Espacio público

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Espacio público, discurso y poder (Primera parte) Palabras clave: Internet, comunicación, democracia, hegemonía, Web 2.0, medios, participación. Resumen: En la Sociedad de la Información el poder se juega en gran medida en la comunicación socializada. Históricamente el espacio público donde los discursos convergen y conectan la mente pública ha sido hegemonizado por los discursos de las clases dominantes, bajo un modelo de concentración de los medios simbólicos. Pero eso está cambiando en la sociedad red: se abre la posibilidad para que desde la ciudadanía digital se erija una pluralidad de discursos y contradiscursos. El espacio público se ha configurado y reconfigurado con el correr de los siglos y el avance tecnológico. Sus orígenes se remontan al ágora griega y fue mutando su configuración y sus alcances con el correr de los siglos y el avance de la civilización occidental. En el inicio fue un espacio físico, el de la calle, la plaza, del comercio, el lugar de la manifestación colectiva. El comunicólogo francés Dominique Wolton detalla1 que a partir de los siglos XVI y XVII este espacio de origen físico se volvió simbólico con la separación de lo sargado y de lo temporal y el reconocimiento progresivo del status de la persona y el individuo frente al monarca y el clero. “Es la redención de lo privado lo que en contraposición permite el espacio público. La palabra público aparece en el siglo XIV, de origen latín, lo que concierne a ‘todo el mundo’. Público remite a publicar. Esto supone una ampliación del espacio común y el valor normativo de que es accesible a todos. En el pasaje de lo común a lo público se lee la característica de la democracia, la valoración del número, complemento del principio de libertad” (Wolton, 2001: 386). De este modo, conceptualmente el espacio público imbrica tres aspectos: lo común (concerniente a todos), lo político (Estado) y la visibilidad (publicidad). Como explica el autor, en el modelo democrático se afirman los valores de la libertad, la igualdad, y la expresión plural de los discursos emitidos públicamente. El espacio público es la condición del nacimiento del espacio político democrático. Del intercambio discursivo de posiciones sobre los problemas de interés general se extrae una opinión pública. Con la democracia de masas el espacio público es un espacio mucho más grande, con un número mucho mayor de temas en debate y de actores que intervienen públicamente. De ese modo la comunicación gana terreno como plataforma para el debate de lo público. El espacio público debe ser necesariamente mediatizado para contener la pluralidad de discursos. Es ahora un espacio simbólico, que se articula a partir de tecnologías de comunicación masiva. “Se trata de un espacio simbólico donde se oponen y se responden los discursos, la mayor parte contradictorios, mantenidos por los diferentes actores políticos, sociales, religiosos, culturales e intelectuales que componen una sociedad. Es un espacio que necesita tiempo para formarse, un vocabulario y valores comunes, un reconocimiento mutuo de legitimidades, una visión próxima sobre los temas a discutir, oponerse o deliberar. El espacio público simboliza la realidad de una democracia en acción, o la expresión contradictoria de informaciones, opiniones, intereses e ideologías. Constituye el vínculo político que liga a millones de ciudadanos anónimos y les da la sensación de participar efectivamente en la política” (Wolton, 2001: 385). Pero para que ese espacio cumpla su función de esfera de reflexión sobre las cuestiones colectivas, no basta con instituir voluntariamente a la libertad de opinión, la libertad de


prensa, la publicidad de las decisiones políticas, sino que supone la existencia de individuos más o menos autónomos, capaces de formarse una opinión, no “alienados en los discursos dominantes”. El espacio público moderno se instituyó como elemento intermedio entre la esfera privada de la sociedad civil y la esfera estatal, donde se configura la opinión pública. Es un espacio mediatizado que hoy, principalmente, se configura en los medios de comunicación e Internet articulado bajo un régimen de visibilidad. En él la sociedad se ve a sí misma, habla y reflexiona sobre sí, en tanto elemento central de la organización social. Hablamos del espacio donde, en términos de Antonio Gramsci, hoy se juega por entero la configuración de la hegemonía; donde se representa y se hace visible la sociedad y donde circulan los discursos dominantes, que imprimen un sentido y una interpretación determinada de los fenómenos sociales. En este mundo posindustrial la dominación es más hegemónica que represiva, el espacio público y su mediatización son parte fundamental de la escena donde se construye el consentimiento social. En retrospectiva, el espacio público ha estado siempre mediado por algún tipo de tecnología. Para la sociedad cortesana se configuraba en el teatro; para la burguesa en la prensa; en tanto la radio y la TV fueron la tecnología