Libro desarrollado en Panamá por c SALAMANDRA EDITORES 2020 salamandrapty@gmail.com | Panamá, Ciudad de Panamá. Editor: Guillermo Dávila Pretell | Celular: 6200-8088 Diseño Gráfico: Bruno Corsi. Todos los derechos reservados Ninguna parte de esta publicación puede ser reproducida, almacenada en sistema recuperable o transmitida, en ninguna forma o por ningún medio computarizado, electrónico u otros, sin el permiso expreso del editor.
CĂŠsar Augusto DĂĄvila
Perro mundo Reportaje a la vida
“El periodismo, como la prostitución, se aprende en la calle”. (Alberto Fuguet, “Tinta Roja”).
Presentación
Perro mundo: Reportaje a la vida, es una publicación que inicialmente sería de crónicas memorables que definieron la identidad del Perú, una mezcla de situaciones y personajes entrelazados a lo largo de los años que tendría un reportaje extendido del autor. Sin embargo, al abrir esta suerte de caja de pandora, conversando mucho y recordando más, como editores entendimos que en muchas de las historias, César Augusto Dávila Brenner, era testigo de excepción. Así, se decidió cruzar la línea de los relatos para ingresar a los recuerdos más íntimos del escritor. Con una trayectoria periodística que inició en 1964, en el diario “Última Hora”, posteriormente debutaría con éxito como columnista, comentando con gran sentido del humor chismes y comentarios del ambiente social. El título (Perro mundo), está basado en una película documental italiana, que presentaba grandezas y miserias del acontecer de la época, generando furor en las salas cinematográficas de Lima y de todo el mundo. Con una carrera periodística en ascenso, abriendo nuevos capítulos y cerrando otros en su vida, siguió siendo –inevitablemente–, “Perro mundo”, para siempre. Al adentrarnos en Perro mundo: Reportaje a la vida, descubrimos además sentimientos del autor, detalles de su trayectoria contadas por él mismo, junto a la descripción de la Lima bohemia de los años 60 y 70’s, a través de un tour guiado en el tiempo que nos lleva hacia ése submundo Reportaje a la vida | 7
al cual solo unos cuantos tenían acceso y que tenía como único derecho de admisión tener experiencia (de calle), sazonada con altos grados de genialidad y locura. Muchos de los personajes que aparecen en esta obra eran verdaderos representantes de la magia del enigma, de los rincones del alma, de la sinrazón razonada, de lo único e irrepetible. Cada uno de ellos, atesoraba una riqueza de vida que los mantiene aquí, aún después de la muerte. Yo conocí a muchos de ellos. Vi en sus ojos el brillo con que iluminaban sus interminables coloquios en el café bar “Mario”, la alegría de sus voces cantando un vals jaranero al ritmo de cajón en “El Callejón del Buque”, es decir, todo aquello que se vivía (y bebía) en ésa Lima de los años 70. El primer recuerdo que viene a mi memoria al evocar mi encuentro con el periodismo, inicia en los talleres del diario “Expreso” en el Jirón Ica, donde pasé mi niñez y parte de la adolescencia. Allí, por los pasillos de este vetusto edificio, entre máquinas compositer, linotipistas, planchas de plomo y gigantescas bobinas de papel, fui testigo de excepción de la trayectoria de César Augusto Dávila, mi padre. Un maravilloso viaje que inició en “Última Hora”, primero como practicante, para luego ser ascendido por Bernardo Ortíz de Zevallos a reportero. De allí, lo demás es historia. Aún puedo sentir el olor a papel y tinta al ingresar en mis sueños al diario “Expreso” y subir las escaleras que, a mano derecha, te hacían pasar obligadamente por Archivo y de allí a la redacción del semanario dominical “Estampa”, donde mi padre era el Jefe de Redacción. Allí pude experimentar de cerca los procesos de cómo se hacía el periodismo de antaño, lleno de imaginación, oficio, entrega y adrenalina al 100%. 8 | Reportaje a la vida
En aquellos tiempos, quienes detractaban el azaroso trabajo reporteril y la usanza del periodismo de aquel entonces, lo tachaban como un sub oficio, lleno de personas que habían querido seguir una profesión y, al fallar en su intento, terminaban cogiendo papel y lápiz. Siempre he pensado que nuestra profesión es y seguirá siendo el doctorado ideal frente a cualquier carrera elegida y ante la vida misma. Muchos abogados, psicólogos, profesores y dramaturgos, terminaron sentados frente a una máquina de escribir porque sentían que ése era el complemento que les faltaba antes de ejercer. Cierto es que muchos de estos doctorados se prolongaron por años y algunos se quedaron para siempre en ese status, sin embargo, nadie puede negar que los periodistas tenemos de abogados, psicólogos, investigadores, dramaturgos, sociólogos y hasta artistas. Me pregunto si en nuestro siglo XXI, habrá alguna profesión pueda congregar todas estas experticias que hacen que, con toda justicia, se diga que somos El Cuarto Poder. Lo dejo ahí. Aunque fue don Luis Miró Quezada de la Guerra quien sentenció que “el periodismo, según se ejerza, puede ser la más noble de las profesiones o el más vil de los oficios”, fue mi padre quien con su entrega a la profesión y respeto irrestricto a la verdad, marcó mi camino y el de muchos de los jóvenes periodistas que le tocó formar. Las veces que fue despedido, luego de negarse a destruir la reputación de alguien o publicar noticias de dudosa veracidad (ésa verdad que en los periodistas debe ser un apostolado), lo ví enfrentar –con valentía–, la incertidumbre del desempleo, luchar por llevar el pan a la casa y mantenerse fiel a sus valores éticos y morales, convencido, en medio de todas las necesidades, que por larga que fuera la noche... al final llegaría el amanecer. Reportaje a la vida | 9
César Augusto Dávila regresa ahora de manera triunfal. No una, sino muchas veces a lo largo de sus casi 60 años de trayectoria periodística. Y es que a sus 85 años sigue activo, lleno de energía como cualquier joven reportero y –como diría en una ocasión Salvador Dalí preguntado sobre su producción artística–, “trabajando como 100 obreros juntos”. Ese ejemplo de trabajo, valor y coraje, es el mejor legado que nos ha dado a sus hijos, y en general, a todo aquel que haya compartido con él una sala de redacción o –tal como los “Cuentos del camino” que mencionaba siempre Ernesto “Che” Guevara–, haya coincidido con él en el mismo rumbo de la vida, ésa que contamos con diferentes matices, aunque en el fondo con el mismo mensaje, sea inasible moraleja, o si se quiere revelador refrán. Y es que, frente a esas incongruencias tragicómicas de la vida cotidiana, definitivamente... siempre el valor es mejor, nunca la esperanza es vana. Y eso, lo sabe muy bien el autor. Nunca dejes de contar las historias papá. Es la mejor manera de rendirle homenaje a tu vida. A nuestras vidas. Buen viaje.
Guillermo Dávila, Editor Panamá, 2020
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Mapiri 376 Como muchas cosas en mi vida, me inicié por accidente como Director del periódico mural en la Escuela de Pedagogía Centro Escolar, dirigida por la Congregación de los Hermanos de las Escuelas Cristianas o hermanos lasallistas, cuando cursaba el quinto de primaria. Era el colegio que tenían para niños pobres. El Colegio La Salle era para los ricos, quienes nos legaban sus marchitos libros que remendábamos y desde luego valorizábamos, pues gracias a ellos nos asomábamos –entre otros temas–, a la literatura española y graciosamente a las didácticas fábulas de Esopo que aprendíamos en verso, muchas de las cuales recuerdo hasta hoy. Ya desde los cinco años de edad chapaleaba en la moderna máquina de escribir Underwood en mi casa de Mapiri 376, pergeñando cuentos, aventuras y andanzas detectivescas que mi fecunda imaginación –ya por entonces–, convertía en pequeños relatos. Después, la vida me llevó al Colegio Alfonso Ugarte donde –al igual que todo centro educativo que conocí–, profesores y condiscípulos se esmeraban profetizando que sería abogado. Como era alegoso y palabreador, aquel que me conocía me imaginaba convertido en “picapleitos” (cosa que nunca sucedería). Reportaje a la vida | 11
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Recuerdo que cursaba el primero de secundaria cuando a alguien se le ocurrió –en buena hora–, incorporar un curso de correspondencia, el cual asumí con entusiasmo. Y así fue que un profesor, que más parecía un practicante, escuchó un día que los palomillas del 1-A, me llamaban en son de broma, “Doctor”. – Este muchacho será periodista –. Nunca he sido un buen escolar pero desde entonces empecé a colaborar –otra vez–, en el periódico escolar y como sucedería ya siempre, terminé nuevamente como Director de dicho medio de comunicación. Posteriormente tuve que ganarme la vida, a la vez que estudiaba pre médicas en la Universidad Nacional Mayor de San Marcos pues por un tiempo se me ocurrió que sería médico. Quería ser psiquiatra (lo que más se aproxima al periodismo), y eso es lo que terminé siendo luego de mi traslado a la Facultad de Letras, mientras mis antiguos condiscípulos terminaban por recibirse como Licenciados en Medicina. El tiempo hizo lo suyo y un día resulté anclado en la Casa Oechsle como vendedor de telas. Para ese entonces era boxeador en campeonatos interbarriales y observador del trabajo de actores del radioteatro. Después, fui al Ejército, donde gané mis galones como Sargento de Caballería (trabajando duro y parejo). Al volver a la vida civil, conseguí empleo como vendedor de la entonces comentada Sears. En realidad, sentía que no era mi camino y, ahí se produjo otro de los eslabones eventuales que el médico, escritor y conferencista indio Deepak Chopra, llama “sincrodestino” y que no es otra cosa que cada coincidencia que ocurre en nuestra vida, es portadora de un mensaje sobre el potencial milagroso de cada instante. 12 | Reportaje a la vida
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Entre mis compañeros estaba Michael, un joven muy ceremonioso que habría de ser mi guía en el próximo paso de mi aventurera biografía. Habíamos trabado buena amistad y solíamos intercambiar bromas y uno que otro chiste subido de tono. Una tarde, me crucé con él y sin querer, advertí en su solapa, un pin que tenía un emblema de dos máscaras. – Es el símbolo universal del teatro. Soy actor y pertenezco al Grupo Histrión. Ensayamos todas las noches. ¿Te gustaría ver un ensayo? –. – Claro que sí –, respondí y así quedamos para esa misma noche. Los ensayos se realizaban en una vieja casona ubicada en el Pasaje García Calderón, en un cruce de la Avenida Bolivia. De entrada le caí bien a todo el mundo y a partir del tercer ensayo, debuté como apuntador –el que “sopla” los diálogos a los actores de escasa memoria–, en “Seis personajes en busca de autor”, de Luigi Pirandello. Dirigía la obra mi hermano ausente, Sergio Arrau y encabezaban el grupo los hermanos José y Carlos Velásquez, así como el menor (cuyo nombre no recuerdo). La belleza del elenco, era la gran actríz Lucía Irurita, con quien hicimos amistad. Yo seguía de apuntador y en ocasiones, por razones netamente teatrales, el maestro Arrau, disponía añadir una o dos frases al libreto, o modificar alguna “entrada” que el genial autor no hubiera podido traducir del italiano a nuestros modos idiomáticos y entonces ahí estaba yo, modificando el libreto escrito por Pirandello, uno de los más grandes dramaturgos de la historia teatral. Cada noche, acudían a los ensayos diversos actores y Reportaje a la vida | 13
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actrices de otros grupos, entre ellos la talentosa Rosa Wunder –mujer inolvidable para mí–, quien se percató que en ocasiones escribía y reformaba libretos, además de, a fuerza de “apuntar”, tener facilidad para aprender los textos de memoria, lo que me permitía reemplazar a cualquier “faltón”. Finalmente, me gané el titularato y debuté en el Teatro Segura haciendo el papel del galán joven, en una obra basada en las ocurrencias de una auténtica compañía de teatro. Para debut, era más que suficiente. Una de esas noches Rosita, gentil y cariñosa como no habrá otra, se me acercó. – Oye chico, qué bien escribes y actúas. ¿No te gustaría ser periodista? Mi esposo es redactor principal en un diario y si quieres vamos allá, te lo presento y estoy segura de que él te una oportunidad –. Tenía 22 años y esa señora –nunca sabré por qué–, acababa de abrirme las puertas de la felicidad. Era un 30 de diciembre de 1959 cuando llegamos caminando hasta calle Baquíjano 745, actual cuadra 7 del Jirón de la Unión. Se hizo anunciar en portería ante un sujeto corpulento a quien llamaban “Rom”, quien la comunicó con su esposo y, en un segundo, estrechaba la mano de Carlos “Coco” Meneses, quien con gran cariño me declaró ingresado como Practicante en la sección Deportes, uno de los ángulos fuertes del que se convertiría, de una vez y para siempre, en el Diario de Mis Amores, mi inolvidable ÚLTIMA HORA. Esa noche de maravillas, mi vida dio el gran cambio. Acababa de tocar el cielo con las manos. ********** Era la víspera de la celebración de Año Nuevo de 1960. La redacción quedaba en el tercer piso del local del diario 14 | Reportaje a la vida
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hermano La Prensa cuando me recibió Coco Meneses, mi padrino periodístico. En la redacción circulaban panetones y también botellas de champagne “Nochebuena” por doquier, que los redactores iban descorchando y bebiendo. Por entonces no bebía ni una gota, por lo cual, rechacé algunas invitaciones. A mis 22 años, era el más joven en la sala de Redacción. El jefe de esta sección, era el millonario y filántropo Don Carlos Wiesse, a quien sus amigos (la redacción en pleno), llamaban “Maná” (en el Antiguo Testamento, alimento que Dios envió a los israelitas para socorrerlos mientras atravesaban el desierto), ya que era capaz de solucionar cualquier problema económico sin perder la sonrisa. Tenía un enorme buen corazón, por eso todos los redactores tenían automóvil, de segundilla claro, pero auto al fin. Bastaba con que el interesado, pidiera a Don Carlos una “letra de favor”, prometiendo honrar las letras mensuales que imponía dicha obligación, para que el buen Maná, estampara en el documento su poderosa firma y… asunto arreglado. Ninguna empresa se resistía a dicho embrujo. De entrada le caí bien al señor Wiesse. De esta sección, los artículos originales, escritos a máquina, debían partir a la mesa de Redacción, capitaneada entonces por Luis Gino Miglio, para ser corregidos ortográficamente y “cabeceados” (cuando están puestos los titulares finales en las páginas del diario antes de imprimirse). Había faltado un cabecero. Coco me dejó sentado frente a una vieja Remington y a sólo dos pasos del Jefe de Deportes, quien en su condición de high life, no dominaba la jerga ni tenía el sentido del humor que caracterizaba a Última Hora. Me quedó mirando y me llamó con un gesto –como se cita a los mozos en una boite–. Reportaje a la vida | 15
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– ¿Y qué tal eres tú con la jerga? –. –¿Yo? Domino, pues. Soy boxeador interbarrios y vivo en Mapiri, señor–. – ¿Ah si? – me dijo. – A ver qué haces con esta notita –. Me pasó una breve nota que hablaba de los entrenamientos del púgil Mauro Mina, por ese entonces, nuestro crack del ring. Los originales, venían escritos a máquina, a tres espacios y con faltas de ortografía. Mientras miraba los papeles, tratando de entender lo que decían, reapareció Coco, como ángel de la guarda. – Mire, el trabajo consiste en corregir, puntualizar y finalmente hacer un titular, más o menos gracioso, empleando la jerga de los valses de Los Troveros–. – ¡Claro que si, maestro! –, le respondí y me arranqué nomás, luego de explicarme el tipo de letras a emplear y los espacios de alcance según la diagramación que para mí, era idioma latín para ese entonces. Sin pensarlo dos veces, disparé al papel. Mauro entrena a todo forro: MINA SACARÁ CHOCOLATE A HUASO PALABREADOR EN DOS POR TRES La carcajada brotó entre los integrantes de la mesa. El titular les cayó de película. – Oiga, veo que tiene mucha chispa, así que hágame el resto de los titulares –. Y me endosó un cerro de material, que resolví rápidamente 16 | Reportaje a la vida
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en mi debut como cabecero, aquel mágico 1 de enero de 1,960. ********** Me sentía periodista, era el sueño de mi vida. Inmediatamente los comentarios empezaron a correr por la sala de Redacción, llegando a oídos de los cabeceros, quienes lo tenían claro: un muchacho desconocido, les estaba “despintando el cartel”. El Director del diario era Bernardo Ortíz de Zevallos, hijo de un reconocido diplomático. Había nacido en París y quizás por eso, hablaba el español como aprendido en Francia. Este señor, reina en mis recuerdos como mi auténtico maestro del periodismo, pues se las sabía de todas todas, y cuando faltaba cualquiera de los famosos columnistas de nuestro diario, no vacilaba en reemplazarlo con gran brillantez. Él circulaba por la redacción, mirando y corrigiendo todo, cuando era necesario. Yo lo miraba con respeto y muy de lejos, pero él me había echado el ojo desde que hice mi debut cabeceando toda una edición de Deportes. Una noche, me quedó mirando y me llamó con un gesto. Yo me levanté medio asustado y lo saludé con gran respeto. – Oiga joven – me dijo. –¿Porqué usted no me saluda cuando entra al periódico? –. Todo esto, masticando las erres como en una suerte de francés mordisqueado. – Señor – le dije. – Es que yo siempre lo saludo, pero usted no me responde –. – Está bien –, me dijo. – Pego no seamos dogs maggiados de miegda –. Reportaje a la vida | 17
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– Bien señor –, rematé y volví a mi asiento Creí terminado el incidente. Pero no fue así. Una semana más tarde, pasó por Deportes y me llamó otra vez. – Qué está haciendo usted acá? –, me preguntó. – Soy practicante de Deportes, señor –, le respondí. – Hasta hoy nomás. A pagtig de mañana usted pasa a Policiales, después va a Locales y luego Política. Pogque usted es inteligente y acá va a apregdeg te todo –. Y así fue, aprendí incluso sobre Talleres. Todo era tan rápido que llegué a creer –creo hasta hoy–, que sencillamente nací para ser periodista. Lo demás, es cuento. Frente a la sección de Deportes, al otro lado de un amplio salón, se ubicaba la mesa de Redacción, normalmente ocupada por el Director de Informaciones, que era el título utilizado por el Daily News, diario al que intentábamos copiar en algunos aspectos. A la diestra de Don Gino Miglio estaba “La Mesa de Cabeceros” ocupada, por quienes leían, corregían y –de ser necesario–, reescribían todos y cada uno de los artículos (originales). El Jefe de Redacción, revisaba a la volada y pasaba las carillas escritas de una en una, a un secretario de redacción, que marcaba su hora de llegada, el número de página correspondiente y una letra clave que marcaba su ubicación de acuerdo a la diagramación. Luego un mensajero, a quien llamábamos Ticona Express, se encargaba de llevarlos, ya fechados, a Talleres donde el Maestro Palo –en realidad se apellidaba Palomino–, los pasaba ordenadamente a los linotipistas. Ellos los escribían en plomo y los pasaban a Pruebas, donde les hacían una 18 | Reportaje a la vida
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impresión para detectar cualquier falla y luego los pasaban a Caja, donde se ordenaba el material sobre una mesa metálica y de donde pasarían finalmente a rotativa. En nuestro caso dicha máquina parecía un ferrocarril y cuando empezaba a imprimir, su silbido invadía todo a su paso y hacía temblar todo el vetusto edificio de La Prensa y Última Hora. Esa rotativa tenía ya, para 1960, más de noventa años y pedía relevo a gritos. ********** Como ya he dicho, los cabeceros, eran como estrellas de rock. Habitualmente mal pagados, se sentían responsables del alto tiraje de este vespertino que aparecía al mediodía. Corrían rumores que eran escritores frustrados, algunos de ellos médicos, otros abogados. Como el Jefe de este equipo, el talentoso jurisconsulto y amigo Lucho Loli Roca, que además escribía a diario su exitosa columna “A golpe de doce”. Por esos días, Don Carlos Hernando, un querido colega a quien todos apreciábamos (más allá de las bromas que solía gastarle Guillermo Cortez Núñez, “Cuatacho”, astro del periodismo), se erigió en líder de los cabeceros y le planteó al Director que si no les aumentaban el sueldo, tal como ellos merecían, simplemente plantarían la edición a medio hacer. Bernardo –que era cualquier cosa, menos impresionable–, le respondió que si no les gustaba podían irse nomás, cosa que hicieron de inmediato. Así, el diario quedó en suspenso. Eran las 7 de la noche, hora en que ya la edición debía estar adelantada, por lo menos en Deportes. De pronto, el Director, Ortíz de Zevallos, llamó a su oficina a Coco Meneses, hombre altamente experimentado y capaz de Reportaje a la vida | 19
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resolver cualquier problema del tamaño del que estábamos afrontando. Yo había empezado mi tarea diaria en Deportes y no podía imaginar lo que sucedía. De pronto, Coco me llamó y me puso al tanto del “plantón”, para luego sorprenderme con una noticia bomba. –Yo no sé – me dijo – que habrá visto en usted Bernardo, pero además de encomendarme la jefatura de la mesa de Titulares, me ha dicho “y traiga para que lo ayude al muchacho ese, Dávila creo que se llama. Es medio ingenioso y usted lo pilotea”–. Estaba escuchando música celestial y me parecía estar soñando. Se había producido un gran paso de mi carrera periodística. **********
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Una “Venus con visión” 7 de la noche. Empieza el acopio de informaciones que habrían de conformar la edición del día siguiente. El hecho que debutara en este difícil puesto un practicante sin mayor experiencia, un “muchacho de 22 años”, como decían los experimentados que bordeaban los 40 años de edad. Era un hecho absolutamente inédito, no sólo en Última Hora, sino en el periodismo nacional, que siempre se nutrió de escritores consagrados y en la madurez de la vida. Instalado en el escritorio izquierdo –bueno el segundo, con respecto al Jefe de Redacción, que era además el Director, pues Gino Miglio estaba de vacaciones–. Coco Meneses, se acercó para instruirme acerca del trabajo que íbamos a desempeñar los dos, reemplazando a los cuatro “cabeceros” que se habían marchado luego de protagonizar el plantón laboral. – Mire, César Augusto. El trabajo del cabecero consiste en leer, corregir, si es necesario reescribir y finalmente redactar el titular, siguiendo la tabla de tipos que aquí le entrego –, me dijo hablándome desde el espaldar de la silla. La tabla marcaba la nominación de cada “tipo”, su número y los espacios que ocupaba, contando uno adicional para Reportaje a la vida | 21
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separar entre palabra y palabra, además de considerar espacio y medio para las letras M y W. –¿Está claro? –, me preguntó y desde luego yo le respondí que sí, que estaba muy claro. Dicho esto, ocupó el primer escritorio, que correspondía a la Jefatura de Cabeceros –a la siniestra del Director–, que funcionaría como Jefe de Redacción. Debo resaltar que desde que aprendí a leer y escribir a los 4 años de edad, siempre lo he hecho con velocidad y cero faltas, en lo que a ortografía se refiere. En mi repertorio figuraba todo lo referente a Emilio Salgari, la mitad de Julio Verne, así como “El Mundo es Ancho y Ajeno” de Ciro Alegría, que he leído algo así como diez veces a lo largo de mi vida. Y así llegó el primer lote de informaciones. Venían de la sección Policiales. La primera crónica daba cuenta del romance entre un heladero cincuentón y una joven empleada del hogar. El trabajador había confesado que tenía dinero guardado bajo el colchón –costumbre serrana–, aunque la jovenzuela mintió al no mostrar interés por el dato, para luego fingir loco amor por él, aunque estaba claro lo que quería, por lo que le dijo que no tenía dónde dormir. Cuando el hombre regresó a su modesto cuartito, luego de empujar su carretilla titantas cuadras, soplando su cornetín vendehelados, este “Romeo Cocho” no encontró a su “Julieta”, mucho menos sus custodiados mil soles duramente apachurrados entre el catre. Leí la nota entre sonrisas y así llegó el dramático instante de “cabecearla”. Por esos días, estaba en cartelera cinematográfica una película protagonizada por Elizabeth Taylor, cuyo título era “Una Venus en visón”. Instantáneamente 22 | Reportaje a la vida
