EDWARD N. LUTTY
ESTRATEGIA La l贸gica de Guerra y Paz
ESTRATEGIA, La lógica de Guerra y Paz Edward N. Luttwak Título original: STRATEGY, The logic of War and Peace Editorial: HARVARD UNIVERSITYPRESS 79 Garden Street - Cambridge - Massachusetts - U.S.A. ISBN: 0-674-83995-1 Traductor: Eduardo L. Alimonda Arte de Tapa: Osvaldo Tadey
Es propiedad Derechos Reservados © 1992, por el Instituto de Publicaciones Navales del Centro Naval, República Argentina, para su venta en América del Sur Hecho el depósito que marca la ley 11.723 Está prohibida la reproducción total o parcial. No puede ser reproducido ni transmitido en ninguna forma ni por ningún medio, electrónico o mecánico, incluyendo las fotocopias, grabaciones o cualquier sistema de acumulación y reproducción de información, sin autorización por escrito del Editor. All rights reserved. No part of this book may be reproduced or transmited in any form or by any means, electronic or mechanical, including photocopyng, or any information storage and retrieval system, without permission in writing from the Publisher. ISBN: 950-9016-82-9 IMPRESO Y EDITADO EN LA ARGENTINA
INSTITUTO DE PUBLICACIONES NAVALES del Centro Naval
TRIGESIMO LIBRO DE LA COLECCION ESTRATEGIA
NONAGESIMO SEXTO LIBRO DÉ LAS EDICIONES DEL INSTITUTO DE PUBLICACIONES NAVALES
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LA LÓGICA DE LA ESTRATEGIA
Introducción
Si vis pacem, para bellum (Si quieres la paz, prepárate para la guerra). Así reza la máxima atribuida a la sabiduría romana que escuchamos a menudo en discursos laudatorios del poderío armamentista. Se dice entonces que nuestra capacidad combativa disuade al adversario del ataque al que podría invitarlo nuestra debilidad, evitándose de este modo la guerra. Sin embargo, no es menos cierto que dicha capacidad combativa podría servir para garantizar la paz en forma bastante diferente: la guerra se tornaría igualmente innecesaria si se persuadiera al más débil de ceder sin lucha ante el más fuerte. Este corolario no se hubiera manifestado en esta época, tal como sí podría haber sucedido anteriormente a 1914.* Degradada a mero clisé por el uso excesivo, la admonición romana ha perdido el poder de estimular nuestras ideas, pero es precisamente su banalidad lo que le otorga interés. La frase es indudablemente paradójica, ya que presenta una flagrante contradicción como si fuera una simple proposición lógica, y eso no es lo que esperamos encontrar en una mera banalidad. ¿Por qué es aceptado sin hesitación argumento tan contradictorio que resulta obviamente descartable9 En realidad, existen quienes discrepan, y todo el nuevo emprendimiento académico de "estudios * "La guerra para terminar con todas las guerras" no satisfizo ese objetivo, pero desde mucho antes de 1918 se impuso un nuevo estilo oratorio en las democraéias occidentales: ya no era posible la exaltación del poderío militar, excepto con objetivos plausiblemente defensivos. Como suele ocurrir, la hipocresía actuó como vanguardia del criterio operativo, y a la ¡legitimación de la guerra ofensiva (aquella que intenta modificar un statu quo no amenazado) le sigue hoy en día la misma restricción a la guerra defensiva deliberada (aquella que previene un cambio negativo del statu quo). En consecuencia, no quedaría más que la autodefensa inmediata como un motivo aceptable de guerra. No obstante, existe todavía cierta flexibilidad en la definición de la inmediatez de la supuesta amenaza (tema que ha causado interpretaciones divergentes del artículo 2 de la Carta de las Naciones Unidas) y. del significado de "autodefensa", que de hecho se extiende a los aliados en organizaciones de seguridad colectiva. De todos modos, el resultado práctico de este profundo cambio de mentalidad ha sido la reducción de la aplicabilidad de la guerra como instrumento de los gobiernos occidentales. Es obvio el desequilibrio que i mplica respecto a quienes no poseen tantos escrúpulos. Puede verse una breve discusión sobre el tema enForce, Order and Juslice, deRobert E. Osgood yRoben W. Tucnc í' 967)..
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para la paz" está dedicado a la proposición de que la paz debe encararse como fenómeno en sí mismo por el que hay que trabajar activamente en la vida real: si vis pacem, para pacem, dirían sus adeptos. Pero aun quienes rechazan abiertamente la paradójica admonición no la denuncian como evidente tontería que barrería el menor atisbo de sentido común. Por el contrario, la consideran como una obstinada muestra de sabiduría convencional que confrontan con argumentos que ellos mismos describirían como novedosos y originales. Por lo tanto, la cuestión sigue en pie: ¿por qué tan flagrante contradicción resulta fácilmente aceptada? Téngase en cuenta lo disparatado que resultaría un consejo semejante en cualquier otro campo ajeno a la estrategia: si quieres A, lucha por B, su antónimo; tal como "si quieres adelgazar, come mucho", o "si quieres ser rico, gana menos". Con toda certeza que los rechazaríamos de inmediato. Es únicamente en el reino de la estrategia, que abarca la conducta y las consecuencias de las relaciones humanas en el contexto de un conflicto armado real o posible,* donde nos hemos acostumbrado a aceptar como válidas ciertas proposiciones paradójicas. El más obvio ejemplo de esto se encuentra en el concepto de "disuasión nuclear", que de tan remanido ya resulta vulgar. Para defendernos, debemos hallarnos constantemente listos a atacar. En nuestro propio beneficio, jamás debemos usar las armas nucleares que seguimos construyendo con tanta asiduidad. Estar listos a atacar evidencia nuestras intenciones pacíficas, pero preparar defensas es agresivo, o al menos "provocativo"; tales son los puntos de vista convencionales sobre el tema. La controversia sobre la seguridad brindada por la disuasión nuclear se reaviva periódicamente, y por cierto que existe un gran debate sobre cada aspecto de la política de armamento nuclear. Sin embargo, las evidentes paradojas que constituyen la verdadera esencia de la disuasión nuclear no preocupan a nadie. (1) La principal afirmación que deseo anticipar es que la estrategia no se limita a analizar alguna proposición paradójica, contradictoria y hasta aceptada en su validez, sino que todo el reino de la estrategia se halla inmerso en. su propia lógica paradójica que se opone a la lógica lineal común que se manifiesta en todas las otras esferas de nuestra vida diaria (excepto en los juegos de guerra, por supuesto). En los ámbitos en que el conflicto resulta meramente incidental dentro de los objetivos principales de producción y consumo, de comercio y cultura, *A falta de precisión, abundan las definiciones de estrategia. El término sirve para denominar la doctrina de cierto Estado o cierta institución militar, y también su puesta en práctica, además de usarse como teoría, ciencia y método de análisis. Ver el Apéndice 1 para otras definiciones.
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de relaciones sociales y gobierno consensual, donde la lucha y la competencia se hallan bastante acotadas por leyes y costumbres, tiende a aplicarse una lógica lineal no contradictoria, cuya esencia queda definida por lo que entendemos como sentido común.* Por otro lado, dentro de la esfera de la estrategia, donde las relaciones humanas quedan condicionadas por la existencia de un conflicto armado real o posible, entra a funcionar otra lógica bien distinta. Con frecuencia ésta vulnera la lógica lineal formal al inducir la reunión y hasta la inversión de los opuestos; así ocurre incidentalmente que tiende a recompensarse la conducta paradójica, mientras que se confunde a la acción lógica directa, produciéndose resultados irónica y quizá letalmente autodestructivos.
` Las políticas de los sistemas represivos son cosa completamente distinta; aunque sean relativamente incruentos, todavía resultan belicosos. Dado que los principales objetivos de tales sistemas consisten en el mantenimiento y el desafío del aparato de i mposición del control, por parte del grupo gobernantey de sectores populares disidentes, respectivamente, todas las manifestaciones de la vida política (con excepción de aquellas puramente ceremoniales) asumen la forma de operaciones militares con sus propias versiones de ataque y defensa, de emboscadas e incursiones. Tal como en la guerra, el secreto y el engaño cobran importancia para ambosbandos, porque sirven para proteger al sistema y además constituyen la base de la maniobra envolvente: la policía estatal trata de penetrarlos círculos disidentes mediante la infiltración, yestos buscan defender la cobertura que constituye su mayor fortaleza. En el caso de la Unión Soviética, no hay duda que la belicosa política interna partidaria a través de la cual los líderes del Kremlin alcanzan su preeminencia sirve de adiestramiento para la conducción de las relaciones exteriores. Ver del mismo autor Grand Strategy for the Soviet Union (1984), cap. 1.
Índice de Contenido Parte I. La lógica de la estrategia. ...............................................1 1. El uso consciente de paradojas en la guerra ................................7 2. La lógica en acción .......................................................................18 3. La eficiencia y el punto culminante del éxito ............................31 4. La conjunción de los opuestos .....................................................48 Parte II. Los niveles de la estrategia. ........................................65 5. El nivel técnico ............................................................................71 6. El nivel táctico .............................................................................80 7. El nivel operacional .....................................................................88 8. Estrategia de teatro I: Opciones militares y alternativas políticas ......................................................................................110 9. Estrategia de teatro II: Estructuras defensivas y la opción guerrillera.. ................................................................................123 10. Estrategia de teatro 111: Interdicción y ataque por sorpresa .............................................................:........................138 11. Antiestrategias: naval, aérea, nuclear .....................................153 Parte III. Resultados: La gran estrategia. ..............................173 12. El campo de la gran estrategia .................................................177 13. Suasión armada...... ...................................................................187 14. Armonías .y desarmonías en la guerra .....................................204 15. ¿Puede ser útil la estrategia?....................................................226 Apéndices. ...................................................................................... 223 1. Definiciones de estrategia .........................................................235 2. El Ejército Soviético: un comentario ........................................239 3. La NATO, el Ejército Soviético y otras fuerzas del Pacto de Varsovia: términos de comparación .......................................... 241 Obras citadas ...................................................................................245 Notas ................................................................................................251 Índice alfabético ............................................................................... 273
Prefacio
Quizá porque he nacido en la disputada frontera de Transilvania durante la mayor y más siniestra de las guerras, la estrategia no sólo ha sido mi ocupación exclusiva, sino mi verdadera pasión. Parece una palabra demasiado vehemente para un tema tan indefinido, que además es visto como una incitación al conflicto. Pero ocurre justamente que definir estrategia es el propósito de este libro, y cualquier explicación se hace innecesaria una vez entendido que la estrategia sirve tanto para conservar la paz como para hacer la guerra. No es mi intención sugerir ninguna estrategia que puedan utilizar los Estados Unidos en el concierto mundial, ni tampoco susceptible de ser empleada por sus fuerzas armadas en la guerra. Mi propósito tiende más bien al descubrimiento de la lógica universal que condiciona toda forma de conflicto, así como también las negociaciones entre naciones adversarias en tiempo de paz. Todo lo que los seres humanos pueden hacer, aunque sean cosas absurdas, autodestructivas, magníficas o sórdidas, ya se han llevado a cabo en la guerra o en la conquista del poder, y ninguna lógica se descubre a través de esas acciones en sí mismas. Pero la lógica de la estrategia queda de manifiesto por los resultados de lo que se hace o se deja de hacer, y mediante el análisis de aquellas consecuencias a menudo no deseadas es que la naturaleza y el proceso de dicha lógica puede ser comprendido. A esta altura, el lector con espíritu crítico ya habrá encontrado razones para hacer una pausa ante las desmesuradas pretensiones de esta indagación. Es cosa sabida que las contingencias de guerra y paz resultan demasiado irregulares para que la ciencia pueda explicarlas en un único y correcto sentido, o sea mediante teorías que sirvan realmente para predecir los acontecimientos. Por consiguiente, uno podría suponer que solamente le aguardan trivialidades o, peor aún, estériles elaboraciones pseudocientíficas. Apenas me cabe suplicar que se difiera el veredicto hasta el término de la lectura, aunque se torna imprescindible cierta explicación. Lo que se ha convertido en un largo periplo con destino preciso, comenzó de modo menos ambicioso. A través de mis lecturas dehistoria
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militar antigua y moderna, del estudio profesional de temas militares contemporáneos, y de diversas visitas a campos de batalla inevitablemente observados tras cristales de dudosas refracciones, arribé a idénticas conclusiones que algunos antecesores: cada experiencia de conflicto es única, producto de una irrepetible convergencia de aspiraciones políticas, emociones, limitaciones técnicas, movimientos tácticos, esquemas operacionales y ámbitos geográficos. No obstante, a lo largo de los años comienzan a emerger seductoras similitudes que configuran patrones cada vez mejor definidos, y algunos de ellos han sido esclarecidos en ensayos estratégicos, especialmente en De la guerra de Clausewitz. Pero lo que hace imperiosa la investigación es que esos patrones no responden a las expectativas dictadas por el sentido común, ni tampoco a ninguna lógica causal, directa y familiar. A medida que una visión de la estrategia surgía de entre las penumbras de tantas palabras leídas, problemas investigados y acontecimientos experimentados, encontré que su contenido no era un prosaico montón de trivialidades, sino paradojas, ironías y contradicciones. Por otra parte, la lógica do la estrategia parecía desarrollarse en dos dimensiones distintas. En el plano horizontal, las contiendas entre adversarios que intentan oponerse, desviar ,y revertir recíprocamente sus acciones, tanto en paz como en guerra, y esto es lo que hace paradójica a la estrategia; y en el plano vertical, el juego entre diferentes niveles de conflicto-técnico, táctico, operacional y superiorsin que exista ninguna armonía natural entre ellos. Entonces, lo que sigue de aquí en adelante no es más que el mapa de ruta de una exploración. La búsqueda se inicia con una serie de encuentros con las fuerzas dinámicas en el plano horizontal; prosigue en ascenso, nivel por nivel, a través de la dimensión vertical de la estrategia. Llega a su término cuando se alcanza la confluencia de ambas dimensiones a la altura de la gran estrategia, el nivel de los resultados definitivos.
Reconocimientos
Estoy agradecido a las Fundaciones Max King Morris y Arthur Vining Davis por el subsidio que entregaron al Centro de Estudios Estratégicos e Internacionales de Washington D.C., del cual resulté beneficiario. Asimismo, recibí gran ayuda de algunos miembros del Centro: su presidente, Amos A. Jordan, se tomó muchas molestias para que prosiguiera mi tarea; Christa D. K. Dantzler sugirió un remedio original para aquellos instantes en que la inspiración desaparece; Walter Z. Laqueur ofreció su sólida sabiduría y su conocimiento enciclopédico en un diálogo permanente que se ha extendido a través de años; David M. Abshire, actual funcionario público y ex presidente del Centro, alentó la realización de este proyecto durante mucho tiempo, de palabra y obra. A. Lawrence Chickering, del Instituto de Estudios Contemporáneos, reincidió en quitar tiempo a sus propios manuscritos en beneficio de los míos. W. Seth Carusy Stephen P. Glick, mis antiguos alumnos que hoy son experimentados investigadores, me facilitaron sus eruditas colaboraciones desde el principio hasta el fin. Como siempre, fueron ellos los primeros lectores -y no los menos críticos- de mis escritos. Al surgir repentinamente una grave circunstancia que me impedía la continuación de la tarea, mi obstinado amigo Robert A. Moschbacher Jr. de Houston, Texas, actuó de inmediato para mitigar una situación que hubieran debido resolver los organismos oficiales. Michael A. Aronson, de la Editorial de la Universidad de Harvard, alimentó a este libro desde el comienzo, mucho antes de su ingreso a ese instituto. Durante buena parte de una década de inicios frustrados, en la cual finalicé con relativa facilidad otros libros menos exigentes que éste, fue el esforzado lector de varios borradores relegados, siempre insistente en que una solución era factible. No ha sido la menor de sus contribuciones persuadir a Joyce Backman de que se editara este texto. Ya que mi experiencia editorial era limitada, no me sentía preparado para afrontar las peculiares dificultades que presentaría este libro, y allí precisamente es donde reside la diferencia de contar con un editor de máxima calidad.
A mi hijo, JosĂŠ Manuel
CAPÍTULO 1
EL USO CONSCIENTE DE PARADOJAS EN LA GUERRA
Consideremos una opción táctica ordinaria, como tantas que frecuentemente existen en la guerra. Una fuerza puede avanzar hacia su objetivo por uno de dos caminos existentes; el primero es ancho, directo, bien pavimentado, mientras que el segundo es estrecho, sinuoso y de tierra. Unicamente en el conflictivo reino de la estrategia surge la necesidad de una decisión, porque sólo si existe la posibilidad del combate un camino malo puede convertirse en bueno precisamente porque es malo, .y por consiguiente quizás esté menos protegido o aun totalmente desguarnecido por el enemigo. Igualmente, el camino bueno está destinado a ser malo porque es mejor, y su uso por parte de la fuerza que avanza puede resultar previsible y en consecuencia existir oposición. Se evidencia en este caso que la lógica paradójica de la estrategia alcanza un extremo de completa inversión: en vez de moverse A hacia su opuesto B, si se supone que la preparación para la guerra sirve para preservar la paz, A realmente se transforma en B, y B se transforma en A. No es un ejemplo rebuscado. Por el contrario, las paradójicas preferencias por horarios y direcciones inconvenientes, por preparaciones notoria y deliberadamente dejadas inconclusas, por aproximaciones que se muestran demasiado peligrosas, por combatir de noche o con mal tiempo, constituyen un aspecto común de ingenio táctico, justamente por razones que derivan de la naturaleza esencial de la guerra. A pesar de que cada uno de los elementos individuales que actúan en la conducción de la guerra pueden ser muy simples, la cuestión de desplazarse desde un sitio a otro distante quizás unos pocos metros, de emplear armas cuyo funcionamiento ha sido practicado miles de veces, de impartir e interpretar órdenes de absoluta sencillez, en suma, la totalidad de todas esas cosas fáciles puede convertirse en algo extremadamente difícil cuando existe la presencia de un enemigo en oposición, que reacciona para complicar todo intento, y que se mueve a voluntad con su propio poderío. En primer lugar, se presentan los embrollos meramente mecánicos que aparecen cuando nuestra propia acción resulta perturbada por la
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acción enemiga, como en las batallas navales de la época de la vela en que cada bando trataba de apuntar su artillería lateral contra cascos impotentes. Cosa similar ocurre hoy mismo en el combate aéreo entre cazas con armas de proa, en que cada piloto busca girar para colocarse en la cola del otro. También ha sucedido algo parecido en forma permanente en la guerra terrestre, donde existen frentes poderosos, flancos débiles y retaguardias aún más débiles. Pero de mucho mayor consecuencia es la dificultad elemental creada por el uso de su propia fuerza, de sus propias armas mortíferas por parte del enemigo. Ante la inminencia de la muerte posible, la menor acción que implique mayor exposición quedará inconclusa, a no ser que una serie de complejidades intangibles (moral, cohesión y conducción, entre otras) se sobrepongan al instinto de conservación. Y una vez que se ha aceptado debidamente la importancia capital de esos misterios intangibles en cuanto a lo qde sucede o deja de suceder, queda descartada toda simplicidad hasta en la más elemental de las acciones tácticas ejecutadas contra un enemigo activo y pertinaz. Muchas decisiones paradójicas quedan justificadas si se trata de enfrentar a un enemigo con la ventaja de que no pueda reaccionar porque ha sido sorprendido y no se halla preparado, o al menos no es capaz de reaccionar con la rapidez y contundencia necesarias. Ocurre que el incumplimiento de ciertos conceptos de optimización acordes con el sentido común, tales como que el camino más corto es preferible al más largo, que la luz diurna es preferible a la confusión nocturna, que una amplia y completa preparación es preferible a la improvisación repentina, o sea la elección deliberada de la peor opción en cada caso, es lo que genera la esperanza de que por tal razón las acciones consecuentes resulten inesperadas para el enemigo, lo encuentren sin estar listo, y por lo tanto con capacidad de reacción reducida. La sorpresa puede entonces reconocerse como lo que verdaderamente es: nunca un mero factor de ventaja entre muchos otros en la confrontación, sino más bien la suspensión, aunque breve y parcial, de todo predicamento estratégico, a pesar de que la lucha continúe. Sin un enemigo que reaccione, y según la extensión e intensidad de la sorpresa obtenida, la conducción de la guerra se convierte en un mero acto administrativo.* Aunque una tesis muy importante sobre conducción de la guerra ha *Si bien mi propósito a través de este libro es describir el fenómeno de la estrategia evitando dictar norma alguna, se trastrocaría su real naturaleza si quedara la impresión de que la guerra, tan preponderante en esta cuestión, no es más que la interrelación de esquemas inteligentes, sin considerar los factores morales que condicionan la capacidad de cada bando de sobreponerse a interminables dificultades, riesgos impredecibles, y al sufrimiento humano en el combate.
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sido construida sobre esta misma proposición, (1) que aconseja asumir decisiones paradójicas siempre que sea posible para intentar una acción militar según la "línea de menor expectativa", el consejo ha sido ignorado en forma rutinaria, por buenas razones. LOS COSTOS DE LA SORPRESA Por definición, cada decisión paradójica efectuada para conseguir la sorpresa debe tener su costo, manifestado a través de cierta disminución de la fuerza disponible. En la guerra, el camino más largo y escabroso cansará a los hombres, estropeará a los vehículos y consumirá mayores abastecimientos; si el acercamiento a la zona de combate es dificultoso y prolongado, aumentará la proporción de rezagados que no llegarán a tiempo para participar. Las fuerzas no pueden desplegarse y desplazarse, ni tampoco las armas apuntarse con idéntica precisión de noche que de día, y es posible que entonces una parte quizá poco significativa, importante o mayoritaria de los efectivos no actúen durante el combate. En forma similar, para accionar más rápidamente de lo esperado por el enemigo en base a sus propios cálculos de tiempos de alistamiento, usualmente se requieren improvisaciones de cierta trascendencia, que impedirán la utilización cabal de hombres y máquinas que de otro modo estarían disponibles para la lucha. Generalmente, toda clase de maniobra -acción paradójica que busca eludir de algún modo el máximo poderío del enemigo-tendrá su costo implícito, independiente del medio ambiente y de la naturaleza del combate.* En cuanto al secreto y engaño, clásicos atributos de la sorpresa que a menudo preparan el escenario para la maniobra, también poseen su propio costo. Siempre se recomienda mantener el secreto a quienes practican la guerra, como si no tuviera costo alguno, pero es raro que pueda negarse totalmente al enemigo el conocimiento de nuestras intenciones sin sacrificar en alguna medida la vital preparación. Normalmente, la adopción de estrictas precauciones de seguridad interferirá con el alerta inmediato y con el máximo alistamiento de quienes participarán de algún modo en el combate; por ejemplo, se restringirá la magnitud y el realismo de ejercitaciones que mucho *El término maniobra se usa comúnmente en la jerga militar como mero sinónimo del movimiento. En realidad no hace falta el desplazamiento, sino que la acción sea paradójica, porque se supone que la acción con sentido común (mínimo esfuerzo) sea capaz de eludir al enemigo, ya que éste habrá desplegado sus fuerzas precisamente para oponerse a cualquier obviedad. La sorpresa, por contraste, no es condición necesaria; puede hacer posible la maniobra, pero asimismo se logrará con ventaja de velocidad en la ejecución.
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contribuyen a mejorar el desempeño en diversas clases de combate, y resultan especialmente necesarias si la acción a desarrollarse es inherentemente complicada, tal como el asalto anfibio olas operaciones de comando. Por supuesto, cada limitación impuesta sobre la reunión y aproximación preliminar de las fuerzas de combate afectará de algún modo su óptima disposición y ubicación. Como el secreto rara vez es absoluto, la filtración de la verdad sólo puede evitarse mediante el engaño, de modo que las "señales" generadas por los preparativos que puedan ser detectadas queden inmersas en "ruido" artificial. (2) El engaño puede lograrse a veces sin ningún costo operativo, únicamente mediante mentiras bien distribuidas. Pero con mayor frecuencia se requerirá alguna acción de diversión que confunda al observador enemigo, precisamente por no contribuir al propósito de la operación en marcha. Los bombarderos que son enviados a atacar blancos secundarios mientras simulan ser una formación masiva dirigida a sitios bastante diferentes, de todos modos infligirán daños, pero sobre objetivos no tan críticos. Pero los buques que son destacados en una maniobra fingida, con la única tarea de dar la vuelta en cuanto el enemigo vaya hacia ellos, quizá no ejerzan ninguna otra contribución a la batalla. Todas estas formas de autodebilitación deliberada causadas por decisiones paradójicas, encuentran justificación por el único beneficio de la sorpresa, si es que logran debilitar la reacción enemiga en grado mayor. En un caso extremo, la sorpresa se obtendrá teóricamente de la mejor manera si se actúa en forma tan paradójica que resulte absolutamente contraproducente; por ejemplo, si casi todos los efectivos son empleados para el engaño, quedando solamente un puñado de hombres para combatir de veras, seguramente que se obtendrá la sorpresa, pero corriéndose un gran albur de ser derrotados con facilidad, aun a manos de un enemigo totalmente engañado y falto de preparación. Obviamente, la tendencia paradójica a la "mínima expectativa" debe detenerse mucho antes del extremo en que ya es casi suicida, pero el punto exacto de decisión no queda claramente establecido. A pesar de que exista la certeza de cierta pérdida del potencial disponible, la obtención de la sorpresa no queda garantida; si bien el costo puede usualmente calcularse con exactitud, el beneficio posible será pura especulación hasta que quede confirmado por los hechos. FRICCIÓN Además de los costos de la sorpresa obtenida por las aperturas paradójicas de la línea de expectativas lógicas del enemigo, existen algunos riesgos. En realidad, la finalidad de lograr la sorpresa no es
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otra que disminuir el riesgo mortal de exponerse al poderío enemigo, o sea el riesgo de combate. Pero hay otra clase de riesgo, no tan peligroso en sí mismo para cada unidad específica en determinado momento, pero quizá más comprometedor para la fuerza en su conjunto. Esta segunda clase de riesgo, que tiende a incrementarse con cualquier desviación de la simplicidad del ataque directo y frontal, es el riesgo de organización por fallas en la implementación, o sea un fracaso que no es provocado por la malevolencia del enemigo, sino por colapsos, errores y demoras en el abastecimiento, la operación, el planeamiento y la conducción de fuerzas militares. Cuando se trata de reducir el riesgo de combate previsto empleando algún tipo de acción paradójica, en especial conservando el secreto, o mediante el engaño o la maniobra, la acción tiende a hacerse más complicada y extendida, incrementándose en la misma proporción los riesgos de organización. El aspecto organizativo de la contienda alcanza máxima importancia para quienes tienen la responsabilidad de la conducción durante los intervalos de combate, que pueden ser muy breves. Nuevamente, cada pequeña cosa que deba hacerse para abastecer, mantener, operar y conducir las fuerzas armadas puede resultar muy simple si se excluyen todos los misterios intangibles que hacen posible el combate. Pero si están incluidos, las cosas se complican en tal grado que el estado natural de las fuerzas militares de cualquier magnitud resulta ser el caos y la inmovilidad, de donde sólo pueden rescatarlas la disciplina y la conducción para posibilitar cualquier acción efectiva. Imaginemos un grupo de amigos que coordinaron una excursión a la playa en varios automóviles, con sus respectivas familias. Quedaron en encontrarse en la casa mejor ubicada a las 9, para partir inmediatamente aprovechando el tránsito fluido y llegar a destino aproximadamente a las 11. Una de las fan.fias ya se hallaba lista a partir hacia el sitio de reunión, cuando uno de los niños anunció su urgente necesidad; se abrió la casa, el chico fue y volvió, se puso en marcha el coche y arribaron al encuentro con breve demora a las 9.15. Una segunda familia, que vivía un poco más lejos del punto de reunión, tuvo un retraso más importante: olvidaron una caja con avíos esenciales. Lo descubrieron casi a la vista del punto de encuentro, así que mientras volvieron a buscarla y regresaron ya era cerca de las 10. Una tercera familia causó mayor demora: su auto se negaba a arrancar. Luego de probar diversos arreglos familiares, mientras el tiempo pasaba, y después de aguardar la llegada del auxilio que tampoco logró ponerlo en marcha, finalmente un vecino tuvo la gentileza de facilitarles su propio coche. Descargaron y cargaron rápidamente, aceleraron con impaciencia, pero cuando se juntaron can sus amigosya eran bastante pasadas las 10. Todavía no había comenzado el viaje. Algunos de los chicos estaban esperando desde hacía más de una hora,
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y entonces fue el turno para pedir por una breve demora. Cuando al fin pudieron partir, ya el tránsito era intenso, y en vez de dos horas el viaje insumió más de tres, incluyendo paradas para que un coche cargara nafta, una familia saciara su sed, y los chicos que clamaban por almorzar a viva voz. Por último arribaron a la playa, como habían previsto, pero largo rato después de pasadas las 11. En ningún momento nuestro grupo imaginario vio entorpecida su acción por la voluntad activa de un enemigo; todo lo ocurrido fue consecuencia de demoras inintencionales y pequeños incidentes se mejantes a la fricción que impide el movimiento de las maquinarias. Por supuesto que el término se halla definido en De la guerra de Clausewitz, cuya influencia en lo anterior será fácilmente reconocible: "Todo lo que sucede en la guerra es muy simple, pero la cosa más simple se hace difícil. Las dificultades se acumulan y acaban por producir cierta clase de fricción que parece inconcebible, a menos que uno haya experimentado la guerra". (3) La fricción es el medio fundamental en que se desarrolla la acción estratégica, y la más constante compañía en la guerra. En mi tan mundano ejemplo, la demora inicial al comienzo del viaje fue más de una hora, y el retraso acumulado mucho mayor. Fácil será i maginar la multiplicación de la demora si se incluyeran más familias. Eventualmente, si se agregara un número suficiente se alcanzaría un punto en que nunca comenzaría el viaje, suponiéndose que todos debieran aguardar el arribo del último. No puede afirmarse cuántas familias serían necesarias para asegurar la inmovilidad hasta que el día se considere perdido, pero bastarían algunas docenas. Sin embargo, ni siquiera un grupo tan nutrido sería de magnitud comparable a un simple batallón, ni a la tripulación de un modesto buque de guerra, ni al personal de uno o dos escuadrones aéreos. Una fuerza militar no incluye niños que pudieran retrasarla, y puede reprimir faltas menores por medio de disciplina, mas a pesar de todo se halla en situación mucho más desfavorable que nuestro infortunado grupo tratando de llegar a la playa. Por una parte, sus abastecimientos tendrán dimensiones bastante distintas, y cualquier necesidad que no se haya previsto con antelación no podrá solucionarse mediante una breve parada en ruta. Una flota en alta mar puede reabastecerse a la perfección, pero lo que queda pendiente tendrá que esperar hasta la próxima vez; para las unidades del ejército o la fuerza aérea alejadas de bases bien provistas, el terreno que las rodea sería equivalente al desierto, por que ya no basta con pasto y comida para librar una guerra. Hubo también una falla mecánica en mi ejemplo, pero ocurrirán muchas más en fuerzas militares cuyas armas, vehículos, radares, radios y demás equipos electrónicos o mecánicos raramente resultan
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tan confiables como la mayoría de los automóviles actuales. Los tanques de batalla están muy bien protegidos contra el fuego enemigo, pero sin embargo son asombrosamente delicados en cuanto a su maquinaria interna, y cada uno de los muchos artefactos electrónicos contenidos en un solo avión de combate tiene idéntica propensión a fallar que el sistema de encendido del coche familiar. No hubo intervención de errores operativos para retrasar nuestro grupo de bañistas, y todos los conductores manejaron sin problemas. Pero a pesar del óptimo adiestramiento, exámenes severos y ejercitaciones frecuentes, ninguna fuerza militar puede confiar en tal perfección de todos los operadores de sus múltiples equipos. Hace falta mucha habilidad inconsciente para manejar un automóvil en medio del tránsito, y mucha más se requiere para controlar la mayoría de las máquinas de guerra actuales; además, en lugar de años de experiencia cotidiana como poseen la mayoría de los conductores, incluso los más jóvenes, casi todos los operadores militares disponen de algunos meses de práctica poco frecuente, porque ellos o sus equipos son nuevos en la tarea. En mi ejemplo el plan era muy simple, con un punto inicial, una sola ruta y un destino fijo, pero se cometió una grosera equivocación al no prever que la partida a las 9 no dejaría suficiente margen para evitar el tránsito intenso en la autopista hacia la playa. Los planes militares bien elaborados tratarán de conseguir esa misma simplicidad, aunque rara vez lo lograrán a causa de los múltiples elementos de una fuerza que deben coordinarse entre sí para realizar determinadas acciones. Si bien los planificadores competentes tratarán que quede espacio para compensar lo mejor que se pueda por todas las fuentes de fricción, sin duda que sus propios errores agregarán una más. Finalmente, existe un comando de la operación, o sea un organismo responsable del asesoramiento de inteligencia, la toma de decisiones, l a intercomunicación, y la supervisión o control. En mi ejemplo hubo un plan de acción pero faltaron el comando, la inteligencia, la intercomunicación y la supervisión; de haberse previsto, el resto del grupo hubiera descubierto rápidamente el inconveniente surgido con el coche de la tercera familia y se hubieran tomado medidas para conseguir su reemplazo a la brevedad. Las estructuras del comando militar y sus ramas de inteligencia y comunicaciones tienen por función aprovechar las fugaces oportunidades de combate y limitar los riesgos inmediatos, pero además en la misma medida superar la fricción. Sin embargo, a lo largo del proceso aparecen otras causas de fricción. La inteligencia equivocada, obsoleta o engañosa puede inducir a errores de decisión; las redes de comunicaciones pueden ser altamente sofisticadas, confiables y seguras en todo aspecto, pero todavía los mensajes llegar confusos, ser mal encaminados o ni siquiera transmitidos. Asimismo,
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los errores de supervisión quedan garantidos por el delicado equilibrio entre la necesidad de mantener la debida coordinación entre elementos separados y aquella de permitirles libertad de acción a cada uno de ellos. Una vez que todas estas causas de fricción han sido consideradas en conjunto, donde algunos efectos aparecen como multiplicadores y no solamente aditivos, queda claro el completo significado del riesgo de organización. Así como nuestro imaginario grupo de familias pudo perder con facilidad su día de playa si su tamaño aumentaba lo suficiente como para fomentar la fricción, cualquier acción militar puede fracasar internamente aún sin encontrarla acción deliberaday opuesta del enemigo,* sino por la simple acumulación de colapsos, errores y demoras, cada uno de ellos insignificante de por sí. Este es el contexto en que hay que estudiar cualquier esfuerzo para lograr la sorpresa: cada decisión paradójica que se introduce para conseguirla, con su implícito apartamiento del curso de acción más simple y fácil, incrementará aún más la fricción y por consiguiente el riesgo del fracaso organizativo. Cuando el riesgo de combate se materializa, el sangriento resultado se contabiliza en muertos y heridos. Cuando el riesgo de organización se materializa, la acción fracasa en forma que podría considerarse incruenta. Parecería entonces correcto comparar el riesgo de organización con el riesgo de combate para decidir ef consecuencia cuánta complicación sería aceptable en aras de la sorpresa. Pero esto es razonable si se aplica a un solo acto de guerra, como en caso de una incursión de comandos realizada en tiempo de paz. De otro modo, uno de los riesgos complica al otro. Por supuesto que el buque de guerra ausente de la batalla por ser mal dirigido a causa de fricción del comando, el batallón de tanques que se queda sin combustible en su camino hacia el frente por culpa de fricción de abastecimientos, el avión de caza que no puede interceptar porque la fricción de mantenimiento le impide el despegue, todos ellos permanecerán bien seguros durante cierto tiempo. La aproximación directa y el ataque frontal resultan por consiguiente condenables con suma facilidad por los partidarios de la circundación paradójica, porque contemplan un único empeñamiento analizando con cuidado los efectos nocivos del riesgo de combate, * Sin embargo, un enemigo talentoso intentará dirigir sus ataques en forma bien calculada para complicar las fricciones inherentes. Se dedicará a las líneas de abastecimiento si la fuerza ya está afectada por la escasez; contra las comunicaciones, si no le resultan confiables, y así sucesivamente. Estas son instancias de la clase más ambiciosa de operación militar: la maniobra de relación; o sea la aplicación del esfuerzo contra las debilidades del enemigo específicamente identificadas; una forma de guerra a ser discutida más adelante, y que a su vez resulta altamente vulnerable a la fricción.
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mientras que no ven muy claramente el incremento resultante del riesgo de organización. Pero cuando nonos limitamos a considerar un simple enfrentamiento sino la totalidad del conflicto, se hace evidente que el riesgo de organización complica en forma notable al riesgo de combate. En la ocasión mencionada, la flota empeñada en combate quedó debilitada por la ausencia del buque mal dirigido, y las demás naves estuvieron más expuestas al riesgo de combate; lo mismo ocurrió con los batallones vecinos al detenido por falta de combustible, y con los otros aviones del escuadrón. En la siguiente oportunidad, aquellos que faltaron al primer combate probablemente tengan que batirse junto con fuerzas ya debilitadas a causa de las pérdidas que se agregaron por sus ausencias en el primer tiempo, cosa que a su vez incrementará sus propios riesgos de combate. LA PREVALENCIA DE LA ACCIÓN PARADÓJICA Si bien los beneficios de los esquemas paradójicos quedan compensados por el potencial de combate perdido y además por el riesgo de organización agregado, las acciones directas conformadas según la lógica lineal para lograr el óptimo empleo de todos los medios disponibles mediante métodos simples se encuentran muy raramente en la cronología bélica, y casi nunca escapan a la crítica. Al menos, algunos elementos paradójicos se hallarán presentes en la preparación y conducción de la mayoría de las acciones militares competentes. En realidad, aquellos comandantes cuyas fuerzas son en su conjunto superiores alas del ocasional enemigo, hallarían cierta justificación en menospreciar la sorpresa recurriendo a una acción perfectamente preparada con todo su poderío, conducida por métodos muy simples y con el mínimo riesgo de organización. Por ejemplo, tal fue el caso en las etapas iniciales de las guerras coloniales libradas en diferentes partes del mundo, hasta que los guerreros nativos aprendieron a dispersarse al enfrentar tropas bien adiestradas y provistas de armas de tiro rápido. También se dio el mismo caso durante los meses finales de la Segunda Guerra Mundial, cuando los ejércitos americano, soviético y británico, con avasalladora potencia de fuego, realizaron ofensivasbien preparadas y ataques frontales contra un ejército alemán en declinación, mientras sus respectivas fuerzas aéreas abandonaban todo artificio para bombardear en incursiones masivas diurnas a Alemania y Japón. Era todavía guerra, aunque inusual, porque la lógica de la estrategia ya no importaba demasiado; la reacción del enemigo, así como su real existencia como entidad consciente y activa, podía simplemente dejarse de lado. Si el enemigo es tan débil que sus fuerzas pueden
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considerarse como una disposición pasiva de blancos que muy bien podrían ser inanimados, se aplica con toda validez la lógica lineal normal de la producción industrial, con sus criterios derivados de eficiencia productiva, y la lógica paradójica de la estrategia pasa a ser irrelevante. Según Clausewitz: "La diferencia esencial estriba en que la guerra no es un ejercicio de la voluntad dirigido a materia inanimada, como en el caso de las artes mecánicas... En la guerra, la voluntad se dirige hacia un objeto animado que reacciona. Obviamente, la codificación intelectual usada en artes y ciencias resulta inapropiada para dicha actividad". (4) A pesar de que la estrategia comprende tanto al conflicto como a la forma de evitarlo, y por supuesto la conducción de la guerra en todos los niveles, desde el táctico al de la gran estrategia, nada nos dice respecto de los aspectos puramente administrativos de cualquiera de ellos, donde lo que hagan o dejen de hacer otros seres activos y conscientes no interesa para nada. Así como no se obtiene ventaja alguna eligiendo deliberadamente botas tres números más pequeñas o usando incorrectamente las armas por propia voluntad, porque ni las botas ni las armas responderán adecuadamente a semejante acción paradójica, tampoco existe interés alguno en circundar y sorprender a un enemigo considerado tan débil que su reacción puede ser ignorada con toda tu -anquilidad. Sin embargo, tan afortunada condición es más bien una. rareza. únicamente un enemigo muy mal informado o guiado por propósitos trascendentes decidirá deliberadamente empeñarse contra una fuerza desmesuradamente superior; si fuera el caso que una determinada fuerza se encontrara de pronto superada, normalmente tratará de eludir el combate mediante la retirada o la rendición. Por otra parte, resulta bastante más común el fenómeno de una fuerza armada que actúe con expectativas erróneas de su presuntamente amplia superioridad, y por lo tanto confíe demasiado en la lógica lineal para optimizar la administración de sus propios medios, sin ejercer el esfuerzo necesario para sorprender al enemigo con una conducta paradójica adecuada. En realidad, la prevalencia de lo paradójico en la conducción de la guerra debería reflejar la percepción del equilibrio de fuerzas, y así ocurre normalmente. De una manera que asimismo resulta paradójica, quienes poseen mayor debilidad material, y en consecuencia tienen buenas razones para temer al choque directo entre fuerzas en la confrontación contra un enemigo alertado, pueden obtener el máximo beneficio recurriendo a una conducta paradójica autodebilitante, siempre que les sirva para asegurar la sorpresa y así quizá lograr la victoria. Si el equilibrio de fuerzas resultara desfavorable por algo más que una mera combinación de tiempo y lugar en el marco de un determinado empeñamiento, sino que fuera en vez un reflejo de la circunstancia
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permanente de un estado entre otros estados, entonces la prosecución de la "línea de mínima expectativa" mediante acción paradójica puede llegar a caracterizar el estilo nacional de hacer la guerra. Se dice que Israel provee el mejor ejemplo contemporáneo en tal sentido, aunque ha evitado sistemáticamente el choque directo entre fuerzas, tanto para limitar el número de bajas como para contrapesar su inferioridad real en medios y efectivos. Guerra tras guerra, y en diversas acciones aisladas de combate ocurridas en los intervalos, las fuerzas armadas israelíes han optado por aceptar su propio debilitamiento y el incremento del riesgo de organización a cambio de la maniobra conducente a la sorpresa. Aun así, esas fuerzas mucho más débiles que lo necesario desde el punto de vista material (a causa del secreto, el engaño, la improvisación y la extensión excesiva) y operando con tanta fricción autoimpuesta que su situación ha lindado con lo caótico, han derrotado invariablemente a sus enemigos tomándolos por sorpresa porque su potencial no se hallaba desplegado totalmente en el lugar, o porque sus fuerzas no estaban material o moralmente preparadas para el combate. La constante preferencia de Israel por la acción anticonvencional y paradójica no persistiría sin eventualmente desvirtuar su propósito. A través del tiempo, sus antagonistas comenzaron a revisar sus propias expectativas. Aprendieron de la experiencia a desconfiar de las estimaciones de movimientos israelíes basadas en lo que el sentido común indicaba como el mejor modo de acción disponible. Hasta que finalmente, en la guerra del Líbano de junio de 1982, los sirios no fueron de ningún modo sorprendidos por el intento israelí de avanzar hacia su retaguardia siguiendo los peores caminos de montaña, (5) y actuaron oportunamente para bloquear el muy estrecho pasaje. Pero fue el próximo movimiento el que los sirios no pudieron prever en absoluto, y entonces contemplaron incrédulos, sin poder reaccionar con el paso de las horas, el lanzamiento de una ofensiva muy directa, masiva y frontal por parte de las divisiones blindadas israelíes en el valle del Líbano. (6) Con el equilibrio de fuerzas totalmente favorable en la ocasión, y sin tiempo que perder ante la posibilidad de un cese de fuego, los israelíes decidieron sacrificar toda esperanza de lograr la sorpresa atacando frontalmente a plena luz del día, sólo para encontrarse a su vez muy agradablemente sorprendidos por la falta de preparación de los sirios. Obviamente, ya en 1982 su estilo paradójico de hacer la guerra era totalmente conocido a través de enfrentamientos anteriores, y consecuentemente la línea israelí de mínima expectativa no podía ser otra que la aproximación más directa y frontal.
CAPÍTULO 2
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Resulta obvio que la sorpresa no puede conseguirse repitiendo idénticas estratagemas. Pero esto sirve de ejemplo no demasiado importante del proceso de lógica paradójica de la estrategia en forma dinámica. Hasta ahora dicha lógica había sido considerada principalmente desde el punto de vista de un solo participante, y en casos en que era comprendiday explotada conscientemente. Sin embargo, me he referido casi siempre a situaciones y decisiones simples, y por consiguiente la lógica de la estrategia se ha percibido como una serie de imágenes estáticas separadas. Mas es evidente que hay al menos dos voluntades conscientes y opuestas en cualquier encuentro estratégico, en guerra o paz, y las acciones se realizan en forma instantánea sólo rara vez, como en un duelo de pistola; por lo general, las actividades de cada parte se desenvuelven recíprocamente a través del tiempo. En cambio, una vez que se entiende la lógica paradójica de la estrategia como un fenómeno objetivo cuyas consecuencias tienen lugar aunque los participantes no traten de explotarlas y ni siquiera se hayan enterado del proceso, y una vez que se ha introducido debidamente al tiempo como elemento dinámico, podemos identificar a la lógica en su conjunto como la unión e incluso la inversión de los opuestos. Este proceso no se manifiesta solamente en el hecho de optar por soluciones anticonvencionales a fin de lograr la sorpresa, cosa que eventualmente se torna bastante previsible, sino en todo lo que sea estratégico, en todo lo que es característico de la lucha de voluntades adversarias. En otras palabras, si el transcurso del tiempo adquiere relevancia y la lógica paradójica de la estrategia asume forma dinámica, se convierte en la unión e incluso en la inversión de los opuestos. Por consiguiente, en el reino de la estrategia ningún modo de acción puede persistir indefinidamente. Tenderá a evolucionar hacia su opuesto, salvo que la lógica de la estrategia se contrapese mediante algún cambio exógeno en la situación de los participantes. A menos que ello suceda, la lógica introducirá una evolución de autonegación que podría alcanzar el extremo de la inversión absoluta, anulando la guerra y la paz, la victoria y la derrota, ya que todo queda incluido.
