NĂşmero 104
DetrĂĄs de la cruz y del sepulcro
Cuaresma es el periodo litúrgico preparatorio de la Pascua de Resurrección, según el calendario religioso moderno. Se inicia el “miércoles de ceniza” y finaliza el denominado “Jueves santo”, y es un tiempo de penitencia para los fieles de la Iglesia Católica Romana y, cada vez más, para ciertas iglesias evangélicas. A esta cifra (40 días) se le añade el simbolismo de acuerdo a distintos fragmentos de la Biblia, como el retiro de cuarenta días que realizó Jesús en el desierto y otro similar de
Moisés durante la misma cantidad de días. El diluvio bíblico, por otra parte, duró cuarenta días, mientras que el pueblo judío marchó durante cuarenta años a través del desierto. La Iglesia considera la Cuaresma como un tiempo de arrepentimiento, expiación de la culpa (por los pecados cometidos) y de conversión. Los fieles deben reforzar su fe para acercarse a Cristo a través de actos de reflexión y penitencia.
La cruz Habían visto a Jesús clavado en una cruz, maltratado y crucificado, siendo el oprobio y la burla de todos; el hombre al cual miles seguían para ver los milagros y sanidades que realizaba. Lo que parecía improbable que ocurriera estaba sucediendo ¡ahora!, estaban viéndolo morir. Tres años de una ilusión imposible llegaban a su fin. Tal vez algunos demasiado ilusionados, o decepcionados, ¡vaya a saber qué!, todavía esperaban que empleara el poder que había mostrado en los años de Su ministerio; esperaban que bajara de aquella cruz y comprobara ante todos Su magnífico poder y que era el Hijo de Dios. Sin embargo, Su misión no era hacer alarde de Su divino poder: Su misión era servir como sacrificio perfecto para el perdón de los pecados de toda la humanidad. Un hombre sin mancha, cuyo único pecado para sus detractores fue ser bueno, fue entregado por uno de los suyos, negado por uno de sus amigos, juzgado de manera injusta, condenado simplemente por ser bueno. Un hombre que fue azotado, avergonzado delante de las multitudes que lo seguían, escupido, castigado, humillado hasta lo sumo, pero que sin embargo nunca se defendió, porque entendía que Su misión en la tierra era ser ese sacrificio perfecto, esa oveja sin mancha que derramaría Su sangre para el perdón de los pecados. Pero todavía no lo veían así. Aquellos jóvenes vocingleros, inconscientemente optimis-
tas, estaban ahora terriblemente asustados, yacían casi en un montón, silenciosos, apenas se atrevían a murmurar, atentos a que en un instante la guardia del templo derribara la puerta y los arrastrara también a ellos a esa muerte horrorosa y vil. Se estremecían con solo pensarlo. Hubo unos golpes tenues, pero que sobresaltaron a todos, y el joven Juan entró rápida y sigilosamente al aposento. Traía las últimas noticias. Con María —la madre del Señor— y otras mujeres, había permanecido cerca hasta el último momento. Cerró los ojos, como si aún pudiera ver cuando el soldado romano clavó su lanza en el costado del Señor. Vio que del cuerpo yerto solo brotaba sangre y agua; ya estaba muerto. Luego vio el traslado de Su cuerpo hasta el pequeño jardín de José de Arimatea, y cuando lo colocaron en el sepulcro que José había preparado para sí mismo, pero que ahora ofrendaba a su Señor. Por último vio cómo aseguraban la roca y colocaban una guardia armada frente a la entrada. Asunto concluido. Los derrotados discípulos inclinaron sus cabezas hasta el piso, no se atrevían a expresar su dolor ni con un gemido. Si en alguno de ellos quedaba un hálito de esperanza, esta se apagó en ese momento. Por ahora solo les quedaba permanecer en silencio e invisibles ante los enemigos de Jesús.
“Si confiesas con tu boca que Jesús es el Señor y crees en tu corazón que Dios lo levantó de entre los muertos, serás salvo. Porque con el corazón se cree para ser justificado, pero con la boca se confiesa para ser salvo. Así dice la Escritura: ‘Todo el que confíe en él no será jamás defraudado’” (Romanos 10:9-10, NVI).
