Número 105
El perdón de Jesús
La mujer sorprendida en adulterio Uno de los lugares favoritos de Jesús para la oración era el Monte de los Olivos. Había estado allí orando intensamente toda la noche y ahora ardía en deseos de reencontrarse con el pueblo que amaba y deseaba redimir. También estarían los fastidiosos fariseos, con sus preguntas capciosas y sus trampas mal intencionadas, pero todo servía para enseñar a Sus discípulos. A la joven que junto a su pareja se acercaba por la empinada vereda del templo comenzó a inquietarle la cercanía de varios fariseos que, de manera disimulada, la iban rodeando y cercando poco a poco. Su novio también lo advirtió y, de pronto, exclamó: “¡Huye, no te dejes atrapar!”, al tiempo que él mismo se alejaba de ella corriendo por una calle lateral. La mujer también intentó huir, pero ya era tarde; un golpe en la espalda y una zancadilla la
hicieron caer de bruces sobre la calle sintiendo el sabor acre del polvo y de su propia sangre. Hubo una exclamación: “¡Te atrapamos zorra!” Unas manos rudas la sujetaron por el cabello y arrastraron su cuerpo hacia el patio del templo, y la arrojaron al suelo delante de un hombre que estaba allí sentado. No vestía ropas religiosas y permaneció en silencio, mirando inquisidoramente a los que iban al frente del tumulto. —Maestro, a esta mujer se le ha sorprendido en el acto mismo de adulterio. En la ley, Moisés nos ordenó apedrear a tales mujeres. ¿Tú qué dices? Habló desafiante el que parecía ser el cabecilla del grupo. Jesús advirtió que con esa pregunta le estaban tendiendo una trampa, para tener de qué acusarlo. Imperturbable, se inclinó y con el dedo comenzó a escribir en el suelo. Pero
como ellos lo acosaban a preguntas se incorporó y, mirándoles fijamente, les dijo no sin cierto tono de ira: Aquel de ustedes que esté libre de pecado, que tire la primera piedra. Se dio cuenta de que aquel grupo de fariseos sólo se interesaba en atraparlo en una falta para acusarlo delante del Sanedrín. E inclinándose de nuevo, siguió escribiendo en el suelo. Sorprendidos al oír eso, se miraron unos a otros, sonrieron, haciendo gestos con la barbilla para azuzarse entre ellos, pero los señalados inclinaban la cabeza avergonzados. La mujer se atrevió a mirarlos y ver que reconocía a algunos de ellos que acostumbraban dedicarle obscenidades o insultos cuando se los cruzaba en la calle. Asombrada, vio cómo se iban retirando uno tras otro, comenzando por los más viejos, hasta dejar a la mujer sola con Jesús.
Entonces Jesús se incorporó y le preguntó: —Mujer, ¿dónde están? ¿Ya nadie te condena? —Nadie, Señor. —Tampoco yo te condeno. Ahora vete, y no vuelvas a pecar. La mujer sintió que el espanto y la vergüenza recién vividos huían de su rostro, lágrimas de arrepentimiento y gratitud todavía inundaban sus ojos. Hubiera querido besar los pies de Jesús, pero no pudo pronunciar palabra alguna. La compasiva mirada del Señor la detuvo, al mismo tiempo que sentía que una poderosa revolución se operaba en su interior. Sentía que el Señor le daba una nueva oportunidad. Y con un quedo “¡gracias Señor!”, se alejó todavía inclinada sobre sí, sus ojos ciegos a las miradas de los curiosos testigos, y sintiéndose envuelta en una maravillosa nube de amor y de perdón.
Validez del testimonio de Jesús Una vez más Jesús se dirigió a la gente, y les dijo: —Yo soy la luz del mundo. El que me sigue no andará en tinieblas, sino que tendrá la luz de la vida. —Tú te presentas como tu propio testigo —alegaron los fariseos—, así que tu testimonio no es válido. —Aunque yo sea mi propio testigo —repuso Jesús—, mi testimonio es válido, porque sé de dónde he venido y a dónde voy. Pero ustedes no saben de dónde vengo ni a dónde voy. Ustedes juzgan según criterios humanos; yo, en cambio, no juzgo a nadie. Y, si lo hago, mis juicios son
válidos porque no los emito por mi cuenta, sino en unión con el Padre que me envió. En la ley de ustedes está escrito que el testimonio de dos personas es válido. Yo soy testigo de mí mismo, y el Padre que me envió también da testimonio de mí. — ¿Dónde está tu padre? —Si supieran quién soy yo, sabrían también quién es mi Padre. Estas palabras las dijo Jesús en el lugar donde se depositaban las ofrendas, mientras enseñaba en el templo. Pero nadie le echó mano, porque aún no había llegado su tiempo. Mientras aún hablaba, muchos creyeron en él.