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Considérese lo que ocurre cuando un ejército avanza victoriosamente en un típico ambiente de guerra terrestre. Puede que haya librado una o más batallas, y ha prevalecido sobre el ejército enemigo, forzándolo a retirarse. Quizás el derrotado huya a la desbandada, o se halle próximo a ser arrinconado y destruido; en ambos casos todavía es posible la inversión de los opuestos, como veremos, pero nunca dentro de esa misma guerra. Mas si el ejército derrotado continúa combatiendo aunque sea en retirada, comenzarán a aparecer ciertas pautas en sentido opuesto. El ejército triunfante avanza alejándose de su territorio y bases de vanguardia cuyos campos de adiestramiento, industrias, depósitos y talleres apoyaron su éxito reciente; y ahora debe satisfacer sus necesidades mediante rutas de refuerzo y abastecimiento que se alargan cada vez más. En contraste, se supone que el ejército derrotado se acerca progresivamente hacia sus propias bases, de modo que las rutas logísticas se van acortando. El primero debe incrementar el esfuerzo para sostenerse, y quizá tenga que trasladar gente y equipos desde el frente de combate para robustecer unidades logísticas, o al menos emplearlos refuerzos con ese fin. En cambio, el segundo puede entonces reducir su esfuerzo de transporte y disponer de personal y equipos pertenecientes a las unidades logísticas para reforzar sus líneas de vanguardia. El ejército victorioso ingresa en un territorio que hasta ese momento se hallaba en manos enemigas, y su población puede resultar hostil y apoyar a partisanos armados, o quizás hayan quedado tropas regulares para iniciar acciones de guerrillas. Con suerte, las demandas de personal y recursos del flamante gobierno militar de ocupación pueden ser satisfechas por lo que se requise a nivel local pero es poco probable. Si existe resistencia armada en forma de incursiones y sabotajes contra ferrocarriles, convoyes motorizados, depósitos, unidades de servicios y puestos militares, será necesario distraer del frente unidades de combate para proveer guardias, patrullas de seguridad y fuerzas de reacción rápida en áreas de retaguardia consideradas inseguras. Si el ejército victorioso libera a los civiles amistosos que no ofrezcan resistencia ni refugio a enemigos, todavía existe cierta desventaja en el avance: el ejército en retirada ha ejercido la ocupación, y ahora puede hacer retornar guardias, patrullas de seguridad y unidades de protección al frente de combate. El ejército ganador posee el impulso y la iniciativa para determinar el tren y la dirección de avance, de modo que puede sobrepasar y cortar la retirada al enemigo si sus columnas se desplazan a suficiente velocidad. De otra manera, el ejército en retirada, a menos que sea hostigado incesantemente, puede resultar favorecido al emplear tácticas defensivas en cada encuentro. Sus unidades de retaguardia podrán elegir el terreno en cada pausa de combate para batir al enemigo
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expuesto y en movimiento desde posiciones protegidas, e incluso emboscar a las fuerzas que tengan la poca fortuna de avanzar con demasiado entusiasmo. Los efectos de la victoria y la derrota sobre la moral y la conducción son bastante inciertos. La moral de combate no define la felicidad, sino la voluntad de lucha ante el peligro mortal; la victoria hará feliz a la tropa, mas luego de pelear y vencer puede que sientan que ya hicieron bastante por el momento (Clausewitz definió ese fenómeno como "la relajación del esfuerzo"). En cambio, la derrota resulta a menudo desmoralizadora, induciendo a la pasividad y hasta a la deslealtad activa, pero también puede alentar a los hombres a pelear más duramente la próxima batalla, especialmente si piensan que podrían haberse esforzado más en el encuentro anterior. Asimismo, la conducción puede resultar muy favorecida por el triunfo; con igual facilidad caería en descrédito. Cuando se ha logrado éxito en varias oportunidades, quizá disminuye el impulso a exhortar y empujar a los hombres hacia los riesgos del combate. Por contraste, en un ejército en retirada es posible que los líderes hayan perdido toda autoridad; de lo contrario, h ay veces en que el triste recuerdo del reciénte fracaso los lleva a exigir más a su tropa, transmitiéndoles la energía necesaria. En lo referente a la experiencia y los procedimientos operativos, la cosa no resulta tan equilibrada. Ante el éxito, todos los hábitos, procedimientos, organizaciones, tácticas y métodos militares serán indiscriminadamente confirmados como válidos, .y hasta quizá brillantes, incluso aquellos que requerían modificaciones sustanciales o que fueron indudablemente perjudiciales, pero todas las deficiencias quedarán ocultas por la omisión de un análisis detallado de lo actuado. Evidentemente, la derrota es mejor maestro. Por cierto que el razonamiento crítico se agudizará por el fracaso, y si se ofrecen soluciones para paliarlo es menos probable que choquen contra la inercia conservadora, porque los jerarquizados defensores del statu quo se habrán desprestigiado por la derrota. Si la industria y la población continúan movilizadas y el ejército victorioso sigue recibiendo importantes refuerzos, su poderío creciente queda asegurado aunque prosiga su avance; en otras palabras, el cambio exógeno puede anular los efectos de la lógica. Si así no ocurriera, y ambos procesos simétricos quedaran en descubierto, entonces se vería que la misma victoria y el avance exitoso tienden a debilitar al ejército vencedor, como asimismo el fracaso y la retirada obran para fortalecer al recién derrotado. CULMINACIÓN E INVERSIÓN En un contexto dinámico, la unión de victoria y derrota puede extenderse más allá de su propia confluencia, hasta el extremo de la
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completa inversión. En mi ejemplo, si un ejército victorioso puede conseguir la conquista total o imponer la rendición a breve plazo, su sutil debilitamiento no tendrá efecto sustancial, como tampoco las tendencias que comienzan a fortificar al vencido. Por otra parte, si la profundidad del territorio y su propia tenacidad bastan para extender el conflicto, el derrotado podrá llegar a beneficiarse por la paradoja dinámica, quizá hasta lograr a su vez la victoria, si es que el ejército entonces triunfante simplemente persiste en su avance, arruinándose al continuar una vez superado su "punto culminante de victoria" (nuevamente, expresión de Clausewitz). Por supuesto que esto no significa que la victoria debe inexorablemente transformarse en derrota si la guerra continúa. Pero a menos que se beneficie por una ayuda extraordinaria proveniente de sus fuentes fundamentales de poderío militar (factores ajenos a la lógica), el ejército victorioso tendrá que frenar su avance exitoso para descansar y recuperarse, si es que quiere neutralizar las tendencias desfavorables ya insinuadas. Mediante la restauración de sus energías morales y de la conducción, merced a reposo y reemplazos, adelantando su organización logística, proveyendo seguridad a la retaguardia en caso que estuviera amenazada, y revisando procedimientos, tácticasy métodos que el enemigo tratará de deducir y perturbar, el ejército victorioso puede recuperar su capacidad para obtener mayores triunfos, trasladando efectivamente hacia adelante y hacia el futuro el punto culminante de éxito. Las campañas terrestres de la Segunda Guerra Mundial pusieron de relieve todas las variantes de unión o inversión de victoria y derrota de modo particularmente dramático, porque los blindados y la aviación trajeron nuevamente la maniobra profunda a escala napoleónica, terminando con la supremacía defensiva de las líneas estáticas de trincheras de 1914-1918. La invasión alemana a Holanda, Bélgica y Francia que comenzó el 10 de mayo de 1940 y finalizó el 17 de junio con el pedido francés de armisticio, fue conseguida (con lo justo) dentro de la extensión de un único esfuerzo culminante. (1) Para entonces, las diez divisiones Panzer que encabezaron el avance habían sufrido tantas pérdidas de tanques, transportes de personal y camiones, que su poderío tuvo que ser apuntalado recurriendo a equipos capturados y a la confiscación de vehículos civiles. En las divisiones de infantería que constituían el grueso de los ejércitos invasores, las tropas habían m archado a pie desde el comienzo, y se hallaban prácticamente exhausta:-;. En cuanto a la organización logística germana, que debía apoyarse eii carros tirados por caballos para garantizar la circulación desde los depósitos de retaguardia a las unidades de combate, se habían extendido tanto que solamente la abundancia de alimentos y pasturas en las prósperas tierras que se acababan de conquistar evitaron una escasez crítica en el ejército invasor. El reabastecimiento de munición no
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representó un problema serio en esa campaña de maniobras rápidas y penetraciones ofensivas breves, en la cual la mayoría de los encuentros fueron poco más que escaramuzas. Pero las briosas divisiones Panzer únicamente pudieron continuar su marcha confiscando combustible a medida que avanzaban. (2) Cuando los ejércitos de Hitler atacaron a la Unión Soviética casi un año después, el 22 de junio de 1941, sus limitados efectivos se habían incrementado apenas marginalmente con la incorporación de camiones franceses capturados y confiscados, y por una pequeña expansión de fuerzas mecanizadas. De las 142 divisiones alemanas pertenecientes a los tres cuerpos de ejército desplegados entre el Mar Báltico y el Mar Negro en vísperas de la invasión, solamente 23 eran Panzer, y las restantes estaban equipadas con blindados livianos o motorizadas. El total de entonces del ejército alemán, en todos los frentes, era de 88 divisiones provistas de vehículos franceses; aun así, a 75 de las divisiones de infantería del Frente Oriental hubo que retirarles los camiones para equiparar las columnas logísticas de los grupos de ejércitos, recibiendo en cambio cada una 200 carros campesinos. (3) Tal era la realidad detrás de la fachada de modernidad mecanizada que había jugado buena parte del impacto psicológico de la blitzkrieg. Pero la Unión Soviética es un país mucho más profundo que Bélgica o Francia. Además, sus líneas ferroviarias no servían de mucho a causa de su diferente trocha y del sabotaje frecuente; y los pocos caminos existentes eran tan malos que los vehículos se averiaban rápidamente. Por último, la tenacidad de la resistencia no disminuyó a pesar de sufrir varias derrotas catastróficas sucesivas. Así fue que a mediados de octubre de 1941, cuando las fuerzas germanas habían alcanzado lo que retrospectivamente puede definirse como su punto culminante de victoria, Moscú distaba todavía cien kilómetros de sus líneas más avanzadas. (4) No obstante, mientras Hitler estuviera al mando no habría oportunidad de tomarse un respiro. Las fuerzas del sector central del frente, ahora con Moscú como objetivo, continuaron su avance durante el mes de noviembre en penetraciones simultáneas desde el norte y el sur, para lograr otro gran envolvimiento que terminaría con el ejército soviético y con la guerra. De ese modo el ejército alemán sobrepasó su punto culminante de éxito y fue empujado hacia la rama descendente de la curva. La creciente escasez de munición en el frente de batalla obligaba a silenciar la artillería; también era afectada la infantería por la excesiva distancia desde las terminales ferroviarias hasta el frente para las columnas de carros a caballo y los pocos camiones existentes. Tampoco los ferrocarriles estuvieron en capacidad de solucionar las necesidades de abastecimiento, porque había una grave escasez de material rodante de trocha rusa. Durante este proceso, ominosamente, las prendas de
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equipo y los lubricantes de uso invernal quedaron abandonados en remotas playas de carga, ya que elementos esenciales como alimentos, combustible y munición, recibían máxima prioridad. En las fuerzas mecanizadas se prolongó la declinación del número de tanques, transportes de personal y tractores de artillería a medida que se acumulaba el desgaste natural y las reparaciones de campaña no daban abasto. Para entonces, los carros campesinos rusos requisados eran un elemento esencial para las divisiones Panzer. Mientras tanto, había comenzado en la retaguardia una activa resistencia de campesinos y soldados separados de sus unidades, sumando trabajo policial a las tareas de masacre y confiscación que ya mantenían ocupados a muchos alemanes que podrían haberse hallado en el frente. En parte por esta causa, el flujo de personal de reemplazo fue lentamente superado por el número creciente de bajas. En particular, los soldados alemanes en el frente fueron muy afectados por el frío y el agotamiento fisico, y desmoralizados por su mismo triunfo. Habían proseguido avanzando kilómetros y kilómetros desde el 22 de junio, capturando hacia noviembre unos tres millones de soldados soviéticos, y matando decenas de miles en un encuentro tras otro. Pero así como parecía quedar por delante enorme extensión de tierras sin conquistar, también había innumerable cantidad de tropas soviéticas para resistirles, sin vislumbrarse el fin de la lucha. Pero Hitler y sus generales no se detendrían estando a la vista de Moscú. Se hizo otro gran esfuerzo al lanzarse la ofensiva final el 1° de diciembre de 1941. cuando las tropas de vanguardia germanas estaban apenas a treinta kilómetros de la Plaza Roja; se llevó a cabo con temperaturas congelantes, con tropas cuyas últimas fuerzas se disipaban rápidamente. (5) Cuatro días más tarde, al amanecer del viernes 5 de diciembre, el Ejército Rojo lanzó a su vez la primera gran ofensiva de la guerra. Los soldados soviéticos en uniformes blancos de invierno, empujaron a los alemanes obligándolos a retroceder el doble de la profundidad que habían ganado en su último avance tristemente exitoso. Luego que la ofensiva soviética detuvo finalmente el ininterrumpido progreso de las armas germanas, siguieron otros dos años de guerra alternativa durante los cuales se sucedieron golpes y contragolpes, y las espectaculares ofensivas de verano alemanas sólo produjeron nuevos retrocesos ante los ataques soviéticos de magnitud creciente. Después de sufrir enormes pérdidas a causa de su propia extensión exagerada, cuando la épica victoria en la saliente de Stalingrado fue seguida por un avance excesivo que preparó el escenario para el contraataque alemán de marzo de 1942, (6) Stalin y su alto comando aprendieron a alternar cada avance exitoso con una pausa deliberada para mantener sus ejércitos cuidadosamente alejados del punto culminante de victoria.
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A medida que la Unión Soviética movilizaba completamente su población e industria, y obtenía abundante ayuda americana y británica (409.526 jeeps y camiones ínter alia), (7) desplegaba fuerzas de magnitud creciente que eran hábilmente empleadas por una nueva generación de oficiales veteranos de guerra. El progresivo desequilibrio de las fuentes básicas del poderío militar motivó que la alternación de ofensivas alemanas y soviéticas en 1942-43 diera lugar a una ininterrumpida secuencia de victorias soviéticas, hasta la arremetida final contra Berlín. Pero hasta los últimos días, cuando 1asfuerzasgermanas en el Frente Oriental quedaban reducidas al grupo remanente de agotados veteranos, reclutas bisoños, marinos y aviadores trasladados de improviso y sin adiestramiento, muchachos, ancianos, y hasta discapacitados, cada ofensiva soviética victoriosa era cuidadosamente planeada para evitar excesos, y se recomendaba a los mariscales no caer en el "aventurismo", prefiriéndose la falta de empuje. (8) La guerra de once meses de duración en el Frente Occidental, desde los desembarcos del 6 de junio de 1944 en Normandía hasta la rendición alemana, no careció de episodios de exageración de la victoria ("triunfalismo") por parte de ambos bandos, si bien uno solo de ellos estaba en capacidad de recobrarse de los problemas derivados de la excesiva extensión. En cuanto a la guerra de una sola vía en África del Norte, donde se combatió hacia atrás y adelante a lo largo de 200 kilómetros de desierto que separaban las bases adversarias de Trípoli y Alejandría, no fue más que una serie de episodios similares hasta que la pesada cautela de Mont,gomery y la aplastante superioridad material permitieron un lento pero irreversible avance británico después de la batalla de El Alamein, el 23 de octubre de 1942. Por entonces, la guerra librada al estilo romántico-aventurero por los británicos, .y especialmente por las tropas de Rommel, había servido de magnífica demostración de principios: los avances victoriosos eran tan groseramente exagerados, que las flechas ofensivas desplegadas a lo ancho de todo el mapa podían representar apenas un puñado de vehículos próximos a quedarse sin combustible. Y que luego serían sobrepasados por el bando anteriormente derrotado en su rebote en búsqueda de triunfos igualmente frágiles. (9) Éste fue también el modelo de la guerra de Corea, en que cada bando prosiguió con sus ofensivas hasta extremos autodestructivos. El veloz avance norcoreano que se inició el 25 de junio de 1950y que hacia agosto conquistó la península entera, excepto el enclave de Taegu-Pusan, había claramente sobrepasado su punto culminante cuandofue lanzada la contraofensiva de MacArthur el 15 de setiembre con los desembarcos de Inchón. Esa espléndida victoria fue casi inmediatamente desperdiciada por una imprudente ofensiva que preparó a su vez la derrota. A pesar de que la cuña más vulnerable del avance america-
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no-surcoreno que había atravesado Corea del Norte para alcanzar el Río Yalú y la frontera china ya había sido replegada para el 26 de octubre, en noviembre la "Línea MacArthur" que teóricamente se extendía a través de la ancha base de Corea del Norte entre ambas costas, solamente existía en el mapa. En lugar de un frente sólidamente mantenido, con unidades en contacto hombro con hombro y desplegadas en profundidad, las columnas de las divisiones americanas y surcoreanas habían meramente avanzado dentro de algunos valles ampliamente separados por territorio montañoso transitable, poco controlado y sin patrullas; por otra parte, la moral de la tropa se hallaba disminuida por su convicción de que la guerra ya estaba peleada y ganada. Con amplios pasos abiertos a su frente, los chinos tenían la ventaja de poder infiltrarse ,y avanzar profundamente sin necesidad de combatir. Cuando el 26 de noviembre lanzaron su contraofensiva, las columnas aliadas en retirada debieron forzar su camino a través de emboscadas y barricadas. Hacia fines de enero de 1951 los chinos habían infligido una tremenda derrota alas fuerzas deMacArthur,avanzando mucho más allá de la frontera, hasta 65 kilómetros al sur de Seúl: demasiado lejos y demasiado rápido. Por consiguiente, la derrota y la retirada estaban ya previstas cuando los embates de la contraofensiva de Ridgeway en febrero, marzo y abril de 1951 liberaron Seúl por segunda vez en seis meses, así como a la mayor parte de Corea del Sur. Muchos otros ejemplos similares podrían citarse de las crónicas bélicas anteriores a la Segunda Guerra Mundial, y algunos muy interesantes del pasado reciente posterior al conflicto de Corea. Pero la insistencia sobre el tema serviría para disimular el carácter general del fenómeno que se pretende ilustrar: la lógica paradójica de la estrategia, cuya forma dinámica es la unión o inversión de los opuestos, incluso del éxito y el fracaso en una guerra terrestre prolongada y en gran escala. Los aspectos puramente mecánicos de la extensión excesiva, tal como el obvio efecto de la distancia respecto al desgaste de hombres y equipos, son sólo manifestaciones visibles de un fenómeno más profundo: ocurren simplemente cuando el teatro de operaciones es demasiado grande y los conductores de la guerra carecen de prudencia. En realidad, podemos establecer esa misma interacción entre éxito y fracaso en todo tipo de guerra. Esto sucede aunque los aspectos mecánicos de la extensión excesiva estén totalmente ausentes, siendo únicamente necesario que la duración de la acción deje campo suficiente para que se desarrolle la paradoja dinámica. Así por ejemplo, la lucha de seis años entre las fuerzas de bombardeo británicas y las defensas aéreas alemanas durante la Segunda Guerra Mundial se caracterizó por drásticos reveses de fortuna-hasta los últimos meses de destrucción sin resistencia-, aunque no se
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extendieron abruptamente las distancias excediéndose cierta capacidad de transporte prefijada, no existió un desgaste irreparable de camiones ni caballos exhaustos, ni agotadoras marchas de la infantería, ni se produjeron otros procesos físicos similares. La reversión del éxito y el fracaso en la guerra aérea sobre Alemania fue causada por la reacción recíproca-aunque algo demorada-de cada bando respecto al esfuerzo del otro, a lo largo del tiempo. Los jefes de la Luftwaffe comenzaron las hostilidades con el convencimiento de que su fuerza de cazas, pese a hallarse adiestrada para su empleo en el campo de batalla, (10) podía además garantizar la defensa aérea de Alemania, juntamente con la artillería antiaérea a nivel local, e indudablemente impedir la caída de bombas sobre sus ciudades; sin embargo, descubrieron que las cosas eran diferentes en el verano de 1940, cuando el Comando de Bombardeo británico inició sus ataques nocturnos, con pobres resultados al principio pero con virtual inmunidad. (11) Mas en el verano de 1942, en el preciso momento en que sus líderes llegaban a la conclusión de que solamente se requeriría el adiestramiento de suficientes tripulaciones y la producción de bastantes bombarderos para infligir daños irreparables al esfuerzo bélico alemán, lográndose así la victoria sin necesidad de ejércitos ni armadas, fue cuando el Comando de Bombardeo británico encontró la plena potencia del efecto retrasado de su propio éxito anterior. Las defensas aéreas alemanas habían mejorado sustancialmente, con radares de alarma e intercepción más eficientes y abundantes, nuevas barreras de reflectores, los primeros escuadrones de caza nocturna, y mayor cantidad de cañones antiaéreos; las pérdidas de bombarderos británicos pronto se harían insostenibles. (12) La Luftwaffe quedó satisfecha con el éxito creciente de sus defensas aéreas conducidas por radar, y prefirió no distraer de los frentes de guerra hombres, aviones y cañones que eran indispensables; así ocurrió que no estaba preparada para la reacción británica, consistente en un brusco incremento del bombardeo nocturno durante la primavera de 1943. (13) Los alemanes no pudieron solucionar la secuencia de contramedidas electrónicas que impedían la acción de sus cazas nocturnos, y sufrieron una mayor conmoción cuando el Comando de Bombardeo anuló totalmente sus radares de alarma con "chafl7', (14) y aprovechó esta repentina ventaja para lanzar las inauditas incursiones sobre Hamburgo del 24 de julio al 3 de agosto de 1943, quedando devastada la gran ciudad al experimentarse por primera vez el efecto de la "tormenta de fuego". (15) Por entonces, con mucha confianza en el constante progreso de sus fuerzas, ya que más y mejores aviones despegaban en cada una de las incursiones sucesivas, en noviembre de 1943 el Comando de Bombardeo dispuso la destrucción de Berlín, tal como ocurriera con Hamburgo. Ello sólo sirvió para que se chocara
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contra la reacción germana generada por la anterior victoria, en la forma de muy efectivas contra-contramedidas de la Luftwaffe, nuevas tácticas de la aviación de caza diurna y nocturna, además de un gran incremento de estas últimas aeronaves, y el establecimiento de un método de control terrestre muy mejorado, llamado "comentario continuo". En conjunto, el sistema alemán fue tan efectivo que únicamente el bombardeo aliado de diversión para inmovilizar los ferrocarriles franceses en preparación para el Día D permitió enmascarar la indudable derrota británica en la "batalla de Berlín", aunque tuvo lugar en la primavera de 1944 y para entonces era evidente que Alemania estaba perdiendo la guerra. El daño infligido a la ciudad fue poco significativo, mientras que la pérdida de bombarderos excedió al flujo de reemplazos, (16) y la moral de las tripulaciones estaba quebrada; si podían, muchos aviadores lanzaban inofensivamente la mitad de sus bombas al mar, para ganar altura y velocidad antes de enfrentar a las muy eficaces defensas aéreas germanas. En estos episodios, los efectos de la lógica paradójica de la estrategia en su forma dinámica se observan en dos niveles muy diferentes: uno exclusivamente técnico, y otro referido a la gran estrategia en su sentido más amplio, que como sucede habitualmente está dominado por consideraciones políticas. MEDIDAS I' CONTRAMEDIDAS El concepto de una secuencia de "acción y reacción" en el desarrollo de nuevos equipos bélicos y mejores contramedidas, que a su vez inducen a la creación de contra-contramedidas y de equipos aún más novedosos, resulta engañosamente familiar. Parece bastante obvio que a los artefactos de guerra se les opondrán siempre que sea posible otros aparatos diseñados específicamente para contrarrestarlos. Algo menos notoria resulta la relación (inevitablemente paradójica) entre el gran éxito de artefactos novedosos y su posibilidad de fallas; todo enemigo inteligente concentrará su esfuerzo prioritariamente en la neutralización de aquellos sistemas enemigos que evalúe de máxima peligrosidad en determinado momento. Entonces ocurrirá, irónicamente, que los artefactos menos exitosos retendrán su modesta utilidad, a pesar de que otros originalmente más provechosos se hayan contrarrestado hasta el punto de quedar inservibles. (17) Por supuesto, llegado el caso el artefacto menos exitoso también será anulado, pero mientras tanto puede brindar su utilidad durante un período mayor, y eso sería suficiente en áreas tecnológicas de muy rápida evolución. Tal fue el caso de la aplicación de la electrónica a la guerra aérea
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durante la Segunda Guerra Mundial; su turbulento progreso fue i mpulsado por impresionantes descubrimientos científicos, por el furioso ritmo de trabajo en laboratorios y fábricas, y por la intensidad con que los servicios de inteligencia se preocupaban por averiguar sobre artefactos y técnicas del enemigo. En el flujo y reflujo del desarrollo recíproco, el mismo aparato podía en cuestión de meses ser clasificado como altamente efectivo, totalmente inútil o positivamente peligroso, como sucedió con los radares adaptados a la cola de bombarderos británicos para alertar sobre la aproximación de cazas; al principio salvaron vidas, luego fueron interferidos, y pronto se transformaron en peligro mortal para los usuarios, porque los cazas alemanes disponían de un nuevo artificio que les permitía detectar sus emisiones y así encontrar los bombarderos en medio de la noche. (18) El lapso de vida efectiva de las innovaciones fue en consecuencia el factor determinante de la utilidad de su performance, idea bastante confusa para los científicos e ingenieros, para quienes normalmente utilidad y performance son una misma cosa, lo que es indudable cuando se actúa sobre objetos inanimados o cooperativos. Por ejemplo, una creciente variedad de métodos electrónicos fueron inventados para guiar bombarderos hasta sus blancos durante la noche, y la evolución tecnológica también ofrecía variadas selecciones de detalles configurativos en los equipos correspondientes. En cada caso, las fuerzas aéreas británica y germana, y más tarde la norteamericana, eligieron el método más preciso y de mayor alcance, dedicando recursos a su desarrollo y producción para obtener al equipo relevante en forma óptima. Sin embargo, pronto resultaba contrarrestado por el enemigo, mientras que otros equipos apenas marginalmente inferiores al óptimo continuaban usándose con eficacia. Finalmente, ambos bandos comprendieron que la introducción de nuevos métodos y equipos debía ser administrada cuidadosamente, y las mejores opciones fueron mantenidas en reserva para campañas de especial importancia. De no ser así, el ciclo de vida de cada nuevo artificio bélico comenzaría con una fase experimental en la cual habría muy pocos disponibles, y las tripulaciones no estarían familiarizadas con su uso; seguiría una fase de éxito creciente hasta cierto nivel culminante (que coincide con la preparación de las contramedidas enemigas), y por último ocurriría una abrupta declinación cuando las contramedidas también se empleen intensamente. Los dirigentes de todas partes adquirieron a través de amargas experiencias cierta percepción de esta manifestación de la lógica de la estrategia, por lo cual intervinieron en el control del progreso tecnológico para lograr que los períodos de éxito coincidan lo más exactamente posible con las prioridades operacionales. Si bien mi propósito no es dictar normas, sino solamente comprender el fenómeno de la estrategia, la implicación se deduce con mucha
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claridad: cuando escasos recursos para el desarrollo deben distribuirse entre configuraciones tecnológicas y conceptos científicos competitivos, es imprudente confiarse exclusivamente en criterios científicos o tecnológicos. En función de tales, los científicos e ingenieros (también podrían ser "estrategas") no son propensos a ver mérito alguno en la distracción de recursos para desarrollar diversos equipos de segundo orden, además de sus contrapartes óptimas. Pero eso es precisamente lo que la prudencia exige. Sin duda, se argumentará que la resistencia a las contramedidas es también un aspecto de la performance al que se concedería máxima prioridad si fuera adecuado, por lo cual toda distinción entre utilidad en conflicto y performance en general carece de validez, lo mismo que cualquier recomendación que de allí se derive. El argumento es plausible, pero menosprecia el completo significado del predicamento del conflicto. Se apoya entes mente en la premisa de que la experiencia científica y tecnológica relevante para el desarrollo de cierto equipo también será capaz de prever correctamente las contramedidas que habrá de afrontar, y la clase de resistencia contra la que ha sido diseñado desde un principio, como parte de su performance general. Es innegable que tal razonamiento podría ser correcto en algunos casos, especialmente si se trata de innovaciones menores y prosaicas que no preocupan demasiado al adversario, y por lo tanto es posible que provoquen una respuesta igualmente prosaica dentro de las líneas preestablecidas de desarrollo técnico. Pero ello es prácticamente imposible si el nuevo equipo demuestra poseer una gran influencia sobre el equilibrio general del poderío militar. En la carrera armamentista que puede darse en tiempo de paz, y más aún en el curso de una guerra, cuanto mayor sea el éxito de cualquier innovación tecnológica, y más drástica la reacción que provoque, más probable será que se investigue gran variedad de principios científicos en el intento de diseñar contramedidas. Asimismo, una vez que el adversario de pábulo a su propia creatividad, las contramedidas pueden asumir la forma de nuevas tácticas, métodos, estructuras militares, y hasta estrategias, cuya exitosa previsión no es asunto que requiera experiencia científica o tecnológica. Así fue que dentro del mismo contexto de aplicación de la electrónica a la guerra aérea en la Segunda Guerra Mundial, la respuesta germana alas importantes innovaciones británicas que enceguecieron las defensas en el verano de 1943 fue una combinación enteramente novedosa de señalación con reflectores y control terrestre de "comentario continuo", lo que constituyó un nuevo método de operaciones aéreas en el cual los cazas no eran dirigidos a interceptar bombarderos aislados, sino a perseguir los centenares de aviones del "flujo" atacante. Este método resultó.tan efectivo, y además tan poco afectado por las per-
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turbaciones del radar, que los alemanesfueron capaces de incrementar su aviación empleando cazas diurnos sin radar para cumplir intercepciones nocturnas. Concurrentemente, estudiaron toda clase de técnicas novedosas que les permitieran superar las contramedidas radar británicas; analizaron incluso la detección infrarroja, materia bien alejada del campo de las emisiones de radar. Los peritos en radar británicos, que habían demostrado tanto talento en el diseño de equipos y contramedidas de su especialidad, lograron además excelentes aciertos en la predicción de los desarrollos y contramedidas alemanes en ese campo. Naturalmente, fracasaron en anticipar la mayor réplica a su propio gran éxito del verano de 1943, que nada tuvo que ver con los principios del radar. En esta instancia, así como en otras similares, no fueron una misma cosa la utilidad en un conflicto y la performance, ya que esta última incluía solamente una evaluación de la resistencia ante contramedidas conocidas y previsibles. y no es posible anticipar el espectro completo de reacciones que una innovación importante puede provocar en un enemigo atento y creativo, que aún posea medios y voluntad para resistir. Esta constante presencia es la que define al reino de la estrategia y prohíbe la búsqueda de la optimización. Para diseñar un puente que cruce un río hay mucho que tener en cuenta: se debe comprobar si el suelo soportará las cargas, habrá que calcular las fuerzas dinámicas que se ejercerán sobre la estructura, y serán de aplicación ciertos teoremas muy confiables. Pero una vez cumplido con esto, el puente podrá construirse con total tranquilidad. Es cierto que de tiempo en tiempo los ríos inundan sus riberas, y hasta se salen de madre para buscar nuevos cauces; pero no existe en la naturaleza ningún río que deliberadamente empiece a erosionar los pilares de un puente, ni a cambiar de cursa. Sin embargo, exactamente esa harán de modo infalible los objetos de la tecnología militar cuando aparezca en escena alguna innovación significativa; de allí la virtud de encontrar soluciones quizá inferiores a la óptima pero más rápidas, para reducir el preaviso del proyecto (puentes de menor capacidad pero prefabricados para sorprender a un río animado, si los hubiera), y más flexibles (puentes de pontones, más caros y de menor capacidad, pero sin pilares que puedan ser erosionados, y totalmente móviles). Así se explica por qué la búsqueda natural del científico en pos de soluciones elegantes, y la preocupación del ingeniero por la optimización, pueden a menudo conducir al fracaso en el paradójico reino de la estrategia.
CAPÍTULO 3
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Ya se ha mencionado lo que resulta obvio en la posibilidad de reacción ante alguna innovación técnica, así como también la relación menos evidente entre el gran éxito de cierta innovación y la verosimilitud de su neutralización. Ahora podemos abordar la conexión mucho menos obvia entre la eficiencia técnica de los nuevos artefactos bélicos y su vulnerabilidad respecto de toda clase de contramedidas. La eficiencia técnica responde a una definición familiar, suficiente y unívoca: es la relación entre lo que sale y lo que entra, y por consiguiente una cualidad fundamental de todo proceso material. A pesar de que se la invoca en el lenguaje común para opinar sobre la excelencia de determinadas instituciones que no producen una "salida" de algún modo mensurable, el criterio de eficiencia solamente puede aplicarse con precisión matemática respecto a las máquinas, incluso las de uso bélico, mediante la adición del costo inicial de adquisición al costo operativo actual, y comparando el resultado con la producción final. Por supuesto que la eficiencia técnica no es el único criterio aplicable a la evaluación de máquinas, porque la relación entre "salida actual-entrada actual" nada nos dice sobre la probable duración de su performance (confiabilidad), ni del costo del mantenimiento a largo plazo. Mas teniendo esto en cuenta, la eficiencia técnica es el criterio válido de selección entre diferentes tipos de camiones, máquinasherramientas, fusiles o tanques. Es posible perfeccionar la eficiencia técnica seleccionando la materia prima a emplearse, mejorando el diseño de detalles dentro del patrón establecido, y aun efectuando ajustes menores en los mecanismos internos de las máquinas. Merced a dichos procesos, los camiones actuales pueden portar mayor carga que sus predecesores de veinte años atrás que costaban lo mismo y gastaban más combustible; además, los motores bien calibrados suministrarán siempre más potencia que aquellos deficientes. Sin embargo, para incrementar drásticamente la eficiencia normalmente se requiere la introducción de nuevas máquinas de configuración más avanzada. A veces ello es posible por el aprovechamiento de diferentes principios básicos, como las pro-
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cesadoras de palabras actuales que son mucho más eficientes que las máquinas de escribir eléctricas, así como éstas a su vez fueron más eficientes que sus precursoras mecánicas. Mas por otra parte, drásticos incrementos de la eficiencia sólo pueden lograrse mediante el reemplazo de equipos genéricos, construidos para hacer varias cosas con distintos niveles de eficiencia, por máquinas mucho más especializadas, o por un sistema integrado de máquinas. Tales como los artefactos que incorporan alguna novedad ingeniosa que facilita la producción de una sola cosa pero con mayor eficiencia, como los abrelatas que requieren mucho menos esfuerzo que los versátiles cuchillos, o los vehículos montacargas que acomodan cajones mejor que las grúas móviles, versátiles pero mucho más caras. Es precisamente la alta eficiencia derivada de la estrecha especialización lo que ha cobrado tanta importancia en la evolución de la moderna tecnología militar. A cada paso, novedosas armas específicas han ofrecido la atractiva posibilidad de vencer a sistemas mucho más sofisticados y costosos, versátiles en muchos aspectos pero de todas maneras vulnerables a la única "salida" de ciertas armas especializadas. Por ejemplo, a partir de alrededor de 1870, la combinación del recién inventado torpedo autopropulsado, (1) con lanchas rápidas a vapor que le sirvieran de plataformas de lanzamiento, parecía brindar la posibilidad de derrotar muy eficientemente a los acorazados mucho más costosos sobre los cuales se apoyaba el poder naval de la época. Esas naves se construían para enfrentar a otros grandes buques de guerra, y estaban armadas con enormes cañones de gran calibre que no podían ser deprimidos en la medida necesaria para hacer fuego contra torpederas que se aproximaran bajo la cobertura de la noche y aparecieran repentinamente a corta distancia; aun las torpederas oceánicas solamente presentarían un blanco pequeño e inestable, muy dificultoso de acertarle. Para peor, el grueso blindaje que hacía al acorazado tan costoso y formidable se colocaba por entonces principalmente sobre cubiertas y superestructuras, para que resistiera la caída de granadas perforantes disparadas por otros navíos similares; por lo tanto, la explosión de las cargas de los torpedos contra los costados desprotegidos debajo de la línea de flotación sería devastadoramente efectiva. La conclusión que se desprendía era bastante obvia: con el advenimiento de la lancha torpedera, el costoso acorazado se había tornado fatalmente vulnerable, y con sólo vencer al inerte conservadorismo el poder naval se hubiera desarrollado sobre una base nueva y más económica. Tal fue el razonamiento de la "joven escuela" de oficiales de marina, la Jeune École que influyó en la política naval francesa desde 1880, hallando partidarios incluso en la Real Armada, como también en marinas menores que tenían buenas razones para recibir con beneplácito la defunción del acorazado. (2)
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El diseño de las grúas móviles no ha evolucionado para anular las cualidades de los vehículos montacargas, como tampoco los cuchillos se han modificado para disputar la primacía a los abrelatas en su única función. Pero ninguno de ellos habita en el reino de la estrategia, donde cada acción tiende a provocar a lo largo del tiempo una consciente y creativa reacción que la supere, y de ese modo induce a la paradójica unión del éxito con el fracaso, de modo más dinámico si la acción inicial causó gran efecto. Y ello se aplica tanto a una innovación técnica de importancia, como al éxito y al fracaso en las más amplias pugnas de guerra y paz. Precisamente a causa de la extrema eficiencia de la especialización más estrecha, manifiesta en la potencial capacidad de lanchas torpederas muy pequeñas y baratas (la "entrada") para destruir grandes y costosos acorazados (la "salida"), esa nueva arma perturbó enormemente el equilibrio del poder naval, y la reacción fue de magnitud equivalente. En la rama ascendente de la curva del éxito, los torpedos fueron perfeccionando constantemente sus mecanismos para ofrecer mayores alcances y más altas velocidades, mientras que una nueva clase de barcos de guerra muy pequeños, pero con capacidad oceánica y la propulsión más potente disponible, fue construida para lanzarlos. Siempre a lo largo de esa misma curva optimista, el nuevo concepto fue prontamente implementado en gran escala. Los franceses intentaron anular su perpetua inferioridad ante los acorazados de la Real Armada construyendo por lo menos 370 torpilleurs entre 1877 y 1903, e incluso los mismos británicos habían incorporado 117 "lanchas torpederas de 1ra. clase" para 1904. (3) La naciente armada alemana no desatendió la innovación, ni tampoco la progresista armada japonesa, que empleó sus lanchas torpederas oceánicas con gran éxito en el ataque sorpresivo contra la flota rusa en Puerto Arturo en febrero de 1904. Como se ha visto, la clarividencia de los reformistas navales de la década de 1870 que habían. promovido con tanto vigor contra el conservadorismo de los almirantes de la "vieja escuela" un poder naval ultraeficiente se cumplió totalmente mucho antes de la Primera Guerra Mundial. Sin embargo, las lanchas torpederas apenas jugaron algún papel en ese conflicto, excepto como amenaza potencial, como ya veremos. En lugar de haber sentenciado a la obsolescencia a todo buque de guerra grande y costoso, fue la misma lancha torpedera la que se hizo obsoleta, sobreviviendo solamente como arma menor de valor marginal. Para entonces, la innovación había ya sobrepasado su punto culminante de éxito, y quedaba casi completamente neutralizada por culpa de su. gran eficiencia, que había provocado una fuerte reacción e i mpedido una respuesta reparadora; las armas altamente eficientes merced a muy estrecha especialización no pueden dar cabida aamplias contra-contramedidas.
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Para 1914, todos los acorazados y cruceros de batalla, sin duda la totalidad de los buques de guerra modernos, estaban preparados para la neutralización de lanchas torpederas. A pesar de que los grandes cañones de la artillería principal todavía no podían ser deprimidos para hacer fuego a corto alcance, los focos que por entonces eran de empleo universal, complicaban la aproximación indetectada de las lanchas, incluso de noche. Y por si acaso, se montaron gran cantidad de cañones de tiro rápido y escaso calibre. Si bien la protección del blindaje de mayor grosor todavía se encontraba en cubiertas y superestructuras, se había instalado una novedosa y efectiva defensa bajo la línea de flotación que no quedaba limitada a las consabidas planchas de coraza, sino que consistía en una serie de compartimientos estancos que podían absorber el impacto de las detonaciones de torpedos. Asimismo, mientras se encontraban al ancla se colocaban barreras de redes metálicas para escudar a los buques de guerra haciendo que detonaran las cargas de los torpedos a distancia segura del casco. La capacidad de los buques de guerra mayores para portar más blindaje, proveer abundante potencia eléctrica para sus focos y acomodar cañones de tiro rápido y pesadas redes de acero, derivaba por supuesto de la misma característica que los habíahecho aparecer tan ineficientes en el duelo imaginario con la lancha torpedera. Su gran tamaño y potencia había meramente confirmado su valor como blancos, mientras que resultaba irrelevante para el duelo en sí; más toda esa costosa versatilidad fue finalmente aprovechada para vencer a la nueva amenaza. Entonces la amplitud prevaleció sobre la estrechez para interrumpir prematuramente su trayectoria de éxitos. Muy lejos de presagiar un nuevo predominio, la victoria de las lanchas torpederas japonesas en Puerto Arturo fue ya entonces un anacronismo, mero reflejo de la falta de preparación naval rusa. Ya se había sobrepasado el punto culminante de éxito de la nueva arma contra flotas más modernas, y su abrupta declinación se hizo evidente alrededor de 1914. Que el mismo torpedo era un arma naval extremadamente útil y así lo sigue siendo, no es cosa que esté en discusión. Halló su sitio como otra arma especializada para buques de superficie, y particularmente para una nueva clase de barcos originalmente construidos para la caza de lanchas torpederas, el "destructor de torpederas", "contratorpedero", o simplemente destructor. También el torpedo tuvo i mportancia para el uso aéreo, pero fundamentalmente ha sido el arma principal del submarino, con el que formó una combinación mucho menos eficiente (más "entrada" para la misma "salida"), pero tremendamente más efectiva en ambas guerras mundiales. Por supuesto que la combinación original torpedo-lancha también ejerció un efecto importante en el equilibrio naval, obligando a las marinas de grandes buques a distraer recursos precisamente para proveer las defensas que
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eventualmente neutralizarían a la nueva amenaza. Como veremos, tales efectos recíprocos de desarrollo de fuerzas pueden aveces alcanzar mayor importancia para uno u otro lado en rivalidades asimétricas, que la capacidad de combate original brindada por armas de estrecho rango de aplicación. Queda vigente el hecho de que una nación que asumió con entusiasmo la innovación reformista, confiando su poderío naval a la originalmente ultraeficiente lancha torpedera, muy pronto se encontró con que su poderío no era tal. La relación entre la eficiencia inicial de armas estrechamente especializadas y su vulnerabilidad alas contramedidas no es accidental, sino típica expresión de la lógica paradójica de la estrategia en su forma dinámica. El mismo fenómeno es -o se haráevidente con respecto a otros intentos de derrotar la amplitud con la estrechez, porque esta última adquiere eficiencias tanto más efímeras cuanto mayores son, al comienzo del ciclo. Sin embargo, la secuencia continúa repitiéndose a sí misma, impulsada por la irresistible atracción de obtener algo a cambio de nada, o al menos de vencer a armamentos caros mediante otros muy baratos. Así por ejemplo, cuando la infantería egipcia empleó con gran éxito misiles antitanque contra los tanques de batalla israelíes durante los primeros días del ataque por sorpresa que inició la guerra de Yom Kippur (octubre de 1973), mucho se dijo sobre su efecto revolucionario sobre la guerra terrestre. No tardaron en escucharse fuertes voces proclamando la obsolescencia del costoso tanque de batalla, y se presentaron reiteradas exigencias de reformas que se impusieran al conservadorismo de los "generales de tanques" y se ahorrara por consiguiente un montón de dinero. ¿Cómo es posible que valga la pena un tanque que cuestaun millón de dólares, cuando esfácilmente destruido por misiles antitanque que cuestan algunos miles?, se preguntaban. (De paso sea dicho: ¿Por qué tanta preocupación por el poderío del ejército soviético, cuando se fundamenta en formaciones de tanques?) Muy rápidamente emergió una nueva Jeune École que mostraba la fantástica idea de una novedosa clase de infantería de alta tecnología, armada a bajo costo con misiles antitanque, que no solamente poseía una potencia militar muy eficiente, sino además virtuosa, ya que su efecto era estrictamente defensivo. En realidad, la innovación fundamental que hizo posible al misil antitanque es bien conocida: las cabezas de carga hueca ya fueron usadas en la Segunda Guerra Mundial. En lugar de depender de la energía cinética para penetrar los blindajes por medio de la fuerza bruta, lo que requiere cañones de alta velocidad inicial, gran peso y costo, las cabezas de carga hueca funcionan al proyectar un cborro muy rápido de metal vaporizado. Aun la coraza más gruesa puede atravesarse sin necesidad de cañones de tubo largo y sus imprescindibles mecanismos de retroceso .y elevación, que
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solamente grandes y costosos vehículos pueden transportar a la zona de combate. Cualquier medio que permita colocar la carga en el blanco será suficiente, ya sean cohetes livianos y portátiles como el bazooka y el Panzerschrek alemán, cañones sin retroceso de baja velocidad y poco costo, o simplemente arrojando a mano cargas en forma de bolsa. Cuando aparecieron por primera vez el bazooka y sus equivalentes, algunos pensaron que la época del tanque se había acabado. Cualquier soldado de infantería ahora podía portar un arma capaz de destruir tanques. Si cada compañía del centenar que constituyen una división de infantería posee algunas de esas armas, la infantería estaría en condiciones de detener a su contraparte blindada, la cual es mucho más costosa equipar y adiestrar, más difícil abastecer en el terreno, y además más complicado su trasporte a grandes distancias. Si hubieran sido tiempos de paz, la ilusión podría haber prosperado. Pero como la guerra estaba muy a mano para castigar rápidamente la falacia, el bazooka y el resto de los cohetes de carga hueca nacidos durante la Segunda Guerra Mundial fueron casi inmediatamente considerados como lo que en realidad eran: excelentes apoyos morales para la i nfantería, que hasta entonces corría espantada ante la aparición de tanques enemigos; armas bastante efectivas en medio de bosques, montes o selvas-donde rara vez entrarán tanques-, y también en las ciudades, a m en os que los tanques sacrifiquen su impulso para avanzar al paso escoltados por infantería. Entonces se convertirían en armas sumamente aptas para el aspirante a héroe, quien mantendría su posición en medio de las explosiones de artillería que normalmente preparan el camino para el ataque de blindados, apuntaría su arma de una sola carga al tanque cuyas ametralladoras le estarían disparando mucho antes de poder lanzar su cohete de cien metros de alcance. Por supuesto que tales duelos fueron muy poco frecuentes-en el campo de batalla, porque los tanques combaten en grupos que se autoprotegen mientras avanzan. Más adelante veremos que existen otros niveles de empeñamiento aparte del táctico, que favorecen todavía más a la fuerza móvil de blindados. El advenimiento de los misiles portátiles con carga hueca solucionó definitivamente los defectos más evidentes de sus predecesores. Como puede guiárselos hacia el blanco desde larga distancia con precisión, no es necesario lanzarlos dentro del alcance de las ametralladoras. Por otra parte, esta arma estrechamente especializada no está en mejor posición para provocar la obsolescencia del tanque que el bazooka durante la Segunda Guerra Mundial. En los primeros combates de la guerra de Yom Kippur en octubre de 1973, la infantería egipcia encontró tanques israelíes en grupos bastante pequeños, sin escolta de su propia infantería, y sin apoyo significativo de fuego de artillería. Como esas unidades pertenecían en general a las fuerzas de reserva,
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todavía no se habían movilizado cuando los egipcios lanzaron su ataque sorpresivo. (4) Además, las tripulaciones de los blindados israelíes no habían recibido ningún adiestramiento particular para combatir junto con infantería que sostuviera sus posiciones, y en realidad sólo estaban equipados para pelear contra otros tanques. Como resultado, no fueron solamente los misiles antitanque los que destruyeron tanques israelíes, sino también armas convencionales a la antigua usanza, y en grandes cantidades. Al demostrar su extrema eficiencia contra tanques poco preparados, el misil antitanque provocó una fuerte reacción que trajo como secuela can particular rapidez la paradoja dinámica que tornaría el éxito en fracaso. A causa de la estrechez de sus capacidades -razón de su eficiencia- la reacción cobró efectividad casi de inmediato, y que aumentaría con el transcurso del tiempo. Los mismos batallones de tanques israelíes que aparentemente habían convertido en obsoletos el misil antitanque o al menos incapaces de toda acción ofensiva, para el 9 de octubre de 1973, una semana después penetraban en el frente egipcio, y en otra semana avanzaban sin oposición hasta envolver divisiones enteras. Evidentemente, no hubo tiempo suficiente para desarrollar ninguna contramedida técnica, y la réplica que transformó el éxito en derrota fue principalmente táctica. Una vez repuestos de la sorpresa inicial, y con las fuerzas de reserva de infantería mecanizada y artillería movilizadas hacia el frente, los batallones de tanques ya no tenían que pelear de por sí, contrariamente a lo prescrito por su doctrina. En lugar de ello, avanzaron detrás de una barrera rodante de fuego artillero, no demasiado dañino para los blindados o para la infantería de trincheras, pero muy efectivo contra misiles antitanque cuyos apuntadores no podían mantener sus blancos en puntería durante el tiempo suficiente en medio de explosiones, aunque desafiaran los riesgos y osaran exponerse. La infantería mecanizada avanzó junto con los tanques en sus vehículos de transporte, y agregó fuego de supresión de sus propios morteros y ametralladoras que barrían el terreno al frente para obligar a los servidores de misiles a mantener la cabeza abajo. (5) Todavía más efectivas fueron las granadas humosas de mortero, que mantenían una cortina impenetrable delante de los tanques impidiendo a los operadores de misiles observar sus blancos móviles durante el lapso necesario de guiado. Finalmente, los mismos tanques también dispusieron de medios de protección una vez que se reconoció la nueva amenaza; parte de su munición perforante fue reemplazada por granadas de alto explosivo más efectivas contra la infantería, y además contaban con sus propias ametralladoras, y lanzagranadas fumígenas. Así fue como la fuerza blindada tan costosa por sus amplias y versátiles capacidades, pudo superar la estrecha eficiencia que hacía
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tan barato al misil antitanque, aun antes de que hubiera tiempo de desarrollar, producir y distribuir contramedidas específicas. Algunas de ellas quedaron listas para el próximo encuentro, la guerra del Líbano de 1982, cuando los tanques israelíes entraron en acción con planchas detonantes de "blindaje activo" para destruir las cabezas de carga hueca antes que explotaran, además de contar con mayor cantidad de ametralladoras y lanzagranadas fumígenas mejorados. Para entonces habían aparecido en escena misiles antitanque más perfeccionados, pero poco influyeron en la lucha, excepto cuando se lanzaban desde helicópteros especialmente configurados; combinación de ningún modo barata y por lo tanto menos eficiente, pero que sin duda es más efectiva. (6) ESTRATEGIA VERSUS ECONOMÍA La presencia constante de la reacción adversaria que caracteriza al predicamento estratégico, no sólo frustrará la mayoría de las esperanzas puestas en la estrecha especialización, sino que además podrá impedir la más modesta ambición de ejercer sanas prácticas económicas (lógica lineal). En particular, si bien las fuerzas armadas son usualmente las mayores instituciones sociales, no pueden seguir libremente las normas de la economía de escala al adquirir equipos. La trivial uniformidad que es el defecto de la moderna sociedad industrial, es asimismo la clave de sus satisfacciones: al reemplazarla miríada de artefactos diferentes de artesanía tradicional y multitud de diseños, por una menor variedad de productos que se manufacturan en enormes cantidades, a mucho menor costo, por medio de máquinas especializadas y eficientes, y conformando líneas de producción que ahorran trabajo. Es la homogeneidad de los productos (y de sus componentes) lo que permite la producción económica masiva; cuanto mayor la homogeneidad, mayor la economía (sólo recientemente la introducción de maquinaria controlada numéricamente está comenzando a cambiar el patrón). También para la producción de maquinarias -incluso aquellas poco comunes para fabricar en serie-, la homogeneidad es la clave para mayores economías de escala en las fases de mantenimiento y operación. Cuanto más homogéneo sea el conjunto de máquinas, menor será el número de repuestos diferentes que habrá que mantener en el inventario, ahorrándose no sólo en administración sino también en capital. El inventario de la cantidad de repuestos requeridos para la operación ininterrumpida puede calcularse con mayor precisión cuando se usan con intensidad pocas máquinas, en vez del escaso uso de muchas diferentes. Similarmente, cuanto más homogénea sea la maquinaria, más económico será el adiestramiento de mecánicos y opera-
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dores, y mayor la probabilidad de que aprendan a hacer su trabajo correctamente. Por consiguiente, de diversos modos se demuestra que la homogeneidad es el atributo esencial que permite la eficiencia de la economía de escala en la adquisición, el mantenimiento y la operación. Como hemos visto, no todo lo que implica conflicto pertenece al reino de la estrategia, ni nada impide a las fuerzas armadas buscar economías de escala por medio de la homogeneidad en todo aquello puramente administrativo, donde no hay cabida para voluntades contrapuestas. (7) No existe ningún obstáculo para la eficiente adquisición masiva de botas, cascos, camiones o munición, siempre que se respeten las variedades requeridas (tamaños, capacidades, calibres). Pero en lo que se refiere al equipo militar que debe funcionar en directa interacción con las manifestaciones de un enemigo activo -en otras palabras, dentro del reino de la estrategia-, la homogeneidad deja de ser virtud excelsa, y se convierte en vulnerabilidad potencial. Por ejemplo, si se normalizan los misiles antiaéreos en un solo tipo homogéneo, será muy importante el ahorro en almacenamiento de repuestosy adiestramiento, si se compara con una disposición de varios tipos diferentes. Pero en la guerra, un enemigo competente será capaz de identificar los límites de la performance igualmente homogénea del arma, y procederá a eludir la intercepción apartándose de dichos límites. Cualquier tipo de misil poseerá límites mínimo y máximo de altura, y por consiguiente los aviones enemigos podrán volar por debajo o encima de ellos, respectivamente. El misil no deja por ello de cumplir una función, porque los aviones que vuelen demasiado arriba o abajo podrán perder efectividad, pero ese "desgaste virtuaP' puede no conformar los propósitos de la defensa antiaérea (los aviones aun atacarán sus blancos mediante penetración rasante o bombardeo a gran altura, aunque con menor precisión respecto de cierta altura media óptima). Además, el único misil homogéneo será vulnerable a un único y homogéneo tipo de contramedidas. Quizá las economías de escala obtenidas al normalizar en una sola clase sean tan importantes que un misil y su base de lanzamiento puedan hacerse impermeables a cualquier contramedida, por ejemplo combinando diversas formas de guiado que automáticamente se sustituyan uno al otro. Pero el blanco que se presente al esfuerzo de contramedidas enemigas será unitario, facilitando su análisis concentrado, y hasta un sistema redundante de artefactos puede contener algún punto débil susceptible a la explotación. Lo que es correcto para misiles antiaéreos es igualmente correcto para cualquier otro aparato bélico que debe funcionar en directa interacción con un enemigo que reacciona; o sea, la gran mayoría de las armas. En cada caso, la aplicación de principios económicos de lógica
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lineal resultará en la normalización de un único tipo para obtener grandes ahorros en la producción, el mantenimiento y la operación, como sucede con los camiones de una flota comercial bien administrada o con las máquinas-herramientas de una competente empresa de ingeniería. Tanto los camiones como las máquinas-herramientas existen dentro de un ambiente competitivo, y la flota de camiones y la empresa de ingeniería encaran el riesgo de que sus rivales sean capaces de bajar sus precios ganando en eficiencia. Pero hay límites legales respecto a lo que puede hacerse en la competencia económica: los competidores no podrán sabotear los puentes que los camiones deben cruzar para que su peso normalizado exceda sus límites de resistencia, ni se confabularán con los proveedores para restringirla materia prima a grados incompatibles con los límites específicos de tolerancia de las máquinas-herramientas normalizadas. Sin embargo, en el conflicto armado en que no existen tales límites legales, la normalización redundará en vulnerabilidad para cualquier arma o artefacto que interactúe con el enemigo, ya sean aviones de caza, submarinos misilísticos, radares de alerta, o equipos de radio portátiles. Por lo tanto, en el reino del conflicto .y la estrategia los principios económicos se mantienen en directa oposición a las exigencias de la efectividad, y si bien existe una obvia barrera de costos a la diversidad ilimitada, también hay una barrera de vulnerabilidad a la prosecución irrestricta de economías de escala por medio de la homogeneidad. Es fácil ver que un criterio de "igualación del riesgo marginal" podría ser de aplicación para determinar el grado de diversidad antieconómica que debería aceptarse en la compra de equipo; pero para establecer tal criterio será necesario reconocer en primer lugar que el pensamiento económico sensato, de aparente aplicación universal, no tiene la misma validez en la estrategia. (8) Las instituciones militares podrían ser protegidas de extremos peligrosos de homogeneidad, aunque carezcan del beneficio de la percepción estratégica, por la urgencia de las diferentes fuerzas en afirmar su autonomía a través de la elección de sus propias armas distintivas. Pero no existe tal protección contra la prosecución de economías de escala en la obtención de armas complejas, particularmente de naves de guerra. El buque de guerra mayor ofrece exactamente las mismas economías de adquisición y operación respecto de sus contrapartes menores que han llevado a la concentración de la capacidad naviera del mundo en enormes petroleros, cargueros a granel y portacontenedores. A medida que aumenta el tamaño, la tripulación no se incrementa en igual proporción, y toda clase de economías se logran en los elementos componentes, desde bombas de sentina a plantas propulsoras. Además, los buques grandes son más estables con mal tiempo, y poseen una importante ventaja hidrodinámica de velocidad.
