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El diálogo en una cultura de posverdad
REC TO RÍA
Ser llamado
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"Dios dijo a Abrán: deja tu tierra, a tus parientes y la casa de tu padre y parte hacia la tierra que yo te mostraré…" (Gn 12,1).
De esta manera desconcertante, y hasta disruptiva, inicia la que es considerada la primera vocación-llamada en la Sagrada Escritura. Esto quizá se pueda debatir, si consideramos que de la misma manera inicia el relato de la creación: «entonces Dios dijo: que exista la luz y la luz existió» (Gn 1,3). De la misma manera nos dirá Gn 12,4: «Y Abrán salió». Por lo tanto con cierta propiedad puede afirmarse que la Creación tiene su origen una Vocación, en la llamada original de Dios a existir, a ser.
Entonces, ya antes de Abrán, Dios en la Biblia aparece «llamando». De esta manera alcanzamos a entrever que el fundamento de toda Vocación es «Dios que habla», Dios «que tiene palabras», que por lo tanto nos interpela, nos sacude; o como a Abrán, «nos pone en movimiento». Toda vocación por tanto no puede ser estática, no puede “dejarnos igual”; o nos pone en éxodo-salida, o no es Vocación. Porque, por naturaleza, la Palabra de Dios es creativa, no es palabra ociosa o inútil (cf. Is 55,10-11).
Es además una Palabra libre, porque nadie le obliga a pronunciarla, como nada “obligó a Dios a crear”. Y si es libre, entonces, ¿cuál es su motivación? A la luz del texto de la creación, y del llamado a Abrán, podemos entrever que se trata de crear una relación. «Parte a la tierra que yo te mostraré…», después del llamado, de la intervención que hace en su vida, Dios no se evade del camino de Abrán, sino que se compromete a «mostrar», que no es lo mismo que «de-mostrar». Lo que nos enseña este versículo es que a partir del llamado iniciará un «diálogo» entre Dios y Abrán y que no será solamente de palabras, también lo será de acontecimientos y experiencias, en las que Dios “se le va mostrando” a Abrán, y este por su parte tendrá que aprender a descubrirlo y leerlo.
Por esta razón es que llamamos a Abrán, «padre en la fe», porque la «mirada de fe» consiste precisamente en “leer la realidad'' desde Dios y su Palabra, conscientes de Él y de su presencia en los acontecimientos. La fe es la consciencia de que Dios se nos muestra en las experiencias de nuestra vida. Así Abrán al salir de su tierra y de su casa paterna solo tiene esta certeza: «Él se mostrará», no tiene una prueba de esa «tierra», solo tiene su fe y su confianza en el Dios que habla y, mostrándose, va creando una relación con él.
Ser llamado – o como se dice, «tener vocación» – significa ser interpelado por Dios, ser conscientes que el Dios en quien creemos «habla», «tiene palabras» (cf. Jn 6,68). Se trata por lo tanto primero de «Él», que de «nosotros». Vocación no es por lo tanto una posesión o propiedad – no es algo que «se tiene» como si fuera una cosa – sino una toma de conciencia de Dios que habla y que con su palabra irrumpe en nuestra vida. Y por lo mismo, necesariamente provoca movimiento, provoca cambios… vocación en cierto sentido es éxodo.
Pbro. Dr. Carlos Alberto Santos García Rector
Mi vida está en sus manos
Soy el seminarista Théodore Joseph, originario de Haití y quiero compartir con ustedes un poco de mi camino vocacional.
Once años atrás mientras estaba estudiando en la universidad tuve una inquietud sobre el futuro de mi vida, lo que Dios tiene para mí. En este momento de duda y confusión y después de platicar con mi familia y mi párroco, me di la oportunidad realizar un proceso vocacional en la Congregación de los Misioneros Scalabrinianos, gracias a un sacerdote cercano a mi familia.
Terminando el proceso, decidí ingresar a su congregación para empezar la formación con ellos. Allí cursé un año de Propedéutico (Humanidades) y 3 años de Filosofía, posteriormente a los estudios filosóficos fui aceptado junto con 3 compañeros para dar continuidad a las siguientes etapas del postulantado y el noviciado en México.
En agosto de 2016 llegué a Guadalajara, allí inicié la inserción en la cultura mexicana sobre todo al idioma. De Guadalajara me mandaron a una experiencia relacionada al carisma de la congregación que es trabajar con los migrantes en un albergue de aquí de Monterrey perteneciente a la Arquidiócesis. En esta experiencia conocí a un gran hombre, un sacerdote entregado y trabajador, el Pbro. Luis Eduardo Villarreal, quien marcó mi vida vocacional con su gran testimonio. Con su gran ejemplo sacerdotal me nació un gran deseo de ser un presbítero como él. Desde entonces empecé un momento intenso de discernimiento durante meses. Al final tomé la decisión de continuar mi proceso formativo aquí en el Seminario de Monterrey. Desde que empecé mi solicitud de ser parte de esta gran institución hasta el día de hoy he sentido un acogimiento tanto por parte los padres formadores como los compañeros seminaristas. Todo eso, causa una gran alegría en mi corazón y a la vez me siento realizado. Sin embargo, no todo es extremadamente bonito, porque de repente, extraño a mi familia, mi cultura y amistades de infancia, pero en medio de mis nostalgias, Dios es mi fuerza.
