Ven a Cristo - Marzo 2016

Número 98

Fue crucificado, muerto y sepultado, pero…

¡RESUCITÓ!

La cruz bajo la lupa ¿Qué significa la cruz para ti? ¿Tienes alguna en tu poder que usas como adorno o amuleto? ¿Tienes plena conciencia de que esa cruz simboliza un acontecimiento religioso? ¿Sabes que originalmente era una herramienta de tortura para los peores criminales y que su uso tenía como objeto producir en la víctima una doble tortura, tanto física como psicológica?

Origen de la cruz Se cree que el origen de la cruz se remonta a más de dos mil años atrás, tal vez tres mil, ya que su uso se pierde en las antiguas práctica de los pueblos orientales: fenicios, asirios y persas (Imperio Aqueménide); en occidente el Imperio Romano la adoptó e hizo uso y abuso de ella para castigar e intimidar a los delincuentes, y también para todos aquellos que caían en desgracia con el poder político de turno.

Cosa curiosa, aun los romanos se sentían tan intimidados por la cruz que deliberadamente

la excluyeron como pena para todo ciudadano legítimo del imperio.

Fue utilizada por ellos hasta el año 337 aproximadamente y, al fin, fue abolida por la llegada del cristianismo al poder del imperio.

Hubo momentos de gran violencia política en los que la crucifixión se aplicaba con gran crueldad y violencia. Se realizaron ejecuciones masivas en diversas épocas de la historia.

O sea que, tanto para los romanos como para los judíos, no era un objeto extraño, aunque si de espanto y repulsión.

Los romanos utilizaron con cruel eficacia el tormento de la crucifixión. Se sabe que el gobernador de Siria, Quintilio Varo, en el año 4 a.C. mandó crucificar a 2000 judíos, tras los disturbios producidos después de la muerte de Herodes el Grande. Esto sucedió en el momento aproximado del retorno de la familia de Jesús y Sus padres desde Egipto. Tal vez ese trasfondo de violencia los llevó a radicarse en

la pequeña aldea de Nazaret, lejos de la siempre convulsionada Jerusalén.

Medio siglo más tarde fue utilizada por el gobernador de Siria, Quadrato, tras un enfrentamiento entre judíos y samaritanos. La famosa PAX romana debía mantenerse a cualquier precio, aun al costo de crucificar un buen número de “bandidos”, apelativo genérico dedicado a quienes alteraban el orden y la pax romana.

El rito de la crucifixión “Éste fue entregado según el determinado propósito y el previo conocimiento de Dios; y por medio de gente malvada, ustedes lo mataron, clavándolo en la cruz” (Hechos 2:23, NVI).

Los detalles del “rito” de la crucifixión son por sí mismos bastante escabrosos y producen, en los espíritus sensibles, un natural rechazo ante tanta brutalidad contra el ser humano.

Pero para los romanos constituía un método lo suficientemente cruel, no sólo para castigar al reo, sino también producir un saludable temor al resto de la población. Por eso las ejecuciones solían hacerse en lugares altos o a la vera de los caminos, a fin de que nadie dejase de verlas y tomase nota de que: “con el imperio no se juega”.

Puede haber distintas versiones de cómo se llevaban a cabo, pero las diferencias se deben a las circunstancias del momento, el lugar y la clase de reo.

Por lo general se les azotaba al pie de la cruz, en el caso de Jesús de Nazaret se le hizo previamente, tal vez con la intención de Pilato de provocar la compasión del pueblo y evitar la crucifixión.

Detalles sobre los métodos y recursos parecen ser bastante morbosos y preferimos evi-

tarlos, bástenos saber que la crucifixión era extremadamente cruel y dolorosa. No había literalmente un segundo de alivio a tanto dolor. Según el estado físico del crucificado, la muerte podía ocurrir en algunas horas o durar hasta 4 o 5 días. Para los judíos, como para los antiguos persas, de quienes aprendieron los romanos, se consideraba un acto de “piedad” acelerar la muerte del condenado quebrándoles las piernas a mazazos, lo que producía un deceso casi instantáneo. En el caso de Jesús dice el relato que, tras el lanzazo, de Su herida brotó “agua y sangre”, lo que indicaba, sin especulaciones teológicas que a Jesús, por causa de toda la violencia y las agresiones sufridas desde Su arresto, literalmente le había estallado el corazón. Eso evitó que le quebraran las piernas, tal cual había sido profetizado: “Muchas son las angustias del justo, pero el SEÑOR lo librará de todas ellas; le protegerá todos los huesos, y ni uno solo le quebrarán” (Salmos 34:19–20, NVI).