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Sin embargo, sucede con tales ventajas como en las economías de escala de grandes bases aéreas o talleres de reparación de tanques: a menudo se obtienen al precio de una proporcional concentración del valor contra el cual el enemigo puede enfocar su esfuerzo. Si el mundo experimentara otra campaña submarina contra el tránsito comercial, al estilo de ambas guerras mundiales, podría descubrirse que el advenimiento del supertanque le confirió mayor ventaja al atacante que la transformación de las naves sumergibles con propulsión diéseleléctrica en los actuales buques de guerra submarinos con propulsión nuclear. Para las flotas comerciales que deben sobrevivir en el ámbito competitivo de tiempo de paz, la prosecución ilimitada de economías de escala resulta esencial (pese a que naciones que invierten mucho dinero en sus fuerzas navales para proteger al comercio podrían distraer ventajosamente algunos gastos para subsidiar la ineficiencia de los buques pequeños). Pero cuando encontramos una concentración similar del valor en buques de combate y auxiliares varias veces mayores que sus predecesores de la Segunda Guerra Mundial, en grandes bases aéreas y en talleres de reparaciones bastante cercanos al territorio enemigo, (9) debemos reconocer el desplazamiento de la lógica paradójica de la estrategia por prioridades económicas perfectamente válidas, pero sólo en tiempo de paz. DESCENDIENDO POR LA CURVA: DEL ÉXITO AL FRACASO Excepto por la mención al pasar de efectos "recíprocos" en el desarrollo de armamentos y de "desgaste virtual", el destino del bando que reacciona en la interacción dinámica ha sido dejado de lado. Pero es evidente que la unión de los opuestos que conduce del éxito al fracaso y viceversa, afecta a ambos bandos exactamente del mismo modo, tanto en las grandes acciones de guerra y paz como en el enfrentamiento técnico entre armas y contramedidas. El bando que está reaccionando exitosamente ante alguna nueva amenaza se halla aproximándose a un punto culminante, quizá cercano o lejano, pero que en todo caso marcará el comienzo de su propia declinación. Por otra parte, cuando se supera la sorpresa inicial y el transcurso del tiempo permite que la creatividad y los recursos se acomoden mejor, la reacción ante la nueva amenaza gana efectividad. Mas estos recursos y energías creativas se les están quitando a alguna actividad positiva y autodirigida que se hallaba ya encaminada, a efectos de apoyar la reacción defensiva provocada por la amenaza. Eventualmente, si se sobrepasa el punto culminante de éxito, los medios empleados para neutralizar la amenaza serán mayores de lo merecido por el resultado, dicho en términos de la acción positiva que ha dejado de cumplirse.
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Mientras tanto, con toda seguridad que el adversario ha comenzado a su vez a reaccionar para proteger su amenaza original contra el creciente efecto de las contramedidas, con poco campo para el éxito (y expensas) si su amenaza fue estrechamente eficiente y la oportunidad será mayor para ambos en caso contrario, pero de un modo u otro se desencadenará un nuevo ciclo del dinámico y paradójico proceso de la estrategia. Si bien el ingenuo entusiasta persuadido de las cuálidades de cierta arma fundamental se sorprenderá por la diversidad de reacciones del adversario que le negarán el éxito que consideraba tan seguro, aquellos que a su vez están reaccionado exitosamente contra el arma pueden fácilmente pasar por alto el riesgo de sobrextenderse del punto culminante de éxito, por sacrificar demasiado poder ofensivo para proteger lo que debiera ser abandonado. Esto tiene todavía que ocurrir en respuesta al misil antitanque, pero los costos del éxito han sido elevados, agregándose a los que ya había impuesto la amenaza de la carga hueca sin guiado, que ahora es presentada en una variedad de cohetes portátiles y armas sin retroceso muy superiores a sus predecesores de la Segunda Guerra Mundial. Hasta 1943 las tripulaciones de tanques temían sólo a los de su propia especie, y a los cañones antitanques bastante costosos y escasos, pero desde entonces han aprendido a precaverse de todos los sitios en que soldados equipados con cargas huecas pueden estar esperándolos; desde el fin de la guerra, con el uso universal de dichas armas, cualquier pasaje a través de bosques o calles estrechas se ha convertido en una experiencia riesgosa. Muy poco después de la aparición de las nuevas armas se descubrió que la amenaza podía mitigarse mediante una escolta cercana de infantería que se desplazara con los blindados, con muchos ojos para observar los alrededores y armas menores para suprimir y reaccionar ante pelotones. Pero el costo de precaución tan efectiva ha sido muy alto, porque los tanques con escolta a pie nunca podrían acometer por sí mismos en maniobras tácticas, y así perdieron el impulso y el poder de choque en el que consistía la verdadera potencia del ataque blindado. El advenimiento del misil antitanque complicó el efecto. El fuego de artillería que antes se reservaba para las mayores concentraciones de blancos en las disposiciones enemigas, ahora debe emplearse sobre sus bordes frontales para neutralizar operadores de misiles. Y si la infantería mecanizada debe avanzar junto con los tanques para protegerlos, se necesitan vehículos de combate mucho más elaborados y costosos que los simples transportes de tropas que eran suficientes cuando su tarea era principalmente limpiar el terreno detrás de los tanques. Finalmente, en las mismas unidades de tanques hubo que dividir el esfuerzo entre acción ofensiva y autoprotección, mediante cambios
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materiales y tácticas más cautelosas. Las fuerzas blindadas valen por su poder ofensivo, y todo lo que implique protección contra la carga hueca va en detrimento de su real función, aunque el punto culminante -donde se pierde más de lo que se gana en el proceso- todavía no se haya alcanzado. Sin embargo, puede que esa sea la situación de las actuales armadas de grandes buques, y particularmente de la norteamericana, cuyos grupos de portaaviones están tan preocupados con la autoprotección contra ataques aéreos y submarinos, que solamente disponen de una fracción de su poder positivo original.
PROTEGIENDO LA FLOTA: SOBREPASANDO EL
ÉXITO
De manera verdaderamente internacional, la idoneidad de los aviadores navales argentinos para hundir grandes buques británicos con misiles franceses durante la guerra de las Malvinas de 1982, provocó en los Estados Unidos un debate que reflejaba el eco de la controversia de la lancha torpedera de un siglo atrás. Otra vez el arma barata de efecto estrecho fue promovida como decisivamente letal para buques de guerra mil veces más costosos; otra vez se escucharon exigencias de un cambio radical de política para cesar el despilfarro de dineros públicos en buques de guerra sofisticados, especialmente los portaaviones que se consideraban obsoletos por su flamante vulnerabilidad. Sin embargo, esta vez no hubo necesidad de aguardar el desarrollo de contramedidas. Como otro eco del pasado, la efectividad de los misiles de 1982 se debió a la peculiar falta de preparación de la Real Armada, cuya demora en adoptar contramedidas ya ampliamente aplicadas fue tan grave como la de la armada zarista respecto al torpedo. En real ¡dad, en 1982 el misil antibuque había sobrepasado con creces su punto culminante de éxito debido a la potente reacción motivada por sus anteriores apariciones que se remontan a mediados de la Segunda Guerra Mundial (1Q), y por su prominente uso por parte soviética. Por lo tanto, los jefes de la armada de los Estados Unidos ganaron el debate sin dificultad. Explicaron que cada portaaviones iría a la acción únicamente escoltados por una panoplia de destructores y cruceros dedicados casi enteramente a su protección. Los misiles dirigidos contra ellos serían desviados por "chafr' que confunde al radar, bengalas infrarrojas lanzadas por cohetes especiales, y la perturbación electrónica, mientras que los misiles y cañones de los buques de escolta derribarían a aquellos misiles que no se desviaran, así como a cualquier avión que se aventurara en sus cercanías para lanzarlos. Señalaron que eso constituía solamente la capa intermedia de la defensa: 24 cazas interceptores de largo alcance en cada portaaviones, 4 aviones con
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radar de alerta temprano y 4 aviones perturbadores de radar para apoyarlos, asegurarían la protección de la capa externa de la defensa, contando además con 4 aviones tanques para reabastecerlos de combustible en las estaciones alejadas. Finalmente, también había una capa interior de la defensa formada por los radares, contramedidas, misiles y cañones de cada buque, incluso los cañones automáticos especiales reservados para ese propósito. Esta respuesta resultó tan devastadora para los entusiastas de los misiles de 1982, que la otra cara de la moneda atrajo escasa atención. Cuando se calcula todo lo que se requiere que reaccione (exitosamente) ante el misil antibuque, queda claro que además de los excepcionalmente costosos buques de escolta, la mayoría de la capacidad del portaaviones es absorbida por la necesidad de autoprotección contra el ataque, empleándose para ello 36 aviones (los más caros) de algo así como 90 que posee. (11) Da la casualidad que ningún submarino argentino tuvo éxito en hundir algún buque británico durante la guerra de las Malvinas. Si tal hubiera sido el caso, provocándose entonces un debate sobre la vulnerabilidad de buques de guerra norteamericanos respecto a submarinos modernos, los líderes de la armada habrían detallado sin ninguna duda la abundancia de medidas antisubmarinas que también sirven de protección a los grupos de portaaviones. Éstas incluyen un submarino en tarea de escolta bajo el agua, 16 otros aviones de los alrededor de 90 que lleva cada portaaviones, y virtualmente todas las armas y sensores de destructoresy cruceros que no estén reservados para el uso antiaéreo. Una vez que se agrega esta otra autoprotección, la aritmética revela que de todo un grupo de portaaviones, con varios destructores y un crucero, su escolta submarina y muchos buques de abastecimiento, con quizás unos 10.000 tripulantes a bordo, solamente 34 aviones permanecen para su empleo positivo en beneficio de los propósitos nacionales, más una docena de cañones de calibre medio, una miscelánea de misiles, y la fuerza de desembarco que puedan llevar unidades adicionales. Aislada en claro contraste entre cielo y mar, incapaz de ocultarse en el terreno corno lo hace el ejército, sin posibilidades de moverse con la rapidez de los aviones, la flota de superficie se halla indudablemente ante un peligro creciente, por los avances científicos que hoy permiten la observación a gran alcance y los ataques de muy diversas formas. Para enfrentar tendencias tan adversas favorecidas por el natural progreso de la ciencia, se incrementan los gastos y el ingenio, y la capacidad de los buques se emplea casi totalmente en su autoprotección. Quizá la vulnerabilidad neta de las mejores flotas haya crecido apenas ligeramente, pero su situación se asemeja cada vez más a la viuda en apuros que trataba de mantener a su familia lavando su propia ropa. En retrospectiva histórica, la secuencia de la paradoja dinámica de este ejemplo revela en primer lugar la supremacía de las fuerzas de
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superficie y de portaaviones de los Estados Unidos, originalmente creadas para desafiar al poder naval japonés, que a partir de 1945 quedaron enfrentadas a una Unión Soviética poderosa solamente en tierra. Entonces comienza la reacción soviética, especialmente por temor a pesados ataques aéreos desde portaaviones, contra los cuales desarrollan fuerzas terrestres, costeras, aéreas y submarinas con creciente éxito, para eventualmente ascender por la curva hacia una supremacía defensiva culminante, si el proceso hubiera continuado sin interferencias. Pero la armada norteamericana responde a su vez construyendo buques de escolta cada vez más efectivos, mediante contramedidas técnicas, dando un matiz cada vez más defensivo a las capacidades de su aviación, y mostrando una propensión creciente a mantenerse alejada de mares peligrosos (otra clase de pérdida ofensiva). Con reacción tan vigorosa, la amenaza contrapuesta por los soviéticos sobre los portaaviones empieza a deslizarse por la curva hacia el fracaso, así que cuando la guerra de las Malvinas sobreviene para traer a la memoria del mundo el combate naval, los portaaviones norteamericanos están muybien protegidos, pero solamente amuy alto costo para la nación y con gran pérdida del poder ofensivo. Sería necesario un cálculo mucho más preciso de lo que este texto permite para determinar el punto culminante del éxito defensivo en la protección de flotas de superficie, más allá del cual el poder oceánico estará mejor asegurado mediante fuerzas submarinas y aéreas. (12) Por cierto que ningún juicio ligero debe hacerse en prosa, como tampoco puede esperarse que una institución naval profundamente dedicada a la navegación en superficie repudie una firme tradición en obediencia a una lógica estratégica no muy claramente percibida. Pero realmente existe un punto culminante, y excederlo significa el fracaso aunque aparezca como triunfo, ya sea a nivel nacional o quizás en una perspectiva institucional más estrecha. EL FRACASO DEL ÉXITO Mucho más común es la exageración de una defensa exitosa en las vicisitudes de una guerra terrestre. El puesto militar, la zona fortificada o la ciudad guarnecida que deliberadamente queda al frente de las líneas principales de defensa, o que permanece aislada en el curso de una retirada, puede ser muy útil a la defensa proveyéndole alerta, bloqueando las avenidas de aproximación o absorbiendo una desproporcionada atención del enemigo. El atacante puede sentirse debilitado en el equilibrio del teatro en su conjunto si combate con alto costo por sitios en los que podría haber pasado de largo, si su resistencia ha sido correctamente anticipada desde el comienzo.
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Sin embargo, es usualmente la defensa quien sufre las consecuencias de una resistencia demasiado exitosa. Si sus puntos aislados son derrotados en corto lapso, todavía puede que haya obtenido ventajas. Pero si la resistencia persiste en forma prolongada y heroica, atrayendo la atención pública, la localidad quizá desconocida hasta ese momento puede transformarse en símbolo valioso inflexiblemente ligado a la reputación de los líderes militares. Si no puede mandarse ayuda a los sitiados, la defensa continuará obteniendo ventajas morales y materiales, mientras la resistencia persista. Pero si existe manera de mandar refuerzos por rutas peligrosas bajo ataque constante, mediante infiltración aún más precaria, o por transporte aéreo, entonces el continuado éxito de la defensa en el mantenimiento de la posición puede hacerse ruinoso en una perspectiva más extensa. El caso más famoso de nuestro siglo fue Verdún, donde el fracaso de un ataque sorpresivo alemán en febrero de 1916 concedió a los franceses un triunfo defensivo muy necesario; pero además aferró su ejército a esa victoria, y se desangró en diez meses de batalla (discutiblemente, la más prolongada de la historia) para defender los fuertes de Verdún. Para sostener la resistencia día tras día marchaba hacia adelante una gran columna de hombres bajo bombardeo constante, y muchos caían sin siquiera haber alcanzado los fuertes. Según cifras oficiales notoriamente disminuidas, el ejército francés sufrió la pérdida de 162.308 muertos y desaparecidos y 214.932 heridos durante los diez meses. Los alemanes obtuvieron una ventaja definida por el continuo éxito defensivo de los fuertes, ya que su artillería podría llegar a las rutas de aproximación mejor que su contraparte francesa; sus listas de bajas, también subestimadas, incluyen alrededor de 100.000 muertos y desaparecidos. (Como comparación, un total de 344.959 norteamericanos murieron en combate durante ambas guerras mundiales, en todos los frentes y de todas las fuerzas armadas). Estimaciones más veraces de origen posterior calculan un total de 420.000 muertos en Verdún, dos tercios de los cuales eran franceses. (13) La masacre estaba todavía en sus etapas iniciales cuando quedó claro que los fuertes podían más ventajosamente abandonarse que comprometerse en su defensa, porque se hallaban en una saliente expuesta que penetraba en territorio en poder alemán. Pero ya era demasiado tarde para semejante evaluación: los fuertes se habían convertido en símbolo, más allá de toda disposición estratégica, y cuanto más franceses costaba su defensa -confirmando así su inutilidad militar- menos posible resultaba la confesión de la futilidad de tales pérdidas mediante una ventajosa retirada. En tales casos, la defensa exitosa persiste a un costo que puede emerger en futuros fracasos. Sin duda, después de Verdún el ejército francés quedó tan debilitado que el intento de asumir la ofensiva provocó los dolorosos motines de 1917. El efecto perdurable de Verdún estaba todavía presente en la fatal destrucción del ejército
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francés que enfrentó a Hitler dos décadas después. Así ocurrió también en Stalingrado, donde los alemanes desgastaron el poder de la Luftwaffe en el fútil intento de sostener al rodeado Sexto Ejército durante sus ocho semanas de resistencia al bloqueo que finalizó el 2 de febrero de 1943. Si no se lo hubiera reabastecido por aire, si como consecuencia la resistencia hubiera cedido mucho antes, la Luftwaffe podría haberse salvado para desempeñar tareas más útiles, y una cantidad de tropas alemanas podrían haber atravesado las líneas del bloqueo, que eran muy delgadas al principio, para pelear en alguna otra parte. Tales envolvimientos y rupturas fueron casi rutina durante toda la campaña, pero el nombre de Stalingrado otorgado a esos pocos kilómetros cuadrados de ruinas se había convertido en un símbolo que Hitler no estaba dispuesto a ceder, hasta que la decisión escapó de sus manos ante la capitulación de los generales en la escena. También los años de posguerra vieron un caso dramático de exageración de la defensa exitosa, aquel de Dien Bien Phu protagonizado por los franceses en Indochina. Tropas francesas de primer nivel fueron lanzadas en paracaídas en noviembre de 1953 sobre un valle en el disputado territorio del noroeste de Vietnam; soportaron los ataques iniciales del Vietminh con tal gallardía, que el exótico nombre adquirió instantáneamente heroicas reverberaciones-distinción muy exclusiva en una guerra confusa, desconcertante y totalmente impopular-. A medida que el Vietminh continuaba rodeándolos con creciente poderío, la guarnición se sostuvo durante 112 días hasta el 7 de mayo de 1954, demandando un permanente refuerzo de los mejores hombres que había en Francia, enviados en aviones que debían atravesar el fuego antiaéreo. Planeada originalmente como una operación estrictamente práctica, cuyo modesto propósito era oponerse a la infiltración del Vietminh en Laos, en lugar de ello la fortificación de Dien Bien Phu absorbió un esfuerzo desastrosamente desproporcionado imposible de interrumpir, porque el sitio se había transformado en símbolo de la capacidad militar francesa, en opinión de los mismos franceses y de sus políticos. Cuando la guarnición sitiada fue finalmente aplastada, toda la intervención francesa en Vietnam resultó repudiada tanto por la población como por los políticos, cosa que quizá no hubiera ocurrido tan pronto, ni tan precipitadamente, si los paracaidistas de los primeros lanzamientos del 20 y 21 de noviembre de 1953 no se hubieran desempeñado tan eficazmente en los primeros días de combate. (14) En la paradoja dinámica de la estrategia, es más probable que una defensa, antes que una acción ofensiva, pueda ser demasiado exitosa. Quizás evolucione hacia un fracaso mayor, ya sea defendiendo posicio nes excéntricas, protegiendo flotas que el progreso científico está tornando inseguras, o preservando cualquier otro instrumento militar que las emociones y el interés institucional lo están transformando de criado en amo.
CAPÍTULO 4
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Hemos visto el proceso de la paradoja dinámica y las consecuentes ironías de conversión en los niveles técnicos y tácticos de diversos encuentros, ,y todavía nos queda considerar estos fenómenos en los niveles intermedios de la estrategia. En este punto resultará ilustrativo ascender brevemente al nivel de la gran estrategia, donde cada asunto particular interacciona con el cabal predicamento de conflictos. El comportamiento de líderes nacionales adversarios puede parecer totalmente diferente respecto a técnicos o combatientes de cada bando. Por cierto que para preservar o aumentar poder y autoridad dentro de sus propias sociedades, los líderes nacionales deben también perseguir metas políticas internas que podrían chocar con las atinentes a la disputa externa. Por lo tanto, normalmente están impedidos de explotar la intuición estratégica que pudieran tener. Como ejemplo general, no pueden emplear en forma deliberada la acción paradójica para embaucar a sus antagonistas externos, porque es muy raro que se aparten de las convenciones habituales del lugar y de la época, sin perder autoridad.* Sin embargo, no es frecuente encontrar a quien comprenda conscientemente el fenómeno de la estrategia, especialmente en la no muy prestigiosa galería de máximos líderes políticos. A través de la cruda experiencia, muchas veces un simple sargento ha demostrado una percepción intuitiva del proceso de la paradoja estratégica a nivel táctico, y por consiguiente ha aprendido a sacar ventaja de ello en el combate. Y varios famosos líderes militares de la historia deben su reputación ala propia percepción del mismo fenómeno, que les permitió obtener resultados que a aquellos menos dotados les habrán parecido meramente afortunados. Pero cuando no sólo se trata de cierto nido de ametralladoras que *Por supuesto que existen excepciones, ejemplificadas por el papel que personalmente les cupo a varios líderes nacionales en ese fenómeno característicamente brutal de nuestro siglo, la iniciación de una guerra mediante ataque sorpresivo en lugar de una formal declaración.
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debe ser tomado en determinado tiempo y lugar -ni tampoco de la conducción de una campaña-, sino de la completa y abigarrada complejidad de todo el predicamento del conflicto que debe ser confrontado, solamente los mejores líderes poseerán algún conocimiento de la lógica paradójica de la estrategia, sepultada como queda, bajo las peculiares complicaciones de cada nivel subordinado, ,y oculta como se halla por las abrumadoras emociones que desata el conflicto, sus vibrantes esperanzas y sus temores mortales. Que la cosa pueda conseguirse de algún modo es ya asombroso. Y más aún que este difícil logro quede documentado. En la anterior discusión sobre la disputa entre el Comando de Bombarderos británico y> las defensas aéreas alemanas, vimos cómo sus aspectos técnicos y tácticos fueron encuadrados por el predicamento de cada bando al nivel de gran estrategia. La campaña británica de bombardeo de Alemania, que al principio sólo se realizó contra blancos militares e industriales cuidadosamente seleccionados y alejados de las ciudades, fue precipitada por el éxito inici al de las fuerzas germanas en mayo de 1940, en las invasiones de Holanda y Bélgica. De este modo, entre algunos de los paradójicos frutos iniciales de un avance que todavía no había alcanzado su punto culminante de éxito, Alemania experimentó los primeros tímidos ataques aéreos. Cuando en forma inesperada la Werhmacht logró la total derrota de Francia en corto lapso, expulsando al ejército británico del continente en junio de 1940, el gobierno quedó privado de todo otro medio de continuar la guerra, excepto a través del aire. Pero las defensas alemanas infligieron pérdidas desastrosas en los bombardeos sobre blancos militares e i ndustriales específicos a plena luz del día, por lo que el Comando dispuso que se volara de noche, que era cuando sus aviones no podían acertarle a ningún blanco menor que una ciudad de tamaño más o menos grande. Por consiguiente, la paradójica recompensa que los alemanes obtuvieron por la victoria de su ejército y por la calidad de sus cazas y artillería antiaérea contra las incursiones diurnas, significó el comienzo de la destrucción de sus ciudades. La curva ascendente del triunfo británico en la más prolongada de todas las campañas de la Segunda Guerra Mundial se inició en el punto más bajo del fracaso nacional. En agosto de 1940, la Real Armada estaba escondida en la distante Scapa Flow por temor a un ataque alemán, el ejército británico limitaba sus esperanzas a la defensa de playas, y la Real Fuerza Aérea estaba tan apaleada por los ataques de la Luftwaffe contra sus aeródromos que recibió con alivio el primer bombardeo alemán sobre Londres, el 24 de agosto de 1940. (1) En la noche siguiente, el Comando de Bombarderos lanzó su primer ataque sobre Berlín, aun cuando recién en julio de 1941 se decidió que el bombardeo nocturno -que significaba bombardeo de ciudades- se
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convirtiera en política deliberada. Mientras la movilización industrial y militar se aceleraba constantemente, colocando más bombarderos y tripulaciones adiestradas en plataforma de despegue para cada incursión sucesiva, mientras la curva del éxito se elevaba sin reacción alemana significativa, con una proporción de pérdidas aceptable, y sin señales del punto culminante, Charles Portal, mariscal de la Real Fuerza Aérea y jefe de su Estado Mayor, ofreció un plan para la directa progresión hacia la victoria exclusivamente mediante el bombardeo aéreo: consistía en la selección de cuarenta y tres ciudades que contenían una población de unos quince millones de habitantes, y además la mayoría de la industria bélica alemana, y que serían fuertemente bombardeadas en seis ataques sucesivos hasta dejarlas "más allá de toda esperanza de recuperación". Al elevar su plan al Primer Ministro Winston Churchill el 25 de setiembre de 1941, Portal sugería que con 4000 aviones de primera línea Gran Bretaña podía "romper" a Alemania en seis meses. (2) Típicamente, hubo cálculos muy detallados en la formulación del plan, de modo parecido al ingeniero que diseña un puente sobre un río que no se resiste, pero no había evaluación alguna de la posible reacción enemiga. La proporción de destrucción causada por el bombardeo en cada una de las cuarenta y tres ciudades no fue establecida arbitrariamente, sino según un cuidadoso cálculo basado en un "índice de actividad", producto de estadísticas obtenidas luego de los bombardeos alemanes a las ciudades industriales inglesas. Después de un ataque se reduciría la producción de las fábricas por interrupción del suministro de gas, agua y electricidad; aumentaría el ausentismo obrero por miedo, cansancio, falta de comida, colapso del transporte público y desorganización general de la vida urbana. El lanzamiento de cierto tonelaje de bombas por unidad de población reduciría el índice de actividad en una proporción determinada; por ejemplo, en el caso de Coventry el cálculo mostró que el índice había descendido al 63 por ciento al día siguiente al ataque masivo del 14 de noviembre de 1940, en el cual fue lanzada una tonelada de bombas por cada 800 habitantes. Luego comenzaría una recuperación gradual, pero si se produjeran nuevos ataques el índice reasumiría su ascenso desde niveles cada vez inferiores, hasta que después del cuarto o quinto ataque quedaría reducido a cero, y la producción bélica cesaría por completo en la ciudad afectada. Por otra parte, el plan era admirablemente conservador en todas sus premisas: preveía no menos de seis ataques, lanzándose cada vez una tonelada de bombas por cada 800 habitantes en cada una de las 43 ciudades; harían falta 18.750 toneladas para sus quince millones de habitantes. Era tan generoso el margen considerado para errores de navegación, fallas técnicas e intercepciones, que apenas el 25 por ciento
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de los aviones se suponía que llegaban al blanco, lo que elevaba el armamento inicialmente requerido a 75.000 toneladas; se estimaba que cada escuadrón de dieciséis aviones cumplía cien salidas mensuales (premisa inferior a los datos reales), mientras que la carga de bombas unitaria era fijada modestamente en tres toneladas por avión. Doscientos cincuenta escuadrones se requerirían entonces en plataforma durante seis meses de campaña, con un total general de 4000 bombarderos. En un caso clásico de pensamiento lógico lineal, el plan presumía implícitamente que los alemanes no incrementarían notoriamente la escasa prioridad concedida a su defensa aérea, ni dispersarían sus industrias bélicas, aunque fueran destruidas en forma sistemática. Portal y sus subordinados no eran ningunos tontos, e indudablemente, si se los convocaba en forma individual para reflexionar sobre el tema habrían repudiado cualquier concepción de la guerra que ignorara la energía creativay el instinto de conservación del enemigo. Pero hayque considerar las circunstancias y urgencias emocionales de la época: en setiembre de 1941, cuando el plan le fue remitido a Churchill, los alemanes barrían todo lo que encontraban por delante en Rusia, aplastando líneas defensivas y ejércitos enteros semana a semana, y capturando cientos de miles de prisioneros. Sólo quedaba evocar el destino invernal de Napoleón, frente a la dura realidad que indicaba el inminente colapso soviético, y no había signos de resistencia armada contra los ocupantes germanos en toda Europa. Es cierto que en los Estados Unidos había comenzado un modesto rearme, pero hasta la conscripción era repudiada, y cosa más importante, el país se negaba firmemente a intervenir en la guerra; por cierto, hasta que el gobierno japonés decidió lo contrario. En cuanto a Gran Bretaña, era totalmente irreal pretender que su ejército pudiera efectuar un desembarco en el continente con fuerzas suficientes pára mantener una cabeza de playa, y el desempeño de Rommel en Africa del Norte señalaba claramente que sólo una inalcanzable superioridad material podría prevalecer sobre la alta moral, idoneidad y talento de los oficiales del ejército alemán. Si Hitler ganaba su guerra contra Rusia como había vencido a Polonia, Dinamarca, Noruega, Holanda, Francia, Yugoslavia y Grecia, solamente la Real Fuerza Aérea obstaculizaría su camino cuando volviera del Este para terminar con la debilitada Gran Bretaña, previo robustecimiento de la Luftwaffe con los vastos recursos que sus conquistas y la desmovilización del ejército podrían proveerle. La victoria defensiva del año anterior se había logrado por muy escaso margen, contra cazas y bombarderos alemanes preparados exclusivamente para operar a muy corto radio de acción en la batalla de Francia y poco dispuestos para la batalla de Inglaterra, operación totalmente inesperada y muy diferente.
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No podía esperarse de nuevo el contar con tanta suerte. Una vez que la Luftwaffe se reorganizara para la misión, cualquier cálculo prudente indicaría que la Real Fuerza Aérea sería destruida gradualmente en una lucha fútil para impedir que las ciudades británicas fueran bombardeadas hasta las ruinas, antes de la inexorable invasión que traería el nuevo orden de la Gestapo, la SS y el campo de concentración como secuela. Aun si la Unión Soviética sobreviviera de algún modo, cosa improbable, y continuara una lenta lucha que salvara a Gran Bretaña de la invasión, todavía sería únicamente la Real Fuerza Aérea el instrumento militar adecuado para concluir aceptablemente el conflicto. Por ello fue que sir Charles Portal y sus colegas de la joven Real Fuerza Aérea se encontraron en una posición de inesperada i mportancia, muy alentadora pero de tan enorme responsabilidad que podía despertar miedo si no verdadero terror. En ese torbellino de emoción, orgullo, esperanza y profunda ansiedad, era natural que buscaran un sendero a través del bosque oscuro mediante un plan sistemático y aparentemente concluyente, en cuya mecánica pudieran embelesarse y su tan precisa aritmética brindara cierto alivio ante las espantosas incertidumbres de la hora. El Primer Ministro Churchill sobrellevaba idénticas circunstancias, y como hombre de fuertes y francos sentimientos que era, debe haberse encontrado sujeto al mismo torbellino emocional en su máxima expresión, agravado por su mucha mayor responsabilidad personal. Fue su negativa a aceptar la proposición de paz de Hitler en 7_940 lo que había causado la muerte de 93.000 civiles, hombres, mujeres y niños, en los bombardeos, y se erguía entonces Gran Bretaña en siniestra desolación cuando la victoria alemana enyusia parecía un hecho. Si se consultan evidencias de la época, se verá que en setiembre de 1941 no estuvo muy lejana la posibilidad de que se produjera un rechazo parlamentario a su conducción, se decidiera su reemplazo por una persona más razonable que pudiera negociar mejor con Hitler para alcanzarse un arreglo que permitiera la admisión de Gran Bretaña en el Nuevo Orden europeo y que Churchill partiera al exilio para morir en la oscuridad, aunque hoy parezcan tenebrosas fantasías. (3) También para Churchill una campaña exitosa del Comando de Bombarderos era el único instrumento posible de salvación nacional, política y hasta personal. Sin embargo, en un triunfo de percepción estratégica que se sobrepuso a la turbulencia emocional y cortó camino a través de las complejidades técnicas, la respuesta de Winston Churchill a Portal destacó los siguientes aspectos: 1) refutó definitivamente la proposición de que la guerra podía ganarse mediante el bombardeo aéreo únicamente ("todo lo que aprendimos desde el comienzo de la guerra muestra que sus efectos, tanto físicos como morales, han sido grandemente exagerados"); 2) anticipó la iniciación de una reacción
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defensiva germana, aun ante el modesto monto del bombardeo que se estaba efectuando, pronosticando específicamente la entonces imprevista prevalencia de los cazas nocturnos, y la campaña estaba condenada al fracaso si Alemania reaccionaba ("parece muy probable que las defensas terrestres y los cazas nocturnos aventajen al ataque aéreo", como sin duda lo lograron a partir de mediados de 1942); 3) predijo que l a reacción alemana ante un bombardeo de áreas exitoso sería dispersar y descentralizar las industrias bélicas, en lugar de aceptar pasivamente su destrucción progresiva ("todas las cosas se mueven siempre simultáneamente [la fuente de la paradoja dinámica], y es bastante posible que la potencia bélica nazi se halle en 1943 tan ampliamente extendida através de Europa, que en su mayor parte sea independiente de la infraestructura existente en su propia patria"); 4) advirtió contra la perfidia de cifras excesivamente precisas en cálculos que no incluyen la gran variable desconocida de la reacción enemiga ("Menosprecio... esa confianza [en el plan] que se expresa en términos aritméticos"). Churchill concluyó con las siguientes palabras: "Cada uno tiene que hacer lo mejor que pueda, y comete imprudencia quien piense que existe cierto método para ganar esta o cualquier otra guerra, entre fuerzas iguales. El único pian es la perseverancia". (4) El Comando de Bombarderos era el único instrumento ofensivo de Gran Bretaña, y recibió alta prioridad para la escasa mano de obra de primera calidad y para la producción industrial. Pero nunca alcanzó una fuerza efectiva de 4000 bombarderos en plataforma (su máximo, en abril de 1945, fue de 1609 aviones) (5) porque la sugestión implícita de Portal, para que el ejército y la armada fueran reducidos en su propio beneficio, fue firmemente rechazada. Es interesante hacer notar que después de la entrada en guerra de los Estados Unidos y del arribo en escena de la Octava Fuerza Aérea, fue implementado en 1943 un plan de bombardeo sistemático que satisfacía la opinión interna. Dicho plan no sólo violaba la lógica de la estrategia por no tener en cuenta la reacción defensiva enemiga, sino que además pretendía obtener alta eficiencia mediante un esfuerzo especializado de bombardeo que ignoraba la respuesta industrial del enemigo. Los líderes de la Octava Fuerza Aérea estaban convencidos de que sus bombarderos fuertemente artillados, con once ametralladoras cada uno, podían autoprotegerse de los cazas alemanes acomodándose en formaciones de defensa mutua, y por lo tanto no necesitarían escolta de cazas; entonces decidieron bombardear a la luz del día blancos industriales específicos, a diferencia del bombardeo de ciudades al azar del Comando de Bombarderos británico. En suma, sus ataques obtendrían un gran resultado porque estaban concentrados sobre puntos clave de la industria germana que además actuaban como cuello de botella. El Ministerio de Guerra Económica de la Gran Bretaña hacía tiempo que
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recomendaba el empleo de exactamente ese método, y tenía identificado como blanco ideal a las fábricas Schweinfurt, que según informaciones producían dos tercios del total de cojinetes a bolilla alemanes. Como estos elementos resultaban imprescindibles para toda maquinaria con partes movibles (tanques, camiones, motores de aviación, de buques y submarinos, etc.) el ministerio había reclamado reiteradamente su destrucción porque provocaría una colosal declinación de la capacidad bélica germana en todos los frentes. (6) El mariscal del aire Arthur Harris, Jefe del Comando de Bombarderos, ridiculizó dichos planes y se refirió despectivamente a los "blancos de panacea"; consideraba que los expertos "estaban completamente locos" con respecto a los bolilleros. (7) (Algún gracioso sugirió que en su lugar podrían destruirse las fábricas de cordones de zapatos, para obligar a los alemanes a rendirse cuando ya no pudieran mantener puestas sus botas.) Sin embargo, para la Octava Fuerza Aérea, que estaba rígidamente dedicada al bombardeo diurno de precisión y cuyos efectivos no podían incrementarse con rapidez suficiente para atacar a toda la industria con algún rédito, la teoría del "cuello de botella" puntual resultaba muy atractiva, y Schweinfurt era el blanco ideal. En consecuencia, la Octava Fuerza Aérea bombardeó por primera vez las fábricas de cojinetes situada en esa ciudad el 17 de agosto de 1943, y nuevamente el 14 de octubre. Su concepción de formaciones de bombarderos autodefendidas, sin escolta, fracasó rotundamente. A pesar de las once ametralladoras de cada uno, poco hicieron contra los cazas alemanes, y sus pérdidas excedieron por mucho cualquier nivel aceptable: no menos de 60 del total de 376 bombarderos americanos fueron derribados en la primera incursión, y 77 de 291 en la segunda. (8) En cuanto al daño infligido, fue considerable, pero sin efecto sobre la capacidad bélica de Alemania. Había existencia de bolilleros almacenados, y otros fueron importados de Suecia y Suiza para cubrir necesidades inmediatas; la plena producción fue reanudada en corto tiempo, y los cojinetes de rozamiento fueron sustituidos en muchas aplicaciones, evitándose el cuello de botella potencial. (9) Por lo tanto, el ataque estrictamente limitado a Schweinfurt estimuló una amplia reacción de organismos nacionales que frustró el intento, tal como en el pasado los grandes buques se adaptaron para neutralizar a la lancha torpedera y en la actualidad las fuerzas blindadas evolucionaron para resistir al misil antitanque. Mientras la respuesta alemana al bombardeo de precisión fue la descentralización y la sustitución, la réplica más amplia al bombardeo en general fue nada menos que la conversión total de la economía a pautas de guerra. Jamás los aliados pudieron imaginar esta respuesta, porque compartían la opinión generalizada de que la economíagermana ya estaba completamente organizada para la guerra, a partir de 1939.
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En Gran Bretaña se había establecido la labor general obligatoria desde 1940, y los comercios y servicios no esenciales fueron eliminados o severamente restringidos, por lo cual no imaginaban que en Alemania la mayoría de las mujeres todavía se dedicaran a su casa, que había más de un millón de empleadas domésticas, y que aún progresaban ocupaciones como la encuadernación de libros. Hitler, el líder que deliberadamente había iniciado la guerra, no era el más indicado para exigir sacrificios, y el estado de la economía reflejaba ese hecho político fundamental. Recién a partir de 1943 la economía alemana fue realmente movilizada para la guerra, bajo el impulso de la derrota de Stalingrado con sus ominosas consecuencias y peores augurios. Una vez completamente encarriladas las energías, la producción de equipos y abastecimientos militares se incrementó bruscamente, dando lugar a una correlación imprevista, inesperada e inevitablemente paradójica entre el tonelaje de bombas arrojadas sobre Alemania y el volumen de su producción bélica. Dentro de ese proceso, el bombardeo en sí fue un factor contribuyente. Si bien destruyó instalaciones fabriles y mató obreros, también arrasó la infraestructura urbana de los ociosos días de paz. Sin restaurantes, las cantinas que eran mucho más eficientes se convirtieron en única alternativa; sin viviendas, hubo que evacuar los residentes a zonas rurales, y el personal doméstico debió dedicarse a labores industriales. Por consiguiente, desde cierto punto de vista, el mismo bombardeo ayudó efectivamente a la economía alemana a reaccionar para que superara sus propios efectos, enormes pero localizados. La historia es bien conocida, y ya ha sido contada muchas veces. (10) Constituye un caso clásico de acción acumulativa, aparentemente definitiva y sistemática, que no sólo se malogró sino que en parte tuvo efecto autodestructivo por la misma naturaleza del predicamento estratégico. No hay duda que Churchill fue una excepción en cuanto a su conocimiento intuitivo de la lógica paradójica de la estrategia, con la deliberada distorsión de cualquier acción directa y la inversión de los opuestos. (Por algo el último tomo de sus memorias de guerra se titulaba Triunfo y tragedia; también podría haber sido "victoria y derrota"). Pero no hace falta la presencia de Churchill para que exista la gran estrategia. Así como las leyes de la física rigieron el universo desde mucho antes que los físicos las estudiaran, quienes poseen poder en el escenario internacional están sujetos a la lógica de la estrategia. Si las decisiones de los líderes nacionales son sabias o necias, ambiciosas o altruistas, ya sean ensalzados o condenados, sus consecuencias se rigen por dicha lógica, mientras que el predicamento del conflicto obtiene, contrariando todas las expectativas de continuidad, la confianza en el progreso incesante.
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DE LA GUERRA A LA PAZ Y DE LA PAZ A LA GUERRA De modo que la guerra es el origen de la paz, ya sea por la victoria completa de uno de los bandos, por puro agotamiento, o -lo más frecuente en la historia- porque el conflicto de objetivos que provocó la guerra es resuelto porque éstos se transforman; bajo el efecto del costo en sangre, caudales y agonía que trae la lucha, el valor de pérdidas y ganancias es reconsiderado a la luz de su verdadero precio y por consiguiente las ambiciones disminuyen o se renuncia a ellas. Si ha iniciado la guerra con la esperanza de que algo valioso será obtenido a un costo aceptable, el atacante que encuentra una resistencia inesperadamente poderosa podría persistir, aunque la completa satisfacción de sus intenciones no alcance a compensar lo que ya se ha sacrificado en sangre, caudales, tranquilidad y prestigio. Si se ha comenzado a combatir por decisión ajena, el defensor también habrá asignado cierto propósito inicial a su resistencia -un propósito que vale la cuota de sacrificio, antes que su magnitud pueda conocerse-. Cuando las esperanzas abrigadas por el ataque o la defensa se ven frustradas, como sucede con frecuencia, puede que todavía se vea la victoria tentadoramente cercana y quizá merezca un pequeño esfuerzo, algunas bajas más, un poco más de gastos, después que ya se han sufrido tantas bajas y consumido tanta riqueza (la postura asimétrica de quienes afrontan la derrota más absoluta es obvia, y puede dar gran i mpulso a la resistencia). Puede que la perspectiva de ganar mucho a cambio de poco haya sido lo que originariamente dio atractivos a la guerra. Pero si los costos cobran magnitud insólita, esto también será un incentivo para continuar la lucha durante una etapa intermedia: cuanto mayor ha sido el sacrificio, mayor la necesidad de justificarlo mediante la obtención en última instancia del beneficio anunciado. En ese período, es posible que el comportamiento externo de los beligerantes quede condicionado por el predicamento interno del partido o del líder que fomentó la guerra, cuya fortuna dependerá del modo en que se juzguen sus responsabilidades pasadas -lo que a su vez depende de la opinión actual sobre el resultado futuro; por lo tanto, el incentivo para mantener la esperanza en la victoria será muy fuerte-. Pero si la guerra prosigue, eventualmente puede surgir un cambio de perspectiva, porque los resultados originariamente esperados no son ya comparables con los sacrificios realizados, sino con aquellos que todavía serán necesarios si el conflicto no cesa. Puede que el partido o líder probelicista retenga el poder, pero de cualquier manera será entonces cuando los objetivos de la guerra empezarán a ser reconsiderados en uno o en ambos bandos, llegando a su finalización las hostilidades en cuando se alcance cierta congruen-
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cia.* Así es como han terminado la mayoría de las guerras, antiguas y modernas, con su fenómeno característico -el proceso de destrucción recíproca- convertido en factor determinante de la paz posterior. Una guerra cabalmente cumplida, con fuerzas que combatieron para forzar una decisión, cuando todos los recursos posibles ya fueron probados, ,y donde buho mucha destrucción sufrida e infligida, puede por consiguiente conducir a una paz estable, siempre que las exigencias del_ vencedor sean lo suficientemente modestas como para no provocar fuerte resentimiento en el derrotado,, y siempre que el temor al flamante poderío del triunfador no despierte la inmediata resistencia de nuevos beligerantes. Si por contraste la guerra es concluida por al lruna fuerza externa antes que se consiga e l efecto de modificar los oyP )e ; it'C)s, ~E?P?drá r oTtl;? t on _ 'úETlela una paz Así ocurría en c-1 pasado cuando era las Itostilidades en plena campaña ante la caída de las primeras nevadas, para reasumirla lucha en piima~rera: lo •_inisnio sucede hoy en día cuando superpotencias rivales intervienen para imponer abruptamente el cese del fuego a sus t)E !)i?{ gF rtlntes. esto se aplica a las guerras árabe1 PtZ)adas de 19 ,18; ni ngt: ,l a sirvi(S para alcanzar u.a ). pt;z permanente 1)oi rlPxE~ ei) Lalta caso subsistió la colisión de obji t.ivo~~, agP~,z)°dando la eportzin)(i id para motivar la reanudación de la fuPerni. La d':~i;r~aCei()i) w sion 1d I es deplorable, mas ;li've para alcanzar la z e sentimiento IP,iinar)it;z,iric suele ee]el)rar suinterrupe¡ón, pero la consecuencia inás verosimil es la reavivación del conflicto, y que no se consi¢;a , una paz quizá eoncelük)le si se dejara que la destrucción sia su curso. Cuando aún se. CoüPb<ttí;.~ con palos y picas, la guerra siempre pudo causar l i destrucción total d sus participantes, hasta el punto de provocar la completa extinción de comunidades enteras. Pero hasta el advenimiento de las armas nucleares, la magnitud de la posible destrucción podía minimizarse con anticipación si se era optimista, o en todo caso quedaba en la incertidumbre. Por lo tanto, las ganancias que pudieran producirse eran vistas en nítido e idealizado relieve sobre el opaco trasfondo de las pérdidas potenciales, que cómodamente aparecerían como tolerables y hasta insignificantes. Mediante el proceso normal de lógica paradójica de la estrategia, las armas nucleares no se
a Aun la tiegaanda í: : rra Mundial, contienda muy peculiar entre agresores con enormesperolirnita , c' , . -1 ivasyvfctimasqueexigiinla.reiidiciónincondicional,llego a •su !iri solamente cuando ¡be aceptada la minima demanda. japonesa de permanencia de l a institucion imperial. La guerra de Corea, conflicto clásico en todo sentido !para cl cü~al se inventó el 1,érmino `guerra liniit<ida" únicamente porque la guerra mundial extraordinaria fue aceptada temporai iamente corno cosa ordinaria), también finalizó de .acodo cl~5sico. mediante la redac;•ión rec Paroca de objetivos. 1
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han empleado desde que evolucionaron a partir del ya extremo poder destructivo de los primeros artefactos de fisión (cada uno equivalente a una incursión de mil bombarderos) hasta lograrse las mucho más devastadoras armas termonucleares todavía vigentes, que en promedio poseen poder equivalente a la carga de cien mil bombarderos de la Segunda Guerra Mundial. Como nunca sucede con ninguna otra cosa en la estrategia, tampoco puede incrementarse en forma lineal la utilidad de los explosivos. Las cargas de diez toneladas de los bombarderos americanos de 1945 eran más útiles que las dos toneladas de los aviones alemanes sobre Londres en 1940, y cien o quizá mil toneladas hubieran servido mucho mejor. Pero aquí también aparece la inversión, y en lugar del crecimiento progresivo que la estrategia no permitiría, el actual poder destructivo de las armas termonucleares sobrepasa en mucho al punto culminante de utilidad militar. Por consiguiente, esos medios de destrucción pueden lograr el efecto de inducción hacia l a paz sin necesidad de llegárselos a aplicar. No deja de ser cierto que en la comparación entre ganancias y sacrificios posibles a que dan lugar las deliberaciones sobre iniciación de una guerra, la magnitud del daño concebible está envuelta en la niebla de la incertidumbre; aun las potencias con grandes arsenales nucleares buscan el combate "convencional", o al menos emplear algunas pocas armas menores como gesto simbólico. Ya no resulta posible desdeñar las consecuencias destructivas de cualquier ataque nuclear, como sucedía con los efectos de las previstas incursiones de caballería, sitios, e incluso bombardeos con armas convencionales; siempre pudieron minimizarse en el pasado por optimismo instintivo, y por asimetría perceptiva entre beneficios de la guerra vivamente i maginados, y pérdidas apenas tenidas en cuenta. Lo que impide la guerra nuclear, más que su posible pero incierta magnitud,' es el carácter definitivo y sin duda mensurable de la destrucción nuclear. La calidad de la predicción científica ha alterado los términos milenarios de comparación entre el valor de los objetivos de guerra y su costo. En presencia de armas nucleares, el equilibrio perceptivo que antes se lograba únicamente en plena guerra, cuando los costos se experimentaban en carne viva, se halla ahora en efecto antes de que comiencen las hostilidades. La paz puede originar la guerra en diversas formas, aunque consiste en una abstracción negativa que no contiene ningún fenómeno característico que conduzca a su propia anulación, así como la destrucción de la guerra eventualmente destruye a la guerra, o como la mera anticipación de la destrucción nuclear destruye en gran parte la posibilidad de guerra nuclear. Pese a todo, las condiciones de paz (la ausencia de guerra) pueden a veces crear las precondiciones de guerra, aunque más no sea porque el bando más pacífico reduce su vigilancia y alistamien-
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to, mientras que facilita la preparación ininterrumpida de quienes apetecen el botín de guerra. La historia muestra a menudo que la paz conduce a la guerra cuando se modifica la situación por cambios demográficos, culturales, económicos y sociales que perturban el equilibrio de potencias belicosas y de la propia imagen colectiva que sustentaba la paz. Al carecer de sustancia propia, el estado de paz no puede causar alteraciones, pero favorece indiscriminadamente la evolución de las diversas capacidades y mentalidades humanas, sin consideración a las simetrías y asimetrías que impiden la guerra. Así fue que los hasta entonces pacíficos germanos comenzaron a verse a sí mismos como nación guerrera alrededor de 1870, en desafortunada coincidencia para los franceses, quienes todavía debían madurar su autoimagen marcial. La transformad-n de mentalidades crea tensiones proclives a la guerra entre el status de un país (quizás el resultado fosilizado de guerras anteriores) y su autoimagen, seguramente responde a causas profundas, pero sus efectos son muy obvios: lo que antes parecía aceptable se convierte en intolerable vejación; el grado de prestigio que se consideraba suficiente se siente humillante; y lo que se veía como un sueño imposible es ahora una prometedora realidad. Durante la gran época de paz posnapoleónica ocurrió que las proporciones del poderío militar que servían para impedir la guerra fueron modificadas por los motores de hierro, carbón y vapor de l a revolución industrial, creándose nuevas proporciones tendientes a la guerra entre Prusia y el Imperio de los Habsburgo en 1866, Alemania y Francia en 1870, el Imperio Ruso y el Imperio Otomano en 1876, Japón y China en 1894, y los Estados Unidos y España en 1898. La capacidad de proseguir la guerra es abreviada por la propia destrucción que se causa, ya sea por bombardeo sistemático de industrias, como en la última guerra mundial, o por la excesiva mortandad respecto al incremento natural de la población en edad de combatir, como sucedió desde un principio en las luchas entre tribus belicosas. Contrariamente, en tiempo de paz todas las formas del progreso humano y el crecimiento demográfico propenden a incrementar las capacidades bélicas de manera que sólo por azar resultaría simétrica y tendiente a impedir la guerra. Si la paz no indujera a la guerra, no habría guerras, porque ésta no puede perpetuarse y siempre provoca su propia destrucción. LA DERROTA DE LA VICTORIA Si la victoria no tendiera hacia la derrota, si el poder creciente no contuviera la causa de su propia ruina, la veloz expansión de Hitler
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nunca hubiera culminado con su caída; porque toda Europa habría sido gobernada por una sola potencia desde mucho antes de su nacimiento. Y lo mismo es aplicable a la conquista y colapso de Napoleón y de todos su.s predecesores, retrocediendo a través de los siglos hasta el muy prolongado ciclo de expansión y decadencia del Imperio Romano. Tan grandes son las economías de escala de la potencia mayor sobre la menor en la acumulación de poderío mf tan significativaresulta la mera ventaja geométrica de reducir It~ proporción de longitud de fror~ fiera respecto <~l área, población y nquezas que encierra, a igualdad dc ,otrsface que el inás gz-ar~~.le debiera hal:~er prevalecido sobre el más pequeñ o en las numerosas guerras europeas hasta que quedara un único Estado abarcando todo el espacio gire pudiera alcanzarse venta_josannente desde un único centro de poder, Se extendería a través de Europa y Asia Menor, profundamente en el desierto nor~;fric°ario, y llegaría hasta la Mesopotamia, aunque dispusiera de los medios tecnológicos romanos. En lugar de ello, se obtuvo cal "equilibrio" dei poder, cuando el crecimiento de la potencia mayor provocó copio contrapeso el temor y la hostilidad de otro gran Estado hasta entonces indiferente, o indujo a potencias menores a coligarse para formar una barrera que resistiera su expansión ulterior. Los Esto.dos cuyos nze dios de acción se incrementaron a causa del aumento demográfico y de la prosperidad, o porque un gobierno más centralizado supo aprovechar ambos factores, pudieron utilizar su poderío emergente para expandirse, pero sólo hasta cierto punto. Este lírnite sería alcanzado cuando las crecientes economías de escala se contrapusieran a la progresiva resistencia de un nuevo Estado o coalición hostil. Entonces, el Estado en expansión podría aceptar un equilibrio paralizante en ese punto culminante, o trataría de constituir por su parte una alianza para romper el equilibrio, si encontrara a otros interesados en el intento. También podría suceder que la barrera de resistencia fuera probada en guerra, e indudablemente que la misma lógica de la estrategia habría de prevalecer, aunque el resultado sea la victoria o la derrota. Si el Estado en expansión gana la guerra mientras todavía se encuentra en la rama ascendente de la curva del éxito, ello provocara temor y hostilidad en otros Estados que hasta entonces se sentían protegidos por el Estado o coalición que acaba de ser vencido. Nuevamente la expansión chocará contra una barrera de resistencia. Si el Estado de expansión pierde, su derrota hallará consuelo en nuevos amigos que se acercarán; con afán de contener a su victorioso rival; si quien prevalece es una coalición, su misma victoria la debilitará, al reavivarse las disputas suprimidas, cuando la cohesión ,Según resultabafundamental para resistir ala potencia en expansión. la inexorable paradoja, una victoria total destruiría totalrT:ente una coalición.)