Uno de los textos bíblicos que me ayudado a lo largo de todo este proceso, a crecer y enfrentar mis miedos e inquietudes es el Salmo 23, de forma precisa el versículo 4 que dice: “Aunque camine por un valle con tinieblas de muerte, no temeré ningún mal, porque tú estás conmigo”. El saber que Dios está conmigo y que mi vida está en sus manos, eso me llena de paz y me anima para seguir caminando con Él y conocerlo para que en el futuro ministerio pueda ayudar otras personas a conocerlo.
Théodore Joseph Tercero de Teología
Tel. 1158-2838
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El diálogo en una cultura de posverdad
Las ideas se han ido propagando por los pueblos y naciones en la medida que estas fueran aceptadas como verdaderas. Así, los pensamientos que se consideraron superados tendían a desaparecer, o bien, a transformarse para adecuarse a las nuevas exigencias culturales. No es raro tampoco percatarse que en muchas ocasiones la expresión de la verdad se ha realizado por medios más dogmáticos que reflexivos, más impuestos que propuestos, más obligados que aceptados. Esta metodología desfavorable ha culminado en la actualidad como un rechazo a toda pretensión de verdad. La verdad, cualquiera que sea, es considerada como una imposición del criterio particular.
Se le ha denominado como posverdad al fenómeno en el que no importa quien diga una aseveración o bajo qué protocolos se establezca, lo único que importa es «la percepción de cada individuo sobre si considera algo como correcto o incorrecto». Ya no es suficiente con decir la verdad, ahora hay que convencer al público que lo que se dice es verdad, de acuerdo a sus perspectivas particulares.
A pesar de ello, la sociedad sigue exigiendo una verdad, pero una que no sea impuesta, sino que sea entendible y constatable para cada persona.
Para la Iglesia, significa un reto formidable, como el de los primeros cristianos quienes conociendo a Jesucristo y sus misterios, debían de propagar la Buena Noticia a todas las gentes. En efecto, para realizarlo, debieron adaptar su mensaje a las particularidades culturales de cada región, sin transgredir en forma alguna el contenido salvífico del Evangelio. El reto del cristianismo en la actualidad sigue siendo el mismo: «llevar el Evangelio a todos los rincones de la tierra, sin transgredir su contenido, pero adaptando sus formas».
Pero, ¿de qué manera se logrará llevar este mensaje a las culturas que alguna vez ya fueron cristianizadas y ahora vuelven a exigir razones de nuestra esperanza? La respuesta más adecuada está en el diálogo, como instrumento por el que dos contrarios pueden compartir los elementos en común y disolver las contradicciones entre ellos. Al dialogar se corre el riesgo de ser convencido o de mezclar pensamientos que por su naturaleza son contradictorios. En este sentido, es verdad que para dialogar hay que dejar atrás los prejuicios respecto a la postura del interlocutor, pues requiere de una apertura sincera; pero la alienación de los prejuicios no implica una enajenación de las propias ideas, de lo que cada uno lleva en su interior y ha encontrado de verdadero. Para que exista un verdadero diálogo, cada persona debe llevar arraigado en su pensamiento lo que ha encontrado de verdadero.
Debido a las múltiples ocasiones en las que se intenta iniciar una conversación con una intención de proclamar una idea como verdadera sin más, o por esperar recibir toda la verdad del otro sin fundamentar el discurso personal en aquello que claramente se presenta como verdadero desde la perspectiva subjetiva; se realizan regularmente discusiones más que diálogos. Muchas veces se comentan las publicaciones del internet de una forma violenta e impaciente, cada quien desde la trinchera de su CPU y desde el anonimato en su identidad. Por otro lado, las conversaciones personales y presenciales se convierten en absurdas cuando, por temor de lastimar al otro, se prefiere esconder el tesoro que cada hombre lleva en su interior. Son conversaciones con apariencia de diálogo y libre expresión, pero al contrario, son pseudodiálogos de un discurso tiránico que impide la libre expresión.
El diálogo es una herramienta indispensable para el cristiano de nuestra época, y la capacidad de comprensión, respeto y el valor de la escucha, deben ser inculcados desde los inicios de la fe.
La cultura de la posverdad está propagada por toda la sociedad a pesar de las dificultades lógicas y morales que ello implica, pero es necesario comprender e interpretar los signos de los tiempos, para actuar conforme a las exigencias que se nos presentan.
Sergio Mendoza González Tercero de Filosofía