta fue afirmativa y fui a dar a mi primer hogar. Meses más tarde, mi madre biológica, averiguó que mis padreas adoptivos, no habían ido a la universidad y ni siquiera habían concluido el bachillerato. Y sólo aceptó regularizar la adopción, bajo la promesa de que ellos me enviarían a mí a la universidad, llegado el momento. -Y así sucedió cuando cumplí los 17, pero en ese momento, yo llegué a saber que los ahorros de toda la vida de esta cariñosa pareja, se estaban gastando en pagarme unos estudios que ni siquiera me atraían y entonces los abandoné asumiendo todos los riesgos. Estaba sumamente desconcertado y no sabía qué hacer con mi vida. Además, no tenía un solo centavo y dormía en los pasadizos de la casa de algunos amigos, recolectaba botellas de gaseosa para recoger el depósito de cinco centavos por cada una y para así financiarme un modesto almuerzo. Una vez a la semana, caminaba siete millas a fin de recibir la comida gratis que entregaba un templo de los Hare Krishna. Algo que para mí, era un verdadero banquete. - Pero de pronto, se encendió en mí, la chispa de la curiosidad. Una especie de hambre de conocimientos que me hizo fatigar las bibliotecas públicas y leer todo lo que estuviera a mi alcance. Eso, me abrió el camino y me hizo descubrir mi verdadera vocación. - Yo inventaría cosas que otros sólo habían soñado. - A los veinte años, me uní a quien estimaba como mi mejor amigo, y ahí en el garaje de mi padre, trabajamos duro hasta que concebimos y realizamos la primera Mac y su programación, que luego sería imitada por windows. Estaba tocando el cielo con las manos. Nunca hubiera imaginado esto, que habría de convertirse en una empresa valorizada en 2 mil millones de dólares, que empleaba a 4 mil personas, hubiera sido posible si yo continuaba estudiando en la universidad y gastando el poco dinero de mis amorosos padres adoptivos. - Por eso les digo a ustedes que jamás deben renunciar a sus sueños, nunca deben perder el valor. Deben confiar en lo que digan sus corazones y tener agallas para emprenderlo contra viento y marea. Una vez encontrado 121
MÁS SABE EL DIABLO aquello que se sientan capaces de hacer como nadie en el mundo -los hindúes lo llaman dharma- sigan ese camino con coraje, confiando en el destino, el karma o… lo que ustedes quieran creer, pero no lo abandonen, por nada. Este enfoque no me ha traicionado nunca y ha marcado todas las diferencias de mi vida. Yo tuve la suerte de descubrir lo que quería ser, muy temprano en mi vida. Me uní a mi amigo Woz y en 10 años, habíamos creado un imperio, a partir de cero. Pero a veces, la vida nos pega duro con un ladrillo en la cabeza y parece que el mundo se nos viene encima. - Al cumplir los treinta años, me despidieron. Y ustedes pueden preguntarse como es posible que a uno lo despidan de algo que inventó. Bueno, la empresa había crecido tanto, que se había diversificado en varias entidades. De paso Woz y yo, tuvimos una seria discusión y el Directorio decidió que yo debía marcharme. Me pareció que iba a morirme o cosa parecida. Es lo que sentimos al sufrir una pérdida. - Pensé abandonar Silycon Valley y me veía a mí mismo, como un gran fracaso. Pero después de pensarlo bien, advertí que aun amaba lo que sabía hacer y entonces, decidí comenzar de nuevo. Apple había sido importante y yo lo había perdido. Pero aun era yo mismo y seguía amando mis sueños. - Y este es mi consejo a los jóvenes: No abandonen nunca la lucha por alcanzar sus sueños. Lo mismo que en el amor, uno debe buscar y buscar, hasta encontrarlo que ha soñado. Así me sucedió a mí y así les pasará a los que sigan mi ejemplo. No se conformen nunca, con lo mediocre o lo rutinario. Sueñen lo más caro y lo más difícil. El camino podrá ser duro, pero la recompensa será maravillosa. - Por ultimo, entendiendo que con el cáncer no se juega y que la muerte es lo único fijo para todos los seres vivientes, yo les digo que si no se llenan de la sed de conocimientos y el espíritu de lucha, jamás conocerán el éxito e incluso, es probable que ni siquiera alcancen el amor verdadero. Ahora que ustedes empiezan de cero, les deseo a todos que sigan mi camino y persistan hasta alcanzar lo que han soñado. Poco después de pronunciar este discurso, Steve Jobs, auténtico mago del siglo XXI, logró vencer al cáncer de páncreas que le había sido detectado. Cuatro años más tarde, esta cruel enfermedad recrudeció y puso fin a su asombrosa vida, en la paz de su hogar, rodeado del amor de su mujer e hijos. Su ejemplo brillará eternamente como una estrella, aun para los que transitan por la oscura noche del sufrimiento.
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Quien te hace un favor
E n algún momento de nuestra carrera periodística, los que de verdad somos del oficio, nos la hemos tenido que jugar de negros para no seguirla viendo del mismo color, sobre todo cuando las empresas no nos miran con buenos ojos y los turroneros de la computadora, nos disparan de todos los ángulos, creyendo que les vamos a quitar el sitio.
