AVTO SACRAMENTAL ALEGORICO Y HISTORICO
COMPUESTO por Santiago Grasso
La Luz de los Iconos
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Personajes Adorador San Juan Damasceno Voz Persona 2 Persona 3 San Juan Damasceno Adorador Moisés Aarón Josué San Antonio Elías Eliseo Profeta 1 Profeta 2 Príncipe Médico Mago Bintrashé Cortesanos Sacerdote Comerciante Judío Iconoclasta Coro
© Solo con autorización del autor.
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Cuadro I Escena I. (Juan Damaceno y el Adorador. Coro al final)
Adorador. – ¿Es usted Juan Damasceno? Juan. – (Rezando arrodillado) Sí. ¿Quién eres? ¿Por qué interrumpes mi oración? Adorador. – Soy el adorador de la divinidad. Juan. – ¿Y qué buscas? Adorador. – Me han dicho que debo adorar a Dios en espíritu y en verdad... Juan. – Muy bien, eso debes hacer, como yo lo hago ahora. Adorador. – Pero luego me han dicho que no debo tener estatuas ni iconos ante mí cuando adoro, porque sería idolatría. Juan. – Ah, esos son los iconoclastas. Adorador. – Por eso acudo a usted, que ha sido un gran defensor de los iconos, para que me lo explique y sepa la mejor forma de adorar a Dios. Juan. – ¿Te gustaría hacer un hermoso viaje místico? Adorador. – Si lo ve conveniente... Juan. – Así, mientras viajamos, te iré explicando este tema, que en su momento movió a los iconoclastas para que me cortaran una mano. Vamos. 3
Coro. – Señor: Te gusta un corazón sincero, * y en mi interior me inculcas sabiduría. (Salmo 50,8) Escena II (Voz, Persona 2 y 3. Coro. Juan y Adorador en un costado)
Voz. –
Hice la Luz, el día y la noche; el firmamento, y la tierra; así se hicieron dos etapas de tiempo.
Persona 2. –
Y como lo ordenaste, lo hice.
Persona 3. – Y lo hecho es bueno. Coro. –
Luz y tinieblas, bendigan al Señor; noches y días, bendigan al Señor.
(Cántico de los Tres Niños)
Voz. –
Separé el mar de la tierra. La tierra produjo hierba verde, que da simiente según su especie, y árboles que dan fruto, cada uno con su propia semilla según su especie.
Persona 2. –
Y como lo ordenaste, lo hice.
Persona 3. – Y lo hecho es bueno. Coro. – Bendiga la tierra al Señor, alábelo y ensálcelo por los siglos. Mares y ríos, 4
bendigan al Señor. Todo lo que germina en la tierra bendiga al Señor. (Cántico de los Tres Niños)
Voz. –
Hice dos grandes lumbreras: la lumbrera mayor que preside el día; la lumbrera menor, que preside la noche; hice las estrellas en su firmamento, para que resplandezcan sobre la tierra; para que presidan el día y a la noche, para que separen la luz de las tinieblas. Y se hizo el cuarto día.
Persona 2. –
Y como lo ordenaste, lo hice.
Persona 3. – Y lo hecho es bueno. Coro. – Sol y Luna bendigan al Señor. Bendigan los cielos al Señor.
(Cántico de los Tres Niños)
Voz. –
Quise grandes peces, y muchos animales que viven y se mueven, producidos por las aguas según sus especies, quise todo volátil según su especie, y se hizo el quinto día cósmico. 5
Persona 2. –
Y como lo ordenaste, lo hice.
Persona 3. –
Y lo hecho es bueno.
Voz. –
Multiplíquense cetáceos y peces en las aguas del mar; multiplíquense las aves sobre la tierra.
Persona 2. –
Y como lo ordenas, ya está hecho.
Persona 3. –
Y lo hecho es bueno.
Coro. –
Cetáceos y peces bendigan al Señor. Aves del cielo bendigan al Señor.
(Cántico de los Tres Niños)
Voz. –
Hice bestias silvestres según sus especies, animales domésticos según sus especies, y todo reptil según su especie.
Persona 2. –
Y como lo ordenaste, lo hice.
Persona 3. –
Y lo hecho es bueno.