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brotó en mí la chispa de la inspiración y de la mano de un poco de picardía, titulé mi primera nota policial. Natacha bien churrasca despluma a heladero cocharcas: UNA VENUS CON VISIÓN El sobretítulo resumía el más puro estilo “ultimahorero”, con un toque Cavagnaresco, sumado al atractivo de una “peli” que estaba en boga. Coco se rió a fondo. – ¡Buena, César Augusto! ¡Gol de media cancha! –. Pasó la nota al Director - Jefe de Redacción. Ya embalado, seguí disparando mis titulares, si bien ignoraba cómo iría a tomarlos el señor Ortíz de Zevallos. De pronto y de sopetón, Coco emergió de la oficina del jefe. Traía un alto de originales que yo había corregido –en muchos casos, reescrito parcialmente–. – Hay un problema. Bernardo dice que ha hecho un trabajo muy a la ligera y que eso no es lo que espera de usted –. Me quedé de una pieza, pero tenía que reaccionar como buen bóxer. Como afortunadamente había conservado las copias al carbón de todo mi trabajo, revisamos juntos. – Todo está correcto y ordenado. Incluso lo reescrito está muy bien trabajado. Espérese un momento –, me dijo tomando el montón de papeles y volviendo a la oficina. Lo que había sucedido era que mi rapidez había resultado increíble. Sin embargo, estaba seguro de haber trabajado correctamente. Cuando reapareció Coco, me invadió el Reportaje a la vida | 23
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temor ante cualquier sorpresa desagradable. – ¿Cuánto está ganando usted? –, me preguntó. – Me dan un vale de movilidad por 70 soles semanales –, respondí. – Bueno, Bernardo ha revisado su trabajo y dice que está muy bien hecho. Y que si viene mañana a las 3 de la tarde, desde ese momento empieza a ganar 1,300 soles semanales, trabajando un poco en todas las secciones –. No me caí de espaldas porque estaba sentado en la silla. Me acababan de nombrar oficialmente Redactor y eso era para mí haber alcanzado la gloria. Después de haberme juzgado un tramposo, Bernardo acababa de cambiarme la vida, quizás para siempre. Al día siguiente miraba, sin terminar de creerlo, mi titular en primera plana y a seis columnas. Mi primer triunfo. ********** Las personas que a diario compran el periódico, no se imaginan que esa magia impresa tiene su inicio en la labor del Jefe de Locales, cuya primera obligación diaria, es presentar el Cuadro de Comisiones. En Última Hora, dicha obligación era cumplida por mi inolvidable amigo, Carlos Patiño Aguirre, gran “policíaco” (como llaman a los experimentados hombres de prensa del género de policiales), que era algo así como la columna vertebral de nuestro periodismo sensacionalista. Desde que nos conocimos, trabamos gran amistad, al punto de hacer juntos, “al alimón” (término taurino), el famoso Cuadro de Comisiones, compartiendo roles que, 24 | Reportaje a la vida
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avanzada la noche, se prolongaban en “La Casa de Violeta”, ring de placeres de la cuadra 14 de la Avenida Argentina. Ahí llegábamos todo un grupo de “Ultimahoreros”, capitaneados por Patiño. Nos llamaban “Don Calo y sus mariachis”, ya que todos cantábamos, bailábamos y si había bronca, nos defendíamos de película. Yo aportaba al Cuadro, lo que mi inolvidable compadre Lucho Loli llamaba “sub-literatura”, que no era otra cosa que series periodísticas que enriquecieron mi carrera y caracterizaron mi paso por diferentes redacciones. Fueron bautizadas por Don Raúl “El Gordo” Villarán, como las “Telenovelas del Periódico”, porque cada capítulo terminaba –según el mismo decía– ,“cuando el galán va a besar a la novia y en eso ¡pundungún!, llega la suegra abriendo la puerta”. Algo así era, porque al final de cada capítulo se anunciaba para el día siguiente y con un invitador “Continuará”, que engancha a las personas en lo que se llama lealtad de lectoría. Hoy, nadie hace series porque sencillamente no aprendieron a hacerlas, en tanto yo me especialicé en el asunto, como puede apreciarse en los cuatro libros de crónica nivelada que llevo publicados. ********** Veteranos periodistas que ya pertenecen al archivo periodístico, sostenían que “no hay buen periodista sin burdel”. Así lo confirma Gabriel García Márquez en muchos de sus relatos. En La Casa de Violeta, Carlitos era el galán titular de la dueña, en tanto los demás ligábamos lo que se podía bailando guarachas “matanceras” y de vez en cuando boxeando con los cafichos titulares de nuestras novias de ocasión, algunas de las cuales llegaron a querernos “de a verdad”. Y si sufríamos algún contratiempo amoroso, ahí Reportaje a la vida | 25
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estaba la “comadre”, la incondicional de siempre, para consolarnos. Ella era bajita, regordeta y tenía una historia para cada quien. Una noche de esas desapareció para siempre. Después supimos que se había casado con un Director de Orquesta Clásica. Lo que son las cosas de la vida. ********** – Oye, tú debes tener historia de burdelero. Hasta cabrón debes haber sido –. – No, hermano, no– respondí. – Camotito, nomás, que es otra categoría–. Un viejo colega, sorprendido por la facilidad con que escribía historias de todo tipo, me sorprendió con la pregunta. Y lo decía él, que pasaba tardes enteras en las casas de putas, jugando ajedrez con las percantas, para luego bailar con ellas el “Boston vals” –que figura en un olvidado tema del gran Felipe Pinglo –, y “Kake Wall”, que los limeños de los años 20’s llamaban llanamente “Caquegual”, una especie de boogie oogie alborotado, más estrambótico que el rock, para que tengan una idea. Así, abierto el baúl de los recuerdos, hube de explicar a este novel periodista, lo que se entendía por “Camotito” en tiempos del Jirón Huatica y sobre todo, en “El Timbre Blanco” de “La Nené”, cabrona francesa que tenía su Casa de Amores, en la esquina de San Carlos y Avenida Grau, donde por caprichos del destino, funciona ahora un policlínico del Seguro Social. Camotito era pues, el amorío caprichoso de una hetaira, que se resistía al dominio de los cafichos más ranqueados, prefiriendo a un enamorado con todo que –desde luego–, 26 | Reportaje a la vida
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supiera bailar el mambo de Dámaso Pérez Prado y fajarse a la brava si acaso llegaba el momento. Yo calificaba. La Nené era una vieja francesa, quien sabe cómo ancló en El Callao, que puso su burdel en la citada esquina, para recibir como pupilas a guapas chicas muy jóvenes, desengañadas del amor, abandonadas por novios fugaces y a veces náufragas del aborto empirizado. Era un converso chalet de a dos por medio, en cuya sala se recibía a clientes, aprobados por “El Chema”, un robusto matón color chocolate, que abría al primer toque del “Timbre Blanco”, así llamado por que diferenciaba a la distinguida clientela. Las pupilas, eran guapísimas y sólo calificaban cuando la vieja cabrona las veía cumplir su debut funcionando con bien en el llamado “Tres Platos”, que representaba el servicio francés, que acreditaba el abultado precio de 70 soles. Frisaba los 15 almanaques y era primera voz del Trío Mapiri, donde me lucía entonando bolerachos de Los Panchos y Los Tres Caballeros. Tenía mucha suerte en el amor y –para que nadie lo dudara–, era el “saliente oficial” de la chica más guapa desde Tipuani hasta la Avenida Manco Cápac (guárdame esa flor, en tu mejor florero). Todo esto tenía su origen en mi edad y peso gallo (algo más de 50 kilos), acreditado en el interbarrios por el Alianza Libertad Canillitas, que dirigía Don Juan Álvarez y Alarcón, junto al súper campeón, Ángel Bernaola, conocido como “El Chico de La Victoria”, amo del swing sorpresivo y los juegos de cintura. Él me enseñó los secretos del ring y otros de la vida; lo llevo grabado en el corazón y en mis recuerdos. Por la levedad de mi estampa, no calificaba para bulines mayores, como el de La Nené. Siempre palomilla, a golpe de 7 de la noche, capitaneando un selecto grupo de expertos en “manualidades”, ahí Reportaje a la vida | 27
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estaba, en la Esquina del Movimiento, viendo llegar al “material”. Mis amigos le disparaban uno que otro piropo, pero finalmente las dejaban pasar, ya que otra cosa no podían hacer. Yo me había prendado de una chibola de ojos negros, a la cual habíamos “chapeado” como la Betty Boop, porque todo en ella nos recordaba al personaje de las historietas. Era una morocha de almanaque, con piernas de campeonato. Una tarde, a golpe de 6, me adelanté al grupo pues me había percatado que ésa era la hora de la Betty Boop y quería mirarla de cerca, cuando iba llegando. Entre tanto atiné a mirar hacia el frente, a la entrada del Cine Teatro Grau. Un manicero vendía el clásico tostao de los chinos y cucuruchos de maní confitado. Así, cediendo a esas inspiraciones que uno tiene a veces, crucé la pista en diagonal y con mis 20 soles en la mano, compré un cucurucho, como quien se hace de un boleto a la felicidad prohibida. La ví llegar como en culminación de un sueño húmedo y, con la “acústica” que siempre me ha caracterizado, me le acerqué. – Buenas noches señorita. Permítame ofrecerle este humilde y muy dulce regalito –. Ella sonrió divertida y siguió avanzando a su destino, aunque ahora escoltada por este pecho, que le iba pelando el manicito. Llegamos a la Puerta de los Sustos; toqué el timbre empinándome y al primer toque, abrió El Chema, quien de una vez me hizo un gesto de “¿Y quién es este?”. Fue cortado por un terminante: “Viene conmigo”, de esa princesa del anochecer que me llevaba envuelto en su mirada. 28 | Reportaje a la vida
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Salió a nuestro encuentro la “mami”, quien enfocando a la niña le preguntó en directo. –¿Es tu maggido?– . – No –, respondió la Betty. – Es sólo un amigo –. – Ah, tu camotito –, replicó la vieja, sellando de un tiro mi suerte pues, con la mayor concha, tomé a la gila del brazo y en un santiamén, estábamos en el tocuar. – Conchudo eres…– me dijo la bella. – Te has ganado un polvito con un poquito de maní dulce – . –No –, dije. – Te entrego un pedazo de mi corazón –. – A ver… quiero verte–, me contestó quitándose la ropa. Y lo demás, es lo de menos. De ahí en adelante, la acompañaba todas las noches, al escenario de los hechos y la esperaba para luego acompañarla a su casa, que era por El Porvenir. A veces, si no había muchos “publicates” en la sala, me bailaba con ella el “Mambo Número 5” o ese que decía: “Que si, que no, que el ruletero”. Y después me retiraba para no estorbarle la vida. Cuando alguna chelfa curiosa me miraba mucho, la vieja “Nené”, conocedora del pecho humano, repetía sentenciosa: – Es su camotito nomás… no hay que meteggse –. Así marchó la vida, entre camazos y olvidos pasajeros. Una noche, siglos más tarde, cuando ya era periodista, se me ocurrió volver, esta vez, ramo de rosas en mano. Reportaje a la vida | 29
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Me situé en la esquina de los recuerdos. De pronto vi llegar un lujoso automóvil que se estacionó a filo del sardinel. Enseguida, descendió del coche elegante y rumboso, mi antiguo profesor de Castellano en el Colegio Alfonso Ugarte. Un profe que con su elegancia y distinción, eclipsaba a sus colegas de gastado ternito, además de su pintaza de galán maduro y sus aires vaporosos de cara loción francesa. Tocó el timbre, entró y minutos después, salió al brazo de mi princesa porque así es la vida y entonces, tiré mis príncipe negro de cabeza a un sucio tacho de basura, mientras un grueso lagrimón me rompía el ojo izquierdo. Meses más tarde, supe que la graciosa parejita, había contraído matrimonio, por Civil y por la Iglesia. ¡Si sabría yo de bulines cuando llegué al periodismo! Por algo me encamoté con la sección Policiales y empecé a escribir las series que me darían un gran cartel en el oficio. **********
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Nace “Perro mundo” La deslumbrante Luz Freire, llegó a la sala de Redacción del diario de Baquíjano, causando un verdadero terremoto de emociones entre jóvenes galanes –muchos de ellos casados–, que prometían divorciarse a fin de calificar como pretendientes de esta sensacional belleza. Lo que nadie alucinaba es que ella tenía sus propios sueños y estrategia, y estaba empeñada en convertirlos realidad. Así, cuando menos lo imaginamos, resultó contrayendo matrimonio nada menos que con el silencioso y parco Gino Miglio Manini, a quien el ingenioso Luis Curie había rebautizado como “John Wayne”. La boda se realizó, más o menos en estricto privado, atendiendo al temperamento de Gino, quien era un hombre de muy buen corazón pero de conducta sumamente sobria, contrariando el espíritu de su inesperada esposa que, muy en secreto, soñaba con ser estrella de cine. Después de una breve luna de miel y viaje de bodas, Gino retomó su puesto como Director de Informaciones, en tanto Luz, volvió a la sección de Inactuales, donde el breve personal que la integraba, la felicitó deseándole felicidad, conforme cabía a nuestra condición de colegas y compañeros de trabajo, concretamente. Reportaje a la vida | 31
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Algo flotaba en el ambiente. Sin embargo, nadie podía adivinar entonces de qué se trataba. Los esposos se comportaban muy discretamente, incluso Luz resultó madrina de un campeonato interminero de futbolistas aficionados y dio el play de honor en el centro de la cancha, mientras su flamante cónyuge, la observaba desde la tribuna, sin sonreir siquiera. Gino, me brindaba su amistad y un día de esos, me invitó a almorzar a su casa y, desde luego, concurrí a la cita. El menú, fue más o menos itálico y, a la sobremesa, Luz nos sorprendió empuñando una guitarra para, acompañándose con cierto esfuerzo, entonar de forma un tanto altisonante una canción brasilera. Creo que la letra decía: “Riski tu nombre de mi cuaderno”, o cosa parecida. Inesperadamente, Gino hizo una broma seca, acerca de la interpretación; ella apartó la guitarra y se retiró aparentemente contrariada al dormitorio. Intuí que algo no andaba bien en este tibio y desproporcionado matrimonio, pero mantuve una animada charla con mi amigo y oportunamente agradecí sus atenciones para luego retirarme prudentemente. Tiempo después y para mi sorpresa, ellos volaron a Los Ángeles, donde la guapísima Luz Freyre –ahora de Miglio–, soñaba convertirse en nada menos que una movie star, luego de una breve temporada de aprendizaje en el Actor’s Studio. Como soporte de su tiempo de aprendizaje y sus intentos por relacionarse con Hollywood, contaba con la compensación económica por tiempo de servicios recabada por Gino, quien renunció tras 25 años de trabajar en los diarios La Prensa y Última Hora. Su mundo de ilusiones no le permitió entrever que el dinero, tiene la mala costumbre de acabarse un día cualquiera, como bien 32 | Reportaje a la vida
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sabemos los que hemos recorrido la cancha aleccionadoras cuatro –enormes–, dimensiones.
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Nunca supimos cómo le habría ido a la aprendiz de estrella en su fugaz intento hollywoodense. Lo que sí puedo contar, por haberlo vivido en vivo y en directo, es que un día de esos los recién casados regresaron “con la frente marchita, en la calle y sin dinero”, como canta una vieja copla gitana. Gino lucía completamente envejecido, aparentando unos veinte años más de los que efectivamente frisaba. Él visitó una o dos veces nuestra redacción y al tercer intento, logró una entrevista con el Director. Increíblemente, intentaba recuperar su antiguo puesto de Jefe de Informaciones pero, fuera por lo que fuese, falló dramáticamente en el intento. Además, la rotativa chismosa, que siempre ha funcionado en Lima, empezó a repartir –al principio por lo bajo nomás–, el rumor de que las cosas no marchaban bien en su matrimonio. Después de ello, Gino solía visitarme en la redacción de nuestro querido diario, para animarme a ir en búsqueda, por ejemplo, de las hermanas Caycho, famosas anticucheras morenas de gran sabor, que preparaban dichas delicias como nadie. De pronto, me confió que se sentía mal y sin especificar el tema, que iría al día siguiente a visitar a un médico. Y en efecto, así lo hizo. Dejé de verlo casi por dos semanas, hasta que una noche cálida y sensual –como diría mi hijo Willy–, Mario, hermano de Gino, que era por aquel entonces Jefe de Informaciones o algo así en La Prensa, detuvo mi ascenso a media escalera (el diario funcionaba en los pisos primero y segundo del viejo edificio de la calle Baquíjano, en tanto Última Hora se cocinaba en el tercero). Reportaje a la vida | 33
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– Gino está enfermo. No sé qué tiene, pero creo que una visita tuya, podría levantarle el ánimo –. Acto seguido, me dio la dirección de su casa, la misma que visité al día siguiente. Él estaba en cama y lucía peor que nunca. La piel de su cara, se había adherido al hueso notablemente. Se le veía muy mal. Le hice alguna conversa, pero no estaba el horno para bollos ni la china para calzones blancos, como se decía en cualquiera de las charlas nocturnas de bohemia en el recordado café bar “Mario”. Le habían diagnosticado cáncer generalizado. Como cosa del destino, días más tarde, cayó en mis manos, un libro titulado “La incógnita del hombre”. Su autor, el premio nobel, Dr. Alexis Carrel, explicaba en algunas de sus páginas que el dolor, la depresión, algo que puede calificarse como “abandono de la intención de vida”, inducen al retroceso de las defensas naturales y, por lo tanto, provocan la aparición de algunos males que pueden desencadenar un proceso de muerte. Citaba además como las más frecuentes expresiones de esta cadena de coincidencias clínicas el infarto cardíaco, derrame cerebral y el cáncer generalizado. Por primera vez en mi vida, supe que un derrumbe sentimental, o una frustración tremenda, podían causar la muerte en quien lo sufre. Que se puede morir de amor, como desde hace siglos cantan los poetas. Y tal certeza, era absolutamente seria, como resulté viéndolo. ********** Una semana más tarde, repetí la visita y para mi sorpresa, lo encontré bastante animado, sentado en la cama. Y 34 | Reportaje a la vida
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entonces, como jugando, me contó que su señora madre –fallecida veinte años antes–, lo había visitado días atrás, trayéndole un par de zapatillas, que debía usar cuando fuera a la playa. – No sé para qué me trae estas cosas si yo no pienso ir a la playa –, comentó mostrando su eterno malhumor. – Gino, para nuestras madres somos eternamente niños. Ellas merecen nuestro cariñoso respeto. Si tu mamá te trae algo, recíbelo con gratitud y díle a ella que te gusta mucho y claro, que lo vas a usar –. – Tienes razón. Para qué voy a contrariar a mi vieja –. Tres días más tarde, Gino murió apaciblemente y sus colegas y amigos, acompañamos su cortejo fúnebre hasta el cementerio, donde su hermano Mario no permitió discursos ni otras expresiones de duelo respetando el carácter de su hermano. Se había cerrado, otro capítulo de mi vida. Acerca de la manifestación extrasensorial experimentada por Gino Miglio, debo decir que no es nada nuevo, pues muchos familiares han vivido tranquilizadoras situaciones similares que posteriormente, les ayudaron a bien morir. Como dicen los que saben: “No hay misterios, sólo cosas que ignoramos”. ********** Paralelamente a la etapa final de Gino, vivía a fondo la preparación que habría de encumbrarme como columnista, sueño dorado para cualquier muchacho que se inicia en el periodismo. Sin embargo, las cosas no se me presentaban fáciles. Reportaje a la vida | 35
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Además de las diarias recomendaciones que al respecto me hacía Bernardo –lo cual agradezco profundamente porque fueron detalladas enseñanzas que me han servido mucho–, el primer obstáculo era encontrar un título para la columna, con la cual habría de reemplazar a uno de los periodistas más famosos de nuestros tiempos. Diariamente presentaba una lista de títulos que pudieran comentar graciosamente, chismes y comentarios serios de nuestro ambiente social, pero ninguno le gustaba y el tema, empezó francamente a crearme ansiedad. Por ese entonces, se había estrenado en el cine el documental “Perro mundo”, que presentaba grandezas y miserias del acontecer de la época, generando furor en las salas cinematográficas de Lima y de todo el mundo. Una tarde, la incluí en la pequeña lista que presentaba a mi Director y para mi asombro, sintió el picotón del asombro. – Este es –, me dijo casi saltando. – Si lo hace bien, va a ser un exitazo –. Recuerdo que la primera noticia que lancé fue la posible boda de Mary Ann Sarmiento, ex Miss Perú, recientemente divorciada de un millonario y luego, pretendida por un playboy colombiano. A pocos días del lanzamiento de “Perro mundo”, el periódico alcanzó la cifra record de 350 mil ejemplares y yo, paralelamente, me convertía en astro del periodismo, investido por una inusitada fama que, afortunadamente, nunca llegó a marearme. Como si todo ello fuera poco, también me habían aumentado el sueldo significativamente. De la noche a la mañana, me había convertido en todo un personaje de moda, así como centro de atención en boites y elegantes reuniones. 36 | Reportaje a la vida
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Cierta tarde, se apareció en mi oficina una dama elegantemente ataviada con abrigo de pieles. En principio, me costó reconocerla, pero era una antigua novia para el momento, divorciada de un millonario chino. Ella venía a visitarme y –desde luego–, plantearme revivir aquel romance. No sería la única. Una por una desfilaron por mi vida las “enamoradas” del ayer. En fin, son cosas de la moda (mientras dura). Pero no todas fueron mieles. Algunos personajes del jet set limeño –de ambos sexos–, se enojaban cuando algunas fotos –plasmadas fotográficamente por mi gran amigo Oscar Retto–, eran tomadas, según ellos lo entendían, en gestos inusuales y hasta graciosos que los dejaba en una posición ridícula. Uno de ellos, resultó ser amigo del Director y amenazó además con venir a “ponerme los ojos negros”. Cuando mi jefe me lo comentó, respondí alegremente: “Magnífico. Que me diga para cuando será eso, y tendré un fotógrafo listo para registrar el evento. Para el día siguiente, estaremos en todos los canales de televisión”. Mi joven retador tenía fama de trompeador y eso me estimulaba para ofrecer un buen espectáculo, ya que mi formación de barrio, deportes y cuartel, me convirtieron en alguien que no tenía miedo a nadie. Pero, al igual que a solterona, el galán soñado me dejó esperando y no apareció nunca, a pesar de mis reiteradas invitaciones (más que cordiales). También hubo amenazas de juicio, airados reclamos de damiselas y cosas así. Gajes del oficio en este “paraíso de la fama”, que duró como siete años. ********** Una noche, me enteré que el periodista Guido Monteverde, apelando a su vieja amistad con Bernardo Ortíz de Zevallos, intentaba volver a Última Hora, para lo cual mantenía Reportaje a la vida | 37
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diarias reuniones con él, en el curso de las cuales, pontificaba su tradición como figura de la alta sociedad, en tanto su reemplazante, era un “simple muchacho de barrio”. Sea por lo que fuere, una tarde me llamó Bernardo para anunciarme que en “premio” a mis éxitos, el Directorio –que jamás supe existiera–, había decidido ascenderme a Jefe de Inactuales en el diario La Prensa, junto a un jugoso aumento salarial. Me sorprendió en principio, pues jamás hubiera aspirado a cargo alguno en el diario hermano. Pero no había nada que hacer. Al día siguiente anclé allí, rodeado de gente seria y silenciosa. Una que otra beata y algunas estiradas damiselas, aparte de las figuras consagradas de Baquíjano. Solemnes y anticuados caballeros que me miraban por encima del hombro. Al ascenderme, me habían descendido en la popularidad que había ganado. Quien quería de esta forma recuperar su ayer perdido, ignoraba que en ocasiones quien se cae del caballo, no vuelve a cabalgar nunca. Yo, ultimahorero consagrado, no me acostumbraría nunca a la solemnidad de La Prensa, pero así estaban las cosas. Se iba cerrando un capítulo de mi vida, pero se abría otro. Sería “Perro mundo”, para siempre. **********
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Réquiem para un “Gordo” Me desenvolvía como Jefe de Inactuales del diario La Prensa, donde mi traviesa personalidad de entonces no encajaba para nada, si bien había puesto en marcha el “Club Familiar”, entre otros suplementos de este diario standard y serio, que batallaba la supremacía –en tiraje y avisos–, nada menos que con el centenario El Comercio, llevando dicha competencia no sólo a los tribunales de justicia, sino al obsoleto “campo del honor”, sin descontar la declarada enemistad que brillaba frecuentemente entre periodistas de ambas casas editoriales. En el fondo de mi corazón añoraba mi lugar en Última Hora y cómo no, la moderada fama que me produjo durante siete bellos años, en mi condición de columnista estrella. Paralelamente, el periodismo en pleno hablaba maravillas de “La Cadena”, como se le denominaba al naciente diario Correo y sus sucursales a lo largo y ancho del territorio nacional. El genio intelectual del este nuevo diario era Raúl Villarán Pasquel, quien venía precedido de su fulgurante éxito en Última Hora, diario al que rescató del cierre cuando ya Pedro Beltrán –su propietario–, había decidido clausurarlo tras los sucesivos fracasos de tres Directores de corte intelectual, elegidos de la página Editorial de La Prensa. Reportaje a la vida | 39
