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Un día de... Recordamos al autor de Ensayogeneral, quien habría cumplido 85 años el pasado 15 de marzo, con este relato inédito
1947. Por encima de las voces del público y de los engolados reclamos de los corredores de apuestas, se escuchaban los chasquidos de la pelota revestida de piel de cabra al golpear el piso y los indestructibles muros pintados de verde. Los pelotaris se desplazaban en la cancha parsimoniosos, sin prisa, con aire señorial, aunque a veces pegaban la carrera para alcanzar una pelota cerca de la alambrada. “Cien rojos”, voceaban los corredores de apuestas y lanzaban a la gente hendidas pelotas de tenis con las constancias de los envites en el interior.
Mi padre, apostador empedernido, acudía casi cada noche al Frontón México y ese 15 de septiembre del año 1947 lo acompañábamos mi madre y yo. Cada dos o tres meses invitaba a mi madre y mamá siempre aceptaba porque con cuatro hijos a su cuidado tenía pocas oportunidades de salir a orearse.
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Terminó el primer partido de la jornada y acto seguido se apostaron en el centro de la cancha, vestidos de negro y plata, los integrantes del mariachi que acompañaban a una cantante de ranchero. Principiaba la llamada noche mexicana. Tras despachar un par de canciones el grupo desapareció en el túnel de los pelotaris. Y de repente se apagaron todas las luces. En la densa oscuridad empezó un sonido de tambores que fue creciendo a lo largo de la exhibición. Los altavoces anunciaron la presencia de la bailarina tahitiana Tongolele y un instante después en la parte más alta de la tribuna encendieron un poderoso reflector que iluminó la parte central de la cancha. Se hallaba ahí una mujer sin más atavío que un sostén decorado con pedrería, una tanga igualmente adornada y, cayendo de la tanga, dos trozos de tela vaporosa que alcanzaban los tobillos. La mujer era joven y hermosa, muy blanca, con una abundante cabellera negra. Cuando encendieron el reflector posaba inmóvil y por un instante la creí una estatua. Para sacarme del error comenzó a mover el cuerpo siguiendo el ritmo lento de los tambores que tocaban en la penumbra. Con suavidad balanceaba las caderas, en puntas de pie adelantaba una pierna, la otra, retrocedía dando pequeños saltos, azotaba el aire con la furiosa cabellera, giraba, sacudía de pronto el cuerpo entero, sus ondulantes brazos parecían prodigar caricias fantasmales. Creció el fragor de los tambores, el ritmo se hizo más rápido y la sílfide apresuró sus movimientos.
Perseguida por el chorro de luz del reflector, emprendía la carrera y cuatro o cinco pasos más allá se detenía, meneaba unos instantes las caderas, agitaba los pechos y otra vez a correr y vuelta a detenerse.
Cesó el golpeteo de los tambores. La bailarina, inmóvil, bajo la luz azulada del reflector, una rodilla en el piso, los brazos abiertos, inclinó la cabeza en señal de reverencia y el público estalló en una aclamación larga y entusiasta. Cuando las luces se restablecieron, Tongolele se había esfumado. Cuatro pelotaris entraban a la cancha atándose las cestas.
Mamá empezó a reprocharle a mi padre que nos hubiera llevado a presenciar el espectáculo de la desnudista.
—No tienes conciencia, Juanito es un niño, un inocente de apenas nueve años.
Mi padre replicó que no estaba enterado de que fueran a presentar una danzarina.
—Además —añadió—, no mostró nada que no enseñen las bañistas en cualquier playa.
—¿Y qué me dices de sus obscenos contoneos?
A mi padre se le iba agriando el gesto y para escapar del tenso escenario pedí permiso de ir al baño. Bajé al nivel de la cancha y crucé un breve pasaje para alcanzar el enorme vestíbulo debajo de la tribuna. De ese lado había oficinas, ventanillas de apuestas, vestidores y baños públicos. Satisfecha mi necesidad me dispuse a volver a la tribuna, y a punto de internarme en el pasaje se abrió una puerta y apareció la bailarina envuelta en un abrigo de pieles. Era muy bella, tenía unos ojos verdes relampagueantes.
—Te vi bailar —le dije.
Ella se inclinó, quedó su rostro a la altura del mío.
—¿Y te gustó?
—Me gustó mucho.
Sonrió, tomó mi cara entre sus manos y me plantó un beso en los labios. Pasaron muchos años. Tongolele se convirtió en una estrella del cabaré, el cine y la televisión. Me enteré de que nada tenía de tahitiana; había nacido en Estados Unidos, hija de un español de apellido Montes. Cuando se presentó en el Frontón México era una chiquilla de quince años; hoy es una mujer ochentona que, dicen, ha perdido la memoria. Hará unos veinte años nos encontramos por última vez. Ella salía de ver una película en las salas de cine de los Estudios Churubusco; yo esperaba para entrar a la siguiente función. Inesperadamente, Tongolele se hallaba frente a mí. Abrí los brazos para acogerla y de manera inexplicable ella pasó de largo. ¿Sería que desde entonces había perdido la memoria? ¿No recordaba el beso que alguna vez me dio? _
Cien cuyes
NARRATIVA, ENSAYO
Primera sangre
Estrella y espiral
Gustavo Rodríguez
Alfaguara México, 2023 264 páginas
El Premio Alfaguara de Novela 2023 arroja una mirada tragicómica sobre la vejez y su descrédito frente al culto a la lozanía. Tiene como protagonista a Eufrasia Vela, quien no deja de cuestionar su papel de madre y hermana una vez que su empleo como cuidadora de ancianos la introduce en la existencia de doña Carmen y su médico.