Coro. – Fieras y ganados bendigan al Señor. Ensálcenlo con himnos por los siglos. (Cántico de los Tres Niños)
Voz. – Ahora, en la tarde de este día sexto, hagamos al hombre. 6
Persona 2. – ¿Cómo lo haremos? Voz. – Todo el que actúa, actúa semejante a lo que es. Persona 2. – Entonces, debe ser hecho a nuestra imagen y semejanza; será nuestro icono dentro de toda la creación. Persona 3. – Y reflejará nuestra Gracia, nuestra vida, nuestra inteligencia y nuestra voluntad, dentro de toda la creación. Adorador. – ¿El hombre es un icono divino? Juan. – Así es como Dios lo creó, y lo creó a semejanza divina, pues también en él moraba su espíritu. Notemos algo importante, la semejanza no es lo mismo que la igualdad. Sigamos. (Caminan y salen todos mientras canta el coro) Coro. – Creó Dios al hombre como un icono suyo: a imagen de Dios lo creó; los creó varón y mujer. (Génesis 1,27) Hijos de los hombres bendigan al Señor.
(Cántico de los Tres Niños)
Escena III (Tormenta, truenos y rayos. Voz y Moisés. Juan y Adorador en un costado. Coro al final) Voz. – Yo soy el Señor Dios tuyo, que te ha sacado de la tierra de Egipto, de la casa de la esclavitud. No tendrás otros dioses delante de mí. No harás para ti imagen de escultura, ni 7
figura alguna de las cosas que hay arriba en el cielo, ni abajo en la tierra, ni de las que hay en las aguas debajo de la tierra. No las adorarás ni rendirás culto. Yo soy el Señor Dios tuyo, el fuerte, el celoso... (Se oyen gritos)... Anda, baja; tu pueblo, que sacaste de la tierra de Egipto, ha pecado. Pronto se han desviado del camino que les enseñaste; se han formado un becerro de fundición y lo están adorando. Moisés. – No puede ser, ¿ya se olvidaron de ti? Voz. – Es un pueblo de dura cerviz. Déjame desahogar mi indignación contra ellos; a ti que me has seguido fielmente, te haré caudillo de una gran nación. Moisés. – ¿Por qué, oh Señor, se enardece así tu furor contra este pueblo, que tú sacaste de la tierra de Egipto con fortaleza grande y mano poderosa? Perdona la maldad de tu pueblo. Adorador. – Siendo el hombre un icono divino, ¿por qué prohíbe que se le haga una imagen? Juan. – Esta es una prohibición temporaria. Nadie hacía en estos tiempos una imagen de Dios, excepto los idólatras, a quienes Dios condena, porque no lo adoran a él. ¿Acaso Dios tenía cuerpo? Adorador. – De ningún modo. Juan. – ¿Alguien veía a Dios? Adorador. – Ninguno. Juan. – Veamos lo que sucedió... Voz. – Baja del monte y vete con ellos. (Moisés 8
sale) Coro. – Generación rebelde y revoltosa, Generación de corazón voluble * y de espíritu desleal a Dios. (Ps. 77) Dios hablaba ya de aniquilarlos; * pero Moisés, su elegido, se puso en la brecha frente a él, * para apartar su cólera del exterminio.
(Ps. 105)
Escena IV. (Bajada del Sinaí. Moisés, Josué, luego Aarón. Juan y Adorador en un costado.) Moisés. – (Griterío) ¿Qué es lo que se oye? ¿Son alaridos de guerra en el campamento? Josué. – No es griterío de multitudes que se exhortan para el combate, tampoco es un vocerío de los que fuerzan a otros para darse a la fuga. Moisés. – ¿Qué es entonces? Josué. – Lo que oigo, son como alabanzas de gentes que cantan. Mira allí hay un becerro de oro, y todo el pueblo danza y canta... Aquí viene Aarón. Aarón. – Por fin has regresado, hermano, no sabes lo mucho que te he necesitado. Moisés. – ¿Qué has hecho insensato? ¿Qué es lo que te ha hecho este pueblo, para que acarrearas sobre él tan enorme pecado? Aarón. – No te enojes, hermano, conoces a este pueblo?, ¿acaso no inclinado está para hacer el mal? (imita con sorna) Aarón, haznos 9
¿acaso no sabes cuán Me dijeron: dioses que