El primer día de la semana, antes que amaneciera, algunas de las mujeres salieron silenciosamente como sombras, cargadas con vendas y aceites aromáticos para ungir el cuerpo de su Señor. Una sola preocupación las dominaba: ¿quién nos moverá la piedra del sepulcro? Ya cerca del lugar pudieron ver que los soldados no estaban allí, la escena era distinta. Una lanza había caído en el polvo y una espada yacía abandonada entre la hojarasca. Algo había ocurrido con el sepulcro, pensaron alarmadas. ¡Cuánto amor!, amor que soportó lo más vil del ser humano, amor que lo sostuvo, pese a la vergüenza de morir en una cruz. ¡Sí!, el Hijo de Dios murió de la forma más baja que se podía morir en aquellos tiempos, pero todo fue por amor, el amor que sentía por ti y por mí lo hizo soportar cualquier castigo, y todo para que un día nosotros le permitiéramos entrar a nuestra vida, de modo que fuera nuestro Señor y Salvador. ¿Cuál es tu respuesta o la mía a tal acto de amor? ¿Cómo responderemos a tan gran demostración de amor cual nunca la hubo? Un hombre sin pecado, muriendo por nosotros los pecadores. La mejor respuesta que podemos dar a esa inmensa demostración de amor es invitar a Jesús a morar en nuestra vida, permitiéndole que sea nuestro Señor y Salvador. Y todo ello comienza con una confesión de fe, si aun no la has hecho, hazla hoy. Invítale a que venga allí
donde estás y dile la siguiente oración, pero te invito a que lo hagas de una manera honesta, sincera y, sobre todo, consciente de lo que estás haciendo. (Puedes orar de la siguiente manera o con palabras similares:) “Señor que estás en los cielos, reconozco que soy pecador, admito que te he fallado y confieso que he vivido lejos de ti, que he vivido a mi manera, sin embargo hoy comprendo el acto de amor que hiciste al enviar a tu Hijo a morir en mi lugar. Hoy quiero pedirte perdón por mis pecados. Perdóname Señor, límpiame, renuévame, cámbiame. Reconozco que moriste por mí en la cruz del Calvario y que resucitaste al tercer día. Abro mi corazón para que Jesús entre a habitar en él y haga de mí la persona que Él desee. Jesús, hoy te reconozco como mi Señor y único suficiente Salvador. Gracias, Jesús por morir en mi lugar. Gracias, Padre, por tener misericordia de mí. A partir de este día quiero vivir cada segundo de mi existencia con el único propósito de agradarte. Ayúdame a poder cumplir este deseo, dame las fuerzas que necesito, pero sobre todo en los momentos de debilidad hazme recordar que no estoy solo y que tú siempre estarás conmigo, en el nombre de Jesús te lo pido, amén”. Hoy quiero invitarte a vivir cada día con el recuerdo de lo que Jesús hizo por ti, no solo en una fecha tan especial como esta, sino cada día de tu existencia. De esa manera obtendrás fuerzas para luchar contra cualquier situación que se te presente. Recordar el amor que Jesús tuvo por nosotros es la mejor y mayor inyección de fortaleza y fe que el ser humano puede tener, ya que recordar lo que hizo por todos nosotros nos hace esforzarnos por hacer que Su sacrificio valga la pena en nuestras vidas.
Algo sucedió en el sepulcro aquel día… Vieron a los soldados correr a lo lejos, despavoridos. Miraron el sepulcro, vieron la roca de la entrada derribada y este abierto, silencioso. La curiosidad venció su temor, por lo que se acercaron cautelosamente. Intentaron entrar y vieron a dos seres resplandecientes sentados al borde de la losa donde había sido dejado el cuerpo, pero este no estaba allí. Uno de los seres les preguntó: ¿Por qué buscan entre los muertos al que está vivo? Regresaron a la casa mucho más rápido de lo que se habían demorado en llegar; algunas derramaban lágrimas, el asombro les hacía proferir exclamaciones inconexas. Los discípulos atrasaron su amanecer lo más que pudieron, el aire fétido del cuarto ya era irrespirable; así que, lentamente comenzaron a moverse y a arreglar sus ropas sin mucho entusiasmo. Algunos francamente roncaban todavía. Las mujeres estaban ausentes y ellos supusieron lo correcto: Que habían ido hasta el sepulcro para lavar y perfumar el cuerpo del
Señor. Era el tercer día y pronto comenzaría a heder. Ignoraban tal vez que José de Arimatea había gastado una pequeña fortuna en óleos y en hierbas aromáticas para embalsamar aquel cuerpo tan amado. De pronto comenzaron a oír voces exaltadas, las mujeres corrían hacia la casa; a los discípulos se les erizó el cabello. ¿Los habían descubierto los sacerdotes? La puerta se abrió con violencia y un cúmulo de voces llenó el espacio de confusión. Todas gritaban al mismo tiempo cosas como: “¡El Señor no está!” “¡Se han llevado el cuerpo!” “¡No, yo lo vi, y me habló!”, afirmaba María Magdalena… Ante tanta confusión, Pedro decidió correr hacia el sepulcro y verlo por sí mismo. Juan corría a su lado, aunque más adelante retuvo su paso, recordando a los guardias, pero entró detrás de Pedro al sepulcro y, al ver, también creyó
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Ven a Cristo hoy es publicado por Hispanic Word 58 Steward Street Mifflintown, PA 17059 hispanic@en-marcha.org 717–436–9275 Declaración Internacional de Misión El Ejército de Salvación, movimiento internacional, es una parte evangélica de la Iglesia Cristiana Universal. Su mensaje está basado en la Biblia. Su ministerio es motivado por amor a Dios. Su misión es predicar el Evangelio de Cristo Jesús y tratar de cubrir las necesidades humanas en Su nombre, sin discriminación alguna.
Todo ese día transcurrió compartiendo argumentos y discusiones. Cada uno tenía sus propias razones para afirmar o negar el testimonio de los otros. Agotados, las voces fueron cesando. De pronto una luz iluminó la escena con un leve resplandor y ¡Jesús apareció entre ellos! Y con una sonrisa les dijo: “¡La paz sea con ustedes!” Los discípulos enmudecieron de asombro. Lo rodearon sin atreverse a hablarle o a tocarlo. La sonrisa de Jesús se hizo más amplia y luminosa; una vez más dijo: “¡La paz sea con ustedes!”