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Fue la misma tarde en que se reunió al plantel de Última Hora para marcarles el “Adiós del Marino” –como se decía en el argot periodiquero–, que “El Gordo”, tomó la palabra para ofrecer reflotar el agónico diario. Beltrán escuchó el planteamiento y, asesorado al oído por uno de sus dilectos amigos, aceptó como quien se toma una aspirina en medio de una enojosa jaqueca. Lo demás es historia. El Gordo tomó el mando, entregó la Jefatura de Redacción al juvenil cuzqueño, Efraín Ruíz Caro para, entre ambos, aplicar la fórmula de “calatas y puñaladas”, que caló hondo en la preferencia popular. El asunto se fue enriqueciendo, con tiras cómicas de personajes netamente peruanos de grandes dibujantes (Sampietri, Serrucho, Yasar del Amazonas y Chabuca), en tanto, Guido Monteverde con su columna “¿Qué pasa en radio?” y Francoise Guzmán con su “De Hollywood y de todas partes”, estrenaban en el Perú el poder de las Columnas a un nivel que no se ha repetido hasta ahora. La técnica de ambos espacios, era el párrafo corto, la originalidad del comentario y el remate de puntos suspensivos. Algo que había sido inventado por un ex zapateador, convertido en agudo comentarista de farándula en el Daily News de Nueva York. La temática del chisme farandulero, habría de evolucionar en los Estados Unidos, a algo que llegó a llamarse: “Periodismo de Ojo de Cerradura”, por la irreverente audacia de espiar aún lo que personajes de la política y el séptimo arte hacían en la alcoba, sin vacilar en la identificación de sus eventuales acompañantes, lo cual derivó en multimillonarios juicios y sonados divorcios internacionales. En el caso de Última Hora, nunca llegamos a tanto pues una norma directoral, que yo hube de seguir en “Perro 40 | Reportaje a la vida
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Mundo” años más tarde, nos recomendaba comentar romances entre solteros y señoritas, sin llegar más lejos que unas tibias sugerencias. Y aun así tuvimos ciertos inconvenientes. Pero volviendo a la “Era Villarán”: tuvo la inspiración de ordenar la redacción de los titulares, empleando términos de fabla popular, jerga, coincidiendo con una modalidad de uso mostrada en los juguetones valses de Mario Cavagnaro, que barrían en popularidad, sobre todo a través de las interpretaciones del dúo “Los Troveros Criollos”, conformado por Luis Garland y “El Carreta” Jorge Pérez. El primer golpe sensacionalista que se recuerda al respecto, corresponde a los días previos al estallido de la Guerra de Corea, cuando Última Hora publicó en primera y a seis columnas, un titular que gritaba: CHINOS COMO CANCHA EN EL PARALELO 38 El empleo del argot criollo, era uno de los talentos del recordado periodista y luego abogado Luis Loli Roca, quein desde su columna “A Golpe de Doce”, consignaba valiosos datos y comentarios políticos, con sensacionales juegos de palabras, esos que los franceses llaman “calembour” y que todos los que hemos hecho humor impreso alguna vez hemos intentado con desigual éxito, siguiendo más bien la línea de diaristas “chocarreros” de la prensa española. Bueno pues, Última Hora se hizo famosa por sus columnas, las mismas que fueron multiplicándose al correr del tiempo –y con desigual destino–, hasta el boom impensado de “Perro mundo”, que me hizo famosillo a los 24 años y recordado hasta ahora por quienes lo disfrutaron en su Reportaje a la vida | 41
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apogeo durante siete inolvidables años. Sin embargo, el “chaplín” de mi afortunada creación, me sigue hasta el presente. Digamos que es como mi segundo nombre y el que más y mejor usan mis amigos para referirse a mí. Sobre todo, ahora que atravieso mi segunda juventud viril, enhiesto y pluma en ristre para lo que se ofrezca, mi estimado. De “El Gordo” Villarán había escuchado maravillas al maestro Guillermo Cortéz Núñez, “Cuatacho”, y a otros grandes de nuestra prensa escrita que habían trabajado con él, durante la llamada Revolución de Equipo, un fugaz –aunque sensacional– boom periodístico lanzado por el señor padre de mi hermano Ricardo Belmont Cassinelli, aprovechando una imprenta para editar “Ya”, dirigida por Alfonso Tealdo y otras revistas de diverso corte, además de “Equipo”, publicación que marcó época en la prensa deportiva. Gobernaba nuestro accidentado país el General Manuel A. Odría, quien tenía muy poca correa para las bromas gastadas por algunos –jóvenes en ese tiempo– y dicen quienes lo supieron que el “Vladimiro” de aquellos tiempos, sólo tuvo que presionar al dueño de la imprenta, que originalmente usaba su infraestructura para imprimir etiquetas de productos cosméticos y medicinales, como el Tricófero de Barry, Píldoras del Dr. Ross (chiquitas, pero cumplidoras) y la Emulsión de Scott, que nos embutieron a la fuerza nuestros viejos. El buen señor, millonario y dueño de la rentable Botica Inglesa –donde nació y se hizo famoso el milk shake–, comprendió así quién tenía la manija de nuestro amado país y no le quedó más alternativa que ajustarle las clavijas a su emprendedor hijo y ¡cataplúm!, murió ese recordado ramillete de entusiastas publicaciones que puso sobre el 42 | Reportaje a la vida
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tapete a una de las más brillantes promociones de hombres de prensa que ha conocido el Perú. Como ya he referido, aprendí a leer y escribir cuando sólo tenía cuatro años. Y ahí nomás como jugando, empecé a teclear una Underwood que había en Mapiri. El resultado de estas precoces habilidades, fue que al consolidarse mi vocación periodística, era capaz de desempeñar diversas “comisiones”, empeños o “chambas” diferentes con similar eficiencia en el curso del mismo día. Mientras cumplía mi puesto en La Prensa (siempre añorando a mi querido Última Hora), trabajaba paralelamente como Relacionista Público de un lujoso hotel del centro de Lima; hacía de creativo en la prestigiosa agencia publicitaria J. Walter Thompson, además de una o dos empresas más, cuyas notas de prensa preparaba de tal modo, que diversos medios las “rebotaban” (publicaban y difundían) con gran entusiasmo. Así las cosas, todo parecía marchar relativamente bien. Mis ingresos económicos se habían robustecido significativamente, gracias a lo cual podía sufragar con holgura diversos pagos del presupuesto familiar como la mensualidad en los colegios, compra de juguetes y etcéteras incluidos para mis cinco hijos (César Leonidas, Peter, Gloria, Miryam y Willy), que ya tenía con mi primera esposa, la señora Lucy. ********** Lo conocí en el edificio de La Prensa, vistiendo casimir de colegio inglés, gruesos lentes de avanzada miopía y las rodillas marcadas por un recién descartado pantalón alto de los que usaban los niños bien. Trabamos amistad entre chiste y chiste. Colaboré en corregir algunos cuentos que Reportaje a la vida | 43
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eran bastante buenos, si bien no hacían presagiar la garra y talento que desplegaría años después. Como dos astros que en el firmamento contemplan a Dios –según contenciosa letra de un viejo vals criollo–, corrió la bola que el dueño del diario, el magnate Luis Banchero Rossi, se había hartado de las gitanerías de Raúl Villarán, quien se decía había llegado al extremo de prohibirle la entrada al local, ubicado en la Avenida Wilson, hoy Garcilaso de la Vega. Banchero asimiló el golpe, pero inmediatamente convocó a Reunión de Directorio para darle bote a ese “gordo loco”, como solía llamarlo, después de haberle permitido despilfarrar buenos millones en lo que a todas luces, parecía una loca aventura sin ton ni son. No obstante Don Lucho, no contó con la presencia entre los convocados al Directorio, de un tío lejano de Villarán, caballero que gozaba de un merecido cartel de sabio matemático y, al parecer, interpretaba mejor que nadie a su genial sobrino. En conclusión, Banchero no logró reunir los votos necesarios para despedirlo. Así las cosas, no lo quedó más alternativa que perdonar el agravio pero, salvando su perfil de mandamás, lo destituyó de la Dirección de La Cadena para nombrarlo asesor general del proyecto, con lo cual quedó bien con Dios y con el Diablo. Quedaba en el aire la pesada silla de Director, que no era miel sobre hojuelas, como se dice en gringo cuando algo es más enredado que la barba de Lucifer. Y es que el sueño de La Cadena Periodística y su “Torre de Avance”, sólo alcanzaba para la modesta calificación de diario sin alma. Villarán, defenestrado y a la vez salvado por un providencial tío sabio, jugó su carta, dando 44 | Reportaje a la vida
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una solución al engorroso asunto. Había surgido un joven genial que había debutado en La Prensa y estaba trabajando en un libro sobre un sangriento pasaje de nuestra historia política. Culto e inteligente, había estudiado en colegio inglés y tenía apellido noruego, siendo miembro de una importante familia. No había duda posible. Ese era el Director que Correo y la famosa Cadena exigían para alcanzar en pocas ediciones el liderazgo del periodismo peruano. Claro, para aquello de la experiencia, estaba el mismo Villarán. ¿Y para los temas populares? Bueno, ahí estaba en La Prensa el muchacho ese, Dávila. – Guillermo lo conoce, porque ambos han trabajado en Baquíjano –. Y así, sin imaginarme cómo ni porqué, quedó sellado el siguiente capítulo de mi historia profesional. Al día siguiente, uno de los mensajeros de La Prensa me llamó en toque misterioso a un lado, en pleno descanso de la crujiente escalera. – Señor Dávila, Don Guillermo que quiere hablar con usted. Lo espera en el Cream Rica –. Medio confundido, pero sin imaginar de lo que se trataba, respiré profundo, tomé viada en prima y me dirigí al encuentro de mi destino. En una mesa lateral, me esperaban Don Raúl Villarán Pasquel y Guillermo Thorndike, quienes –quién sabría nunca por qué–, habían decidido tomar el comando de mi vida. ********** Reportaje a la vida | 45
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Al saltar a “Correo”, atravesaba un complejo momento en mi carrera. De un lado, había perdido la grata popularidad de autor de la triunfal columna “Perro mundo” (Te has caído del caballo, me decía burlonamente mi gran hermano Arturo “Apanao” Morales); había anclado en un naciente diario en medio de dos geniales gordos, debiendo comportarme según sus cambiantes conjeturas acerca de lo que yo hacía o debía hacer. – Te hemos bautizado como ‘El Bailarín’ –, me anuncio cierta tarde Guillermo Thorndike, sin aclararme porqué. Mientras, el “otro Gordo”, me aportaba principios históricos del Gran Periodismo Mundial y detalles de su pintoresca vida y romances que en verdad, eran como para escribir una novela . Su consejero sentimental era un mozo de cierto cafetín ubicado entre el final de la Avenida Manco Cápac y los arranques de la Plaza México. Este caballero –cholo macizo, bigotón, cincuentero, apodado “Bigote”–, escuchaba con admirable paciencia las tragedias amorosas del Gordo Villarán, que jamás fue dichoso en el romance y entre pisco y pisco, le prodigaba ciertos almibarados consejos, fruto de sus propias experiencias de “puerta falsa”, los mismos que El Gordo proclamaba como “valiosas joyas de la experiencia diaria”. Los dos eran fanáticos de Agustín Lara, a quien tenían no sólo por gran músico –que en efecto lo era–, sino como todo un filósofo del amor y gran poeta del romanticismo. El Gordo no tenía oído para cantar, pero se sabía de memoria todas las letras de los boleros del Divino Flaco y pretendía saber cómo debía interpretarse cada uno de sus boleros, razón por la cual mantuvo una larga y “policiaca” polémica con la gran bolerista Olga Guillot, quien llegó a condicionar la firma de sus contratos en el legendario 46 | Reportaje a la vida
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“Embassy”, bajo la condición de prohibir la entrada a “ese gordo antipático” que la seguía por todos los escenarios y se atrevió a gritarle en el Sky Room del Hotel “Crillón, cuando intepretaba el inolvidable bolero “María Bonita”. – ¡Eso no se canta así, negra estafadora! –, le espetó, a lo cual Doña Olga, que tenía su temperamento, no sólo calló sino que mandó parar la orquesta, mientras el administrador del Hotel Crillón optó por llamar al patrullero que siempre estaba de guardia por la Avenida La Colmena. Recuerdo que un cumplido Sargento de la entonces Guardia Civil, se comió la bronca llevando a un aparte al vociferante Villarán para, cumpliendo su deber, finalmente preguntarle lo que le reclamaba a la gran Olga. –Dígame señor, ¿quién es usted para corregir a la señora que es una gran artista? –, a lo cual el Gordo, impertérrito, respondió para dejarlo de una pieza. – ¿Yo?. ¡Yo soy la viuda de Agustín Lara! –. En fin, el bochinche terminó con la salida de El Gordo en medio de la policía y con el acompañamiento de este servidor, que siempre ha sido solidario con los amigos. De ahí tomamos un taxi, que nos llevó rumbo a “Bigote”, quien desde luego le dio la razón a Don Raúl, comentando incluso que “la Guillot desentona, siempre canta lo mismo”, con lo cual El Gordo se sintió reivindicado y contento, listo para celebrar su “hazaña” con un rotundo piscazo, mientras yo bebía ocasionalmente una media cerveza. Respecto a Doña Olga y sus interpretaciones, me limité a decir que claro, no le gustaban a todo el mundo, pero que algunos temas le salían muy bien. Ambos –Gordo y Bigote–, me miraron con tolerante disculpa y seguimos Reportaje a la vida | 47
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la noche “anti Guillot”, porque no se podía hacer otra cosa. Había un solo bolero de Doña Olga que fascinaba a El Gordo: recuerdo que una noche, luego de cerrar la edición de Correo, se me acercó, mostrándome dos tickets. – Amigo Dávila. Vamos al Sky Room. Olga Guillot nos espera para cantarnos a usted y a mí “voy, viviendo ya de tus mentiras”, de ese ser inmenso que es Agustín Lara –. En fin. El Gordo tenía sus detalles, sus “toques” realmente geniales. El diario Correo era conocido como la Cadena Periodística, pues tenía ediciones paralelas en provincias. No pasó mucho tiempo, un año tal vez, hasta que me diera cuenta que había cometido un gran error, pues trabajar con genios, era un reto digno de Sigmund Freud. Un periodista de ascendencia china, Santiago Tong, se aparecía maletín en mano, conversaba unos minutos con Guillermo y, en un momento dado, ambos partían raudos, dejándome encargado de cerrar la edición. Al día siguiente, muy temprano y “enmascarado” bajo amplias gafas oscuras, se deshacía en severas –e infundadas–, críticas a mi provisional gestión en la dirección. Un día llegó al extremo de prender fuego al pegote inicial del suplemento femenino que había trabajado intensamente. Una mañana, en el marco de gritos “gordianos” que subieron cada vez más de tono, tuvimos un conato de pelea que finalmente no llegó a mayores. A partir de entonces, mi suerte estaba echada en el maravilloso proyecto destinado a “revolucionar” el periodismo nacional. ********** 48 | Reportaje a la vida
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La revolución de Velasco Había ocurrido un accidente de carretera al norte de Tacna, el mismo que dejó un saldo de tres ingenieros muertos. En la misma fecha, me encontraba en Cuzco, en plena misión informativa. Cuando regresé al periódico días más tarde, me dí con la sorpresa de encontrar instalado en la Dirección, nada menos que a Luis Banchero Rossi en persona y revisando lo que parecía ser una extensa lista de gastos por servicios de transporte aéreo. El hombre lucía cara de pocos amigos, mientras el Director que yo había dejado, brillaba por su ausencia. El magnate pesquero, ahora improvisado Director, sabía de mi no declarada condición de Director “interino” y, en consecuencia, disparó. – ¡Oiga Dávila!¡Qué buena gracia nos ha hecho usted!–, decía mientras agitaba las facturas. – ¿Cómo se le ocurre contratar al servicio Aerofotográfico de la FAP para cubrir un accidente de carretera? ¡La gracia nos está costando más de mil dólares por día! –. – Perdón Don Lucho–, dije. – Acabo de regresar del Cuzco y no tengo idea del alquiler de ningún avión. Para coberturas en provincias, empleamos la camioneta del periódico. En mi vida se me ocurriría contratar un avión –. Reportaje a la vida | 49
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–¿Y entonces? ¡Quién es responsable de esta burrada! –. Bueno, Don Lucho. Como le dije antes, yo no he estado en Lima y no puedo saber –mentí–, quién habrá autorizado esa contratación –. Me quedó mirando fijamente, como queriéndome decir: “¡Tú sí sabes, pero no quieres hablar!”. Luego me apuntó con el índice mientras iba saliendo de la oficina, murmurando quién sabe qué cosas, acaso en genovés, por lo cual, sólo pude imaginar groserías. Sabía quién podría haber ordenado, cumpliendo uno de sus tantos descalabrantes sueños, pero soplón, nunca he sido. Además, a quien le duela el gasto, que averigüe y que se coma el pasto, como decían en mi viejo barrio. Al atardecer del mismo día, apareció en escena el Director que había dejado antes de viajar al Cuzco, quien me encaró –ahora sí con suavidad, porque ya sabía que podía curar locuras con la terapia que me enseñara mi viejo–. – ¿Qué le has dicho a Banchero? –, me preguntó, a lo cual, respondí con la verdad, que había estado de viaje y no sabía lo del avión y mucho menos el monto del contrato. Nunca supe cómo resolverían el asunto estos big shots, pero advertí que no volvió a tratarme amicalmente. Una mañana que me disponía a asumir mis funciones como Jefe de Inactuales, me llamó a su oficina el caballeroso Ingeniero Agois. – César Augusto, parece que usted se tiene que ir –. – ¿Y a donde es que tendría que irme? –. – No –, me aclaró. – Tiene que irse del periódico, por 50 | Reportaje a la vida
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decisión de Guillermo –. – Ah, muy bien –, acote. –¿Me permite su teléfono?–. – Claro, siga nomás –, precisó. Llamé al maestro Guillermo Cortez Núñez, que por entonces era Director del diario “Expreso” y le comenté el sainete de mi reciente drama. – Ja,ja,ja…–, rió arequipeñamente. – Eso pasa cuando uno se junta con locos, oiga usted. No se preocupe, véngase por acá que yo le tengo pensada una chambita que nos va a divertir a los dos –. Así debuté con la columna de humor político “Carrusell”, con la cual competí nada menos que con –ese sí–, genial Luis Felipe Angel “Sofocleto”. ********** A inicios de octubre de 1,968, disfrutaba de una dulce charla con cierta dama que, dando muestras de gran pericia, condujo su elegante coche hasta inmediaciones de la Escuela Militar de Chorrillos. Allí se detuvo y, a la sombra de unos viejos ficus, iniciamos un encuentro de esos que pueden sospecharse a esas horas y en tales predios. Bajé por un momento, para aliviar la vejiga y de pronto y de la nada, surgió un soldado fusil en ristre. – ¡Qué hacen ustedes por acá! –. – Nada –, respondí totalmente sorprendido. – ¡Tienen que retirarse inmediatamente! ¡Estamos en emergencia absoluta! –, gritó otra vez. Reportaje a la vida | 51
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Habiendo sido soldado, comprendí que el asunto no estaba para bromas. Levanté ambas manos, en expresión de paz y de dos trancazos, me acerqué al lujoso Volvo. Abrí la portezuela y expliqué a mi sorprendida compañera de aventura que debíamos partir de inmediato, pues parecía haber “algún asunto difícil”. La dama en cuestión, no hizo preguntas. Encendió el motor, puso primera y enfiló hacia Lima. Ya, a las alturas del Palacio de Justicia, frente al Paseo de la República, nos despedimos con un breve beso y un hasta pronto, que sonó mentiroso en medio de las confusiones de esa noche. Anochecía aquel 3 de octubre de 1,968 y jamás hubiera imaginado lo que me auguraba el destino. Por ese entonces, vivía en un edificio en la cuadra 18 del Jirón Arnaldo Márquez, en Jesús María, junto a mi esposa y mis cinco hijos. Estaba seguro que algo fuera de lo común, estaba sucediendo, pero eran ya como las 11 de la noche, y sólo me bastaba esperar al día siguiente, para saber de qué se trataba. Error. A medianoche, unos severos timbrazos de puerta, me sacaron de la cama, a medio vestir y empantuflado para el colmo de la gracia. Al abrir, me quedé de una pieza. Era un grupo de soldados, evidentemente al mando de un Sargento, que me conminó a acompañarlos, a requerimiento de cierto Coronel que yo recordaba de Teniente, en mis días militares. Lo que me dijo este jefe uniformado, terminó de asombrarme. Las Fuerzas Armadas habían tomado el Gobierno y necesitaban “poner a su gente” estratégicamente en medios de comunicación. – Tú eres militar –, me dijo el hombre. 52 | Reportaje a la vida
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Me explicó a frases cortas, que “este no es un golpe militar de los tradicionales. Se trataba de un nuevo y terminante capítulo de nuestra historia y bla, bla, bla. Necesitaban –no precisó quién–, poner a gente de confianza, en los puestos directivos de los diarios. Yo, que no terminaba de despertar, le dije que estaba de acuerdo y que esperaba, me dijeran en qué consistía todo el asunto. – Ya te comunicaremos –, concluyó y con un gesto ordenó al Sargento que me devolviera a mi casa, mi cama y mis sueños, que se escaparon por la ventana. El Perú había dado un inesperado golpe, a nombre del nacionalismo y la justicia social. Amaneciendo me dí cuenta de la magnitud del asunto. Se trataba de toda una revolución, que enarbolaba el nombre de las Fuerzas Armadas y más adelante, reclamaría el apoyo de la civilidad en su conjunto. Bueno, eso era mucho decir, pues hasta donde he sabido siempre, los civiles de mi país difícilmente han estado de acuerdo para cosa alguna, conforme habría de verse a lo largo de los siete años siguientes, añadiendo el detalle, de que tampoco la gente de uniforme solía uniformar su pensamiento cuando de política se trataba. Avanzada la mañana, me dirigí a mi trabajo, es decir, al diario Expreso, por tal tiempo, propiedad del economista internacional Manuel Ulloa Elías, de quien se decía, anhelaba convertirse en Presidente de la República. El diario dio la noticia del pronunciamiento militar, con foto del “tancazo” a la Puerta de Palacio, un sincopado discurso del General Juan Velasco Alvarado y una foto palpitante del ya ex Presidente Fernando Belaúnde Terry, expulsado a Buenos Aires. El editorial era tibio, conforme Reportaje a la vida | 53
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aconsejaba la habitual conducta de empresarios y “blancos” de nuestro mundillo, hasta esperar a ver más claras las cosas. En el diario –a nivel personal–, se notaba una gran inquietud y los rumores corrían a cien por hora. Había rumores para todos los gustos. En especial, los que esparcían los líderes del Sindicato Único de Trabajadores que, como buenos militantes de izquierda, soñaban que había llegado su hora, aunque no pudieran precisar lo que dicha hora significaba, si bien festejaban a media voz el golpe militar, casi sin saber lo que éste significaba. Con el correr de los días, el panorama se fue aclarando, si bien para algunos las cosas más bien se hicieron turbias. Muchos periodistas renunciaron a Expreso, alegando un atropello a la democracia. Mientras el tiempo avanzaba, otros fueron despedidos, nunca supimos por qué, si bien el “Botafogo”, es un avatar altamente predecible en la vida del periodista. Empezaban a plantearse los “equipos”, como si se tratara de un partido de fútbol, jugado a gran escala. Los dos diarios tildados de conservadores, empezaron a ejercer posiciones críticas contra el nuevo gobierno militar, en tanto los demás, como el propio Expreso, mantenían una posición tibia a la espera de los acontecimientos. Días más tarde, Manuel Ulloa y los miembros del último gabinete populista, se reunieron en el Palacio Torre Tagle, sede del Ministerio de Relaciones Exteriores, de donde fueron violentamente expulsados por policías de civil, sin mayores explicaciones. El diario dio la noticia con Manuel Ulloa en primera plana, puño en alto y gritando ¡Viva el Perú!, con un soez añadido que lo enemistaba decididamente con el gobierno revolucionario. 54 | Reportaje a la vida
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Después se precipitaron las cosas. Velasco anunció la expropiación de los yacimientos petrolíferos de Talara y la expulsión de los ejecutivos de la International Petroleum Company, empresa norteamericana que los explotaba desde un siglo atrás, gracias a marrulleros contratos suscritos una y otra vez, con sucesivos gobiernos locales. En medio de la consiguiente barahúnda, Pedro Pablo Kuczynski –quien años más tarde, llegaría a Presidente de la República– y cierto empresario de la banca, huyeron por la frontera norte llevándose –según las lenguas de doble filo–, un importante capital (de la IPC), antes que cayera en manos del gobierno. El chisme se justificó más tarde, con el poderío político de PPK y la compra de un importante banco por parte de su asociado, cuando años más tarde el impresentable japonés privatizó las dos instituciones bancarias asociadas al gobierno. Dicho sea de paso, el grueso dinero, producto de tales sospechosas operaciones, nadie sabe en qué banco japonés o de Hong Kong reposan, y quizás sólo la yakuza heredera, podría explicarlo alguna improbable vez. El maestro “Cuatacho”, Director de Expreso hasta el día del golpe, decidió volar a México y terminó anclando en Ecuador. La revolución, había iniciado. Meses más tarde, el gobierno decidió incautar el diario Expreso, El Comercio y La Prensa, así como los principales (a juzgar por su rating) canales de televisión. Al parecer, los muchachos de verde, jugaban rudo e iban en serio. ********** Enviado por la repentinamente poderosa Oficina Central de Informaciones (OCI), un grupo de intelectuales de izquierda, llegó a Expreso a título de Comité Especial, o Reportaje a la vida | 55