Para no hacer muchas olas, les contaré que Mario Vargas Llosa -nuestro Julio Iglesias de las letras - hubo de ganarse la sopa por una larga temporada en Paris, cocinando biografías de condes si castillo y fabricantes de queso que bailaban al fisco. Y ni hablar del Premio Nobel, Gabo García Márquez, cuando era “feliz e indocumentado” y no le fiaban ni el café, en sus malandanzas de La Guajira y Cali. En mi modesto caso, no he sido excepción a la regla y he llegado a escribir hasta libros de poemas que fueron premiados, para gran beneplácito de quien me compró los versos por unos cuantos cobres. También he escrito memorias de bancos, tesis de Derecho, libros de magia, acupuntura, novelas, argumentos de películas y un alegato contra la pena de muerte, a raíz de cuya documentación, quedé convencido de la necesidad de enviar adonde les toque, por la vía más expeditiva, a quienes cometen ciertas barbaridades. Bueno pues, desde mis tiempos estudiantiles, tuve habilidad para las letras (de Literatura y de las que me protestan), ya que viviendo en Mapiri, estaba muy cerca de la Casona de San Marcos, añoso templo del saber, en cuyas aulas, un montonal de giles se hacía bolas para redactar las famosas 123
MÁS SABE EL DIABLO tesis que yo llegué a escribir de tres en fondo, consiguiendo que algunos personajes, llegaran a optar los títulos profesionales que hoy ostentan con inmerecido orgullo. Pero para que vean las volteretas de la vida, también en mi querido barrio, habitaba un tipejo, que a la sombra de sus antepasados, llegó a convertirse en una especie de leyenda de luchador social y “monumento a la lealtad”, carteles que le hacen gozar de un rico sueldo como responsable de imagen de una Casona, a la cual, no le consigue ni un mocho cherry en ningún medio, pero en lo de cobrar, el pata cobra con más puntualidad que el reloj del Parque Universitario. Y eso, no es todo. Además la pega de profesor principal de una casa de estudios, en la cual no dicta clase alguna, ni supervisa ningún trabajo, pero en cuanto a cobrar, el tío lo hace con disciplina prusiana, oiga usted. Detalles al margen, el concepto común de barrio, oficio periodístico y música criolla, me hizo creer durante largo tiempo que el tipo era mi amigo. Error. No hace mucho, yo trabajaba como asesor de prensa de un importante político y desde luego, cumplía todas mis obligaciones de honesta chamba, lo cual me ha caracterizado durante toda mi vida. Ganaba un sueldito más o menos, en tanto esperaba un cambio de situación, cuando de golpe y porrazo, un delincuente incursionó en mi computadora y extrajo de sus archivos, trabajos que correspondían a mi empleador y desde luego, no eran de mi autoría. Al día siguiente, en contubernio con quien yo creía mi amigo, publicaron en un panfleto aceitado al petrodólar (todo se sabe y se probará dentro de poco), una pintoresca historia, según la cual yo escribía toda la producción literaria de mi asesorado, el mismo que naturalmente saltó hasta el techo frente a tan escandalosa mentira y casi me deja en la lleca, gracias a “mi amigo” y su cofrade delincuencial. Como es de entender, yo me amargué mucho, remití una indignada comunicación al “Stalinista Piojoso”, recordando que Genaro Carnero Checa, afirmaba “haberle lavado los piojos con jabón de pepa, sin poder evitar -a pesar del refriegue- que las liendres se le infiltraran en el alma”. El Negro Genaro, también me contó que cuando el “piojoso” estuvo en 124
César Augusto Dávila la cárcel por recibir financiación de la entonces Unión Soviética, se pasaba el tiempo soploneando a los presos apristas, a cambio de pasar largas temporadas en el tópico de la prisión y que gracias a su labor de topo canallesco, logró su sospechosamente pronta liberación, precisamente en canje con el odiado Alejandro Esparza Zañartu. Pero en fin, la miseria humana, se disfraza a veces bajo el manto de “luchador revolucionario”, aunque dicen también que “el último refugio de ciertos miserables, suele ser el -falso- patriotismo”. Dejémoslo ahí. Resulta pues, que yo vivía encojonado por la chanchada de “mi amigo”, esperando -en la esquina de La esperanza- el momento oportuno para devolverle el maletazo. Pero, lo que son las cosas. De repente, una serie de personajes de todo peso, se creyó la historia de que yo soy capaz de escribir trabajos políticos, novelescos y de todo jaez, incluso bajo el nombre de personajes, reconocidos por su brillantez intelectual. Y entonces pues, han empezado a caerme los clientes, que siendo un periodista sin periódico, me salvan de convertirme en Capitán sin barco. Justamente hace un rato, me acordaba de la historia de cierto pajarito que perseguido por un cruel gavilán, acertó a realizar una maniobra evasiva, volando bajo la cola de una vaca en el momento en que ésta culminaba su proceso digestivo. Y ¡cataplúm! el húmedo y maloliente pocotón de bosta, le sirvió de providencial camuflaje y el gavilán se pasó de largo, con lo cual, el perseguido siguió trinando feliz de la vida. Moraleja: No siempre quien te embarra, te hace un daño… y a veces, hasta te puede salvar la vida. Gracias pues, “Stalinista Piojoso”. Y a ver si me haces otro cherry un día de estos, para jolgorio de los cojudetes que te cantan el ayayay, entre vallejadas y mariategueces, hasta que Hugorila diga basta.
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¡Salud, hermano “Mortimer”!