nos guíen; pues aquel Moisés, que nos sacó de la tierra de Egipto, ha desaparecido. (Normal) ¿Y qué dios queréis, Ammón Ra, Tot o Isis, la diosa del amor? (Imita con sorna) No, estamos en el desierto, ¿no lo ves? Aquí necesitamos un dios que sea de la fertilidad, para que todo sea fértil en el desierto, queremos una estatua del dios toro Il. (Normal) Entonces, como son tan avaros les dije: Eso se debe hacer con oro, traigan oro y se los hago; yo esperaba que no soltaran nada de valor, pero me equivoqué hermano, ¡cuánto oro le sacaron a los egipcios! Y me lo dejaron. ¿Qué podía hacer? Lo fundí y salió ese estúpido becerro. Moisés. – Mira, ¿sabes lo que es esto? Aarón. – ¿Qué has traído? Moisés. – Son las tablas de la ley que Dios puso en el corazón de los hombres. Pero tu padre Adán, y tu madre Eva, no la quisieron albergar, así como tú la has rechazado haciendo un buey que come pasto y diciendo que es el Dios que los sacó de Egipto. Estas tablas de la ley, son los hombres, pero los hombres, como tú lo hiciste con todos los que te siguieron han hecho esto: (Tira al piso las tablas de la ley, haciéndose añicos) Ya no existe Gracia en sus corazones, por eso, el icono divino, que es el hombre, no refleja la Luz divina, y nadie, ni tú mismo puedes inclinarte ante él. Destruyamos esa abominación. (Salen Moisés, Josué y Aarón) Escena V. (Juan y Adorador en un costado. Coro al final) 10
Adorador. – Maestro, creo que me quedó claro la enseñanza, pero ¿existe alguna diferencia entre el icono y el ídolo? Juan. – Por supuesto, Tanto el ídolo como el icono son dos formas. El ídolo es una forma de lo que no tiene forma, es decir es una forma mentirosa, no posee semejanza alguna con lo que dice ser o representar. ¿Acaso dios es un buey, una serpiente o un ave? Adorador. – ¿Y el icono? Juan. – En cambio el icono es una forma que revela una determinada semejanza. Continuemos con nuestro viaje místico. Coro. – En Horeb se hicieron un becerro, * adoraron un ídolo de fundición; cambiaron su Gloria por la imagen * de un toro que come hierba; se olvidaron de Dios, su salvador, * que había hecho prodigios en Egipto, maravillas en el país de Cam, * portentos junto al Mar Rojo. (Ps. 107) Escena VI. (Sinaí. Voz. Moisés. Juan y Adorador en un costado. Coro al final) Voz. – ¡Moisés! Moisés. – Aquí estoy, Señor. Voz. – Quiero que hagas dos querubines de oro macizo labrados a martillo, y los pondrás en las dos extremidades del oráculo. Un querubín estará en un lado, y otro en el otro; y deben cubrir ambos lados del propiciatorio, extendiendo las alas sobre él, mirándose uno a 11
otro con las caras vueltas hacia el propiciatorio, con el cual se debe cubrir el arca. Moisés. – Sí, Señor Dios. Juan. – Observa qué curioso. Primero le manda no hacer imágenes de ningún tipo, y ahora le manda hacer dos imágenes. ¿Por qué? ¿Dios se contradice? Adorador. – Pienso que no. Juan. – Esto nos enseña que la orden de no hacer imágenes, no era absoluta, sino relativa. Adorador. – ¿Significa que existían casos en que estas imágenes se podían hacer? Juan. – Efectivamente, y así se hicieron. Veremos ahora algo curioso también. Coro. – También se hizo en el templo, un velo de jacinco, púrpura, carmesí e hilo de lino torzal, con querubines trazados en un artístico tejido. (Éxodo 36,35)
Cuadro II (Sobre el Jordán) Escena I (Elías, Eliseo, Profeta 1 y 2. Juan y Adorador en un costado y Coro)
Juan. – Llegamos a la orilla del Jordán. Adorador. – Maestro, ¿cómo hemos pasado del 12
monte Sinaí, hasta la orilla del Jordán, en tan solo unos pasos? ¿Estamos en el túnel del tiempo? Juan. – No hijo mío, esas son estupideces de los modernistas, que creen manipular el tiempo como si fuera un juguete en sus manos. Adorador. – ¿Entonces, qué ha pasado? Juan. – Mira, te dije que era un viaje místico. Dios es eterno, y por eso no es un objeto atado al tiempo. Por el contrario, el tiempo es como un fósil en las manos de la eternidad divina, por eso podemos deambular a través de él. Adorador. – ¿Y el espacio? Juan. – Para el Espíritu no existen espacios, como le sucedió a Felipe que bajando del camino de Jerusalén a Gaza, luego de bautizar al eunuco, fue transportado hasta Azoto, que es una ciudad que está a cinco kilómetros del mar. Mira, ahí vienen Elías y Eliseo. Elías. – Eliseo, te quedarás aquí, porque el Señor me pide que me vaya. Eliseo. – No, por el Señor y por tu vida, no pienso dejarte Profeta 1. – Mira, Eliseo, nosotros los de esta escuela de profetas, de acuerdo con lo que hemos visto, sabemos que el Señor se llevará a tu amo Elías. Profeta 2. – Lo que no sabemos es cómo se lo llevará. ¿Sabes algo? 13