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algo así, en tanto el Directorio anterior y todos los altos funcionarios renunciaban entre duras expresiones contra el gobierno y los militares. A las pocas horas, soldados fuertemente armados, vigilaban todas las instalaciones periodísticas. La situación, era por demás confusa y entre los trabajadores, surgió un grupo de amarillos –curiosamente digitados–, por algunos militares que acusaban ya, disidencia de los postulados revolucionarios, declarando una revolución particular “para ellos solos”. Un día los soldados ocupantes, se fueron sin despedirse. Las diarias asambleas sindicales se prolongaban por horas, retrasando el trabajo periodístico, en medio de acusaciones de contrarrevolucionarios y acusaciones de mafiosos que se intercambiaban como serpentinas de carnaval, en tanto algunas broncas llegaban a los golpes. Yo seguía mi desempeño como Jefe de Redacción del suplemento dominical “Estampa”, tratando de mezclarme lo menos posible en estos alborotos que verdaderamente me parecían lamentables desde todo punto de vista. Una mañana, cuando llegaba a ocuparme de lo mío –es decir, de mis obligaciones periodísticas–, trepé ágilmente la corta escalera que desembocaba en mi oficina, mientras escuchaba alaridos y acusaciones que en festival de agravios, alborotaban el patio. Llegué a la puerta de mi oficina, cuando acababan de defenestrar a la Junta Directiva del Sindicato y se proponía a voces un nuevo Director de Debates. A cada propuesta se desataba una orgía de acusaciones contra el propuesto y tal parecía que nadie daba la talla en opinión de la convulsa mayoría. Pasaba tranquilo a mi despacho, cuando a lo lejos escuché una voz destemplada. 56 | Reportaje a la vida
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– ¡Que sea el compañero Dávila! –. Jamás me habría propuesto para dicho encargo, frente a la vociferante asamblea. – ¡Sí, sí, ese es derecho! ¡Que sea Dávila! –, disparó alguien. No me quedó más que aceptar, instalándome en la Mesa Directiva en medio de sorpresivos aplausos. Nunca hubiera imaginado en lo que me estaba metiendo, sin comerlo… ni deberlo. Ya sobre el ring, o presidiendo la Mesa de Debates, no me quedó más que juramentar, decir unas cuantas palabras convocando al orden a los asambleístas y empezar a dirigirla… hasta donde eso, era posible. En términos generales, los exaltados concurrentes me mostraban respeto y consideración. Hasta ahí todo bien. En primer término, leí un informe acerca de la situación de nuestro diario, informando de un pedido del “ala izquierda” (casi todos y digo, casi), solicitando nuestra conversión a Cooperativa de Trabajo, lo cual reservé para la Estación de Votos. Enseguida, agitando la consabida campanilla, anuncié la apertura de la Sección Pedidos. Como movido por un fatal resorte, uno de los empleados de Administración pidió la palabra, que le concedí de inmediato. El solicitante dijo, entre otras cosas, que debía informar a la Asamblea, acerca de una carta sellada en Recepción, que iba a leer acto seguido. Se trataba de un panfleto, que hablaba del viaje a Zurich de un ciudadano, vinculado a uno de los “Diarios Grandes”. La misiva, torpemente redactada, hablaba –como diálogo de borracho–, de la necesidad de sacar a los comunistas de Expreso y bobadas de ese estilo. En realidad la desdichosa carta no Reportaje a la vida | 57
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decía nada, ni a favor ni en contra, pero encendió un rumor de terremoto, en tanto, unos y otros, se acusaban de cualquier cosa. La cuestión, era acusar. En medio del tumulto, el “denunciante” alcanzó el papelucho a la Mesa Directiva. Inmediatamente pedí Orden y dí por recibido el documento que no tenía firma, ni fecha, ni nada que lo hiciera mediantemente aceptable. Sin embargo –y para mi sorpresa–, algunos de nuestros “amarillos” tenían ya copia fotostática de dicho brulote, con el cual concurrieron al Poder Judicial para denunciarme de nosequé y a otros personajes, cuyo nombre no recuerdo, por falsificación de documentos. Así nació la leyenda urbana de “La Carta de Zurich”. **********
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El autoexilio Yo había tenido ante mis ojos tal miserable papel no más de cinco segundos. Sin embargo, al día siguiente La Prensa y El Comercio principalmente, armaron “la escandalera”, como se dice en taurino. Decían haber descubierto que la susodicha patraña, no sólo la había falsificado yo, sino que tenía dos o más cómplices en dicha asquerosa maniobra. Con la conciencia limpia, no le tomé mucho interés a la jugada, pero al correr de los días, dicha astrakanada fue creciendo como fantasma de medianoche y antes de restablecerme del mal rato, empecé una sensacional gira que me llevó –no siempre mediante corteses maneras–, a tres o cuatro Servicios de Inteligencia que, para mi sorpresa parecían creer que tenían entre manos “El Testimonio de Napoléon”, o cosa parecida. Finalmente, reboté en el despacho de un acucioso señor juez, que cada diez minutos interrumpía el interrogatorio al inculpado, es decir yo, para dirigirse a un apartado y volver aromando a huaro para con renovados bríos, volver a interrogarme acerca de mis “relaciones políticas”, mis “intenciones futuras” y todo lo que pueden imaginar. Respondí respetuosa y sobriamente, acerca de los hechos tal y como habían sucedido ese aciago día, mientras la Reportaje a la vida | 59
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prensa de oposición al gobierno, deslizaba toda clase de truculentas historias acerca de mi vida sin milagros. Quiero dejar constancia en estas letras acerca del caballeroso comportamiento del diario El Comercio que siempre se refirió a mi persona como “el periodista César Augusto Dávila”, sin añadirme sobrenombres, cucuruchos politiqueros, ni sospechas sobre mi conducta personal. Muchas gracias. Nobleza obliga. ********** A raíz de los relatados acontecimientos, una ola de aburrimiento invadió mi ánimo, por lo general festivo. Y en eso, las coincidencias parecen no existir, después de todo, se me acercó un amigo. Me ofreció trabajo en Panamá, donde afirmaba tener una empresa de servicios múltiples, que podía editar libros y en suma, emplearme en temas de relaciones públicas. El susodicho personaje, había tenido algunos malentendidos de carácter económico con dos periodistas de intachable trayectoria, lo cual debió alertarme acerca de su posible conducta, sin embargo, el hartazgo por la situación política, en la cual, sin querer, me había zambullido, nubló mi raciocinio y me comprometí a viajar aceptando la oferta, iniciando los trámites de mi renuncia a Expreso, para ese entonces dirigido por Juan José Vega, historiador y noble ser humano, a quien siempre recordaré con cariño y gratitud, esperando que Dios lo tenga en su gloria. Cuando le expuse mis proyectos viajeros, trató inteligentemente de disuadirme, ofreciéndome primero un aumento de sueldo y luego un mejor puesto en el periódico. Sin embargo, el hecho de haberme sentido manoseado como falsificador había sido demasiado. Al margen de mi vida 60 | Reportaje a la vida
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bohemia y uno que otro percance amatorio, jamás nadie hubiera podido atribuirme ningún hecho vergonzoso, pues siempre proclamé a mucho orgullo lo que mi padre me impuso como lema de vida: “Tú, siempre serás honesto, trabajador y valiente”. Nunca defraudé, ni defraudaré el consejo de mi adorado viejo (ya en otra dimensión del Universo). Luego me enteré que en el asunto de la maldita carta estaba envuelto nada menos que un agente de la CIA. Huelga decir, que a todos mis susceptibles interrogadores, les transferí esta información, aunque luego dijeron que dicho personaje nunca había existido. Sin embargo, me lo encontré nuevamente, en Panamá, mientras era intervenido por la Guardia Nacional de ese país centroamericano, en medio de un tumulto universitario. No sé qué papel estaba jugando en dicho evento vocinglero, pero ahí estaba el “fantasma” de mi imaginación. Mi hermano Juan José, tramitó en medio de gran tristeza mi renuncia a Expreso, la consabida indemnización por tiempo de servicios, aparte de facilitarme el pasaporte y los pasajes, pues yo debía viajar en compañía de mi segunda esposa, Rosa, y mi pequeño sexto hijo, que acababa de nacer. Así, una noche frígida y opaca, me embarqué en un avión de Lansa, donde me esperaba mi amigo con el ventajoso puesto de trabajo que me había ofrecido, además de un lanzamiento periodístico internacional. En el aeropuerto, me despidió mi leal compadre de toda la vida, Alfonso Irigoyen (compañero en las buenas y en las “otras”). En poco más de una hora de vuelo, con un cheque viajero por US$ 100 dólares en el bolsillo y mis invencibles sueños en la mente, llegué al Aeropuerto Internacional de Tocumen, en medio de una calurosa noche tropical y sin Reportaje a la vida | 61
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imaginar ni por asomo en lo que me estaba metiendo. Cumplidos los trámites de rigor, abordé un taxi y partí en busca de mi amigo. Primera sorpresa: uno que otro vecino, afirmaba verlo “de vez en cuando”. Finalmente, un tendero amistoso, me dio su dirección en Ciudad Bolívar, una poblada urbanización, donde finalmente lo ubiqué. Me invitó a beber cerveza y escuchar boleros. Ya estaba en Panamá y al día siguiente empezaría a disfrutar el viaje, ya que anteriormente, había visitado este simpático país, en plan turístico-periodístico. Posteriormente pasé a alojarme en el Hotel Ideal, un lugar acerca del cual, considerando a sus clientes y a su programa de actividades, bien podría escribir un par de emocionantes novelas, asunto que postergo por razones personales. Al día siguiente, fui a trabajar. Y creo que llegué en mal momento, pues mi amigo discutía con otro peruano acerca de ingresos, salarios y procedimientos de una serie de escuelas por correspondencia que manejaba, aparte de otros negocios de gimnasia y baile que estaban a cargo de su esposa. Cuando terminó el “revulú” –como se dice en Panamá para calificar los líos y las discusiones–, se me asignó una especie de altillo como espacio de trabajo, encargándome escribir un libro sobre folklore mágico y temas vinculados al más allá que me había visto manejar con solvencia en Lima. La citada oficina estaba a cargo de un empleado peruano que renegaba de su suerte y de mi estimado amigo, quien decía no se aparecía por ahí sino de vez en cuando. No sé si ustedes lo habrán comprobado, pero en lugares como Panamá, donde la temperatura ambiental rompe el termómetro para arriba, el hambre de mediodía, es algo 62 | Reportaje a la vida
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así como una tortura china. El primer día de este suplicio, mi paisano Carlitos resolvió la situación que él ya conocía de memoria. De pasada me ilustró acerca del comportamiento habitual en la oficina, donde nuestro empleador se aparecía espaciadamente. De modo que, antes de una semana, comprendí que debía sobrevivir por mi cuenta. Así, me caractericé de cartomántico (tema que domino desde la infancia pero ya, ese es otro cuento). En ese trámite se produjo uno de esos milagros que siempre alumbran a los viajeros sin dinero. Trabé amistad con el Gerente de la empresa en la cual había anclado por mi tonta precipitación y mi antigua ciega confianza (defectos superados gracias al “Supremo Destino”). El citado funcionario, era un panameño de nombre Harmodio Young Chang, que compartía sus gerenciales obligaciones con el oficio de “tallador” (repartidor de cartas) en uno en los más concurridos Casinos de Panamá, ciudad en la cual todo el mundo consulta desde el amanecer las probabilidades de ganar la lotería, mediante la esotérica interpretación de sus sueños de la noche anterior. ********** Harmodio (Moyito), fue mi Ángel de la Guarda, en ese difícil territorio. Compartiendo una charla surgió la idea (muy propia de periodistas en apuros) de editar una revista que llamaríamos “Casino”, cuyo modelo de prueba, construí al pegoteo de viejas publicaciones con ese tino y prisa que estimula el hambre. Armado de mi natural frescura, me dirigí a la oficina del Presidente de los Casinos de Panamá y, mostrándole mi creación, le tiré un palabreo en “guán” convenciéndolo de Reportaje a la vida | 63
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que él y su gran empresa de juegos de azar, necesitaban tener una publicación como ésta. Moyo me ayudaba en gran forma a conseguir pautas publicitarias y el resto, quedaba librado a mi imaginación y a la aprobación de los managers de cada uno de los quince casinos que por entonces había en la ciudad de Panamá. Al atardecer me defendía como cartomántico, usando como “cónsul” (consultorio), un desmañado local que alguna vez fue garaje. No chorreaba, pero goteaba. Una de mis consultantes habría de ser providencial. Ella era, nada menos que Martha Estela Paredes, la cantante emblemática de Panamá. Algo así como en su momento fuera nuestra aplaudida Jesús Vásquez en Perú. Conversa conversando, esta gentil dama, supo que yo le hacía a la cantada y una tarde, después de la lectura de cartas, me pidió que cantara algún bolerito. Me mandé con “Inolvidable” y le gustó mi entonación, descubriendo que este pecho tenía eso que llaman feeling. Así pues, quedamos como amigos y casi “colegas” del canto. Semanas más tarde, en un alto de nuestro tour de visitas a los casinos, a Moyo se le ocurrió que entráramos a almorzar en cierto restaurant elegante llamado El Yate de Angelo. El asunto era con show musical y la estrella, era nada menos que Martha Estela Paredes. Moyo –corazón de oro–, pagaba el importe del menú, de modo que no había que preocuparse por la elevada tarifa. Tomamos asiento cuando el show estaba por comenzar y entonces, entre aplausos, apareció en escena, mi amiga y cliente de la cartomancia. Era dueña de un estilo particular para cantar. Eso, y el cariño natural que todo Panamá le 64 | Reportaje a la vida
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profesaba la hacían aparecer, cantar y despedirse en medio de un mar de merecidos aplausos. Después de unas canciones, advirtió mi presencia y detuvo a la orquesta. – Esta tarde nos visita un gran periodista peruano que además, es cantante. Y como es amigo de Panamá, lo voy a invitar a que nos brinde algo de repertorio melódico –, anunció pomposamente. Estallaron los aplausos y como no me gusta hacerme de rogar, salí al ruedo. Un breve conciliábulo con el pianista color ébano, me puso en nota y luego de unos compases, arranqué – “En la vida hay amores que nunca pueden olvidarse”– empecé, siguiendo el resto de “Inolvidable” que nunca me ha fallado. El público aplaudió, quizás por cortesía latinoamericana o lo que fuere. Lo cierto es que tuve que entonar dos temas más, ya casi en medio de ovaciones y un cariñoso abrazo de Martha Estela, que era la verdadera estrella de la tarde. Agradecí los aplausos y, cuando me disponía a volver a mi mesa, se me acercó el Gerente del local. – Oye brother, si vienes pacá todos los días, te doy los tres golpes –. Luego, me señaló un plato que descansaba sobre el piano y en el cual, los asistentes ponían dinero al cabo de cada intervención artística. – Tómalo, es tuyo –, me dijo. Y sin vacilar, embolsé 25 dólares que me cayeron de maravilla, agradeciendo con reverencia a ese público cariñoso. Reportaje a la vida | 65
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Me dirigí a mi mesa, pero llevaba conmigo una preocupación, fruto del desconocimiento de los usos idiomáticos en tierra del Istmo. – Moyito, qué es eso de los “tres golpes” que me dijo. ¿Acaso quiere pelear conmigo?–, pregunté. – Ja, ja, ja. No hermano, te está ofreciendo desayuno, almuerzo y comida, los tres golpes, además de quedarte con las propinas si vienes a cantar todos los días –. Aprendí un tema dedicado a uno de los más bellos lugares turísticos de Panamá, conocido como La isla de las flores, llamado “Taboga”, además de tres bolerazos, conocidos como verdaderos temas “rompecalzón”. ********** Iban corriendo los meses y era claro que nada ganaría lejos de mi tierra, mientras extrañaba mi comida, la música, mi “gallada” de toda la vida. Extrañaba todo… y no me acostumbraba a nada. Un día, alguien me habló de Costa Rica. Era un buen lugar para la cartomancia y esas cosas. El pasaje en bus era más o menos barato. Y viajar de Panamá a Costa Rica, sólo implicaba comprar visa de turista, además de un viaje de dos horas. De modo, que sintiendo –una vez más–, palpitar en mi pecho el afán aventurero, me embarqué en esta nueva aventura. Fue casi más de lo mismo. Aunque es una tierra de mujeres bellas, hombres cultos, historias campesinas, como casi todo en este país hermoso y sin ejército. Sentado en el Parque de las Flores, una tarde pensaba en mis complicadas cosas, en lo que estaría pasando en mi 66 | Reportaje a la vida
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Perú, en cómo estaría el mundo periodístico. Recordaba mis tiempos de Soldado de Caballería, mis hazañas de boxeador interbarrial y a mi hermano ausente, el campeón Ángel Bernaola. En honor a su recuerdo, cuando alguien me pregunta cómo me fue en mi carrera de aficionado, digo orgulloso: “Mi cara cuenta la historia, que puede leerse en mi nariz sin chancar y mis orejas en su sitio”. Meditaba en tales capítulos de mi aventurera vida, cuando se aproximaron a mi espacio visual dos caballeros que discutían acerca de cómo encontrar a un aficionado, alguien del público que se animara boxear un solo round, con un campeón peso welter. El tema era ofrecer un grueso premio monetario, como “gancho” para vender entradas de un alicaído circo viajero. Al parecer no les iba bien. Los “ticos” (así llaman cariñosamente a los costarricenses), son gente pacífica, dada a la música, el bailongo y el galanteo. Viven de la ganadería y el turismo y si hay algo que detestan es el boxeo contrario a Panamá, donde es atracción de masas al ser tierra de campeones mundiales como Roberto “Mano de Piedra” Durán, por ejemplo. Bueno, los dos empresarios hablaban voz en cuello, considerando que el premio a ofrecer era equivalente a como mil dólares y sin embargo, nadie se animaba al combate de exhibición, con el campeón. Entonces, como canta cierto vals: “a la voz del acento divino” y me puse de pie. – ¡Señores, aquí está el hombre que buscan! –, les dije pelo en pecho. Me miraron como a pájaro raro y me preguntaron, casi a dúo si sabía de lo que se trataba. Reportaje a la vida | 67
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– Tengo entendido que hay que aguantarle un round a un peleador peso welter. ¿Es así? –. – Amigo, se trata de un campeón latinoamericano –. – Lo sé. Pero igual se trata de un match de exhibición y… un round dura tres minutos –. – ¿Usted tiene alguna experiencia en el boxeo? –. – Claro. Fuí boxeador interbarrial aficionado. Puedo garantizar que daré un buen espectáculo. Y sobre todo que el campeón se lucirá –, rematé. Era una exhibición, por lo que era necesario ponerle algo de animación. – Nuestra empresa es seria. Terminado el round le entregamos su premio en efectivo, mientras vendemos las entradas para nuestro espectáculo circense–. Me proporcionaron unos shorts color azul, zapatillas y bata. Empecé a entrenar en un gimnasio inadecuado ya que era en realidad un ambiente para ejercicios de damas. En fin, hice algo de carrera, gimnasia y uno que otro truco. También me tomaron una foto estrechando la mano del púgil con el cual me iba a enfrentar. **********
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El país del sueño de la lotería Hasta que llegó la noche programada. El espectáculo se ofrecía en la cancha de basquetbol de un colegio donde habían montado un ring rústico. Llegado el momento y, con el correspondiente despliegue de fogonazos del periodismo local, gritos y aplausos, apareció el campeón con bata de lujo, que contrastaba con la que me había prestado un equilibrista junto a unas zapatillas que me ajustaban demasiado que según dijeron, eran utilizadas por el domador (no me dijeron de qué clase de fieras). Subimos al ring. Un árbitro gringo, al que apenas entendí las instrucciones salvo “¡Only Exhibition”, para remarcar que el campeón no debía pegar en serio. Caso contrario, detendría el match y lo suspendería definitivamente. Sonó la campana y ambos salimos. El tipo lucía fuerte y de elevada estatura, pero recordé los consejos marrulleros de Bernaola, cuando afronté un compromiso parecido. – Baila y pega abajo bien duro, que la cabeza cae sola –. El tipo empezó a lanzarme jabs. No me tomaba en serio. Era como si un gato, se decidiera a jugar un rato con un inofensivo ratón. Entonces me animé y le apliqué un cross de derecha que siempre fue mi golpe favorito. Le acerté Reportaje a la vida | 69
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en pleno mentón y el pata parpadeó, como si me advirtiera de lo que podía merecer mi insolencia. Empezó a perseguirme, mientras yo bailoteaba, agazapándome como si lo desafiara. Para entonces, el público gritaba pidiendo más pelea, como si el match fuera en serio. Entonces el campeón, picado por mi gancho de hacía un rato vino encima, pegando arriba y abajo, en tono que no era de juego. Respondí con algo de fuerza y, cuando vi que se aprestaba a meterme un recto, de verdad, lo abracé en clinch apretado, bajando la cabeza –otro truco de Ángel–, y en eso, llegó el salvador campanazo. Ambos, nos dimos el saludo que sellaba un combate limpio y lleno de mucha adrenalina. En medio de gritos dispares, me entregaron el dinero en medio del ring y luego pasé a una carpa-camerino, donde me medio bañé con unos baldes. Fui al hotel en taxi y dejé el dinero en la portería. Pedí un Cuba Libre para quitarme el susto y traté de dormir, por lo menos, un rato. Había llegado el momento de regresar a Panamá y empezar a planear el retorno a mi amada patria. La aventura viajera me había fatigado. Además, pensé en lo que hubiera ocurrido si el campeón me ligaba un golpe fuerte. Soñé que estaba en la esquina del café bar “Mario”, festejando las ocurrencias de mis viejos grandes amigos. ********** Panamá representó una dramática experiencia para mí, cuyos contrastes se derivaron de una enigmática profecía de Guillermo Cortez Nuñez ”Cuatacho”, gran periodista que sin ser clarividente –¿o lo era? –, me anunció ése y muchos otros capítulos de mi historia, anticipándome el porqué de mis inmerecidos sufrimientos. 70 | Reportaje a la vida
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Entonces medité en serio. ¿Por qué tuve que aceptar presidir la mesa sindical que me precipitó al enredo de la estúpida Carta de Zurich, urdida por un delincuente que terminó burlándose de los políticos, de los servicios de inteligencia, del Poder Judicial y naturalmente de mi modesta persona. ¿Por qué creí en la oferta que me abandonó a mi suerte en un país en el cual no conocía a nadie? El porqué de esas y otras tonterías de mi vida, sólo puede atribuirse a mi buen corazón, para no emplear un término soez que a veces se me ocurre. Por formación familiar y de barrio, la amistad siempre fue para mí una especie de religión sin Dios, que calificaba al amigo con privilegios y sin sospechas. Caro resulté pagándolo. En Panamá, de no haber sido por mi soltura –y cierto oído a la hora de cantar–, mis conocimientos ocultistas y la providencial amistad con Moyito, un verdadero hermano en esos dramáticos días y por ello lo llevaré en mi corazón siempre, quizás hubiéramos muerto de hambre mi esposa y mi pequeño hijo. Por esos días, sucedieron dos sorpresas. Primera: un psiquiatra español, propietario de un lujoso consultorio y una clínica para “viudos de la razón”, me llevó a trabajar a su consultorio, colmándome de halagos. Parecía como si fuera miembro de mi familia o cosa parecida. Ni Moyo ni yo, lo comprendíamos, pero no había alternativa. En eso y sin aviso previo, llegaron a Panamá dos de mis hijos mayores. Ayax Andrés –llamado cariñosamente Peter–, y Miryam, mi hija que nació con el don de la clarividencia y a quien a pesar de la oposición de su mamá, instruí en el esoterismo. En ese momento, tuve que desplegarme buscando alojamiento para los recién llegados. Yo trabajaba en la clínica Reportaje a la vida | 71