A caban de informarme que te has ido para el otro barrio. Y lo has hecho
como jugando una broma funeraria de esas que solíamos compartir a media jarana, allá por los predios del Presbítero Maestro, ante cuya quinta puerta juraste a una de tus malamadas, que a ti sólo te asustaban los fantasmas cuando estabas vivo. Te has ido y con tu fuga, se enciende en mi corazón una centelleante velita de velorio, para que no se olvide nunca, tu enorme sentido del humor, frente al sostenido maltrato que te regaló la vida y tu inolvidable lealtad de buen amigo, a quien rescaté dos veces de ese terrible moridero que está a la orilla del Rímac, bajando por la Rinconada de Matienzo, al fondo del Angaraes de los antiguos guapos. Me cuenta Alex Novel, El Heredero, que hasta el último de tus días, mantuviste la copa en alto, pidiendo que te sirvieran más noche en tu trago de mañana. Y es que tú siempre afirmabas no creer en La Muerte como tal y por lo tanto, no podía impresionarte su cercanía, ni siquiera cuando los médicos te diagnosticaron cataratas y tú respondiste que ojalá fueran las del Niágara, para atraer turistas y cobrar por la sapería. Deben estar de luto los tramoyistas del Teatro Municipal, los jubilados sin pensión y tus demás cofrades de caña y cantos allá en la “Cantina del Ahorcado”, donde cobrabas dos soles por valses a los devotos de la Guardia Vieja, que nunca se cansaron de escuchar tu tremendo vozarrón, interpretando joyas de tu repertorio como “La Primera Guerra Mundial”, “Las herramientas del Preso” y “Pégale antes que se vaya", que ya no 126
César Augusto Dávila volverán a sonar nunca, porque nadie se sabe la letra. La magia de la evocación, pone ante mis ojos, tu esmirriada figura en desconcierto, la vez que llegaste a mi oficina de Director, completamente sobrio, lo cual motivó mi encendida protesta ya que yo, te había contratado como borracho profesional, por lo cual, te di veinte soles enviándote de regreso a la taberna “No me amenaces”, a fin de que recuperaras tu estado normal de bebedor impenitente. Aún escucho tu comentario al salir del periódico: “Lo que es la vida. A tanto cojúo lo botan por llegar borracho al trabajo y a mí, mi pata Perro Mundo, me bota por llegar buenisano”. Recuerdo también, uno de los tantos capítulos dramáticos de tu vida amorosa, cuando una tarde de crudo invierno, me pediste un consejo y yo, retruqué que sólo los daba a partir de la cuarta chela. Cumplido tal requisito, me confesaste: “hermano. He comprobado que mi mujer me engaña. ¿Qué puedo hacer?”. Y yo, con esa esquina que le dan a uno las cornadas de las pérfidas, te dije: “mi mejor consejo es que te hagas el gil y silbes mirando para el techo, porque aquí en la lleca, está haciendo un frío de la jijuna”. Entonces tú, aquilatando mi sentencia, proclamaste. “¡ta mare!...¡Que buen consejo me has dado!”, y seguiste empinando el codo en tu rol de filósofo fecal, como yo te bauticé, haciendo honor a tu máxima habitual: “¡La vida es una mierda!”, lo cual no ha desmentido ni uno solo de los eruditos embotellados que me ha sido dado consultar. Sinceramente, hermano Mortimer, te voy a extrañar como la Gran Pepa, sobre todo, cuando necesite un brother a la franca, a quien contarle como duelen ciertos roches de la vida. Algo que tú comprendías demasiado bien, pues tuviste la osadía de casarte tres veces al hilo, sin dar jamás, el mal ejemplo del divorcio. Algo más. Siempre elegías para tales bodas, a damas que tenían de cinco hijos para arriba, ante lo cual y complaciendo su vocación maternal irredimible, tú les acomodabas cantidad similar de vástagos, hasta totalizar vía los tres citados casorios, algo cercano a la veintena de Andrades, que hoy te lloran con toda razón, según supongo. 127
MÁS SABE EL DIABLO Muchos de los desbarrancados de la vida que tú -increíblementesocorrías, consiguiéndoles asistencia benéfica o final refugio para el bien morir, te evocarán esta noche bebiendo caña, esa de a dos soles botella con la cual te fuiste suicidando pausada y sentenciosamente, como aquellos griegos legendarios que bebían cicuta despreciando a los poderosos que jamás supieron entenderlos. Ignoro a dónde te habrás ido. Pero quiero creer que mi también fugado amigo, el gran cineasta charro, Don Emilio El Indio Fernández, tenía una imbatible razón al respecto. Él afirmaba que pues, que Dios no podía ser tan pinche hijo de su madre, para después de habernos amolado acá con toda clase de vacilones, encima resultar sacándonos la cuenta de lo que habíamos hecho, o dejado de hacer, con la chingada vida que nos puso en suerte. De modo que en el más allá, que seguramente quedaba más arriba de Michoacán saliendo a la izquierda por Las Huastecas, seguro nos reservaba -a él, a ti, a nosotros-, una buena cantina bien surtida, con unas cuantas chahuaconas, de esas bien de guerra y otros tantos cuates de a de veras, bien entrones, con su mariachi más, y con maricas de entrada prohibida. Si eso es cierto, no me cabe duda de que allá estás, mi querido hermano Antonio Andrade. Y como hay que sacarle la guaracha al tiempo, guárdame un sitio bien bacán, que en una de estas, te caigo con una sed de los mil diablos y un par de chamullos abolerados para encantar a las chibolas devotas. Es decir, de botas y minifalda. Por el momento, te voy echando la llorada, porque yo siempre lloro a mis amigos. A los demás, les obsequio el homenaje de mi silencio, para que lo disfruten como más les guste. ¡Y que viva la vida, mientras dure la bebida!
