Sísifo, el Autorreferente

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Sisyphus por Tiziano 1548

SĂ­sifo, el Autorreferente

por Santiago Grasso

SĂ­sifo, el Autorreferente

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SĂ­sifo, el Autorreferente

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I

La muerte había llegado como en todos los casos y Sísifo cerraba sus ojos para siempre, para deslizarse a través del negro túnel donde una luz mortecina lo esperaba al fondo del mismo. Apenas logró salir de ese negro cilindro, notó que la ligera luz había desaparecido y se encontró a la orilla de un espeso lago de aguas oscuras, muy tranquilas emanaban un aroma que indicaba una gigantesca polución. – Aquí deben morir todos los caudales de las cloacas, – se dijo para sus adentros. Caminó por la orilla e ingresó en una tupida neblina que permitía la visión hasta unos pocos metros. De pronto en el corto horizonte, se recortó una silueta sobre la vaporosa niebla; se fue aproximando lentamente y vio un marinero, con su camisa a rayas y su pipa apagada; en la orilla tenía su barca atracada en el mohoso muelle. Se aproximó para verla de cerca y notó que su quilla estaba comida por las ácidas aguas del lago. Sintió algo que lo impulsó a cruzar ese negro mar, se aproximó al marinero para que lo llevara por las oscuras aguas; pero cuando estuvo frente a él, la brutal cara del marinero lo hizo retroceder, nunca la hubiera imaginado peor. – ¡Sube! – dijo éste con voz afeminada que contrastaba con su físico. – ¿Va al otro lado del lago? – No existe otro lugar para ir. Se aproximó a la tabla que hacia de puente con la barca e intentó ingresar. – ¿Desde cuándo haces un viaje sin pagar? – ¡Ah, claro! Sísifo comenzó a hurgar sus bolsillos. ¡Oh desesperación! Allí estaba todo lo que había acumulado en su Sísifo, el Autorreferente

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vida: la chequera, tarjeta de crédito, varios documentos de cuentas bancarias, y las pocas escrituras de sus bienes. Y siempre habían dicho, que los bienes de esta vida no se llevan a la otra, – pensó para sus adentros, – ¡cuántas mentiras nos contaron allá! – ¿Cuánto es? – preguntó al marinero. – ¡Todo!, – dijo este. – ¡Esto es injusto!– se quejó Sísifo. – Este es el viaje más caro de tu vida, estúpido. – Te doy un cheque... – ¡Trae todo aquí! – gritó el marinero y comenzaron a forcejear hasta que todos los bienes de Sísifo estuvieron en poder del fornido marinero; entonces Sísifo no dándose por vencido quiso continuar con el forcejeo. El marinero tomó rápido el remo de la barca y dio un golpe sobre su cuerpo que tambaleó inerme, para después tomarlo de su cuello y subirlo a la cubierta, donde con un nuevo golpe de remo sobre sus espaldas lo arrojó vencido contra el piso. – ¡Todos son iguales!...– murmuró. Allí quedó inconsciente, hasta que recobró el conocimiento. La niebla se había disipado un poco, y junto con otros dos pasajeros que estaban con él sobre cubierta, miraban con lágrimas en los ojos como se alejaba definitivamente la orilla. Pasaron unas horas sobre las tranquilas aguas negras, solo algunas nubes de niebla pasaban besando sus figuras, hasta que amarró en un muelle de hierro oxidado.

II – ¡Hola Caronte!– dijo un elegante caballero, trajeado y con una espléndida corbata. – ¡Vayan bajando!– ladró con voz aflautada el marinero Caronte. Sísifo, el Autorreferente