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psiquiátrica como “entrevistador previo” a diversos pacientes, por lo general traídos por su familia. Luego, con mi opinión periodística, los pasaba al despacho del Doctor. Al atardecer, trabajaba en la revista “Casino” y de refilón preparaba un álbum biográfico por la anunciada visita del Rey de España a Panamá para mi protector psiquiátrico. Quedó tan atractiva que mandó a encuadernarla con pasta de cuero repujado para finalmente, entregársela a Su Majestad Juan Carlos, una vez que arribó al país centroamericano. No seré psiquiatra, pero tengo calle y esquina para regalar y en cada conversación, cada chiste, me parecía atisbar un fuerte rasgo paranoide en mi eventual amigo. Temía conspiraciones, enemigos, persecuciones y… un día, dejó de hablarme y le entabló un juicio a mi hermano Moyo, acusándolo de idiotez y media. Paralelamente, alucinaba con ovnis, mientras un pillo local le vendió los restos de un extraterrestre que resultó ser en realidad un esqueleto de tiburón. Ya para mí todo esto resultaba excesivo y fue en ese momento que decidí regresar al Perú. Mis hijos pretendieron disuadirme, pues ellos se aclimataron rápidamente y resultaron viviendo sus propias penurias, una vez que yo partí de regreso. Desde entonces, cada vez que un joven, me habla de viajar en busca de “La Tierra Prometida”, cumplo con mi conciencia, diciéndole: “está a tus pies, sólo precisas conquistarla”. Recuerdo que una tarde visité un museo. Allí, en un destacado pedestal, reposaba la espada de Don Pedro Arias Dávila, aterrador Gobernador de Panamá en tiempos coloniales. Estudiando en detalle tan mortífero instrumento, leí grabado en su mortal hoja, la siguiente frase: “Ni olvido un favor, ni perdono un agravio”. 72 | Reportaje a la vida
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Para los que creen en la casualidad, ésta sería una suerte de hallazgo de mi historia personal. Podría llamarse coincidencia, pero tal anagrama siempre lo he sentido como una expresión de mi propia psicología. Y de todo lo que llevo estudiado, rescato la expresión del filósofo y poeta alemán Federico Nietzsche, quien confesó que le gustaría ser cristiano “pues la filosofía del Cristianismo tiene aspectos muy rescatables, pero lo que no puedo tolerar, es el precepto que ordena perdonar a los enemigos, pues me parece una tontería”. Anecdóticamente, evoco una vieja copla limeña que decía: “El gato que a mí, me araña, estando conmigo en paz / Por más halagos que me haga / No me vuelve a arañar más /. Enfrentado a una encrucijada –más–, ahora estaba al borde de la desesperación. El juicio contra mi amigo Harmodio me afectaba directamente, pues me sentía responsable por haberlo vinculado con el “Doctor Loco” que apareció en mi camino como una solución, y resultó un problema más, de los tantos que tenía. La llegada de dos de mis hijos, complicaba todo aún más. Salí a caminar, tratando de aclarar mi mente, recordando un proverbio japonés según el cual: “Hasta un perro, si sale a caminar, encuentra un hueso”. Y por increíble que parezca, algo así sucedió. Carlos Hidalgo, un eficiente peruano que llegó a Panamá engañado y que había iniciado un romance con una dama viuda, tenía un negocio de modas y al mismo tiempo, vendía pasajes aéreos. Doblando la esquina lo encontré a la puerta del establecimiento que administraba. Nos saludamos cordialmente, pues teníamos una buena amistad. Me preguntó como la estaba pasando y no pude menos que hacerle una breve síntesis de mis problemas, uno de los cuales, era el pasaje de mi mujer. Y entonces me dijo: “lo del pasaje, lo podeReportaje a la vida | 73
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mos solucionar, hay que llamar a la compañía aérea y decirle al gerente que la viajera no pretende que le devuelvan el importe del pasaje, sino que necesita que le renueven el boleto. Alegamos que es una señora, madre de un bebé, que no tiene recursos y apelamos a su interés humanitario para que pueda retornar”. Y así fue. Carlitos consiguió una carta de la Cruz Roja Internacional, apoyando a la “joven madre con su pequeño hijo” y, premunido del documento correspondiente, consiguió la ampliación de fecha del pasaje. El mío, afortunadamente, seguía vigente. Ahora, había que afrontar otro dilema: para salir de Panamá, debíamos pagar los paz y salvo, es decir, los impuestos que habrían generado nuestra permanencia en el país, pues para entonces llevábamos como año y medio residiendo. El funcionario encargado de recabar el citado documento, era el Licenciado Beleño, un fiscal altamente temido por su reconocida propensión a enviar a la cárcel a cualquier persona, sin pestañear siquiera. Pero, mi paisano encontraba siempre una solución para cada problema. – Es hora de almorzar. Por aquí hay un paisano que puede ayudarnos –, me dijo señalando con la mano el rumbo hacia adelante. Llegamos a una fonda de aspecto humilde a la cual se accedía descendiendo una astillada escalerilla de madera. Tomamos asiento y entonces Carlos me hizo un gesto de “espera aquí”, y se encaminó hacia la cocina. Lo seguí con la vista, sin imaginar lo que iría a suceder. A los cinco minutos, volvió acompañado de un sujeto de porte andino, un tanto subido de peso, cuyo delantal dejaba a la vista los percances agravados de su actividad de Chef del submundo tropical. 74 | Reportaje a la vida
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– Este es el paisano –, dijo Carlitos. – Tiene que regresar a Lima. Ya arreglamos lo del pasaje de su esposa, pero faltan pagar los paz y salvo que son 150 dólares y… no los tiene –. – Espérense un momento –, dijo Juan Carlos (así se llamaba dicho ángel en ropa sucia). Para entonces ya un mesero nos había servido una sopa gallega que había aprendido a preferir porque era barata y tenía una mezcla de fideos, garbanzos y quien sabe qué más. A mi acompañante le sirvieron un lomo saltado a la chalaca. En eso, Juan Carlos volvió: traía entre manos una bolsa de papel que puso sobre la mesa. – Aquí hay 200 dólares, paisano. Espero de corazón que con esto puedas arreglar tu problema –. Me quedé de una pieza. Una vez que reaccioné, le confesé que no sabía cuándo ni cómo le podría pagar. – No se preocupe paisanito. Sé lo que es pasar penurias. Soy del Callao. Recién ahora me he acomodado aquí y pronto traeré a mi familia. Vaya tranquilo –. Dí gracias a Dios y terminé mi sopón que ya se había enfriado pero, a quien le importaba eso cuando hay dicha verdadera. Cuando llegué al hotel donde me esperaba mi esposa, no podía creer la historia. Ahora, faltaba el trámite final: enfrentar al Licenciado Beleño que, según me habían adelantado, me preguntaría, entre otras cosas, en qué había trabajado durante todo el año y, en ese caso, porqué no había tributado esos ingresos. Pero hay quien dice que los milagros no vienen solos. Y sin saber cómo, resulté conociendo a un abogado peruano, Reportaje a la vida | 75
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largamente instalado en Panamá, que me libró de dicha entrevista y una vez pagado los impuestos, salió de la Cancillería con nuestros pasaportes sellados, listos para volver a nuestro amado Perú. Al final de mi estancia en el “País del Sueño de la Lotería”, pasé casualmente por un parque en el cual se realizaba el sorteo del Premio Mayor. Me detuve a curiosear, justo cuando se daba lectura a los números premiados. ¿Y qué creen? Los números, eran el 78 y el 79 (los años que estaba en Panamá), como si el destino me señalara que habían terminado los años de mis desventuras y ahora, debía empezar un nuevo capítulo. ********** Cuando finalmente el avión despegó del Aeropuerto de Tocumen (Panamá) sentí, literalmente, como si mi golpeado corazón se reinstalara en mi pech, por lo que musité reverente una oración de agradecimiento. Me confortaba la compañía de mi segunda esposa –quien me había acompañado en este vía crucis–, sin desfallecer ni por un instante, confiando plenamente en mi coraje y facultades creativas. El vuelo de regreso tardó poco más de tres horas. Días antes, había escrito a dos colegas de “Expreso”, participándoles la alegría de pronto volver a reunirme con ellos. No imaginé que estos corresponsales de la amistad, fueran a comunicar de mi próxima llegada al Director, que seguía siendo el historiador y amigo, Juan José Vega. Llegamos a Lima y, ni bien descendimos del avión, atisbé entre un grupo que rodeaba a funcionarios que revisaban pasaportes y equipaje, a un chofer del diario y a dos ayudantes de transportes. Ellos me saludaban agitando las 76 | Reportaje a la vida
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manos, como si fuera un artista de cine o uno de esos aclamados jugadores de fútbol. Con mi maleta principal ceñida por una ocasional soguilla, pues su cierre se negó a funcionar en el apuro de la partida, de pronto, un policía que revisaba mi pasaporte, me dejó helado. – Señor, aquí falta un sello de salida de su lugar de embarque, Panamá –. Un tremendo escalofrío recorrió todo mi cuerpo. Algo así, como si temiera que me fueran a devolver al país donde acababa de vivir tanta angustias. – Amigo, hemos pasado la pena negra en Panamá y estamos de vuelta en nuestra patria. Si miras la maleta que traigo, imaginarás cómo traigo el alma –. El hombre paseó la mirada por mi equipaje, mirando a mi esposa y el niño que traía en brazos. – Entonces –, dijo – habrá que echarle una mano, pues–, y me selló el pasaporte. Un norme suspiro de alivio estremeció mi pecho. Estaba, finalmente en el Perú, como si estuviera de vuelta al paraíso. Pero, ahí no terminaba mi racha afortunada. Empezaba a caminar, cuando se me acercó el chofer del diario. – ¡Bienvenido, Don César Augusto! ¡Tenemos que ir al periódico. Juan José Vega quiere hablar con usted –. Casi me caigo de espaldas, no terminaba de pisar mi bendita tierra y ya empezaba a cambiar mi suerte. Por el Reportaje a la vida | 77
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camino, el chofer me contó varias cosas. Como volando, llegamos a la llamada antiguamente calle de Orejuelas, sexta cuadra, donde funcionaba “Expreso”. Antes había dejado a mi esposa en casa de mi comadre Marujita, quien nos recibió cariñosamente. Y ahí estaba yo, subiendo las escaleras, hacia el segundo piso, donde se encontraba la Dirección. Apenas me vió Juan José, lanzó un grito: “¡César Augusto!” y sin más, me estrechó en tremendo abrazo, que me hizo brotar lágrimas de emoción. – ¿Cómo estás?¿Cómo te ha ido?. Me imagino lo que habrás pasado. Yo sé lo que es el exilio –, me dijo, invitándome a tomar asiento. – Bueno, ¡eso se acabó! A partir de mañana, retomas tu puesto como Jefe de Redacción en “Estampa”. Además, te voy a dar un adelanto de 20 mil soles para que puedas reinstalarte. ¿Qué te parece? –. ¡Qué me iba a parecer! ¡Que el Perú, es el cielo! Conversamos un rato y luego, pasé a retirar el dinero mientras el chofer, con un sonrisa de oreja a oreja, me invitó a abordar la camioneta para trasladarme a Jesús María. **********
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Regreso con gloria Al día siguiente retomé mi puesto –con mi sueldo de antes–, y empecé a imprimir el toque de mi estilo. Estampa, bajo mi jefatura, se había convertido en líder de los dominicales y había derrotado ampliamente a Suceso, del diario Correo, quienes después de los turbulentos acontecimientos del 5 de febrero de 1,975 –conocidos en la historia moderna del Perú como el “Febrerazo” –, habían recibido un suculento “bono” del gobierno, en compensación por el saqueo que le infligieron las desbordadas masas, todo ello cuando ya la revolución y el poder del General Juan Velasco Alvarado empezaban a eclipsarse definitivamente. No sucedió así con “Expreso”, quienes tildados de comunistas –en razón de nuestro apoyo al Gobierno Militar–, rechazamos virilmente a los que pretendieron incendiar nuestro periódico a puño limpio, arrojándoles todo lo que tuvimos a mano al promediar la tarde, cuando los miserables iban comprendiendo que no nos íbamos a rendir sin pelear. Fue irónico, porque cuando escuchamos “vienen los tanques”, ingenuamente creímos que venían a ayudarnos. Error. Mientras los saqueadores huían espantados por los blindados, éstos avanzaron por la calle de Orejuelas. Reportaje a la vida | 79
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– ¡Soldado, amigo… El Pueblo está contigo! –. Recuerdo que el tanque disparó contra la portada del diario, al pie de la cual, se agrupaban algunos de los nuestros. Entonces comprendí que no eran amigos. La ráfaga de grueso calibre hizo saltar en astillas el frontis de marmolina y uno los trocillos, dañó el ojo del querido compañero Otto Díaz, gran reportero fotógrafo, en tanto otro resultó herido en la pierna. En ese momento sentí que me reventaba el pecho estremecido por una comprensible rabia. Cargamos a nuestro herido y lo introdujimos al local del diario, poniéndolos a buen recaudo. Encendido en violencia, encaré al Teniente que de pie sobre la torreta del tanque había ordenado la ráfaga. Y entonces, reventando de cólera, lo desafié a gritos, retándolo a que bajara para pelear a golpes. El tipo me miró despectivamente y ordenó retirada a su vehículo que se marchó orugueando, luego de cumplir su misión de amedrentamiento. En ese momento comprendí que estábamos dramáticamente equivocados. Nuestros eventuales líderes, trataron de dorarnos la píldora. Quedaba más claro que el agua que quienes “cortaban el jamón”, simplemente nos usaban y estaban muy lejos de ser “nuestros amigos” o cosa parecida. Para 1,979, cuando retorné del autoexilio, ya gobernaba Francisco Morales Bermúdez y estaba claro que de la revolución, no quedaba nada. No puedo evitar estos recuerdos y quiero rematarlos con una señera frase del historiador Jorge Basadre: “El más antiguo partido político del Perú, es el Ejército”. Que cada quién saque sus propias conclusiones. ********** 80 | Reportaje a la vida
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Desde entonces, mi vida ha seguido un ritmo meteórico. Un día sorpresivamente, me llamaron del diario “La República”. Diez años antes, habían decidido lanzar un vespertino de nombre “El Popular” y necesitaban un Redactor Principal, cargo que desempeñé, hasta que el diario entró en crisis. El tiraje apenas alcanzaba los 9 mil ejemplares. Era un secreto a voces que urgía un nuevo Director. Algunos redactores habían estado soñando que llegado el momento, uno de ellos sería el llamado para dirigirlo. Me nombraron a mi y eso cayó como un baldazo de agua fría para unos cuantos, quienes pasaron a convertirse en “torpederos”, cuyas acciones subterráneas debía sortear a diario. Una tarde de aquellas, mientras me encontraba parado en la puerta del diario del Jirón Camaná, se me acercó el colega René Pinedo, excelente reportero gráfico, quien quería pedirme un favor. Él había acompañado a un variado grupo de personajes en una gira nada menos que por el Medio Oriente y al retorno habían algunos viajeros que se habían tomado fotos en diversos pintorescos lugares y, naturalmente, querían de alguna manerapromocionar este grato recuerdo. Uno de ellos era un joven economista graduado en la Universidad de Harvard, que pretendía lanzarse a la política. Su sueño, era llegar a ser Presidente de la República. Pero, para dar el primer paso, necesitaba hacerse conocido, por lo que estaba tratando de conseguir que un diario de alta circulación le hiciera un reportaje resaltando sus aptitudes profesionales y Pinedo, le sugirió que yo era el indicado para encaminarlo por dicho rumbo. El candidato citado desempeñaba un alto puesto en una importante institución bancaria. Se trataba de un joven conversador y simpático, pero de política criolla aún no Reportaje a la vida | 81
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conocía un ápice. Le hice un movido reportaje que fue muy bien recibido en La República que lo publicó a dos columnas. Y así nació entre nosotros una cálida amistad que habría de prologarse en el tiempo. A los pocos días, dos gerentes de la entidad bancaria donde laboraba Hernán Garrido Lecca, se apersonaron a “El Popular”, con la consigna de llevarme al banco. Una vez ahí, mi reporteado me planteó que tomara un puesto en Relaciones Públicas de la aludida institución. En vano alegué que yo trabajaba en el diario. Me planteó crearme un horario especial y me ofreció un buen sueldo. Acepté, dando inicio a una brillante carrera bancaria que habría de durar más de cinco años, hasta el día en que el japonés Alberto Fujimori, encaramado en la Presidencia de la República, decidió vender los bancos asociados, entre los cuales, se encontraban el de mi empleo. Me retiré entristecido, pues había hecho muy buenas amistades, además del correspondiente aprendizaje de técnicas bancarias y economía política. Podría decir, que fue uno de los mejores empleos que tuve en mi vida y el que me otorgó los mejores certificados de trabajo que atesoro en mi biblioteca. Al poco tiempo, el experimentado productor televisivo, Hugo Fernández Durán, para quien había realizado algunos trabajos, me convocó para un proyecto de programa cómico-político, que realizamos en gran forma. Se llamó El Barrio del Movimiento y duró todo un año de 52 programas de dos horas cada uno. El espacio presentaba unos muñecos de ventrílocuo, que movían la cabeza, la cara y sus brazos, dándoles movilidad y hasta expresión. Los mismos hacían el deleite del público 82 | Reportaje a la vida
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gracias a mis libretos, que me valieron ganar dos premios CIRCE (Círculo de Reporteros y Cronistas del espectáculo) y el reconocimiento como “Mejor Libretista de la Televisión Peruana”, en 1,984. Después, he trabajado en diversos diarios revistas y canales de televisión. El más reciente Canal 11, donde fui contratado para hacer un portal de prensa escrita y terminé organizando un panel de comentaristas políticos y la programación de una estación radial. En suma, la carrera periodística me ha brindado innumerables satisfacciones, tales como asesorías de comunicación en dos despachos ministeriales, la asesoría de prensa de la Cámara de Diputados y cinco libros publicados –“Perrocasos”, con un promisorio prólogo del maestro Luis Alberto Sánchez; “Más Sabe El Diablo”; “La Fuga del Doc”; “Sus Sueños profetizan” y; “Tú Serás Mago”. Mi hijo Willy, suele mencionar jocosamente que su papá es capaz desde escribir cartas de amor hasta planes de gobierno, según la exigencia del cliente. ********** La única manera de mantener a alguien vivo es recordándolo. El ser humano tiene tendencia a no olvidar el pasado, es un constante recordatorio de lo que somos. Es una fuente de los buenos momentos pasados, ésos a los que no podemos volver por más que lo deseemos. Sin embargo, la memoria tiene el enorme privilegio de transportarnos de alguna manera a esos instantes de felicidad. Es una tarea ardua; la nostalgia es un sentimiento necesario en la vida. Necesitamos acordarnos de quién fuimos para entender quienes somos. En algunos momentos, hay que viajar al pasado para no olvidar nuestra esencia. Reportaje a la vida | 83
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Cierro los ojos y recorro en mi mente parte de mi azarosa existencia. Esta suerte de mi sueño profano me lleva al querido Mapiri, a los brazos de mamá Zoila, a mis años de palomilla con los amigos del barrio, a evocar con nostalgia ése primer beso, a sentir como se acabara de ocurrir la puñalada trapera que me propinó el Negro Rumba y que estuvo a centímetros de llevarme a la tumba. Recorro en mi mente las calles húmedas que me llevan a Café Bar Mario. Sonrío aliviado porque ya están sentados don Pedro Ureta (quien se autoproclamaba como Fray Pedro de Lima), junto a Andrés Archimbaud Meave, el legendario “Tío Pichón” y Virgilio Sagasti “Zambo Cebiche”. La charla amena, junto a una buena y trasnochada tertulia, están aseguradas. Son tantas la personas con las que he tenido el honor de compartir jornadas periodísticas memorables, incontables las noticias que me tocó cubrir e imborrables las historias que se escribieron después de cerrar la edición del periódico. Amores y desamores derivados de tener el corazón fácil, la mente abierta, dispuesto siempre a escuchar bien. Se me viene a la mente una frase del locutor estadounidense Earl Nightingale: “Aprende a disfrutar cada minuto de tu vida. Se feliz ahora. No esperes algo fuera de ti para hacerte feliz en el futuro. Piensa en cuán precioso es el tiempo que tienes para gastar, ya sea en el trabajo o con tu familia. Cada minuto debe ser disfrutado y saboreado”. Y así es. Al final, siempre regreso a Mapiri donde a lo lejos, alguien canta. **********
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Fotos #1 y 2: César Augusto (el más pequeño), junto a sus hermanos Fernando, su Humberto y Erasmo (Mito). Al fondo, aparece diminuta pero siempre cariñosa la abuela Ana. Foto #3: Juan Andrés Dávila Santillán, su padre.
Foto #1: El padre de César Augusto Dávila, Don Andrés, fue un fiel militante aprista hasta el fin de sus días. Foto #2: César Augusto (primero de los sentados), acompañando a su hermano Mito y sus amigos en una amena velada.
Foto #1: Junto a su hermana Chiqui y su padre, en la puerta de su casa. Foto #2: En la Hacienda Pomalca, junto a un pequeĂąo. Foto #3: En Pucusana, pasando junto a grandes amistades las vacaciones.
Foto #1: Cabalgando por las inmediaciones de la Hacienda Pomalca. Foto #2: Siempre tuvo una gran conexión con su hermana Irma, conocida cariñosamente como “Chiqui”. Foto #3: Por el Jirón de la Unión, joven y feliz.
Foto #1: Disfrutando agradables momentos con dos amigos. Foto #2: Oficialmente con bigotes. Foto #3: Carnet del Teatro La Cabaña, donde inició como “apuntador” y terminó protagonizando tres obras.
Foto #1: Conferencia de prensa con el Presidente del Perú, Dr.Manuel Prado. Acompaña Gino Miglio, Jefe de Informaciones de “Última Hora”. Foto #2: Ganador por dos años consecutivos del premio CIRCE (Círculo de Cronistas del Espectáculo), en la categoría de Mejor Libretista de TV, por el programa “El Barrio de Movimiento”.
Foto #1: Con sombrero tibiri tábara en Última Hora, donde cambió su vida para siempre. Foto #2: Dibujo de su columna “Carrusel”, en el diario Expreso. Foto #3: Protagonizando “Departamento de Soltero”, junto a Cuchita Salazar, en el Teatro La Cabaña.
Foto #1: Ya como uno de los periodistas del momento, compartió con los mejores hombres de prensa de esa bella época. Foto #2: Junto a su hija Gloria y su querido hermano Héctor, listos para saltar a la pisicina. Foto #3: Trabajando como “cabecero” en “Última Hora”.
Foto #1: Luciendo elegante frac en el matrimonio de un colega. Foto #2: Junto a su primera esposa, la señora Lucy Pretell, como padrinos durante el bautizo del hijo de su sobrina Ana. Foto #3: Presentación del álbum de figuritas “Telecolor”, junto a Pablo Villanueva “Melcochita”, y el legendario cronista de espectáculos y amigo personal, Manolo Salerno.
Foto #1: Sepelio de su padre, Juan Andrés Dávila Santillán. Foto #2: Con el Doctor Enrique Sifuentes Olaechea, amigo y compañero en sus años mozos en la Facultad de Medicina de la Universidad Nacional Federico Villarreal. Foto #3: Con Luis Ángel Pinasco, durante una presentación benéfica por Canal 4 en favor de un albergue para jóvenes en Huaral.
Foto #1: En el Bar La Capilla, junto a personajes como César Calvo, Marcos Roncagliolo, Raúl Semizo, César Augusto Dávila, Willy Dávila, Manuel Scorza -quien viajaba al día siguiente a España y falleció al estrellarse la nave-, y Juan Gargurevich, entre otros. Foto #2: En La Peña de Pepe Villalobos, con sus hijos Miryam, Willy y Gloria.
Foto #1: César Augusto junto a destacados y distinguidos colegas periodistas, rodeando a dos leyendas de la prensa escrita: el poeta Reynaldo Naranjo García y Humberto “El Chivo” Castillo Anselmi. Foto #2: Junto a los colegas y amigos Giuliana Agurto, Luis G. Padilla, Jorge Grados y Javier Ramos, durante la presentación de su libro “Tu serás mago”.
Foto #1: Reunión por el Día del Periodista, con muchos colegas que laboraron en “Ültima Hora”. Foto #2: Con Roberto Salinas Benavides, destacado periodista deportivo y Perico Sifuentes Olaechea, hombre de prensa e inigualable cantante de tangos, ambos ya transitados hacia el próximo universo armónico.
Foto #1: Con hijos, sobrinos y nieto, una tarde maravillosa en casa de su hijo Peter, en Jesús María. Foto #2: Junto a los experimentados colegas periodistas, Julián Cortéz Sánchez y Domingo “Taquito” Tamaríz, el día que fueron homenajeados con la “Orden José Carlos Mariátegui”, del Colegio de Periodistas de Lima (CPL).
Foto #1: Grata y multitudinaria reunión de la Familia Dávila, realizada en El Rímac. Foto #2: Junto a su hermano Humberto, al cual visitó en Chiclayo durante una gira de trabajo del Interbank. Foto #3: Junto a su gran amigo de la vida y la bohemia, Don José “Pepe” Villalobos.
Foto #1: Recordando épocas de antaño, en la puerta de la casa donde habitó en su infancia, ubicada en el Jirón Mapiri 376, su querido barrio. Foto #2: Junto a su hijo y amigo Willy, periodista al igual que él, departiendo amenamente en el tradicional Bar Cordano. Foto #3: Recorrido habitual por la Plaza de Armas.
