La literatura española en el siglo XVIII a través de la prosa didáctica y el teatro. En el siglo XVIII se desarrolla un movimiento cultural que renueva profundamente el pensamiento: la Ilustración. Este movimiento nacido en Francia tenía como fin divulgar el saber, fomentando el espíritu crítico y el culto a la razón y pretendía desterrar la superstición y la ignorancia, potenciando el racionalismo. Ello llevará a desligar ciencia y teología y a criticar numerosos postulados religiosos. La Ilustración se define, pues, por el deseo de saber. La razón sería la luz que nos iluminase hacia el saber y el progreso. Por ello se le denomina Siglo de las Luces o Ilustración. En España las ideas de la Ilustración francesa son acogidas por una minoría, los ilustrados, que constituyen la élite del país y tenían en común el ideal de progreso. En el campo de las ideas estéticas, el siglo XVIII supone una vuelta al modelo clásico grecolatino. Es el llamado Neoclasicismo, según el cual las obras de arte deben estar también sujetas a la razón y obedecer, por tanto, a unos principios de ordenación lógica. Así, en las artes plásticas predominan las líneas rectas y la composición equilibrada. Y en literatura se siguen una serie de reglas y preceptos: - Concepto de buen gusto, el arte debe aunar lo agradable y lo útil. - Distinción entre lírica, épica y dramática; separación de tragedia y comedia. - Respeto en las obras teatrales de las unidades de lugar, tiempo y acción...). - Se persigue un propósito educativo, pues pretenden mediante sus obras difundir las ideas ilustradas o contribuir a reformar la sociedad del momento. La prosa en el siglo XVIII. El género literario en prosa preferido por los escritores de la Ilustración fue el ensayo, disertación escrita de intención didáctica, muy variable en cuanto a temas y estilo según cada autor. Con sus ensayos, los autores del XVIII pretendían defender las nuevas ideas y actitudes propias del Siglo de las Luces. La prosa ensayística trae consigo un nuevo estilo caracterizado por ser llano, directo, natural y preciso. No busca despertar la emoción del lector, sino que busca la reflexión. Los ilustrados lograron, además, impulsar el español como lengua de la ciencia y de la filosofía frente al latín. Los ensayistas más destacados fueron Feijoo y Jovellanos. La obra de Benito Jerónimo Feijoo (Casdemiro, Orense, 1676-1764), de marcado carácter didáctico, abarca campos tan diversos como la economía, la política, la astronomía, las matemáticas, la física, la historia, la religión, etc. Su preocupación se centra en la difusión de la cultura y de la ciencia, así como en acabar con la ignorancia y la superstición del pueblo. Su estilo es familiar y cercano e incluye incluso el humor. Recogió sus reflexiones en dos extensas obras: Teatro crítico universal (1726-1740) y Cartas eruditas y curiosas (1742-1760). Mantuvo una actitud constante de someter a crítica toda la cultura recibida, negar el principio de autoridad y proponer el método experimental cuando fuera posible. La intención de sus escritos era educar a la población.