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– ¡Medusa!, atiende bien a esta dama...– dijo el bien vestido caballero. La acompañante bajó y una sombra recortada entre los vapores indicó el camino. – ¡Gorgona! .. lleve al caballero a sus aposentos...– dijo con la otra sombra que bajaba de la barca. – ¡Hola Sísifo!,... seré yo quien te conduzca a tu morada, es una orden de mi rey. –¿Quién diablo es usted? – preguntó Sísifo molesto ante el contraste entre el horrible Caronte y el elegante caballero. – Está mal hecha la pregunta,– dijo este – sea amable y quite la palabra 'diablo' de su expresión, por favor. – Entonces, ¿quién es usted? – Así está mejor. Yo soy Minos, uno de los jefes de los infiernos y responsable de acompañar a sus habitantes hasta sus propias mansiones. ¿Me acompaña, por favor? Comenzaron a caminar por un camino empedrado de adoquines rojos. – ¡Me encanta este lugar!– dijo Minos rompiendo el pesado silencio de Sísifo. Aquí está. – ¿Qué es esto? – La puerta de un ascensor, solo que este no sube, sino que siempre baja. El cancel, al que Minos llamó puerta, estaba hecho con barrotes de hierro, como el de los viejos ascensores, se abrió automáticamente y entraron. – Veamos,... a qué circulo lo llevo,... hum,... si aquí está. Tocó con su dedo anillado un botón de un amplio tablero electrónico y el aparato cerrando su puerta, comenzó su vertiginoso descenso, donde se veían pasar las rocas del basamento del suelo cavadas en bruto. A medida que descendían entraban por el descensor gritos, aullidos y maldiciones entrecortadas por la velocidad que llevaban. Sísifo, el Autorreferente

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– Tome asiento, esto demorará unas horas. Y mientras Minos decía esto, ambos se acomodaron en unos lujosos asientos bien acolchados. – No sabía que estaban tecnificados, – insinuó Sísifo casi a los gritos, pues el barullo era enorme. – Oh sí. Siempre hacemos reformas, esta es la reforma del Novus Ordo Inferi, de allí que con cada reforma que hacemos modificamos todo. Entre tanto barullo, pasó el tiempo, hasta que el descensor se detuvo abriendo su puerta. – Oh, hemos llegado, musitó Minos muy alegre. Salieron del aparato y caminaron hasta hallar los muros de una ciudad. Minos llegó hasta una puerta estrecha del muro, sobre ella se vio escrito en un cartel muy desgastado: Selbstreferenz. – ¿Qué significa esa palabra?, – Ah, esa palabra, verá, es una larga historia. Cuando nosotros inventamos la modernidad, nos hicimos técnicos y adoptamos los distintos lenguajes humanos. Una de nuestras mejores creaciones fue la ciencia del subconsciente, y por medio de ella buscamos la forma de reemplazar, lo que algunos llaman confesión. Por un judío entró la salvación al mundo, y nosotros decimos que por otro judío debe entrar su perdición. Para nosotros es una cuestión de cábala. Por ello un judío inventó la confesión científica, con métodos científicos, donde nadie se arrodilla, sino que se recuesta muy tranquilo y no calla ninguna porquería que hizo. – Y no se va sin pagar, – interrumpió Sísifo. – Es así como se mueve tu mundo, no seas tan avariento, que aquí ya nada vale. Como te decía, con esto hasta los confesionarios cambiaron para nuestro gusto, ahora se sientan cómodamente. – ¿Pero qué significa esa palabra? – Selbstreferenz está en alemán, en honor a a la ciencia cuyas páginas leen todos con fluidez. Además, no Sísifo, el Autorreferente

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podemos olvidar al monje rebelde que tradujo la Biblia en dicho idioma, con ayuda nuestra, claro está. Selbstreferenz significa autorreferencia. – ¿Ayudaron a Lutero? – Por supuesto, así la interpretan como más les viene en ganas. Siempre hemos apoyado la libertad. – ¿Y qué es autorreferencia? – En una época los llamábamos egoístas, o ególatras, pero desde que apareció nuestro judío científico, con el Novus Ordo Inferi, nos diplomamos de psiquiatras y a este círculo lo llamamos así. Además tuvimos que ampliar las instalaciones, entran muchos por día. Aquí moran todos los autorreferentes, es decir, los viejos ególatras, esos que hicieron de su yo, palabra muy preciada en psicología, su centro, su dios. Minos hizo sonar la campanilla. La puerta se abrió y un mecánico con la vestimenta sucia de lubricantes usados, se presentó ante ellos. De sus bolsillos sobresalían distintas herramientas.