Foto #1: Cumpleaños 80, con su segunda esposa Rosa, junto a su amigo, el panameño Harmodio Young Chang y señora. Foto #2: En la biblioteca, revisando y actualizándose con lo último del acontecer nacional e internacional. Foto #3: Cuando fue distinguido con la “Orden José Carlos Mariátegui”, otorgada por el Colegio de Periodistas de Lima.
CÉSAR AUGUSTO DÁVILA
De profesión: ¡Despedido! Mi extrañado amigo Carlos Tosi, me aconsejaba, en alas de su ácido humor negro, que en mi hoja de vida, consignara en el rubro “Profesión”, la palabra “Despedido”, añadiendo a modo de ampliación: ”Ocupación eventual: Periodista”, cosa que, en honor a la verdad, resulta aproximadamente cierta, ya que una de las más emocionantes aristas de nuestra hermosa profesión, señala que quienes la desempeñamos, nunca sabremos cómo ni por qué nos aplican cualquier día “La Ley del Botafogo”, como a mí me ha ocurrido con cierta frecuencia. Dos o tres veces, por un simple fonazo del “Doc”, que en cana y todo, sigue teniendo poder de chamba o calle, sobre diversas empresas, anda tú a saber porqué. Eso me llevó a decirle al hombre fuerte de cierta universidad remolona a honrar mis emolumentos, que si persistía en su mezquindad, me pararía al centro del Campus, procediendo en seguida a contar mi historia personal, con lo cual, el Programa de Ciencias de la Comunicación, que le dicen, se quedaría totalmente deshabitado en menos de lo que canta un loro. Me pagaron es misma tarde. Y me despidieron al día siguiente, muy temprano. Pero como dijo el burro, eso no es todo. La afición por botar a los periodistas, es universal, e incluso ha llegado al cine, con Humphrey Bogart de protagonista, además de otras luminarias de Hollywood, que nunca visitarán el set paganini de la “Urraca” Magaly Medina. Pero para que vean que no todo es ficción, ni truco de las colochas movidas por Edwin Sierra, acá les regalo un rollo de la vida real, para que vayan sacando su cuenta y lo piensen tres veces cuando algún ser querido intente lanzarse al
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CRÓNICAS CLÁSICAS ruedo del periodismo. Lo digo yo, que he vivido –y vivo– del cuento. Un CAD –made in USA–, llamado Ed Sampson, era redactor nocturno del periódico “The Boston Globe”, allá por 1880. El patita, era aficionado al trago y bebía como beduino en un oasis. La noche del 10 de agosto de 1883 llegó borracho perdido a su oficina y ahí se derrumbó sobre un sofá quedando nocaut. A las tres de la mañana, una visión de sueño, lo despertó como baldazo raspadillero. Había visto erupcionar un volcán en Indonesia. El coloso flamígero se llamaba “Pralape”. Treinta y seis mil personas, habían muerto. Por todas partes, corrían ríos de lava. Esta pesadilla, le causó tal impresión de realidad, que el borrachín a medio espabilar, la publicó en el periódico a su eventual cargo. Y como es comprensible, la noticia “rebotó” en toda la prensa norteamericana. El artículo, podría haberse considerado como una obra maestra del periodismo, a no ser por dos “pequeños detalles”. En prima: Ningún parte noticioso de las agencias, confirmaba la información. Y por si esto fuera poco, el volcán llamado “Pralape”, no existía en ningún Atlas, Mapamundi, o cosa parecida. Al día siguiente, el choborra Sampson, fue despedido jubilosamente por los empresarios de “The Boston Globe”, que se esmeraron en pedir disculpas a sus lectores, por “esta locura inventada por un irresponsable”. Después, llegaron noticias inesperadas. A la hora consignada por Sampson, (teniendo en cuenta la diferencia horaria), el volcán Krakatoa había entrado en erupción. Y tal como “lo vio”, a consecuencia de ello, habían muerto treinta y seis mil personas. Pero lo realmente sorprendente vino a saberse después, a raíz de sesudas investigaciones científicas. Dos siglos antes del catastrófico evento, el volcán Krakatoa, se llamaba “Pralape”. Los treinta y seis mil muertos, eran actual dato preciso y todos los
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CÉSAR AUGUSTO DÁVILA detalles, coincidían con la crónica disparada por el expectorado colega. El asunto, fue enfocado desde todos los ángulos imaginables y, finalmente, los parapsicólogos norteamericanos, llegaron a la conclusión de que el zarandeado Sampson, “había tenido un contacto telepático-clarividente”, espontáneo, además, con alguien que vivía a miles de kilómetros de su oficina…y a 200 años en el espacio-tiempo. Ustedes, amables amigos, pueden opinar lo que más les guste al respecto, pero lo cierto es que Sampson quedó botado de toda botadera y… según he podido averiguar, terminó sus días en un hospicio para borrachos indigentes y no pudo estar en el palco de honor, la noche del estreno del film que relataba su extraña aventura parapsicológica. Lo mencionó si, en show aparte, el buena gente de Humphrey Bogart –y choborra también–, héroe de “Casablanca”, que solía canturrear en sus momentos libres, un hit de Frank Sinatra, cuyo título –en spanish versión libre– suena como: “¿Quién no está borracho a las 3 de la mañana?” y era uno de los favoritos de mi eterno hermano ausente, Arturo “Apanao” Morales, a quien Diosito, espero, le habrá guardado un ring side junto al huasca Noé, que hasta bailaba tolaca después de empinar el codo. Y ya lo saben pues, cuando algún hijo, sobrino o ahijadito, hable de meterse a periodista, siempre será oportuno contarle este cuentiche alborotado que escribió la vida misma. Añadiendo a modo de colofón, ese sinlogismo sofocleteano, según el cual: “En el Perú, todos sabemos que la verdad, no existe. Pero eso, también es falso”.
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La luna sobre Mapiri Allá en los misterios de mi viejo Mapiri, que quién sabe porqué ha sido rebautizado como Aljovín, cada calle, cada casa, cada requiebro del destino tiene su historia propia. Por lo menos, así lo ha dispuesto mi inapelable memoria de escribidor sin descanso y fantasma tutelar de ese bastión de recuerdos que suelo visitar de cuando en vez, para cantar y beber con el “Cholo Teves”, postrer sobreviviente del naufragio de mis pasadas vidas. Una de ellas, pareció en efecto terminar hace ya mucho, cuando al final de un choque faite, terminé en el quirófano del hospital, entonces de las monjas, herido de guapeza y puñalada, cuando La Muerte me hizo un guiño que no pudo terminar en arrumaco. Ahicito nomás, al costado del Palacio de Justicia que le dicen, está la bajada, que por su cómplice naturaleza ondulada, sombría y solitaria, cobijó más de un romance adolescente y a mi en particular, me hizo conocer los primeros besos de la chica más guapa de esos alrededores. En fin. Cuando leí en mi juventud, esos versos Lorquianos que dicen: “Me sé todos los caminos… pero nunca llegaré a Córdoba… porque me espera La Muerte, entre los muros de Córdoba”. No sé porqué, nació en mi el presagio gitano de que cuando llegue la hora, terminaré el viaje, justo en aquel nosocomio que una vez me resucitó tras un relámpago de acero que me rasgó el bajo vientre, como una suerte de atroz premio, por haber ganado un pleito desigual. De mi viejo amor de aquellos días felices y aventureros, queda por siempre vivo un recuerdo pertinaz y agridulce. Una imagen
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CÉSAR AUGUSTO DÁVILA que aún me parece intuir, surgiendo al cabo de “la bajadita”, para darme el dichoso encuentro prometedor de un fin de semana entre guarachitas matanceras y boleros romanticones de los inmortales “Los Panchos” que a veces canto bajo la ducha. Nunca he querido volver a la Maison de Santé ni de visita siquiera. Será que aún no había llegado el momento. Pero para cuando llegue, no encontraré razón para hacer esperar a La Gran Dama. Por el contrario, me la chaparé bien rico, como si nos encontráramos en “la bajadita”. Como si el Diablo no se hubiera cansado de caminar y saber tanto. Como si sus sueños no se hubieran hecho tan viejos. Doy por seguro que antes de mi último suspiro, podré parafrasear a ese boticario cubano que compuso el más hermoso de los boleros y podré decirme a mí mismo, como quien escucha un sueño: “bajo el cielo del mundo, / brillarán muchas lunas / pero nunca ninguna / me gustó como tú”. Porque como despidiéndome, estoy seguro que la noche de mi adiós brillará sobre mi inolvidable barrio, el más hermoso de los plenilunios. Ese que evocará mi primer amor y las noches bailadoras de cuando yo era feliz y desde luego, indocumentado.
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Vivir del cuento Dicen quienes lo dijeron, que el periodismo es una nave que puede llevarte a cualquier puerto, con tal que la abandones a tiempo. Y así será pues. El hermoso oficio, tuvo siempre la rara condición de involucrar a quienes lo practicamos, en toda clase de guerras ajenas, convertidos en una suerte de Quijotes sin Mancha, en cotidiana lucha desigual contra molinos, ogros y galeotes, mientras, desfogábamos tensiones en una bohemia a veces desenfrenada, que a muchos les pasó una gravísima factura, en quebranto de la salud y absoluto desequilibrio económico y familiar, para decirlo de una manera elegante. En mi modesto caso, el periodismo siempre me dió medianos –honestos–, ingresos suficientes para ir viviendo y educando a mis siete hijos que ahora, en la adultez, han tomado sus respectivos rumbos, repartidos por el ancho mundo. Pero lo que me llama a estas líneas es el hallazgo de una crónica de buena pluma, que relata la triste historia de un talentoso periodista y escritor, a quien sólo conocí a través de sus trabajos publicados por la revista “Caretas”. Su nombre era Edmundo De Los Ríos y seguramente, al paso del tiempo, será objeto de réquiems y homenajes de todo peso y calibre, pero a lo largo de su azarosa existencia, nuestro contradictorio país, sólo le otorgó frustraciones y malentendidos, que lo indujeron al alcoholismo y la estrechez económica, no obstante haber ganado un premio internacional a la temprana edad de 23 años. Quizás por eso, este hombre de talento, creyó equivocadamente, que el “feedback”, ese reconocimiento que se cotiza en inglés y por algo será, lo iba a acompañar para siempre.
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CÉSAR AUGUSTO DÁVILA En los últimos tiempos, escribió dos novelas más, que según quienes las han conocido, eran dignos de su precoz entrega. Sin embargo, los concursos en los que se obstinó en participar, sólo le otorgaron “menciones honrosas” y oscuros “segundos puestos”, en tanto, nuestra impredecible prensa “cultural”, lo castigaba con un ominoso e inmerecido silencio. Sea por lo que fuere, Edmundo se cansó de luchar y un día de esos, trepó hasta la azotea del edificio que habitaba, lanzó al aire las páginas de sus novelas, como un agorero adiós de palomas tristes, y saltó al vacío para sumirse en la nada. Quizás nunca leyó esa terrible y tan cierta frase de Abraham Valdelomar: “tener talento en el Perú, es como tener cinco mil libras en la puna”. O acaso no le tomó sentido al hecho de que César Vallejo fuera –en su tiempo–, encarcelado bajo la acusación de “loco e incendiario”, luego que un oscuro personaje de nombre Clemente Palma, llamara a sus geniales poemas “disparates incongruentes”, para luego aconsejarle que los pusiera “como durmientes al paso del tren”. Y es que el Perú es, como este infortunado colega no alcanzó a saber o entender, un lugar contradictorio, peligroso, lleno de envidias, intrigas y canalladas. Y sólo hay dos modos de enfrentarlo, o encanallándose a su vez, o enarbolando muy en alto, la bandera del coraje, que nos permita llevar adelante nuestros sueños, pase lo que pase o... deje de pasar. De haberlo conocido personalmente, tal vez, otra hubiera sido la historia. Yo le hubiera recitado un poema sioux, que en su más expresiva parte dice: “un hombre siempre termina siendo, aquello que siempre soñó”. Y persiguiendo ese sueño, hasta resulta hermoso que un día o una noche, nos sorprenda la muerte, como una amante que nos visitara a escondidas. Parafraseando al viejo Omar Khayyam, yo podría decir que “más allá de la muerte, sólo nos espera la nada... o la suprema compasión”. Descanse en paz, amigo Edmundo. La fama es veleidosa dama.
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Gajes del oficio A pedido de algunos jóvenes que pretenden seguir nuestro asendereado oficio, cumplo con informarles que la tan traída y llevada frase según la cual “El Perú, es un mendigo sentado sobre un banco de oro”, quizás la repitiera alguna vez, Don Antonio Raimondi, pero el dicente original, fue sin duda alguna, el Barón Alexander Von Humboldt. ¡De nada, pichonzuelos del twitter! Desasnar al bobonaje, es uno de mis hobbies estacionales. Y ahora, a lo que íbamos, como se dice a cualquier prosti que quiera arrugar en la portavianda del telo. Resulta que yo había debutado de “nuevo” en mi inolvidable “Última Hora”, cuando se produjo uno de esos eventos electorales que tanto le vacilan a nuestro populorum y que suelen enriquecer inevitablemente a los capo-encuestadores, que en materia de aciertos hasta ahorita van a cero goles, pero siguen en la cueca y por algo será. Y entonces mi gritón jefe, me envió nada menos que a reportear a Don Manuel Prado y Ugarteche, que era por entonces Presidente de nuestro amado country y debía votar en un cole femenino, ubicado frente al Panteón de los Próceres que le dicen, esquina de Azángaro y Parque Universitario. Al toquepala nomás, sin dudas ni murmuraciones, agarré viaje con el “Cholo” Cruz, –que era el engreído del mandatario a la hora de la peli que tanto le gustaba– y me proyecté al lugar de los hechos, como decían mis colegas policíacos de la antigüedad. Cuando se apareció el Cadillac presidencial yo pretendí situarme “a boca de urna”, a ver qué me decía, pero un torpe empujón, me mandó hasta el baño de un restaurante contiguo, donde
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CÉSAR AUGUSTO DÁVILA además de sacudirme la arrugada pilcha, empecé a cocinar mi venganza, ya que a mí nadie me empujonea y en mi barrunto, menos. Y entonces, vi de Alejandrina nomás, como bajaba el presi y saludaba a un grupete de curiosos agitando nomás, su borsalino de ocasión. Porque el tongo carnavalesco, lo usaba para el hipódromo, las paradas militares y ocasiones así. Acurrucado a la puerta del boliche a donde me habían disparado, advertí cuando el mandatario salía después de haber sufragado como dicen las personas más o menos cultas, que son pocas, pero son. En cuanto lo tuve a tiro, me acerqué por entre la sapería y los rayas para tenderle la mano, ensayando un asustado “Buenos días, señor Presidente”. El hombre sonrió nomás, me estrechó la mano a la volástica y se encaletó en su coche que embaló over the pucho rumbo a la Casa de Pizarro, mientras el velocísimo “Cholo” Cruz disparaba su flash, para luego hacerme un gesto convencional de ¡Salió compadre!. Eso, pudo ser todo, pero no. Llegado a la redacción, la foto fue rápidamente revelada y mi jefe me gritó “¡Hazte media carilla con el flash reportaje… porque la nota va en primera! ¡Te coronaste, pichón!” Ahicito nomás me dije ¿Y ahora qué hago… si el hombre no me ha dicho ni michi..? Pero tampoco iba a tirar la toalla tan fácil. Ya la media carilla era para ahorita mismo, de manera que me mandé con una pregunta al vuelo que iba más o menos así: “¿Doctor Prado: por quién vota un Presidente?” A lo que el mandatario me respondió: “Un Presidente, vota por la democracia”. El titular decía: “UH entrevista al Presidente”. Y entonces, empecé a comerme la ropa interior, no precisamente con la boca, pensando en lo que iría a suceder, tras tremenda inventadota y con el Presidente de la República, nada menos.
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CRÓNICAS CLÁSICAS Para abreviar, al atardecer del lunes que suele seguir al día de elecciones, vi descender del mismo Cadillac del cuento, a un condecorado edecán, con borla manguera y todo, a la puerta del diario y preguntando por el Señor Director. Y en seguida sospeché que mi fugaz carrera periodística había llegado a estrepitoso fin. Pero no. Por la tarde, el Director de “UH”, Don Bernardo Ortiz de Zevallos –mi verdadero maestro de periodismo–, me invitó cortésmente a su despacho para mostrarme una sorprendente carta que más o menos decía: “El Presidente Constitucional de la República, Dr. Manuel Prado y Ugarteche, tiene el agrado de saludar al Dr. Bernardo Ortiz de Zevallos, Director de “Última Hora” y congratularlo por el moderno y dinámico periodismo que practica. Hago extensiva esta felicitación, al inteligente joven que tuvo a bien entrevistarme el día de ayer”. Casi me caigo de espaldas y no supe si reír o llorar, mientras el Director me decía con su dejo afrancesado:” Tampoco es pagga que se la cgreea ¿no? Luego, subí a la redacción, como caminando sobre nubes y mirando de arriba a abajo a la sapería que esperaba verme en derrota, cuando yo estaba saboreando uno de los primeros –e inolvidables– triunfos de mi carrera. Porsiaca, aconsejo a los jóvenes debutantes, no seguir jamás mi ejemplo, ya que cualquier suspiro puede ocasionar la caída de la trapecista y hablando más o menos en serio, lo más probable es que el rayo no fulgure dos veces sobre el mismo lechero. Es decir, alguien como yo mismo... disculpen el jamón (pero no lo pude aguantar).
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CÉSAR AUGUSTO DÁVILA
Entre el abismo y la gloria La ruptura con la persona amada, se asume de diferentes formas y, a veces, puede representar un definitivo cambio en la manera de ver la vida, o morir en el empeño, como suelen decir los comediógrafos yanquis, en ciertas pelis de bajo presupuesto. No hace mucho, leí en un diario, la tragedia de una joven enamorada que saltó hacia la muerte, luego de sufrir el choteo de un novio con el cual –al parecer– ya no se entendía bien. Frenada en su caída por unos arbustos, fue chapada del cabello por un par de serenos que providencialmente la avistaron cuando lanzando un aterrador alarido, se desbarrancó por un acantilado, desde un puente sin suspiros, donde curiosamente, le había dado cita el hombre que amaba, para decirle que todo había terminado entre los dos, como dijo un viejo mirándose el difunto, al comprobar que ya ni con viagra siquiera, mi estimado. Ya se sabe que el amor hechiza y a veces, enloquece. Y que el choteo duele pues. ¿Quién va a negarlo? Que levante la mano el (la) mentiroso (a), pues. Pero, fíjense lo que son las cosas y déjenme que les cuente, chocheritas. Una terriblemente lluviosa noche londinense de 1993, cierta joven que cursaba el séptimo mes de embarazo, fue violentamente abandonada por su reciente esposo periodista, (la botó del carro mediante un patadón en el guardafango), frente a la entrada de una de esas librerías que se ven en las english pelis, luciendo una escalerita que baja de la calle a la tienda. Y sobre tan estrecha vía, la doña se sentó a sollozar pensando que la vida había terminado para ella y para el fruto de ese amor,
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CRÓNICAS CLÁSICAS que llevaba en las entrañas, tal como podría acotar un folletón de Corín Tellado, anticipando un corte a comerciales, por cortesía de un “Happy Dog”, para british mascotas. El viejo librero que a esas horas, contabilizaba las ventas del día, se asomó a mirar a la llorona y conmovido, le preguntó por el motivo de su pena. Ella le contó entre toses y atoros, su dramón de telenovela y el hombre –de blando corazón y buena onda–, la cobijó en su establecimiento, ofreciéndole una humeante taza de té, conforme mandan las reglas de la old fashion hospitality, my friends. Y, conversa, conversando, pudo averiguar que la choteada, pretendía ser escritora, en tanto el violento choteador, era el periodista (si pues, de todo hay en este oficio) portugués Jorge Arantes, a quien le habían hartado la manía narradora de historias fantásticas de su cónyuge y sus locos sueños de escribir libros para niños. Ya algo reconfortada por la bonhomía de su eventual amigo, la pelirroja sollozante, puso sobre el mostrador, unos trajinados originales de tres capítulos de algo que pretendía llamarse: “Harry Potter y el Cáliz de Plata”, que el cocho ojeó a la volástica, prometiendo más bien por compromiso, ofrecer el proyecto a ciertas editoriales con las cuales tenía elaciones comerciales. Rematando la faena, condujo a la joven Joanne –que así se llama la por entonces desventurada–, a un buen hotel tres estrellas, donde la dejó instalada, deseándole las buenas noches de rigor en estos casos. Aquí podría yo decir, como el finado animador de “Trampolín a la fama”, Augusto Ferrando: “Un comercial y regreso”, pero no. Debo precisar que no obstante la intercesión del librero de esa noche, nada menos que doce editoriales londinenses, rechazaron el mamotreto, lo cual me recuerda que Clemente Palma, llamó “huachafo” a César Vallejo, tras leer algunos de sus poemas, recomendándole que en vez de pretenderse poeta, se atara a los durmientes del ferrocarril que va de Chimbote a Malabrigo, en
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CÉSAR AUGUSTO DÁVILA tanto, otras diecinueve de esas firmas que lucran con el talento de los escribidores (a mí ya me han choteado como diez y por eso, no volveré a tocarles la puerta, hasta ganar el Nóbel), esas empresas, digo, mandaron a freír monos a Gabriel García Márquez, luego de echarle un guiño a su célebre “Cien Años de Soledad”, que a la postre le haría ganar el campeonato mundial de la pluma, y poco después condenó a vivir bajo la mesa de la vergüenza, al “sabio lector profesional” que se había empeñado en desprestigiar la obra, alegando que “sólo se trataba de la historia familiar del autor”, que finalmente se hizo rico y famoso, mientras el “sabihondo”, anda por ahí de borrachín gorrero y charlatán sin chamba ni destino. ¡Benecho! Por malaleche. Pero como dice el célebre filósofo de café teatro, Efraín Aguilar: “Así es la Vida” y “Al Fondo hay Sitio”. La pobre Joanne se consiguió una chamba media caña, enseñando inglés culto a los escoceses y un buen día de esos que a veces nos caen del techo, en un remate editorial, un grupo de “gringos locos”, olfateó el éxito de sus maltratados papeluchos, pagando por ellos, nada menos que 105 mil verdes dolarillos. “Casi me desmayo al saberlo, relata hoy la famosa y multimillonaria J. K. Rowling, que es la mujer de la historia y suele apuntalar: “todo esto lo concebí en media hora, como una sola idea sobre una escuela de hechiceros”. Naturalmente –famosísima y súper adinerada después que se han vendido 400 millones de copias de sus libros–, ya no quiere recordar que todo este maravilloso sueño, empezó con el choteo de su ex pareja y la bondadosa acogida de cierto viejo librero londinense, en una noche de atroz lluvia y con un bombo de siete lunas en la panza. Ahora, desde el 2001, Joanne Katherine Rowling –que es su nombre completo–, se ha casado en segundo round, con el Doctor Neil Michael Murray, tiene un segundo hijo, ha sido nombrada por la Reina, “Gran Oficial del Imperio Británico”, por Sarkozy, “Caballero de la Legión de Honor de Francia” y otras numerosas coqueterías de Alto Combo, aparte de ser considerada por la revista “Forbes”, como “La Primera
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CRÓNICAS CLÁSICAS Mujer que ha ganado mil millones de dólares escribiendo libros”, además de distinguirla entre las más adineradas del mundo actual y precisar que “ella saltó de la miseria a la riqueza por su propio esfuerzo y en menos de cinco años”. Esta telenovela de la vida real, tal vez termine sirviendo a la chica que intentó el suicidio haciendo “puenting” sin soga, decidiéndola a escribir su choteado rollo, para luego vendérselo a Michelle Alexander, o para que las mujeres razonables –que debe haber algunas, aunque yo no las he conocido–, comprendan lo peligroso que es casarse con un periodista, aunque sea portugués, con una chamba de la Gran Bretaña. Y a propo. ¿Quisieran saber lo que pasó con el ex de la Rowling? Bueno pues. Mi gracioso colega, ha colgado en buen lugar su plumífera herramienta y ni cojúo, ahora se dedica a cobrar –y muy rico– por las entrevistas que vende a revistachas del corazón, contando su breve y mal acabada historia amorosa con la madre de “Harry Potter”. Y entonces pues, cuando mi señora dice que soy loco por dedicarme a escribir cuento y medio, yo digo para mi coleto: “espérate nomás a que gane el Premio Nóbel un día de estos, o me decida a convertirme en chupamedias de los gringuitos lindos, como hace Alvarito… Y ahí nos vamos a reír a carcajadas, como hace el viejo Diablo en sus noches de pachanga”. Pero, para entonces, yo reiré último y a caquinos, como se decía antiguamente.
