Aquarium finisterrae

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Aquarium Finisterrae En esto llegaron a una gran explanada, y así como Don Quijote vio la torre que estaba detrás de ella, dijo a su escudero: “Esto será el campo de batalla.” “¿El campo de batalla?”, dijo Sancho Panza. “La batalla contra los enemigos que allí se esconden”, respondió su amo señalando a la torre. “¿Lo ves?prosiguió- Tienen una ventana para cada uno, seguro que ya se preparan para el ataque.” Y diciendo esto, sacó su espada y se propuso examinar la zona. Entonces encontró la cabina del barco pesquero María del Carmen y un ancla perteneciente al petrolero Mar Egeo, y dijo a Sancho: “Este será nuestro escondite si los enemigos nos atacan, haz el favor de acordarte. Pero ahora inspeccionemos el único edificio que han dejado a nuestro alcance, pudiendo convertirse en el lugar que va a salvar nuestra vida.” - Mire, Vuestra merced -respondió Sancho- que aquella torre no contiene para nosotros enemigos, ni necesitará esto ser para usted un escondite ni el acuario su lugar de combate. - Bien parece - respondió Don Quijote- que no estás cursado en esto de las aventuras; esto es la guerra, y si tienes miedo, quítate de ahí. Tan pronto entraron al edificio, Don Quijote emitió un grito y se tiró al suelo. Cuando se despertó, su escudero estaba intentando que reaccionara, y lo único que podía preguntarle era: “¿Qué ha pasado, amo?”. - Cuando entré -respondió Don Quijote- vi un montón de peces minúsculos y otros más grandes que venían a atacarme. -Mire, vuestra merced, que los peces no venían hacia vos, sino que nadaban tranquilos en el mar - respondió el escudero. Y escuchando esto, Don Quijote se levantó, empuñó su espada y miró desafiante a los peces, aún sin creer que no quisieran ni pudieran atacarle. Los dos avanzaban por el acuario y el tiempo transcurría, pero el caballero no se tranquilizaba. Pasaron a otra sala y los nervios de don

Quijote iban en

aumento: según iban avanzando, los peces se hacían cada vez más grandes.


Él los desafiaba cada vez más, pero tenía la sensación de que cada vez tenían más ganas de luchar contra él. Don Quijote tenía cada vez más claro que los peces, aunque desafiantes, eran una mera distracción para dejar el camino libre a los verdaderos combatientes. Pero la odisea de Don Quijote llegó cuando ante sus ojos apareció una cabeza de tiburón gigante con la boca abierta, cuyos dientes podrían demolerlo en dos segundos. A pesar de las plegarias del escudero, que le decía que simplemente era una cabeza disecada, don Quijote se enzarzó en una lucha con él, hasta que no quedó del tiburón más que unos míseros trozos. Luego de esta lucha, el caballero estaba infinitamente feliz, aunque no olvidaba que los verdaderos enemigos podían estar a la vuelta de la esquina. No tan feliz se encontraba Sancho, que estando en su sano juicio, había permitido la destrucción del animal. Finalmente, vieron la luz al final del camino y salieron a unas piscinas con acceso al Océano Atlántico. Allí vio Don Quijote a sus verdaderos adversarios. Se preparó para luchar, pero ellos no se acercaban a la orilla. El caballero pronto interpretó lo que querían: pretendían que se metiera en el agua para poder dejarlo más indefenso. No cedió. Oía la voz de Sancho, pero no la escuchaba. Cuando lo hizo, se dio cuenta de que le decía que eran focas. Como siempre, Don Quijote no le creyó. Tras muchos intentos de lucha, el caballero se tiró al agua para poder luchar. Entonces perdió la espada, pero acto seguido las focas se acercaron a él y le demostraron su cariño, por lo que se dio cuenta, una vez más, que había visto una guerra donde no había más que animales amigos.

Paula Roade, 4º ESO


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