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Más allá de los participantes directos en cada contienda, existen otras potencias grandes y pequeñas que resultan afectadas por cada movimiento. La coalición formada para resistir a una potencia en expansión en cierta región podría h allarse a su vez amenazando a otras en cualquier área diferente; éstas podrían buscar alianzas con la potencia mayor que es frenada, alterando el equilibrio en la palestra porque no lo hay para ellas. Las reglas son muy simples, pero el juego puede complicarse znuch o. La desunión de Europa se mantuvo desde la época de la caída de Roina por el trastrocamiento de victoria y derrota, de expansión y retirada; los procesos han sido más tranquilos cuando existieron mayor número de Estados contiguos compartiendo una cultura común, y más abruptos, con torpes combinaciones, cuando hubo pocos participantes con menor comunicación entre ellos. En época-: z,:::teriore~ podemos observar la misma dinámiea entre las ciudades-Estados griegas frente a la primacía macedonia, hasta donde nuestras fuentes sirven para ilustrar- sus vicisitudes; más tarde, entre l os Estados regionales helenos que emergieron de la división del i mperio de Alejandro. Asimismo, lo que conocemos de las relaciones entre tribus gálicas, de las tribus germánicas de más allá del Rin, y de los Estados itálicos, revela la misma lógica paradójica en acción. En nuestros propios días tenemos a la vista, con perfecta claridad, a los Estados europeos en una coalición parcial y tentativa para mantener una barrera de resistencia contra la potencia soviética, pero asimismo con una tenue expresión de resistencia hacia la potencia nortearriericana. Tal resistencia sería mucho mayor (aunque aún no belicosa) en caso que Europa fuera más fuerte, la Unión Soviética más débil, y el apoyo americano menos urgente. Por supuesto, Europa no monopoliza el fenómeno de la estrategia. Quienes conocen la historia del Japón anterior a la centralización de Tokugawa; quienes han estudiado la antigua China de los Estados belicosos y la moderna de los señores de la guerra, e incluso los intervalos entre monarquías consolidadas; quienes están familiarizados con la historia de los Estados de la India anteriores a británicos y mogoles, o con las acciones de tribus y soberanos que nunca se sometieron; quienes observen las alianzas abruptas, hostilidades repentinas y coaliciones rotativas del inundo árabe contemporáneo; e indudabler_nente, quienes investiguen las negociaciones de Estados rivales y tribus belicosas en cualquier tiempo y lugar, pueden interpretar los acontecimientos según el concepto renacentista del equilibrio del poder, .y hasta aplicar su misma terininología sin temor a caer en anacronismo o distorsión. (11) Jada la universalidad (le] predicamento estratégico, las excepciones son las que exigen una explicación. Europa permaneció dividida a través de los siglos y todavía no está totalmente integrada, pero China Irrantu Vo l ar gos periodos de unidad en el pasado. }' aCt,lralIllentP Se halla r
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virtualmente unida. En Japón, el ascenso y caída de los señores de la guerra fue finalmente interrumpido por un único gobierno. Donde anteriormente hubo Estados belicosos hoy existe unidad, como en Italia, España y Alemania; por supuesto que la experiencia europea comenzó con el Imperio Romano, el cual nunca hubiera existido si cada expansión no produjera mayores expansiones. Hacer notar que la lógica paradójica de la estrategia resurgió tan pronto como el poder central dio muestras de debilidad, aunque fuera por defectos personales del soberano, disminuye el campo de lo que debe ser explicado, pero no la necesidad de explicar. En realidad, la respuesta emerge directamente de la misma definición de estrategia; en ámbitos de gobierno consensual, como son los de la producción y el consumo, donde el conflicto y la competencia están limitados por leyes y costumbres, se aplica totalmente la lógica lineal y para nada la lógica paradójica de la estrategia. Por lo tanto, resulta posible lograr continuidad y estabilidad, sin necesidad de realizar un último esfuerzo desesperado para resistir la disolución de lo que existe y el reemplazo por su opuesto. De ahí la perpetua búsqueda de legitimidad por parte de gobernantes y regímenes que no tienen derecho natural a ella por medio de una autoridad dinástica todavía incólume, por alguna fuente trascendental, o mediante confirmación electoral. Demostrar una aceptación formal .y prolongada de las reglas establecidas, en lugar de la aprobación transitoria derivada de una reciente eliminación de contiendas destructivas, de la popularidad personal del gobernante, o de una buena cosecha, resulta de suma importancia, precisamente porque es lo único que puede apartar al gobierno de los afanes y trastornos del predicamento estratégico. Todavía existen unos pocos soberanos con legitimidad adscripta por aquí y allá, y muchas más democracias, pero los Estados regidos por regímenes represivos con poca o ninguna legitimidad son todavía más numerosos. Para estos últimos, la política es como la guerra, aunque no exista derramamiento de sangre, y la lógica paradójica de la estrategia se aplica completamente, requiriéndose continua vigilancia del Estado y un esfuerzo permanente para evitar la merma del poder. Así es que existe una especie de gran estrategia aún dentro del gobierno de algunos Estados. Hasta aquí hemos observado con mucha profusión la lógica de la estrategia en el marco de la guerra. Sin embargo, ésta abarca no meramente las actividades bélicas, sino la conducta humana en el contexto de una guerra posible. Mientras los Estados actúen para preparar o evitarla guerra, o usen su capacidad bélica para extorsionar concesiones por intimidación sin empleo efectivo de la fuerza, la lógica de la estrategia se aplicará totalmente, tanto como en la guerra misma e independientemente de los instrumentos políticos que se utilicen. En
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consecuencia, excepto en sus aspectos puramente administrativos, la diplomacia, la propaganda, las operaciones secretas encubiertas y los controles económicos están todos sujetos a la lógica de la estrategia, como elementos de las relaciones contrapuestas entre uno y otro Estado.
II
LOS NIVELES DE LA ESTRATEGIA
Introducción
Hemos visto cómo la secuencia de acción, culminación, decadencia e inversión de la lógica paradójica domina el reino de la estrategia. Condiciona exactamente del mismo modo la competencia y lucha entre naciones enteras que la más minuciosa interacción entre armas y contramedidas, porque la misma lógica se manifiesta en escala grande y pequeña, en toda clase de guerras y también en las diplomacias contrapuestas de tiempo de paz. La contienda dinámica entre voluntades en oposición es la fuente común de esta lógica permanente, pero los factores condicionados varían según el nivel de confrontación. La reciprocidad técnica entre armas específicas y contramedidas queda subordinada al combate táctico de las unidades que emplean dichas armas en particular, y las fortalezas y debilidades de dichas unidades derivan de toda clase de factores intangibles y materiales muy di stintos de las limitaciones científicas y técnicas de las armas. Las acciones de combate completamente autosustentadas son posibles (por ejemplo, las incursiones de comandos), pero usualmente los movimientos a nivel táctico de unidades particulares de las fuerzas armadas de cada bando constituyen operaciones subsidiarias de otras de mayor envergadura, con la participación de muchas unidades, y este nivel operacional controla las consecuencias de lo que se hace o deja de hacer tácticamente. Nuevamente, los factores afectados por la lógica son diferentes; por ejemplo, no interesarán detalles topográficos o de despliegue, y será i mportante la interacción general de los respectivos planes bélicos. Los acontecimientos a nivel operacional pueden alcanzar gran magnitud, pero nunca serán autónomos; se rigen a suvez por la amplia interacción de conjunto de las fuerzas armadas en el teatro de operaciones, del mismo modo en que las batallas son parte integrante de las campañas. En este nivel superior de la estrategia de teatro es donde las consecuencias de las operaciones aisladas se destacan en la conducción general de la agresión y defensa, objetivos militares dominantes que rara vez aparecen a nivel operacional, donde una campaña de bombardeo podría ser lanzada por los defensores, mientras que al agresor le preocupa la defensa aérea; asimismo, y donde un ataque puede confor-
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mar los propósitos de defensa de un frente, mientras que la contención de operaciones en ciertos sectores satisface a menudo fines ofensivos. La totalidad de la conducción de la guerra, incluyendo su preparación en tiempo de paz, es a su vez expresión subordinada de los esfuerzos nacionales que se desenvuelven a nivel de la gran estrategia, por donde pasa todo lo militar dentro del contexto mucho más amplio de control del orden interno, política internacional, actividad económica, y actividades derivadas. Como los fines últimos y los medios básicos se manifiestan únicamente al nivel de la gran estrategia, las limitaciones de recursos para la acción militar se definen también a ese nivel, en su verdadero significado: hasta la conquista más exitosa no es más que un resultado provisorio factible de modificarse por la intervención diplomática de Estados más poderosos, e incluso ser repudiada a raíz de una decisión política interna; en contraste, aún una catástrofe militar puede ser redimida gracias a las transformación política que genera, o quizá perder importancia ante nuevas alianzas que la debilidad suele fomentar en los procesos usuales de equilibrio del poder. Los cinco niveles forman una jerarquía definida, pero los resultados no se imponen simplemente desde arriba hacia abajo con un mensaje de una sola vía, sino que cada nivel interactúa con los adyacentes en diálogo constante. Los aspectos técnicos sólo interesan aquí si llegan a afectar la táctica; pero a su vez, la acción a nivel táctico depende hasta cierto punto de la performance técnica, así como el conjunto de acontecimientos tácticos constituye el nivel operacional, si bien es este último quien determina su significado. En forma similar, las operaciones en desarrollo tienen efecto a nivel de estrategia de teatro, la que define su propósito, mientras que la totalidad de la actividad militar afecta lo que sucede a nivel de la gran estrategia, si bien su misión queda determinada en ese nivel supremo. Entonces l a estrategia posee dos dimensiones: la dimensión vertical de los distintos niveles que interactúan entre sí, y la dimensión horizontal de la lógica dinámica que se desarrolla concurrentemente dentro de cada nivel. Nuestra investigación comenzó en la dimensión horizontal, y las referencias a uno u otro nivel fueron introducidas directamente sin tratar de explicarlas de manera sistemática, como para dejar el escenario libre para el primer encuentro con la lógica paradójica en acción y sus resultados, que suelen a veces sorprendernos. Ahora sería apropiado definir claramente cada uno de los cinco niveles, eligiendo cuidadosamente las palabras y destacándolos en atractivo formato tabular. Pero el tema que nos ocupa alberga tantas variables como la misma vida humana, a menudo cargada con poderosas emociones, restringida por hábitos y urgencias institucionales, envuelta en bruma por las inciertas particularidades de tiempo y lugar
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de cada encuentro, de modo que las redes de definiciones de fraseología abstracta solamente pueden capturar los contornos vacíos de la estrategia, pero nunca su contenido proteico. Existe en circulación una enorme cantidad de definiciones de la táctica y demás niveles de la estrategia, pero basta echar una ojeada a cualquiera de ellas para descubrir inmediatamente un sinnúmero de excepciones. Y si se las complementa con ulteriores definiciones de las diversas subcategorías, entonces nos haría falta un glosario entero de términos para recordarnos qué querernos decir con nuestras propias palabras, sin que de ningún modo hayamos avanzado en nuestra comprensión del real contenido de la estrategia. Porlo tanto, vamos a proceder a zambullirnos en la misma sustancia de los encuentros estratégicos, para proceder a efectuar la disección de sus niveles componentes. Luego nos concentraremos en el análisis de cada nivel a suvez, parafnalmente, sí dar un paso atrás para examinar la totalidad dinámica, descubrir las líneas fronterizas de la estratificación natural del fenómeno del conflicto. Entonces, cuando nos aventuremos a expresar alguna definición, no procederemos a erigir todo un edificio verbal de diseño propio, sino que hablaremos simplemente de la realidad que observamos. Ya puesto de manifiesto nuestro propósito, nos sujetaremos a los límites de un caso extenso, la defensa de. Europa Occidental, que a continuación será examinada en sus distintos niveles. Podemos empezar por considerar la demanda escuchada con tanta frecuencia hoy en día, de que las fuerzas de la Organización del Tratado del Atlántico Norte* podrían oponerse con éxito a una ofensiva soviética en Europa confiándose en sus defensas no nucleares de "alta tecnología", de modo que la Alianza ya no necesitaría el actual despliegue de costosas fuerzas blindadas y mecanizadas, ni tampoco --en especial- ningún armamento nuclear, excepto para disuadir a la Unión Soviética de usar sus propias fuerzas nucleares.
* En adelante llamada "la Alianza".
CAPÍTULO 5
EL NIVEL TÉCNICO
Las diversas propuestas de defensa no nuclear de Europa que hoy circulan, en la práctica se concentran en la protección de unos seiscientos kilómetros del "frente central", señalado por la frontera de Alemania Occidental,* y se basan en general en la combinación de dos ideas diferentes. La primera es el concepto ya familiar de confrontar las divisiones invasoras de tanques e infantería mecanizada con gran cantidad de infantes armados con abundantes misiles antitanque. (1) Según algunas propuestas serían tropas regulares que reemplazarían totalmente a las actuales divisiones blindadas y mecanizadas, que además de ser costosas, hay quienes la definen como "provocativas" porque podrían indudablemente emplearse tanto para atacar como para defenderse. En otras proposiciones, la infantería misilística antitanques estaría compuesta por unidades de reserva o milicias que se agregarían a las fuerzas regulares existentes para proveer una nueva primera barrera de defensa. El segundo concepto no es tan simple; consiste en el aprovechamiento de desarrollos recientes en una variedad de técnicas para constituir sistemas completos de "ataque profundo". Abarcaría sensores aéreos y satelitales, comunicaciones, centros de control, y misiles de gran alcance con "submuniciones" de puntería independiente, que actuarían en orden de secuencia para identificar y localizar vehículos mecanizados y otros blancos móviles a cientos de kilómetros de distancia, suministrar información a los centros de control computarizados donde inmediatamente podrían tomarse decisiones sobre los empeñamientos, yfinalmente atacar en masa dichos blancos. Por lo tanto, tales sistemas serían capaces de atacar columnas de tanques y vehículos mecanizados en movimiento para demorarlas, desorganizarlas y disminuirlas mucho antes de que alcancen el frente, evitándose así que sumen impulso y potencia de fuego a la ofensiva. Al examinar ambos conceptos podemos empezar por imaginarnos la * La obra fue escrita anteriormente a la reunificación alemana en 1990. (N. del T.)
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reacción del presunto enemigo, que intentará moverse para anular o sobrepasar sus efectos, obligando a los defensores a descender por la curva desde sus puntos culminantes de éxito, al tiempo que absorben el alto costo implícito. Pero mi propósito es dejar al descubierto el funcionamiento general de la estrategia, en lugar de analizar el mérito esencial de cada una de esas propuestas; por consiguiente, debemos examinar la imagen fotoeráfica de cada nivel en orden de secuencia, en vez de la película cinematográfica de sucesivas interacciones dinámicas dentro de un mismo nivel. Al encarar estos asuntos no tan simples, contamos con la ventaja de poder comenzar por encaminarnos a través del terreno de la cuestión familiar del misil antitanque, visto en forma novedosa, antes de dedicarnos al análisis de la propuesta del ataque profundo que eventualmente nos conducirá a las complejidades del equilibrio nuclear. LA GUERRA DE LAS ARMAS Vamos a comenzar por examinar la confrontación entre armamentos, asumiendo que cada uno de ellos es manejado por dotaciones competentes sobre las cuales no interesan otros datos en esta etapa. Por una parte, vemos los tanques .y transportes mecanizados de infantería que constituyen la cuña frontal del avance de las divisiones soviéticas, tratando de penetrar a través del dispositivo de la Alianza. Por el otro lado, observamos la infantería provista de misiles antitanque, quizá desplegada en terreno abierto o protegida en posiciones de cemento; en este nivel estratégico no tomamos eso en cuenta. Asimismo, ignorarnos la forma en que se desplazan los tanques soviéticos; si se exponen totalmente a la observación o tantean hábilmente antes de adelantarse por avenidas bien cubiertas. En este nivel resulta suficiente imaginar un misil antitanque y un tanque o vehículo mecanizado soviético, que muy bien podrían estar enfrentándose uno a otro en un polígono de tiro sin rasgos característicos. Notamos que el misil antitanque es un arma muy barata en comparación; quizá cueste el uno por ciento del tanque y el diez por ciento del vehículo mecanizado. Además, bastan dos hombres para servir al lanzamisiles, mientras que sus adversarios requerirán tres o cuatro tripulantes, sin contar los infantes que transportan. De cualquier manera que computemos el servicio y la vida de los hombres, la diferencia favorece aún más la economía del misil antitanque. Enseguida vemos que el misil puede ser guiado hasta su blanco con seguridad, y si ensayamos cierto número de ellos encontramos que hacen impacto el noventa por ciento de las veces. La cabeza de combate de carga hueca penetrará fácilmente el delgado blindaje del transporte
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de combate con plasma a alta velocidad que liquidará toda cosa o persona en su interior. Podría suceder que el tanque poseyera blindaje cerámico de avanzada y mejoras en su protección interna, pero en nuestra visión fotográfica estamos examinando misiles también. muy modernos, con cabezas de precisión y tamaño suficiente para perforar la coraza del tanque. Por supuesto, éste hace fuego con sus ametralladoras y hasta con su cañón ; si se trata de un vehículo de transporte también disparará sus ametralladoras y quizás un pequeño mortero o lanzagranadas. Pero el misil tiene un alcance mucho mayor que esas otras arreas, excepto el cañón y el mortero, pero tiene una excelente oportunidad de destruir su blanco antes de que los apuntadores del tanque y del vehículo mecanizado hallen la distancia y logren hacer impacto. Durante la noche la situación se mantiene, porque cadabando utiliza visores especiales; en realidad, los apuntadores de misiles de la Alianza serían provistos de mejores equipos, con imagen más clara a mayor distanciay luminosidad ambiente más tenue; además, el tanque .y el vehículo mecanizado son mucho más grandes y más fácilmente localizados. Recurriendo a cifras que pueden describir todo lo observado en este nivel estratégico, vemos que el 90 por ciento del total de misiles funcionarán correctamente, de los cuales el 90 por ciento hará impacto en el blanco, 80 por ciento de ellos penetrarán la coraza, y 90 por ciento causarán daños que provocarán la inmovilización, de lo que resulta un 58 por ciento de probabilidad acumulativa de éxito.* Entonces podríamos estimar que en duelos directos en que se batan dotaciones competentes .y fogueadas en nuestro campo de tiro carente de rasgos distintivos, cada tanque puede destruir un misil antitanque antes de ser a su vez inutilizado, y cada vehículo mecanizado da cuenta de otros dos. Por consiguiente, se requerirán 1,58 misiles para destruir tanques que cuestan cien veces más, y 2,58 misiles para los vehículos mecanizados que cuestan por lo menos diez veces más. Vemos entonces que la confrontación técnica entre misiles y blindados se resolverá categóricamente a favor de los primeros, por muy amplio margen. Tal como es habitual, podríamos detenernos aquí y presentar este resultado técnico como la verdad absoluta y suficiente; eso sería en caso de que por ejemplo examináramos un encuentro entre la defensa antimisiles balísticos y los misiles balísticos soviéticos de largo alcance, dentro del gran campo de tiro espacial, sin rasgos distintivos. No hay duda que cualquier ventaja en la relación del intercambio que supere la posible desproporción entre los recursos que cada bando podría * Tal como se dijo, eso corresponde al efecto inmovilización; para lograr daños catastróficos irreparables la probabilidad es mucho menor.
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aplicar en el esfuerzo sería una conclusión válida para algunos propósitos, tal como para determinar simplemente la factibilidad de la misión. Sin embargo, el hecho de averiguar el nivel técnico de la estrategia en el combate entre el misil antitanque y sus enemigos, es para nosotros solamente el comienzo, y provee información parcial y transitoria. Por supuesto que el nivel técnico posee su propia importancia, mayor ahora que en el pasado cuando los cambios eran lentos y las diferencias de capacidad técnica causaban efectos mucho menores. Hoy en día, armas tales como aviones de combate, submarinos o tanques de batalla, pueden sobrepasar a sus predecesores apenas un poco menos modernos en forma que no puede compararse con las diferencias que pudieron existir entre dos espadas igualmente eficaces de una misma época; no obstante, aun en la antigüedad la superioridad técnica fue ocasionalmente un factor decisivo, como ocurrió hacia fines del siglo IV cuando los hunos aparecieron por primera vez con arcos pequeños de material laminado, muy manuables para emplearlos desde la montura, y extremadamente potentes. Estos límites del nivel técnico de la estrategia no son arbitrarios. Lo que hemos revelado (más que definido) es el nivel dentro del cual las armas de guerra y sus interacciones pueden observarse en una parti cular dimensión de la realidad, porque todas las demás circunstancias, tanto materiales como intangibles, permanecen indeterminadas; de todos modos, es una parte de la realidad. Tal como ha sido definido este nivel, queda incluida dentro de él toda la información objetiva de gran interés profesional para mucha gente que dentro del área militar se dedica al desarrollo de armamentos, específicamente, los científicos e ingenieros. Se supone que ellos reciben instrucciones provenientes de niveles superiores sobre aquellos aspectos de la performance especialmente requeridos, y del grado de eficacia a lograrse en términos generales. Sin embargo, y con sujeción a ello, la tarea procede enteramente dentro de los límites del nivel técnico y en prosecución de metas estrictamente técnicas, a pesar de que los armamentos que se desarrollen afectarán con sus capacidades a todos los niveles superiores de la estrategia. Mientras que las consecuencias de la técnica reverberan a través del reino de la estrategia, como indudablemente ocurre en todos los otros aspectos materiales de la vida humana, únicamente las abstractas teorías científicas que sólo consisten en puras palabras y cifras inmateriales, son las que restringen su campo. En tiempos recientes sus límites se han expandido con bastante rapidez, pero en determinado momento se convierten en barreras impenetrables para el tecnólogo. Las teorías o "leyes" de la ciencia pueden quedar abolidas en cualquier momento, pero mientras tanto su dominio es absoluto. En contraste, no
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sucede lo mismo con las demás pautas militares y políticas que también definen las metas y límites del desarrollo técnico. SOLDADOS Y TÉCNICOS Raramente los técnicos están familiarizados al detalle con los requerimientos militares que deben satisfacer. En general, suelen respetar las instrucciones recibidas como mera formalidad, porque conocen perfectamente su transitoriedad, ya que ven nuevas doctrinas y "estrategias" enunciadas cada pocos años, mientras que sus propios artefactos perduran durante varias décadas. Entonces, los técnicos no se sienten inclinados a obedecer al pie de la letra las formulaciones de autoridades que denotan falta de conocimientos sobre el rango completo de posibilidades que se abre ante ellas. La militarización de los técnicos que viene sucediendo desde tiempos remotos, y la creciente educación técnica de los militares que se inició en el siglo pasado, no han anulado la división: cada grupo está sujeto a autoridades diferentes, por un lado el escalafón de la ciencia aplicada y por el otro la jerarquía militar no técnica. Por lo tanto, no existe solamente una barrera de ignorancia, sino además divergencia de propósitos. Para la burocracia militar, la máxima calidad posible para determinado armamento debe normalmente sacrificarse en aras de la cantidad, porque si disminuye la magnitud de las fuerzas se reduce la base de la jerarquía. Por otra parte, para el técnico la cantidad no cuenta: la máxima calidad es la única meta dentro de su especialidad, y se manifiesta al desarrollar el arma más completa con la más alta performance posible. Anteriormente a la Primera Guerra Mundial y durante su transcurso, los acorazados más grandes y mejor protegidos y los cañones ferroviarios de mayor alcance excitaban la ambición del técnico; unos concordaban con las necesidades navales vigentes, y los otros no eran demasiado congruentes con los requisitos de la artillería contemporánea que buscaba alta movilidad. En la Segunda Guerra Mundial los caminos de la ambición técnica proliferaron para producir una verdadera galaxia de innovaciones, algunas con utilidad militar inmediata (por ejemplo, el radar y la bomba de fisión) y otras de validez negativa para la época (las V-1, V-2 y V-3 alemanas, y el supertanque Maus). Hoy en día, la ambición por el desarrollo se enfoca hacia armas de energía dirigida, grandes aviones supersónicos de caza con equipamiento electrónico completo, submarinos nucleares del tamaño de cruceros, y enormes portaaviones. Naturalmente, el efecto logrado es reducir las cantidades, hasta niveles que no se corresponden con la realidad bélica en algunos casos; por ejemplo, la producción anual de aviones de caza
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no excede la cifra que podría perderse en una mala mañana durante combates aéreos en gran escala. Ahora está de moda deplorar la tendencia a perseguir la calidad a expensas de la cantidad, al menos en los Estados Unidos, pero la lógica paradójica de la estrategia en cualquiera de sus niveles resulta irrelevante en este. cuestión, y ninguna intuición al respecto puede ayudarnos a tomar decisiones. La acción a nivel técnico que provoca una reacción puede provenir indiferentemente de muchas armas sencillas o de pocas más sofisticadas. En cambio, es la lógica lineal del sentido común la que impone límites en la búsqueda de la calidad a expensas de la cantidad, porque la utilidad marginal de los incrementos de calidad debe tender a cero dentro de los límites de aplicación científica, en determinado momento: el mejor fusil posible de construir con los materiales más avanzados y técnicas más recientes, quizá sea muy poco más efectivo que un fusil común basado en idénticos principios pero a mucho menor costo. Lo mismo se aplica a bombarderos, misiles, submarinos, o cualquier otro armamento que se compare. Sabemos que no nos hallamos en el reino de la estrategia, porque al incrementarse l a calidad de una unidad el incremento de efectividad obtenido puede que se reduzca a cero, pero nunca será negativo (a menos que la confianza u otro atributo similar sea afectado de algún modo). En cambio, si laparadejadinámica de la estrategia determinara el resultado, los incrementos en la calidad comenzarían realmente a reducir la efectividad de un arma después de cierto punto. Las tensiones que se producen entre prioridades militares y metas técnicas obligan constantemente a la negociación entre soldados con mentalidad técnica, y técnicos con mentalidad militar, ambos miem bros marginales de cada grupo. Pero cuando los productos del desarrollo técnico son finalmente entregados a las fuerzas armadas, su utilización se regirá por la opinión del cuerpo principal y por intereses institucionalespreexistentes (a menudo resabios de desarrollos técnicos previos). Cuando la novedad constituye una mejora del material en uso, la innovación se incorporará directamente, con el único obstáculo de algunas fricciones incidentales que probablemente se resuelvan con el tiempo. Pero si el arma nueva es el resultado de un a invención, si carece de predecesores directos, entonces las fuerzas armadas deberán modificar sus esquemas creando nuevas unidades que la adopten, a expensas de unidades ya existentes. Como estas últimas tienen algún tipo de representación dentro de los círculos de decisión, mientras no ocurre lo mismo, obviamente, con las unidades todavía no habilitadas, el crecimiento que resolvería ese conflicto queda siempre limitado por alguna forma de escasez (típicamente, de fondos en tiempo de paz .y de personal en tiempo de guerra). Esas barreras institucionales tradicionalmente opuestas a la innovación pueden verse en un símil hidráulico donde la
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expansión de la fuerza sería la válvula de alivio, y la resultante se manifiesta en la velocidad o lentitud con que el líquido existente deja paso al nuevo. Pero la innovación no es solamente rápida o lenta; también puede fracasar rotundamente a causa de una resistencia social que sencillamente no admite el cambio técnico, (2) o de una aplicación equivocada. Un caso famoso de innovación abortada fue el de la rrtitrailleuse, una ametralladora súbitamente adoptada por el ejército francés en 1869, en vísperas de la guerra con Prusia. En un inundo de fusiles de un solo tiro, la mitt-ailleuse podía disparar 300 proyectiles por minuto con precisión, a más de 500 metros; era bastante confiable, y• hubiera tenido efectos decisivos contra una infantería sorprendida por tal velocidad de fuego. Era una invención belga que fue fabricada en gran secreto en los arsenales franceses por orden de Napoleón 111; y exigt.ígn importatit.es cantidades listas al comienzo de la guerra con Prusia en 1870. Pero el alto grado de reserva había impedido que se realizaran ejercitaciones en el terreno y se discutieran las tácticas. Como el arma era demasiado pesada para ser cargada a mano, se la montó sobre una cureña liviana, por lo que parecía una pieza de artillería de campaña. Por otra parte, la infantería no estaba preparada para re abastecerse de munición, en una época en que cien tiros satisfacían las necesidades de cada soldado para varias semanas de campaña, y cada batallón contaba solamente con unos pocos carros a caballo ya repletos de tiendas, alimentos y pertrechos. Además, el mismo Napoleón III era un experto artillero (de fama mundial), así que fue la artillería quien recibió la mitraílleuse. Al empezar la guerra, los artilleros franceses la emplearon naturalmente como una pieza más, o sea bien a retaguardia de las líneas de infantería, fuera del alcance de sus blancos y vulnerable al fuego de contrabatería enemigo sobre posiciones francesas. (3) Hubiera sido demasiado optimismo imaginar que los artilleros abandonarían sus conceptos habituales para ubicar alguna de sus armas entre la infantería; ello les parecería un atroz retroceso a la usanza del siglo XVII. Tampoco podían entregarlas nuevas armas ala infantería sin transferirles además los tan valiosos carros de municiones de artillería. De todos modos, sucedió que en labatalla de Gravelotte, el 18 de agosto de 1870, la infantería prusiana avanzó hasta entrar en el alcance de algunas ametralladoras que no habían sido neutralizadas por el fuego de contrabatería. Disparando las placas de 25 tiros a una velocidad de 12 tiros por minuto, las nuevas armas ejecutaron una masacre, causando muchas de las 20.163 bajas prusianas de ese día. (4) Pero por otra parte, ¡as ametralladoras apenas figuraron al término de la guerra. S i la innovación no se hubiera abortado de ese modo, podría haberse evitado la desastrosa derrota francesa.
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POLíTICOS Y TÉCNICOS Mientras que entre técnicos y militares existen tensiones que sólo la innovación in stitucional puede resolver, una crónica disonancia es el estado normal de relaciones entre esferas políticas y. técnicas. Los objetivos políticos del Estado resultan usualmente tan vagos y distantes para el técnico que ni siquiera entran en sus cálculos. En algunos raros casos, las autoridades han intervenido abruptamente para lanzar desde arriba algunas órdenes, ya positivas o negativas. Un presidente norteamericano puede disponer la clausura de una vía de desarrollo bastante prometedora porque ofende su sentido de la ética, o quizá daña estéticamente su imagen pública. Puede que otro ordene a los técnicos la producción de nuevas armas que se hallan más allá de los límites contemporáneos de posibilidades científicas, como si el progreso de la ciencia pudiera dirigirse y acelerarse mediante una decisión política y la provisión de fondos. Un Hitler o un Stalin pudieron imponer la dictadura en laboratorios y talleres, y decretar que los cohetes balísticos o las bombas de fisión fueran rápidamente construidas. Hay algunos casos muy recordados de intromisión espectacular desde el lado de la ciencia; el más trascendente ocurrió el l l de octubre de 1939, cuando el influyente economista Alexander Sachs entregó al presidente Roosevelt una carta firmada por el ya eminente Albert Einstein y un memorándum de otro científico refugiado; el entonces desconocido Leo Szilard, quien tuvo la idea. Ambos documentos invitaban al gobierno norteamericano a investigar la posibilidad de iniciar una reacción en cadena de uranio dentro de un artificio bélico. La iniciativa de Szilard fue posible gracias a la ayuda prestada por otros científicos refugiados, Eugene Wigner y Eduard Teller; cada uno de ellos estaba destinado a la fama en el futuro, pero su papel esencial en ese momento fue llevar a Szilard hasta la cabaña de Einstein en la playa de Long Island en reiteradas ocasiones, porque carecía de licencia de conductor. Según el relato dejado por Sachs, Roosevelt parecía distraído durante la lectura de la carta y del memorándum, y recién en el desayuno del día siguiente Sachs finalmente lo persuadió para que tomara el asunto con seriedad, al contarle una anécdota sobre la negativa de Napoleón a financiar el proyecto del buque a vapor de Fulton. (5) Fue por circunstancias al menos fortuitas dentro de los términos consecuentes de la ciencia e ingeniería, que laAlemania nazi fracasó en el desarrollo de su propia bomba de fisión. El entusiasmo de Hitler se inflamó de inmediato ante la perspectiva de construir cohetes fusiformes y rugientes, y su apoyo a la cohetería siempre fue generoso y tenaz. Sin embargo, los físicos nucleares pertenecían a un campo notoriamen-
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te no ario (incluyendo a Szilard, Winger, Teller y al mismo Einstein) que fue posteriormente condenado por los pensadores nazis por su crítica a certezas irrefutables; tampoco la reacción en cadena nuclear encontró un defensor germano propiamente ario tan persistente como Leo Szilard. Únicamente la disonancia fundamental entre técnicos y políticos pudo causar que asuntos de tan colosal importancia fueran decididos con semejante frivolidad. Por supuesto que el proyecto americano de la bomba de fisión hubiera comenzado tarde o temprano, aunque no estuviera Szilard para llamar la atención. Pero una demora pudo ser decisiva si el gusto de Hitler hubiera sido diferente y le asignara máxima prioridad, porque ciertamente Alemania poseía medios materiales para fabricar su propia bomba de fisión si el proyecto se hubiera iniciado alrededor de 1939. El convencimiento de que los dirigentes políticos no deben desatender las posibilidades que ofrece el desarrollo técnico deliberado se convirtió en realidad indiscutible luego de la Segunda Guerra Mundial, que exhibió dramáticos episodios de guerra científica, y como secuela de Alamogordo, Hiroshima y Nagasaki. Los departamentos científicos proliferaron dentro del gobierno y las fuerzas armadas, ,y fueron agregados cargos de asesores científicos a los gabinetes íntimos de presidentes, primeros ministros y secretarios generales. Sin embargo, todo eso no hizo mucho para reducir la disonancia, como podía esperarse. Es que en realidad existían solamente dos clases de cuestiones técnicas: los asuntos de rutina, sobre los que no se necesitaba decisión política alguna, y los polémicos, sobre los cuales también normalmente diferían los científicos en términos que los legos ni siquiera podían entender. (6) Los políticos todavía capitanean el barco del Estado y los soldados manejan sus cañones, pero ahora hay técnicos a cargo de la sala de máquinas, cuyas acciones impulsan el buque por rutas inexploradas hacia destinos desconocidos.
* La afirmación en posguerra de eminentes físicos nucleares alemanes (Heisenberg y otros) de que deliberadamente retrasaron el desarrollo de la bomba, fue fraudulenta.
CAPÍTULO 6
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Volviendo ahora al caso de la defensa de la Alianza en Alemania, podernos examinar al misil_ an5tanque y su ,-~ oponentes directos en el siguiente nivel de la estrategia. La imagen que se presenta ante nuestra vista es mayor y nias detallada, porque ya no podemos simplificar la lucha como si fuera un duelo, sino que debernos considerar unidades enteras enfrentadas entre sí, y que contienen tantos equipos misilísticos y vehículos blindados como podrían interactuar riirectarnPrat~ dentro de un mismo episodio de combate. Además, ya no estamos comparando misiles y vehículos blindados que confrontan en un campo de tiro sin rasgos prominentes, ni con dotaciones autómatas. En primer lugl-rr debemos considerar el terreno ,y la vegetación. El suelo del este de Alemania es algo irregular, sin montañas altas pero con valles y colinas, o al menos con algunos plegamientos que pueden tener importancia. Hay vías protegidas que podrían explotar las fuerzas blindadas soviéticas para aparecer subitamente frente a los misiles antitanque a corta distancia, y así privarlos de su gran ventaja de alcance en comparación con las ametralladoras. En casos extremos, la emergencia del blanco visible ocurriría tan cerca que el misil no podría siquiera usarse, porque como contrapartida a su gran alcance adolece de una distancia mínima de lanzamiento dentro de la cual no llega a entrar a tiempo en la línea de puntería. Esta limitación no la tienen los cohetes antitanque. Por otra parte, también existe vegetación que permite ocultarse a la infantería antitanque, y que puede servir para mucho más que enmascarar su presencia, ya que obtiene protección de vial importancia en cualquier cobertura del terreno, al menos contra las armas de fuego directo. Más afro, si se dispone de tiempo antes del combate (una variable significativa que puede depender del rnás alto nivel estratégico), el terreno no sólo puede ser aprovechado en su estado natural, sino mejorado mediante barreras tales corno fosos antitanque y fortificaciones. Unas pocas horas de trabajo con picos y palas podrían bastar para transformar una ladera expuesta en zona fortificada, con posiciones de fuego disimuladas y cubiertas para resistir el tiro indirec-
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si
to de obuses y morteros. Las barreras continuas que impidan el paso de los atacantes, así como las posiciones fortificadas, podrían construirse con cemento bien sólido en lugar de tierra, mejorando notablemente la defensa (contrariando el prejuicio pos-Línea Maginot). Pero si la disposición no es prolija, si las posiciones de fuego se destacan del paisaje circunvecino como blancos notables, las fortificaciones servirán para condenar a los defensores; a este nivel estraté gico, esas cosas pueden resultar decisivas de por sí dentro del corto lapso en que se define el encuentro táctico. Por consiguiente, debemos reconocer que un factor enteramente novedoso ha aparecido en la elaboración de éxito o fracaso cuando el breve tiempo disponible adquiere relevancia: la idoneidad no solamente en cuanto al funcionamiento mecánico de las armas ya asumido en el nivel técnico, sino la sutil idoneidad táctica requerida para hacer buen uso del terreno y de las armas asignadas, dentro del contexto particular de cada empeñamiento. Ahora también cobra importancia la aptitud natural y el adiestramiento táctico de los hombres que tripulan esos vehículos blindados y la infantería misilística que se les opone: ¿poseen el ojo atento del cazador para descubrir las ventajas del terreno, dado lo que saben del enemigo? ¿Pueden calcular rápidamente cómo se correlaciona la profundidad del campo de tiro desde varias posiciones y sobre aproximaciones distintas, con el alcance efectivo de sus armas? CONDUCCIóN, MORAL, FORTUNA La idoneidad es un atributo individual, pero son las dotaciones de vehículos y misiles quienes combaten; o sea que consisten en grupos pequeños, y lo que cuenta más que nada es la habilidad que demuestran efectivamente actuando en conjunto, más que la pericia personal. Y ello mucho depende de una conducción competente. ¿Son los hombres más antiguos de los equipos de infantería misilística aquellos mejor calificados para asumir decisiones tácticas, o producto de un ejército que promueve la docilidad antes que el ingenio? En cuanto a los oficiales y suboficiales a cargo de los vehículos blindados y de sus dotaciones, ¿son verdaderos líderes o apenas seguidores de quienes están en el escalón superior de la cadena de mandos? Tampoco basta una conducción competente si las tropas no desean enfrentarse al peligro. Cuando realmente comienza el encuentro táctico, con el estremecedor estampido de la artillería que rutinariamente hace fuego por delante del avance blindado, el siniestro martilleo de las ametralladoras, la explosión mortal de las granadas de mortero; cuando la tierra parece estallar desde adentro y volar por el aire, mientras ramas de árboles cortadas por la metralla caen ruidosa-
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mente; cuando un transporte de tropas por aquí o un tanque más allá son tocados, se incendian y explotan; cuando el infante se apercibe de que el compañero que se hallaba a su lado un segundo atrás está ahora muerto, herido o enterrado bajo escombros; cuando el combate propiamente dicho se inicia, entonces descubrimos que mucho más que una hábil conducción es lo que interesa a fin de cuentas. Los instintos naturales tratarán de inducir alas dotaciones atacantes a esperar en la seguridad del refugio que el terreno les ofrece, en vez de continuar el avance por un área desconocida, hacia donde aguarda el enemigo oculto con sus mortíferos misiles. Y el mismo poderoso instinto urge a huir al infante que debe mantener su posición en contra de máquinas de acero que descienden implacablemente hacia él; ahora los lanzamisiles parecen desesperadamente endebles y su efecto incierto, frente a la certeza matemática de que en pocos minutos los defensores serán aplastados bajo las orugas de los tanques que se aproximan, a menos que todos ellos reciban impactos que los detengan. Lo que vence al instinto para hacer posible el combate es el conjunto de todas esas cualidades intangibles que los ejércitos se esfuerzan en estimular mediante marchas y desfiles (para automatizar la obediencia), discursos, canciones y banderas (para inspirar orgullo), uniformes y rutina cotidiana, recompensas y castigos: moral individual, disciplina de grupo y cohesión de unidad. De estos atributos inmensurables pero de vital importancia, la cohesión al nivel de pequeñas unidades es usualmente el principal, porque la voluntad de lucha de los hombres en beneficio de los demás sobrevive al terrible impacto de la batalla con mayor éxito que cualquier otro apoyo moral. Por lo tanto, al nivel táctico de la estrategia las intangibilidades de idoneidad, conducción, moral, disciplina y cohesión de unidad entran en nuestro cuadro y tienden a determinar el resultado. Por esta razón, las estimaciones de equilibrio militar efectuadas únicamente a nivel técnico engañan en forma sistemática ya que al presentar listas cuantitativas del armamento brindan comparaciones de atractiva precisión, pero que dejan de lado partes fundamentales. Existe otro factor de poderosa influencia sobre el resultado de cada episodio táctico aislado: la fortuna, o sea posibilidad y probabilidad; posibilidad de que las tropas de uno u otro lado se hallen exhaustas por falta de sueño, enfermas o hambrientas por mal racionamiento, aterrorizadas por el combate anterior o por algún accidente fatal cuya ocurrencia no es rara cuando se manejan con prisa máquinas letales. Una probabilidad fundamental es la meteorológica; en Europa Central son comunes densas neblinas o espesas nieblas terrestres durante la mayor parte del año. Esto permitiría a los tanques y transportes de combate aparecer súbitamente ante los defensores, sin tiempo para disparar siquiera un misil, si es que todavía han mantenido su posición
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luego de la desmoralizadora experiencia de escuchar la rugiente aproximación de vehículos blindados que no pueden verse. ASIMETRÍAS OFENSIVAS Y DEFENSIVAS En consecuencia, todas estas cosas adquieren importancia a nivel táctico, y encuentran contrapartida en otras formas de guerra, en el aire y en el mar del mismo modo que en tierra. Pero, ¿afectan a ambos bandos de igual manera los rasgos del terreno, la vegetación, la idoneidad, conducción, moral, cohesión y fortuna? ¿Son modificables las conclusiones categóricas del nivel técnico por estos agregados a nuestro cuadro? ¿Puede variar nuestro resultado provisorio sobre la gran efectividad de la infantería armada con misiles antitanque contra el ejército soviético mecanizado en la defensa de Europa Central? La respuesta es definidamente afirmativa para cada uno de los casos. Las fuerzas blindadas soviéticas sólo tienen que avanzar para dar por cumplida su tarea, y la mayoría de las dotaciones no necesitará más que operar sus máquinas y disparar sus armas a través de miras telescópicas y troneras, protegidas de las terribles imágenes y ruidos de la batalla por planchas de coraza y motores rugientes. Por supuesto, hará falta un mando eficaz para que se desplacen en la dirección correcta aprovechando las prominencias del terreno; será provisto por jóvenes oficiales a la cabeza de cada columna, hombres destinados a correr mayores riesgos al avanzar expuestos en torretas abiertas. El infante que se encuentra a la defensiva no puede participar efectivamente en la lucha mediante la mera operación de mecanismos, sin tener clara la batalla. Debe permanecer listo y alerta para avistar sus blancos a la máxima distancia, a pesar de las interferencias del humo accidental o artificial, de nieblas y neblinas; debe adquirir su blanco con toda tranquilidad por medio de su mira, y decidir el delicado instante del lanzamiento, porque si bien conviene disparar a la mayor distancia posible, ello podría facilitar el ocultamiento en el terreno del tanque que avanza, y así eludiría el impacto del misil en vuelo. Después del lanzamiento, el operador debe mantener en su mira al blanco móvil durante los eternos segundos de recorrido del proyectil hasta el impacto. Y a lo largo de todo ese procedimiento, desde el avistaje hasta el término de la trayectoria, las tropas misilísticas cumplen minuciosamente sus tareas, mientras los sentidos soportan los efectos de la batalla, cuando la mínima distracción causa la pérdida del control sobre misiles en vuelo. Es evidente que hay gran asimetría en 1<<. protección física, salvo que se disponga de fortificaciones elaboradE.s. En nuestro cuadro, las fuerzas blindadas son vulnerables únicamente a los misiles, mientras que los defensores, por el contrario, quedan sujetos al efecto de toda
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arma que los alcance: cañones, morteros, ametralladoras, lanzagranadas, y -lo peor- el apoyo del fuego de artillería batiendo el terreno delante de los blindados. Algunos mueren, otros son heridos, y muchos más quedan tácticamente incapacitados al verse obligados a refugiarse en vez de buscar y atacar blancos. En realidad, no solamente conspirarán en contra de los defensores sus propios sentidos, sino además sus mentes. La unidad blindada soviética que avanza recibe el empuje de las unidades que le siguen; aparte de la dirección de movimiento asignada, su tarea tiene pocas li mitaciones, y la decisión y la suerte de comandantes y tripulantes sufre poca influencia de la totalidad de un dispositivo de defensa al que apenas conocen y por cierto no pueden evaluar. Pero los defensores tienen amplia oportunidad de efectuar sus cálculos: con la óptima visibilidad que permitan el clima y el terreno, el máximo alcance de fuego no excederá de 4000 metros, y si los blindados soviéticos avanzan a sólo 25 kilómetros por hora, dispondrán de algo más de nueve minutos de tiempo de combate antes que los tanques y vehículos enemigos les pasen por encima. Si la neblina reduce un poco la visibilidad, o la niebla la reduce mucho más, baja el alcance y proporcionalmente el intervalo disponible. Teóricamente, cada equipo lanzador de misiles podría empeñarse contra un nuevo blanco aproximadamente cada treinta segundos, y esas cosas a veces se hacen en el campo de tiro durante ejercitaciones. Pero dentro de la secuencia real del combate desde el avistaje basta el impacto, sería óptimo lograr un tiro por minuto, con una probabilidad de éxito del 58 por ciento. Para saber si las posiciones podrán sostenerse, o si la buida es la única alternativa ante la muerte o captura, los defensores deben estimaren consecuencia la cantidad de tanques y vehículos de combate que avanzan hacia ellos; si resultan ser más de cinco por cada lanzador de misiles que quedó intacto luego del bombardeo de artillería, morteros y fuego directo, entonces sus vidas o su libertad se habrán perdido en los próximos minutos. Como se hallan enfrentando al ejército soviético, y la fatalidad los ha ubicado justo en el sitio que una de su.s columnas ha elegido para pasar, los defensores deben esperarlo peor: los tanques y vehículos que tienen a la vista constituyen sólo la vanguardia, y muchos más los seguirán en corto trecho. Esta abundancia de blindados es precisamente el motivo de la propuesta que nos hallamos analizando, pero para la infantería con misiles antitanque en posición la decisión estratégica ha creado una situación táctica sistemáticamente desmoralizadora, de la cual el único escape no consiste en plantarse y luchar efectivamente, sino en lanzar uno o dos misiles v retroceder con astucia. Por todas estas razones, las conclusiones iniciales a nivel técnico se han modificado totalmente. Cuando analizamos el encuentro a nivel táctico, vemos que los defensores ya no pueden albergar esperanzas de
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destruir tanques cien veces más caros a razón de 1,58 misiles por cada tino. n i vehículos de combate que cuestan al menos diez veces más con 2,58 misiles en promedio, produciéndose una excelente relación de intercambio mayor de 1:5,8 contra transportes de tropas, y 1:63 contra tanques. En lugar de ello, vemos que muchos lanzamisiles se perdieron por culpa del bombardeo previo de artillería, morteros y tiro directo, antes que pudieran empeñarse contra enemigo alguno; otros fueron incapaces de adquirir ni siquiera un blanco durante el breve intervalo de combate, a causa del humo: hubo otros que perdieron los blancos que ya tenían en puntería por los efectos de soplo y choque de las explosiones vecinas. Por lo tanto, ¿cuántos lanzamisiles se requerirán en la realidad táctica para destruir un tanque o vehículo de combate? ¿Serán diez o veinte, corno sugiere la experiencia de guerra del Medio Oriente? Y si pensarnos que Europa Central carece de tan espléndida visibilidad, ¿no será mucho mayor cantidad? Como las diferencias de costo son enormes, el saldo será todavía favorable, pero no por margen tan amplio. Nuestra conclusión a nivel táctico, aunque por supuesto todavía provisoria, es que la propuesta es mucho menos promisoria que lo estimado al principio, pese a que aún merece ulteriores evaluaciones a niveles superiores de la estrategia. Pero ahora sabemos que su éxito dependerá en muy alto grado de las cualidades de los hombres involucrados. Las virtudes intangibles de moral, disciplina y cohesión casi siempre revisten en combate mayor importancia que los factores materiales, pero es aún más evidente en este caso, donde se observan tan graves asimetrías entre los esfuerzos exigidos a agresores y defensores. Así es como hemos descubierto que los méritos de las propuestas en circulación tienen una dependencia crítica de lo que hasta ahora considerábamos meros detalles administrativos. ¿Será integrada la infantería misilística por milicianos cohesivos, amigos y vecinos unidos, pero seleccionados por su aptitud y bien entrenados, dentro de lo que permite el adiestramiento de tiempo compartido? ¿O serán reservistas provenientes de todo el país, quienes años atrás sirvieron como conscriptos y se convocarán por vez primera justo cuando el combate está por comenzar? ¿O constituirá la infantería misilística un cuerpo de elite, de jóvenes seleccionados, adiestrados y comandados para garantizar las máximas cualidades morales? Y después de todo, ¿qué razonamiento hace que naciones ricas manden al combate a sus mejores hombres con armas baratas contra enemigos mucho más pobres pero con armamentos sofisticados? De este modo encontramos en el nivel táctico de la estrategia la dimensión humana del combate, así como las posibilidades y probabilidades, y vemos el desarrollo del combate dentro de un contexto único de tiempo y espacio. Al variar el climay las circunstancias humanas, al no existir fuerzas idénticamente integradas y armadas, que se desplacen de igual forma por el mismo
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suelo, no puede librarse dos veces la misma batalla y obtener idénticos resultados. Confiando en la anulación de posibilidades, y mediante la estimación de probabilidades basada en la observación de muchos eventos (precisión de las armas, tendencias climáticas), podemos arribar a conclusiones de nivel táctico con validez general, pero únicamente para algunas fuerzas en particular, con equipamiento particular y características humanas particulares. Por consiguiente, la erudición "táctica" -entendida como el arte detallado de la guerra, que se manifiesta precisamente en este nivelni puede viajar muy lejos ni durar mucho tiempo. Lo bueno y lo malo dependen de la performance específica de las armas y de la naturaleza general de los antagonistas: cierta forma de atacar una posición enemiga, de conducir una interceptación, o de empeñarse en un combate naval, puede que resulte audaz hasta el borde del suicidio o excesivamente pusilánime, según las características de las fuerzas en oposición. Además, los manuales tácticos deben ser escritos nuevamente cada vez que aparecen armamentos significativos que convierten en mera rutina lo que antes era imposible, o hacen imposible lo que antes era mera rutina. De la lectura de los textos de Eneas, Vegetio o Mauricio surgen consejos que aún conservan validez, pero sería vano pretender que contengan mucho más que lo obvio; asimismo, si leemos manuales mucho menos interesantes de las dos guerras mundiales modernas, los encontraremos igualmente pasados de moda. Por lo tanto, la táctica concierne exclusivamente a los profesionales, así como toda estrategia normativa que aconseje tal o cual política para uno u otro país, sólo puede mantener validez contemporánea (a diferencia de la estrategia en sí, que nada prescribe y en cambio se limita a describir fenómenos inmodificables cuyas existencias son independientes de que se los perciba o no). LOS LÍMITES DE LO TÁCTICO En nuestro cuadro de la confrontación no dimos lugar a ningún cambio de tácticas por ninguno de los bandos, ni tampoco a experiencias de éxitos y fracasos anteriores que provoquen reacciones en uno y otro lado. Simplemente se asumió que ambas fuerzas ejecutarían tácticas sencillas de combate frontal, si bien prestando atención a la correcta utilización del terreno. Por supuesto que esto sería válido solamente en el choque inicial entre la primera ola de blindados soviéticos en avance y el cinturón defensivo de infantería antitanque. Pero si la defensa logra repeler el ataque, al tiempo provocará una reacción que intente suprimirla empleando mayor poder de fuego o la circunde de alguna manera. También puede reaccionarla defensa, ya sea usando el tiempo ganado para cavar nuevas posiciones, adelantando grupos de recono-
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cimiento, o dejando penetrar a los vehículos enemigos para luego batirlos desde atrás. Y entonces habrá de comenzar otra vuelta. No obstante, las fuerzas en particular que estuvimos analizando no son entes independientes que persiguen sus propios objetivos. Lo que representa todo el combate para las unidades a nivel táctico, y que es sin duda su propia existencia en ese momento, constituye meramente un fragmento de los esquemas de mayor amplitud que manejan los sucesivos estratos de mandos de los respectivos ejércitos y autoridades nacionales. Han puesto en vigencia los planes que desencadenaron el conflicto, en prosecución de sus propias metas de mayor relevancia. Ahora tratan de mantener control sobre la lucha, a fin de proteger sus propósitos mediante el desarrollo de respuestas recíprocas ante los resultados obtenidos; a veces tratando de ayudar a las unidades empeñadas, a veces sacrificándolas, y con mayor frecuencia introduciendo nuevas fuerzas que todavía pueden controlar porque no han sido absorbidas dentro de su propia lucha por la supervivencia. El juego entre acción y reacción ya no queda confinado al nivel táctico. Nos hará falta una perspectiva bastante diferente y mucho más amplia para proseguir una investigación donde las detalladas particul aridades del contexto pierdan importancia, y donde se tenga en cuenta el despliegue completo de fuerzas rivales en lugar de aquellas inmediatamente opuestas. Por ello, debemos ascender al próximo nivel de la estrategia, pero destacando previamente que si bien hemos presenciado un episodio de combate terrestre, toda otra manifestación bélica pasada y presente, en el mar, en el aire y hasta en el espacio -incluyendo a la guerra denominada vagamente como "estratégica"-* posee su propio nivel táctico.