La odisea rusa
Amélie Nothomb Anagrama España, 2023 152 páginas
El padre de la escritora belga protagoniza este libro de aura dolorosamente personal. Aparece frente a un pelotón de fusilamiento en la selva del Congo y a partir de ese momento iniciamos un viaje al pasado por el que despuntan su familia aristócrata, la poesía, las penurias durante la Segunda Guerra Mundial y su carrera diplomática.
Los intelectuales en el debate ideológico del siglo XX
El retrato, como muestra este libro, no es exclusivo de la pintura. Es también un género hecho de conceptos y tributos de la palabra, en este caso a antecesores intelectuales, maestros y amigos: Friedrich Katz, Bolívar Echeverría, Victor Serge, Luis Villoro, Juan Gelman, Octavio Paz… Cada uno proviene de la admiración y el asombro.
El vertedero losó co
La balada de Lupe
ROBERTO PLIEGO robertopliego61@gmail.com
Estoy cada vez más convencido de que el primer mandamiento del oficio narrativo es la búsqueda y la consecución de un tono: una voz o modulación o temperamento que proviene de una fuerza interior que tiene mucho, como vislumbró Norman Mailer, de espectral. Frente al cliché, frente a los balbuceos de la turba, hay que blandir la potencia individual. Eso es justamente lo que encuentro en Lareinitapop no ha muerto (Literatura Random House): un tono endiabladamente soberano.
Con urgente desparpajo y sobrecogedora insolencia, Lupe (y también M. C. Akaótome, rapera acusada de plagiar a, vaya-vaya, Eminem), la narradora de La reinita pop no ha muerto, expone su viacrucis amoroso por Houston y Monterrey (Cabrito City, Machacado Ville, suerte de vientre materno del que sale expulsada para volver una y otra vez). No puede cerrar la herida abierta por el desdén de Inés Rivadeneira, a quien “quería abrirle los ojos pero sobre todo quería abrirle las piernas”. Así que vuelve sobre sus pasos, o sobre sus numerosos traspiés, para entregarnos su vida y la historia de sus guerras sin cuartel, tantas como las que libraba Monterrey en los años en que sus calles reproducían a toda hora las risas de las hienas.
Laila Porras Musalem
Aguilar México, 2023 352 páginas
¿Qué circunstancias económicas y geopolíticas están detrás de la invasión de Rusia a Ucrania? Este volumen ofrece algunas respuestas atendiendo a una historia de cruces culturales e intereses que tocan a la Unión Europea y a Estados Unidos. El paso del estatismo al capitalismo explica en mucho la ambición de las élites rusas.
Carlos Illades
Gedisa México, 2022 272 páginas
El coordinador del libro comienza señalando la sorpresa que causa a los observadores externos el poder que los intelectuales llegan a tener en México. Aquí, en general, han estado ligados al Estado; los que siguieron a la izquierda, por excepción, carecieron de apoyo y se vieron obligados a crear sus propios espacios.
No hay duda: antes de que el planeta desaparezca de manera natural dentro de millones de años, el ser humano lo hará inhabitable, no por una guerra nuclear sino por su contaminación sistemática. Si antes estas circunstancias se consideraban excepcionales, ahora son la norma, anota Marder. La Tierra se ha convertido en una cloaca.
El desamor resulta aún más insoportable porque el sexo brilló siempre por su ausencia. Y para rematar, Lupe no tiene siquiera el registro de un arrimón o un beso. Todo se le ha ido en el deseo sublimado a través de una cena en un bar, un roce en el elevador o una mirada chapucera durante una fiesta. “Me quedé”, confiesa, “como se quedan los amores clandestinos: este amor nunca ocurrió. Esta historia jamás pasó. Fue el árbol que cayó, que nadie oyó pero cayó”.
La reinita pop no ha muerto es la noveleta de un estado de ánimo. Sabe a insatisfacción —y no solo por el corazón y el cuerpo rotos sino por las sombrías expectativas laborales, por la calumnia convertida en industria mediática y por las muecas familiares de reproche— y a derrota. Y “no es otra historia sobre lesbianas infieles bipolares”. O tal vez sí, pero contada no en los márgenes sino desde las entrañas mismas de una conciencia enérgica y versátil que tiene la ironía suficiente para vapulear a sus contrincantes y, por supuesto, a ella misma. _