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Cuando llegue la hora Eso de asustarse con la muerte, o andar haciendo “salchichas para el Diablo”, como decían nuestras abuelas, es un espantajo absolutamente inútil, pues la gran verdad del cuento, es que nadie muere la víspera. Y alguito más: Cuando llegue la hora… llegó nomás y se acabó el cuento. Yo ni siquiera había soñado ser periodista y mucho menos, intentarla como escritor, una lejana mañana del 24 de mayo de 1940, mientras lidiaba con un lápiz chino de a veinte cobres, tratando de dibujar en mi pequeño pizarrín, una bolita con pata, que habría de graduarse como “a”, según criterio de la bienamada señorita Monteodoro, hermana de un famoso brujo, que oficiando al interior del llonja “José Pardo” –calle “La Confianza”–, no sé qué cuadra del Jirón Puno, daba suerte en el amor, a cuasi solteronas blanquiñosas que apelaban al “Baño de las 7 Flores”, para atraer a un elusivo marido que se hiciera cargo de ellas. Y en esas estábamos, cuando empezó a temblar la Tierra, espantando a nuestra profe y dejando a la chibolería –yo incluido–, literalmente de una pieza. “¡Temblor!...¡Temblor!...–gritó la profe, sin reparar que para sus enanos discípulos, dicha palabra no tenía significado, mientras el sismo escalaba a mayores. Entonces se le ocurrió ser específica, aclarando: “¡Terremoto!...¡Se van a caer las casas!...¡Hay que arrodillarse a rezar! –cosa que la chiquillería en pleno, hizo de inmediato. Bueno, no en pleno, porque este feligrés, chapó sus trebejos de colegial debutante y embaló hasta la puerta del callejón en uno de cuyos primeros cuartuchos, funcionaba el escuelín, mientras el piso se movía ya en plan de montaña rusa y el techo de mi parvuliche, caía inclemente sobre la señorita
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CRÓNICAS CLÁSICAS Monteodoro y sus doce discípulos, descontando a este servidor que a poco de haber cumplido los cuatro almanaques, tuvo tino para salvar su vida. El “José Pardo” –que hasta hoy existe–, es un callejón en forma de herradura, que tiene dos puertas. Una grande que sale a La Confianza y otra estrecha, que desemboca a una cuadra del Jardín Botánico, mediando una pequeña bodeguita en la cual, mi añorada vieja, hacía no sé qué comprita, a la hora en que empezó el sangoloteo. Ella, que ignoraba mi precipitada fuga, entró corriendo desesperada por una de las puntas de la herradura y cuando llegó al derrumbe de lo que había sido mi escuelita, en su aterrada locura, empezó a intentar remover los escombros, en busca de este pechito, hasta que un anciano bondadoso de la vecindad, le hizo la caridad de informarle que “el chiquito ese, que usted trajo por la mañana, salió corriendo en cuanto empezó el movimiento”. Mi vieja me cubrió de besos y me llevó a una tienda de chinos, donde éstos, muertos de risa, me convidaron una Kola Inglesa, comentando: “temblao poquito ¿no? ”, en tanto se había caído El Callao y todo Chorrillos ya que el terremotazo, no había sido ningún poquito. En definitiva, no había sido mi hora, como tampoco lo fue en dos o tres sismos que hube de capotear, ya en mis tiempos de aventurero tundeteclas. Después, una pérfida celosa, me disparó cinco treintayochazos, sin acertarme ni uno. En alguno de mis tantos viajes aéreos, el avión amenazó incendiarse o desbaratarse y en tierras de Centroamérica, cierta noche alborotada, La Parca me hizo un par de guiños de metralleta, pero nada. No era mi hora, pues. Y todavía no ha llegado. Pero, para cuando llegue, espero que mi compadre Pepe Villalobos, me arme un buen jaranón de adiós y un par de jaraneros de mi añejo barrio me canten “El Pirata”. Porque firme, firme… “así como he vivido, al azar, al azar quiero irme”. Sin llantos ni chacoveos. Cuando llegue la hora.
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Ese bardo criollo... era Néstor Chocobar Apareció misteriosamente, poco antes de 1940. Venía de Chiclayo, de trabajar en Radio Délcar, donde había cumplido una breve aunque muy brillante trayectoria. Lo acompañaba, entre otros personajes, el destacado locutor Fidel Ramírez Lazo, a quien este joven “gordito y simpaticón”, había convencido de una incontrastable verdad: “en Lima está el éxito”. Y así llegaron a la capital, sin más equipaje que su innegable talento y un puñado de ilusiones. Los viejos cronistas del criollismo, lo recordaban como un joven de carácter alegre –apenas superaba los 17 años–, y cantaba alcanzando un registro, que según quienes lo escucharon, podía ubicarse “entre Roberto Tello y Javier Gonzáles”, además de mostrar estilo y gran capacidad interpretativa. Había optado por el nombre Néstor Chocobar, siendo su nombre original Héctor, cambiado por “Néstor” en aras de una mejor adaptabilidad a la recordación popular. Su debut en Radio Central, resultó un verdadero suceso, para el maestro Lorenzo Humberto Sotomayor, quien habría de confiarle la interpretación de muchas de sus más brillantes composiciones, entre ellas el vals “Corazón”, que el propio Lorenzo Humberto llegaría a considerar lo mejor que había hecho, en reportaje concedido al autor de la presente nota. UN VERDADERO TROVADOR Pero, así como aceptaba interpretar canciones para entonces “nuevas”, el verdadero repertorio de “Néstor”, se enriquecía con temas de la guardia vieja, entre ellos, el antañón lamento “El
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CRÓNICAS CLÁSICAS Guardián”, cuya autoría no ha llegado a ser esclarecida a plenitud. Pronto, la plana directiva de Radio Central, habría de concederle un espacio propio, que inmediatamente se convertiría en el preferido de la audiencia limeña que por ese entonces, disfrutaba de las audiciones radiales, como entretenimiento hogareño de novedosa elección. La memoria de criollos antañones, ubica a Néstor Chocobar como domiciliado en el añejo Jirón Angaráes donde, a ventaja del tiempo, nacería otra estrella de nuestro cantar, la temperamental Cecilia Bracamonte. A diferencia de lo que era usual para músicos y artistas de aquellos tiempos, Néstor Chocobar no vivió la bohemia ni la jarana limeña, que naturalmente, lo hubieran recibido con los brazos abiertos. Tampoco se ha sabido de algún romance que hubiera resultado explicable por su apostura personal, su envidiable juventud y su condición de estrella del cantar criollo. Pronto, músicos de la talla de Rodolfo Coltrinari y Domingo Rullo, dos talentosos artistas argentinos que habrían de afincar en Lima hasta el fin de sus respectivas existencias, no tardaron en engreír a Néstor, pues para ellos, este joven chiclayano, proyectaba una personalidad semejante a la de Carlos Gardel, lo cual ya es mucho decir, pero era cierto. Estos dos maestros de la música platense, no vacilaron en incluirlo en sus presentaciones orquestales de las populares funciones de “varieté”, que por entonces eran furor en los barrios limeños. UN ESTRELLATO FUGAZ Así transcurrió la fugaz gloria de este bardo criollo que por años, fue el mejor trovador –probablemente entre 1936 y un aciago marzo de 1941–. De pronto, así como había aparecido en los escenarios, desapareció este deslumbrante astro de nuestro cantar, sin que nadie tuviera por entonces, ni pudiera ofrecer después, una certera explicación. Ahora se sabe, que víctima de una silenciosa enfermedad, había sido internado por amigos del barrio, en el legendario Hospital
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CÉSAR AUGUSTO DÁVILA “Dos de Mayo”, que albergara en el lejano ayer las horas finales del Gran Maestro Felipe Pinglo Alva y al genial futbolista Alejandro “Manguera” Villanueva, los tres sin diagnóstico fijo, ni algo que pudiera hacerse público, no obstante la notoriedad de los citados personajes. En la vieja Lima –y quizás, en parte, hasta nuestros días–, han existido dolencias, que se ha mantenido bajo un manto vergonzante. La tuberculosis y la sífilis, en principio. El periodismo de entonces, sabia coludirse con médicos comprensivos, que optaban por mantener la gloria popular al margen del flagelo que podría vincularse con la miseria, “la falta de olla”, como decían los criollos, o “los desarreglos de burdel”, que pudieran ensombrecer la imagen del ídolo popular. UN VALS Y UN RECUERDO Y así, una tarde de 1941, cuando la ciudad se reponía apenas de un despiadado terremoto, se escuchó por las propias ondas de la misma Radio Central, que había encumbrado al “Bardo Criollo” y nada menos que en la voz de Jesús Vásquez, una composición logradísima del maestro Lorenzo Humberto Sotomayor, con arreglos orquestales de Rodolfo Coltrinari, titulado con toda justicia “Un vals y un recuerdo”. En sentida letra, Sotomayor decía: “Recuerdas dulce amor, aquel vals / aquel vals de antaño que escucháramos cantar. Más adelante precisaba: “Y que mis canciones cuando las cantaba / ponía su alma y a todos gustaba / ese bardo criollo, era Néstor Chocobar”. El vals, intercalaba fragmentos de “El Guardián” que, en una de sus estrofas dice, justamente: “Yo te pido guardián que cuando muera/ borres los rastros de mi humilde fosa”, lo cual el maestro Sotomayor, interpretó como un presentimiento mortal del bardo criollo. LA DEVOCIÓN DE TOLEDO Silenciosamente, los restos de Néstor Chocobar fueron sepultados en el Cementerio “Presbítero Maestro”, Cuartel San Enrique
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CRÓNICAS CLÁSICAS y durante largos años, tuvo un solo devoto visitante. El escritor costumbrista y documentado periodista criollo Gonzalo Toledo, quien jamás dejó de llevarle flores, recordar su cumpleaños y elevar una oración en sufragio del alma de este gran cantor que no conoció fotos ni grabaciones. Sólo ha quedado como una flor extraña en el jardín de nuestros viejos y queridos recuerdos. ¡Vaya una criolla entonación en recuerdo de ese que por años, fue el mejor trovador... porque ese Bardo Criollo, era NÉSTOR CHOCOBAR.
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La tarde final del Jirón La historia colonial cuenta que el Marqués Don Francisco, espada en mano, trazó una tarde de Enero de 1535 lo que habría de ser su “Damero”, asignando predios y solares –desde luego– a amigos, aliados y parientes, reservando además, un amplio terreno para el ayuntamiento, que a su tiempo, presidiría Nicolás de Rivera “El Viejo”, primer alcalde de nuestra graciosa villa. Para la “fabla limense” –como diría un poeta–, el “Jirón” era sinónimo de distinción y “jironear”, un pavoneo rumboso de ida y vuelta, más bien pretexto para lucimientos y coqueteos. Como señorial anécdota, recordemos que fue a la salida de una misa de la Iglesia de La Merced, (cuadra seis), que el entonces joven guardiamarina Miguel Grau Seminario, cruzó miradas con Dolores Núñez Cabero y se enamoró perdidamente de ella, cortejándola hasta llevarla al altar, para luego establecer domicilio común en el Jirón Huancavelica, a pocos metros de la citada iglesia. En dicho inmueble, hoy convertido en Museo Grau, vivieron en felicidad procreando numerosa familia, hasta que el glorioso Almirante, partió a Angamos a ofrendar su vida en defensa de la patria. Volviendo al tema, el Jirón de la Unión fue siempre el “toque chic”, la “Meca del Glamour” de nuestra ciudad del Palais Concert, hasta que Augusto Salazar Bondy, padrino y descubridor de Mario Vargas Llosa, la bautizara proféticamente como “Lima la horrible”. HERIDA MORTAL Hasta más o menos 1950, las volteretas de la vida, habían ido erosionando el esplendor del Jirón, que sin embargo, se resistía
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CRÓNICAS CLÁSICAS a morir, como una princesa venida a menos, mientras la migración provinciana, traducida en explosión demográfica, iba convirtiendo en tumulto lo que ayer fuera esplendoroso vergel de paseantes atildados y esplendor de compra venta. Pero, la herida mortal tiene fecha y aun duele en el corazón de ciertos viejísimos limeños. El 5 de Febrero de 1975, a raíz de una huelga policial que presagiaba el fin del gobierno del General Juan Velasco Alvarado, se produjo una aterradora algarada que saqueó e incendió las tiendas comerciales del Jirón, prendió fuego a diversos edificios públicos y redujo a cenizas los locales de varios periódicos. Esta conmoción social, fue ahogada en sangre por el ejército, que hubo de salir a imponer orden en una metrópoli abandonada por la fuerza pública. Desde entonces, el Jirón de la Unión, no volvió a ser el mismo. Ni siquiera la sombra de lo que fuera alguna vez. LAS CALLES DEL JIRÓN Apelando al documentado romancero Aurelio Collantes, “La Voz de la Tradición”, el autor de estas líneas logró rescatar para el recuerdo ciertos datos referidos al nombre de cada una de las doce calles del Jirón y algunas de las muchas historias de las que fueron mudos testigos. La primera cuadra se llamó desde hace mucho Puente de Piedra, por el correspondiente tendal sobre el río Rímac. Esta calle abría las puertas del criollísimo barrio de “Abajo el Puente”, cuyo folklore canta hermosamente un vals de Luis Dean, retratando jaranas y personajes y, sobre todo a “las morenas beldades que nunca se olvidarán”. Justamente en predios rimenses, en el “hogar con mucha luz de María Eugenia Cayo”, nació el primer vals criollo, llamado “Ángel Hermoso”. Se desconoce quién fue su autor, pero Collantes aseguraba que fue estrenado nada menos que por Alejandro Ayarza “Karamanduka”, Mayor de la Guardia Republicana y entusiasta líder de la famosa y juerguera “Palizada”. Se cuenta también que en los bajos fondos de este criollísimo distrito, existía –hasta 1930, más o menos–, La Tambarria del
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CÉSAR AUGUSTO DÁVILA Pirulí, donde nació el célebre entredicho de “Carita” y “Tirifilo”, que culminaría en duelo a chaveta en el “Tajamar” del río, para saltar a las páginas de “La Crónica” de entonces (1920) y luego a la literatura, a través del cuento “Duelo de Caballeros” de José Diez Canseco. HISTORIA ESCRITA A MANO En la segunda cuadra del Jirón, está la calle Palacio, cara lateral de la Casa de Gobierno, frente al Solar de los Aliaga, que aún mantiene sus rumbosos ambientes y es frecuentemente visitado en su condición de Museo Colonial. La tercera cuadra, se llamó desde siempre Portal de Escribanos, pues además de las escribanías oficiales que allí se asentaban, a la vera del ayuntamiento, diversos amanuenses, que hoy se denominarían ambulantes, documentaban pluma en mano, juicios, demandas, solicitudes y todo tipo de escritos sobre litigios, herencias y otros acontecimientos, que bien podrían sintetizar, los entretelones de nuestra historia. La cuarta cuadra, se denominó Mercaderes por la gran cantidad de negocios ahí afincados, correspondiendo a la quinta, el nombre de Espaderos, por el negocio de armería blanca que dominaba dicho espacio. Cuenta la tradición que en dicha casa, no sólo se vendía y reparaba espadas, dagas y otras acerías de lucha. También se concertaba en su trastienda los “lances de honor”, que habrían de lavarse con sangre, pero esa, es otra historia. SOLEMNE CUADRA SEIS Dominando la sexta cuadra, se despuntaba -como hasta hoy-, la Iglesia de La Merced, en cuyo torreón principal, se atrincheraron los alzados del “Cuartelazo de Huapaya” (1928), que luego, serían reducidos por el entonces Comandante Zenón Noriega, empleando los primeros tanques que tuvo nuestra Fuerza Armada. Pero antes, en 1821, en la plazoleta que hace frente al citado templo, Don José de San Martín proclamó por tercera vez, la Independencia del Perú, mientras el Virrey La Serna, seguía haciendo resistencia en Junín, en cuyas pampas, habría de
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CRÓNICAS CLÁSICAS conocer su final derrota. Debe recordarse que la primera proclamación tuvo lugar en Huarmey y la segunda en la Plaza Mayor de Lima, desde los balcones del Municipio. En aquella pequeña plazuela de la cuadra seis, hay una placa recordatoria del mencionado hecho, además de un monumento al Mariscal Ramón Castilla, cuya espada robó temporalmente, en una noche disipada, el tarambana Juanito Leguía, hijo dilecto de Don Augusto Bernardino, por esos tiempos Presidente. LA PERIODÍSTICA SIETE La cuadra siete que habría de llamarse Baquíjano, por haber morado en ella, el gentil hombre Don Juan Bautista Baquíjano, desde 1730, antes se llamó Gurmendi, en honor a Don Bernardo de Gurmendi, Caballero de Santiago y miembro del Tribunal del Consulado de Lima, entre otros títulos nobiliarios. No obstante, para nuestra historia, en el inmueble 745, funcionó desde tiempos de Don José Pardo, el famoso diario “La Prensa”, que posteriormente hiciera nacer al populachero “Última Hora”, ambos de propiedad de Don Pedro Beltrán Espantoso. A las puertas de lo que fue La Prensa, hay un postón de bronce castigado por el tiempo, que rememora el asesinato de Leonidas Yerovi, periodista, comediógrafo y poeta, que cayó baleado, víctima de los celos de un actor chileno, que tomó a mal, las galanterías de Don Leonidas, prodigadas a una cantatriz de la misma nacionalidad. Cuenta la leyenda, que agónico ya, en la Sala de Emergencia de la Maisón de Santé, el vate recitó al oído de un amigo que lo asistía, los famosos versos, más tarde convertidos en vals criollo: “Como un ir y venir de olas de mar / así quisiera ser en el amor”. En fin. Exquisiteces de bohemios, no perdidas ni a las puertas de la muerte. PÍCAROS “CORDIALES” La cuadra ocho, fue llamada Boza, en honor a la residencia de los Marqueses de Boza, si bien, en un tiempo se caracterizó, hasta 1965, por la Fuente de Soda Cantillo, que no sólo ofrecía
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CÉSAR AUGUSTO DÁVILA refrescos, sino además, unos celebrados “cordiales”, que hacían perder el pudor a las damiselas que se atrevían a beberlos. Al lado, se ubicaba la famosa Joyería Mas, que se eclipsó en olvido a la muerte de su propietario. Y en la esquina colindante al Jirón Moquegua, campeaba por sus respetos, la famosa bodega de Cúneo y Bandirola, que expendía las butifarras más sabrosas desde 1930, hasta aproximadamente el 65, amén de los chilcanos que políticos y vecinos notables, sorbían con deleite y puntualidad de mediodía, aprovechando la cita para hablar de política y machacar los chismes que siempre deleitaron a nuestra histórica ciudad. LAS RADIOS Y EL AYER PERDIDO La cuadra diez del Jirón, se abría frente a la Plaza San Martín, vieja ágora de nuestros más trascendentales eventos politiqueros, cuya magnitud, medía La Prensa con su inventado “Manifestómetro”, inverosímil instrumento que dividía en “cuadrados”, el espacio, para en consecuencia, ensayar vaticinios sobre los resultados electorales. Don Leonidas Rivera, inveterado editor del semanario “Buen Humor”, comentaba a propósito, que: “El Apra, llena la Plaza, pero… no gana las elecciones”. Nunca se ha explicado a satisfacción la verdad de dicho aserto, formulado por uno de nuestros típicos satíricos olvidados. Frente a la Plaza se ubicó desde 1921 –año del Centenario de nuestra Independencia–, el Club Nacional, sede de la famosa oligarquía, alguna vez motejada por Manuel D’Ornellas como “un puñado de asustados señorones… y nada más”. La cuadra diez, llamada Belén por un Colegio de Monjas que funcionó por ahí, albergó a dos de las más reconocidas estaciones radiales de los felices tiempos pre televisión: Radio Central, una especie de Hollywood del radioteatro y Radio Panamericana, donde aprendieron el negocio los hermanos Héctor y Genaro Delgado Parker. Manuel, en esos tiempos era colegial, si bien ahora es el hombre fuerte de Radioprogramas del Perú.
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CRÓNICAS CLÁSICAS LOS "TRES MOSQUETEROS” Pero si vamos a hablar de recuerdos, hay “Tres Mosqueteros” del Jirón de La Unión que no deben escapar a la cita. Uno, Don Reynaldo Nonone Viviano, sargento del Tránsito a quien Lucho Loli bautizó como “El Portero del Jirón”, por su espectacular manera de dirigir el tráfico, al tiempo que Guido Monteverde recomendaba a juveniles aprendices de bataclana: “moverse como Nonone si querían alcanzar el triunfo”. Otro personaje que brilló más o menos hasta los 70s, fue Ricardo Vicuña Bueno, campeón de carambolas de fantasía y profesor de billar del Club Nacional. Siempre instalado a la puerta del Cream Rica, frente al Cine Excelsior, elegantemente vestido y luciendo espectaculares pulseras de oro en ambas muñecas. Era un incansable conversador y conocedor a fondo de ciertas anécdotas íntimas de nuestras figuras y figurones. Y el tercero, y quizás no sólo notable, sino justificadamente famoso, fue Don Abraham Valdelomar, nacido en 1888 y tempranamente fallecido 31 años más tarde. Era reconocido como periodista, escritor y poeta, bajo el seudónimo de “Conde de Lemos”. Quizás su atribuída monserga: “Lima es el Perú, el Jirón, es el centro de Lima, el Palais Concert, es el centro del jirón y mi mesa es el centro del Palais Concert. Ergo, yo soy el centro del Perú”, haya marcado proféticamente y de modo sibilino que una tarde desgraciada el famoso Jirón, muriera entre saqueos y balazos. Quizás toda esta historia es cuento, pero, como me la contaron, se las cuento. Y ténganlo presente si alguna vez sus pasos, los llevan por lo que queda del famoso Jirón de los recuerdos.
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El duelo Para mí, el duelo era hasta hace un tiempo, todo un chiste. Además de haberlo visto en algunas pelis de capa y espada, lo había gozado periodísticamente, cuando el arquitecto Fernando Belaúnde Terry, se batió con Teddy Watson y cuando Pedro Beltrán rehusó hacerlo, con Don Carlos Miró Quesada “Garrotín”, denunciando a su retador en la Comisaría de Monserrate, lo cual motivó un comentado bochinche de “Sofocleto”, quien repartió el cuento de que “el licor Beltram (ponche preparado, muy popular por entonces) no tiene huevos y no se bate”. Y no quiero olvidar a Don Celestino Manchego Muñoz, sempiterno senador por Huancavelica, que se batió nada menos que catorce veces con rivales surtidos, tanto a sable, como a pistola, siendo su último desafío, el que ya anciano lanzó contra el también senador Protzel, de las tiendas pradistas, que se rajó en las trancas y no quiso entrar al pleito, cuando ya el veterano duelista, se aprestaba a darle chicharrón. Bueno pues. Yo creía que el duelo, era nada más que una anacrónica payasada, hasta que me tocó vivirla en loco y en directo, por obra y gracia de alguien que se tomó cierta broma dominical demasiado en serio. Siempre los terremotos y la posible predicción de los mismos, han sido buenos temas para los magazines y en tal virtud, comisioné a mi entrañable amigo Mario “El Gordo” Campos, a fin de que entrevistara a un supuesto experto en el asunto. Mi entonces redactor, cumplió a cabalidad dicho encargo laboral y fiel a su estilo, hizo algunos requiebros graciosos a las
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CRÓNICAS CLÁSICAS respuestas del entrevistado y, sobre todo, a la cara que ponía al disparar cada respuesta. A mí me pareció bien y tras editarlo convenientemente, lo publiqué nomás, ilustrándolo con las fotos del cliente, que, a decir verdad, tenía cara de lo que afirmaba Mario, lo cual no era culpa de nadie (aparte de la genética y la vida), como se dice. El lunes siguiente, muy de mañana, se aparecieron por mi oficina dos atildados caballeros, que exigían hablar no con el redactor, sino conmigo mismo que era, como se sabe, el Jefe de Redacción del aludido dominical. Yo, los saludé muy cordialmente, sin imaginar lo que se traían entre manos. Resulta que venían por encargo del mayor retirado, protagonista del cuento, el mismo que, sintiéndose ofendido, me exigía, en el campo del honor, una reparación por la vía de las armas. Al principio, lo tomé al cachondeo, luego pedí disculpas por intermedio de los dos acuciosos padrinos, ofreciendo una rectificación y, finalmente entendí, que la cosa no estaba para juegos. El pata quería el duelo, si o si, más rápido de lo que canta un gallo. Entonces, asumiendo mi condición de caballero sin caballo precisé: “en tal caso y, apelando al Código del Marqués de Cabriñana, en mi condición de desafiado, me reservo el derecho de escoger las armas”. –“Bueno, –me respondió el padrino namber guan–, el mayor ha pensado en el sable, a primera sangre”. –“No, no, caballeros, –puntualicé–, exijo mi derecho y quiero que el lance se realice con pistola, a veinte pasos. Y quiero precisar que por mi historial de ex sargento de caballería, mi especialidad es poner la bala entre ojo y ojo”. Añadí que nombraba como padrinos a Ángel Hernández León (ex actor y gran trafasista, conocido como “Mascafierro”) y a mi tío putativo Andrés Archimbaud Meave (bohemio y trompeador “Pichón de Pato”, que siempre me honró con su cariño). Se fijó fecha y hora. Un viernes a las cuatro de la mañana, como mandaban los cánones, en el bosque del Matamula de Lince,
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CÉSAR AUGUSTO DÁVILA campo del honor adecuado a nuestros pergaminos. Naturalmente, no tenía ninguna intención de escabechar al buen mayor por más desubicado que fuera, mucho menos dejarlo probar suerte (a ver si me atizaba un plomazo aunque fuera de chiripa). La verdad era que “Mascafierro” atesoraba de sus tiempos teatrales un par de pistolones fanfa, con caja de madera y todo, los mismos que se cargaban por la embocadura con algo de pólvora que luego se taqueaba con un tarugazo de algodón. De modo que al disparar, hacía un escándalo de la gran seven, pero a veinte pasos, no mataba ni una mosca. Ese era mi truco. Ya en el campo del rufufú, ataviados para la ocasión tenida negra, capa y bombín mi padrino, “Pichón de Pato”, se daba maña, de rato en rato, para acercarse al terreno rival y proclamar: “¡Según el Código del Marqués de Cabriñana, de dos rufianes que se baten en el campo del honor…uno queda!”–lo cual, como se entenderá, crispaba los nervios de mis ocasionales contendientes. Elos ignoraban que la noche anterior mis padrinos y yo, habíamos comentado jocosa –y espirituosamente–, los acontecimientos, así que el vacilón estaba asegurado. Finalmente, en un adorno pinturero de la gracia, propuse a mi retador, resolver el asunto al estilo de “Karamanduka”, es decir, a puño limpio y tres asaltos interbarrios. Tampoco quiso. Cuando vio los trabucos aportados por el bravo “Mascafierro” y atisbó de pasache el ánimo no sólo combativo, sino cachimbero que me impulsaba, terminó por arrugar. Los belicosos desafiantes, terminaron dando por zanjada la cuestión de honor, exhortándonos a una conciliación caballerosa, lo cual acepté por no prolongar la astrakanada y además, por ese entonces, mi vida era una fiesta y yo no podía perder el tiempo tiroteando judokos, mientras cosas más dulces y seductoras, me aguardaban justo a unas cuadras del presagioso bosque amanecido.