* Durante los últimos cincuenta años, aproximadamente, se ha desarrollado la costumbre de aplicar el término "estratégico" a las fuerzas y armas de gran alcance, para diferenciarlas de sus contrapartes de menor alcance, y escuchamos hablar de mi.siles y bombarderos "estratégicos" y "tácticos". Esta infortunada terminología deriva de la retórica de los primeros defensores del poder aéreo, según una deliberada trasposición: los aviones de bombardeo que se consideraban capaces de ganar la guerra de por sí, fueron en primer lugar pro mocionados como estratégicos para dar a entender su calidad decisiva y autosuficiente (en oposición a meras tareas tácticas de apoyo de tropas no tan decisivas); entonces el adjetivo quedó asociado con el atributo circunstancial del gran alcance que algunos bombardeos necesitarían para conseguir un efecto estratégico en algunos teatros de operaciones; a su vez, esto causó que "táctico" tuviera como implicación el corto alcance. La falta de concordancia es evidente: si Bélgica fuera a bombardear hasta la sumisión a Nueva Zelanda, necesitaría aviación de largo alcance, pero la aviación táctica bastaría para lograr el mismo propósito estratégico si la víctima fuera el contiguo Luxemburgo. Mas si los aviones belgas se dedicaran a perseguir submarinos frente a las costas neozelandesas, lo que constituye una misión táctica, necesitarían disponer de alcance "estratégico".
CAPÍTULO 7
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s una peculiaridad de la terminología militar en lengua inglesa que no exista una palabra que específicamente designe lo que se encuentra entre táctica y estrategia. que describa ese nivel intermedio de pensamiento y acción dentro del cual contienden métodos genéricos de guerra y se desarrollan las batallas en su totalidad. En la tradición moderna del pensamiento militar de Europa continental, por contraste, hay un adjetivo de uso común que se traduce directamente como "operacional", e indudablemente este nivel se destaca en la literatura militar profesional alemana y soviética, cuya principal preocupación es el arte militar, (1) en oposición a las tácticas estrechamente aplicables a tipos específicos de fuerzas (tácticas de infantería, tácticas de combate aéreo, tácticas antisubmarinas). Así como las mismas armas interactúan al_ nivel técnico de la estrategia, y las fuerzas directamente enfrentadas combaten unas contra las otras al nivel táctico, en el nivel operacional encontramos la pugna entre mentes dirigentes, que se expresa mediante métodos conceptuales de acción (blitzkrieg, defensa en profundidad, bombardeo aéreo "estratégico", defensa aeronaval en capas), en el comando actual de todas las fuerzas involucradas, y en las verdaderas aventuras y desventuras de dichas fuerzas. El límite que encierra lo "operacionaP' en cuanto a métodos, comando actual y acción queda en evidencia ante cualquier caso de la vida real, aunque sea muy difícil de demarcar en abstracto. Dicho otra vez, no hace falta ninguna definición arbitraria; solamente necesitamos poner de relieve las estratificaciones naturales de la estrategia en cualquier episodio dado para asir lo operacional, y lo que se hall a por encima y debajo de ello. Por supuesto, la demarcación entre táctico, operacional y estratégico requiere la presencia de cierta magnitud y variedad de medios para que tenga sentido. Si consideramos en un extremo de la escala una tribu primitiva cuya entera fuerza combativa esté integrada por guerreros idénticamente armados que siempre luchen en una sola formación, lo táctico, lo operacional y lo estratégico deben coincidir, para todo propósito práctico. Esa tribu no puede sufrir una derrota táctica que no sea también
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estratégica, ni puede desarrollar un método de guerra que sea algo más que una táctica. Por contraste, tomando como ejemplo los Estados Unidos durante la Segunda Guerra Mundial, podían coexistir situaciones operacionales bastante diferentes incluso dentro de los mismos teatros bélicos, y tuvieron relevancia métodos operacionales muy distintos en las campañas anfibias del Pacífico, en el bombardeo "estratégico" contra la industria alemana, en los once meses de guerra terrestre posteriores a los desembarcos de Normandía, y en la pugna por la supremacía naval en el Pacífico llevada a cabo principalmente por fuerzas de tarea de portaaviones. Magnitud y variedad son condiciones necesarias, pero no suficientes; si el nivel operacional debe poseer cierta sustancia propia, la acción tiene que ser mayor que la suma de sus partes tácticas, y eso depende del estilo de guerra prevaleciente en las circunstancias; más específicamente, del lugar que ocupe dentro del espectro de desgaste y maniobra. DESGASTE Y MANIOBRA EN LA GUERRA La guerra de desgaste se emprende con métodos industriales. El enemigo es considerado como una mera disposición de blancos, y el éxito se obtiene por efecto acumulativo de poder de fuego superior y gran capacidad material hasta llegar a destruir el inventario completo de blancos, a menos que la retirada o rendición terminen con el proceso, cómo normalmente es el caso. Cuanto mayor sea el contenido de desgaste de determinado estilo de hacer la guerra, mayor importancia tendrán las técnicas rutinarias de adquisición de blancos, movimiento y reabastecimiento, además de un repertorio táctico reiterativo, y menor será la necesidad de aplicar algún método operacional. Siempre que las fuerzas con poder de fuego tengan dentro de su alcance los blancos estáticos (líneas de trincheras, ciudades) o fuerzas enemigas que deben permanecer concentradas para conseguir sus propósitos (no se trata de guerrillas), y siempre que la superioridad material se mantenga sin sombra de duda y el poder de fuego se aplique en forma apropiada y calidad suficiente, la victoria queda matemáticamente asegurada. Se comprende que el desgaste recíproco causado por el enemigo tendrá que ser absorbido. No puede vencerse en este estilo de guerra si no se cuenta con absoluta superioridad en la capacidad de producir desgaste; nunca la victoria será barata en cantidad de bajas ni de pérdidas materiales, en relación con el potencial enemigo. Por supuesto que no existe la guerra de desgaste en estado puro, enteramente despojada de ardides y artimañas y reducida a un proceso industrial, pero los ejemplos de contiendas con alto contenido de
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desgaste incluyen la lucha de trincheras de la Primera Guerra Mundial, en muchas de cuyas batallas predominaron los empeñamientos de fuerza bruta simétrica entre las respectivas artillerías; el intento de la Luftwaffe de derrotar a la Real Fuerza Aérea en 1940 buscando deliberadamente el combate aéreo (en este caso, la percepción alemana de su propia superioridad material fue errónea, a causa de la distancia, la calidad del Spitfire y la excelencia de los pilotos británicos); la batalla de El Alamein, y la mayoría de las que siguió librando Montgomery, donde el enemigo era primero sometido a una barrera de fuego de artillería muy superior y luego al asalto frontal de la infantería, antes que le pasaran por encima los blindados; la campaña submarina germana de 1941-1943, cuyo objetivo fue ganar la guerra mediante la reducción del tonelaje total de la marina mercante de ultramar por debajo del mínimo necesario para sostener el esfuerzo bélico; la campaña aliada en Italia (después de la fallida maniobra de Anzio), que degeneró en una demoledora acción frontal de muy lento progreso; el bombardeo aéreo de Alemania y Japón, dirigido ostensiblemente al desgaste industrial, pero en realidad efectuado contra viviendas urbanas; el corfcepto de Eisenbower de una ofensiva de frente amplio luego de la irrupción de Normandía, que Patton trastornó cada vez que pudo; las ofensivas de Ridgeway en Corea de 1951-52, en las cuales las fuerzas terrestres avanzaban lentamente en un frente sólido de costa a costa contra fuerzas chinas y norcoreanas sistemáticamente reducidas por el poder aéreo y la artillería; la mayoría de los combates americanos en Vietnam, pese a que las fuerzas enemigas obstinadamente se negaban a agruparse en formaciones masivas que ofrecieran buen blanco, excepto en circun stancias de su propia elección, por lo que constantemente se trataba de imponer la concentración involuntaria por medio de barridos concéntricos ("búsqueda y ataque"); por último, como caso hipotético hasta el presente, la asignación de poblaciones urbanas e industrias como blancos de ataques nucleares a fin de disuadir al oponente de cometer agresiones, amenazando con la destrucción de cierto porcentaje establecido de cada una de ellas. Del otro lado del espectro se encuentra la maniobra correlativa, una acción apuntada a las especificidades del objetivo, donde en lugar de pretender su destrucción física total se trata de incapacitarlo por medio de la ruptura sistémica, donde se entiende por "sistema" la estructura de comando de las fuerzas enemigas, su modalidad de desplegarse y combatir (como cuando se penetra en un frente lineal o en la defensa en profundidad de una flota de batalla), e incluso un sistema técnico real (engaño del radar, en contraste con la tosca interferencia o su completa destrucción). En vez de buscarse la máxima concentración de poder enemigo porque allí los blancos abundan, el punto inicial de la maniobra
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correlativa consiste en eludir su mayor fortaleza y luego aplicar selectivamente la superioridad contra sus presuntas debilidades, sean físicas o psicológicas, técnicas o estructurales. Mientras que el desgaste es un proceso de naturaleza casi física que garantiza resultados proporcionales a la calidad y volumen del esfuerzo asignado, e inversamente no puede alcanzar el éxito sin superioridad material, el resultado de la maniobra correlativa depende de la precisión con que se identifiquen las debilidades del enemigo, la sorpresa que se obtenga, .y la velocidad y exactitud de la acción. Cierta combinación de sorpresa y rapidez es una condición necesaria para el éxito, porque si el enemigo tiene tiempo de reaccionar puede buscar la protección de las debilidades sobre las que quiere aplicarse el esfuerzo. Surgen dos consecuencias: la primera, que la maniobra correlativa brinda la posibilidad de obtener resultados desproporcionadamente mayores a los recursos empleados, y por lo tanto da oportunidad de vencer al bando materialmente más débil; la segunda, que la maniobra correlativa puede fracasar rotundamente si lafuerza aplicada en forma selectiva y estrecha contra presuntas debilidades no puede cumplir sumisión o encuentra resistencia inesperada. En el léxico del ingeniero, la guerra de desgaste fracasa "elegantemente", así como solamente puede triunfar en forma acumulativa; porque cada error impone únicamente una penalidad proporcionada: si un determinado blanco no es avistado o identificado, habrá que atacarlo nuevamente, pero la acción mayor no corre riesgos por ello. En cambio, la maniobra correlativa puede fracasar "catastróficamente", así como también puede lograr éxito con poco esfuerzo, pero un error de estimación o ejecución puede condenar toda la operación. En otras palabras, el desgaste es una forma de guerra en que se paga el total del costo pero a bajo riesgo, mientras que la maniobra correlativa puede resultar barata pero entrañar alto riesgo. Es cierto que si el riesgo se materializa no se pierde más del esfuerzo relativamente pequeño que se ha efectuado, "bajo costo" si se lo compara con lo que se espera ganar, pero todavía sigue siendo muy buen negocio en términos absolutos. Hay otra consecuencia más: al requerirse la precisa identificación de las debilidades enemigas, así como rapidez y exactitud en la acción destinada a explotarlas, la maniobra correlativa normalmente no permite la libre sustitución de cantidad por calidad. En cambio, impondrá irreductibles normas de eficiencia, cuya sustitución cuantitativa sólo es posible cuando se exceden dichas normas, y de todos modos queda limitada por la necesidad de lograr sorpresa y velocidad. Asimismo, en el punto real de contacto donde resulta finalmente aplicada la fuerza seleccionada, es posible que el combate produzca gran desgaste a nivel táctico aunque se evite con éxito empeñarse con el cuerpo principal del enemigo a nivel operacional.
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Nuevamente, ninguna guerra consiste exclusivamente en maniobras correlativas. Como sucede con el desgaste, varía en cada caso analizado la proporción de maniobra correlativa aplicada dentro de la acción general, y -aquí viene lo importante- eso define el alcance de los métodos del nivel operacional. Cuanto mayor sea esa proporción, más importancia cobrará el nivel operacional. Los ejemplos bélicos con alto contenido de maniobra correlativa incluyen la fallida operación anfibia de Gallípoli en 1915, durante la Primera Guerra Mundial, que tuvo el propósito de obligar al Imperio Otomano a abandonar la guerra mediante una súbita ofensiva contra la entonces capital de Estambul, en lugar de batir a los ejércitos turcos paso a paso en campos de batalla desde el Golfo Pérsico y Egipto; las operaciones blitzkrieg dei ejército germano contra Polonia, Dinamarca, Noruega, Holanda, Bélgica, Francia, Yugoslavia, Grecia y la Unión Soviética (hasta 1942), donde las defensas lineales organizadas para proteger fronteras nacionales contra ofensivas de amplio frente fueron penetradas en ataques de frente estrecho por infantería y artillería, seguidos por la rápida irrupción en profundidad de fuerzas motorizadas, con el corte completo de líneas de abastecimiento, centros de comando y expectativas de planeamiento; la réplica anglo-americana a la campaña submarina alemana, que explotó la falta de exploración aérea de gran alcance en búsqueda de blancos, agrupando los buques en convoyes que se desplazaban dentro de una minúscula fracción del espacio oceánico; la campaña británica de 1940 en el norte de África, que derrotó a un ejército italiano numéricamente muy superior mediante una penetración motorizada a través del flanco del desierto para interrumpir la única línea de comunicación a lo largo de la costa libia; la campaña japonesa de 1941-42 en Malaya, que derrotó fuerzas británicas numérica y materialmente superiores rebasando repetidamente su comunicación por caminos costeros mediante operaciones anfibias o a través de la jungla, forzando cada vez a una nueva retirada hacia el extremo de la península; la profunda penetración ofensiva del Tercer Ejército de Patton en julio-agosto de 1944 que arrolló a las fuerzas alemanas en el noroeste de Francia, después de Normandía; el intento fallido de setiembre de 1944 ( Operación Market-Garden) de invadir el norte de Alemania a través de la puerta trasera holandesa por medio del descenso simultáneo en paracaídas y planeadores para capturar una serie de puentes en apoyo de una veloz ofensiva por tierra de columnas blindadas de vanguardia británicas que llegarían al Rin en Arnhem (lo que no se cumplió por la lentitud de los blindados británicos, entre otras cosas); la contraofensiva de Patton de diciembre de 1944, que desbordó por el sur fuerzas alemanas que habían avanzado hacia el oeste a través de las Ardenas; los intentos fallidos de desorganizar la economía de guerra alemana por el bombardeo concentrado sobre cuellos de botella
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industriales, en vez del bombardeo generalizado de áreas urbanas e industriales; el contraataque de MacArthur de 1950 en el centro de Corea después de los desembarcos de Inchón, donde las fuerzas invasoras norcoreanas quedaron aisladas, en vez de ser obligadas penosamente a retroceder por ofensivas frontales; algunas de las acciones norteamericanas en Vietnam, como en el caso del esfuerzo muy exitoso pero interrumpido de defensa de aldeas por parte de la Infantería de Marina, que vigorizó a la masa de milicias locales con un puñado de marines; por último, como caso hipotético, la designación de centros de comando políticos y militares como blancos del ataque nuclear, en lugar de la población en general, para disuadir al oponente de cometer alguna agresión, amenazando su control centralizado sobre la sociedad. DESGASTE Y MANIOBRA EN LA PREPARACIÓN DE LA GUERRA A esta altura debe resultar ya obvio que el desgaste y la maniobra correlativa están presentes tanto en la política militar de tiempo de paz como de guerra. Por ejemplo, podemos hacer una comparación por medio de la investigación y desarrollo de equipos militares. Enfocada en la guerra de desgaste, cuya meta es obtener ventajas técnicas mediante el uso generoso de recursos, la conducción de la investigación y desarrollo no requiere directivas particulares de orden táctico u operacional: el propósito es obtener los "mejores" sistemas, que maximicen cada aspecto de la perf'ormance, sujetos únicamente a restricciones presupuestarias. Según se observa, todo nuevo equipo se rediseña cada vez para evitarlas restricciones anteriores. A menudo serán requeridos grandes cambios en cuanto a esquemas de mantenimiento, equipos de apoyo y posiblemente adiestramiento, cuando a su tiempo arriben nuevas armas que reemplacen a las anteriores. Solamente mejoras sustanciales al performance pueden justificar los costos resultantes, que por supuesto se suman al esfuerzo de desarrollo propiamente dicho, para lograr avances científicos o de ingeniería de magnitud. Por ello se encarece la investigación y desarrollo que además requiere un amplio lapso para cálculo, diseño de prototipos, pruebas, recalculación, rediseño de prototipos, y más pruebas. Finalmente, debido a lo extenso del período de gestación, se da solo por coincidencia que las características particulares de las nuevas armas correspondan a la configuración específica de las vulnerabilidades enemigas o a los requisitos tácticos específicos de las fuerzas a que se asignen. Quizás esa haya sido la intención original, o quizá solamente se atuvieron a objetivos técnicos para guía de todo el esfuerzo, pero en cualquiera de ambos casos, para
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la época en que arriben los nuevos equipos las anteriores debilidades enemigas bien pueden haberse convertido en factores de fuerza, mientras que asimismo pueden haber variado los métodos operacionales en uso. (2) En cambio, en el enfoque de la maniobra correlativa el objetivo de la investigación y desarrollo se centra precisamente en conseguir las capacidades técnicas para explotar específicas vulnerabilidades ene migas, y son congruentes con las tácticas y métodos formulados con el mismo propósito. Para lograrlo en oportunidad, o sea mientras todavía persisten las presuntas debilidades, los nuevos equipos no pueden usualmente desarrollarse desde cero, sino que deben obtenerse por la combinación o modificación de los componentes que se tienen a mano. Obviamente, esto impone restricciones de diseño que reducen la posibilidad de explotar plenamente los beneficios ofrecidos por el progreso científico y técnico. Además, dado que los diseños mejorados suelen i ntroducirse a intervalos relativamente breves, resulta esencial la compatibilidad con los equipos existentes para evitar costos excesivos de integración, y eso también impone otras restricciones de diseño. Finalmente, los avances técnicos de gran importancia, verdaderamente revolucionarios, son poco frecuentes. La realidad de la investigación y desarrollo también resulta aplicable a otros campos de la política militar. La guerra de desgaste implica la búsqueda independiente de la optimización en general, tanto en el adiestramiento de las fuerzas armadas, en la construcción de bases y facilidades, o en la adquisición de equipos; sin embargo, en la maniobra correlativa las soluciones óptimas se sacrifican para poder enfatizarlas capacidades que explotan las vulnerabilidades y limitaciones de enemigos específicos. Como ninguna de ambas posturas aparece en forma pura, el peso relativo de cada una en la conducción general de la política militar usualmente reflejará la autoestimación nacional dentro del apropiado contexto internacional. ESTILOS NACIONALES EN POLÍTICA Y GUERRA Las naciones que se ven a sí mismas materialmente fuertes o meramente ricas en recursos, en comparación con sus amenazas más destacadas -percepción que quizá no refleje la realidad-, generalmente se sentirán con ánimo de encarar una postura de desgaste. Aquellas que se vean en condiciones de debilidad material, independientemente de lo acertado de ese juicio, aceptarán la subordinación de sus deseos y ajustarán sus prioridades a las vulnerabilidades que distinguen en otros. En política militar, como en la conducción de la guerra, quedan así
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definidos diversos estilos nacionales, señalados por una posición particular dentro del espectro de desgaste y maniobra. Pero está claro que estos estilos no son absolutos, y las excepciones impuestas por los hombres o las circunstancias pueden ser importantes (como lo fueron Patton y su Tercer Ejército en 1944) y hasta brevemente dominantes (como MacArthur en Corea). Los estilos nacionales no surgen de rasgos permanentes de los países, ni tampoco reflejan características étnicas determinadas. Justamente porque muestran la autoestimación de debilidad o fortaleza relativas en cuanto al material, dependen del enemigo específico con que se compare, y pueden variar con el transcurso del tiempo según cambien las circunstancias, y quizás en forma abrupta. Por ejemplo, Gran Bretaña mantuvo un enfoque de maniobra correlativa en oposición a las grandes potencias continentales durante más de dos siglos hasta 1914, eludiendo su mayor poderío en regimientos de infantería, mientras que los debilitaba por el bloqueo naval, y ganando amigos a través de la diplomacia y el oro. La diplomacia jugó asimismo un papel muy importante en las guerras coloniales británicas, pero cuando se llegaba al combate predominaba el desgaste: potentados recalcitrantes y tribus insurrectas no fueron vencidos mediante maniobras muy elaboradas, sino confrontados con formaciones cerradas de fusileros. También Israel, entre las guerras de 1967 y 1973, provee un ejemplo de rápido cambio del estilo nacional. La imagen de superioridad material con que se veía a sí mismo condujo a un abandono progresivo de la maniobra correlativa, de modo que al comenzar la guerra de 1973 predominaban el ataque frontal y la defensa lineal, hasta que la conmoción de la derrota durante los primeros días de batalla originó una reversión aún más veloz hacia la maniobra correlativa en forma absoluta. (3) Por consiguiente, los estilos nacionales guardan cierta estabilidad como para que valga la pena definirlos, pero no son totales ni permanentes; y cuando ocurre el cambio, pierden homogeneidad durante el período de transición, como al momento de escribirse estas líneas sucede con las fuerzas armadas de los Estados Unidos. Mientras que el ejército ha reaccionado ante su debilidad material respecto al ejército soviético adoptando un método operacional de maniobra correlativa para el frente central en Alemania, el desgaste continúa predominando en los métodos del más complaciente cuerpo de infantería de marina, así como en aquellos de la fuerza aérea y la armada, cuyos poderes relativos son indudablemente mayores. A esta altura debería resultar obvio que el desgaste y la maniobra correlativa no están confinados al nivel operacional. Se evidencian en cada nivel de la estrategia, arriba y abajo. Su introducción en este nivel en particular queda plenamente justificada porque la importancia del nivel operacional depende de la proporción en que esté presente la
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maniobra correlativa. Si la acción bajo análisis se caracteriza esencialmente por el desgaste, como casi toda la lucha de trincheras de la Primera Guerra Mundial, una imagen operacional a mayor escala de los combates solamente mostraría los mismos episodios tácticos repetidos una y otra vez, en un segmento del frente tras otro. Así que nada aprendemos que no supiéramos bien examinando cualquiera de esos episodios separados desde un punto de vista táctico. Lo mismo se aplica a toda forma de guerra: las primeras etapas de la batalla de Inglaterra, o sea la campaña de desgaste de Alemania contra la Real Fuerza Aérea, consistió en bombardeos cotidianos de aeródromos y fábricas de aviones británicas, que provocaron reiterados combates aéreos de los cazas de la escolta alemana contra los Hurricane y Spitfire del Comando de Cazas que intentaban interceptarlos. El resultado no fue otra cosa que la suma aritmética de los productos de cada encuentro. sin ionales (,como opuestos a los estra -ipoco métodos de guerra a nivel maniobra correlativa es elevado, lientemente mayor importancia, ., uv Csa época como en el análisis retrospectivo. La mejor ilustración de ello quizá sea la blitzhrieg blindada, clásica forma de guerra ofensiva de nuestro tiempo que vale la pena examinar con cierto detalle por su constante importancia y porque ningún otro método de guerra ha dependido tan claramente de la maniobra correlativa. '
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BLITZKRIEG: RECOMPENSAS Y RIESGOS DE LA MANIOBRA Si analizamos una ofensiva blindada de penetración profunda en un cuadro a nivel táctico, o mejor aún una serie completa de ellas, con seguridad que sólo veremos fragmentos inconexos y engañosos de la totalidad. Puede que observemos una extensa columna de tanques, transportes de infantería y camiones desplazándose en una sola fila hacia el interior del territorio enemigo, avanzando casi sin resistencia. Es como si observáramos una marcha triunfal, porque apenas se ven signos de acción bélica, excepto alguna escaramuza aislada cuando los tanques que encabezan la columna se abren paso a través de puestos de control de policía militar o chocan con convoyes que se dirigen inocentemente hacia el frente. Todo indica que los invasores pronto lograrán alcanzar su objetivo, e incluso la ciudad capital, y ganarán la guerra. Cuando reenfocamos nuestro telescopio de gran aumento, descubrimos cómo se arregló la columna para pasar a través de la línea del
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frente defensivo, sólida barrera de tropas y armas que corre a lo largo de la frontera: notamos una abertura en la línea, hecha poco tiempo atrás por un asalto de infantería con apoyo de artillería y aviación. Pero la brecha no es más que un pasaje estrecho. En cada uno de sus lados, permanecen poderosas fuerzas del frente defensivo, si bien distraídas por fintas y ataques menores por parte de tropas escasas distribuidas a lo largo del frente, y quizás hostigadas por esporádicos ataques aéreos, pero esencialmente se hallan intactas. Sin duda que el estrecho pasaje luce ahora muy vulnerable; parece coma sí las fuerzas defensivas que se encuentran a cada lado no necesitaran más que acercarse un poco para conectarse de nuevo y cerrar la abertura. Entonces podríamos estimar que la columna que ha penetrado profundamente marcha hacia su propia destrucción. Ya está muy alejada del territorio frontal bajo control propio, detrás del_ cual se encuentran sus abastecimientos. Vemos camiones que recorren la única ruta abierta por el avance del grosor de un lápiz llevando combustible y munición para reabastecer a la columna, pero con toda seguridad que esas poderosas fuerzas defensivas que distinguimos antes harán cesar ese tránsito tan pronto converjan para cerrar la brecha frontal. Entonces los tanques y demás vehículos comenzarán a quedarse sin combustible. Una vez que la columna se detenga, su extrema vulnerabilidad se revelará enseguida: la larga y delgada fila de vehículos tiene muchos flancos, pero ningún frente; queda abierta al ataque contra cualquiera de sus partes. Pareciera como si en su tremenda imprudencia los atacantes estuvieran preparándoles una victoria completa a los defensores. El envolvimiento de una fuerza de tanta magnitud sería normalmente una tarea difícil, pero esta vez somos testigos de un caso de autoenvolvimiento deliberado: es como si los atacantes hubieran decidido proveerse su propio transporte hasta los campos de concentración de prisioneros, al internarse tan profundamente dentro del territorio de la defensa. Mas si ahora reemplazamos nuestra estrecha imagen táctica con una perspectiva operacional de mayor amplitud, el cuadro queda totalmente transformado. En primer lugar, descubrimos que la columna en penetración profunda que anteriormente vimos aislada es sólo una entre varias existentes. Es cierto que cada una de ellas se ha originado en una brecha del frente que sigue siendo muy angosta, pero las columnas están convergiendo entre sí y ya no está tan claro quién envuelve a quién, porque las penetraciones cortan al territorio ú>:; la defensa en tajadas, como una torta. Entonces presenciarnos cómo reacciona la defensa, y hallamos el hecho crucial y determinante: ambas fuerzas defensoras aún poderosas ubicadas a uno y otro lado de cada brecha, no están convergiendo entre sí para cerrarlas. En lugar de ello, se lesba ordenado replegarse amáximavelocidad para reconstituir un frente totalmente nuevo mucho más a retaguardia de la línea del
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frente anterior. Clara es la intención de interponer una resistencia sólida donde ahora solamente se encuentran depósitos, campos de adiestramiento, columnas de transporte prácticamente inermes, unidades de policía militar, hospitales de campaña, y las sedes de todos los altos comandos. Cuando nuestra visión alcanza el interior de esos comandos de cuerpos, ejércitos, y grupos de ejércitos, observamos gran confusión y hasta algún pánico excusable: los tanques enemigos se acercan rápidamente, y la nueva línea de frente a reconstituirse delante de ellos existe aún solamente en el mapa de los planificadores. En realidad, las fuerzas de defensa en retirada están perdiendo la carrera. Después de todo, tuvieron la mejor intención de cumplir con su misión asignada, que era asegurar una determinada resistencia contra un ataque frontal. De acuerdo con ello, la infantería fue distribuida por compañías y batallones en trincheras perfectamente adecuadas a lo largo del frente, con los cañones y obuses de la artillería diseminados por baterías, también atrincheradas. Y los tanques de la defensa, quizá más .y mejores que los del enemigo, no fueron agrupados de a centenares en columnas multidivisionales, sino distribuidos en pequeños grupos como apoyo de la infantería en cada sector del frente. Cuando les llegan las inesperadas órdenes de iniciar la retirada, los comandantes y sus planas mayores quedan conmocionados ante la idea de retirarse frente a un enemigo que no se halla avanzado en ese sector, y abandonar el área donde tanto han trabajado.. Hacen lo que pueden, pero los camiones que trajeron a la infantería de relevo durante la movilización meses atrás están ahora diseminados por todo el país en bolsas comunes de transporte, reasignados a las unidades logísticas. Desde ya que no hay suficientes como para mover toda la tropa en una sola oleada. La artillería cuenta con tractores para algunas de sus piezas, pero muchas de ellas han arribado por ferrocarril. Además, excepto para los tanques, es difícil que emprendan la retirada fuerzas que están haciendo fuego y a su vez recibiéndolo del enemigo. Es cierto que sus fuerzas parecen bastante débiles, porque claramente el esfuerzo principal se cumple en alguna otra parte por esas columnas de penetración profunda, pero de todos modos es duro desprender tropas empeñadas en combate. Pese a todo, vemos que las fuerzas defensoras han comenzado a retirarse por aquí y por allá. Se hallan en camino hacia sus nuevas posiciones muy a retaguardia, donde habrán de reconectarse los segmentos para formar una nueva línea frontal. Pero a medida que se desplazan surgen demoras y frustraciones. Los servicios de retaguardia han comenzado a moverse antes que las fuerzas de combate del frente, y ahora sus pesados camiones se hallan bloqueando los caminos. Más lejos del frente, la congestión es todavía peor: los civiles también
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están evacuando, en coches, carros, ómnibus y a pie. Luego de luchar por abrirse paso a través del tránsito en la medida posible, de repente las fuerzas en retirada tienen que luchar en serio. Sucede que grupos de combate enemigos se han desprendido de las columnas principales para moverse lateralmente por la región, y ahora aguardan a los recién llegados en posiciones de emboscadas. Dichas fuerzas son en realidad muy pequeñas, pero quienes chocan contra ellas no lo saben. En cualquier caso, se producen grandes pérdidas en los primeros minutos de combate, al abrir fuego al enemigo sin resistencia contra las tropas que viajan en camiones, la artillería remolcada y los tanques tomados por sorpresa. Si las fuerzas defensoras están bien decididas habrán de continuar su camino, pero han perdido tiempo, han sufrido bajas, y el agotamiento posterior al combate se suma a la desmoralización de la retirada. Un nuevo golpe aguarda a esas fuerzas al alcanzar sus posiciones asignadas. Encuentran que nada está preparado para ellos: no hay trincheras, posiciones de artillería, comida, cocinas de campaña, ni comunicaciones alámbricas con sus comandos; pero sobre todo, no hay polvorines de donde proveerse la munición dejada en el frente por falta de transporte. Además de la simple falta de tiempo, existe otro motivo de confusión: la penetración profunda del avance enemigo ha cortado la retaguardia y sobrepasado a muchas unidades de servicio y transporte, destruyendo buena parte de sus camiones y desperdigando al resto. También se han sobrepasado depósitos y centros logísticos, y de ningún modo pueden las unidades de servicios llegar a sus posiciones en la nueva línea, ya que las fuerzas de combate enemigas se interponen entre ellas y sus destinos. Sin embargo, las tropas recién arribadas comienzan a establecerse; la tropa trabaja duro para cavar trincheras y preparar posiciones de artillería, juntando la poca munición que les queda. Los aviones enemigos cumplen incursiones ocasionales que interrumpen la tarea, matando o hiriendo algunos hombres y desmoralizando al resto. La comida es un problema que obliga a los comandantes de unidades a recurrir a un viejo recurso: destacar algunos grupos a merodear por pueblos vecinos y tomar lo que consigan. Mas la situación parece en vías de mejoría; la línea trazada en los mapas del estado mayor se va convirtiendo en un frente verosímil a medida que más y más fuerzas arriban para ocupar sus posiciones asignadas. Todavía quedan amplios segmentos sin cubrir, otros a cargo de unidades pequeñas y formaciones incompletas, pero emerge definidamente una nueva línea de defensa. De todos modos, ya es demasiado tarde. Las fuerzas en columnas de avance profundo ya han alcanzado posiciones más allá del nuevo frente .y están sobrepasando unidades de retaguardia, bases, depósitos y
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centros de comando en plena actividad, cuyos oficinistas, cocineros, oficiales de estado mayor y radiooperadores son obligados a empeñarse en combates desesperados contra tanques e infantería mecanizada. No quedan más opciones, y el alto comando de defensa debe esforzarse en recuperar el control mediante el redespliegue de las fuerzas combatientes. Algunas están todavía aferradas al viejo frente; otras se hallan aún en tránsito o en medio de un embotellamiento. Solamente las tropas i ntegrantes del nuevo frente pueden actuar con rapidez, así que se les ordena una vez más la retirada. Quizás aún les resta determinación y energía para obedecer, pero ni siquiera las que se hallen en las mejores condiciones serán capaces de ganar la carrera al enemigo que marcha firmemente hacia adelante. Es posible que este acongojante proceso tenga que ser repetido alguna otra vez, hasta que subsista muy poca potencia combativa entre la masa de fuerzas desorganizadas, diseminadas por todo el mapa, desconectadas de sus unidades de apoyo, sin modo de reabastecerse, y crecientemente desmoralizadas. Tan pronto como se produce el encuentro real con tropas enemigas, comienzan las rendiciones en masa; las únicas opciones que quedan al alto comando son la capitulación o la retirada, en caso que los defensores controlen suficiente territorio. Ahora nuevamente es el momento en que cada porción táctica se hace consistente con el todo operacional, para dar lugar a un resultado bastante inesperado. Hasta que las fuerzas defensoras pudieran ser observadas en medio de una caótica desorganización, el cuadro táctico continuaba siendo engañoso, porque nada se había hecho para remediar la extrema vulnerabilidad que presentaban a nivel táctico las largas columnas que habían penetrado profundamente. El impacto decisivo de su efecto estructural y psicológico concertado se manifiesta únicamente a nivel operacional. Retrospectivamente, sabemos que el error fundamental fue ordenar la primera retirada, en lugar de realizar ataques laterales contra los estrechos pasajes de penetración. Pero el comando de defensa nunca tuvo tan claro el cuadro operacional. Al principio, y durante cierto tiempo, ignoraba que el enemigo había quebrado el frente con otra intención que la de empujar hacia adelante en toda su amplitud. Por supuesto, llegaron informes de su ruptura en uno y otro sitio, pero simultáneamente arribaban mensajes sobre ataques de diferente magnitud por todas partes, así que la imagen que mostraban los mapas del comando era en realidad bastante tranquilizante: parecía que el enemigo había lanzado una ofensiva general. En la mayoría de los lugares sus ataques habían fracasado, y los exitosos comandantes de unidades informaban con entusiasmo de sus victorias defensivas, con la exageración habitual sobre la magnitud de las fuerzas enemigas que habían repelido. Obviamente, en algunos pocos sitios había prevaleci-
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do el enemigo, pero solamente en segmentos muy estrechos del frente. Por consiguiente, se esperaban subsecuentes ataques enemigos en todas partes, para repetir los éxitos aislados. Además, el enemigo debería hacer retroceder de mala gana a sus fuerzas triunfantes, porque sus flancos quedaban peligrosamente expuestos. Vernos entonces en esta etapa que las percepciones de los comandantes y del estado mayor de la defensa quedan condicionadas por un prejuicio directo y lineal. Su propio método operacional es la protección de la línea del frente por medio de fuerzas adecuadamente distribuidas; asumen automáticamente que el enemigo también quiere pelear en forma lineal, empujar hacia atrás al frente completo en una amplia ofensiva. La maniobra enemiga se "correlaciona" con las limitaciones de su panorama operacional, dando respaldo a sus prejuicios: a pesar de que las mejores fuerzas de ataque están agrupadas en pocos lugares para desencadenar embestidas en frentes estrechos y otras se hallan desplegadas detrás de éstas en columnas blindadas que esperan para iniciar su propio avance en profundidad, hay también algunas fuerzas todo a lo largo del frente, con órdenes de montar pequeños ataques por donde se pueda, o al menos abrir fuego como si estuvieran por avanzar. El método operacional lineal ha sido indudablemente inculcado en la mente de los defensores a través de años de planeamiento, ejercitaciones, y cursos de estado mayor, y su influencia ha sido poderosa. Así que cuando llegan los primeros informes sobre tanques enemigos que se adelantan desde su propio frente, la explicación más plausible es que el enemigo ha decidido realizar algunas incursiones; entonces los defensores quedan a la espera del mensaje indicando que las fuerzas incursoras se han retirado hacia la seguridad -y el reabastecimientode sus propias líneas. Siguen llegando partes sugiriendo que las penetraciones no son meras incursiones, y que detrás de los tanques hay formaciones enteras de infantería mecanizada y artillería, y allí empiezan a aparecer algunas dudas en la mente de los defensores. Pero todavía pueden resistirlas fácilmente: después de todo, los partes no provienen de los comandantes más antiguos del frente, quienes están concentrando toda su atención en las fuerzas adversarias. En cambio, se han originado en pilotos de lafuerza aérea, quienes pueden confundir una columna propia de transporte con fuerzas enemigas, de puestos de control de policía militar, de restos vapuleados de unidades de servicios y convoyes camineros, de policías, de intendentes de pueblos, etcétera. Hay una guerra en marcha y los nervios están en tensión, por lo cual llegan muchos informes falsos sobre paracaidistas enemigos que supuestamente aterrizan en todas partes, y también de tanques enemigos que indudablemente no se hallan nada más que un poco a retaguardia del frente, sino demasiado en profundidad como para que sea cierto. En este punto, la información se transforma en el arma más
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poderosa de la guerra. Las columnas de penetración profunda avanzan lo más rápido que pueden hacia los objetivos vitales señalados en sus mapas; dan parte de sus progresos a sus superiores en retaguardia, que en realidad no sienten necesidad de impartir nuevas órdenes. Sus propios comandantes, que dirigen desde la cabeza a cada columna, deciden sobre la marcha atacar a fuerzas que se cruzan en su trayecto o simplemente eludirlas para continuar avanzando rápidamente. Los partes de posición son cotejados al recibirse para mostrar en los mapas la creciente profundidad de la penetración; ello resulta fundamental para prevenir que la fuerza aérea realice incursiones contra fuerzas propias, y concentrar el esfuerzo contra unidades defensoras que de otro modo tratarán de obstaculizar el paso de las columnas, e incluso atacarlas desde sus flancos expuestos. En realidad, el alto comando del bando ofensivo requiere poca información, y las comunicaciones son casi todas de una sola vía, desde el frente a retaguardia; muy pocas órdenes recorren el sentido contrario, desde los comandos de retaguardia hacia las columnas. La situación de la defensa es enteramente diferente: una vez que sus comandantes finalmente caen en cuenta de que después de todo no se producirá la ofensiva de amplio frente, se hace crítica la información exacta y oportuna sobre las columnas que penetraron. Si sus comandos pudieran obtener una buena imagen de la batalla en desarrollo a nivel operacional, el modo de acción correcto -cerrar las brechas del frente, o al menos bloquear las rutas detrás del avance de blindados para evitar su abastecimiento- se vería de inmediato. Sin embargo, por el momento los canales de comunicaciones del comando de defensa están saturados por la masa de informes que arriban, algunos exactos pero ya tardíos, otros muy exagerados, y varios producidos por medrosas fantasías. Mientras se clasifica la información para determinar dónde está el enemigo, cuán velozmente se mueve, qué ancho abarcan sus penetraciones, y dónde serán más vulnerables, los comandantes y sus estados mayores están sencillamente anonadados por el enorme flujo de mensajes ingresados; y mientras se esfuerzan por descubrir cómo andan las cosas, las cosas siguen andando a medida que el enemigo continúa su avance. Ni siquiera la observación satelital, ni la fotografía aérea multiespectral, ni las más adelantadas comunicaciones servirían para cambiar mucho las cosas, como lo demuestra la evidencia de las guerras recientes. (5) Una vez que se comienza el movimiento, también lo hace la niebla de la guerra. Por consiguiente, lo que está ocurriendo es una carrera de información, que condiciona de antemano la carrera del redespliegue que seguirá. Por un lado, las columnas que avanzan en profundidad están generando toda clase de partes; por el otro, el comando de defensa se esfuerza por procesar la información con rapidez suficiente para
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producir un cuadro de situación válido, si no totalmente actualizado (en tiempo real). Si la defensa gana la carrera, si la capacidad de asimilar y analizar información no queda desbordada, todavía existe oportunidad de lograr la victoria: toda la fuerza disponible debe enviarse a atacar las columnas, si está correctamente ubicada, y se comprobará entonces que son bastante vulnerables a nivel táctico. Pero si se pierde la batalla de la información, si el panorama de la situación al nivel operacional permanece demasiado confuso para dirigir contraataques en forma oportuna, entonces una retirada general brinda la única esperanza de salvación, mediante la restauración de un frente de suficiente resistencia para que no pueda ser perforado de inmediato por las columnas. De este modo el enemigo queda en control de un extenso territorio, pero por lo ?menos se Pede continuar 11- resistencia con efectividad si las fuerzas de combate del frente pueden desaferrarse, reagruparse en columnas, desplazarse a mayor velocidad que el enemigo, y redesplegarse nuevamente con las fuerzas que se incorporen para crear un nuevo frente, si es que en realidad hay posibilidades de ceder mucho territorio. Porque únicamente una retirada muy profunda puede tener éxito, al excederse el alcance logístico de la penetración enemiga. Más allá de esa distancia, sus columnas blindadas deben detenerse para permitir que el mantenimiento se ponga al día e incorpore reemplazos, se reparen los vehículos y descansen los hombres. (6) En otras palabras, el resultado ya no depende de la interacción de las fuerzas a nivel operacional, sino de la profundidad geográfica del teatro de guerra, y para considerar la cuestión con mayor detalle tendremos que ascender a un nivel estratégico superior. 1_
EL CASO DE ESTUDIO REASUMIDO Después de esta prolongada ilustración de la maniobra correlativa, estamos listos a reconsiderar la propuesta de la infantería antitanque para la defensa europea, pero esta vez a nivel operacional. Ahora sabemos que la defensa mediante el misil antitanque es técnicamente excelente y tácticamente adecuada (pero nada más que eso), y asimismo debe ser efectiva a nivel operacional para resultar satisfactoria. También sabemos que el encuentro entre blindados y antiblindados no puede ser ya analizado en forma aislada, sino juntamente con todas las fuerzas de ambos bandos que interactuarán realmente en el campo de batalla: la artillería, la infantería estática de la defensa y la infantería pedestre de los atacantes, el poder aéreo participante, los helicópteros que puedan usarse de uno u otro lado, quizás en operaciones al estilo comando, y además todas las barreras y fortificaciones existentes. Más
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aún, si estuviéramos considerando la propuesta menos extrema, que se limita a agregar una línea frontal de infantería misilística antitanque a las formaciones blindadas y mecanizadas en lugar de reemplazarlas, por supuesto que en ese caso también ellas deberán tenerse en cuenta, y seguirán siendo el elemento más importante de la defensa. Mientras tratamos de apreciar el efecto de la infantería misilística antitanque en las diversas interacciones a nivel operacional, debemos reconocer que la lucha entre la unidad blindada y la unidad misilística que observamos a nivel táctico es bastante poco concluyente de por sí, como resulta inconcluyente un duelo aéreo en la pugna por la superioridad en el aire, o el juego de las escondidas entre un submarino y aeronaves, destructores y submarinos de una fuerza de tarea. Porque en cuanto ampliamos nuestro panorama, vernos que detrás de la primera unidad soviética de tanques e infantería mecanizada hay muchas más, formando una profunda columna que espera para abrirse paso a través del frente. No deja de ser verdad lo que aprendimos en el nivel táctico, pero su significado se ha transformado: el blindado soviético que está siendo destruido por los misiles está allí, en cierto sentido, precisamente para ser destruido, como a su vez destruye equipos lanzadores y les hace agotar su reserva de misiles. Los tanques y vehículos de combate no están meramente disparando munición, ellos también son munición que la columna al penetrar consume para abrirse camino en su propio avance. Por supuesto que el ejército soviético prefiere perder poco y no mucho al cruzar la línea, pero mientras se consiga pasar a través del frente, el resultado táctico, "la relación de intercambio", carece de importancia a nivel operacional, siempre que exista una sola línea defensiva. El éxito o fracaso de la consecuente ofensiva de penetración en profundidad no dependerá de que las fuerzas que avanzan en total hayan perdido el cinco o diez por ciento de sus efectivos como precio para ingresar en las áreas vulnerables dé retaguardia. El método operacional de cada bando-es ahora el factor crítico. No los he investigado con mayor detalle, excepto uno o dos casos ilustrativos, porque mis propósitos son analíticos. Los métodos operacionales se relacionan con el nivel operacional de la estrategia como las tácticas se relacionan con el nivel táctico, o sea como prescripciones cuya validez depende estrictamente de quién combate contra quién, y en qué circunstancias. Como ya hemos analizado minuciosamente uno de esos métodos, la blitzhrieg, debo aún reiterar que en tanto el contenido de desgaste resulte menor que el total, existen métodos operacionales aéreos, navales, y hasta nucleares "estratégicos", así como hay tácticas aplicables a cada caso. Por ejemplo, en la guerra aérea la intercepción y el ataque a aeródromos son dos métodos operacionales distintos en la lucha por el
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control del aire, cada uno de los cuales puede implementarse con una variedad de diferentes tácticas. Igualmente, el empleo del poder aéreo contra fuerzas terrestres puede asumir la forma de la interdicción del campo de batalla, donde los blancos son las unidades que todavía no se han empeñado en combate, o el apoyo aéreo cercano. Como ya se ha notado, hay varios métodos de bombardeo -de área, de precisión e "interdicción profunda"- cuyo blanco principal son los transportes terrestres y su propósito principal es impedir el arribo de fuerzas enemigas y abastecimientos a las zonas de combate. En forma similar, para citar un ejemplo naval, la protección antisubmarina puede ser realizada por diferentes métodos operacionales, que incluyen el uso de campos minados, buques piquetes, y submarinos al acecho, para obstaculizar el acceso del enemigo a las rutas marítimas de interés; por . defensa de área, mediante la raza activa de submarinos en- tránsito con avienes de gran alcance y fuerzas de tareas integradas por destructores, portaaviones y submarinos y, finalmente, la protección de convoyes mediante la escolta cercana. En cada situación, la línea divisoria entre tácticas y métodos operacionales es obvia. Volviendo al caso de estudio y al papel crítico de los métodos operacionales de cada bando, ya sabemos que los atacantes están tratando de lograr el efecto blitzkrieg: (7) el corte de las líneas vitales de abastecimiento y de toda la estructura de sostén de la defensa, la evacuación forzosa de bases aéreas avanzadas y depósitos de material nuclear, y sobre todo el desequilibrio de las decisiones de comando, para evitar el contraataque e imponer una retirada desorganizada. En cuanto a la. defensa y sus opciones de métodos operacionales, ya sabemos que el desgaste producido por una línea frontal de tropas misilísticas exclusivamente no puede prevalecer contra un ataque de columna en profundidad, a menos que dicha "línea" sea en realidad una ancha franja de grupos misilísticos en cantidad prácticamente imposible. No se debe a que la guerra de desgaste sea inferior, sino que su exigencia de material es directamente proporcional a la tarea; en este caso, la tarea de cada unidad defensora que recibe ataques es enorme, a causa de la asimetría numérica entre fuerzas diseminadas a lo largo de todo el frente y la ofensiva muy concentrada contra segmentos estrechos de ese frente. Por supuesto, el desgaste es un problema aritmético y podría vencer de todos modos, pero solamente mediante una disposición defensiva mucho más costosa que la mera presencia de fuerza de infantería misilística. En primer lugar, se necesitarían barreras antitanques tales como campos minados, fosos de bordes angulosos y obstáculos de cemento para reducir la relación de acercamiento del enemigo y mantener el número de vehículos que arriben por debajo de la capacidad de empeñamiento de las tropas misilísticas; el total de efectivos y el efecto de las barreras se sustituyen uno al otro,
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y pueden por lo tanto intercambiarse según convenga. El segundo punto, que también es negociable, es que existiría el requisito de posiciones de fuego fortificadas para asegurar una alta relación de intercambio entre equipos misilísticosyvehículos destruidos. Naturalmente que el costo de una defensa frontal fortificada depende de la longitud del frente que deba ser cubierto, lo que de ningún modo es cuestión de nivel operacional, sino que nos conduciría a la estrategia a nivel de teatro. De cualquier manera, sin barreras y fortificaciones más caras que los mismos lanzamisiles, el reemplazo de las fuerzas blindadas y mecanizadas de la Alianza, vistas como "provocativas" además de costosas, y el objetivo superior de hacer innecesario el contraataque nuclear, no pueden cumplirse en la práctica, independientemente de lo impresionantes que parezcan los resultados tácticos de la infantería misilística en sus propios términos. Así se llega a la conclusión de que una infantería misilística, aunque técnicamente superior y tácticamente adecuada, es inefectiva al nivel operacional. Si ahora consideramos la versión menos extrema de la propuesta de defensa de Europa que pide la adición de una línea frontal de tropas antitanque a las fuerzas blindadas y mecanizadas existentes, vemos que incluso el desgaste producido por una línea simple tendría cierta importancia. En parte, sus méritos pueden evaluarse mediante la suma de efectos tácticos: la demora impuesta a la ofensiva, muy valiosa para ganar tiempo de movilización si el enemigo ha logrado la sorpresa, y otros menores; asimismo, por el desgaste que pueda exigirse, porque si ha de proseguir a continuación la guerra móvil, una reducción de los efectivos enemigos en cualquier porcentaje dado no es irrelevante para el resultado. Pero la nueva línea frontal de infantería mi silística puede valer más que la suma de esas partes tácticas, si se desarrolla un método operacional que combine la acción de las fuerzas móviles con la nueva defensa antitanque. Mediante el conocimiento de los asaltos principales del enemigo que permiten las penetraciones, y por la continuada protección del resto del frente que sigue intacto, se origina un cuadro en el cual las fuerzas móviles de defensa pueden desempeñarse con mayor efectividad que antes -precisamente a nivel operacional- porque se les facilita el desplazamiento lateral para contraatacar los flancos de las columnas invasoras, mientras que sus propios flancos exteriores quedan resguardados por los segmentos intactos del frente. Por supuesto que se parte de la presunción de que se ha realizado una oportuna movilización, o de otro modo la defensa frontal haya causado la demora suficiente para permitir que las fuerzas móviles de la Alianza se congreguen en sus cuarteles y avancen hacia el frente para contraatacar. De cualquier manera, el resultado sería notoriamente mejor con respecto a la situación actual. Ahora bien, si existe un
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preaviso suficiente para movilizar y desplegarlas fuerzas terrestres de la Alianza, deberían empeñarse completamente en la defensa del frente en vez de quedar libres para contraatacar; si el enemigo ataca por sorpresa, las fuerzas blindadas y mecanizadas desplazándose con retraso hacia el frente tendrían que empeñarse con las cabezas de las fuerzas soviéticas en avance en la mayoría de los casos, privándose de la ventaja de tomar al enemigo por el flanco. Por lo tanto, en el caso de la proposición menos extrema, la defensa frontal técnicamente superior y tácticamente adecuada por parte de la infantería misilística es operacionalmente válida, y lo que interesa es justamente su validez en comparación a la oportunidad desperdiciada de agregarle poderío móvil, blindado y mecanizado. Esto dependerá a su vez de la integración de la fuerza, ya sea con algunos soldados regLlares tomados de las fuerzas móviles, o coD tropas de la reserva y milicias que muy poco se emplean al presente. Entonces, las mismas condiciones institucionales que al principio parecían insignificantes se vuelven decisivas al nivel operacional, aunque por razones bastante diferentes. Como son estáticas, hay sólo dos métodos operacionales para el empleo de las tropas misilísticas: defensa frontal por sí mismas, o en combinación con fuerzas móviles de contraataque. Obviamente, existen otras formas de emplearlas en situaciones más favorables que la defensa frontal, donde tienen que absorber el empuje incesante de la ofensiva. Una posibilidad ya mencionada sería la defensa flexible, que consistiría en ofrecer seria resistencia al avance enemigo después que una prolongada retirada haya agotado su alcance logístico; otra distinta sería la defensa en profundidad mucho más cerca del frente, ya sea en forma de líneas múltiples para imponer demoras sucesivas, o de islas de resistencia, para seguir interfiriendo los desplazamientos del enemigo, reducir su potencia, y proteger facilidades militares importantes o ciudades. Pero ninguna de esas posibilidades cobra relevancia a nivel operacional, porque la interacción de fuerzas en combate ya no está en discusión; no cambia demasiado, aunque se trate de una nueva línea alejada a retaguardia o una defensa en profundidad con islas de resistencia. En lugar de ello, lo que está siendo reconsiderado es el dispositivo territorial de defensa de la Alianza, suscitándose cuestiones que trascienden completamente el campo del nivel operacional. En beneficio de una defensa quizá mejorada para todos sus miembros, más barata y que no requeriría el contraataque nuclear, al menos con tanta urgencia, el territorio nacional de un único miembro quedará expuesto a la invasión y a la guerra destructiva. El propósito de la Alianza tendría entonces que reformularse para disminuir la prioridad absoluta de la defensa territorial exclusiva, en favor de un concepto de seguridad colectiva que no pretendería la protección de todo el territo-
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rio de todo miembro durante todo el tiempo. Claramente es tema de decisión política dentro de cada nación aliada y entre ellas, que ninguna erudición estratégica puede dictar. Verdaderamente, el fenómeno de la estrategia define las consecuencias estratégicas de las decisiones políticas, pero éstas tienen asimismo otras consecuencias que pueden pesar más gravemente para los dirigentes nacionales. Si las decisiones sobre asuntos estratégicos se originan en consideraciones culturales, históricas, económicas o electorales, es difícil que alguien puedabasarse en el razonamiento estratégico para afirmar que no debiera ser así. No está claro si entender de estrategia sirve a los propósitos establecidos por la decisión política, pero por cierto que no concede ninguna autoridad para definirlos. Por supuesto que hasta las mismas consecuencias estratégicas solamente pueden ser evaluadas en términos políticos: si se descubre que x conducirá a la victoria e y a la derrota, ello no quiere decir que x debe transformarse en la opción política preferida, porque podrían existir otras consideraciones que motivaran la preferencia de la derrota sobre la victoria, y ninguna percepción estratégica puedehacer gala de mayor racionalidad para demandar algo diferente. Encontraremos razones para tener en mente esa distinción a medida que ascendamos a niveles superiores de la estrategia. PRIMER PANORAMA GENERAL DE LA ESTRATEGIA Para facilitar este ascenso a través de los niveles de la estrategia, he mantenido a la dimensión horizontal -el flujo y reflujo de acción y reacción en cada nivel- en equilibrio estático. Ello no implica una mera limitación de la realidad, sino una verdadera distorsión, porque las interacciones verticales entre niveles influyen y son a su vez influidas por la lógica paradójica de la estrategia que se desarrolla dentro de cada dimensión horizontal, para causar la secuencia de éxito, culminación y decadencia. Si aparece una nueva arma, la reacción manifestada en el nivel técnico en forma de contramedida enemiga puede provocar una reacción táctica, que podría a su vez inducir una réplica a nivel operacional. Puede también que la primera reacción sea táctica y la respuesta técnica, con una reacción posterior que aparezca a nivel operacional. Obviamente, existen innumerables combinaciones de acciones verticales y horizontales, pero quizá la secuencia más común sea de cambios técnicos que motivan consecuencias tácticas, y que a su vez provocan una réplica operacional; sirve como ejemplo el empleo de blindados en columna en profundidad para penetrar frentes que la ametralladora había hecho inmunes al ataque de infantería. Aunque nuestro progreso vertical desde uno a otro nivel está lejos
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de completarse, ya no podemos continuar viendo solamente la dimensión horizontal de la estrategia como un mar encrespado en que las olas en opuestas direcciones de la lógica paradójica tienden a anularse entre sí, en pugna perpetua por un equilibrio imposible. Tampoco podemos ver a la estrategia como un edificio de múltiples pisos que ofrezca una verdad diferente en cada uno de ellos. En cambio, debemos adaptarnos mentalmente a la compleja combinación de ambas imágenes: los pisos ya no son sólidos, sino que se agitan a veces hasta el punto de irrumpir uno dentro de otro; asimismo, en la dinámica realidad del conflicto las interacciones de los niveles verticales se combinan y colisionan con la dimensión horizontal de la estrategia.