III

– Sísifo, le presento a Plutón, quien lo llevará a su confortante morada eterna, – dicho esto golpeó sus tacos y giró sobre sus pasos desapareciendo entre la niebla gris. Con Plutón atravesaron el umbral, cruzaron el muro y caminaron por una de las calles de la ciudad. Los frentes de las casas eran como la de las viejas mansiones romanas, solo se veían sus paredes con sus puertas selladas y viejas. – Mi pequeño reino, me tiene orgulloso, – dijo Plutón, mientras caminaban por las anchas piedras. – No veo el motivo que se pueda sentir orgullos de estas paredes grises y mohosas. – Mi querido Sísifo, esto es parte del gran reino del Sísifo, el Autorreferente

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infierno, pero esta es mi creación, nada existe de más grande, eximio y completo. Somos únicos, somos los primeros en nuestra creación. Hasta Lucifer me felicitó. – ¿Esta ciudad la hizo usted? – ¿No ves mis sucias ropas? Todo lo dirigí yo. – No entiendo. – Dios ha creado un mundo finito pero lógico, lleno de seres que son limitados pero que unidos pueden tender a una perfección mayor. ¿Qué hay de grande en eso? – Dicen que es bondadoso. – Bobadas... Como decía, ese es un mundo para mí imperfecto y sin creatividad. Yo los superé a todos: hice un mundo de imposibles. Lo que era imposible para Dios, fue posible para Plutón. Soy un grande y sé más que esos científicos analfabetos. – No entiendo cómo los superó. –Sísifo, Sísifo... todo tu mundo se limitaba a medirlo de acuerdo a tu propio yo, algo valía si para tu yo era válido, tirabas todo lo que para tu yo era basura. – ¡Nunca admití otra ley que no fuese la mía! –¡Te movías, hacías muchas cosas, siempre con tu yo delante! De tu accionar descubrías los principios por los cuales era necesario moverse, como dijo otro alemán: “En el principio fue la acción”, pues bien, por la acción yo he creado este círculo del infierno. Y de esa acción, tú generabas tu propia doctrina, de la que nuevamente procedía tu yo. Eras un autorreferente, una paradoja, pues nacía la acción de tu yo y moría en los principios de tu propio yo; y aquí estamos todos los autorreferentes, los paradójicos, ¿no te gusta? – Noto que aquí no se oyen gritos, pues al descender hasta aquí oía muchos. – ¿Gritos? Oh, no, cada uno aquí está muy ocupado en su acción, esa acción del que se genera el nuevo ser, el nuevo yo. ¿Para qué gritar? Mira, allí de donde vienes, hay uno que ostenta nuestra tesis: La autorreferencia es una Sísifo, el Autorreferente

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mundanidad, afirma a cada paso; pero sin saberlo, él es un autorreferente, pues solo mira las acciones, y juzga esas acciones según lo que él cree, es decir si son autorreferentes o no lo son, y esa doctrina personal genera su propio criterio, su propio yo ante el cual todos deben inclinarse. – Todo esto me aburre. – Pero la acción nunca aburre, solo las doctrinas del Otro son aburridas. – ¿El Otro? – Sí, ese que vivió 33 años predicando, para que las acciones fuesen como mandaba la doctrina de un tal Padre suyo. ¡Qué lástima! Lo visité en el desierto, había ayunado y estaba hambriento, le dije que actuara para satisfacer su yo comiendo. No me hizo caso. Salió de la autorreferencia diciendo que comía de la doctrina de su Padre. Entonces, le dije que se tirase del pináculo del templo, pues su Padre, cuya doctrina sigue, no lo abandonaría y para que viendo la multitud presente tanto prodigio todos lo admiraran y creyeran en su autorreferencia. Tampoco me hizo caso pues dijo que no solo seguía la doctrina de su Padre, sino que también lo obedecía y por eso no lo tentaba. No me dí por vencido, entonces viendo que salía siempre de sí mismo, le ofrecí todos los reinos de tu mundo, si tan solo me obedecía en una sola acción, inclinarse ante mí. – ¿Y qué pasó? – Descubrí con dolor, que no era autorreferente por culpa de la doctrina y de su tonta obediencia. Cambiemos de tema, porque estos recuerdos me irritan. – ¿Y cómo es tu reino? – Te lo explico con un ejemplo, espero que entiendas: ¿Cuánto era allí 2 + 2? – Cuatro. –¿Y si operabas 2–2? – Cero. – Muy bien Sísifo, siempre fuiste fuerte para los Sísifo, el Autorreferente