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Última Hora
E ran los días finales de 1,959. El turbulento río de mi historia personal,
me había convertido en actor teatral. Debuté nada menos que en “Seis Personajes en busca de Actor”, de Luigi Pirandello, en nuestro Teatro Segura, al lado de la inolvidable gran actriz Lucía Irurita. Poco después conocí a la experimentada Rosita Wunder, cuyo entonces esposo Coco Meneses me llevó a Ultima Hora en calidad de practicante de la sección Deportes. Y sin embargo, yo no era un debutante en las lides periodísticas. Desde muy niño me gustó escribir y cuando cursaba el cuarto año de Primaria, ya era Director del periódico mural y contestatario columnista. Entrar al viejo edificio de la Calle Baquíjano, fue para mi, como arribar al paraíso soñado y quizás por eso, de manera muy rápida y luego de cumplir comisiones de cierto riego, tales como entrevistar a un boxeador loco que casi me mata a golpes, a no ser por mi condición de aplicado discípulo del gran campeón Ángel Bernaola, que me enseñó el arte del esquive, allá por los años finales de mi traviesa adolescencia. A raíz de un terremoto arequipeño, fui destacado como “titulero” reemplazante -del famoso Lucho Loli, nada menos- y un inolvidable 1 de enero de 1,960, el Director Bernardo Ortíz de Zevallos, me declaró contratado como redactor, con lo cual se inició una, para mi, brillante temporada de realizaciones que no ha terminado todavía. ÚLTIMA HORA, (siempre tengo la cariñosa costumbre de escribirlo 129
MÁS SABE EL DIABLO “EN ALTA”), fue en mi vida, todo lo que puede soñar un joven que se inicia en algo que soñó desde que tuvo uso de razón. Desde el primer día en ese crujiente tercer piso de La Prensa, entendía que había dado el primer paso en la larga marcha que estaba escrita en mi destino. Y sin embargo, sólo pude permanecer en la grata compañía de personajes inolvidables, como Guillermo Cortéz Núñez “Cuatacho”, el “Tío” Víctor Orzero, Don Calo Patiño o el “Cholo” Pedro Cruz, aguerrido reportero gráfico con quien compartí innumerables aventuras en mis días de policíaco. El meditabundo Gino Miglio, el cascabelero Guido Monteverde y otros tantos querido colegas y maestros del periodismo y la vida, que en el breve lapso de siete años, fueron tiempo suficiente para que aprendiera todas de todas, en nuestro controvertido oficio, razón por la cual, el polémico Don Raúl El Gordo Villarán, me rebautizó como el Néstor Quintero del periodismo, por mi habilidad de escribir las columnas más renombradas de esos tiempos, imitando el estilo de todos y cada uno de sus autores, a cambio de un vale de lonche para “El Hueco en la Pared”. De esos días data el crucial momento en que Guido anunció que se iba al naciente diario Correo, pensando que con su partida Última Hora desaparecería o cosa parecida. Y no fue tal. Bernardo, me encargó resolver el problema: como nuevo Jefe" y busca buscando, se me ocurrió parodiar el título de un documental que hacía furor universal y así nació mi exitosa columna “Perro Mundo”, que hasta ahora escribo de vez en cuando. Desde luego, Última Hora no colapsó y gracias al esfuerzo de todos, mi columna, coincidió con el momento en que llegamos vender 300 mil ejemplares diarios. Tiempo más tarde, Guido Monteverde comprendió su error e intentó volver a nuestro querido diario, pero ya, con menos suerte. Después, pasé a La Prensa como Jefe de Amenidades, a Correo como Jefe de Inactuales y después a Expreso con similar cargo y el añadido de columnista de humor en “Carrusel”. Más tarde, llegó la política que todo lo enreda y desde luego, me enredó a mi también hasta la punta del autoexilio. En tiempos más recientes fui contratado por el Grupo La República, primero como Redactor Principal y más tarde, como Director de El Popular. 130
César Augusto Dávila De ahí en adelante, he hecho de todo un poco para sobrevivir -incluso publicar tres libros, siguiendo mi vocación de escritor-, y siendo, conforme le expliqué a un dinámico empresario de comunicaciones que se inquietó por mi leyenda “menos marica o ladrón, todo lo demás, es cierto …o parcialmente cierto”, para que sufran mis detractores. Naturalmente, no todas han sido flores a lo largo de este medio siglo, En el periodismo, como en cualquier actividad que se desarrolle en el Perú, todo aquél que triunfe aunque sólo sea medianamente, queda inmediatamente expuesto a la maledicencia, la envidia y el maleteo de todo tipo, en cuyo repertorio de ingredientes, debe contarse incluso el racismo en las dos direcciones. No sólo pueden discriminarte por cholo o zambito. También (y hay una revista especializada, en la cual esto es patente), uno se puede ganar enemigos gratuitos por ser “blanquito” o “blanquiñoso”, o si vive contento, si jaranea tupido, o tiene éxito con el sexo opuesto. De todo ésto me ha ligado un poco. Sin embargo el balance arroja a mi favor, unos cuantos valiosísimos amigos, que me acompañan hasta ahorita. Todos estos recuerdos vienen a mi mente, ahora que un inoportuno accidente, me ha impedido compartir la celebración de aniversario de “UH” que tan diligentemente han organizado los fraternos Justo Linares Chumpitaz y Roberto Salinas Benavides en los señoriales salones del Gran Hotel Bolívar, que tantos recuerdos alberga. A ellos y a todos los muchachones de nuestro querido diario de siempre, sólo tengo algo que decirles: Jamás se borrará de mi espíritu mi primer carné de periodista profesional con el logo de ÚLTIMA HORA -así en alta-, abriendo cancha. A todos mis colegas y amigos los llevo inscritos en el corazón en un titular fuente 160 en Alta y Baja con letras de oro y a cinco columnas… como mandaría un tremendo ULTIMAHORAZO. ¡Salud, hermanos de toda la vida!