Estas cosas sucedieron para que se cumpliera la Escritura: “No le quebrarán ningún hueso” (Juan 19:36, NVI).

Pero nunca podremos imaginar siquiera que, aparte de todo ese dolor insoportable, el Señor llevaba sobre sí toda la vergüenza, angustia y horror añadidos al portar todos los pecados, aun los más inmundos y despreciables, todas las culpas de todos los seres humanos a través de todos los tiempos, los cuales fueron perdonados por Él en la cruz y en Su muerte y resurrección.

“Porque Cristo murió por los pecados una vez por todas, el justo por los injustos, a fin de llevarlos a ustedes a Dios. Él sufrió la muerte en su cuerpo, pero el Espíritu hizo que volviera a la vida” (1 Pedro 3:18, NVI).

El mensaje de la cruz es poder de Dios “Me explico: El mensaje de la cruz es una locura para los que se pierden; en cambio, para los que se salvan, es decir, para nosotros, este mensaje es el poder de Dios�

(1 Corintios 1:18, NVI).

La cruz no es un adorno “Hermanos, si es verdad que yo todavía predico la circuncisión, ¿por qué se me sigue persiguiendo? Si tal fuera mi predicación, la cruz no ofendería tanto” (Saulo de Tarso en Gálatas 5:11, NVI) En los tiempos de Pablo, predicar a Cristo crucificado podía causar mucha incomodidad a los cristianos gentiles (no judíos), que no querían aparecer como contrarios al judaísmo.

Consideraban que una religiosidad semejante —incluyendo ceremonias como el bautismo y circuncisión— podía traer algunas simpatías y evitar las persecuciones. Pablo fue un ardiente defensor de la nueva fe, a pesar de haber sido él mismo un ferviente opositor a ella.

El ingreso del nuevo Pablo al cristianismo otorgó un nuevo impulso al mensaje de la cruz, convirtiendo lo que parecía una minúscula secta del judaísmo, en una extraordinaria revolución de fe que conmovió al mundo antiguo y lo cambió para siempre. Eso no sucedió sin enfrentar oposición externa con crueles persecuciones y hasta la misma muerte. También hubo algunos inconvenientes y confusiones internas, que Pablo trató de solucionar y aclarar: “Pues Cristo no me envió a bautizar sino a predicar el evangelio, y eso sin discursos de sabiduría humana, para que la cruz de Cristo no perdiera su eficacia” (1 Corintios 1:17, NVI).

“Los que tratan de obligarlos a ustedes a circuncidarse lo hacen únicamente para dar una buena impresión y evitar ser perseguidos por causa de la cruz de Cristo” (Gálatas 6:12, NVI).

En estos dos versículos de sus epístolas, Pablo señala dos fundamentales verdades de la nueva fe: el poder de Dios no estaría basado en vaguedades religiosas, sino en el poder eficaz de la cruz; tampoco estaría basado en ceremoniales u obras religiosas que complacen al hombre, sino en actos de fe, de esperanza y amor.

Hoy la cruz se usa como un adorno en el cuello, como un dije en una pulsera o para señalar un lugar que puede ser una lápida en un cementerio o el frente de un lugar religioso; pero la cruz no es un adorno, la cruz representa al acto salvador de la humanidad a través de la muerte del Inocente Hijo de Dios: Jesucristo, que pagó la deuda de nuestros pecados ante Dios. Sólo el sacrificio de Cristo tiene la virtud de limpiar nuestros pecados. Sólo en Él y por Él recibimos la gracia de Su perdón. Y sólo el corazón sinceramente arrepentido puede recibirla.