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números, sobre todo cuando te convenían. Mira, ¿allí podías sumar 2 y 2 y restarlos al mismo tiempo? – No, es imposible, un absurdo. – Bien Sísifo, aquí es posible y el absurdo es toda la realidad, más aún, la única realidad. Bienvenido al reino de los opuestos y de las paradojas. ¿Imposible? Todo este círculo está hecho de absurdos e imposibles. ¿Qué te parece? ¿No soy un grande, un genio, un dios? – Debería comprobarlo, a propósito, ¿porqué estoy aquí? – Porque necesitamos, como ves, gente capaz, gente que sea útil en este círculo, distinto a los demás. El absurdo y lo imposible generan, digamos, un poco de desorden, algunos lo llaman caos y dicen que es el caos primigenio A mí no me agradan esos términos yo diría que es necesario dar un poco de orden, porque también soy capaz de ordenar, como también soy capaz de hacer un caos de cualquier orden. En esto soy omnipotente. – ¿Cómo se ordena un absurdo? – ¡Con el movimiento! Mi súbdito Sísifo. El Otro, tiene un reino también, distinto a éste, él tiene todo ordenado. ¿Qué sucede? ¡Tan ordenado está, que no se mueve! ¡Nosotros por el opuesto, somos movimiento puro! O sea, nada de acción, ¡movimiento! De este movimiento el caos genera orden y el orden produce caos, puesto que el infierno evoluciona permanentemente. – Entiendo poco y nada. – No importa, da igual.

IV – Se detuvieron ante una de las tantas puertas de la oscura y silenciosa calle. – ¿Ves esta morada? Adentro está Aquiles corriendo la tortuga. Sísifo, el Autorreferente

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– ¿Corriendo una tortuga? – Sí, la paradoja de Zenón de Elea hecha realidad. – No la conozco. – Aquiles, llamado por Homero el de los pies veloces, corre una carrera con la tortuga, como esta es lenta, la dejó salir primero, pero en cuanto él quiso alcanzarla no pudo, pues ella siempre le lleva un poco más de ventaja. Si quieres entramos a ver la carrera, eso sí no se puede apostar porque ya se sabe que Aquiles, por más ligero que corra, nunca la podrá alcanzar. Tengo algunos de mis ayudantes viendo en la tribuna la furiosa carrera de ambos. Abrió la puerta y Sísifo pudo ver desde allí una tribuna llena de gente, que alentaban ora a la tortuga ora al rápido y veloz Aquiles. – Estas son las carreras del infierno, siempre corriendo en movimiento puro, si alcanzar la meta, – pontificó Plutón. – ¿Por qué no puede alcanzar la tortuga? – Porque cuando Aquiles llega a la meta que corrió la tortuga, esta avanzó un poco más y así sucesivamente hasta el infinito. De este modo no puede alcanzarla y lo mejor, es que siempre están corriendo. Cerró la puerta, y continuaron caminando. – ¡Qué locura! – dijo Sísifo evaluando la situación. – Díme otra cosa: ¿Por qué me vi obligado a venir aquí? – Porque formaste parte de mi reino allí. Verás, dice el Otro que fuiste hecho para los demás y siempre actuabas para tu yo. ¿No ves? Tú eras una paradoja, un absurdo, un opuesto andante. ¿Adónde quieres ir? Debes quedarte conmigo, este es tu lugar... Mira, hemos llegado. Se detuvieron ante una puerta de madera vieja y muy destrozada. Plutón introdujo la llave, pero esta no giraba. Sacó unas herramientas del bolsillo izquierdo, operó unos minutos, y la llave giró libremente. – Se había oxidado un poco, – murmuró y entraron. Sísifo, el Autorreferente