Otro destacado autor de ensayos fue Gaspar Melchor de Jovellanos (Gijón, 17441811), que propone en sus obras reformas para el mejor funcionamiento de las instituciones y habla de la situación del país, de sus males y problemas y de las soluciones para mejorarla. Jovellanos dirige sus escritos a las autoridades para que realicen las reformas que él considera importantes para el país. Entre sus obras están Informe sobre la ley agraria y Memoria para el arreglo de la policía de espectáculos y diversiones públicas. Un subgénero importante fue también el de las obras en forma de carta, dirigidas a personas reales o a personajes ficticios, ya que servía perfectamente para ejercer la crítica de costumbres, comportamientos e ideas. En este subgénero destaca José Cadalso (Cádiz 1741-1782) y su obra Cartas marruecas, compuesta por noventa cartas que se entrecruzan tres personajes: el español Nuño y los marroquíes Gazel y BenBeley, su anciano maestro. En ellas Cadalso critica con pesimismo las costumbres nacionales y analiza las causas de la decadencia de España, lo que le convierte enprecedente del espíritu crítico y reformista de escritores como Larra y como los integrantes de la Generación del 98. El teatro en el siglo XVIII. Otro género primordial en el siglo XVIII fue el teatro, que adquirió un notable desarrollo y fue uno de los espectáculos que mayor interés despertó entre la población. Durante la primera mitad del siglo triunfa un teatro que continúa las fórmulas del teatro barroco, con autores que repetían los temas y argumentos pero complicando la intriga y el montaje, En la segunda mitad del siglo se produce una fuerte oposición de los ilustrados contra este teatro tanto por razones estéticas como sociales. El nuevo teatro se va a caracterizar por lo siguiente: Se impone la razón y la armonía como norma. Debe aunar deleite y enseñanza. Se apoya en la claridad, sobriedad y naturalidad y tiene como objetivo la imitación de acciones humanas. Se respeta la llamada “regla de las tres unidades”, que exigía una única acción, un solo escenario y un tiempo cronológico coherente en el desarrollo de la acción dramática. Se establece la separación de lo cómico y lo trágico. Se considera esencial la verosimilitud y la contención imaginativa y se elimina todo lo que se considera exagerado o de “mal gusto”. Se adopta una finalidad educativa y moralizante, que sirva para difundir los valores universales de la cultura y el progreso. Donde se produce de forma más estricta la aplicación de estos principios neoclásicos es en los géneros de la tragedia y de la comedia. Los ilustrados españoles pretendían crear una tragedia española, pero carecían de una tradición autóctona consolidada. Por eso parten inicialmente de modelos franceses, de los que realizan traducciones o adaptaciones. El intento de crear una tragedia española no tuvo, finalmente, éxito: fueron pocas las obras que se escribieron y no contaron con
el favor del público, aun cuando se utilizaron temas nacionales que pudieran resultar más próximos, como en Pelayo de Jovellanos, Raquel de García de la Huerta, etc. El principal subgénero, la comedia neoclásica, mostraba una realidad idealizada con personajes comunes (burgueses y sus criados) y trataba de mostrar la vía de la razón y el buen sentido. Los principios que rigen las comedias neoclásicas son también la aceptación de la regla de las tres unidades, el uso de la prosa o del verso octosilábico y el desenlace feliz. Como literatura ilustrada, está siempre presente la intención didáctica, que se concreta en la censura de vicios o de costumbres sociales. Es también notable la influencia del teatro clásico francés, especialmente de Molière. La comedia tampoco logró triunfar hasta muy tardíamente con las obras de Leandro Fernández de Moratín (Madrid 1760-1828), quien consiguió crear una nueva forma en la que la sátira de costumbres, presente en el planteamiento y en el desarrollo de la obra, se aunaba con elementos sentimentales que contribuían al desenlace. Moratín compuso cinco comedias, todas con la intención didáctica de censurar las malas costumbres: tres en verso El viejo y la niña, El barón y la Mojigata (se critica la hipocresía religiosa y la mala educación de los jóvenes) y dos en prosa, El sí de las niñas (donde se critican los matrimonios concertados) y La comedia nueva o El café (donde se satirizan las obras teatrales aparatosas e inverosímiles que tanto gustaban al público de la época. El sí de las niñas se estrena en Madrid en 1806 con gran éxito de crítica y público. Su argumento es sencillo: Doña Irene ha concertado el matrimonio de su hija, doña Paquita con el sesentón don Diego quien tiene un sobrino, don Carlos, que es en realidad el amor de la joven. Enterado de la situación, don Diego renuncia a doña Paquita y arregla el matrimonio de los jóvenes. Los temas de esta obra: el matrimonio desigual, la opresión de los padres a los hijos, la autoridad mal ejercida. Se brinda el modelo de una organización social y una actitud basadas en la razón ejemplificada en don Diego. La obra se ajusta a las reglas del teatro neoclásico: finalidad didáctica, respeto por las reglas de las tres unidades, prosa sencilla, gran caracterización de los personajes, etc.