REGLA DE TRES

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REGLA DE TRES

Por Natalia Gutierrez Abril de 2009


Regla de tres

Primero, la pintura: en esta exposición la idea es esconder la pintura y presentarla como un rollo de tela, tal cual, como recostada contra la pared de un taller. El artista me comentó que quisiera quitarle el sentido del espectáculo con la que viene envuelta. Creo que se trata de esconder la pintura del ¡oh, que maravilla! o del ¿qué significa?, o de consideraciones más prácticas: “no sé si me combina con el color del sofá”. Tal vez el artista quiere protegerla de tantos estereotipos que tenemos al mirar y que cargamos como piedras sin remover. Pero aunque la tela se muestra al revés, del otro lado hay imágenes pintadas con paciencia y sacadas al azar de revistas, del cine, de recuerdos, en fin. Algunos dicen que la mente es como una cámara de video que graba todo. Los artistas detienen ese flujo y escogen algunas y convierten las pequeñas cosas en acontecimientos.

Segundo, el coleccionista: se sabe que el coleccionista es un voyerista, curioso, y, aunque ciego, corta, manda tensar, cuelga, relaciona, discute con los amigos, compara, paga y confía en que el arte amplíe las ecuaciones en las que se mueve. Y también confía en la pintura, que en estos tiempos se siente tan desesperada porque no quiere ser espejo y representar, sino preguntarse por ella misma. ¿Qué tipo de objeto soy?, así como soy: simple, burda, por detrás, sin idealización, ¿seré bella?, ¿cuento una historia?, ¿decoro? ¿conmuevo?, ¿atrapo?, ¿señalo? El coleccionista se lleva para su casa una pintura con muchas

preguntas casi al borde de un ataque de nervios. Pero no hay que olvidar que el coleccionista “rapta los tipos que su época le ofrece para llevarlos a su casa y exponerlos” y, de esa manera, como un historiador anónimo, quedan al descubierto los “raros” patrones de la historia que nos tocó vivir.

Tercero, el espectador: es un preguntón por excelencia. Tal vez se preguntará qué pasa en una galería de arte vacía con una mesa y un metro y un rollo de tela blanca. Se preguntará dónde está la experiencia de la pintura, si no en la imagen pintada – porque no se ve por ninguna parte–, en otro lugar, en el revés, en las experiencias excluidas. Tendrá que poner sobre la mesa sus puntos de vista discutir sobre las unidades de medida y echar a andar la regla de tres.

En esta exposición hay un rollo de tela de 1.70 cm de alto y 15 metros de largo, pintado al acrílico, con imágenes que no se ven porque la tela está enrollada por el revés. El coleccionista podrá comprar mínimo 50 cm de tela, 50 cm de ancho, pero como la tela tiene 1.70 cm de alto, el coleccionista comprará, si somos francos, un larguero. Pero también puede decidirse a comprar más, hasta 1.50 cm que es el tope. Recordemos que en este caso comprará 1.50 cm de ancho y, como la tela tiene 1.70 cm de alto, se llevará para su colección un gran casi-cuadrado. Después de echar a andar la regla de tres y decidirse, el coleccionista mandará cortar su tela, probablemente la enrollará y se la llevará debajo del brazo para su casa, apartamento u oficina, o podrá subir


al segundo piso para mandarla tensar en un bastidor. Y bueno, tendrá que dejarse sorprender con lo que aparezca y tal vez experimentar: tensarla al revés o al derecho –a estas alturas no sabemos cuál es cuál–, y dejarse sorprender de nuevo con los “deprontos”: de pronto en las esquinas quedarán atrapadas imágenes medio visibles y medio ocultas, como son en realidad las imágenes.

Natalia Gutiérrez


REGLA DE TRES

Por Jaime Cer贸n Enero de 2010


Dentro de las matemáticas, la expresión “regla de tres”, se entiende como un camino para resolver problemas que tienen que ver con la identificación de un término ausente, con la ayuda de algunos términos conocidos. Cuando se emplea esta frase como el título de un proyecto artístico, y más específicamente de un proyecto de pintura, parece que se intentara movilizar la idea de que los aspectos que conocemos de ella podrían ayudarnos a encontrar las dimensiones que ignoramos. Traduciendo esta idea, a los debates más característicos en torno a los sistemas de valoración de las prácticas artísticas, podríamos decir que el transfondo institucional de la pintura, podría funcionar como el camino para llegar a identificar los supuestos que se emplean para hacerla legítima en términos culturales e ideológicos.

Para hacer más inteligible la manera en que el proyecto Regla de tres de Saúl Sánchez interroga los sistemas de valoración y significación de la pintura, es necesario detenerse a revisar los principios y características que lo determinan. El proyecto consiste en la ubicación de un gran rollo de tela pintada sobre una mesa, dejando ver solo el reverso carente de pintura y el cual se propone segmentar en retazos de unas dimensiones concretas, para ser vendidas a quienes estén interesados en llevarlos consigo. La galería en donde se presenta el proyecto se mantiene vacía, señalando por añadidura que el punto de inflexión de lo que exhibe; es el preciso acto, -que

pocas veces se propone como detonante de sentido artístico- del intercambio comercial implícito en la función de tal tipo de espacios.

En primer lugar, se sitúan en un nivel más cercano los distintos públicos que se acercan a una galería, cuyas motivaciones podrían ser heterogéneas. A las galerías de arte, los coleccionistas van movidos por unos intereses distintos a los curadores, críticos, artistas, periodistas y espectadores. Sin embargo en este proyecto todos ellos son testigos de un tipo de acción que habitualmente se mueve al margen del escrutinio público. En Regla de tres, se propone identificar el contexto expositivo con el sistema de intercambio económico que aunque legítimo en la dimensión institucional del arte que se denomina mercado, puede resultar inquietante dentro de la función de apropiación cultural que le otorga su valoración histórica.

Sin embargo con este giro de tuerca, no solo emergen preguntas sobre la dimensión institucional del mercado, sino también sobre la “naturalización” de la exhibición como actividad inherente a las prácticas artísticas después de la modernidad. Pensar que el arte se debe exhibir, porque esa es su “naturaleza”, implica desconocer que esa idea es simplemente una representación sobre lo se entiende por arte, que tiene una serie de orígenes históricos y culturales precisos y que coexiste junto a otras concepciones culturales que plantean


otros supuestos. La exhibición es un transfondo institucional sobre el que se pueden proponer importantes cuestionamientos, porque si bien actualmente parece haber unos acuerdos en torno a una necesaria inscripción pública de las prácticas artísticas (para que se puedan llamar de esta manera), no se puede pensar que esto solo ocurra cuando el arte es exhibido.

El hecho de no dejar ver la imagen y de comercializarla por segmentos de acuerdo a unas dimensiones dadas, hacer notar un alejamiento de los criterios históricoartísticos, que se han usado para valorar el arte a partir de la experiencia de la imagen, -entendida como original-, para hacer notar las convenciones sociales que enmarcan y definen “a priori” el valor de cambio de las obras, de manera serial. El gran drama que nos lego el modernismo es esa imposible coincidencia entre las distintas expectativas que se proyectan sobre una obra desde las distintas instancias del campo social y que se manifiesta en la desgastada idea de que la noción de arte gravita a medio camino entre lo que proponen los “creadores” y lo que validan las instituciones artísticas.

Si bien la mayor parte de los proyectos artísticos no solo no adquiere sentido, sino que habitualmente pierde algo de él dentro del proceso de intercambio comercial, el proyecto Regla de tres, solo es significativo en la medida en que algo de ese intercambio se produzca. Sin embargo, las razones que orientarían el coleccionismo de un fragmento del proyecto, se anclan fundamentalmente en un ejercicio reflexivo acerca de las propias fantasías que motivan habitualmente el deseo de coleccionar. Al decir de Walter Benjamin, el acto de coleccionar encierra una paradoja. Por un lado los objetos coleccionados adquieren sentido cuando se usan como sustitutos del valor económico que representan, pero por otro lado coleccionar también llega a implicar la liberación de las cosas de su utilidad material o pragmática. Participar de la provocación que plantea Saúl Sánchez puede implicar que quien se lleve consigo un fragmento, tenga que decidir si vale la pena desenrollarlo, o si tenga sentido enmarcarlo, o si lo mejor sea simplemente continuar fantaseando con lo que podría del otro lado de ese rollo de tela en blanco.


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