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V Cruzaron la puerta, allí la niebla se había disipado un poco, de modo que la visión aumentó. Así ambos contemplaron dentro de los muros, un verde monte, con pastos tenues. Sólo una piedra asomaba en una ladera. – ¿Te gusta? Ésta será tu morada, tu posesión exclusiva, tu casa. –¿Cuánto tiempo estaré aquí? – Como este es el reino de las paradojas debo explicarte con otro ejemplo. ¿Cómo transcurría el tiempo en tu mundo, ese tiempo al que ustedes decían que era oro? – Del presente al futuro. – Aquí el tiempo transcurre del presente al futuro y del presente al pretérito al mismo tiempo. Es otra paradoja. Debes comprenderme. Dios tiene la eternidad porque no cambia ni se mueve, yo soy movimiento y debo crear algo semejante a la eternidad. Creo que la alcancé. Impuse una eternidad nueva con el tiempo, al hacerlo fluir en dos direcciones simultáneas, opuestas y paradójicas. – Pero si fluye en dos movimientos opuestos deben encontrarse... – ¡Exacto! ¿Ves qué simple es esto? Se encuentran en el movimiento único de mi creación, el cual es eterno. – Disculpe, caballero, ¿no sería posible que hagamos un trato? – ¿Qué tipo de trato, Sísifo? – El maleducado marinero que me arrojó a esta orilla, me quitó todos los bienes atesorados... tú sabes cómo... Yo te los dejo y tú me permites regresar a la vida. No me importa sin vuelvo sin una moneda. – Acepto el trato, pero con otra condición más realista. Caronte, es un marinero avariento. En siglos de fluir al presente y al pasado al mismo tiempo, no le pude quitar un Sísifo, el Autorreferente

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cobre. Tú vuelves a la vida, a tu mundo, cuando esa piedra que ves allí, esté inmóvil sobre la cumbre de la montaña. Creo que es más simple que quitar el dinero a ese monstruo codicioso. Por otro lado, ¿para qué el dinero? Yo soy el príncipe de este círculo y hago lo que quiero sin una mísera moneda, no necesito acciones ni créditos para mover mi círculo. Aquí no existen vagos, ni estúpidos derechos de huelgas, en el otro mundo alentaba los conflictos sociales, aquí, en mi mundo, no tienen sentido. –¿Nada más que subir la piedra sobre la cumbre de la ladera? – preguntó Sísifo que no creía en la simpleza de lo que se mandaba hacer. – ¡Nada más! – ¡Acepto caballero! Inmediatamente, un arco iris de tonalidades negras asomó detrás de la montaña disipando totalmente la niebla y destapando un cielo aburridamente gris, iluminado por unos rayos rojizos que venían de una profunda hoya más lejana. –¡Mi arco de la alianza en la fluidez opuesta del tiempo! He sellado mi pacto contigo Sísifo, como ves, soy un ser de palabra. Plutón se había dado vuelta para marcharse, cuando pareció acordarse de algo: – Una cosa más, mientras subas la piedra no deseo que salgas de tu jurisdicción, cada uno tiene la suya, aquí nadie da nada a nadie, ni por lástima, ni por nada. Nada de pedir, nada de dar, aquí es necesario moverse, siempre moverse y en lo tuyo. – Me parece justo. – Sísifo, tuya es la acción y de nadie más. Aquí la propiedad es solo la acción y la acción es solo individual. El trabajo no es un servicio sino una necesidad de mi persona, que soy el príncipe que concibió este mundo. – No te preocupes, que subo la piedra enseguida y me marcho. Plutón dio un silbido y un fuerte perro con tres Sísifo, el Autorreferente