Jesús se dirigió entonces a los judíos que habían creído en él, y les dijo: —Si se mantienen fieles a mis enseñanzas, serán realmente mis discípulos; y conocerán la verdad, y la verdad los hará libres. —Nosotros somos descendientes de Abraham —le contestaron—, y nunca hemos sido esclavos de nadie. ¿Cómo puedes decir que seremos liberados? —Ciertamente les aseguro que todo el que peca es esclavo del pecado —respondió Jesús—. Ahora bien, el esclavo no se queda para siempre en la familia; pero el hijo sí se queda en ella para siempre. Así que, si el Hijo los libera, serán ustedes verdaderamente libres. Yo sé que ustedes son descendientes de Abraham. Sin embargo, procuran matarme porque no está en sus planes aceptar mi palabra. Yo hablo de lo que he visto en presencia del Padre; así también ustedes, hagan lo que del Padre han escuchado. —Nuestro padre es Abraham —replicaron. —Si fueran hijos de Abraham, harían lo mismo que él hizo. Ustedes, en cambio, quieren matarme, ¡a mí, que les he expuesto la verdad que he recibido de parte de Dios! Abraham jamás haría tal cosa. Las obras de ustedes son como las de su padre. —Nosotros no somos hijos nacidos de prostitución —le reclamaron—. Un solo Padre tenemos, y es Dios mismo. —Si Dios fuera su Padre —les contestó Jesús—, ustedes me amarían, porque yo he venido de Dios y aquí me tienen. No he venido por mi propia cuenta, sino que él me envió. ¿Por qué no entienden mi modo de hablar? Porque no pueden aceptar mi palabra. … a mí, que les digo la verdad, no me creen. ¿Quién de ustedes me puede probar que soy culpable de pecado? Si digo la verdad, ¿por qué no me creen? El que es de
Dios escucha lo que Dios dice. Pero ustedes no escuchan, porque no son de Dios. —¿No tenemos razón al decir que eres un samaritano, y que estás endemoniado? —replicaron los judíos. —No estoy poseído por ningún demonio — contestó Jesús—. Tan solo honro a mi Padre; pero ustedes me deshonran a mí. Yo no busco mi propia gloria; pero hay uno que la busca, y él es el juez. Ciertamente les aseguro que el que cumple mi palabra nunca morirá. —¡Ahora estamos convencidos de que estás endemoniado! —exclamaron los judíos—. Abraham murió, y también los profetas, pero tú sales diciendo que, si alguno guarda tu palabra, nunca morirá. ¿Acaso eres tú mayor que nuestro padre Abraham? Él murió, y también murieron los profetas. ¿Quién te crees tú? —Si yo me glorifico a mí mismo —les respondió Jesús—, mi gloria no significa nada. Pero quien me glorifica es mi Padre, el que ustedes dicen que es su Dios, aunque no lo conocen. Yo, en cambio, sí lo conozco. Si dijera que no lo conozco, sería tan mentiroso como ustedes; pero lo conozco y cumplo su palabra. Abraham, el padre de ustedes, se regocijó al pensar que vería mi día; y lo vio y se alegró. Con los ánimos caldeados al extremo, iniciaron la acción encaminada a asesinar a este carpintero campesino, devenido en seudo “profeta y maestro” y que ahora les había declarado ser “el hijo de Dios que descendió del cielo”. ¿Podía haberse escuchado semejante aberración sin apedrear al blasfemo? Sus manos llenas de ira comenzaron a rasguñar el polvo para buscar las piedras mientras discutían entre sí; entre tanto Jesús se alejó de ellos. Tenía otra misión que cumplir.
¿Perdona Jesús siempre? ¿Es tan difícil poder definir en pocas palabras la actitud de Jesús al no condenar a la mujer sorprendida en adulterio? Jesús mismo define Su misión y el mismo apóstol Juan transcribe Sus palabras en el capítulo 3:16–17: “Porque tanto amó Dios al mundo que dio a su Hijo unigénito, para que todo el que cree en él no se pierda, sino que tenga vida eterna. Dios no envió a su Hijo al mundo para condenar al mundo, sino para salvarlo por medio de él”. El perdón en los labios de Jesús no es extraño en los relatos de los evangelios. Todo lo contrario, siempre en relación a la bondad desbordante del Señor, el Hijo de Dios, Jesús dio la vida por todos, inclusive por Sus enemigos. En él tenían cabida todos los seres humanos, incluidos los más despreciados. Él no vino a llamar a los justos, sino a los pecadores y no pedía sacrificios, sino misericordia. “Subió Jesús a una barca, cruzó al otro lado y llegó a su propio pueblo. Unos hombres le llevaron un paralítico, acostado en una camilla. Al verle dijo al paralítico: —¡Ánimo, hijo; tus pecados quedan perdonados! Algunos de los maestros de la ley murmuraron entre ellos: «¡Este hombre blasfema!» Como Jesús conocía sus pensamientos, les dijo: —¿Por qué dan lugar a tan malos pensamientos? ¿Qué es más fácil, decir: “Tus pecados quedan perdonados”, o decir: “Levántate y anda”? Pues para que sepan que el Hijo del hombre tiene autoridad en la tierra para perdonar pecados —se dirigió entonces al paralítico—: Levántate, toma tu camilla y vete a tu casa” (Mateo 9:4–8).