de base en la sociedad de masas. En la actualidad, en la Sociedad de la Información (posindustrial), con la centralidad de las redes de telecomunicación, Internet se configura como la principal tecnología para dar soporte a un nuevo tipo de espacio público en el mundo conectado, y como estructurador de nuevas prácticas sociales. Porque lo que se configura es un nuevo modelo societario basado en tecnologías y redes que todo lo interconectan. Y lo que trae aparejado es la reconfiguración de las relaciones tal cual evolucionaron en la modernidad hasta la sociedad de masas con la prensa, la radio, el cine y la TV como tecnologías de soporte para el espacio público ampliado. El rasgo principal de distinción de la era actual es la interactividad: el usuario es también productor de contenidos, el receptor es al mismo tiempo emisor, y puede expresarse en cierta igualdad de condiciones con las empresas mediáticas con las herramientas de la Web 2.0; aplicaciones que también le permiten interactuar sin intermediarios con otros ciudadanos con quienes comparte intereses. En la Sociedad de la Información el espacio público rescata algunas de las características del ágora que se perdieron en la modernidad: la posibilidad de participar directamente, sin representantes, del debate de las cuestiones públicas. El espacio público que se articula con la Web 2.0 toma la forma de prácticas sociales generadas a partir de tecnologías disponibles incorporadas a la vida cotidiana. Se trata de herramientas que establecen las condiciones de posibilidad para una comunicación horizontal, simétrica, en red, que permiten diversidad de voces y aportes para reflexionar sobre la realidad. Una participación abierta y colaborativa en busca de resolver cuestiones en común. Así se establece un tipo diferente de conexión entre nuevas tecnologías y política, entre la Web 2.0 y la nueva democracia que asoma con la Sociedad del Conocimiento. Si ese espacio público se amplía lo suficiente para que todos los sectores de la sociedad estén presentes, quizá la hegemonía sea más difícil de establecer y el ideal moderno de ciudadanos informados debatiendo desde la razón ―no alienados― sobre la cues ones públicas esté más cerca de concretarse. Pero aún los medios masivos, principalmente la TV, ―con sus relatos también en la web― ganan la pulseada como configuradores del espacio público, donde la mente pública forma su opinión según el terreno que ellos demarcan. La esperanza está en que este cambio de época que vivimos ―que aún no termina de concretarse― y sus rasgos 2.0


se extiendan y profundicen lo suficiente para que la ciudadanía aproveche las plataformas disponibles para empoderarse y cambiar la condición de la política tal cual la conocemos. Reflexiones sobre la esfera pública mediatizada Como se explicó anteriormente, con el correr de la modernidad, el espacio público, como instancia de debate racional sobre las cuestiones que afectan a las mayorías, sufrió mutaciones y fue desplazándose de los recintos oficiales para instalarse en la esfera de los medios masivos de comunicación. Pero como es sabido los medios no reflejan la realidad, sólo exponen una parte de ella, al tiempo que establecen la agenda de temas sobre los que se habla y se forma la opinión pública. Basta un recorrido por diversos canales de noticias o revisar las tapas de los diarios para constatar cómo medio a medio toca exactamente el mismo tema casi en el mismo orden. Diversas posiciones pueden entrar una dialéctica, pero la temática es la misma. Se habla de eso y no de otra cosa. En frente el público hará diversas lecturas ―según el estrato social, nivel educativo, religión, afinidad política etc.―, se convencerá más o menos, compartirá más o menos lo que dicen los “emisores calificados” en los medios, pero el diálogo en su entorno no escapará a la agenda. En esas condiciones se juega la legitimización de los discursos y la construcción del sentido en el tejido social. Explica Jesús Martín Barbero2 (1999): “El estallido del espacio audiovisual presenta una serie de características particulares. Si bien existe un aumento de la oferta televisiva, su diversidad y pluralismo no es tan abundante y consistente como se piensa. La afirmación de que el mercado permite un máximo de libertad individual de elección es dudosa, porque la oferta global de programación es repetitiva, reducida y previsible” (Barbero y Rey, 1999: 53). La centralidad de los medios de comunicación como fuentes de información y entretenimiento, y configuradores de imaginarios colectivos es innegable. Son fuentes de legitimación de nociones, ideas, valores, sujetos, políticas, y todo aquello que se articula en la realidad social que muestran. En este contexto la política se ha convertido en mediática. Las cuestiones políticas se tratan desde el discurso mediático con sus gramáticas estructuradas para el entretenimiento. Este aspecto es crucial, porque los contenidos están diseñados para impactar, principalmente, en las emociones de los receptores. Hablamos de una lógica que no apunta a estimular la racionalidad para abordar los contenidos, sino que busca vincularse con las fibras emocionales del receptor y “desarmarlo”. Los medios no “venden” desde la razón, venden desde la emoción. De este modo, se articulan elementos de la privacidad como las relaciones sexuales, historias de amor y desamor, y escándalos entremezclados con tópicos de índole policial para abordar la política tanto como la ficción. La política se trata con la espectacularidad que atraviesa todos los productos mediáticos masivos, que cada vez se centran más en mostrar las cuestiones privadas en la escena pública. El debate sobre las cues ones de fondo ―el sistema de producción, la distribución de la riqueza, la desigualdad del poder etc.