CAPÍTULO 8
ESTRATEGIA DE TEATRO I: OPCIONES MILITARES Y ALTERNATIVAS POLÍTICAS
La lógica de la estrategia a nivel del teatro determina la relación entre poder militar y territorio, y podemos entender mucho de ella en términos visuales si observamos los des pliegues y movimientos a vuelo de pájaro, o quizá debiéramos decir a vuelo de satélite. Por supuesto que la estrategia también posee un aspecto espacial en los niveles inferiores, pero a nivel táctico lo que interesa es la naturaleza detallada del terreno, y a nivel operacional la geografía simplemente provee el trasfondo cambiante de las acciones de combate, que generalmente no varían mucho por ello. Sin embargo, a nivel del teatro hay cierto territorio específico que constituye el verdadero objeto de la contienda. Puede que sea tan grande como un subcontinente o tan pequeño como una isla, pero a menos que el teatro de guerra esté demarcado por límites políticos, debe hallarse suficientemente separado de otros teatros por barreras geográficas importantes o por una gran distancia para que sea defendible o vulnerable en sí mismo. Ya abarque una provincia, un país entero, o aun un extendido agrupamiento regional de países, un teatro de guerra debe constituir una entidad militar autocontenida, sin formar parte de otra mayor. Si bien condiciona la interacción de fuerzas adversarias en términos espaciales, l a lógica de la estrategia a nivel del teatro ignora totalmente el carácter político, económico y moral del territorio en cuestión, tratando apreciadas tierras nacionales plenas de recursos y producción exactamente del mismo modo que desiertos hostiles, excepto en lo referente a aspectos específicamente militares. Entonces, no resulta sorprendente que para la determinación de una política la lógica de la estrategia a nivel del teatro queda a menudo ignorada, aunque se la comprenda perfectamente. * Como hace notar Clausewitz en De la guerra (libro 5, cap. 2), la característica definitoria de un teatro es que en una guerra mayor, las operaciones que se realicen fuera de sus límites no debieran tener efecto directo dentro del mismo, y solamente el efecto indirecto de debilitar o robustecer a los adversarios.
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Por ejemplo, en el caso de Corea, la concentración de poderosas fuerzas norcoreanas con muchos tanques y cañones cerca de la frontera, teniendo en cuenta la capacidad de la infantería norcoreana para infiltrarse en profundidad y la belicosidad del régimen gobernante, se hace altamente probable que una guerra comience con una ofensiva sorpresiva de extrema intensidad. Sin embargo, tal asalto no podría ser sostenido por mucho tiempo, ni tampoco avanzar muy lejos dentro del territorio surcoreano, porque la masa de artillería norcoreana es fija y queda fuera de alcance, mientras que pronto se agotarían las energías y los abastecimientos de la infantería a pie. En tales circunstancias, la lógica de la estrategia a nivel del teatro tiene el efecto de debilitar completamente una defensa surcoreana que quiere defender todo, y fortalecer una defensa que defendería menos. Si los primeros cincuenta kilómetros de territorio surcoreano desde la frontera fueran solamente defendidos según convenga al iniciarse la guerra, con demoras ventajosas y emboscadas, seguidas de retiradas deliberadas, los norcoreanos prácticamente se derrotarían a sí mismos por haber avanzado tan lejos. Una vez totalmente movilizado, el ejército surcoreano contaría con efectivos y medios para contraatacar con superioridad hasta la última frontera y aun más allá, mientras que el poder aéreo podría infligir grandes pérdidas sobre las fuerzas norcoreanas durante el avance y la retirada, tan pronto como se desplazaran fuera del alcance de sus defensas antiaéreas predominantemente inmóviles. Tal esquema de "defensa flexible" resulta definidamente favorecido por la lógica estratégica del teatro, pero desde ya que ignora la naturaleza del territorio en disputa --por dos veces- que fuera ocupado por los norcoreanos. No es un desierto, sino una comarca agrícola densamente poblada que se extiende hasta los suburbios al norte de Seúl, donde viven unos ocho millones de coreanos y tienen asiento las instituciones nacionales y buena parte de su industria. Además, Corea es un país dividido, y ambos gobiernos reclaman soberanía sobre la totalidad del territorio. La pérdida de esos primeros cincuenta kilómetros podría provocar un colapso de confianza popular en el gobierno de Corea del Sur y desmoralizar a sus fuerzas armadas, quizás hasta el punto de anular su superioridad material. Como resultado no demasiado sorprendente, la política coreana de defensa del teatro ignora la lógica de la estrategia a nivel del teatro y trata de proveer la defensa general ("adelantada") del territorio. La lógica puede quedar ignorada, pero inexorablemente sus consecuencias se manifiestan de todos modos, con cierta combinación de inseguridady costos defensivos mayores de lo previsto. Para Corea del Sur hay mucha inseguridad y mucho costo: fuerzas de gran magnitud se mantienen con alto grado de alistamiento en forma permanente, y se han construido barreras complejas y fortificaciones frontales.
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Como hemos visto, nada existe dentro de la lógica de la estrategia del teatro que pueda justificar otro orden de prioridades, o ni siquiera que haya prioridad alguna, del mismo modo que una relación conocida entre desempleo e inflación puede obligar a decisiones políticas entre ambas: algunos países toleran una gran inflación, pero no el desempleo; en otros sucede lo opuesto. La lógica económica que define la relación entre ambos no prescribe la elección de la política económica. A semejanza, en el caso coreano, la lógica de la estrategia del teatro define una relación entre la elasticidad de la defensa y sus costos y riesgos, pero la política del teatro demanda estrictamente una defensa rígida. EL TEATRO CENTRAL DE EUROPA En el panorama "a vuelo de satélite" que nos admite la estrategia de teatro, vemos los territorios de Alemania Occidental* extendiéndose desde la costa del Báltico y Dinamarca hacia el sur, hasta Austria y Suiza, mientras que el Mar del Norte, Bélgica, Luxemburgo y Francia señalan sus fronteras occidentales. En cuanto a la acampanada frontera oriental, mil kilómetros la separan de Alemania Oriental y Checoslovaquia, y sigue la curva hacia el oeste de la frontera austríaca. Después de la movilización, a medida que las unidades de los ejércitos belga, británico, canadiense, holandés, alemán y norteamericano salen de sus cuarteles y bases para desplegarse en sus posiciones asignadas, el '`frente central" que hasta ahora fue sólo una abstracción adquiere forma física. Por supuesto que no se trata de una línea sólida con unidades estacionadas hombro conhombro, sino que consiste en grupos separados de h ombres, vehículos y armamentos ubicados dentro de una franja del territorio; aproximadamente un tercio de las unidades de tanques, vehículos mecanizados y blindados ligeros (las "fuerzas de cobertura") han avanzado hasta algunos kilómetros de la frontera, y el resto espera en grupos mayores varios kilómetros detrás de ellos. Si bien el frente no sigue estrictamente cada vuelta y curva del límite, de todos modos se extiende hasta cerca del millar de kilómetros de longitud. También es necesario proteger lafrontera oriental con la neutral Austria, dada la facilidad con que cualquier invasión soviética podría cruzar por ese país pobremente armado. Ahora podemos finalmente disponer de la propuesta de la infantería misilística tras ser examinada en cada nivel de la estrategia. En cuanto contemplamos la longitud del territorio que la Alianza debe proteger, inmediatamente comprendemos por qué únicamente las barreras y * La obra lüe escrita anteriormente a la unificación alemana en 1989. (N. del T.)
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fortificaciones mejor elaboradas podrían posiblemente justificar la defensa mediante una línea frontal de tropas misilísticas. Basta una simple operación aritmética para descubrir que en los segmentos del frente donde ambos bandos se empeñarían realmente en combate, los misiles antitanque baratos y abundantes son sobrepasados en cantidad por costosos tanques y vehículos blindados soviéticos. Si observamos una ofensiva en el momento en que comienza, vemos una primera ola de siete "ejércitos" soviéticos que se aproximan a la frontera de Alemania Occidental, sumando casi diez mil tanques en total, muchos más vehículos de combate, así como gran cantidad de artillería y toda clase de unidades de apoyo. (1) Esas fuerzas soviéticas que marchan hacia adelante no están distribuidas en una línea larga y delgada que corre de norte a sur, paralela a la frontera. En cambio, están formando cuatro o cinco extensas columnas que se desplazan hacia el oeste en dirección al frente, desde ya que no es una sola fila sino en falanges de varios kilómetros de ancho donde el terreno lo permite. Aun así, vemos que las fuerzas soviéticas están atacando a una pequeña fracción en toda la línea de mil kilómetros: las columnas están chocando contra estrechos segmentos del frente, tan estrechos en algunos sitios como una carretera de doble mano, y nunca de más anchura que una docena y media de kilómetros. Aunque se desplegara una fuerza enorme de tropas antitanques, con decenas de miles de lanzamisiles, los vehículos blindados que marchan hacia adelante todavía podrían superarlas fácilmente en el combate real. Por lo tanto, la aritmética del desgaste garantiza la derrota, a menos que se recurra a elaboradas barreras y fortificaciones. No puede ocurrir de otro modo cuando el número de lanzadores de misiles debe distribuirse a lo largo de mil kilómetros de frontera, mientras que los blindados soviéticos pueden atacar concentradamente donde lo prefieran. (2) También podrían concentrarse las tropas misilísticas, y más eficazmente que las columnas soviéticas, si tuvieran suficiente movilidad. Pero ello no se logra simplemente suministrando camiones para transportarlos de un lado a otro del frente, por caminos de frontera, ya que la división de Alemania los hizo periféricos. Tampoco puede hacerse manteniendo la mayoría de las tropas aguardando en rutas a retaguardia, listas a reforzar los segmentos del frente que sean atacados. Sin capacidad de desplazarse a través del campo, y por lo tanto aferradas a los caminos, las tropas misilísticas motorizadas en tránsito serían muy vulnerables al ataque aéreo, y tendrán muchas dificultades para avanzar por el fuego de artillería que llegará a más de quince kilómetros detrás del frente. Quizás el refuerzo necesario pueda ser provisto más oportunamente por helicópteros que transporten tropas misilísticas o que estén armados con lanzadores, pero por cierto que no se trata de una alternativa barata. Además, esas aeronaves tan frágiles
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quedarían expuestas a la multitud de armas antiaéreas que acompañan las divisiones soviéticas, y también a las cortinas descendentes del fuego de artillería. Si los camiones son demasiado vulnerables y están aferrados a los caminos, y si los helicópteros son vulnerables y además muy costosos, la única opción disponible para conseguir movilidad bajo fuego y lograr la concentración serían vehículos terrestres bien armados, aptos para cruzar a través del campo. Si se los acoraza y se les colocan orugas, por ci erto que podrían llevar a las tropas misilísticas a donde hicieran falta. Podrían ser réplicas de los actuales transportes de la infantería mecanizada que incluye entre sus armas los misiles antitanque. Pero ya que se trata de vehículos blindados, seguramente convendría incorporar al diseño de algunos de ellos armamento que pueda emplearse sin apearse; y ya que se va a disponer de armamento incorporado, en lugar de misiles voluminosos y costosos con escasa velocidad de fuego, sería preferible dotarlos de cañones, que son superiores para el combate contra blindados a corta distancia. De este modo queda rehabilitado el tanque después de haberse recorrido todo el círculo, como una solución convencional que no sólo se apoya en la inercia institucional, sino que queda confirmada por las necesidades de la batalla. Si todavía persistiera la confianza en la propuesta más extrema, el asunto se arregla una vez que ampliemos nuestro panorama geográfico. Mientras miramos a través de la extensión de Alemania Oriental, Checoslovaquia, Hungría, Polonia, y aun más allá hasta las regiones occidentales de la Unión Soviética, vemos que detrás de la primera oleada de siete ejércitos se acerca otra mayor, y que más formaciones se están agrupando para avanzar a su turno. (Para mayor información sobre la composición del ejército soviético, ver Apéndices 2 y 3). Aunque las divisiones de refuerzo no estuvieran con sus dotaciones completas y bien adiestradas, ni tan bien equipadas con armas modernas como las del primer escalón, el impacto de una masa tan tremenda de blindados que avanzaran, seguramente aplastaría el despliegue frontal de tropas misilísticas agotadas y disminuidas, si de alguna manera se arreglaran para resistir hasta entonces. Pero cuando finalmente descartamos la propuesta extrema, hacemos un descubrimiento preocupante. Una vez movilizado, el ejército soviético es capaz de sobreponerse no sólo a una defensa hipotética de tropas misilísticas, sino además al despliegue de fuerzas blindadas y mecanizadas que ahora defienden el frente central. Por esta causa la Alianza sigue confiando en el suplemento del contraataque nuclear. Si llega el aviso de una invasión inminente, y se lo toma en cuenta a pesar de intentos de engaño y autoengaños, y además se procede con presteza por parte de los cinco gobiernos nacionales involucrados, las fuerzas de la NATO mantenidas en alistamiento en tiempo de paz deberían estar
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en capacidad de resistir al primer escalón de la ofensiva, aunque los beneficios de la iniciativa para el bando agresor permitirían la ventaja inicial de la concentración, así como la oportunidad de montar una cantidad de asaltos de disloque y penetraciones de diversión por tropas especiales. Esa primera fase de peligro agudo, cuando las unidades se dirigen a toda carrera desde sus guarniciones de rutina a las posiciones planeadas, será afectada por congestiones de rutas, ataques aéreos, puentes saboteados, emboscadas tipo comandos, diversiones intencionadas, y seguida de otra luego de las primeras horas de batalla, cuando los vectores principales del movimiento soviético deban ser correctamente estimados y la contraofensiva coordinada entre ejércitos de diferentes naciones. Tampoco servirán de mucha ayuda las fuerzas aéreas aliadas, ya que estarán iniciando sus propias batallas en defensa de sus bases y atacando las enemigas. Únicamente mediante esfuerzos épicos y ejercicio efectivo del comando podría prevalecer la defensa contra la embestida de siete ejércitos soviéticos. Posteriormente, con gran necesidad de descansar y reagruparse, las fuerzas aliadas tendrían muy pronto que combatir contra el próximo y mayor escalón soviético, con magros refuerzos propios. Las fuerzas aéreas aliadas proveerían por entonces una importante ayuda, y las pérdidas en combate serían parcialmente compensadas por la ganancia en experiencia, pero no sería prudente confiar en una victoria defensiva. RELACIONES DE FUERZAS OFENSIVO-DEFENSIVAS Hasta aquí no se ha mencionado la presunta ventaja inherente a la defensa, la relación frecuentemente citada de tres a uno que se supone necesita la ofensiva para ganar. Es cierto a nivel táctico que una compañía de tropas a la defensiva, sin necesidad de avanzar para cumplir su tarea, puede cavar trincheras para mantener un a líneay por lo tanto causarbajas al enemigo expuesto con mayor facilidad que las recibidas; en esas circunstancias, una relación de tres a uno es una buena regla práctica cuando el ataque frontal choca con una defensa protegida. Sin embargo, a nivel operacional vemos que el agresor no necesita atacar esa posición en particular, sino que puede pasarla por uno u otro lado, en un caso sencillo de maniobra correlativa. Si las tropas atrincheradas se quedan donde están, la defensa fracasa en forma absoluta y puede resultar eliminada en el proceso si los atacantes deciden detenerse para llevar a cabo una aproximación enfilada o por retaguardia. Por otra parte, si la defensa reacciona contra el desborde lateral del enemigo, solamente puede extender su línea haciéndola más delgada o desplazándose a su vez para interceptarlo, en idéntica situación de
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movilidad y exposición. En el primer caso se mantiene la relación ventajosa, pero el equilibrio de fuerzas en el sitio del combate se altera a favor del enemigo; en el segundo, el equilibrio no se modifica, pero desaparece la ventaja. En ninguno de ambos casos harán falta tres compañías para batir a una. En las condiciones del frente occidental en la Primera Guerra Mundial, la ventaja en la relación táctica era compensada totalmente a nivel de la estrategia de teatro porque la continuidad de la línea de trincheras desde la costa belga hasta la frontera suiza impedía cualquier simple rodeo. Asimismo, la relación ventajosa fue mantenida en contra de la reacción a nivel operacional de efectuar ataques concentrados en columna en segmentos estrechos del frente por la existencia de teléfonos de campaña para pedir refuerzos, y ferrocarriles y camiones para trasladarlos, por consiguiente, la concentración defensiva procedía a mayor velocidad que el avance de los soldados a pie contra artillería, alambrados de púas y ametralladoras. Indudablemente, los intelectuales que dominaban el estado mayor general francés de posguerra (3) pudieron demostrar matemáticamente la mayor facilidad de concentración de la defensa sobre el ataque, derivada inexorablemente de la ventajosa velocidad de los n-wvimientos laterales de ferrocarriles y camiones a lo largo del frente respecto de la relación de avance del soldado de infantería batido por los fuegos. Sólo quedaba compensar por el beneficio que el asalto inicial podía dar al atacante, que los máximos esfuerzos de inteligencia no lograrían eliminar totalmente. Sin embargo, eso podía hacerse sin ninguna duda mediante una línea defensiva sin interrupciones que conservara la ventaja táctica de las tropas atrincheradas al no poderse rodearlas permitiendo así que una sola unidad aferrara a cinco o diez unidades equivalentes en forma transitoria hasta que arribaran refuerzos, del mismo modo en que una podía aferrar indefinidamente a tres. Según este razonamiento, mientras las madres alemanas no criaran el triple de hijos, los franceses serían capaces de resistir cualquier ofensiva, siempre que no se debilitaran al lanzar fútiles ofensivas propias. Por consiguiente, la victoria estaba asegurada; pero otro elemento fue agregado para reducir aún más su precio: en lugar de las malsanas trincheras y refugios improvisados en el barro bajo fuego enemigo, se construyeron durante la paz trincheras revestidas de cemento, posiciones reforzadas para las armas, y fuertes bien preparados para proteger la artillería, muy necesaria para efectuar fuego de contrabatería que impida a la artillería enemiga aniquilar a la infantería propia, y simultáneamente atacar al avance de soldados enemigos. Tal fue la compulsiva lógica lineal que suscitó la idea de la Línea Maginot, que sin duda consiguió su éxito culminante en 1940, cuando la ofensiva germana la eludió por vía de Bélgica ante el formidable
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poder de sus barreras, su infantería sólidamente atrincherada, la artillería en fortificaciones. Por la usual paradoja de la estrategia, la Línea Maginotfracasó en la defensa de Francia porque tuvo demasiado éxito: no puede pretenderse que una línea defensiva sirva para otra cosa que disuadir al enemigo de siquiera intentar atacarla. Retrospectivamente, uno llega a la conclusión de que un dispositivo defensivo menos formidable, una solución eficaz a medias, podría haberle sido mucho más útil a Francia, al ofrecer la posibilidad de que los alemanes la atacaran y quedaran aferrados en una guerra de posiciones. Tal Línea Maginot, considerada infranqueable a nivel táctico, provocó una respuesta correlativa de estrategia de teatro en la forma de la arremetida germana oblicua a través de las indefensas Ardenas belgas, hasta el Canal de la Mancha. Sin la Línea Maginot para ayudar al equilibrio, la cinemática de la concentración defensiva, basada en la ventaja de velocidad de camiones y trenes sobre soldados a pie, fue absolutamente arruinada por la respuesta a nivel operacional de la blitzkrieg, cuyas columnas de penetración en profundidad también se desplazaban a velocidad de automotores en una carrera contra el movimiento lateral que reunía potencial defensivo. Sus puntas de lanza blindadas, prácticamente inmunes a la interdicción artillera y sin obstáculos que se les opusieran, sencillamente anularon la ventaja en la relación táctica de las fuerzas de línea de infantería, y de cualquier forma hubieran sobrepasado posiciones erizadas de cañones antitanques. Sólo nos queda expresar nuestro asombro por las preferencias emocionales tan profundamente arraigadas que han invertido completamente las dos lecciones de 1940, ya que se condena la totalmente exitosa Línea Maginot y se sostiene la espuria validez universal de la relación tres a uno, sólo correcta a nivel táctico. ARMAS NUCLEARES DEL CAMPO DE BATALLA Desguarnecidos por imaginadas ventajas inherentes, los planes actuales de la Alianza Occidental para la defensa del frente central deben corifiar en el deus ex machina de las armas nucleares "del campo de batalla", las que descenderán al escenario si no hay otra forma de evitar la penetración y el colapso del frente. Las armas nucleares cumplen una función principalmente suasoria* y de no uso, y las consideraremos como tales a un nivel estratégico superior. No obstante, por ahora vamos a ver su significado a nivel de estrategia de teatro. * El término se refiere tanto a la persuasión como a la disuasión, en todas sus formas. El tema es discutido en la Parte III.
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Las armas nucleares del campo de batalla producen efectos explosivos y radiactivos relativamente modestos si se comparan con las armas nucleares intercontinentales. (4) Se emplean en forma de co hetes de corto alcance, granadas de artillería, y cargas de demolición, así como en bombas de aviación de amplia versatilidad, y suministran una respuesta a nivel técnico a la magnitud del ejército soviético, ofreciendo medios alistados para realizar contraataques devastadores. Según la política vigente de la Alianza, durante las batallas frontales los ataques no nucleares serán respondidos por defensas no nucleares mientras sea posible; pero si continúa el arribo de formaciones soviéticas y la defensa ya no puede retenerlas, entonces se pedirá el empleo de armas nucleares del campo de batalla. Cuando se incorporaron por primera vez en 1952-53, (5) las armas nucleares norteamericanas para uso en el campo de batalla se elevaron rápidamente en la curva de efectividad: se integraron con facilidad dentro de los planes de defensa frontal de la época, cuando casi existía una verdadera línea formada por grupos pequeños de fuerzas en disposición poco profunda. Pero esta reacción técnica al poderío soviético a nivel de teatro alcanzó su punto culminante de éxito bastante pronto, porque a fines de la década de 1950 ese ejército también contaba con armas nucleares para el campo de batalla. Por lo tanto, si el comando de la Alianza intentara resguardar los sectores del frente que se desmoronaran mediante el ataque a las columnas soviéticas invasoras con armas nucleares, el comando soviético podría replicar abriendo otros sectores del frente con las suyas. Dejando de lado por el momento toda consideración sobre cuáles armas nucleares adicionales podría emplear cada bando contra blancos diferentes de formaciones terrestres en combate, podemos simplemente asumir que el uso de armas nucleares por parte de la Alianza desencadenaría una réplica simétrica. No obstante, en este caso acción y reacción no se anulan mutuamente, sino que una vez empleadas armas nucleares el ejército soviético ya no podría conquistar territorio mediante invasión, sino solamente presidir su devastación. Entonces, si la Alianza puede amenazar persuasivamente con el uso de sus armas nucleares del campo de batalla en caso de necesidad; tendría capacidad de disuadir un ataque soviético con propósitos de conquista, ya que los únicos resultados posibles serán la derrota no nuclear o la guerra nuclear. Como siempre sucede en estos casos, es exclusivamente el adversario quien controla el proceso: son sus líderes quienes deben dar crédito a la amenaza y evaluar si el castigo sería mayor que los beneficios posibles. Desde ya que la seguridad obtenida por métodos suasivos es inherentemente menos digna de confianza que la negación defensiva. Sin embargo, la amenaza nuclear no puede minimizarse fácilmente como ocurría con los regi-
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mientos de caballería y hasta con las divisiones blindadas, porque sus efectos técnicos son mucho más ciertos y sin duda pronosticables con exactitud. Pero en este caso la efectividad suasoria quedaría circunscripta por un solo motivo: si los líderes soviéticos decidieron atacar a la Alianza en un acto desesperado, más que por deseo de conquista, podrían no disuadirse del todo ante la prospectiva de causar un cinturón de destrucción nuclear justo en el medio de Europa Central. El poder ilegítimo siempre padece de inseguridad, y una secuencia concebible sería una revuelta general en Europa Oriental que se extendiera hacia los territorios fronterizos no rusos de la Unión Soviética, causada precisamente por el ejemplo subversivo de libertad y prosperidad de Europa Occidental; ello podría inducir a los jerarcas soviéticos a decidirse por la agresión para apagar esa luz, para privar de impulso a las inquietudes al presentar una prospectiva peor que la opresión continuada. Otra posibilidad, al menos en teoría, es que la Unión Soviética podría atacar por razones defensivas, para prevenir una ofensiva de la Alianza que sus líderes consideraran inminente. El concepto de una agresión occidental concertada en secreto entre el parlamento holandés, el canciller alemán, el gran duque de Luxemburgo, el gabinete belga, así como la Casa Blanca y Whitehall, podría resultarnos enteramente fantástica a quienes habitamos de este lado del mundo. Pero los jerarcas del Kremlin presiden un gobierno que parece disponer de una capacidad infinita para la suspicacia, como pueden atestiguarlo gran cantidad de desafortunados disidentes que fueron seriamente interrogados para descubrir conspiraciones inexistentes; y ninguna otra fecha histórica se recuerda más vivamente en la Unión Soviética que el 22 de junio de 1941, cuando la invasión se produjo con terrible sorpresa, causando devastación atroz. Si la autodefensa se convirtiera en el motivo de la agresión, por más equivocado que estuviera, las armas nucleares de la Alianza en el campo de batalla retendrían su capacidad física de anular una inminente victoria no nuclear soviética, pero sin posibilidades de disuadir de la realización del ataque. Hasta aquí se ha considerado solamente la prospectiva suasoria que un conflicto nuclear en el campo de batalla podría tener sobre las mentes de los líderes soviéticos. No distraería de nuestro propósito actual estudiar en profundidad la progresión de amenazas que sigue al intento inicial suasorio nuclear, comenzando con el permanente esfuerzo soviético de convencer a los aliados europeos de que reaccionaría a ataques nucleares en el campo de batalla con sus propios ataques nucleares contrablancos más importantes, principalmente aeródromos y hasta ciudades europeas (para superar mediante suasión el efecto paralizante de la guerra nuclear en el campo de batalla); y continuando
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con la amenaza recíproca de los Estados Unidos de efectuar ataques nucleares contra blancos equivalentes en la Unión Soviética, incluyendo ciudades (para inhibir mediante la suasión cualquier extensión de la guerra nuclear más allá de las zonas de combate frontal). Como siempre sucede en el reino de la estrategia, todo movimiento provoca réplica aunque no haya una acción o reacción concreta en la suasión, sino únicamente la percepción, correcta o errónea, de las amenazas y de la capacidad potencial de producir daño. La prosecución de la secuencia, cuando ya se han intercambiado amenazas recíprocas contra las mismas fuerzas nucleares, nos llevaría a abandonar el nivel del teatro para internarnos en el siguiente, de la gran estrategia. Por ahora quedémonos donde estamos, destacando que la amenaza nuclear de la Alianza en el campo de batalla, dirigida a eliminar las esperanzas soviéticas de conseguir una victoria no nuclear, debe provocar un efecto interno en los mismos aliados occidentales, especialmente en el gobierno alemán. La mayoría de las armas nucleares de corto alcance serían lanzadas desde territorio alemán, y son sus zonas frontales las que sufrirían ataques nucleares en caso de una reacción soviética simétrica. Tampoco puede el gobierno de Bonn permanecer indiferente respecto al destino del territorio alemán regido desde Berlín Oriental en caso de conflicto; Alemania Oriental se convertiría entonces en territorio enemigo, .y poseería los blancos principales para los ataques nucleares del campo de batalla, pero jamás sería considerada tierra extranjera por sus compatriotas. Al resultar tan perniciosa para quienes amenazan como para quienes son amenazados, puede que la réplica de la Alianza sea autoinhibitoria. Sin embargo, obviamente tal razonamiento no ha prevalecido, porque algunos Estados miembros, y especialmente Alemania, continúan reafirmando la amenaza de ataque nuclear en el campo de batalla en caso de inminente victoria no nuclear de los soviéticos. (6) Prefieren aceptar los riesgos consecuentes antes que desarrollar fuerzas no nucleares más poderosas, con capacidad de derrotar a una invasión no nuclear por sí mismas, sin apelar a la corte suprema de la guerra nuclear. ¿UNA DEFENSA NO NUCLEAR DE EUROPA? Los riesgos de la actual confianza de la Alianza en las armas nucleares son obvios, pero las consecuencias de incrementar su poderío no nuclear podrían resultar paradójicamente adversas. Es posible que el rechazo de los aliados europeos en general, y de sucesivos gobiernos alemanes en particular, a incrementar sus fuerzas no nucleares en un
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amplio margen esté motivado únicamente por la cortedad de miras de economizar en gastos militares. Pero además quedaría totalmente justificado por el correcto razonamiento estratégico (es decir, paradójico). Con certeza, si las fuerzas no nucleares de la Alianza dispusieran del potencial suficiente para defender el frente central contra una invasión no nuclear soviética, no habría necesidad de emplear armas nucleares del campo de batalla. Por consiguiente, en caso de guerra podría preservarse tan valioso precedente del no uso de armas nucleares desde 1945, y se evitaría al mundo el peligro extremo de la escalada paso a paso desde el campo de batalla a la guerra nuclear intercontinental. Pero si no se emplean armas nucleares en una contienda, el combate no nuclear debe ocurrir ineludiblemente. Entonces, la consecuencia paradójica de evitar el modo nuclear de destrucción -motivo de gran preocupación para toda la humanidad, pero quizá de dimensiones no tan colosales si se utilizan armas modernas de baja potenciasería mayor destrucción, aunque de origen no nuclear, pero igualmente muy dañina para las poblaciones afectadas de Europa en general, y de Alemania en particular. Además, si los jerarcas de la Unión Soviética empezaran una guerra, lo harían con la intención de quebrar el frente central y avanzar en profundidad. Si las fuerzas no nucleares de la Alianza cobran poder suficiente como para defender el frente y repeler la invasión, los líderes soviéticos podrían reaccionar usando sus propias armas nucleares del campo de batalla. Después de todo, sean cuales fueren sus esperanzas o temores que los induzcan a iniciar las hostilidades, sería mucho mayor el miedo a las consecuencias que tendría una derrota sobre la estabilidad del régimen, e indudablemente sobre la supervivencia de la Unión Soviética como entidad política. Así resulta que la consecuencia paradójica de evitar el empleo nuclear aumentando el poderío no nuclear, podría provocar el propio uso de armas nucleares por parte de la Unión Soviética. Finalmente, las actuales fuerzas no nucleares de dudosa aptitud confrontan a la Unión Soviética con la prospectiva de que en caso de invasión el frente central sería penetrado con bastante rapidez, causando una situación caótica en la cual las armas nucleares del campo de batalla podrían ser empleadas en una reacción de pánico, sin tener en cuenta los esfuerzos soviéticos para disuadir a los líderes nacionales de autorizar su uso, mediante amenazas de ataques aún más catastróficos por su parte. La consecuencia paradójica de fuerzas no nucleares más poderosas podría permitir la estabilización del frente en la primera fase del conflicto, durante la cual la Unión Soviética adelantaría las fuerzas necesarias para quebrarlo, y además ejercer todo su poder persuasivo sobre los gobiernos europeos para inducirlos a renunciar a
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cualquieruso nuclear mediante amenazas de ataques nucleares mucho más destructivos. Entonces también sucedería que cuanto más tiempo provea la defensa no nuclear para deliberación, debate público y cobertura de los medios de comunicación, hay menos posibilidades de que el presidente de los Estados Unidos retenga su libertad de acción para acordar el empleo de armas nucleares en el campo de batalla a requerimiento de las autoridades europeas, o de reafirmar el compromiso norteamericano de que los ataques nucleares sobre ciudades europeas provocarían ataques norteamericanos sobre ciudades soviéticas. Por medio de la habitual paradoja de la estrategia, el poderío no nuclear redundaría consecuentemente en una mayor debilidad.
CAPÍTULO 9
ESTRATEGIA DE TEATRO II: ESTRUCTURAS DEFENSIVAS Y LA OPCIÓN GUERRILLERA
Del bando agresor, la gran opción en estrategia de teatro se halla entre el avance amplio que sólo puede emplear quien es muy poderoso-porque de otro modo el ejército que avance en todas partes será superado numéricamente en todas partes- y el avance estrecho que ofrece oportunidad de vencer hasta al más débil, si concentra sus fuerzas al precio de mayor debilidad en cualquier otra parte. Con su simplicidad de nivel operacional, la facilidad con que puede coordinarse un avance paralelo, y sobre todo por la ausencia de flancos expuestos, el avance en amplio frente es más seguro, si bien costoso en cuanto a pérdidas, como hemos visto. Pero cuanto más angosto el avance, inexorablemente crecen juntos el riesgo y el beneficio, culminando con las penetraciones del ancho de un lápiz de la prototípica blitzkrieg germana, ardid parte confiado y parte aventurado. Por la inversión usual, solamente quienes guardan margen para l as imprudencias dentro de la superioridad de sus medios pueden permitirse un avance amplio y cauteloso, mientras que aquellos que viven arriesgando deben ser audaces para contar con alguna probabilidad de éxito. Dejando la paradoja de lado, que de cualquier modo ya resulta familiar, no hay en esto gran complejidad, o al menos nada que trascienda de consideraciones puramente militares. Empero, en la defensiva cada estructura rige no solamente en el despliegue de fuerzas militares, sino en el destino del territorio expuesto al peligro, y la lógica lineal -que igualaría defensa con protecciónchoca con frecuencia ante la lógica paradójica de la estrategia, compulsando a decisiones complejas entre prioridades políticas y militares divergentes. Esto ocurre especialmente en caso de una defensa flexible que no debería defender ningún trecho en especial del territorio para poder defender mejor su totalidad, liberando a sus fuerzas de las tareas protectoras. La libertad de acción resultante permite eludir las principales arremetidas enemigas, desplazarse a voluntad y concentrarse de lleno; provee a los defensores con todas las ventajas del atacante, mientras todavía retienen la ventaja inherente de combatir en una zona conocida y presumiblemente amistosa. A menudo considerada
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ideal desde un punto de vista puramente militar, ésta es la menos deseable de las estructuras para quienes gobiernan, independientemente de que sus prioridades estén dirigidas a la riqueza, el bienestar o el control. En forma similar, en el caso opuesto de una defensa adelantada muy rígida que trata de impedir cualquier intrusión enemiga, nuevamente coinciden lo mejor para el político y lo peor para el militar. Por supuesto que es raro encontrar ambos casos extremos. En la práctica sólo hubo aproximaciones: aún cuando el alto comando de Stalin decidió eludir la renovada blitzkrieg alemana de 1942 por medio de una defensa suficientemente flexible, no abandonaría Stalingrado; e incluso el presente compromiso de la Alianza del Atlántico Norte por una defensa adelantada de Alemania no exige la protección de cada centímetro de su territorio, aunque una defensa flexible haya sido rechazada en principio. * Por lo tanto, la realidad política da lugar a un compromiso entre prioridades políticas lineales y sus paradójicas contrapartes militares, concediéndose mayores oportunidades a las primeras cuando existe gran sensación de seguridad (justificada o no) y a las últimas cuando crece el temor al desastre inminente. Obviamente, existe todo un espectro de opciones entre los extremos de una defensa flexible que no resiste para nada pero se mantiene intacta para contraatacar oportunamente, y una defensa frontal totalmente rígida. La política posee atribuciones para imponer su preferencia estableciendo el límite entre lo que debe defenderse a cualquier precio y lo que puede abandonarse, aunque sea transitoriamente. Pero hay otra estructura que diverge del espectro, una "defensa en profundidad" en la cual una zona frontal más o menos profunda no es protegida rígidamente ni tampoco abandonada para efectuar maniobras ambulatorias. En cambio, la zona es defendida selectivamente por agrupaciones autosuficientes defuerzas que constituyen unamultitud de islas de resistencia escalonadas en profundidad para formar una grilla, más que una línea. Resguardadas por terreno favorable o barreras artificiales, psicológica ,y organizadamente preparadas para luchar por sí mismas, y por cierto abastecidas para lograrlo, tales islas de resistencia ("erizos", fue el término preferido en la Segunda Guerra Mundial) sirven para * El alcance de las fuerzas blindadas y mecanizadas soviéticas, con su propio sostén logístico, es tan profundo que una defensa lo suficientemente flexible para absorber su impulso apenas defendería alguna parte del territorio alemán, y más bien lo sacrificaría todo para dedicarse al resto de Europa Occidental. Asimismo, la Unión Soviética buscaría ciertamente disuadir de cualquier intento de recobrar territorio alemán por amenazas nucleares, que deberían ser persuasivas aunque la guerra no haya sido nuclear hasta entonces.
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mantener importantes pasajes a lo largo de las principales avenidas de avance, e infraestructura valiosa como aeródromos y depósitos grandes, al menos por un tiempo. Pero su función principal debe ser como bases protegidas desde donde puedan lanzarse incursiones perturbadoras y contraataques menores, idealmente en coordinación con contraataques del cuerpo principal mantenido a retaguardia para asegurar el territorio que se halla detrás del cinturón frontal provisto por la defensa en profundidad. Si cada isla de resistencia debe ser suficientemente fuerte y deben escalonarse a suficiente profundidad, nunca podrán ser muchas, ni tampoco formar un frente continuo. Por lo tanto el enemigo todavía puede avanzar sin detenerse si así lo desea, eludiéndolas para alcanzar objetivos más allá del cinturón de defensa en profundidad. Pero la ocasión encierra una trampa: como en el pasado, cuando una columna que avanzaba no podía simplemente ignorar una fortaleza intacta que albergaba fuerzas listas para salir sin arriesgarse a severas pérdidas, tampoco hoy en día una penetración blindada y mecanizada puede pasar por alto fuerzas con poder ofensivo en libertad de atacar sus vulnerables flancos. Si bien detenerse para reducir cada isla de resistencia interrumpe su ritmo crítico de avance, la asignación de fuerzas de contención en cada sitio podría resultar en una creciente dispersión de esfuerzos (que además disminuyen naturalmente en el curso del avance). El dilema que crea al atacante la defensa en profundidad puede complicarse aún más si los defensores cuentan con medios y capacidad moral para lanzar pequeñas incursiones contra las columnas de abas tecimientos, unidades de servicios, y destacamentos menores que el avance enemigo pone a su alcance. La forma en que el terreno restringe la ofensiva a estrechas avenidas que pueden ser bloqueadas no constituye un dilema para los atacantes, quienes deben vencer la resistencia de cada sucesiva isla de defensa a lo largo del trayecto elegido. Pero tampoco en este asunto la estrategia permite un progreso lineal ili mitado: cuanto mayor sea la extensión del terreno que restringe el movimiento dentro del teatro, más importante se hace la estructura, hasta que el punto culminante se sobrepasa en un terreno verdaderamente restrictivo como la cordillera del Himalaya, donde una firme defensa mediante una cadena eslabonada de posiciones fortificadas, cada una bloqueando la salida de los escasos y angostos pasos, es preferible a cualquier defensa en profundidad.* Para la Alianza del Atlántico Norte y su frente central en Alemania, * Opción imposible para China e India: ambas quieren controlar el territorio himalayo, en vez de defenderse desde detrás de él.