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Un país sin detectives
E sto, que podría ser el triste título de un cuento de ciencia ficción, es una
de las tremendas realidades que vive nuestro Perú, desde que en 1,988, el Dr. Alan García Pérez, tuvo la gran ideota de unificar los tres cuerpos policiales, fundiéndolos (no es cachimba), en la actual cuestionadísima Policía Nacional del Perú, que se supone actualmente está -una vez más- en “reorganización”.
Las razones que apuntalaron este “parto de los montes”, eran aparentemente válidas y la cowboyada que entonces vivían la Guardia Civil, la Guardia Republicana y la Policía de Investigaciones del Perú, hizo que la opinión pública aplaudiera la medida, sin recapacitar acerca de las consecuencias que eran previsibles, y hoy sufrimos todos en conjunto. El asunto era, que la mal entendida separación de funciones, condicionaba un frecuente enfrentamiento, entre miembros de las tres instituciones, lo cual en ciertos casos, llegó hasta los balazos y cosas de ese -o peor-, calibre. Había -no hay que olvidarlo- un terrible antecedente, (un cucho dicen los choros), que condicionaba esta “solución”, que conforme hemos visto al correr del tiempo, no ha sido la mejor, ni la más atinada. Allá por 1,972, una comunicación confidencial del FBI, alertó al entonces presidente Juan Velasco Alvarado, acerca de una increíble mafia de detectives antinarcóticos, dedicada, precisamente a exportar cocaína, bajo diferentes modalidades. 132
César Augusto Dávila La reacción del General Velasco, fue inmediata y proporcional a tan vergonzosa noticia. Toda la división policial encargada de reprimir el narcotráfico, fue desarticulada y sus integrantes encarcelados o dados de baja de manera deshonrosa. Y, como suele suceder, la inconducta de un grupo de malos elementos, lesionó gravemente el prestigio de toda la PIP. Años más tarde, se descubriría que un nuevo grupo de detectives mafiosos, encabezados por su Director General nada menos, protegía las actividades de un poderoso narcotraficante, cuyo laboratorio se incendió -o lo incendió la DEA-, lo cual inició una cadena de acontecimientos, que terminaron involucrando a más de una decena de malos policías. Hechos condenables, sin duda, pero que de ninguna manera justifican la abolición de la actividad científica investigatoria, que debe cumplir una rama especializada de la policía. Si analizamos fríamente el panorama, advertiremos que no hay, que sepamos, un país que carezca de detectives, formados académica y prácticamente, para investigar y prevenir el delito en cualquiera de sus expresiones. La actual conformación de la Policía Nacional, pretende incluir en un solo saco, las funciones de mantener el orden público y la seguridad urbana, la custodia de los establecimientos públicos y centros neurálgicos de la energía, con la investigación de delitos, lo cual, conforme apreciamos a diario, lo confunde todo y concluye en la inoperancia clamorosa de las tres fuerzas agrupadas en una sola inutilidad, corrupta hasta los huesos. La reciente expectoración de treinta generales de un solo quechi, habla por si sola y no requiere mayores explicaciones. Pero así como antiguamente se aparentaba curar a los enfermos mentales a manguerazos de agua fría, una que otra paliza terapéutica y alguna dosis de bromuro, hasta que las modernas drogas corrigieron tal estupidez, yo quiero creer que el gobierno, tiene el poder y las intenciones de reformar una de las heridas más palpitantes que atormentan a la ciudadanía en su conjunto: La ineptitud y corrupción generalizada de su policía. Y no es que deba reemplazarse a los “diablitos” de hoy, con supuestos “angelitos”, como dice mi amigo el General John Caro. Lo que hay que 133
MÁS SABE EL DIABLO hacer, es una reingeniería total de la institución policial, dotándola de una nueva doctrina y una filosofía de servicio y protección a la comunidad, considerando el deterioro que acusa nuestro tejido social en su conjunto. Esto naturalmente, derivará en una taxativa definición de funciones especializadas, en un esquema de modernismo y aplicación social, que puede tomar como referente a las policías más eficientes del mundo. La nueva Policía Peruana, deberá ser garantía y amparo del inocente y protección al ciudadano común. También debe ser un seguro contra la impunidad y el avance criminal que casi casi, nos está ganando la guerra, ahorita mismo. Pero así como a nadie se le ocurriría poner al Inspector Clouzot de “La Pantera Rosa” a investigar las actuales, complejas modalidades de la acción criminal, dudo mucho que sea inteligente poner -por ejemplo- a Sherlock Holmes a dirigir el tráfico en la Avenida Abancay a golpe de mediodía. Sin que nadie me lo diga, puedo jugar a Nostradamus chicha, anunciando que ese, puede y debe ser, el próximo inminente capítulo de nuestra serie policial tan venida a menos. No podemos seguir siendo un país sin detectives. Más sabe El Diablo, como siempre digo.
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Venían por Guillermo
H ace unas noches, apareció en el imaginario de mi sueño, un automóvil
conducido por el inolvidable maestro Guillermo Cortéz Núñez “Cuatacho” teniendo por copiloto a mi compadre, el poeta César Calvo, ambos ya, en otra dimensión del universo. -¡Oiga! ¡ Suba que tenemos cosas que hacer! -me gritó Don Willy-, con su entusiasmo de siempre, mientras mi querido tocayo, me hacía un gesto convencional, con su diestra de escribir poemas en pedestal para nadie, como cantara en sus retardos y ausencias de hace mil noches.