“Me propuse más bien, estando entre ustedes, no saber de cosa alguna, excepto de Jesucristo, y de éste crucificado” (1 Corintios 2:2, NVI).

Saulo de Tarso, conocido hoy como el apóstol Pablo, no fue un extraviado que se encandiló con las teorías de una nueva secta. Era un hombre de profunda raigambre religiosa, educado con los mejores maestros de su época y defensor aguerrido de su fe.

Pero “algo” sucedió en él. Y lo cuenta así: “Mediante este evangelio son salvos, si se aferran a la palabra que les prediqué. De otro modo, habrán creído en vano.

Porque ante todo les transmití a ustedes lo que yo mismo recibí: que Cristo murió por nuestros pecados según las Escrituras, que fue sepultado, que resucitó al tercer día según las Escrituras, y que se apareció a Cefas, y luego a los doce. Después se apareció a más de quinientos hermanos a la vez, la mayoría de los cuales vive todavía, aunque algunos han muerto. Luego se apareció a Jacobo, más tarde a todos los apóstoles, y por último, como a uno nacido fuera de tiempo, se me apareció también a mí.

Admito que yo soy el más insignificante de los apóstoles y que ni siquiera merezco ser llamado apóstol, porque perseguí a la iglesia de Dios. Pero por la gracia de Dios soy lo que soy, y la gracia que él me concedió no fue infructuosa. Al contrario, he trabajado con más tesón que todos ellos, aunque no yo sino la gracia de Dios que está conmigo. En fin, ya sea que se trate de mí o de ellos, esto es lo que predicamos, y esto es lo que ustedes han creído” (1 Corintios 15, fragmento).

A Pablo no se le podía decir si estaba seguro de que Cristo había resucitado, ¡él lo había visto con sus propios ojos! Esa experiencia cambió radicalmente su vida. Abundó en gozo al compartirla con miles de personas, pero tam-

bién sufrió la persecución, maltratos, cárcel y aun la muerte por causa de ella.

“Lo he perdido todo a fin de conocer a Cristo, experimentar el poder que se manifestó en su resurrección, participar en sus sufrimientos y llegar a ser semejante a él en su muerte” (Filipenses 3:10, NVI). Él sabía a qué vida llamaba a sus oyentes y lectores, y no anhelaba otra cosa que conocer y hacer conocer más y más el poder de la resurrección. Y en las circunstancias de su prisión él pudo concluir diciendo: “Es cierto que fue crucificado en debilidad, pero ahora vive por el poder de Dios. De igual manera, nosotros participamos de su debilidad, pero por el poder de Dios viviremos con Cristo para ustedes” (2 Corintios 13:4, NVI). ¿Quieres ser un cristiano de verdad? Busca a Dios en oración, con sinceridad y fe en Jesucristo. No son los ritos, ni las filosofías religiosas, aunque estos no sean malos en sí mismos.

Pero sólo la obra íntima del Espíritu Santo en tu corazón —mediante la sangre de Jesucristo y el poder de Su resurrección—, te hará una nueva criatura en Él, serás adoptado como hijo de Dios y tendrás vida nueva, abundante, gozosa y eterna. Amén.

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Nos reunimos todas las semanas para estudiar la Biblia y aprender más del Evangelio. Estaremos muy contentos de recibirte entre nosotros.

Ven a Cristo hoy es publicado por Hispanic Word 58 Steward Street Mifflintown, PA 17059 hispanic@en-marcha.org 717–436–9275 Declaración Internacional de Misión El Ejército de Salvación, movimiento internacional, es una parte evangélica de la Iglesia Cristiana Universal. Su mensaje está basado en la Biblia. Su ministerio es motivado por amor a Dios. Su misión es predicar el Evangelio de Cristo Jesús y tratar de cubrir las necesidades humanas en Su nombre, sin discriminación alguna.

“¿Por qué buscan ustedes entre los muertos al que vive?

No está aquí; ¡ha resucitado!”

(Lucas 24:5–6, NVI).

“No tengas miedo. Yo soy el Primero y el Último, y el que vive. Estuve muerto, pero ahora vivo por los siglos de los siglos...”

(Apocalipsis 1:17–18, NVI).