― no ene lugar en los medios. Y si lo tiene es mínimo y tratado en términos poco accesibles para el gran público: una gota que se pierde inexorablemente en el océano mediático del entretenimiento alienante. De esta forma refuerzan el statu quo en favor de las fuerzas sociales históricamente dominantes. Lo paradójico es que los medios, al mismo tiempo, se configuran como instancias de apelación para el reclamo al Estado. Como explican Barbero y Rey, han aumentado su rol de intermediarios entre el Estado y los ciudadanos. En este papel que juegan “procesan la


inconformidad de la ciudadanía, sensibilizan socialmente frente a intervenciones estatales en ciertas situaciones, y llegan a ser determinantes de la gobernabilidad local y nacional”. Especifica el autor: “La idea de que los medios representan lo social, ha cedido ante su ascensión como actores sociales que intervienen activamente en la realidad. El control político y la fiscalización es una de las funciones que se le asignan a los medios en sociedades en que los poderes se han acrecentado y diversificado. Por eso se observa con precaución las uniones entre grandes corporaciones y medios o gobierno y medios, y se enfatiza el carácter de visibilidad que tienen los medios frente a los mimetismos de la corrupción o el poderío trasnacional de las multinacionales” (Barbero y Rey, 1999: 57). Ahora bien, ese espacio público que se retrotrae hasta el ágora como espacio de debate de los asuntos políticos; que con el correr de los siglos, los cambios sociales y la tecnología disponible se mediatizó y extendió para ser accesible a públicos masivos, ha perdido como eje central la reflexión sobre temas políticos para tener en el entretenimiento su tema central. Por lo que cabe, cuando menos, desconfiar de esa despolitización del espacio público y del tratamiento espectacular de la política. Estamos frente a un discurso ligero (alienante) que se ha apoderado del espacio público, que le otorga a la reflexión política un espacio ínfimo. Parece ser que hoy la hegemonía se construye más en la ausencia y las formas ligeras de la política en los medios; que en el refuerzo de cierta cosmovisión. En la era de Internet El pensador español Manuel Castells (2012) sostiene que el espacio público donde la sociedad delibera, construye sus percepciones y decisiones está cambiando inexorablemente porque cambia la naturaleza de los vínculos sociales. “Ese espacio, que fue construido en torno al Estado nación democrático en un momento en que el centro del mundo era el Estado, ha sido erosionado en su capacidad de representación por la globalización, por la construcción de identidades en las que la gente se reconoce y que no coinciden necesariamente con su ciudadanía sino con su identidad religiosa o étnica, local o territorial, de género o personal: el yo como ‘identidad’, más que el yo como ‘ciudadano de’”3. Este fenómeno genera la constitución de grupos que se conforman alrededor de factores que pueden ser efímeros. Tal cual el caso de movimientos que se agrupan para la protesta por una cuestión puntual: una vez resuelto el tema, la vinculación se evapora. Este tipo de vinculaciones se vienen dando en medios electrónicos, como redes sociales y foros, el nuevo espacio público al que se refiere el autor español, concepto en el que añade a los medios masivos de comunicación como espacio de visibilidad y representación social. Lo que se remarca es que el espacio público está cada vez menos centrado en las instituciones políticas de la sociedad y cada vez más centrado en los espacios de comunicación. “El espacio público es el espacio de la comunicación”, sentencia Castells (2009). Entonces, en este contexto, el Estado y la ciudadanía tienen en la tecnología un aliado para establecer una interacción participativa como nunca antes. La Red se posiciona como herramienta ideal para potenciar no sólo la democracia, sino la cultura, la economía, el conocimiento y todo aquello que motoriza las sociedades del siglo XXI. “La mente pública se construye mediante la interconexión de mentes individuales como la suya. Así que, si piensa de otra manera, las redes de comunicación funcionarán de otra manera, con la condición de que no sea usted solo, sino muchos, los que estemos dispuestos a construir las redes de nuestra vida” Castells, 2009: 553).