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cabezas cruzó la puerta moviendo la cola con alegría, mientras su dueño acariciaba ora la cabeza de dóberman, ora las fauces de ovejero alemán, ora una pequeña cabeza de galgo. – Es Cancerbero, – explicó a Sísifo,– se porta bien, pero no está acostumbrado a ver gente sin hacer nada. – No te preocupes que lo haré enseguida. – Cancerbero cumple otra función, es el guardián de nuestro pacto, cuidará que no te apartes de tu morada mientras trabajes, en cuanto la piedra esté firme en la cima te irás, no pienso cerrar la puerta con llave. – No hay inconvenientes, gran príncipe. – Entonces... hasta siempre Sísifo y buena labor. – Hasta siempre Plutón. Plutón se apartó hasta que la puerta, se cerró haciendo rechinar los goznes. Sísifo se quedó mirándolo con una inmensa alegría mientras se frotaba las manos. Habían pasado unos segundos en esta contemplación cuando Cancerbero comenzó a ladrar con sus tres cabezas. – ¡Esta bien, perrito! Ya subo. Se dirigió a la única piedra que existía en el lugar asignado por Plutón. No era muy grande. La tomó con ambas manos, pesaría unos veinte kilogramos y fue entonces cuando notó una inscripción que la redondez de la piedra poseía; limpió el rocío y leyó: “Pluto me fecit ut in summo colle semper sit” 1. – Cosas de Plutón, – se dijo y comenzó el ascenso. La ladera no era muy pronunciada, y en menos de media hora dejaba caer la piedra, muy agitado, sobre la cumbre. Una inmensa alegría renació en su alma, se sintió vivo otra vez y comenzó a descender velozmente, de este modo llegó al pie de la montaña y comenzó a bordear el monte para buscar la puerta de salida, sin dar importancia a un ligero rumor que provenía de la colina, reparó en él cuando sus ojos tropezaron con un bulto. Se aproximó y vio la piedra nuevamente al pie 1

Plutón me hizo para estar siempre sobre la colina. Sísifo, el Autorreferente

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de la ladera. Se encaminó a ella para cerciorarse si era ella, leyendo la inscripción se percató que no existían dudas: era la piedra que había subido hace un momento. ¿Quién la había arrojado desde allí? – No la habré fijado bien, – se dijo– la tomó y comenzó a subirla nuevamente. Había llegado jadeando otra vez a la cumbre, y esta vez la depositó con sumo cuidado sobre la angosta cima. Fue entonces cuando se percató, que allí existía una placa con otra inscripción que decía:” Pluto me fecit ut supra me nihil sit” 2. No había terminado de leer la inscripción, cuando vio con asombro que la piedra se movía sola y comenzaba a rodar ladera abajo. Entonces se acordó de las palabras de Plutón, donde afirmaba que este es el reino de las paradojas, de los opuestos y de los absurdos, lo que genera movimiento puro. Descorazonado, bajó sin ganas la ladera hasta el lugar donde estaba la piedra, se sentó sobre ella para meditar qué haría ahora; allí sintió que Cancerbero se arrojaba sobre él hincando todos los dientes de una cabeza en su pobre alma. – Plutón olvidó decirme algo,– pensó en su interior mientras tomaba la piedra para subir nuevamente y así salir de las fauces del monstruo, – olvidó agregar que el absurdo mató la esperanza para siempre. Nuevamente vio el arco iris negro y se acordó del pacto. – Plutón no miente y es un príncipe de palabra. Y comenzó a subir la piedra. No son muchos los que lograron visitar los infiernos y regresar al mundo de los mortales, Ulises fue uno, Eneas fue otro y Dante lo recorrió acompañado por Virgilio; supongo que algunos de ellos se encontró con Sísifo, pues el tiempo fluye en dos direcciones al mismo tiempo. Si usted, estimable lector, puede visitar este peculiar reino, ya lo podrá ver con la gran reforma del Novus Ordo Inferi, donde Sísifo está siempre subiendo la piedra pensando en regresar al mundo de los vivos y notará que baja la ladera totalmente 2

Plutón me hizo para que nada esté sobre mí. Sísifo, el Autorreferente

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descorazonado sin esperanza alguna. Es una paradoja, es un absurdo, es un opuesto, es un movimiento puro sin sentido, propio del infierno, propio de los autorreferentes, esos que actúan por cuenta propia, sin tomar en consideración las enseñanzas de quien derrotó los infiernos.

Sísifo, el Autorreferente

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