Eliseo. – Creo saberlo, pero no digan nada de todo esto. (Salen los profetas) Coro. – El Señor me llama, me llama a cruzar el Jordán, abrió Elías un camino, con su manto abrió un camino, un camino entre las aguas, entre las aguas del río Jordán. Elías. – Eliseo, estoy por irme, porque el Señor me llama. Nos separaremos. ¿Qué quieres que haga por ti antes de irme? Eliseo. – Pido que sea duplicado en mí tu Espíritu. Elías. – Realmente, has pedido una cosa muy difícil, porque no soy yo quien da el Espíritu. No soy yo quien da la vida de este Espíritu. Solo te digo esto, si tú puedes ver la forma mística, en que irá mi alma al Señor, es porque te han concedido este Espíritu. Caso contrario, no tendrás nada. Coro. – Así proseguían su camino, el camino de nuestras vidas, caminando y hablando. El camino concluyó en la visión mística de un carro de fuego con caballos de fuego. Elías subió en la luz del carro y los veloces caballos cabalgaron por las nubes, cabalgaron en torbellino hasta la cima del firmamento. Eliseo. – Padre mío, Padre mío, 14
carro armado de Israel, y conductor suyo. Coro. – Así Eliseo, ya no lo volvió a ver a Elías su maestro. Recogió el manto, el manto que se había caído el manto de Elías, y regresó al Jordán; con el manto golpeó las aguas, las cuales no se dividieron. Eliseo. – (Gritando) ¿Dónde está el Dios de Elías? Coro. – Así Eliseo, volvió a golpear las aguas, y las aguas se dividieron a un lado y a otro; y pasó Eliseo al otro lado del Jordán. Escena II (Eliseo, Profeta 1, 2. Juan y Adorador en un costado) Profeta 1. – ¿Pero qué veo? Profeta 2. – Eliseo cruzó el Jordán como Elías. Profeta 1. – Entonces el Espíritu que poseía Elías, se ha posado sobre Eliseo. Profeta 2. – Mira, aquí viene. (Le hacen una profunda reverencia y se postran echados en tierra) Adorador. – Maestro, ¿por qué no cumplen la ley de Moisés escritas en las tablas por la mano 15
de Dios en el Sinaí. ¡No pueden inclinarse ante un hombre como si fuese un Dios! ¡No pueden postrarse en adoración ante él! ¿Por qué hacen esto? Juan. – No se postran ante Eliseo, quien es hombre, sino ante el Espíritu de Dios que ha tomado posesión de Eliseo. Adorador. – Entonces Eliseo es un icono, tal como Dios creó al hombre. Juan. – Y ante este icono, se postran por adoración al Espíritu que refleja. Como ves, lo hacen en Espíritu y en Verdad. Caminemos hacia otro sitio y veamos ahora qué sucede entre los idólatras.
Cuadro III (En un palacio egipcio.) Escena I. (Príncipe y Médico. Juan y Adorador en un costado) Juan. – Hemos llegado a Egipto. Adorador. – ¿El país de los idólatras? Juan. – Magia, encantamientos, posesiones, áureas, en fin, toda la idolatría en su máximo esplendor. Allí viene alguien... Príncipe. – ¿Cómo se encuentra, la princesa Bintrashé? Médico. – Noble Señor, príncipe de Bakhtán, ella no mejora. Príncipe. – ¿Cómo puede ser, que siendo tú un 16
gran médico, no puedes hacer nada por ella? Médico. – No está enferma del cuerpo, noble Señor, sino en una de sus almas, la cual obnubila su vida, su anj. Príncipe. – Concretamente... Médico. – Está poseída por un espíritu. Príncipe. – Un gran dolor me embarga...¿Qué me aconsejas? Médico. – El Faraón Ramsés, posee en su palacio, un mago, muy hábil en estas cuestiones. Sigue los consejos del dios Jonsu, el dios de los buenos razonamientos. Si se lo pides, creo que lo enviará, sobretodo siendo Bintrashé, hermana menor de la esposa del Faraón. Príncipe. – Envía un mensajero diciendo al Faraón: «Majestad, dígnese enviar un dios para combatir el espectro que domina a tu cuñada Bintrashé.» Médico. – Ya mismo Señor. (Salen) Escena II. (San Antonio. Juan y Adorador en un costado) Adorador. – ¿Puede esto ser cierto? Juan. – Por supuesto, ha quedado escrito en una estela. Es un hecho real. Mira aquí viene alguien, que vivió en el desierto de Egipto y conoce muy bien este lugar, el cual nos explicará lo que sucede. (Entra San Antonio del desierto) Adorador. – ¿Quién es usted, hombre de Dios? 17