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no hay peligro en sobrepasar los límites de la ventaja que una defensa en profundidad puede brindar: algunos sectores son montañosos, pero no en la magnitud de los Himalayas o los Alpes, y no ofrecen oportunidad de bloqueo absoluto en ninguna avenida principal de aproximación. Existen significativos obstáculos naturales y artificiales en la llanura al norte de Alemania y en la llamada Brecha de Fulda; son barrancos boscosos y áreas urbanas que se extienden bien lejos a retaguardia como para acomodar una grilla de islas para la defensa en profundidad. Una estrategia de teatro de defensa en profundidad sería ciertamente una maniobra correlativa en respuesta a la presente amenaza soviética, porque en gran parte circundaría el impulso de la fuerza bruta blindada del ejército soviético; privado del sólido obstáculo del frente central que deben atravesar, las columnas invasoras tratarían de abrirse paso cruzando por el cinturón defensivo .y dispersando sus unidades para controlar territorio, y así quedar vulnerables ante las escurridizas fuerzas de la defensa. Han circulado muchos esquemas para la defensa en profundidad del frente central de la Alianza; varios bregan por la retención de las actuales fuerzas blindadas y mecanizadas, pero dejándolas maniobrar libremente más a retaguardia en vez de aferrarlas en posiciones frontales; (1) además, combinaciones de esas mismas fuerzas con infantería misilística ligera, en unidades pequeñas desplazadas por medio de helicópteros; (2) o con milicias locales que entablarían una especie de guerrilla junto con infantería ligera regular; también con unidades pequeñas de infantería regular distribuidas en guarniciones para defender las aldeas de piedra que salpican la campiña alemana. (4) En algunos esquemas se agregarían barreras antitanques para desacelerar alas columnas blindadas soviéticas; en otros, con o sin barreras, se prevén posiciones fortificadas para permitir a algunas tropas demorar el pasaje a través de rutasy corredores en una profunda zona detrás del frente. Para todos los esquemas, el propósito es retardar indefinidamente las veloces y profundas penetraciones que intentan lograr las columnas blindadas mediante una dura batalla frontal. En lugar de ello, quedarían aferradas a la defensa en profundidad hasta que sean aisladas y derrotadas de a poco o reciban un poderoso contraataque. (5) Las alternativas de defensa en profundidad sugeridas para el frente central difieren en detalles, pero comparten algo en común: son ejemplos de un pensamiento militar original, que divergen razonablemente no sólo de los planes osificados sino también de las realidades políticas. Más aún, todos los esquemas parecen sufrir la clásica ilusión del "movimiento finaP', porque al reaccionar ante la estrategia de teatro de penetración en profundidad imputada al ejército soviético, dejan de
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percibir la probable reacción que ellos mismos pueden provocar, en forma de una nueva estrategia de teatro soviética. En otras palabras, ignoran el fenómeno fundamental de la estrategia. Antes de adherir a semejantes críticas, vale la pena reiterar los considerables méritos de dichos esquemas en términos puramente militares. Como hemos visto al nivel táctico, las tropas que pelean desde el interior de fortificaciones contra atacantes que se desplazan a campo abierto se benefician por "relaciones de intercambio" favorables, porque sus fuegos tienen efecto pleno, mientras no así el de los atacantes. Unidades pequeñas y ágiles que incursionen oportunamente contra columnas soviéticas y se dispersen ante contraataques también obtendrán relaciones favorables. Además, barreras tales como fosos antitanques, obstáculos sólidos y campos minados, mientras quienes los cubren puedan soportar bajo fuego, sirven para aumentar la efectividad táctica de las obstrucciones al reducir el ritmo de avance enemigo, idealmente hasta la real capacidad de empeñamiento con blancos de las armas defensivas en posición. A nivel operacional, el efecto combinado de barreras y fortificaciones de bloqueo de rutas reduciría la movilidad relativa de los invasores, aumentando la probabilidad de que fuerzas de contraataque suficientemente poderosas puedan ser ubicadas convenientemente para empeñarse con los flancos de las columnas soviéticas. A nivel de teatro, todos estos esquemas eludirían el mayor potencial del ejército soviético, su capacidad de quebrar frentes sólidos, mientras que explotarían su punto más débil, la falta de flexibilidad de sus unidades pequeñas. (6) No obstante, los esquemas de defensa en profundidad han sido rechazados por sucesivos gobiernos alemanes, y en consecuencia por toda la Alianza. Ello pone en evidencia que difieren de la política establecida; pero la política puede cambiar en cualquier momento, y la acusación de irrealismo político pertenece a un orden más fundamental. En los niveles técnico, táctico y operacional de la estrategia, los objetivos que se persiguen son muy evidentes y quedan más allá del debate: mayores impactos, mejores relaciones de intercambio y la victoria en combate son por cierto más deseables que sus opuestos. Sin embargo, a nivel del teatro el verdadero significado de éxito o fracaso es asunto de decisión política. Los esquemas de defensa en profundidad podrían derrotar a una invasión soviética, empero sin defender a Alemania propiamente dicha, y si la concurrente devastación del ejército soviético y de buena parte del territorio alemán es un éxito o un fracaso, es una cuestión opinable. La extensión del territorio que se destinaría a una guerra prolongada varía con cada esquema específico, pero ninguno puede ofrecer una defensa rígida de la totalidad del territorio nacional, como actualmente lo consigue la defensa "adelantada" vigente. Quienes argumentan a favor de los esquemas de defensa en profun-
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didad manifiestan que el riesgo de exponer alguna parte del territorio alemán a la destrucción no nuclear sería preferible al peligro extremo de someterlo en su totalidad, incluyendo sus ciudades, a la devastación nuclear. La decisión se complica por los diferentes niveles de riesgo asociados con ambos peligros: ciertamente, puede argüirse que la disuasión nuclear del campo de batalla puede resultar más confiable que su contraparte no nuclear. Pero actualmente son discutibles los mismos términos de la opción, porque la política vigente incluye una tercera. El gobierno alemán puede prohibir en cualquier momento el uso de armas -nucleares basadas en su territorio. En consecuencia, si fracasa la disuasión, comienza una invasión soviética y el frente no se sostiene, entonces el gobierno alemán se niega a autorizar contraataques nucleares, y en cambio pide un armisticio. Probablemente los términos soviéticos sean severos, pero aun eso puede ser preferible al empleo real de armas nucleares, e incluso a la extendida destrucción que un conflicto no nuclear prolongado podría infligir a las densamente pobladas comarcas germanas. La defensa en profundidad es mucho más atractiva como alternativa de la política oficial que su posible variante no oficial de tiempo de guerra. LA GUERRA DE GUERRILLAS COMO ESTRATEGIA DE TEATRO La disonancia con las realidades sociales se hace aún más evidente en los esquemas que conceden un papel importante a las fuerzas voluntarias de milicianos, y algo similar ocurre con los esquemas que incluyen la infantería ligera. Para preparar el camino a ventajosos contraataques de fuerzas regulares blindadas y mecanizadas, los esquemas de milicias e infantería ligera prevén muchas pequeñas emboscadas e incursiones contra columnas de abastecimiento, destacamentos y flancos expuestos de la invasión soviética; en otras palabras, una resistencia guerrillera. Esto no es más que una versión de la defensa en profundidad, donde no hay nada que se defienda rígidamente, mientras que todo control es desafiado permanentemente.* Sin * El término guerrilla deriva del español, y queda mejor caracterizado por el alemán bandenkrieg ("guerra de bandas"); en contraste con la guerra regular de grandes formaciones, constituye por supuesto una estrategia de teatro en sí misma; es en realidad el incremento a magnitud de teatro de tácticas ágiles de infantería ligera. En el contexto de una lucha interna por el control del gobierno, por otra parte, la guerra de guerrillas es el único componente militar de una gran estrategia, la guerra revolucionaria, cuyo componente político es la subversión el desplazamiento de un gobierno por medio de la propaganda y el terrorismo-. La combinación relativa de ambos factores es un
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duda, tales esquemas son atractivos por la ventaja a nivel operacional que posee la guerrilla sobre los ejércitos convencionales. Carece de ventajas a nivel técnico, sino más bien lo opuesto; no muy a menudo tiene ventajas tácticas cuando el combate se realiza. Pero ciertamente posee una ventaja operacional: mientras peleen en forma escurridiza, sin tratar de defender puntos fijos contra determinados ataques, la milicia y la infantería ligera tienen libertad para empeñarse si les conviene, y cuando lo estimen necesario. Lo previsto en los esquemas es que las fuerzas invasoras serían hostigadas a cada momento, sus columnas emboscadas con frecuencia en rutas, sus destacamentos menores sorprendidos y destruidos, y sus depósitos saboteados. No serían capaces de trabar combate con defensores de estilo guerrillero, quienes se dispersarían ante una fuerza superior, destruyendo sin ser a su vez destruidos. La guerra de guerrillas es una respuesta de maniobra correlativa a un poder militar superior de forma convencional, y una de las debilidades que aprovecha es la autorrestricción del enemigo. Las guerrillas judías, kikuyu, chinas comunistas, griegas y árabes combatiendo contra tropas británicas respectivamente en Palestina, Kenia, Malaya, Chipre y Adén, como asimismo las vietnamitas y argelinas luchando contra tropas francesas en Indochina y Argelia, y ciertamente el Vietcong contra los norteamericanos, pudieron confiar en las autorrestricciones de sus enemigos en el trato con el conjunto de la población civil. Por supuesto que- hubo excepciones, con crueles conductas de algunas tropas aquí y allá, y acaso algún acto ocasional de violencia letal, pero no hubo represalias sistemáticas que fueran aprobadas por las autoridades militares (cuya meta después de todo era ganarse "los corazones y las mentes"); mucho menos por los gobiernos metropolitanos, que actuaban bajo el escudriñamiento de parlamentarios y periodistas. Por contraste, si tales inhibiciones no existen o son débiles, la libertad de acción de la guerrilla resulta muy restringida si se amenaza con represalias violentas a la población civil, a la que pertenecen sus familiares y amigos. Cuando cada asesinato de la guerrilla resulta en la ejecución de civiles inocentes mantenidos como rehenes para tal propósito; cuando cada emboscada exitosa es seguida de la aniquilación del poblado más cercano; y cuando cada incursión contra cuarteles o depósitos es contestada con masacres, no serán muchos los guerrilleros indicador válido de la naturaleza de la lucha política: si se emplea mucho terrorismo, seguramente que la meta insurgente no es una forma consensual de gobierno. La obra de Walter Laqueur Guerrilla (1976) quizá sigue siendo el compendio más útil. La anatomía clásica de la guerra revolucionaria está contenida en el principio del libro de Roger Trinquier La guerre moderne (1961).
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que se sentirán dispuestos a asesinar, emboscar e incursionar cuando se les ofrezca oportunidad. Sus lazos emocionales con la población civil de la que provienen son una debilidad potencial que fuerzas de ocupación despiadadas pueden explotar como su propia respuesta de maniobra correlativa. La política represiva de las fuerzas alemanas durante la Segunda Guerra Mundial fue muy efectiva al minimizar los resultados obtenidos por guerrilleros en casi todas partes, casi todo el tiempo. Desde ya que la simple distracción de tropas germanas para oponérseles debe figurar en cualquier evaluación, pero aun incluyéndolas debidamente hay acuerdo general en que el efecto militar de las resistencias noruega, danesa, holandesa, belga, francesa, italiana y griega fue intrascendente. (7) La resistencia polaca fue más bien un esfuerzo para organizar un ejército secreto para una eventual guerra de liberación que una campaña guerrillera en plenitud, y cuando emergió a la lucha lo hizo en forma perfectamente convencional, intentando tomar Varsovia en agosto de 1944, y evitando hasta entonces atacar a los alemanes para ahorrarle a la población las inevitables represalias. (8) Solamente los comunistas de Tito y los partisanos soviéticos fueron guerrilleros verdaderamente efectivos durante la guerra, precisamente porque estaban deseosos de competir con los germanos en crueldad, a muy alto costo para la población civil. (9) Cuando las guerrillas combaten en el marco de una lucha interna por el poder (o sea una guerra revolucionaria), de la clase que se ha difundido desde el fin de la Segunda Guerra Mundial, las represalias, serán usualmente contraproducentes.* Pero existe un sustituto equivalente: las milicias locales de autodefensa, armadas por el gobierno para resistir intrusiones guerrilleras dentro de su esfera de control.
Defensa puntual Puede parecer extraño que tanto perjudicar como armar a la población civil puedan resultar equivalentes pero así sucede en el paradójico reino de la estrategia, donde ambas medidas tienden a conseguir el mismo propósito. En el primer caso, la respuesta simétrica a la guerrilla a nivel del teatro es estimular su dispersión. En lugar de una defensa de área provista de grandes formaciones listas para salir a empeñarse con fuerzas enemigas -procedimiento inefectivo contra oponentes escurridizos-, se destacan muchas unidades pequeñas de * Las excepciones incluyen pugnas internas entre autoridades centrales y separatistas, étnicos o regionales, quienes gozan de amplio apoyo local.
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las formaciones de batalla para proveer "defensa puntual" a tantos blancos vulnerables como sea posible, junto con la policía y la milicia que se disponga. De esta manera, guardias en puentes, represas y usinas, así como guarniciones en distintas .localidades, puestos de control de rutas, centinelas y patrullas, compiten con la difusa potencia de la guerrilla, y lo hacen ventajosamente en la mayoría de los casos, porque las tropas regulares están en general mejor disciplinadas, mejor adiestradas y mejor armadas. Naturalmente, si simultáneamente se está librando una guerra convencional, el costo de oportunidad de la defensa puntual en retaguardia es la pérdida de poder combativo en el frente, y esa es una de las causas de la convergencia paradójica entre avance ininterrumpido y derrota. (10) En el contexto de la guerra revolucionaria, por otra parte, la defensa puntual es la más importante función de las fuerzas armadas, para resguardar las existencias de la sociedad y del Estado hasta que los motivos de la insurgencia desaparezcan por reformas, propaganda o descolonización. Sin embargo, en todos los casos la respuesta obvia de la guerrilla a nivel operacional es adoptar una forma más concentrada de guerra. Habiendo recurrido inicialmente a la guerrilla a causa de su incapacidad para competir con grandes formaciones gubernamentales, cuando la defensa puntual es organizada para oponerse a sus pequeñas bandas, los insurgentes descubren que guardias, guarniciones, puestos de control y patrullas son individualmente vulnerables a bandas mayores reunidas para el ataque a objetivos determinados. A medida que el proceso se desarrolla, a menudo aparece una distinción entre guerrillas que permanecen en bandas pequeñas y localizadas, y "fuerzas principales" que operan en áreas mayores, quizás en el orden nacional. En esta etapa los guerrilleros podrían vencer a la defensa puntual de cada destacamento, empleando sus fuerzas principales en ataques sucesivos contra pequeñas unidades regulares. Pero al intentarlo, ya no son tan evasivos en sus agrupaciones mayores, por razones físicas (es más difícil esconder a cien que a pocos) y porque la reunión de fuerzas principales saca a algunos individuos de su ambiente habitual, y como forasteros es menos probable que les brinden refugio pobladores locales. Esto permite al gobierno empeñar a la guerrilla en una contienda de concentración recíproca, en términos que varían según los medios disponibles de abastecimiento, comunicaciones y movilidad. Si no existe gran diferencia entre ambos bandos y la contienda se desarrolla en términos semejantes, la espiral puede continuar ascendiendo hasta que ambos estén sosteniendo grandes formaciones, y la guerra remplace a la guerrilla. Sin embargo, ello es poco probable porque raramente los insurgentes serán capaces de juntar todas sus bandas locales en fuerzas principales, y de todos modos normalmente no querrán hacerlo porque
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la ventaja en abastecimiento, comunicaciones y movilidad continúa en manos del gobierno. (11) Por lo tanto, es probable que coexistan fuerzas principales y batallas, con bandas armadas y ataques de oportunidad sobre blancos valiosos e inermes. Como resultado, quienes combaten la insurgencia se ven obligados a satisfacer la concurrente necesidad de grandes formaciones para luchar contra las fuerzas principales, y de defensas puntuales. Esto los ubica exactamente en el mismo predicamento que un ejército empeñado en guerra convencional en el frente que ha conquistado poblaciones activamente hostiles y trata de minimizar la división de esfuerzos que le significan las defensas puntuales a retaguardia. Para un ejército de ocupación, la solución es disuadir la acción de la guerrilla mediante represalias, letales o no (la destrucción de propiedades puede tener la misma efectividad), antes que distribuir pequeñas unidades en forma preventiva a través de áreas de resistencia. Por otra parte, al combatir insurgentes dentro del propio país, la solución equivalente consiste en sugerir a los habitantes de áreas inseguras que formen milicias para la defensa punti<al, permitiendo así que las tropas regulares con funciones de guarnición y vigilancia se reincorporen a sus unidades para cumplir operaciones en gran escala contra fuerzas principales. ¿Guerrillas alemanas? Volviendo a nuestro caso de estudio sobre la Alianza, mientras contemplamos una invasión de Alemania que es confrontada por ataques guerrilleros, es evidente que el ritmo del combate haría imposi ble a los soviéticos reclutar, entrenar y armas milicias colaboracionistas, aunque hubiera bases políticas, culturales y étnicas para intentarlo. (12) Sería entonces inevitable que ese ejército encarara una política de represalias para disuadir el ataque contra columnas de camiones, unidades de servicios, destacamentos aislados y flancos en general; otra solución sería la diseminación de fuerzas para proveer defensa puntual, resguardo de flancos y equipos de búsqueda y ataque. Pese a ser común que ese mismo ejército se comporte mucho más duramente con poblaciones consideradas primitivas, que con aquellas más civilizadas, la conducta soviética de Afganistán ha mostrado realmente propensión por las represalias violentas. Por ejemplo, hay acuerdo general respecto a que el bombardeo de área de pueblos y aldeas cercanos ha sido la respuesta normal ante ataques guerrilleros, y hay muchos informes sobre ejecuciones de hombres en edad de combate apresados en las vecindades, sin ninguna evidencia de participación en los ataques. Como suele suceder, algunas guerrillas afganas -quizá muchas- tienen motivaciones trascendentes, por lo cual las
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represalias no las disuaden. Pese a ello, el bombardeo es efectivo en términos físicos, al menos; en la nueva geografía política de Afganistán, la guerrilla tiene poco peso en áreas donde la población rural no ha disminuido, pero en cambio es muy activa en las que han sido despobladas. Los guerrilleros en campaña ya no tienen cerca sus familias, sino en campos de refugiados dentro de Paquistán o Irán, donde se hallan a resguardo de las represalias soviéticas. Empero, por el mismo motivo los civiles ya no se encuentran en el lugar para proveer de alimentos e información a la guerrilla. La conclusión implícita en los esquemas de resistencia, o sea que las fuerzas invasoras de Alemania sufrirían emboscadas, incursiones y sabotajes, sin originar represalias contra la población civil, es por lo menos dudosa, y ciertamente no concuerda con la experiencia afgana. Uno se pregunta durante cuánto tiempo persistirían los ataques al estilo guerrillero después que comiencen las ejecuciones y las primeras represalias violentas contra poblaciones vecinas. (13) Tampoco es realista confiar en que los urbanos alemanes soporten las penurias extremas y grandes pérdidas en la misma forma en que lo han hecho los miembros de tribus afganas. La respuesta soviética Aunque dejemos de lado las objeciones políticas y todas las dudas que nos provoca este elemento semiguerrillero, tan pronto como permitimos que nuestro cuadro estático evolucione dinámicamente, descubrimos que ninguno de los esquemas de defensa en profundidad soportaría la más obvia reacción soviética. Si la Alianza abandona la seguridad de su defensa adelantada y el frente central que es su instrumento, difícilmente pueda hacerlo en secreto o con suma rapidez. Los procedimientos parlamentarios, y la necesaria reubicación de algunas de las principales formaciones blindadas y mecanizadas en nuevas bases a retaguardia, darían amplio margen para un cambio de respuesta por parte de la estrategia de teatro soviética. En realidad, haría falta muy poco tiempo para preparar la reacción soviética más elemental: avanzar lo más rápidamente posible en pocas columnas muy concentradas apuntadas directamente a las mayores ciudades alemanas (Hamburgo, Francfort, Nuremberg, Munich), para obligar al gobierno a pedir un armisticio. Ya sin enfrentar el sólido dispositivo del poder de la Alianza en posición para la batalla frontal, una invasión soviética no tendría que iniciarse mandando regimientos a reconocer la existencia de brechas desguarnecidas ni combatir abriendo camino para el avance de las divisiones de refuerzo. En vez de ello, los soviéticos podrían ejecutar
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una estrategia de teatro de tipo "aplanadora", con todo su poderío masivo en sólo dos o tres vectores de avance. Ignorando a las unidades defensoras diseminadas en profundidad, excepto las que pudieran encontrarse directamente en su trayecto, las columnas simplemente empujarían hacia adelante lo más velozmente posible para alcanzar las ciudades principales e instalarse en ellas, inhibiendo en consecuencia el contraataque nuclear. En cuanto a los contraataques de la Alianza sobre los flancos de los vectores de avance, con tantas divisiones soviéticas avanzando en conjunto el núcleo de cada penetración se hallará ampliamente cubierto. Finalmente, como todo el propósito de los esquemas de defensa en profundidad es evitar la fuerza bruta masiva de los blindados, las columnas soviéticas no podrían ser detenidas por una resistencia frontal sin sacrificar la única justificación para abandonar la defensa rígida del territorio completo. Y si de todos modos se cumple, la lucha subsiguiente podría solamente llevar a la destrucción de fuerzas defensivas consagradas con apuro para plantarse en los trayectos del avance soviético, porque en principio no serían capaces de desconcentrar a los invasores que ya constituirían una masa, dada la previa dispersión de la defensa. En este caso, la reacción debe derrotar a la acción, y no por la presunción de la superioridad numérica soviética. Al contrario, con una perfecta paridad también se confirmaría el resultado. (Tampoco la lógica de la estrategia a nivel del teatro condena el concepto; siendo iguales las demás cosas, y la fortuna compartida, la maniobra correlativa de la defensa debiera realmente prevalecer.) La razón es que todos los esquemas de defensa en profundidad para Alemania y la Alianza contienen un defecto fatal: no toman ninguna previsión con respecto a las ciudades germanas, que no pueden ser defendidas ni evacuadas, ni tampoco quedan resguardadas por la distancia. (El centro de Hamburgo está a apenas cuarenta kilómetros de la parte más cercana de lafrontera con Alemania Oriental; Francfort, a ciento veinte; Nuremberg, no mucho más lejos de Checoslovaquia; y Munich está a sólo ciento sesenta kilómetros de esa frontera y a poco más de ochenta de Austria). Cuando la estrategia de Diocleciano otorgó al Imperio Romano un siglo más de poder y otro de supervivencia, precisamente disminuyendo las guarniciones fronterizas para proveer una defensa en profundidad que resguardara las mejores unidades para efectuar contraataques, todas las ciudades, pueblos y comunidades rurales fueron protegidos individualmente mediante murallas perimetrales. Los invasores podrían recoger cosechas, capturar ganado suelto, saquear chacras aisladas y villas menores, pero eran incapaces de infligir mayores daños, salvo que se demoraran para realizar asedios. Usualmente carentes de maquinaria de sitio y faltos de conocimientos adecuados, no
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podían hacer más que socavar las murallas, mientras que se los apedreaba desde arriba. Normalmente las ciudades contaban con guarniciones y artillería para establecer una defensa activa, e incluso muchos terratenientes armaban a sus vasallos como una especie de guardia. Cuando por culpa de otras emergencias o de la necesidad de traer muchas fuerzas poderosas desde muy lejos se demoraba el contraataque romano y se daba tiempo suficiente para asedios prolongados, ello no favorecía a los invasores. Era un punto crítico del esquema que los graneros y otros depósitos de alimentos quedaran particularmente bien protegidos. En vez de rendir por hambre a los defensores, los invasores a menudo se alejaban por falta de comida; carecían de una organización logística que les diera apoyo, e indudablemente en primer lugar era el hambre lo que los había llevado hasta allí. (15) El ejército soviético no puede ser mantenido fuera de las ciudades alemanas mediante piedras y aceite hirviendo. Pero podría ser fácilmente rechazado por fuerzas de defensa urbana, adiestradas y equi padas para transformar cada suburbio en sitio de emboscadas para los tanques y vehículos mecanizados enemigos, con sucesivos perímetros fortificados oportunamente para obligar al invasor a luchar casa por casa. El ejército soviético es formidable en terreno abierto por la cantidad de blindados, pero le falta infantería en suficiente proporción, y en el combate callejero una simple fila de edificios de oficinas puede tragarse el total de efectivos a pie de una división entera. Mas nada puede impedir que los tanques usen sus cañones contra los edificios para sofocar la resistencia, ni que los ingenieros de combate abran con explosivos corredores de avance en reemplazo de calles bien bloqueadas, ni que la artillería dirija una barrera de fuego contra el espacio urbano, por fútiles que fueran los resultados. Defender Stalingrado o Beirut significa destruir, pero al mismo tiempo se consume el_ vigor del atacante. Ninguna perspectiva es menos atractiva para un ejército con poca infantería mecanizada como el soviético que librar una contienda en calles de la ciudad y suburbios. (16) Sin embargo, es altamente improbable que el gobierno alemán esté deseoso de convertir sus mayores ciudades en zonas de batalla para guerra urbana. Ante fuerzas soviéticas a punto de entrar en Hamburgo, aproximándose a Francfort, y al borde de Nuremberg, en el contexto de una defensa desnuclearizada en profundidad, el gobierno alemán podría acordar continuar la lucha según los planes de la Alianza por medio de ataques nucleares de largo alcance contra las fuerzas invasoras que avancen a través de su propio territorio, desplazándose dentro de los países del Pacto de Varsovia, o aun de la misma Unión Soviética. Pero ciertamente que no querrá transformar sus ciudades en campos de batalla repitiendo la expe-
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ciencia de Berlín en 1945, cuando se descubrió que unas pocas horas de bombardeo de la artillería y del fuego de los tanques podían ser más devastadoras que una incursión de mil aviones. Por consiguiente, una defensa en profundidad con o sin opción guerrillera no es la respuesta para el frente central. El concepto resulta atractivo si solamente consideramos el primer movimiento en respuesta a la estrategia de teatro soviética, pero se revela como muy frágil cuando se reflexiona sobre la más probable reacción enemiga. Pero lo que sostenemos para Alemania y el frente central no necesariamente es aplicable en todas partes. Porque aquí hemos dado con las consecuencias de tres características específicas del particular teatro de guerra: carece de obstáculos geográficos importantes, como montañas elevadas, le falta profundidad, y contiene bienes fundamentales como grandes ciudades, muy cerca de una frontera amenazada. La misma estrategia de teatro de defensa en profundidad podría ser muy satisfactoria en otros casos, como por ejemplo la defensa de una fuerza expedicionaria americana contra una invasión soviética de campos petroleros iraníes y puertos en el área de Abadán, en la cabeza del Golfo Pérsico. Hay más de ochocientos kilómetros entre la frontera soviética y Abadán, principalmente de territorio montañoso con malos caminos, lo que daría amplia oportunidad para acciones dilatorias y ataques desorganizadores por parte de infantería ligera y helicópteros dentro de una ancha faja de territorio, y después de ello quedaría mucho espacio para contraataques o el simple bloqueo por fuerzas mayores que avanzaran desde la costa. En efecto, recientemente hemos sido testigos del éxito de una defensa en profundidad en la vastedad de Irán, cuando las fuerzas iraquíes fueron primeramente detenidas y luego repelidas después de la invasión inicial de setiembre de 1980. También podemos recordar que el régimen soviético solamente sobrevivió a la guerra que acompañó su nacimiento en 1917 a causa de la enorme extensión de Rusia, que dio mucho espacio para la defensa en profundidad y para la defensa flexible; la primera fue favorecida al emplear sucesivas estaciones del ferrocarril transiberiano, y la última usada principalmente por los ejércitos de caballería que combatieron a las fuerzas blancasy a los nacionalistas locales en Ucrania. Nuevamente durante la Segunda Guerra Mundial la Unión Soviética se convirtió en escenario de estrategias de teatro de defensa en profundidad y defensa flexible, primero por uno de los bandos, luego por el otro. No nos sorprende llegar a la conclusión de que se requiere extensión geográfica para una exitosa defensa en profundidad (y más aún se necesita para una defensa flexible), y allí encontramos otra vez el proceso de la lógica paradójica: cuanto menos se protejan continuamente las partes, más puede ser defendido todo el conjunto en última instancia, porque la protección en detalle disipa la gran potencia
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necesaria para sobreponerse al ataque. La tensión resultante entre las prioridades que se han señalado provoca que los intereses vitales de los ciudadanos y del Estado diverjan con facilidad, así como los intereses de los habitantes locales ciertamente divergen de aquellos de las guerrillas que alegan luchar en su beneficio. Dondequiera que el individuo pretende protección constante para su supervivencia personal, la entidad colectiva del Estado puede garantizar mejor su propia supervivencia en circunstancias difíciles precisamente suspendiendo dicha protección, como deben hacer siempre las guerrillas sino quieren perder la capacidad de evasión que constituye su principal cualidad. Solamente se elimina la divergencia de intereses en una estructura de defensa adelantada, porque el objetivo de la defensa colectiva se iguala a la protección de cada parte del territorio. De ese modo, es la estructura más acorde con las democracias individualistas, aunque no necesariamente sea compatible con su supervivencia.
CAPÍTULO 10
ESTRATEGIA DE TEATRO III: INTERDICCIÓN Y ATAQUE POR SORPRESA
Hemos visto que las diferentes estructuras de defensa de teatro no son en realidad opciones disponibles libremente, sino que resultan en gran medida preordinadas por normas políticas y actitudes culturales fundamentales. Lo que siempre se desea es una defensa adelantada rígida, aunque en la práctica se admite cierta forma suave de defensa en profundidad. En cuanto a sus versiones más profundas, sobre todo si implican una defensa flexible, es muy difícil que se las planee deliberadamente, y sólo se las acepta de mala gana in extremis para evitar la derrota inminente (la estrategia oficial de Yugoslavia es una notable excepción contemporánea). Existe una estructura teórica verdaderamente preferible a la defensa rígida, según la cual la defensa de un teatro no tiene nada de defensiva, sino que se efectúa lanzando una contraofensiva inmediata sobre el atacante. Ante el deliberado sacrificio de las ventajas tácticas inherentes a la defensa, esta opción debe implicar un criterio sobre el' corriente equilibrio de fuerzas que discrepe drásticamente con el criterio del atacante. También requiere un espíritu ofensivo que normalmente se encuentra más fácilmente entre agresores que entre víctimas. No es posible citar ningún ejemplo moderno en forma pura, y el caso más semejante es el avance del ejército francés y de la fuerza expedicionaria británica sobre Bélgica como reacción inmediata ante la ofensiva alemana del 10 de mayo de 1940, que no constituye un precedente muy alentador. El advenimiento de medios de ataque de gran alcance ha permitido llevar la guerra muy adentro del territorio enemigo, pero en realidad la profundidad del teatro (o "estratégica") continúa favoreciendo a la defensa, si es que ese espacio se halla verdaderamente disponible. Francia, que se considera un país grande según los patrones europeos, careció de profundidad de teatro en su contienda de la época del ferrocarril con Alemania, porque la muy apreciada París no está en su centro geográfico, sino más bien en su esquina noreste, a apenas ciento sesenta kilómetros de buenos caminos a la frontera belga, sin barreras naturales importantes. Así las cosas, el tamaño del país fue en realidad
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una desventaja, porque casi todas las reservas y fuerzas de guarnición debían venir de todo el resto de Francia para instalarse entre París y la frontera, y obviamente ello facilitaba el ataque por sorpresa. Para compensar esa debilidad había gran cantidad de fortalezas francesas en las fronteras, mucho antes de la Línea Maginot. En cambio, esa misma geografía favorecía una acción ofensiva francesa en dirección norte, hacia las tierras de los Países Bajos y Alemania. Con su centro político bien ubicado para servir como puesto de comando adelantado, y con fortalezas de frontera situadas para utilizarse como depósitos o bases de partida, Francia podía realmente montar ofensivas por sorpresa, y lo hizo con frecuencia hasta que la unificación de Alemania anuló la ventaja. La Unión Soviética, como la Rusia de los zares con anterioridad, se encontraba exactamente en la situación opuesta. Casi 1300 kilómetros con pocos caminos sirvieron para proteger a Moscú desde el oeste, midiendo desde Varsovia; la profundidad del teatro ha sido amplia para absorber el poderío de invasores suecos, franceses y alemanes, desde Carlos XII hasta Hitler. Tampoco la fundación de su capital por Pedro el Grande cambió mucho las cosas. Mientras que la profundidad defensiva de la nueva ciudad hacia el norte era muy inferior a la de Moscú, en la época en que fue construida San Petersburgo el poder sueco estaba en franca declinación, y no había surgido al norte ninguna otra gran potencia que ocupara su lugar. En cuanto a la profundidad hacia el oeste, la distancia directa hasta Prusia Oriental, unos 800 kilómetros en línea recta, pasa sobre terrenos inundables que imponen largos desvíos alrededor de pantanos y lagos. La profundidad geográfica de Moscú es todavía mayor hacia el este, a través de un vacío estratégico de varios miles de kilómetros hasta los centros de poder de China y Japón, que en ninguno de ambos casos constituyen a lo sumo más que una amenaza periférica, hasta el día de hoy. Solamente hacia el sur quedaba Moscú expuesta, mientras lo que ahora es Ucrania permaneció como tierra de nadie como parte del corredor estepario abierto a invasiones turcas y mongoles; ese peligro fue finalmente eliminado por la expansión rusa y la decadencia otomana durante la época de Pedro el Grande. Sin embargo, del mismo modo el potencial ofensivo de los ejércitos rusos que partían desde Moscú se reducía por la distancia. En la época anterior al ferrocarril, sus energías y abastecimientos se consumían en la larga marcha hasta llegar a su propia frontera. La fundación de San Petersburgo no cambió demasiado las cosas, porque los ejércitos siguieron congregándose en Moscú y alrededores. Por lo tanto, la preparación de cualquier ofensiva rusa antes que se construyeran los ferrocarriles era obligadamente un asunto prolongado, con una campaña de un año bien empleado para estar listo al siguiente, desplazando ejércitos y
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pertrechos hasta la frontera o sus proximidades. Hoy, a pesar del transporte aéreo, trenes y caminos pavimentados, todavía hacen falta lapsos considerables y abundantes recursos para sobreponerse a la distancia, y las prolongadas líneas de transporte están sujetas a la novedosa vulnerabilidad del ataque aéreo. Por consiguiente, la otra cara de la moneda de la formidable profundidad defensiva de la Unión Soviética es la incapacidad de sus ejércitos para lanzar ofensivas a plena potencia desde sus bases. Excepto para las fuerzas adelantadas (como las treinta divisiones estacionadas en las naciones del Pacto de Varsovia), el tránsito hacia el oeste de las formaciones soviéticas completamente alistadas resulta muy largo antes que puedan empeñarse en acción. Y para alcanzar las áreas de combate, la mayoría de las fuerzas soviéticas tienen que depender de un ferrocarril con grandes segmentos no ramificados hasta que alcanzan las densas redes de Europa Central. En este contexto es en que un nuevo concepto defensivo para el frente central de la Alianza mencionado al comienzo, algunos capítulos atrás, puede finalmente ser considerado para ilustrar otro aspecto de la estrategia: una estrategia de teatro de ataque profundo que se superpone a la presente defensa frontal para demorar, interrumpir y reducir los refuerzos soviéticos que se desplazan hacia las zonas de combate, mediante ataques aéreos, mientras la defensa frontal de la Alianza contiene a la primera oleada de divisiones invasoras. No está claro si el dispositivo de fuerzas de la Alianza estacionadas en Alemania en tiempo de paz bastará para ello. Pero por cierto que no puede ofrecer una defensa confiable y no nuclear contra las formaciones soviéticas movilizadas que serán las próximas en alcanzarla escena, en proporción mucho más rápida que el arribo de refuerzos aliados; menos aún contra la tercera oleada, aunque se asuma con mucho optimismo que la invasión se lanzará sin movilización previa ni incremento progresivo. Si además se tiene en cuenta la participación de otras fuerzas del Pacto de Varsovia, la prospectiva de la Alianza sería aún peor (ver Apéndice 3). LA INTERDICCIÓN COMO SUSTITUTO DE LA PROFUNDIDAD Se hallan en circulación una cantidad de esquemas diferentes para el ataque profundo. (1) Sin embargo, todos ellos recomiendan el uso de misiles portadores de múltiples municiones más pequeñas, así como aviones y misiles comunes, para atacar blancos ubicados a cientos de kilómetros del frente. Hay tres categorías de blancos: puentes, viaductos y playas ferroviarias que los convoyes de refuerzo tendrían que cruzar para llegar a las zonas de combate, todos blancos fijos; pertrechos y refuerzos en tránsito ferroviario y caminero por autopistas y
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rutas menores; y bases aéreas, centros de comando y depósitos de la completa infraestructura militar en el centro y este de Europa, así como en el occidente de la Unión Soviética, también blancos fijos. No hay nada nuevo sobre el ataque a blancos fijos de retaguardia, sean puentes o aeródromos, y únicamente mediante ensayos técnicos y detallados cálculos de costos se puede determinar los méritos relativos de cumplirlo con misiles o aviones tripulados. Es cierto que desde 1945 la reacción de la defensa aérea soviética ante la superioridad técnica del poder aéreo occidental, entonces muy considerable y aún ahora mantenida de algún modo, ha sido excepcionalmente amplia e intensa. El enorme dispositivo de armas antiaéreas móviles que continúa evolucionando dentro de las fuerzas terrestres soviéticas, y las sofisticadas defensas aéreas territoriales con muchos cazas interceptores y misiles mayores, han provocado a su vez una diligente reacción de la Alianza, tanto en forma de tácticas evasivas como de un sinnúmero de contramedidas técnicas. Pero después de décadas de recíproca preparación, todo lo que puede decirse sobre la capacidad de los pilotos aliados para atacar con éxito blancos situados en la profundidad de la retaguardia es incierto. Por consiguiente, los misiles de todo tipo ofrecen una opción atractiva, pero a su vez provocan dificultades técnicas, militares y políticas. (2) Sin embargo, la novedad es el ataque profundo a los mismos refuerzos soviéticos mientras se mueven desde las regiones occidentales de su país hacia zonas de combate, por trenes y camiones. Surgen cuestiones estratégicas de importancia.
Interdicción con artillería Se repite que no hay nada nuevo en la interdicción de refuerzos propiamente dicha. El fuego de artillería sistemático contra los caminos de aproximación al frente ya fue muy empleado durante la Primera Guerra Mundial, cuando esa táctica de largo alcance fue un elemento importante de las estrategias de teatro para mantenimiento y penetración del frente. Además de los obstáculos artificiales de la tierra de nadie, entre trincheras enfrentadas, con cráteres de granadas inundados y alambrados de púas, y con la ventaja aritméticamente decisiva de nidos de ametralladoras disparando contra la infantería que avanzaba al paso, la interdicción artillera contribuyó a asegurar que los refuerzos defensivos podían superar los embates perpendiculares del enemigo, aunque sus fuerzas fueran concentradas secretamente en gran cantidad justo tras el frente, antes del ataque. En forma similar, si bien normalmente con mucho menos éxito en una época bélica estructuralmente desfavorable para la ofensiva, (3) la artillería de gran alcance
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era también empleada en los intentos de quebrar el frente, impidiendo la reunión de refuerzos en los sectores bajo ataque. El bombardeo de artillería contra ciertos puntos del mapa, típicamente los cruces de caminos en cercanías del frente, no mataba ni hería a muchos hombres, ni destruía mucho material. Pero tampoco se necesitaba para causar las demoras que eran su objetivo (a veces la interdicción artillera provoca gran número de bajas, como cuando millares de soldados convergían diariamente durante varios meses en forma incesante sobre la pequeña saliente de Verdún). Interdicción con aviación Durante la Segunda Guerra Mundial, y más tarde en Corea y Vietnam, la interdicción de pertrechos y abastecimientos a mucho mayor alcance por medio del ataque aéreo suplementó al bombardeo de la artillería sobre caminos de acceso. El justificativo para el ataque aéreo profundo, que requiere aviones mayores y más costosos, o al menos más combustible y por lo tanto menor carga de bombas, reside en la diferencia del aspecto del enemigo según se encuentre lejos o cerca del frente. Los refuerzos que se desplazan hacia la zona de combate en convoyes camineros o por tren deberían ofrecer blancos mucho más visibles, concentrados y por lo tanto más rentables para el ataque aéreo que aquellas mismas fuerzas una vez desplegadas para el combate, dispersas, enmascaradas y pegadas al terreno. Pero la abundancia de blancos es una cosa, .y la capacidad de explotarlos otra distinta; el concepto de que los caza-bombarderos pueden pasearse libremente hasta la retaguardia más alejada, volando a lo largo de caminos y vías para hostigar y bombardear al tránsito militar, contradice la lógica de la estrategia, porque implica un enemigo que no reacciona. Si el poder aéreo y las fuerzas antiaéreas del enemigo son formidables, entonces sus tropas y abastecimientos pueden transitar formando densos convoyes, moverse hacia el frente a plena luz del día, ofreciendo blancos potencialmente muy lucrativos. Pero en ese caso la interdicción aérea es insegura y riesgosa, y no es probable que se intente a mucha profundidad por una gran cantidad de aviones atacantes, en parte porque se requeriría una importante escolta para que unos pocos portaran armamento apto contra blancos terrestres. Por otro lado, si las defensas aéreas enemigas quedan totalmente superadas, permitiendo libertad de acción a la aviación de interdicción, entonces será raro que encuentren denso tránsito militar que puedan atacar provechosamente. En ese caso el enemigo desplazaría sus tropas y abastecimientos durante las horas nocturnas o en forma dispersa. Así que un poder aéreo demasiado fuerte socava su propia efecti-
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vidad. En realidad, el movimiento nocturno y la dispersión imponen demoras por sí mismos, y los atacantes deben resolver si el tiempo ganado tiene suficiente importancia-táctica, operacional, o a nivel de estrategia de teatro- que justifique el costo de la interdicción aérea. ¿Retrasará el arribo de cierto cuerpo de tropas que podría influir en el resultado de una batalla? o ¿servirá únicamente la interdicción aérea meramente para alargar en algunos días un tránsito rutinario de una semana, dentro de un cuadro de lucha dilatada? (4) En el contexto de la defensa de la Alianza en el frente central, resulta verosímil que el flujo de refuerzos y pertrechos soviéticos desplazándose hacia el frente no podría ser seriamente perjudicado por el bombardeo de la red misma de transporte, o sea puentes, playas ferroviarias, rutas y viaductos. Sus ejércitos blindados difícilmente podrían abastecerse y reforzarse por medio de carros de bicicletas, changadores y el tránsito nocturno de vehículos por huellas ocultas, coreo hicieron vietnamitas y chinos, y los norcoreanos antes que ellos. Pero la creciente disponibilidad de caminos y la mayor densidad de vías de este a oeste, desde la Unión Soviética hacia Alemania, y la primacía mundial soviética en puentes de combate, aseguraría el fracaso de cualquier campaña de interdicción no nuclear dirigida contra las redes de transporte, en vez de lo que es transportado. (5) ESQUEMAS DE INTERDICCIÓN PROFUNDA En los corrientes esquemas de ataque profundo, el bombardeo de las redes de transporte es sólo un elemento secundario, pese a que se discute si podría ser mucho más eficiente que antes por el aumento de precisión y el uso de munición en racimos. El esfuerzo más importante debe aplicarse sobre el mismo material rodante. Los partidarios del ataque profundo alegan que los avances científicos ofrecen la posibilidad de quebrar la paradoja estratégica al anular la protección nocturna y de la dispersión. Los satélites y la observación aérea de gran altura con comunicación instantánea, la rápida evaluación computarizada de blancos y selección de medios de ataque, y los golpes repentinos de misiles o aviones con municiones avanzadas, todo ello ofrece ciertamente la posibilidad técnica de atacar fuerzas soviéticas en tránsito, aun de noche, aun dispersas. (6) De todos modos existe mucha controversia sobre la viabilidad, economía y elasticidad de sistemas completos que identificarían y rastrearían blancos móviles, mandarían misiles o aviones tripulados de una u otra clase contra ellos, y obtendrían las necesarias correcciones de puntería mientras los blancos continúan desplazándose. Dejando a otros las computaciones detalladas, podemos examinar el tema
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en términos estratégicos, para descubrir una vez más que Clausewitz nos ha precedido. En su época no había aeronaves de combate ni misiles, pero indudablemente existía la asimetría fundamental entre fuerzas en tránsito y aquellas ya desplegadas para el combate. También el interés en atacar las fuerzas móviles con incursiones profundas de la caballería, anteriormente a la época de frentes lineales cerrados. Como es h abitual, Clausewitz pinta la interesante prospectiva antes de revelar las dificultades: Un convoy mediano de trescientos o cuatrocientos carros... tendrá dos millas de largo; un convoy mayor será considerablemente más largo. ¿Cómo puede confiarse en defender tal longitud con el puñado de hombres que normalmente se asigna como escolta? Se suma a esta dificultad )a pesadez del conjunto, que se arrastra lentamente y siempre existe el riesgo de terminar en una gran confusión. (El equivalente moderno es más grave: una sola división mecanizada incluirá alrededor de 4000 vehículos, requiriendo como mínimo 60 kilómetros de caminos, por lo que la congestión en ruta es un gran riesgo.) Además, cada una de sus partes requiere el mismo grado de cobertura, porque de otro modo todo el tren se detendría y se desorganizaría si alguna parte fuera atacada. (El equivalente moderno es la endeble protección antiaérea usada en ruta en vez de la defensa puntual.) Uno se pregunta cómo es posible brindar alguna protección a tal convoy... ¿Por qué no es capturado cada convoy una vez que ha sido atacado, y por qué no es atacado cada convoy que merece ser escoltado...? La explicación se encuentra en el hecho de que la mayoría de los convoyes están mejor protegidos por su situación estratégica general (por el hecho de que se hallan a retaguardia) respecto a cualquier otra parte del ejército que el enemigo pueda atacar, y por consiguiente sus medios limitados de defensa son decididamente más efectivos. Podemos entonces llegar a la conclusión de que mientras puede parecer tácticamente sencillo, el ataque a un convoy no es muy ventajoso desde un punto de vista estratégico. (On War, libro 7, cap. 18, págs. 555-556). En otras palabras, una vez que se resta la desventaja operacional de cualquier acción desarrollada fuera de áreas con control propio, muy adentro del espacio enemigo, a la ventaja táctica de empeñarse con blancos que están concentrados y visibles a medida que se desplazan por caminos y vías, el beneficio remanente puede que no compense el costo técnico inicial y el mayor riesgo táctico de atacar a mayor distancia en profundidad. Así nos recuerda Clausewitz una tercera y más sutil consideración: la "situación estratégica general" de los convoyes en la retaguardia es operacionalmente ventajosa para la fuerza defensora en su conjunto, porque pueden observar más fácilmente el desarrollo del combate y porque todo su potencial ya se halla
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desplegado. En época de Clausewitz, la suerte de una incursión de caballería era desconocida hasta que regresaran para contarlo; el resto del ejército no podía ayudarlos de ningún modo por falta de información sobre sus vicisitudes. Y solamente una pequeña parte de toda la fuerza podía ser destacada en incursiones: apenas algunos cientos de jinetes, en ejércitos de decenas de miles de efectivos. Actualmente existen otros medios técnicos de observación que seguir la acción durante su desarrollo, pero todavía es la defensa la que puede evaluar los resultados del ataque aéreo dentro de su área de control. Hasta que sean destruidos -cosa que ocurriría muy rápidamente- los satélites de observación pueden enviar imágenes, pero las columnas de humo y los escombros de las explosiones sirven tanto para revelar los efectos de ataques como para ocultarlos. Las aeronaves con radares pueden observar lateralmente desde gran altura hasta una distancia considerable, y la fotografía aérea continúa durante la guerra, pero la totalidad de la información así obtenida todavía no puede compararse con la detallada exactitud de una cantidad de partes de situación, si la defensa los recibe adecuadamente. Esta ventaja informativa, y la posesión de todos los medios en el lugar indicado, sirve a los defensores pana reaccionar eficazmente contra el "sistema" de ataque profundo, ya sea empeñándose con sus propias fuerzas contra la caballería incursora como en época de Clausewitz, o mediante las defensas aéreas actuales, contraataques específicos y contramedidas técnicas. No podemos predecir la.situación en determinado momento en esta continuada interacción de medidas y contramedidas que se produciría si realmente la Alianza construyera sistemas de ataque profundo. Pero de todo el dispositivo de sensores iniciales, transmisores, centros de control, vehículos aéreos primarios y municiones terminales, sabemos que al menos estas últimas deben ser vulnerables a las contramedidas. A pesar de que los sensores que inicialmente detectan los blancos para t. ansmitir la información a los centros de control pueden contar con amplias capacidades en varios tipos de plataformas (satélites y aviones, con sensores radar, infrarrojos, ópticos, etc.), el guiado de cada munición que finalmente ataca por separado a cada tanque o camión debe poseer extrema simpleza, si se pretende que todo el sistema resulte económicamente factible. Nada hay que impida el uso de diferentes clases de guiado terminal para diferentes tipos de municiones, por lo que convoyes camineros y trenes podrían ser atacados con combinaciones de municiones guiadas que en conjunto fueran resistentes a todo género de contramedidas. Pero también es posible el uso simultáneo de diferentes contramedidas por parte de la defensa. Por supuesto que no todas las municiones terminales deben ser guiadas; por ejemplo, las múltiples submunicio-
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nes -minibombas- de armas en racimo son lanzadas masivamente sobre un área; pero entonces es su misma letalidad una capacidad estrecha, propensa a ser fácilmente neutralizada. (7) La fragilidad de los sistemas consecutivos La contienda técnica entre municiones terminales y contramedidas terminales es más o menos simétrica, excepto por la ventaja informativa de la defensa, pero existe una asimetría fundamental en la lucha entre los sistemas de ataque profundo en su conjunto y el esfuerzo de contramedidas dirigido contra ellos. Para triunfar, la caballería incursora evocada por Clausewitz tenía que eludir piquetes de vigilancia del frente, maniobrar alrededor de fuerzas mayores que hallaba a su paso, encontrar por sí misma un convoy aislado, y dispersár su escolta para poder atacarlo efectivamente, y todo ello efectuado en la secuencia correcta. En forma similar, en los sistemas de ataque profundo deben funcionar correctamente los sensores iniciales y las trasmisiones y los centros de control y los misiles o aeronaves y las municiones terminales, uno después del otro, mientras que los defensores pueden hacer fracasar todo el sistema de ataque contra cualquier blanco mediante la simple neutralización de uno solo de sus eslabones. Nuevamente, la redundancia puede reducir la desventaja, pero tiene un costo; además, aparecen los riesgos de la fricción, que sin requerir ningún esfuerzo al defensor, se agravarán por la naturaleza consecutiva de los sistemas de ataque profundo. Cuando tomamos distancia de todas las especulaciones técnicas, lo que queda delante nuestro es una completa incertidumbre sobre los resultados que pueden aportar los sistemas mencionados en el combate, porque medidas y contramedidas evolucionan en forma invisible a lo largo del tiempo. La incertidumbre es la constante compañera de la guerra, pero hay enorme diferencia de grado entre la incertidumbre referida al uso de una espada (que puede quebrarse), a un rifle común o un tanque (que puede atascarse o romperse), y a un complicado sistema consecutivo con muchos artefactos distintos, y cada uno puede fallar por separado. ¿Es prudente que la Alianza deposite en sistemas de ataque profundo de dudoso efecto su actual confianza en las armas nucleares del campo de batalla, tan efectivas como contraproducentes? Parecería que para responder a esta pregunta tuviéramos que enfrascarnos en cálculos técnicos para los que no nos hallamos calificados, a efectos de evaluar la confiabilidad de los sistemas propuestos. En realidad, si estuviéramos persuadidos de que la mayoría de los refuerzos y abastecimientos soviéticos pudieran ser exitosamente interdictos, entonces el asunto quedaría perfectamente claro, y se podrían
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abolir las armas nucleares del campo de batalla siempre que las fuerzas del frente pudieran repeler la primera oleada de divisiones soviéticas. Por otra parte, si coincidiéramos con los críticos que afirman que los sistemas de ataque profundo son demasiado caros para ser construidos en gran escala según se requiere, y demasiado frágiles a la luz de las contramedidas más realistas, entonces tendríamos que volver desgraciadamente a la presente dependencia de armas nucleares, o de otro modo vernos obligados a demandar un esfuerzo mucho mayor para la defensa no nuclear. A pesar que la respuesta pareciera depender de asuntos técnicos complicados y estimaciones de costos elaboradas, no es totalmente así: la lógica de la estrategia y algunas presunciones irreprochables sobre el comportamiento soviético son suficientes para permitirnos seguir adelante con toda confianza. Si la Alianza realmente se decide a construir sistemas de ataque profundo para contrarrestarlos escalones de refuerzo de una invasión soviética, en lugar de las armas nucleares del campo de batalla y de fuerzas terrestres adicionales que pueden obtenerse con los mismos fondos, (8) entonces demos por sentado que las fuerzas armadas soviéticas desarrollarán todo tipo de contramedidas técnicas, y además reaccionarán de diversos modos para neutralizar dichos sistemas, por si acaso fracasan las contramedidas. Para la Unión Soviética, la respuesta negativa más directa a los sistemas de ataque profundo de la Alianza en caso de guerra sería simplemente proceder a perturbarlos. Misiles antisatélites y cazas de gran radio de acción se usarían para atacarlas plataformas de sensores iniciales (concurrentemente con la interferencia electrónica contra sus trasmisiones); aviones, misiles y grupos incursores serían lanzados contra los centros de control computarizados, que son grandes edificios fáciles de hallar aunque estén protegidos (concurrentemente con el intento de confundir sus informaciones mediante enmascaramiento y simulación); los sitios de lanzamiento de misiles y las bases aéreas serían atacados por la misma combinación de aviones, misiles y grupos incursores (concurrentemente con el intento de bloquear o interrumpir sus comunicaciones con los centros de control); las defensas aéreas de todo tipo, cazas, misiles y cañones antiaéreos, tratarían de interferir con el lanzamiento de munición terminal (concurrentemente con el uso de contramedidas engañosas o protectivas). Al combinarse todos estos métodos distintos, es muy probable que la asimétrica vulnerabilidad de los sistemas consecutivos tenga gran peso en el resultado. Si la suerte o cierta filtración de inteligencia ayuda al esfuerzo de neutralización soviético, la destrucción de algunas plataformas de sensores, de algunos centros de control y de algunos vehículos primarios, en sus bases o en tránsito, podría bastar para anular toda una secuencia completa de ataque profundo, y así sucesivamente.