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CRÓNICAS CLÁSICAS Y entonces pues, me limité a lanzarle la mirada del desprecio que estila ya saben quién cuando le mientan el Opus y terciándome la capa, me marché a paso lento, escoltado por mis dos cuchufléticos padrinos, que me acompañaron hasta la puerta de casa de la pérfida, mujer que amé y perdí por culpa de mi vida gitana. Luego, entre tragos y besos, eché el cuento del duelo, al basurero de todas mis historias.
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De este y otros mundos Cuentan los cuentacuentos que el gran escritor de ciencia ficción Howard Phillips (H.P.) Lovecraft, al ser preguntado sobre la “cara oculta de la Luna”, respondió: “la conozco perfectamente. He estado ahí un par de veces, acompañado de Edgar Allan Poe”, con lo cual dejó boquiabiertos a los colegas preguntones. Yo, modestamente podría decir lo mismo de París, pues conozco desde la Torre Eiffel al barrio de Saint Germain des Pres, gracias a las confidencias de mi hermano ausente, el genial Felipe Buendía, quien –soñando con la esquiva fama literaria–, vivió largas temporadas en la Ciudad Luz, pasando hambre y frío, hasta que su indesmayable, amorosa, señora madre junto al milagro del Padre Guatemala, enviaron un pasaje de regreso a las maravillosas noches de la ANEA del Jirón Moquegua, a los últimos tragos bebidos en el Bar Zela y en ese nido de historias Servulianas y Tealdianas que se llamó el “Negro Negro” donde, parafraseando un tango: “aprendí filosofía, dados, timba y cierta agonía cruel / en una mezcla milagrosa de sabihondos y suicidas”. Una noche, el maestro Alfonso Tealdo –amante del box y conocedor de mis andanzas deportivas–, preguntó a Sérvulo Gutiérrez, famoso pintor y ex campeón peso ligero, si podía “darse un par de vueltas con este pugilista”, que era yo. Entonces, ese campeón de la vida y la amistad, se acercó a mí y acariciándome la testa me dijo: “Jamás pelearía contigo”. ¿Por qué, maestro? –pregunté intrigado–. “Tienes muy buen corazón… y además porque algún día serás famoso” –remató como rotundo derechazo al hígado. “Gracias, maestro” –, dije y ahí nomás, Don Alfonso tomó mi puesto y ambos iniciaron un round sin guantes, de golpes limpios y deportivos, que remataron en fraterno abrazo
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CRÓNICAS CLÁSICAS bajo un señorial brindis de “capitanes… más bien, mayores”, como solía decir ese inolvidable señor del periodismo y la bohemia que era el gran Tealdo. Sobrepasaba apenas la veintena y como digo, escuchaba las historias francesas de mi hermano Felipe, que me guiaba en imaginario viaje por Las Tullerías y los memorables cafés parisinos, en los cuales al atardecer, podía verse de cerca –como quien se asoma al Olimpo–, a Julio Cortázar, al maestro Jean Paul Sartre, a Camus y, cómo no, a Georges Simenon, a quien años más tarde, el propio Gabriel García Márquez habría de reconocer como “el incomparable amo de la novela policial”. Felipe contaba que Simenon tenía fama de escribir una de sus magistrales novelas por semana, y, como cierto periodista, un día pusiera en duda increíble afirmación, se encerró tras la vitrina de una librería, mostrando ante el París de los asombros que era capaz de escribir frente a una Underwood de las antiguas, no una por semana… sino UNA DIARIA, sin más auxilio que su prodigiosa mente, una taza de café y un eventual sandwich para matar el hambre. Estas historias que yo escuchaba con deleite, alimentaron mi vocación por las letras, la misma que tempranamente me llevara a escribir breves cuentos y, desde luego a vivir la pasión de mi vida que no es otra que el periodismo. Gracias a Felipe conocí París, aprendí a soñar la fama y entendí algo que este inolvidable –e incomprendido– poeta, escritor, pintor y quién sabe cuántas cosas más, me dijo, la noche que le dijo adiós al trago, poco antes de marcharse de este mundo: “La tierra prometida, está a tus pies. A tí te toca conquistarla”. En ese pleito estoy. Voy por el 8avo. asalto, que es el que define la pelea, conforme aprendí de ese gran maestro olvidado como fue Angel Bernaola, “El Chico de La Victoria”. No sé si al campanazo final, el árbitro de la vida me levante la mano vencedora. Les puedo asegurar que terminaré de pie y peleando, porque para eso, he nacido. Este round, va por ustedes.
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Uno y muchos barrios En cierto recodo del llamado Parque de la Exposición, se mantiene incólume y marmórea la Fuente China, obsequiada al Perú en 1921, centenario de nuestra independencia. Se mantiene fuera de servicio –claro está–, para no gastar el agua que brotaba de sus múltiples mascarones y vericuetos y alguna vez mereció el dudoso honor que confieren las páginas policiales, luego de descubrirse que en los sótanos que albergan su misterioso mecanismo, se había perpetrado más de una violación post huayno. Cosas del costumbrismo. Lo que si no registra archivo alguno, es el sensacional “strip”, celebrado por una ex novia mía, que se lanzó a las aguas de dicho monumento oriental en traje de Eva, sólo para “sacarme pica”. Algunas horrorizadas tías, solicitaron la intervención policial, a fin de controlar el despropósito y entonces, ya en presencia de los custodios del orden, que entonces se decía, aquella “Venus sin rumbo”, emergió de las aguas y haciendo cortina con sus recuperadas ropas, explicó que “todo era culpa del calor pues, jefe”, en tanto yo, remataba: “es loquita pues. La estoy llevando a que tome sus medicinas”. Y en fin, el buen tombito, se retiró mirándome entre compasivo y comprensivo, él sabría por qué. Y no se equivocaba. Hablando de monumentos, los bohemios de ayer, recordarán la apuesta que el maestro Alfonso Tealdo le ganó a Sérvulo Gutiérrez, trepando hasta compartir montura con el Generalísimo San Martín, frente al bebedero del Bar Zela. Cómo olvidar la fuga del “Pato Moncada”, partiendo de una celda carcelaria, vía túnel, para aparecer junto a la “Pila de 7 Colores”, que duerme su abandono a mitad del Paseo de la República (que ya no se llama así).
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CRÓNICAS CLÁSICAS Por la otra punta del hoy Paseo de los Héroes Navales, culminó otra escapada. Esta vez a cargo de Carlos Steer Lafont, asesino de los esposos Miró Quesada. Dicho joven desquiciado se voló de un tiro la tapa de los sesos, antes de ser recapturado y… sin embargo, vivió para contarlo. En frente, doblaba por la Calle El Sauce, el acoplado tranviario que volvía de Chorrillos y se llevó de encuentro las piernas de más de un “gorrero” de mi antiguo barrio. En especial, las de un cholito bailarín, apodado “Carioco” que se quedó sin zapateo, pero se dedicó a “otros bailes”, hasta donde me alcanza la memoria. Y a la espalda del que alguna vez Haya de La Torre llamó: “Mucho Palacio, para tan poca Justicia”, había solía aparecer cada tarde, una chica que jamás olvidaré y había –sigue habiendo– una joroba de asfalto que llamábamos “La Bajadita”, vía por la cual, al anochecer cumplía otros roles, por cuenta de los enamorados besucones. Arena que la vida, se llevó. A continuación, sigue estando, la famosa Clínica Maisón de Santé, donde murió “Lolo” Fernández, inmortal cañonero de nuestro fútbol, el único peruano que jamás tuvo enemigos. Virtud que debiera inscribirse en el Libro de los Récords Guinnes, ya que según puntualizó el desaparecido ex senador Enrique Bernales: “aquí, a cualquiera que destaca le llaman ladrón o maricón”. Consecuentemente, él prefirió la más suave de las dos cosas. Haya paz sobre su historia. Bueno, Juanito Leguía, que según cuentan fue siempre el más serio dolor de cabeza padecido por Don Augusto B., se trepó una “rociada” noche al monumento a Ramón Castilla, que sobrevive frente a la Iglesia de la Merced, en cuya cercana vecindad se ubicó una prehistórica ametralladora, operada por los insurrectos del Cuartelazo de Huapaya. Motín que conjuró el “Zorro” Jiménez mayor machazo, de esos que se usaban antes. Años más tarde, un aprendiz de reportero llamado Juan Gonzalo Rose (luego, alta voz de nuestra poemática), entrevistó al ex
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CÉSAR AUGUSTO DÁVILA Sargento Huapaya, cabecilla de la abortada insurrección, en su lecho agónico del Hospital Dos de Mayo. Cuando el aún no poeta, preguntó al rebelde vencido por los años, acerca de los enemigos del Perú, obtuvo una breve y significativa respuesta: “los extranjeros joven, y los sinvergüenzas peruanos”. Saque usted la cuenta. Ya ubicada la memoria en mi amado Mapiri –hoy Miguel Aljovín–, quién sabrá nunca por qué–, debo añorar a señoriales guitarreros como los Poleri, Germán Alva, el “Pequeño” Bari, Pablo Fonseca y su sobrino “Tronco” Pimentel, que se consagró concertista en la Madre Patria. El visitante “Loco” Baza y el “Zambo Pirula”, inventor de historias, que por ahora dejo en el tintero. Hoy, sólo sobrevivimos el Cholo Teves, la morena Josefina y, modestamente yo, que ya no puedo ir por ahí, sin que me estrangule la tristeza.
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La técnica del reportaje Los más grandes maestros del periodismo, se refieren al reportaje equiparándolo al psicoanálisis y otros, exagerando, lo igualan con el confesonario, lo cual –a mi juicio–, representa una clamorosa exageración. Sin embargo en el fondo de cada afirmación solemne, es frecuente que bostece, cual “Bella Durmiente”, un picaresco fondo de verdad, cuyo descubrimiento, pertenece a cualquier buen buscador que se titule periodista. Las exigencias de un cumplido reportaje, empiezan con la habilidad de conseguir la cita con el presunto entrevistado, teniendo en cuenta que todo “entrevistable”, suele ser un personaje de esos que tienen “agenda recargada” y más de un secretario (a), que se siente “El Rey de Roma” o la “Cleopatra de Richard Burton”. Luego, obtenidos “día y hora”, un buen reportero (a), debe fijarse a sí mismo el riguroso –y puntual–, cumplimiento de la cita, ya que este factor perfila al solicitante y modela el respeto, que habrá de merecer a su entrevistado. A continuación, los muchachones del ayer, solíamos sumergirnos en algo que ya no existe y se llamaba “morgue de recortes” –hoy visiblemente reemplazado por internet–, donde será necesario recopilar datos biográficos del personaje, sus “momentos cumbre” amén de sus referencias y opiniones respecto a los más variados asuntos de su especialidad. Este ejercicio, nos permitirá ir “perfectamente equipados” de preguntas pertinentes y re-preguntas, ingeniosas y en todo caso, oportunas, que matizarán la conversación, sin orillar terrenos
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CÉSAR AUGUSTO DÁVILA riesgosamente cenagosos, que pudieran tropezar con el irrespeto, los que a mi entender, no son otra cosa que manifestaciones de mala educación, digan lo que digan los decidores. Un reportero (a) bien apertrechado de información previa, si sabe preguntar de manera conveniente, es decir, cortés y respetuosamente, debe entender, ya, con criterio profesional, que “la estrella del reportaje”, es, el reporteado y no el periodista. Claro que en nuestra historia “oficial” (que viene de oficio), tenemos dos casos censurables, no obstante referirse a dos talentosos periodistas. Uno de ellos, el maestro Alfonso Tealdo, quien solía prepararse tan a fondo para la entrevista, que, finalmente, se regodeaba demostrando saber más que el reporteado, al que eventualmente, hacía naufragar en el desconcierto o la desesperación frente a las cámaras televisivas, culminando el evento, como en ciertas corridas de toros, en comentarios de “opiniones divididas”. El otro caso, es el brillantemente protagonizado por César Hildebrandt ese gran “opinólogo” que llega al punto de eclipsar su innegable calidad periodística, cuando superpone sus propios criterios, información y conclusiones, a las de sus entrevistados, a punto rayano con la descortesía. Pero, quienes entienden el reportaje como una especie de confrontación, suelen celebrar dicho estilo, que –a mi juicio– se contrapone a los cánones que rigen el desarrollo de un reportaje periodístico, que exponga ampliamente “lo que dice, tiene, o quiere decir” el entrevistado, a fin de que el público –lector o televidente, para el caso–, pueda arribar a equilibradas conclusiones, acerca del tema en cuestión. En suma, el periodista, no debe olvidar jamás, su condición de caballero –o dama– que ha obtenido una entrevista de alguien que actuará como su huésped, en tanto él –o ella–, será cumplidamente, su anfitrión, con todo lo que tal condición supone. EL REPORTAJE “IMAGINARIO” Como en todas las cosas de la vida, la línea fronteriza entre la verdad y la mentira, suele ser sumamente sinuosa, como la que
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CRÓNICAS CLÁSICAS según Orson Welles, separa al genio de la locura y el famoso actor y guionista, que –entre otras–, en sus días de locutor, inventó la serie radial “Marte invade la Tierra”, cuyo éxito mundial, le valió la convocatoria a Hollywood, donde el Gran Orson, habría de cumplir una exitosa carrera. Y cuando años más tarde, un periodista mexicano, intentara “repetir el plato”, logrando “en premio”, una incómoda celda carcelaria, por su incomprendido empeño, otro reportero pidió a Mr. Welles, su opinión al respecto, obteniendo del genio, la siguiente respuesta: “eso se explica por la diferencia entre nuestros países. Ese periodista mejicano ha inventado una mentira y lo han llevado a la cárcel. Yo hice lo mismo hace algunos años… y a mí, me llevaron a Hollywood”. Conclusiones al margen, los viejos limeños dirían: “Nunca segundas partes, fueron buenas”, y mis amables lectores, tienen la “Carpeta de Opiniones” a su disposición. En cuanto a reportajes “inventados”, hay toda una retahila de estas “joyas”, que recomiendo a mis alumnos no coleccionar jamás, a pesar de que en mis primeros días de reporterillo de “Última Hora”, recuerdo haber “inventado un breve reportaje, nada menos que al entonces Presidente de la República, Don Manuel Prado Ugarteche. Corrí con suerte aquella vez y el personaje “inventado”, me felicitó por carta a mi Director, con envío de Edecán, carta con sello nacional y toda la nota. Pero, jamás he repetido dicha cachimbera “palomillada”. Y espero que nunca lo haga, ninguno de mis alumnos. Gabriel García Márquez, totalmente alérgico a conceder reportajes, no obstante considerarse él mismo, y por siempre: “periodista de hueso colorado”, afirma en sus memorias, que los dos mejores reportajes que han adornado su biografía, han sido “totalmente inventados, por jóvenes colegas”. En el segundo caso, los “inventores”, fueron dos debutantes venezolanos, casi muertos de miedo, cuando el “famoso de Aracataca”, llamó telefónicamente al Director del Diario en el cual intentaban hacerse un sitio. Pensaban que el genial “Gabo”, iba a solicitar que los despidieran. Y era al revés. García
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CÉSAR AUGUSTO DÁVILA Márquez –lo mismo que el Presidente Prado–, felicitaba al Director, diciéndole que se trataba de uno de los mejores reportajes que le habían hecho en su vida y pidiéndole que pusiera al fono a esos dos “mamagallo” (como se llama en Colombia a los bromistas descarados), “para felicitarlos con toda el alma, pues ni yo mismo me hubiera auto reporteado con tanta veracidad”. Bueno pues, son genialidades de los genios y en cualquier caso, se trata de una riesgosísima informalidad que no recomiendo. Recuerdo que en Santiago de Chile, tras un bien regado almuerzo con un grupo de colegas, hube de “aprender” –dicen que en los viajes se aprende–, la técnica del “jaiteo”, que por esos lares solía aplicarse a supuestos reportajes remataos en sainetes jocosos, que los políticos de todas las tiendas, solían tomar con muy buen humor, rasgo que no florece mucho en nuestras playas. Y por lo tanto, no recomiendo a nadie. El asunto, se nutría del saqueo de antiguas notas referidas al personaje y la reconocida capacidad chistosa de los mapochinos.
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CRÓNICAS CLÁSICAS
La reina descalza Quizás usted lo ignore –lo cual no es pecado, sino ausencia de saber–, que la más grande de las “bailaoras” gitanas que ha conocido este mundo, fue la genial Carmen Amaya… y lo que voy a relatar, lo debo a una gentil gitanilla que fue mi amiga, una noche triste, hace ya, sentidos largos almanaques. Danzando sobre su merecido cartel de Reina de la Gitanería, la “Gran Carmen” llegó a París, escoltada por una breve legión de gitanos, uno de los cuales –por asunto de necesidad parlaba franchute–, al mismo nivel que el gran “mataor” llamado “Cagancho” quien según cuentan, informado de que en un palco de Sombra estaba, muy bien acompañado, nada menos que el Rey de Francia, le brindó el toro, diciendo en atropellado caló de sevillanos: “Esto va por vú, por la esposa de vú y por toos los vúes de Francia”. Y cuentan los cabales, que aquella tarde, toreó como los dioses y para los reyes. Como los grandes toreros que la historia alumbra. Bueno, pero volviendo a la genial Carmen, “La Gitana de los Pies de Oro”, cierta noche volvía de una de sus triunfales presentaciones teatrales parisinas y, a la puerta del lujoso hotel que la albergaba, advirtió a un “clochard” (mendigo), que tocaba un maltratado acordeón bajo la lluvia. Y lo hacía con tal desventura, que nadie dispensaba una moneda a su menesteroso sombrero. Y entonces, Carmen –que no hablaría francés pero tenía un corazón de oro–, llamó a su intérprete mientras se iba descalzando y le chamulló: “Quiero que le digas a este gachó (anciano), que va a bailar para él, una gitana sin zapatos”.
Reportaje a la vida | 141
CÉSAR AUGUSTO DÁVILA El intérprete por poco se queda mudo, pero no tuvo más que obedecer y cumplida la orden, repreguntó a la estrella: “Dice que qué va a bailar usté”- “Díle, que yo bailo lo que él toque y que toque lo que le dé la gana. Y a los otros vúes (franceses en caló), diles que a mí, me pagan miles por verme bailar, pero que a este gachó muerto de frío, le voy a bailar por naa y sin zapatos. Y díles también, que le echen un buen parné (dinero) en el chumbero (sombrero). Establecido lo cual, el mendigo, que casi no entendía lo que estaba pasando, se arrancó con una “tarantella italiana”, que Carmen bailó genialmente, acompañándose a las castañuelas, convirtiendo la “tarantella” en algo así como una “seguidilla” de gitanos, mientras los curiosos que ya eran más de cien, arrojaban billetes (no monedas), al “chumbero” tendido bajo la lluvia. Terminada su tremenda improvisación, la gran Carmen, agradeció a su eventual público con una reverencia y pidió a “Undebé” (Dios, en caló), que los bendijera a “toos ustees”, dicho lo cual, se acercó al clochard, lo besó en la frente y le dijo: “Abríguese, buen hombre, que puee usté coger un mal aire”. Y se marchó airosa, cual banderillero triunfal, en medio de encendidos aplausos de los “vúes”, que jamás llegarían a saber que acababan de asistir a un milagro de humildad, de esos, que se ven una sola vez en la vida.
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CRÓNICAS CLÁSICAS
El Coronel verde Cada vez que debo enfrentar uno de los tropezones que me ofrece la contradictoria –y sin embargo, altamente previsible– condición humana, no puedo menos que evocar las inolvidables charlas nocturnas que solía prodigarnos mi extrañadísimo Don Andrés Archimbaud Meave, a quien los bohemios de aquellas noches, llamábamos cariñosamente “El Tío Pichón”. Este sabio e irrepetible personaje, matizaba su amena conversación, con el recitado de inhallables poemas referidos al amor, la ingratitud, el abandono y –cómo no–, la invencible esperanza que todos albergamos en el corazón, como esas banderas heroicas que suelen flamear, agonizando orgullosas entre los ominosos humos de todas las derrotas. Uno de estos poemas, cuya musicalidad rimada lamento no recordar, empezaba más o menos, así: “La reina, tenía cuatro Coroneles / el Coronel blanco, el Coronel rojo, el Coronel negro… y el Coronel verde. El Coronel blanco, nunca fue a la guerra / era acompañante, era diplomacia, era ornamento y era figurante. El Coronel rojo, siempre fue a la guerra / pasar se le veía cual visión de sangre / galopando enhiesto y empuñando el sable. El Coronel negro… para las tristezas, presidiendo mustio, cortejos finales de infantas y reyes / bajando a las criptas / consolando lutos, pronunciando adioses”. El poema anclaba en el ocaso del supuesto reino, hasta su eclipse final, después del cual, el Tío relataba: “Y desde entonces, entre sus recuerdos / desde que el sol nace hasta que se pierde / sigue tras la Reina, sin una sonrisa, su leal e infalible... Coronel verde, que era la esperanza, esa flor extraña que nunca se muere”.
Reportaje a la vida | 143
CÉSAR AUGUSTO DÁVILA Esta mañana, al hacer un rápido inventario de ingratitudes y desengaños, quizás por “sincrodestino”, resulté leyendo en el ameno diario que dirige mi admirada Cecilia Valenzuela, una columna de cierta dama llamada Katya Adaui, a quien no tengo el placer de conocer, pero adivino buena escritora. El tema lleva el título de “Todos cavan su propia tumba” y gira en torno a la película “El Irlandés”, cuyo texto me ha recomendado mi querido hijo Willy, siempre atento a la Montaña Rusa que es mi vida. Y todo esto, en una mañana, que sucede a otra larga noche de conflictos, sin la esperanzada poesía de ese Mariscal de la Bohemia, que será por siempre mi extrañadísimo Tío Pichón, cuyo recuerdo, me acompaña a toda hora inconmovible... cual Coronel Verde.
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César Augusto Dávila Brenner es un periodista con 60 años de trayectoria profesional. Ha sido solado de caballería, boxeador, actor de teatro, libretista de programas de TV y director de algunos de los diarios más importantes de Perú. A lo largo de su aventurera vida ha entrevistado a presidentes, líderes revolucionarios, reinas de belleza y avezados delincuentes, entre otros variopintos personajes. “Perro mundo, Reportaje a la vida”, es una publicación que inicialmente sería de crónicas memorables que definieron la identidad del Perú, una mezcla de situaciones y personajes entrelazados a lo largo de los años que tendría un reportaje extendido del autor. Sin embargo, al abrir esta suerte de caja de pandora, conversando mucho y recordando más, como editores entendimos que en muchas de las historias, él era testigo de excepción. Así, se decidió cruzar la línea de los relatos para ingresar a los recuerdos más íntimos del escritor.