San Antonio. – Soy Antonio, ese eremita que vivió en el desierto de Egipto. Con mis ojos contemplé las esculturas de los infortunados egipcios de tiempos muy remotos. Adoraban dioses con cabeza de serpiente, o con cabeza de lobos o de aves. ¿Por qué? Porque los demonios, los mismos que vinieron a buscarme en el desierto, se aparecieron ante ellos. Adorador. – ¿No les tenía miedo? San Antonio. – ¿Miedo? ¿Qué pueden hacerme ellos? ¿Matarme? Si lo podrían hacer, ya lo hubieran hecho. ¿Acaso podían impedirme que hablase con los monjes? Ya ven que no. Una vez se me apareció uno con forma gigantesca, los pies estaban sobre la arena del desierto y su cabeza llegaba hasta las nubes. ¿Para qué? Pretendía asustarme. Ellos quieren que les tengamos miedo. Vean ahora lo que hizo este espíritu impuro, con los habitantes de Bakhtán. Juan. – ¿Desea quedarse con nosotros? San Antonio. – Con mucho gusto, allí viene ese médico con el mago. Escena III. (Médico, Mago. Juan, Antonio y Adorador en un costado) Médico. – Bienvenido a Bakhtán, sabio señor. Queremos la salud de la princesa Bintrashé, el Príncipe está muy preocupado por ella. Mago. – ¿Puede caminar? 18
Médico. – No, por eso ahí la traen sentada en su solio. Escena IV. (Médico, Mago, Bintrashé y sirvientes de corte. Juan, Antonio y Adorador en un costado) Mago. – (Entran a la princesa y el mago realiza gestos mágicos) En Karnac y en Luxor, donde residen los grandes templos de los dioses del Alto Egipto, he consultado a Jonsu, el dios del gran consejo. Que deje salir al espectro de las siete almas de la princesa, y el áurea de la estatua asintió varias veces inclinando su cabeza. Dime espectro, ¿lo harás? Bintrashé. – (Con voz masculina) Veo que vienes con muchos poderes, mago, y que has logrado el consenso de Jonsu. Yo soy su servidor. Pero, si quieren que deje a la princesa, deben hacer en Bakhtán una gran fiesta para mí. Mago. – ¿Qué haremos? Bintrashé. – (Con voz masculina) Me adorarán, como asimismo también adorarán a Jonsu, de este modo me iré. ¿Qué dices a esto? Mago. – Te haremos la fiesta, con su adoración. Bintrashé. – Entonces, me voy. (Se sacude y queda tiesa). Mago. – (Tomándola de la mano, la levanta del 19
solio) Ya puedes levantarte Bintrashé. Médico. – Está curada, está curada... ¿Cómo te sientes, princesa? Bintrashé. – (Con voz femenina) Creo que bien, aunque muy cansada, ¿dónde está mi padre? ¿Qué pasó? Médico. – Vamos con él, luego te lo contaré, se alegrará de verte restablecida. Escena V. (San Antonio. Juan y Adorador. Coro) San Antonio. – Así son todos ellos. Los demonios buscan que los adoremos, y luego se marchan satisfechos. Esto es lo que han hecho, con todos los egipcios y los griegos. Se han hecho hacer estatuas, para que por medio de ellas, se los adore. Juan. – Estas estatuas no reflejan la Luz divina, sino las tinieblas del abismo. Estos dioses no son los querubines que con sus alas protegían el arca de la alianza. Estos son como los monstruos que aparecen diseñados al pie del candelabro de los siete brazos que estaba en el templo de Jerusalén. San Antonio. – Son los monstruos del abismo. Juan. – Esto me recuerda otra escena, la de Pablo y Bernabé. San Antonio. – Por esta misma razón, Pablo y Bernabé, reaccionarán de la forma que reaccionaron en la ciudad de Listra. Juan. – Vayamos allí. (Salen) 20
Coro. – Plata y oro son los ídolos de los paganos, * obra de mano de hombre. Tienen boca y no hablan, * tienen ojos y no ven. Tienen oídos y no oyen, * tienen nariz y no huelen. Tienen manos y no palpan, tienen pies y no caminan, * ni un solo susurro en su garganta. Como ellos son los que los hacen, * cuantos en ellos ponen su confianza..
(Salmo 113)
Cuadro IV (Una calle de la ciudad de Listra) Escena I. (Comerciante, Sacerdote. Juan, Antonio y Adorador en un costado) Sacerdote. – Calimera.