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Por otra parte, la forma más obvia por la cual la Unión Soviética podría eludir todos los sistemas de ataque profundo sería si adoptara una estrategia de teatro de única oleada, donde prácticamente todas las formaciones invasoras del frente central estarían desplegadas al comienzo de la ofensiva, eliminando su dependencia de los refuerzos, y por consiguiente quitando los blancos primarios de esos sistemas. Es verosímil y hasta probable que tal estrategia de teatro sea intentada. El concepto de que la Unión Soviética debe elegir entre una ofensiva por sorpresa sin la ayuda de refuerzos, o una ofensiva clásica precedida por una estrepitosa movilización, implica atribuir peculiar falta de.ingenio a un oponente a quien normalmente no se lo tilda de cándido. EL ATAQUE POR SORPRESA Si la Unión Soviética se jugara el todo por el todo en una ofensiva integrada por solamente 30 de sus 193 divisiones de línea, (9) si bien son las mayores y más poderosas las que están ya estacionadas en Europa Oriental, procedería con una extremada imprudencia, casi lindando en la frivolidad. En realidad, una ofensiva iniciada con fuerzas relativamente tan pequeñas, no muy superiores a las que la Alianza mantiene alistadas para desplazarse a sus posiciones defensivas, requeriría además el lanzamiento de ataques nucleares locales para lograr una rápida victoria., la cínica admisible por la Unión Soviética en caso de comenzar una guerra. Esto posiblemente respondía a lo planeado durante la época de Kruschef, cuando la reducción de tropas y la disolución de unidades de artillería ahorró mucho dinero, pero además sirvió para imponer una estrategia nuclear de teatro al ejército. El propósito de todo el programa de armamentos que ha resultado tan costoso para la economía desde mediados de la década de 1960, ha sido precisamente adquirir una capacidad que permita ganar la guerra sin necesidad de recurrir a las armas nucleares; hoy ya se ha satisfecho, y solamente puede fracasar si se deja de emplear la plena potencia disponible. Si cada unidad soviética que se transfiera hacia la frontera alemana provocara obligatoriamente una respuesta igual y opuesta de las fuerzas de la Alianza, que se robustecerían en Alemania con lo aportado por las movilizaciones de tropas de Gran Bretaña, Canadá, Francia y los Estados Unidos y sus despliegues en el frente central, entonces tendría alguna justificación un serio análisis prospectivo de un ataque por sorpresa soviético, sin recibir refuerzos. Pero ello es altamente improbable. En primer lugar, porque el ejército soviético puede mover unas cuantas divisiones adicionales con todos sus efectivos hacia el oeste, hasta los puntos iniciales de una ofensiva y quizás hasta la
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misma frontera alemana, con la excusa de efectuar ejercitaciones en gran escala. No se vulneraría el secreto, porque tales ejercitaciones se realizan dos veces por año e implican el desplazamiento de divisiones completas. En segundo lugar, los reservistas soviéticos son llamados de tanto en 'tanto para refrescar su adiestramiento en divisiones de cuadros, y esto ofrece la posibilidad de combinar cierta cantidad de convocatorias con traslados para reemplazar las divisiones alistadas que van hacia el oeste por otras nuevas. Finalmente, bajo procedimientos corrientes en el ejército, nuevos conscriptos son incorporados dos veces al año en divisiones de línea en reemplazo de los soldados que han cumplido dos años de servicio obligatorio; reteniendo simplemente a los que deben partir cuando arriban los nuevos, se incrementa en una cuarta parte el total de efectivos. La combinación de las tres medidas permitiría aumentar sustancialmente el alistamiento bélico del ejército, contándose con divisiones ya enviadas al oeste y otras listas a mudarse en breve plazo, y todo ello sin despertarpreocupaciones. Más tarde, paratransferir otras divisiones a Polonia, Checoslovaquia y Hungría será necesario intentar alguna historia de cobertura, tal como una crisis política simulada entre Moscú y esos gobiernos. No harán falta motines ni huelgas; los supuestos desacuerdos entre el Politburó y sus contrapartes de Varsovia, Praga, Budapest e incluso Berlín pueden fabricarse muy fácilmente dejando que los periodistas occidentales inflen una o dos indiscreciones. El precedente m uy poco glorioso, pero por ahora mutuamente aceptado, es que las acciones punitivas del ejército soviético en la mitad oriental de Europa provocan apenas alguna muestra fugaz de indignación en la mitad occidental, pero por cierto ninguna movilización en respuesta. Los satélites y la magia de la inteligencia electrónica están listos para enviar alarmas a pleno, y verdaderamente la fotografía espacial detectaría la transferencia de los millares de vehículos de cada división de línea soviética hacia el oeste, al menos si por casualidad hay algún satélite en estación (no pasa todos los días), y la nubosidad no es demasiado densa. Pero el deseo de no enterarse puede vencer a todo. Sin duda que las primeras fotografías e intercepciones que muestren actividad inusual serán examinadas con interés por los especialistas, pero no es probable que los comandantes militares demanden una movilización porque un ejército ya muy poderoso se hace un poquito más poderoso; maniobras de rutina o errores de interpretación parecerán explicaciones satisfactorias. Luego, si continúa incrementándose la actividad soviética y sigue llegando información, los líderes políticos de los países de la Alianza deberán ser enterados formalmente, pero su reacción más probable será buscar inocuas explicaciones para la evidencia, haciéndose receptivos a la historia de cobertura del día. De otro modo hubieran tenido
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que ordenar la transferencia de unidades a áreas frontales, la implementación de controles de emergencia de tiempo de guerra en el transporte y otras actividades, y lo que es mucho más grave, la movilización de reservistas civiles, una intrusión colosal en las vidas de millones de ciudadanos. Para dirigentes políticos que nunca han experimentado urgencias de decisiones bélicas, la movilización requeriría una alteración drástica de los hábitos comunes en el gobierno. En los Estados Unidos, que contribuyen con gran parte de los refuerzos preparados para la emergencia en el frente europeo central, una movilización significa que la Guardia Nacional se incorpora a la jurisdicción federal y se trasladan de inmediato sus unidades alistadas a ultramar, de modo que gran cantidad de civiles se encontrarán de repente con un un iforme y a miles de kilómetros de sus familias. También se requerirá la evacuación de cientos de miles de familiares de militares residentes en Alemania y otras posibles zonas de conflicto. Por lo tanto, el comienzo de una guerra posible y quizá catastrófica será indicado por la abrupta separación de los combatientes y sus familias, cosa perfectamente rutinaria en guerras anteriores, pero no tanto ahora que los civiles también enfrentan un gran peligro. Además, todos esos movimientos servirán para intensificar la crisis. En realidad, parecerá que provocan la crisis porque serán dramáticamente evidentes, comparados con el invisible progreso de lamovilización soviética, sólo puesta de manifiesto por los partes occidentales que algunos preferirán ignorar. En esa circunstancia, el deseo de explicar a todo el mundo la comprobación del alistamiento bélico soviético probablemente se vea seguido de una gran ansiedad por aliviar la crisis mediante la negociación. Al momento de la decisión, o mejor dicho durante los días de indecisión, mientras continúan los debates en muchos países y las consultas políticas dentro de la Alianza, y más formaciones soviéticas se acercan a sus líneas de partida, un compromiso soviético de interrumpir su movilización si la Alianza no inicia la propia podría resultar irresistible, aunque para entonces el equilibrio de fuerzas se haya modificado drásticamente, y la utilidad de los sistemas de ataque profundo prácticamente se haya anulado. Poseer un instrumento muy caro para ataques muy lejanos tendría poca validez para la Alianza si el ejército soviético ya estuviera reunido en masa muy cerca del frente, con poderío suficiente para quebrar su dispositivo de defensa. Los esfuerzos soviéticos de contramedidas, ataques y envolvimientos no son alternativas recíprocamente excluyentes, sino pasos complementarios de un mismo proceso. Después que la movilización unilateral haya avanzado todo lo posible -siempre que el incrementado poder ofensivo de la Unión Soviética no sólo se propusiera ventajas diplomáticas, sino la guerra de verdad-, la contienda podría inaugurarse con
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ataques misilísticos, bombardeos e incursiones contra los sistemas de ataque profundo de la Alianza. Seguirá el empleo de contramedidas, para disminuir lo que esos sistemas ya parcialmente destruidos y casi siempre eludidos, pudieran de todos modos conseguir. LOS LÍMITES DE LAS SOLUCIONES DE ALTA TECNOLOGÍA En consecuencia, hemos descubierto desde el gran panorama el nivel de estrategia de teatro, que comprende la interacción de las fuerzas armadas dentro de una entera zona de conflicto, que incluso medios técnicos tan elaborados y complejos como los sistemas de ataque profundo quedan reducidos al papel de instrumentos limitados, listos para ser sobrepasados por las amplias y variadas capacidades que se les oponen. Así como el barato misil antitanque en combate contra el costoso tanque no anulará su poder una vez que responde toda la formación blindada, tampoco la creación de sistemas de ataque profundo puede significar la anulación del amplio y por ende flexible poderío que la Unión Soviética obtiene de la conscripción de sus jóvenes, las subsecuentes obligaciones como reservistas de los hombres adiestrados, y la producción masiva de armas pesadas en cantidades que exceden totalmente el producto sumado de la Alianza. El sacrificio que impone el servicio militar a la población es muy grande, y el costo de mantener doscientas divisiones da cuenta de buena parte del presupuesto militar. Pero tan vasto potencial del escalón de reserva que se genera por añadidura a las fuerzas en estado de alistamiento; no será fácilmente suprimido por medio de artificios novedosos, aunque sean de notable ingeniosidad técnica. En última instancia, que los sistemas de ataque profundo carezcan de suficiente capacidad para decidir el resultado de la guerra, no significa que su incorporación no aporte grandes ventajas para la Alianza. Corno ya se dijo, solamente luego de cálculos detallados se pueden evaluar costos y beneficios, incluyendo la distracción de recursos soviéticos de fuerzas primariamente ofensivas a contramedidas defensivas. Asimismo, no será cosa sencilla neutralizar esos sistemas. Pero las limitaciones inherentes a un instrumento tan estrecho que se opondría a poderes tan amplios, significan que la cuestión con la que comenzó nuestra investigación debe ser replanteada en este momento. No debemos preguntarnos si los sistemas de ataque profundo proveen un sustituto confiable de las armas nucleares del campo de batalla -porque claramente no es así-, sino si el riesgo de fracasar al tratar de contener a los refuerzos soviéticos mediante dichos sistemas es preferible al riesgo de hacerlo exitosamente con armas nucleares.* * A lo largo de los años se han presentado muchas propuestas para borrar la
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En cuanto nos enfrentamos con esta pregunta, inmediatamente comprendemos que no puede existir respuesta dentro del campo de la estrategia de teatro, porque trasciende las consideraciones surgidas de la organización espacial del poder militar. En cambio, lo que se pretende definir es el verdadero significado de la seguridad, dentro del contexto político nacional y diplomático internacional, y esto únicamente puede hacerse al máximo nivel, el de la gran estrategia.
diferencia entre armas nucleares y no nucleares, utilizando "minibombas" tan pequeñas que no causarían precipitación radiactiva apreciable, ni otros efectos muy diferentes de grandes explosiones no nucleares, pero con un costo mucho menor. En otras palabras, las minibombas se encaminaban a restaurar el empleo militar de las armas nucleares, cuyos especímenes mayores habían sobrepasado totalmente el punto culminante de utilidad. Sin duda, tales armas podrían aumentar la eficiencia del poder de fuego de las fuerzas de laAlianza, pero toda propuesta sobre minibombas ha sido rechazada hasta ahora. Por supuesto, la razón estriba en que la respuesta lógica a detonaciones nucleares muy pequeñas por parte de la Alianza son los contragolpes soviéticos un poco mayores, que a su vez impondrán la necesidad de nuevos ataques nucleares de magnitud algo superior... y así sucesivamente.
CAPÍTULO 11 ANTIESTRATEGIAS: NAVAL, AÉREA, NUCLEAR
Antes de que procedamos a examinar el nivel de la gran estrategia, debemos detenernos para ocuparnos de la confusa y confundidora cuestión de la "estrategia" propia de una sola fuerza, ya sea naval, aérea o nuclear. En estos asuntos se concatena cierta ligereza del lenguaje con la cándida exuberancia de algunos entusiastas, que realmente no creen que su instrumento preferido pueda abarcar el total del predicamento estratégico, sumados a vehementes alegatos que propugnan precisamente tal autonomía. El tema no es puramente semántico, porque si hubiera cosas tales como una estrategia naval, una estrategia aérea, y una estrategia nuclear, con un sentido diferente a la conjunción de niveles técnico, táctico y operacional de una misma estrategia universal, entonces cada una debiera tener su propia lógica peculiar, o sino existir como una contraparte distinta de la estrategia de teatro, que sólo comprendería la guerra terrestre. Lo primero es imposible, y lo segundo a todas luces innecesario. Para discutir el tema con cierto orden, comenzaré por hacer notar que en los niveles técnico, táctico y operacional, resulta muy evidente que la misma lógica paradójica se aplica a todas las formas del poder militar. Conforme a lo expresado, al explorar esos tres niveles he citado libremente ejemplos aéreos y navales, junto con otros tomados de la guerra terrestre. Es cierto que al nivel de la estrategia de teatro el centro de la investigación se hallaba en la guerra terrestre, mientras que el poder aéreo solamente se veía en relación a ella, (1) y no se citaron ejemplos navales. Pero esto significamucho menos de lo que parece. ESPACIO Y MOVILIDAD La omisión de ejemplos navales y el desdén por la guerra aérea en la discusión sobre estrategia de teatro no fue accidental, pero tampoco refleja una preferencia arbitraria. No hay duda que las mismas manifestaciones espaciales de la lógica paradójica se hallan también pre-
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sentes en la guerra naval y aérea. Por cierto, se piensa en la estrategia de teatro como "estrategia espacial". Al tratar sobre fuerzas navales y aéreas, asimismo, hay que distinguir entre disposiciones de vanguardiay retaguardia, defensa adelantaday defensa en profundidad, frente amplio u ofensiva de penetración en profundidad, todo lo cual resulta también aplicable a la guerra extra-atmosférica, para el caso. Las fuerzas navales y aéreas interactúan espacialmente dentro del nivel de estrategia de teatro exactamente como lo hacen las fuerzas terrestres. Mas a causa de la superioridad técnica en movilidad, el fenómeno presente en ese nivel estratégico sencillamente es mucho menos importante. Las disposiciones pueden modificarse tan repentinamente que no condicionan el aspecto espacial de la guerra, o lo hacen en forma tan transitoria que resulta trivial (por supuesto que no ocurre lo mismo en los niveles operacional y táctico, donde la ubicación momentánea puede ser decisiva de por sí). Así, por ejemplo, el concepto de la flota de batalla concentrada relacionado con el historiador naval Alfred Thayer Matean, (2) que fue rígidamente implementado por las armadas de Gran Bretaña y los Estados Unidos durante la Primera Guerra Mundial (y por la japonesa en la Segunda Guerra), significó la completa anulación de consideraciones espaciales: la flota superior estaba en control de los océanos de todo el mundo, mientras sus fuerzas principales permanecían concentradas en algún lugar de su propia elección, por lo general inactivas. La lancha torpedera ya había sido neutralizada, y el submarino era menospreciado; entonces, la única posibilidad de derrotar a la escuadra de acorazados enemigos, si alguna vez se diera batalla en alguna parte, requería que se aseguraran los beneficios de la supremacía naval en todo tiempo y lugar, con libre uso de rutas marítimas para el comercio y transporte militar, mientras se negaba al enemigo, sin necesidad de bloquear sus puertos. La estructura jerárquica del poder naval garantizaba ese resultado: si era inferior, la escuadra de acorazados enemigos no podía presentar combate, ni tampoco podía arriesgar sus cruceros de batalla. Por lo tanto, los cruceros enemigos no podían zarpar para atacar el tránsito de alta mar, ni tampoco prestaban apoyo a las flotillas de destructores que lo harían, porque si se los interceptaba serían vencidos con facilidad por cruceros de batalla con igual velocidad pero mayor autonomía, artillería y blindaje. En consecuencia, los cruceros de la flota superior eran libres para operar sin restricciones, y el enemigo no podía asegurarse ni negar el uso de las rutas marítimas con sus propios destructores, aunque fueran de mejor calidad que los destructores de la flota superior. Entonces, la remota e inactiva escuadra de acorazados concentrada en cierto lugar podía ejercer indirectamente su dominio sobre los océanos, sin tener en cuenta la distancia, siempre que hasta
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allí llegaran sus cruceros. Nada impedía a un destructor enemigo correrse fuera de puerto seguro para interceptar algún barco mercante extraviado en las cercanías, pero eso era todo; excepto en pasos costeros protegidos y el tránsito en mares cerrados como el Báltico, el bando con inferioridad de acorazados tenía vedado navegar en alta mar, como fue indudablemente el caso de las Potencias Centrales durante la Primera Guerra Mundial. En esencia, el concepto de Mahan se basaba en la explotación de la superioridad a nivel operacional en encuentros decisivos entre buques capitales, que en caso de obtenerse o de suponerse posible otorgaba la supremacía, con independencia de factores espaciales. Sin embargo, una vez que la realidad del submarino fue introducida en el esquema, la flota superior ya no pudo garantizar la seguridad de su propio tránsito. En presencia de poderosas fuerzas submarinas enemigas, el dedicarse exclusivamente al choque hipotético entre acorazados habría de condenar las flotas a la pasividad, porque los buques capitales que permanecían concentrados necesitaban escoltas de cruceros y destructores, que por consiguiente no podían emplearse para proteger la navegación contra ataques submarinos. (3) A lo sumo, el resultado podría redundar en la negación simétrica de la navegación, solución poco satisfactoria cuando hay necesidad asimétrica de llevar abastecimientos y tropas a gran distancia. Verdaderamente, esto casi ocurrió en el pico de las campañas submarinas de las dos guerras mundiales, en 1917 y 1942, cuando las flotas de batalla aliadas vedaban el comercio marítimo alemán, mientras que los submarinos de las Potencias Centrales impedían en gran parte el tránsito aliado, con ambas fuerzas prácticamente sin restricciones espaciales.
Entonces, no es el medio en que se combate lo que marca la diferencia, sino el grado de movilidad de las respectivas fuerzas: cuanto mayor movilidad, menor importancia tiene la ubicación de fuerzas en determinado momento. Si las fuerzas terrestres pudieran desplazarse libremente a través de toda la extensión de los teatros bélicos, y de uno a otro, el nivel de estrategia de teatro perdería asimismo importancia para ellas, en proporción a la velocidad y facilidad de dichos movimientos. Precisamente, ésta fue la ventaja que ofreció la motorización desde antes de la Primera Guerra Mundial, disminuyendo la relevancia de las disposiciones a nivel del teatro para las fuerzas involucradas, mucho más de lo que ya había causado el ferrocarril. Contando con camiones que las transportaran, las tropas y sus armamentos pudieron mudarse de un sector a otro en tiempo "táctico", o sea durante el transcurso de una misma batalla, reduciendo en consecuencia la importancia de los despliegues preventivos. Para la época dula Segunda Guerra Mundial, el transporte aéreo intensificó el efecto para movimientos entre teatros, y desde entonces su alcance se ha exten-
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dido, al menos para fuerzas pequeñas y ligeras trasladadas por aire a grandes distancias. Estos importantes fenómenos todavía persisten dentro del nivel de estrategia de teatro únicamente a causa de las limitaciones de la motorización terrestre, la vulnerabilidad, capacidad limitada y dependencia de los aeródromos que tiene el transporte aéreo, las restricciones geográficas, lentitud y dependencia de los puertos que caracterizan al transporte marítimo, y las vulnerabilidades y limitaciones aún mayores que presentan los paracaidistas y los desembarcos anfibios. Podría trazarse un paralelo con la insignificancia del nivel operacional de la estrategia a medida que cobra importancia el nivel táctico. No existe base suficiente para una conceptualización de las contrapartes r, aval y aérea, distintas de la estrategia de teatro, meramente porque el fenómeno de la guerra terrestre adquiere mayor trascendencia a ese nivel. Tampoco puede existir algún otro nivel estratégico que se aplique a una sola de las formas del poder militar y que permanezca por encima del nivel operacional, aunque debajo del nivel de la gran estrategia. LOS CONTENIDOS DE LA ANTIESTRATEGIA Si no abarcan fenómenos distintos, entonces ¿cuál es el contenido de tantas obras que ostentan en sus títulos "estrategia naval", "estrategia aérea", "estrategia nuclear" o, más recientemente, "estrategia espacial"? Si dejamos de lado la interesante excepción del alegato de Mahan a favor del poder naval, encontramos que lo examinado por esos escritos pertenece principalmente a asuntos técnicos, tácticos u operacionales, y en algunos casos consiste en la promoción de determinada política, usualmente a nivel de gran estrategia. (4) Por ejemplo, las cuestiones relativas a lacomposición de fuerzas, que cobran tanta importancia en lo que se describe como estrategia naval, como aquellas evocadas en el viejo debate entre los defensores del acorazado y del portaaviones, o las que ahora resurgen en endémica discusión entre quienes apoyan al submarino y todas las demás fuerzas navales, claramente pertenecen al nivel operacional de análisis, así como en la guerra real esas fuerzas actuarían competitivamente en el nivel operacional (y también en el táctico). En cuanto a debates aún más estrechos sobre los méritos de formatos particulares para ciertas categorías de buques, como grandes o pequeños portaaviones, obviamente pertenecen al nivel técnico de análisis, ya que en realidad el asunto depende de las diferencias en performances técnicas y costos. Seguramente que esas preferencias aparentemente técnicas reflejan consideraciones más amplias, pero por cierto que entonces entran en el campo de la gran estrategia, como en el caso de los portaaviones ya
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mencionado. (Los portaaviones grandes son mejores para la guerra ofensiva, los pequeños para tareas defensivas de escolta.) Asimismo, con respecto al poder aéreo las opciones de composición de fuerzas quedan condicionadas por los niveles técnico, táctico u operacional, y es por consiguiente en esos niveles que el análisis puede descubrir el fenómeno relevante. Esto ocurrió en el prematuro debate entre los partidarios de fuerzas de bombarderos equilibradas entre pesados, medianos y livianos, y aquellos que propugnaban la dedicación de todos los recursos solamente a los bombarderos pesados; también en el debate posterior entre quienes abogaban por los misiles y aquellos que continuaban apreciando el mérito de los bombarderos tripulados; por último, en el debate que pretende el reemplazo de misiles por vehículos de control remoto. Las cuestiones atinentes a la designación de- _blancos, que han sido tradicionalmente muy importantes en lo que se describe como estrategia aérea, (5) tampoco pertenecen a o estrategia de teatro, sino más bien al nivel de gran estrategia. Las co isecuencias de bombardear alas fuerzas armadas propiamente dichas en lugar de la industria que las sostiene, o bombardear la población cuya laboriosidad .y voluntad de lucha sostiene a todos, o la conducción y estructuras de gobierno que dirigen la guerra en su conjunto, se manifestarán al nivel de gran estrategia. Por lo tanto, la selección de prioridades es un tema adecuado de política nacional, del mismo modo que la réplica de lavíctima será la respuesta nacional también al nivel de gran estrategia. Las mismas consideraciones se aplican al equivalente naval de la selección de blancos, o sea los propósitos de empleo del poder naval. Por ejemplo, los resultados de usar fuerzas navales para realizar desem barcos serán condicionados al nivel de estrategia de teatro, mientras que en el caso del bloqueo, o de la actual negación del mar a gran alcance, la gran estrategia será el nivel más relevante de acción y respuesta, si se asume que la negativa es efectiva, lo que dependerá de factores geográficos que pertenecen a la estrategia de teatro, pero principalmente reflejan las interacciones operacionales y tácticas de las fuerzas de cada lado. Por cierto que si la navegación es negada las consecuencias dependerán de la autosuficiencia del Estado afectado, sin considerar la naturaleza particular de las fuerzas involucradas; otra vez la acción y su respuesta quedarán de manifiesto al nivel de gran estrategia. Por ejemplo, recientemente se ha sugerido que los Estados Unidos podrían responder efectivamente a una ofensiva terrestre soviética en algún teatro de guerra continental mediante el lanzamiento de ataques aeronavales sobre instalaciones navales en teatros muy diferentes, y tratando de destruir submarinos nucleares misilísticos soviéticos. (6) La propuesta puede o no ser factible desde el punto de vista político,
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dependiendo si se asume que la reacción norteamericana ante la iniciación de las hostilidades en un teatro dado será tratar de restringir su extensión geográfica o generalizar el conflicto hasta que incluya al mismo territorio soviético, lo que presumiblemente invitaría a un ataque contra territorio propio. La propuesta puede convenir o no, según reaccionen los demás. Los aliados bajo ataque del ejército soviético podrían aprobar esfuerzos de ese tipo, o quizá ver con perplejidad la diversión de medios contra la amenaza menor de la armada soviética, y hasta presagiando el que se los dejara abandonados. Al mismo tiempo, los aliados en las regiones hacia las cuales los Estados Unidos extenderían la guerra podrían reaccionar repudiando la acción para evitar represalias. En cuanto a la Unión Soviética, los ataques aeronavales norteamericanos contra su propio territorio podrían inducirla a reconsiderar su anterior agresión, o puede que reaccione simétricamente. En forma semejante, la campaña prevista contra sus submarinos misilísticos podría disuadirla de recurrir al empleo de armas nucleares al hacer más desfavorable el balance de fuerzas, o por el contrario decidirla a lanzar ataques contra fuerzas para impedir cualquier cambio adverso en el equilibrio nuclear. Pese a lo que pueda pensarse de la plausibilidad o deseabilidad del esquema, queda claro que sus resultados ocurren al nivel de gran estrategia, donde indudablemente el origen específicamente naval de los ataques previstos sería intrascendente, porque los resultados y reacciones no serían sustancialmente distintos si las instalaciones y armas nucleares soviéticas son atacadas con otros medios. DEMANDAS DE AUTONOMÍA: PODER NAVAL Solamente puede haber una justificación válida para el concepto de una estrategia autónoma, confinada a una de las formas del poder militar: que sea decisiva por sí misma. Precisamente, esa fue la afirmación de Mahan; en su interpretación de lahistoria, el poder naval era el factor determinante del ascenso y caída de las naciones. (7) Mahan empleó el término con dos sentidos bastante diferentes; para significar la fuerza armada dominante en el mar ("que aleja el pabellón enemigo de sí, o le permite aparecer sólo como un fugitivo"), y para describir con mayor amplitud todos los beneficios que la vocación marítima podría brindar: comercio, navegación, colonias y mercados. (8) El poder naval I de Mahan era el factor determinante a corto plazo del resultado de las guerras, aunque se libraran principalmente en tierra, mediante el bloqueo y las incursiones anfibias. En cambio, su poder naval 11 era determinante a largo plazo para la prosperidad de
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las naciones, y asimismo de inmediata relevancia para proveer los medias al poder naval I, así como subsidios para los aliados de guerra. Es obvio que Mahan exageró su interpretación de la historia británica, porque su ecuación del poder naval en su doble significado hizo omisión de los imperios continentales que no dependían de la navegación, de los cuales la Unión Soviética es el ejemplo moderno más destacado. La falacia de composición de Mahan
Quizá no tan obvia, pero sí más interesante desde el punto de vista de nuestra investigación estratégica, ha sido la falacia de composición de Mahan al explicar los motivos del éxito de Gran Bretaña sobre sus antagonistas continentales, que atribuyó a la prioridad que supuestamente asignaba a su poder marítimo. Esa falacia se presenta en forma más exagerada en las actuales tendencias mahanistas, que omiten sus categorizaciones originales y muestran al poder naval 1 desplazando totalmente al poder naval II, recomendando una potestad suprema en el mar sin tener en cuenta la situación del comercio de ultramar ni del tráfico comercial. Que el poder naval I fue para Gran Bretaña un instrumento esencial, y el poder naval II la fuente de gran parte de su riqueza disponible, está más allá de la cuestión. De cualquier forma, la causa verdadera de la supremacía naval británica fue el éxito de su política exterior en el mantenimiento del equilibrio del poder en Europa. (9) Al intervenir oponiéndose a cualquier potencia única o coalición que pareciera presta a obtener el dominio, se aseguró el conflicto permanente. Ello obligó a las potencias continentales a sostener grandes ejércitos, que a su vez les impidieron poseer grandes armadas. En suma, poder naval I y II requerían que las potencias continentales se mantuvieran "equilibradas" y agarradas mutuamente por el cuello. Pero la secuencia y las prioridades resultantes fueron exactamente al revés de lo que describiera Mahan, y que se recomienda para los Estados Unidos de hoy. (10) Para la política británica recibían prioridad su muy activa diplomacia y grandes subsidios para aliados de buena voluntad pero poca riqueza, y no el mantenimiento de la Real Armada. Una vez establecidas las condiciones que asegurarían con relativa facilidad la superioridad naval, mediante el control del equilibrio del poder, se concedieron a la armada los medios modestos que requería para lograr el poder naval I, lo que a su vez produjo el poder naval II. Si los británicos hubieran actuado en sentido opuesto, desdeñando la diplomacia y tratando directamente de obtener el poder naval I simplemente construyendo más buques que sus rivales del continente, el resultado
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inmediato hubiera sido el consumo del capital requerido para el poder naval II, y a largo plazo se hubiera perjudicado el mantenimiento del equilibrio internacional. Esto a su vez hubiera reducido la prioridad de la guerra terrestre en el continente, y los recursos británicos jamás hubieran podido preservar la supremacía naval en competencia con todos los talentos marítimos de Europa Occidental dedicados a su plena potencia. Así que durante todo el período analizado por Mahan, la supremacía naval británica y el notoriamente mezquino presupuesto de la Real Armada, que a menudo degeneraba en una franca negligencia, satisficieron totalmente la lógica de la estrategia. En cambio, se hubiera contrariado la lógica paradójica si Gran Bretaña alcanzaba el objetivo del poder naval I por el simple expediente de agregar más y más fragatas a la Real Armada, sin contrapartida efectiva de sus adversarios, que quedaban en libertad de reaccionar por la misma concentración exclusiva del propósito. Aquellos contemporáneos que deploraron el desdén por la armada, teniendo en cuenta la dependencia británica de ambas formas de poder naval, y los almirantes que se quejaron amargamente porque el oro británico era entregado a extranjeros mientras sus buques se hallaban en perpetua indigencia, demostraban gran sentido común, pero poca estrategia. Irónicamente, mientras era publicado ese homenaje de Mahan al pasado de Gran Bretaña, ésta se preparaba para abandonar su postura histórica.* Cuando finalmente se proveyeron fondos sustanciales a la Real Armada por primera vez con el objeto de preservar el poder naval I en una puja directa por la construcción naval con el Imperio Alemán, quedaron satisfechos el sentido común y la opinión pública; la alternativa de armar a los adversarios vecinos de Alemania, y especialmente a la empobrecida Rusia, quedó descartada, y tampoco fue explotado el equilibrio del poder para mantener a la más fuerte potencia continental en conflictos terrestres con aliados subsidiados. Por último, durante la contienda que siguió todo fue sacrificado: el poder naval II, el capital que éste había permitido acumular, y también mucha sangre. La Primera Guerra Mundial representó para Gran Bretaña el primer compromiso continental realmente costoso, que una concentración menos intensa del poder naval I pudo haber aliviado, si no evitado. De todos modos, haya sido la rigidez de la opinión pública lo que apartó a los dirigentes británicos de emular a sus predecesores (quienes hubieran financiado ferrocarriles y arsenales para la Rusia zarista en lugar ~` Maban fue muy aclamado en Gran Bretaña, pero no tanto como orientador sino como propulsor de una política ya promulgada; el Acta Nacional de Defensa, que exigía . paridad» con las dos más poderosas marinas continentales combinadas, fue aprobadaen 1899, antes que el primer libro "influyente" de Mahan fuera publicado.
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de construir más acorazados), o simplemente su propia falta de claridad estratégica, no hay mucha duda de que la agonía de la decadencia británica fue en gran medida acelerada por una política que reflejaba la ilusión mahanista.* DEMANDAS DE AUTONOMÍA: ESTRATEGIA DEL BOMBARDEO Una demanda enteramente novedosa de autonomía estratégica fue proclamada apenas después de que la Primera Guerra Mundial había expuesto la marginalidad de las armadas en un conflicto continental moderno, con bloqueos de lentitud angustiante, incursiones rara vez posibles, y una única gran operación anfibia en Gal_l-,_'poli, que resultó un costoso fiasco. Como la ventaja táctica de la altura es aceptada universalmente, las aeronaves han sido adoptadas para el uso militar a poco de b9-_-, r su aparición. Para 1914, los aviones de observación general y p-3ra corrección del tiro de artillería se hallaban incorporados a los principales ejércitos, y para 1918 ya existían verdaderas fuerzas aéreas en gran escala (la Real Fuerza Aérea tenía 22.000 aviones en su inventario y 293.532 hombres en el Día del Armisticio. También las armadas adquirieron aeronaves, en su mayoría hidroaviones lanzados precariamente desde buques y recobrados del agua; pero el primer portaaviones genuino ya quedó completado antes de terminar la guerra. En consecuencia, el papel del avión ya estaba asegurado dentro de ejércitos .y armadas, aunque todavía en tareas auxiliares. Entre los oficiales aviadores pioneros y los autores de temas aeronáuticos que demandaban independencia para la nueva arma, algunos se satisfacían en hacerlo sobre la base de la eficiencia, mencionando los ahorros que podrían obtenerse si la adquisición de aeronaves y el adiestramiento de pilotos dejara de estar dividido entre las dos fuerzas más antiguas. No obstante, otros fueron mucho más allá, proclamando la autonomía estratégica de la nueva arma. Tres hombres que promovieron al poder aéreo como símbolo del futuro consiguieron que sus argumentos alcanzaran amplia resonancia, habiéndolos presentado en forma independiente: Giulio Douhet, un líder de la fuerza aérea italiana desde antes de la Primera Guerra Mundial, quien publicó Il *La analogía con el énfasis navalista del a actual política norteamericana no necesita ser destacada. La obvia alternativa, el otorgamiento de subsidios ala República Popular China, podría parecer imprudente por más de una razón, pero la diversificación de la competencia en otras formas de poder militar debería verosímilmente dar sus fonos, dada la dependencia asimétrica de los Estados Unidos respecto a la navegación marítima.
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dominio dell'aria en 1921; William "Billy" Mitchell, también oficial aviador cuya obra más importante en una vida dedicada a su causa, Winged Defense, fue publicada en 1925, mucho antes que el libro de Douhet fuera traducido al inglés (en 1942); y Hugh Montague Trenchard, fundador de la Real Fuerza Aérea, cuyas opiniones fueron diseminadas principalmente en las instituciones. La tesis común de Douhet, Mitchell y Trenchard era que los aviones brindaban la posibilidad de penetrar directamente en el corazón del territorio enemigo, sobrepasando los lentos avances de las tropas y toda barrera topográfica; que grandes flotas de bombarderos podían eludir los procesos de la guerra terrestre y naval destruyendo la industria de la cual depende toda forma de poder militar; y que la victoria podía obtenerse rápidamente mediante el solo empleo de poder aéreo superior, (11) sin la enorme cantidad de bajas de la guerra terrestre ni largos años de bloqueo naval. Doubet, Trenchard y sus seguidores en las ramas embrionarias de bombardeo de las principales fuerzas aéreas diferían de Mitchell, al afirmar que los bombarderos podían virtualmente dejar de preocuparse por las defensas, identificando en conclusión el poder aéreo con el poder aéreo ofensivo. (12) Pero había acuerdo total sobre la obsolescencia de las demás formas del poder militar, en la nueva era del poder aéreo. Como ya se ha mencionado en otro contexto, el poder aéreo estratégico quedó desvirtuado debido a sus propias imperfecciones y a la reacción provocada, de mucha importancia porque los grandes alegatos en favor del bombardeo habían tenido aceptación general en la década de 1930 (especialmente después de la guerra civil española y de la destrucción de Guernica), mientras que sus defectos de precisión y volumen no se habían tenido en cuenta. Una de las reacciones originadas ante la prospectiva de incursiones aéreas masivas sobre las capitales (con bombas de gas, según se creía) fue una intensa búsqueda de medios de detección de largo alcance, que darían cierta esperanza para oponerse con efectividad al bombardero. Para 1939, Gran Bretaña, Alemania y los Estados Unidos habían desarrollado un radar de gran alcance que finalmente trastornó la premisa de Douhet/Trenchard de que el bombardeo siempre habría de prevalecer. Defensa aérea Como la defensa por medio de cazas no había sido totalmente abandonada, bajo la frágil suposición de que una multitud de partes telefónicos de observadores aéreos y de artefactos detectores de sonidos permitirían la interceptación, cuando el radar hizo su aparición en escena ya se encontraban listos a explotarlo los cazas de alta velocidad
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y una organización adecuada para su dirección efectiva desde controles terrestres. Mientras tanto, precisamente porque iban a ser "estratégicos", y por lo tanto requerían grandes cargas de bombas para destruir industrias y ciudades, los bombarderos habían evolucionado hacia aviones mucho más grandes y considerablemente más lentos que los cazas de la época, contra los cuales carecían de maniobra. (14) Para contrarrestar esta debilidad táctica aceptada, los partidarios del bombardero pensaban que disponían de un remedio garantido en la formación masiva de aviones armados, que rápidamente dispersaría cazas perdidos que pudiera encontrar en su camino. Según los principios militares clásicos, la ventaja de la iniciativa de los bombarderos reunidos para la acción ofensiva debía producir una neta superioridad numérica sobre los cazas enemigos dentro del tiempo y espacio del encuentro. El fuego coordinado de artilleros de rola, dorsales, de panza y frontales de centenares de bombarderos, crearía una cortina mortal que anularía la ventaja de maniobrabilidad del avión de caza, impidiéndoles la aproximación por cualquier sector de ataque, aunque pudieran cambiar rápidamente de uno a otro. En otras palabras, la ventaja a nivel operacional de la formación iba a compensar la supuesta inferioridad a nivel táctico del bombardero aislado. Aquí es donde el control terrestre asistido por radar intervino en la secuencia. Al capacitar a la defensa para dirigir con exactitud a los cazas, el radar facilitó la deliberada intercepción de los bombarderos por grupos de cazas (15) en lugar de tener que fiarse en los encuentros casuales o en un ineficiente sistema de patrullas en alerta. Ahora podía defenderse el espacio aéreo en la misma forma en que el espacio terrestre había sido protegido desde mucho tiempo atrás, con la red de radares formando una línea de frente y los escuadrones de cazas actuando como fuerzas móviles que podían converger para equiparar la intensidad de la concentración ofensiva. La ventaja de la iniciativa inherente a los bombarderos primaba únicamente cuando ocasionales demoras, limitaciones del radar, contramedidas deliberadas y fricciones organizativas afectaban a la intercepción. Por su parte, la defensa gozaría de la clásica ventaja de pelear dentro de su propio espacio, con capacidad para preparar el "terreno" mediante cañones antiaéreos, reflectores y barreras de globos. Además, la defensa sería capaz de realizar reiterados ataques con un mismo avión que se reabastecería de combustible y munición para la acción, mientras los agresores permanecerían expuestos. Así fue que la superioridad condicionada espacialmente de las defensas aéreas a nivel estrategia de teatro, pudo sobreponerse a la supuesta ventaja a nivel operacional de las formaciones de bombarderos, con igualdad de los demás factores. Este fue el último paso de la secuencia vertical que aseguró la derrota por desgaste en la campaña de bombardeo de 1940 de la
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Luftwaffe contra Inglaterra; no quebró la voluntad de lucha británica, como ninguna campaña de bombardeo lograría cosa semejante contra otra nación; y los bombarderos de la Luftwaffe carecían de capacidad de armamento explosivo e incendiario para destruir la capacidad industrial británica rápidamente, como ninguna campaña de bombardeo lo logró contra otra nación industrial importante. No deja de ser irónico el hecho de que la Luftwaffe invalidara todas las previsiones porque sus líderes no quisieron aceptar el bombardeo de ciudades e industrias como máxima prioridad al estructurar sus fuerzas. (16) Los proyectos germanos de bombarderos pesados debieron cancelarse a favor de los bombarderos medianos y livianos, cuyo diseño enfatizaba el lanzamiento de cargas pequeñas con precisión para su empleo en el campo de batalla, mediante el bombardeo en picada, lo que i mpidió el desarrollo de aeronaves portadoras de las grandes cargas de bombas que se necesitaban para atacar áreas urbanas. Con los aviones de que disponía, el bombardeo de la Luftwaffe sobre ciudades británicas, como anteriormente en Varsovia y Rotterdam, no había sido más que una improvisación. Como consecuencia fortuita, las pérdidas alemanas sirvieron para desvirtuar la tesis de vulnerabilidad de los bombarderos, porque los que poseía eran pequeños y maniobrables, y operaban siempre escoltados, salvo en misiones nocturnas de bombardeo por guiado electrónico. Sobre todo, la Luftwaffe no tenía bombarderos pesados cuatrimotores del tipo producido posteriormente en gran cantidad por Gran Bretaña y los Estados Unidos. Así que el evidente fracaso de la campaña de bombardeo contra Gran Bretaña no fue aceptado como demostración del error de la tesis por sus partidarios británicos y americanos, quienes continuaron proclamando la autonomía estratégica de su arma preferida. Fue solamente después que sus propias formaciones de bombarderos pesados tuvieron plena oportunidad de atacar a Alemania en gran escala que la tesis de DouhetMitchell-Trenchard fue finalmente abandonada, primero por los británicos y luego por los norteamericanos. Por supuesto que el bombardero no fue desechado como medio efectivo de guerra, pero evidentemente no podía presentarse como un instrumento de victoria autosuficiente y rápido. El prolongado y sangriento proceso de desgaste mediante el combate terrestre y el bloqueo naval que los bombarderos iban a evitar, fue en cambio trasladado a la guerra aérea, donde las probabilidades de supervivencia de las tripulaciones llegaron a ser inferiores a aquellas de la infantería en las trincheras de la Primera Guerra Mundial. Al final, fue gracias a la superioridad técnica de la guerra electrónica británica y a la inesperada performance de los cazas de escolta americanos (que lograron una combinación casi imposible de gran alcance y maniobrabilidad) que los bombarderos enviados contra Alemania fueron capaces de destruir tanto como lograron, aunque al
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precio de graves pérdidas. Aun así, el resultado obtenido fue decepcionante: ni siquiera los colosales ataques británicos y americanos, que empequeñecieron las incursiones de la Luftwaffe contra Inglaterra, pudieron obtener más que un lento efecto acumulativo, no más rápido que el bloqueo, contra la gran magnitud y flexibilidad de la industria alemana y sus infraestructuras. En una refutación todavía más clara de la tesis, el bombardeo ni siquiera pudo conseguir rápidos resultados contra la mucho menor y poco flexible producción industrial japonesa, que sufrió más por la falta de materia prima (causada por hundimiento de buques) que por el bombardeo. (17) En suma, los partidarios del bombardeo habían sobreestimado groseramente sus efectos físicos, y subestimado enormemente la resistencia política e industrial de sus víctimas. EL ADVENIMIENTO DE ARMAS NUCLEARES Cuando la bomba atómica estalló en la escena de 1945, pareció que la demanda de autonomía estratégica para la aviación de bombardeo, que acababa de ser reprobada por la experiencia bélica, había sido rehabilitada en forma totalmente inesperada. Por cierto que todos los defectos técnicos, tácticos y de estrategia de teatro del bombardero, y la resistencia de sus víctimas, serían anulados por el deus ex machina de la nueva arma. Como ya se había comprobado, el bombardero no siempre despega según lo planeado a causa de fallas técnicas; no siempre sobrevive contra las defensas aéreas; no siempre navega correctamente para alcanzar su blanco; no todas las bombas están correctamente apuntadas, y no todas estallan. Fue la multiplicación de esos "factores de degradación" lo que hizo a la destrucción por medio del bombardeo aéreo mucho más difícil de obtener que lo esperado, si bien además el monto de destrucción requerido fue mucho mayor que lo previsto. Pero con las bombas atómicas, la destrucción de ciudades e industrias se convertía en una tarea sencilla. Así Douhet y sus colegas habían sido rescatados de sus mayores errores, (18) y no parecía que nada obstaculizara el cumplimiento de sus predicciones: una vez que las bombas de fisión fueran producidas en cantidades razonables, el arma aérea -o el arma que las transportara, cualquiera que fuese- pasaría a ser dominante, transformando en innecesarias a las demás fuerzas militares y reduciendo drásticamente el panorama estratégico de su empleo. Por supuesto, lo que más congeniaba con los planificadores y pensadores de una potencia satisfecha con el statu quo como los Estados Unidos, para quien bastaba con evitar la agresión para prevalecer,
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era no llegar a usar nunca la nueva arma. Ante la conjunción del enorme poder destructivo de la bomba de fisión -un hecho universal de la física- con una imagen particular del mundo configurada por circunstancias políticas y preferencias culturales, el completo edificio conceptual de la disuasión fue construido con suma rapidez, con plena confianza inicial de que el "arma absoluta" podría evitar absolutamente toda forma de agresión, todas las guerras. (19) Si la Unión Soviética hubiera sido la primera en obtener la bomba, indudablemente que vería conveniente no llegar a usarla, pero entonces su propósito diplomático hubiera sido la imposición de cambios en el statu quo, y el edificio conceptual tendría que soportar compulsiones. (20) Naturalmente que tan paralizante disuasión satisfacía a las potencias satisfechas, pero no así a quienes todavía querían modificar la situación del mundo. Tal reacción garantizaba que ni siquiera las armas nucleares serían inmunes al destino paradójico de toda innovación técnica en el reino de la estrategia: cuanto mayor el incremento de poder que ofrecen cuando se las introduce, mayor la perturbación que crean en el equilibrio existente, y mayores las reacciones provocadas, defensivas y competitivas, que conjuntamente reducen el efecto neto de la nueva arma a lo largo del tiempo, posiblemente en forma dramática. Cuando se introdujeron originalmente en forma de bombas de fisión que solamente podía producir un país; y en pequeñas cantidades, las armas nucleares prometían transformar la estrategia. Eran totalmente usables: si los centros urbanos de Hiroshima y Nagasaki habían sido devastados sin efectos nocivos perceptibles para el resto del planeta, los centros de cinco o diez ciudades soviéticas también podían resultar destruidos, y los Estados Unidos no quedaban expuestos a una represalia comparable porque poseían las únicas armas nucleares en existencia. Por lo tanto, si bien aún la idea no había madurado en las mentes de los dirigentes norteamericanos, era razonable que la amenaza nuclear sirviera para disuadir la agresión directa. Autonomía disminuida: Subversión Pero la inacción es el punto terminal del éxito, únicamente para potencias satisfechas. Mientras que en la Unión Soviética se hacía todo esfuerzo posible para reaccionar competitivamente mediante el desarrollo de bombas de fisión y también de fusión, además se originó inmediatamente una maniobra distinta. Sucedió que la primera prioridad de Stalin en ese momento era establecer el control político sobre Europa Oriental por vía de gobiernos comunistas locales subordinados a Moscú. Sin embargo, era difícil que ganaran las primeras elecciones de posguerra, y el empleo sin tapujos de la fuerza hubiera sido una
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provocación excesiva para los Estados Unidos. La barrera de la disuasión que servía para detener una simple dominación militar sería esa vez derrotada por la subversión.* Con la presencia amenazante de las fuerzas de ocupación soviéticas, entre 1945 y 1948 los líderes de los partidos políticos mayoritarios de Hungría, Rumania y finalmente Checoslovaquia, fueron intimidados para formar coaliciones con los partidos comunistas locales, e invariablemente las fuerzas policiales quedaron bajo el control de ministros comunistas. Muy pronto los ministros no comunistas que todavía constituían la mayoría, pero se hallaban sometidos a coacción, votaron en las decisiones de las coaliciones que se colocaran fuera de la ley los restantes partidos políticos de derecha. Entonces se formaron nuevas coaliciones que excluían a los partidos anteriores porque a su vez habían sido declarados ilegales o los babí,_- disuelto cris propios líderes, atemorizados por sus vidas. El proceso fue reiterándose hasta que la coalición fue estrechándose de a poco, y sólo los comunistas fieles a Moscú quedaron en los gobiernos. El proceso se completó hacia fines de 1948; la barrera continuaba intacta, pero el poder soviético había cavado un túnel debajo de ella para ganar pleno control sin recurrir abiertamente a la fuerza. En consecuencia, la autonomía estratégica atribuida en un principio a las armas nucleares fue reduciéndose por vías no militares, indirectas, y escasamente visibles. Mientras los Estados Unidos y algunos de sus aliados comenzaban a reaccionar, primero en Europa y luego más allá, mediante subversión y contra subversión, más y más túneles eran horadados en la barrera de la disuasión nuclear desde ambos lados. El modelo ha persistido hasta el día de hoy, asumiendo nuevas y variadas formas tales como las fuerzas militares y los servicios secretos clientes, la estimulación y el abastecimiento de movimientos insurgentes, y el sostén de terroristas transnacionales, que se han agregado al repertorio. Entonces, el primer efecto persistente de la disuasión nuclear ha sido la distracción de energías bélicas hacia formas de conflicto indirectas y menos visibles, excluyendo siempre al combate directo entre so viéticos y norteamericanos, pero no la violencia armada. Mucho antes de que las formas de conflicto indirectas y disimuladas quedaran bien establecidas en la realidad cotidiana de la política internacional, las armas nucleares desencadenaron una reacción defensiva más prosaica. La reacción soviética ante su primera aparición como bombas de La manipulación encubierta de la política por medio de intimidación física de líderes, soborno, infiltración, subsidios secretos, desinformacióny acciones paramilitares negadas, para inducir a grupos políticos dentro y fuera del gobierno a actuar de manera contraria a sus propósitos declarados.
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fisión cargadas a bordo de bombarderos norteamericanos de largo alcance, fue conceder alta prioridad a las defensas antiaéreas. