Número 100
“En el último día, el más solemne de la fiesta, Jesús se puso de pie y exclamó: — ¡Si alguno tiene sed, que venga a mí y beba!” (Juan 7:37, NVI).
Anhelo de Dios
¿Un mundo sin agua? ¿Es posible siquiera considerar esta pregunta? Sin embargo, la creciente contaminación ambiental y de los reservorios naturales, el derroche de las aguas todavía potables, un cambio climático que derrite de manera acelerada los glaciares y los hielos polares han llevado al mundo científico a considerar esta posibilidad de características planetarias. Hoy por hoy, son varias las naciones que “navegan” el reseco mar de la falta de recursos hídricos. El problema ciertamente no es nuevo, pues viene de tiempos antiguos, cuando las tribus nómades combatían entre sí por el dominio de una vertiente, un pozo o un arroyo que les
abasteciera a ellos y sus ganados. Se atribuye la desaparición de antiguas civilizaciones precisamente a la pérdida de este recurso, o su supervivencia al haber sabido superar con inteligencia esos obstáculos, pero el agua ha sido siempre indispensable para el ser humano y su ambiente. En otro plano, llamamos “sed espiritual” al anhelo interior que portamos los humanos como una necesidad intransferible y que la Biblia, el libro de Dios, llama Agua de vida. Esa ansiedad, esa sed de Dios, es provocada por el mismo Dios, que quiere que le deseemos, ya que nada valoramos más que lo que llegamos a anhelar intensamente. Así David, ese joven poeta, cantor, militar,
rey y político llegó a amar a Dios. Dotado de esperación, buscó esa luz necesaria para poder una sensibilidad especial hacia las cosas espi- resolver las diversas situaciones que afligían su rituales, nos dejó páginas maravillosas de su mente y su corazón. enriquecida vida espiritual, en muchas de ellas se refiere a su profunda sed espiritual, pues “Hacia ti extiendo las manos; me haces falta, como el agua a la tierra seca” constantemente recurría a Dios para hallar (Salmos 143:6). respuesta a los conflictos de su vida: “Cual ciervo jadeante en busca del agua, así te busca, oh Dios, todo mi ser. Tengo sed de Dios, del Dios de la vida. ¿Cuándo podré presentarme ante Dios? (Salmos 42:1–2) Hubo momentos en que su vida pareció perder el rumbo. Desorientado y hasta con des-
Expresa como nadie la profunda sed de su alma y la urgencia de ese socorro divino que necesitaba ya que no se conformaba con menos que eso: Respóndeme pronto, SEÑOR, que el aliento se me escapa. No escondas de mí tu rostro,
o seré como los que bajan a la fosa. Por la mañana hazme saber de tu gran amor, porque en ti he puesto mi confianza. Señálame el camino que debo seguir, porque a ti elevo mi alma” (Salmos 143:7). Una experiencia común Puesto que vivimos en un mundo oscurecido por el pecado es muy difícil hallar a alguien que lo niegue. Si bien Pablo escribe en perspectiva, es indudable su relato de “lo que ocurrirá” y “lo que ya es”; la diferencia es cada vez menor: La impiedad en los últimos días “Ahora bien, ten en cuenta que en los últimos días vendrán tiempos difíciles. La gente estará llena de egoísmo y avaricia; serán jactanciosos, arrogantes, blasfemos, desobedientes a los padres, ingratos, impíos, insensibles, implacables, calumniadores, libertinos, despiadados, enemigos de todo lo bueno, traicioneros, impetuosos, vanidosos y más amigos del placer que de Dios. Aparentarán ser piadosos, pero su conducta desmentirá el poder de la piedad. ¡Con esa gente ni te metas!” (2 Timoteo 3:1–5). Pablo sabía que en un mundo hostil al Evangelio, no sólo sus propias vidas o su bienestar particular y social estaban en peligro, sino condenados a la misma muerte. Sabía que eso era inevitable. Que el enemigo de Dios los “tenía en su lista”, y que las luchas y los quebrantos aumentarían hasta el final. Cuando los apóstoles advertían acerca de los riesgos de llevar una vida cristiana lo hacían a conciencia de que no provenían del Evangelio en sí, sino de los enemigos de Dios. Si observamos un poco el devenir de los tiem-
pos nos daremos cuenta de cómo el hombre se arrastra hacia un final caótico, lejos de todo lo que Dios quiere darnos en bendiciones, bienestar y felicidad. ¿Es esta toda la esperanza que el cristianismo puede darnos para la hora que se aproxima? ¡No dejemos de esperar lo bueno de Dios! En Su camino Jesús nos ofrece paz para nuestra vida, perdón para nuestra alma, seguridad para el futuro. “Yo soy la puerta; el que entre por esta puerta, que soy yo, será salvo. Se moverá con entera libertad, y hallará pastos. El ladrón no viene más que a robar, matar y destruir; yo he venido para que tengan vida, y la tengan en abundancia. Yo soy el buen pastor. El buen pastor da su vida por las ovejas” (Juan 10: 9–11).
“Todo el que beba de esta agua volverá a tener sed —respondió Jesús— pero el que beba del agua que yo le daré, no volverá a tener sed jamás, sino que dentro de él esa agua se convertirá en un manantial del que brotará vida eterna” (Juan 4:13–14).
Una relación en movimiento
“Porque yo sé muy bien los planes que tengo para ustedes —afirma el Señor —, planes de bienestar y no de calamidad, a fin de darles un futuro y una esperanza. Entonces ustedes me invocarán, y vendrán a suplicarme, y yo los escucharé. Me buscarán y me encontrarán, cuando me busquen de todo corazón” (Jeremías 29:11–13). Jesucristo aguarda, Jesucristo espera, Jesucristo te busca. A pesar de que puedas sentir que has extraviado el camino, Dios te tiene muy presente a cada momento en Su memoria. En tu divagar y tu confusión buscas una salida. Dios quiere que mires a tu alrededor y puedas considerar todas las oportunidades y la puerta que Él ha provisto, para elegir en oración (con Él) la mejor opción para ti.
den confundirte y entristecerte, pero nunca hacerte dudar de Su amor a ti. ¡Al contrario! Es señal que Él está tocando suavemente a la puerta de tu corazón. ¡DIOS ES BUENO! Él está tratando de comunicarse contigo y, por lo tanto, debes echar fuera los pensamientos negativos. ¡Espera en Dios! Porque aun tendrás ocasión de alabarle y bendecir Su nombre. Él nunca te dejará ni te abandonará, es promesa suya. Eres profundamente amado y cuidado por el Señor. “Nunca te dejaré; jamás te abandonaré. Así que podemos decir con toda confianza: ‘El Señor es quien me ayuda; no temeré’. ¿Qué me puede hacer un simple mortal?” (Hebreos 13:5–6)
En la mente de Dios “El Señor nos recuerda y nos bendice” (Salmos Tu fe tiene que descansar en Sus promesas 115:12). Las situaciones de abandono y soledad que cuando tus sentimientos y circunstancias te puedas experimentar esporádicamente pue- hagan sentir la soledad.
El fin de la sequía interior “Todo tiene su momento oportuno; hay un tiempo para todo lo que se hace bajo el cielo” (Eclesiastés 3:1). Al igual que cualquier etapa de la vida, esto también pasará. Habrá momentos en que vamos a experimentar la plenitud del gozo y tiempos en los que nuestras vidas se verán inmersas en el caos. Pero tenemos que saber que Dios cuidará de Su pueblo en cada tiempo o clima del año, ya sea bueno o malo. A pesar de nuestros tiempos de sequía, so-
mos bendecidos porque somos hijos de Dios. Su presencia real y plena trae saciedad a nuestras almas, Su Palabra nos invita a acudir a Él y beber gratuitamente y saciarnos en Dios. Nuestro tiempo actual en la tierra puede ser limitado y con problemas; pero el futuro de Dios está lleno de Su gloria para siempre.
¿Deseas conocer más del Señor? Nos reunimos todas las semanas para estudiar la Biblia y aprender más del Evangelio. Nos alegrará mucho recibirte entre nosotros.
Ven a Cristo hoy es publicado por Hispanic Word 58 Steward Street Mifflintown, PA 17059 hispanic@en-marcha.org 717–436–9275 Declaración Internacional de Misión El Ejército de Salvación, movimiento internacional, es una parte evangélica de la Iglesia Cristiana Universal. Su mensaje está basado en la Biblia. Su ministerio es motivado por amor a Dios. Su misión es predicar el Evangelio de Cristo Jesús y tratar de cubrir las necesidades humanas en Su nombre, sin discriminación alguna.
Así dice el Señor, el que te hizo, el que te formó en el seno materno y te brinda su ayuda: “No temas … mi siervo, a quien he escogido, que regaré con agua la tierra sedienta, y con arroyos el suelo seco; derramaré mi Espíritu sobre tu descendencia, y mi bendición sobre tus vástagos, y brotarán como hierba en un prado, como sauces junto a arroyos”. Isaías 44:2–4