¿Qué es lo que nos sorprende? Jesús practicaba y enseñaba a otros a practicar la lección más difícil: hacer el bien y perdonar. A Pedro le manda que perdone, siempre. Pedro se acercó a Jesús y le preguntó: — Señor, ¿cuántas veces tengo que perdonar a mi hermano que peca contra mí? ¿Hasta siete veces? —No te digo que hasta siete veces, sino hasta setenta y siete veces —le contestó Jesús. La reconciliación perfecta la hizo Jesús, Él es el único mediador entre Dios y los seres humanos. “Porque hay un solo Dios y un solo mediador entre Dios y los hombres, Jesucristo hombre, quien dio su vida como rescate por todos” (1 Timoteo 2:5). “Y Él murió por todos, para que los que vivan ya no vivan para sí, sino para el que murió y resucitó por ellos” (2 Corintios 5:15). Cristo nos ha reconciliado con Dios “por medio de la cruz, destruyendo en sí mismo la enemistad; por él tenemos acceso al Padre en un mismo espíritu” (Efesios 2:14–18). Jesús excusa y perdona a Sus enemigos y así se lo pide al Padre: “Padre, perdónalos, porque no saben lo que hacen” (Lucas 23:34). Hasta ese punto llegó el perdón de Jesús, que no se dejó vencer por el mal, sino que venció al mal con el bien (Romanos 12:21). Jesús no sólo anuncia este perdón, sino que además lo ejerce y testimonia con Sus obras que dispone de este poder reservado a Dios (Marcos 2:5–11). Jesús nos manda amar a los enemigos, hacer el bien a los que nos odian, bendecir a los que nos maldicen (Lucas 6:27–35). Al perdonar ponemos la medida del perdón, pues con la medida que midamos se nos medirá: “No juz-
guen a nadie, para que nadie los juzgue a ustedes. Porque tal como juzguen se les juzgará, y con la medida que midan a otros, se les medirá a ustedes” (Lucas 6:37–38). Al ver Jesús la fe de ellos, le dijo al paralítico: —Hijo, tus pecados quedan perdonados. Estaban sentados allí algunos maestros de la ley, que pensaban: “¿Por qué habla este así? ¡Está blasfemando! ¿Quién puede perdonar pecados sino solo Dios?” En ese mismo instante supo Jesús en su espíritu que esto era lo que estaban pensando. —¿Por qué razonan así? —les dijo—. ¿Qué es más fácil, decirle al paralítico: “Tus pecados son perdonados”, o decirle: “Levántate, toma tu camilla y anda”?
Pues para que sepan que el Hijo del hombre tiene autoridad en la tierra para perdonar pecados —se dirigió entonces al paralítico—: A ti te digo, levántate, toma tu camilla y vete a tu casa. Él se levantó, tomó su camilla enseguida y salió caminando a la vista de todos. Ellos se quedaron asombrados y comenzaron a alabar a Dios. —Jamás habíamos visto cosa igual —decían. Creo que con este acto y su confirmación oral el Señor Jesucristo cierra toda discusión sobre el tema; a menos que, como aquellos fariseos, nos creamos con derecho a interpelar al Hijo de Dios por Su acción perdonadora. ¿O acaso tenemos envidia de Su bondad? (Mateo 20:15).
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Ven a Cristo hoy es publicado por Hispanic Word 58 Steward Street Mifflintown, PA 17059 hispanic@en-marcha.org 717–436–9275 Declaración Internacional de Misión El Ejército de Salvación, movimiento internacional, es una parte evangélica de la Iglesia Cristiana Universal. Su mensaje está basado en la Biblia. Su ministerio es motivado por amor a Dios. Su misión es predicar el Evangelio de Cristo Jesús y tratar de cubrir las necesidades humanas en Su nombre, sin discriminación alguna.
Dichoso aquel a quien se le perdonan sus transgresiones, a quien se le borran sus pecados. Dichoso aquel a quien el SEÑOR no toma en cuenta su maldad y en cuyo espíritu no hay engaño. Mientras guardé silencio, mis huesos se fueron consumiendo por mi gemir de todo el día. Mi fuerza se fue debilitando como al calor del verano, porque día y noche tu mano pesaba sobre mí. Pero te confesé mi pecado, y no te oculté mi maldad. Me dije: «Voy a confesar mis transgresiones al SEÑOR», y tú perdonaste mi maldad y mi pecado. Por eso los fieles te invocan en momentos de angustia; caudalosas aguas podrán desbordarse, pero a ellos no los alcanzarán. Tú eres mi refugio; tú me protegerás del peligro y me rodearás con cánticos de liberación.
(Salmos 32:1–7)