Después seguíamos una senda de tierra rojiza y luego, en esas confusiones que envuelven las visiones de la noche, me vi caminando por calles de mi viejo barrio y visitando al Cholo Teves, para cantar unos valsarios y apurar unas chelas bien hilarias. Son muy pocas las veces que sueño con mis hermanos muertos y el carro, la carreta o sus similares, representan en la vieja simbología del ocultismo, la proximidad de La Parca, de modo que al despertar, ahuyenté el mal augurio con un estentóreo carajo, porque como decía “El Chino” Domínguez, uno no siempre tiene tiempo para cojudeces. Minutos más tarde, ya en la ducha, mi mujer me sorprendió con un grito dolorido: “¡Se ha muerto Thorndike!”. -¡No puede ser! -le respondí embroncado- y salí a medio secar, decidido a encarar al televisor. Pero no había nota. La graciosa calabacita 135
MÁS SABE EL DIABLO de las noticias, lo remachaba de paporreta. El polémico “Gringo”, el más famoso y más completo periodista de los últimos cincuenta años, se había marchado a medianoche adelantándose a la salida de los tabloides que nos unieron en tantas jornadas inolvidables. A tantas Ediciones Choque, a tantos titulares explosivos. A tantas noches insomnes al lado del Gordo Villarán, bañados en ron con coca cola, viendo bailar a la Tongolele. Y ahora, mientras sus amigos de verdad lo lloramos a la franca, los pontífices de la pureza bamba, se complacerán inventariando los avatares de su acontecer político y las semisombras de su escribir de subsistencia. Allá ellos con la mezquindad que les seguirá alimentando el ego, hasta que se descubran sus trafacías. Para nosotros, Guillermo Augusto Thorndike Losada, quedará en el recuerdo como el talentosísimo escritor que llegó a ser, más allá de lo contradictorio de su personalidad y los vaivenes de su temperamento que Christian Vallejo, encajaba en esa frase de Orson Welles que sentencia: “Entre el genio y la locura, sólo la hoja mellada de un cuchillo”. Llegué al velatorio, en la idea de presentar mis sinceras condolencias a la familia y nada más, pero el abrazo estremecido de Charo y la presencia de los hijos de Guillermo, me precipitaron al llanto incontenible. Y si alguien me hubiera preguntado el porqué de mis lágrimas, no hubiera podido responderle a cabalidad, sin relatar toda la real historia del verdadero periodismo y la intensidad de nuestra bohemia de ayer y nuestros sueños de escritores. Por algo el Gordo Villarán proclamó en una noche que el tiempo se llevó: “el mejor de los periodstas peruanos, sería barrendero en Londres”. Y luego, pensándolo mejor, o acaso por conciliar el brindis en curso, añadía: “Perdón. Nosotros no”, con lo que quedamos listos para la foto que nos tomaron al día siguiente y que el querido Domingo Taquito Tamaríz, titulara: “Nervio y Talento”, sin que yo presuma jamás acerca de la hilacha que me toque de esa flor. Más adelante, la mezquindad de las hordas incontenibles del huevonaje, suele omitir mi nombre, cuando no tiene más remedio que 136
César Augusto Dávila publicar dicha imagen del trío. Que importa. A mí me consagraron los dos más célebres gordos de todos los tiempos y con eso basta y sobra. Y si acaso existe otra, después de esta pachanga, allá nos encontraremos para seguirla. Yo, ni temo a “La Carreta”, ni peguntaré jamás por quién doblan las campanas. ¡Descansa en paz, hermano Guillermo! Ellos, vinieron por ti.
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Vivir del cuento
D icen
quienes lo dijeron, que el periodismo es una nave que puede llevarte a cualquier puerto, con tal que la abandones a tiempo. Y así será pues.
El hermoso oficio -que era- el periodismo, tuvo siempre la rara condición de involucrar a quienes lo practicamos, en toda clase de guerras ajenas, convertidos en una suerte de Quijotes sin mancha, en cotidiana lucha desigual contra molinos, ogros y galeotes, mientras, desfogábamos tensiones en una bohemia a veces desenfrenada, que a muchos les pasó una gravísima factura, en quebranto de la salud y absoluto desequilibrio económico y familiar, para decirlo de una manera elegante. En mi modesto caso, el periodismo siempre me dio medianos -honestos- ingresos. Suficientes para ir viviendo y educando a mis siete hijos que ahora, en la adultez, han tomado sus respectivos rumbos, repartidos por el ancho mundo. Pero lo que me llama a estas líneas, es el hallazgo -casual diríamos-, de una crónica de buena pluma, que relata la triste historia de un talentoso periodista escritor, a quien sólo conocí a través de algunos de sus trabajos publicados por la revista Caretas. Su nombre es Edmundo De Los Ríos y seguramente, al paso del tiempo, será objeto de requiems y homenajes de todo peso y calibre, pero a lo largo de su azarosa existencia, nuestro contradictorio país, sólo le otorgó frustraciones y malentendidos, que lo indujeron al alcoholismo y la 138
César Augusto Dávila estrechez económica, no obstante haber ganado un premio internacional a la temprana edad de 23 años. Quizás por eso, este hombre de talento, creyó equivocadamente, que el feedback, ese reconocimiento que se cotiza en inglés y por algo será, lo iba a acompañar para siempre. En los últimos tiempos, escribió dos novelas más, que según quienes las han conocido, eran dignos de su precoz entrega. Sin embargo, los concursos en los que se obstinó en participar, sólo le otorgaron menciones honrosas y oscuros segundos puestos, en tanto, nuestra impredecible prensa “cultural”, lo castigaba con un ominoso e inmerecido silencio. Sea por lo que fuere, Edmundo se cansó de luchar y un día de esos, trepó hasta la azotea del edificio que habitaba, lanzó al aire, las páginas de sus novelas -como un agorero adiós de palomas tristes-, y saltó al vacío para sumirse en la nada. Quizás nunca leyó esa terrible y tan cierta frase de Abraham Valdelomar: “tener talento en el Perú, es como tener cinco mil libras en la puna”. O acaso no le tomó sentido al hecho de que César Vallejo fuera -en su tiempo- encarcelado bajo la acusación de “loco e incendiario”, luego que un oscuro personaje de nombre Clemente Palma, llamara a sus geniales poemas disparates incongruentes, para luego aconsejarle que los pusiera como “durmientes al paso del tren”. Y es que el Perú es, como este infortunado colega no alcanzó a saber o entender, un lugar contradictorio, peligroso, lleno de envidias, intrigas y canalladas. Y sólo hay dos modos de enfrentarlo, o encanallándose a su vez, o enarbolando muy en alto, la bandera del coraje, que nos permita llevar adelante nuestros sueños, pase lo que pase o... deje de pasar. De haberlo conocido personalmente, tal vez, otra hubiera sido la historia. Yo le hubiera recitado un poema sioux, que en su más expresiva parte dice: “un hombre siempre termina siendo, aquello que siempre soñó”. Y persiguiendo ese sueño, hasta resulta hermoso que un día o una noche, nos sorprenda la muerte, como una amante que nos visitara a escondidas. Parafraseando al viejo Omar Khayyam, yo podría decir que “más allá de la muerte, sólo nos espera la nada... o la suprema compasión”. Descanse en paz, amigo Edmundo. La fama es veleidosa dama. 139
Volvió una noche...
L a próxima vez que Perico Sifuentes me diga: “La vida es un tango”, voy
a prestar más atención a su milonga, pues sucede que hace muy poco, viví una de esas lecciones que nos catapultan a la vieja filosofía rezongona que supieron imprimir a la canción del Plata, monstruos de la poemática popular, como Santos Discépolo, Contursi, Canaro, Marianito Mores, Filiberto y otros versos de “Cuartito Azul” y “Cambalache”, otrora más manyados que “La Cumparsita”. Hace muchos almanaques, sufrí un ataque tremebundo de esos que “Pichón de Pato”, “Cebiche” y otros sabihondos de la noche bohemia, definían como puñalada de calzoncillo. Es decir, me templé como cuerda de violín de una juvenil jugadora a quien terminé bautizando como “La Pérfida”, en razón de los sucesivos encontrones que le pegó a ese travieso tenorio que era yo, por aquél entonces. El romance, se convirtió en comidilla de las veladas del restaurante Mario y motivó ciertos festivales de trompada callejera allá en los remolinos de El Mar de La Herradura.
Recuerdo -y a veces me duele- en especial, una tremolina de ron y celos que remató en lucha libre de un servidor contra toda la orquesta del Neptuno, gesta afro cubana que quedaría inscrita en la memoria, de aquellos muchachones, que vivíamos la vida, como si no se fuera a acabar nunca. El idilio en cuestión, pareció prolongarse a lo largo de los años, a pesar 140
César Augusto Dávila de “terminar para siempre” cada cierto tiempo. Y esto sucedía así, sin que importaran las alternativas de nuestras respectivas vidas, o el matrimonio que ella un día contrajo para sacarme pica, según me explicó alguna vez. Un día, se marchó a viajar por el mundo y yo, continué siguiendo los mandatos de mi gitano corazón, hasta que se me acabaron los periódicos. Pero tres décadas más tarde y como en un tango, “volvió una noche…”. Quién sabe cómo, consiguió mi teléfono y me citó al terreno de los hechos. Yo, sin poderme explicar la decisión, concurrí al encuentro, para -como primer número del programa-, escuchar esa piadosa mentira: “estás igualito”, que naturalmente, estuve muy lejos de creerle. Recordamos algunos episodios comunes, como siempre, me reprochó algunos de mis antiguos excesos y bebimos la sangría llorada por todo eso que se fue y no vuelve. Acudían a mi mente los versos de “lo que fue locura en mi juventud” y “las horas que pasan ya no vuelven más”, por lo que hube de frenar el disco, antes de asumir aquello de “volví al espejo y me quise mirar”. Ella, ha hecho cierta fortuna en el -digamos- “modelaje” y gracias a un rico billete, la cirugía y la cosmética, la conservan bastante bien en líneas muy generales. Fui sincero al decirle que no puedo evitar recordarla cada mañana, ya que al operar la afeitada de rigor, siempre tropiezo con un tajo-cicatriz empeñoso que me impide olvidar nuestros amores rocambolescos. Lo mismo me pasa cuando oigo sonar la salsa “Me volvieron a hablar de ella”. En fin. La cita se hizo larga y antes de despedirnos, ella se acercó como antes y me besó inútilmente. Y ahora pues, espero visitar a mi brother Max Hernández, para que me explique cómo alguien puede seguir amando una imagen y un recuerdo y, al mismo tiempo, aceptar indiferente, el profesional beso de adiós a cargo de la protagonista de su más estremecedora telenovela.
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Y usted, qué adivina?
C asi todo el que se dice culto -o ilustrado, que a veces no es lo mismo-,
suele afirmar, sobre todo en público, que nadie puede adivinar el futuro. Sin embargo, oiga usted, todos lo hacemos y todos los días, además. Y esto resulta evidente, cuando Usted por ejemplo, va a cruzar la pista en la Avenida Abancay al mediodía, o le echa el ojo a alguna percanta, calculando la mejor forma de arrimarle el piano sin dudas ni murmuraciones. Decía el sabio Don Miguel de Unamuno: “cuando un par de ejemplares en condiciones de reproducirse, intercambian miradas en código de atracción, lo que en realidad están explorando, es que clase de descendientes procrearían en caso de consumar la unión sexual”. Y en cuanto los aprendices de Nostradamus -los firmes y los bamba- se han pasado los últimos veinte siglos anunciando el “fin del mundo”, sin ligarla hasta la fecha, pues suelen dejar de lado, la eterna verdad de que en el universo, nada empieza, y nada termina, salvo las eras y los ciclos, cuestión que ya es olla de otro merengue, conforme resultan averiguando los que se sienten políticamente poderosos, hasta que se les acaba la mamadera. Allá por los 70’s, cuando aun los ordenadores y computadoras empezaban a hacer pichi en el macetero, una poderosa corporación gringa, cuando no, acuñó el término “futuribles”, para precisar una serie de escenarios “altamente posibles”, como hace ahorita cualquier Charla de La Parada, cuando una impersecuta le pregunta si encontrará perconchante. 142
César Augusto Dávila Es decir, tanteando el cuento. Aquí debo aclarar que la moderna Cosmobiología, analiza la influencia de los cuerpos celestes -como hizo el sabio peruano Scipión Llona para predecir los sismos, fallando en varias ocasiones para sólo acertar en una, que se tradujo en tremendo terremotazo, justo el día de su muerte-, para cotejar estas “aspectaciones” con las ondas sociológicas y la correlación de fuerzas políticas, cosa que hacen los verdaderos servicios de inteligencia predictiva, en todos los países en serio, con resultados fiables al 85%, dependiendo de la calidad científica, experimentada e intuitiva de los correspondientes analistas. Aquí debo intercalar a manera de anécdota, que la única esoterista que probadamente, anunció el fin del mundo… tal como lo hemos conocido para el 11 de setiembre del 2,001, es mi hija “Agatha Lys”. Y logró este acierto, analizando correctamente los estudios de matemática predictiva, realizados por connotados egiptólogos, que estudiaron durante muchos años la simbología de los pasillos internos de La Gran Pirámide de Keops. El prestigioso arqueólogo mexicano Rodolfo Benavides, autor del libro “Dramáticas Profecías de la Gran Pirámide”, consiguió descifrar la simbología geométrica del Gran Bloque de Granito Rojo, que relacionado con complejos datos esotéricos y legendarios, señalaban justamente el 11 de setiembre del 2,001, como “fin de una era”, lo cual, algunos charlatanes, vendieron como el fin del mundo, pero “Agatha Lys”, verificó, estudiando el Tarot Profético y un antiquísimo tratado de egiptología -herencia familiar-, llamado “Hablan Los Grandes Sacerdotes”. Así pudo precisar el vaticinio que se cumplió trágicamente costando la vida de más de dos mil neoyorkinos, generando a su vez, la desquiciada decisión del ex presidente norteamericano George W. Bush de bombardear Irak y Afganistán, al tiempo de anunciar: “a partir de hoy, el mundo no volverá a ser como ha sido. Y perseguiremos a los terroristas donde quiera que se encuentren, hasta borrarlos de la faz de la Tierra”. Y como ahora todos sabemos, efectivamente el mundo desde aquel día, es otro mundo. El anterior, aquél que hemos conocido, ya no existe más, tal como era. Hace poco, se puso de moda “La Profecía de los Mayas”, tema que incluso llegó al cine, anunciando nada menos el fin del mundo, para el año 2,012. 143
MÁS SABE EL DIABLO Por si ustedes no lo saben, los más resabiosos especuladores de la Bolsa de Nueva York, tienen como Biblia privada “La Teoría de las Ondas de Elliot”, un conjunto de reglas, cuya esencia afirma que “conociendo el origen de un alza y su evolución posterior, se puede predecir acertadamente, la próxima baja y su eventual magnitud”. Y difícilmente les falla la adivinanza. Y eso que lo que se pone en juego, se refiere a millones de dólares. Pero volviendo al tema de los mayas. Acabo de descubrir un elegantoso libro (lo ha comprado “Agatha Lys”), llamado “2,012 ¿Qué Esperar del Cambio de Era?”, escrito por Greeg Braden, sabio que trabajó largamente en el Departamento de Defensa de Estados Unidos, creando “softwares predictivos” y combinando -aunque ustedes no lo crean- factores espirituales-psicológicos con los descubrimientos de la física moderna. Este inteligente gringo, sentencia que “estudiando el pasado, puede entenderse el presente y anticipar el futuro”. Y no sólo para la evolución cósmica, sino, mucho ojo: para nuestras vidas personales. Por este camino, el buen Gregg, ha elaborado la teoría de “Los Fractales Recurrentes”, según la cual, todo lo que ha sido, tiene la alta probabilidad de repetirse llegado su momento… salvo circunstancias excepcionales. En conclusión, según sus estudios, lo que los mayas profetizaron hace más de dos mil quinientos años, es que este quinto mundo, terminará indefectiblemente, el 21 de diciembre del 2,012. Para consuelo de los asustadizos, remata señalando que después de algo “muy trascendental”, quizás catástrofe, guerrazo, o diluvio de caracoles, vendrá una gran era de paz y entendimiento general “como amanece una primaveral mañana, después de una tormentosa noche de invierno”. En cuanto a creer o no creer, ya eso, es cuestión de ustedes, pero en lo que a mi respecta, -aparte de desear a mis amables lectores una feliz Navidad 2,012- yo ya sé cómo voy a despedirme de este (perro) mundo. Por algo, pues, más sabe El Diablo, mi estimado.
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