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Comerciante. – Calimera. ¿Adónde llevan esos toros adornados con guirnaldas que vi al venir? ¿Es que habrá un sacrificio especial? Sacerdote. – ¡Cómo! ¿No te has enterado? Comerciante. – Tuve que ir a Iconio por asuntos de negocio. ¿Qué ocurrió mientras estuve fuera? Sacerdote. – Llegaron a Listra dos extranjeros y se pusieron a hablar sobre la divinidad. Así me contaron porque no estuve presente. En 1
– Saludo griego: Buen día. 21
un momento, uno de ellos deja de hablar, mira al paralítico, ese... ¿cómo se llama?... Comerciante. – Sí el paralítico que vive sentado, porque la maldición de los dioses le ha debilitado las piernas y no puede pararse. Sacerdote. – Ese mismo. Comerciante. – Continúa. Sacerdote. – El que hablaba, lo mira fijamente y le dice: Serás curado. Levántate y trata de mantenerte derecho sobre tus pies. En un instante, se puso de pie y comenzó a caminar. Comerciante. – Notable, ¡le quitó la maldición de Júpiter! Sacerdote. – ¿No te has dado cuenta de lo que está sucediendo? Comerciante. – ¿Qué decía la gente? Sacerdote. – Hablaban en nuestro idioma licaónico y gritaban: ¡Dioses son éstos que han bajado a nosotros en figura de hombres! Comerciante. – Sí, lo que nos contaban las fábulas de nuestras abuelas. Sacerdote. – Y decían que hace mucho tiempo, llegaron a Listra Júpiter y Mercurio disfrazados de caminantes. Comerciante. – Y fueron acogidos con hospitalidad solamente por los pobres esposos Filemón y Baucis, por lo cual habían sido milagrosamente recompensados por los dioses. Sacerdote. – ¡Pues estos mismos dioses están 22
ahora aquí, entre nosotros! Uno se hace pasar por Bernabé, siempre está callado. Sin duda es Júpiter. El otro, se hace pasar por Pablo y siempre habla, porque es Mercurio, el mensajero de los dioses del Olimpo. Comerciante. – ¿Acaso son estos dos que aquí vienen? Sacerdote. – ¡Por Baco! Son, los mismos. Escena II. (Comerciante, sacerdote, Pablo y Bernabé. Juan, Antonio y Adorador en un costado) Sacerdote. – ¡Oh dioses inmortales! Os suplicamos que os aproximéis hasta el templo que está en el foro de nuestra ciudad, para que nosotros, los mortales, os demos adoración y yo como sacerdote de Júpiter, pueda ofreceros un sacrificio. Comerciante. – Reciban junto con toda la población de Listra, nuestra pobre adoración y reconocimiento. Pablo. – Hombres, ¿qué están haciendo? Sacerdote. – ¡Oh, habla Mercurio! Pablo. – ¿Acaso no se dan cuenta que también somos nosotros, de la misma manera que ustedes, hombres mortales que venimos a predicarles. Comerciante. – ¿Qué nos queréis decir? Pablo. – Que, dejen esas vanas deidades, y se conviertan al Dios vivo, que ha creado el cielo, la tierra, el mar y todo cuanto en ellos se contiene. Que si bien en los tiempos pasados 23
permitió que las naciones echasen cada cual por su camino, no dejó con todo de dar testimonio de quién era, o de su divinidad, haciendo beneficios desde el cielo, enviando lluvias, y los buenos temporales para los frutos, dándonos abundancia de manjares, y llenando de alegría nuestros corazones. (Sale con Bernabé) Sacerdote. – ¿Qué me dices? Comerciante. – desconcertado!
¡Por
Baco,
que
estoy
Escena III. (Comerciante, Sacerdote, Judío, Iconoclasta. Juan, Antonio y Adorador en un costado) Judío. – (Entra agitado) ¡Alto, habitantes de Listra! ¿No han pasado por aquí dos extranjeros? Sacerdote. – ¿Que hablan sobre un dios nuevo? Judío. – ¡Esos mismos! Yo soy de la sinagoga judía de Iconio, los vengo siguiendo, y venía a advertirles que a esos dos no los escuchen. Comerciante. – ¿Por qué motivo? Iconoclasta. – Porque son unos impostores, que se inclinan ante dioses que no existen. Judío. – Nosotros los echamos de Iconio, y se pasean de pueblo en pueblo hablando de un tal Jesús, un revoltoso que fue ejecutado sobre la cruz en Jerusalén. Comerciante. – ¡Es cierto! Ahora recuerdo que había un gran tumulto en Iconio, debía ser sobre ellos, claro, yo me ocupaba de mis 24
negocios... Sacerdote. – Ah, sí; hablaba de un Dios que daba muestras de ser único. Iconoclasta. – Por eso adoran a ese revoltoso, Jesús, porque dicen que resucitó. Comerciante. – ¿Resucitó? ¡Por Baco! ¡Qué locura! Iconoclasta. – ¿Qué les parece? ¡Adorar un delincuente ejecutado en la cruz! ¡Adorar una cruz! Judío. – El único lenguaje que entienden esos impostores, es el de los palos. Que cada uno tome un bastón y vamos por ellos, para molerle todos los huesos. Sacerdote. – Eso mismo. Comerciante. – Acá tengo uno. Iconoclasta. – ¡Vamos! ¡Duro con ellos! Todos. – ¡Vamos! (Salen todos con bastones) Escena IV. (Juan, Antonio y Adorador en un costado) Juan. – A Eliseo, la escuela de los profetas, no titubeó en postrarse en forma de adoración ante él, porque llevaba el Espíritu, ese mismo Espíritu que conducía al gran profeta Elías, que era la Luz en el reino de Israel. Espíritu que combatió la idolatría que traían los reyes, con sus dioses importados de Fenicia, como Baal y su esposa Astarté. San Antonio. – Por este mismo motivo, Pablo y Bernabé no permiten que los habitantes de 25
Listra se inclinen ante ellos para adorarlos, porque no lo hacían por ese mismo Espíritu que había curado al paralítico, sino porque en ellos veían los demonios de Júpiter y Mercurio. Juan. – Recuerda siempre, adorar en espíritu, pero en espíritu de verdad. Adorador. – Voy entendiendo... Escena IV. (Juan, Antonio, Adorador, Pablo luego Iconoclasta. Coro al final) San Antonio. – Allí viene Pablo... Juan. – ¿Cómo te sientes? Pablo. – Me han molido a golpes, al creerme muerto se fueron; pero todo lo puedo en aquel que me conforta. Iconoclasta. – (Entrando) Aquí está este idólatra, ¿conque haciéndote pasar por Mercurio? Pablo. – No digas tonterías, justamente les dije que era un hombre, no un dios. Soy un icono semejante a Dios, no un ídolo igual a Dios. Iconoclasta. – Te equivocas, idólatra, porque el hombre con su pecado original, dejó de ser un icono divino, la Luz se alejó de él y perdió toda semejanza. Adorador. – ¿Semejanza? ¿No eres semejante a Lutero? Iconoclasta. – Lutero, León el Isaurio, Mahoma, la sinagoga de Iconio, ¡qué importa eso! 26
Juan. – El hombre posee sentidos. ¿Tienes sentidos? Iconoclasta. – Cinco son mis sentidos básicos. Juan. – Estos sentidos están hechos para captar la realidad que rodea al hombre y presentarla ante su razón. El Padre es un ser plenamente apofático, no podemos captarlo por los sentidos, tampoco por la razón. Iconoclasta. – ¡Bah! Mucha filosofía y poca Biblia..., por eso desconfío y protesto. Pablo. – Conque poca Biblia... Conociendo nuestra humana naturaleza, y sobretodo habiendo desechado nuestros primeros padres, el plan que el Padre tenía preparado para la Humanidad, envió a su único Hijo como forma de hombre y como Icono del Padre, para que los hombres pudiéramos conocer a través del Hijo, quien era el Padre. Por eso, el Hijo siendo de naturaleza divina, no retuvo ávidamente el ser igual a Dios, sino que se despojó de sí mismo tomando naturaleza de esclavo haciéndose semejante a los hombres y apareciendo en su forma como hombre. (Filipenses 2, 6 y 7) Juan. – De este modo envió a su Hijo para que asumiese la naturaleza humana. Pablo. – La asumió porque fue creada por Él y nada de malo existía en ella, más aún la Palabra del Padre al crearla pensaba en el arquetipo de toda la Humanidad, Jesucristo. Juan. – Por ello asumió dicha naturaleza y la 27
redimió pues se había propuesto divinizar toda la Humanidad. Pablo. – Y elevar las restantes cosas creadas y llevarlas a su plenitud final, tal cual fue su plan desde toda la eternidad. Juan. – Entonces mientras el santo es una primicia de Luz, su icono es una primicia de las formas creadas y moldeadas por el hombre; de esta manera el icono en unidad con el ser que representa, asume dicha plenitud de Luz. San Antonio. – La Luz contra las tinieblas de los ídolos y de los demonios. Juan. – Así, por el icono, los sentidos quedan sometidos a la Luz y reflejan la forma luminosa que mora junto al Padre. Iconoclasta. – ¿Pero no entienden que el hombre pecó y su naturaleza humana quedó pervertida, depravada y radicalmente corrupta? ¡Por favor! ¿Cómo puede ser el hombre un icono divino? Eso fue al principio. Juan. – Al pecar el hombre perdió su semejanza divina, pero no el hecho de ser su icono, como tampoco quedó radicalmente corrupto o depravado. Pablo. – El Icono máximo por excelencia es Jesucristo mismo. El es Icono de Dios invisible, Primogénito de toda la creación. (Colosenses 1,15)
Juan. – Con el bautismo y la redención de Jesucristo, regenerándose el ser humano, 28
inició nuevamente esta semejanza. San Antonio. – Por ello la forma de la Virgen Santísima y los Santos son formas luminosas. Pablo. – Pues a los que de antemano conoció, también los predestinó a participar de la forma del Icono de su Hijo, para que fuera él, el primogénito entre muchos hermanos. (Romanos 8,29)
Juan. – Aún hay más. Pablo. – Todos nosotros a cara descubierta reflejamos la gloria del Señor como en un espejo y nos transformamos en el mismo icono, de gloria en gloria, a medida que obra en nosotros el espíritu del Señor. (2 Corintios 3,18) Juan. – Entonces, si nosotros como espejos, reflejamos dicha Luz, cuanto más quienes han muerto en el martirio o testimonio cristiano, marcados con la cruz de Jesucristo. Por ello, el icono, que es la forma hecha por la mano del hombre, es una semejanza de la forma del mártir ya iluminado en la gloria y en la Luz divina. Iconoclasta. – ¿Cómo, a ti te había cortado una mano para que no escribas estas cosas? Juan. – Luego que me cortaras esta mano, para que no escribiese más, por la noche tuve un sueño. Venía hacia mí, Nuestra Señora, la Teotokos, la Madre de Dios, ese espejo divino que ustedes siempre ultrajan; Ella me traía la mano cortada, y me la colocó nuevamente, para que siguiera escribiendo. Tal como lo ves ahora. 29
Iconoclasta. – ¡Basta! ¿Cómo pudo haberse degenerado tanto el cristianismo? Juan. – Ya lo dice el Eclesiástico: Enseñar al necio es como pegar los añicos de una vasija rota. Pablo. – O como despertar a uno que duerme profundamente. (Eclesiástico 22,9) Iconoclasta. – ¡Libros apócrifos, no bíblicos! Juan. – Conversar con el necio es conversar con un adormilado. Pablo. – Cuando termines de hablar, te dirá: «¿Qué has dicho?» (Eclesiástico 22,10) Iconoclasta. – Bueno, basta de conversaciones inútiles, me voy porque hasta aquí, no han dicho nada. (Sale) Pablo. – ¿Qué te dije? Adorador. – Te agradezco maestro, por tu viaje místico. Juan. – Espera, aún falta lo más importante. Vamos ahora a las formas de las formas, la más maravillosa de todas. Aquella que ha demostrado, cual es nuestro Dios en Espíritu y Verdad, es decir, en Jesucristo. Coro. – Por eso Dios lo exaltó y le otorgó el nombre que está sobre todo nombre, para que al nombre de Jesús doble la rodilla cuanto hay en los cielos, en la tierra 30
y en los abismos. (Filipenses 2,9-10)
Cuadro V Escena única (Persona 2, De rodillas están: Juan, Antonio, Adorador, Pablo. El Coro canta al final) Persona 2. – Como mis discípulos enseñaron, me rebajé para tomar la naturaleza humana, y también me he vuelto a rebajar para darme en alimento. Este es mi cuerpo (saca la hostia), esta es mi sangre (saca el cáliz). Estos no son dos ídolos, porque es verdad lo que significan. No son dos símbolos que nos llevan a pensar en ideas abstractas, nada de abstracto hay en el pan y el vino, en el cuerpo y en mi sangre. No son dos iconos, porque lo que se ve como pan, no es semejante a mi cuerpo, es igual a mi cuerpo; lo que se ve como vino, no es semejante a mi sangre, es igual a mi sangre. Son dos signos, porque son formas de pan y de vino, cuyas hipóstasis no es de pan ni de vino, su única hipóstasis, soy Yo, el Señor. Coro. – El Verbo encarnado, pan verdadero, lo convierte con su palabra en su carne, y el vino puro se convierte en la sangre de Cristo. Y aunque fallan los sentidos, 31
solo la fe es suficiente para fortalecer el coraz贸n en la verdad. (Tel贸n)
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