Con una postura pesimista sobre el potencial político de las nuevas tecnologías, el pensador francés Dominique Wolton (2001) señala que la política practicada sobre el espacio de la comunicación es una especie de utopía, que, según sostiene, “traduce una contradicción cultural”; la tentación de utilizar la efectividad de las técnicas para resolver la crisis del modelo político y, finalmente, la crisis de la representación social. “Pasamos de la idea según la cual no hay democracia sin espacio público a otra, más aventurada, según la cual ‘todo’ debe ocurrir en el lugar público, y la comunicación asegura la transparencia de lo que se trate. Es el tema bien conocido de la ‘democracia electrónica’ o de la ‘televisión como espacio público’. Los ciudadanos‐consumidores podrían intervenir regularmente para comunicarse, expresarse, decidir, en una especie de voto instantáneo y permanente. Una mezcla de encuesta, de democracia directa y de referéndum continúo” (Wolton, 2001: 54). Indudablemente, no es la tecnología la que resolverá la crisis de representatividad; pero su aporte instrumental puede ser crucial. Las prácticas sociales que propician y posibilitan las tecnologías de la Web 2.0 allanan el camino para una democracia 2.0. No sólo por la autonomía para compartir y publicar información y para establecer vinculaciones horizontales sino también porque las plataformas digitales ofrecen la posibilidad de que los gobiernos muestren su funcionamiento como nunca antes. Desde una postura crítica, Wolton (2001) subraya que la visibilidad no necesariamente permite una visión más aguda de los problemas ni una solución más eficaz. Y que la transparencia no exime de conflictos. “Subsiste una diferencia de naturaleza entre el conocimiento de la realidad y la voluntad o la capacidad de cambiarla. Se trata de dos disposiciones del espíritu muy diferentes. Observar no es actuar” (Wolton, 2001: 55). Es una afirmación real. La información y el conocimiento de determinada situación no bastan para generar una acción en consecuencia, pero la visibilidad es clave para que los hechos se presenten ante la mente y poder interpretarlos. La transparencia es crucial. Es lo que marca la diferencia. Si las problemáticas sociales están ocultas, o expuestas parcialmente por gobiernos que muestran sólo su lado bueno o conveniente, si no se discuten, están aún más lejos de resolverse. La tecnología hoy ofrece la posibilidad de configurar una esfera pública donde se dé visibilidad a los temas que realmente le importan a la sociedad, donde reflexionar y buscar soluciones consensuadas por la inteligencia colectiva, mediante aportes colaborativos. Un espacio común para la ciudadanía y el Estado, donde converjan y se generen las mejores políticas, producto de esa interacción. 1 ‐ Wolton, Dominique (2001): Pensar la Comunicación. Punto de vista para periodistas y políticos. Editorial Docencia, Buenos Aires, Argentina. 2 ‐ Barbero, Jesús Martín y Rey, Germán (1999): Los ejercicios del ver: Hegemonía audiovisual y ficción televisiva. Editorial Gedisa Barcelona. 3 ‐ Castells, Manuel. Nexos en Línea, El Poder en la Era de las Redes Sociales, 1 de octubre de 2012. Entrevista de Carlos Chamorro. http://www.nexos.com.mx/ 4 ‐ Castells, Manuel (2009): Comunicación y Poder. Alianza Editorial.


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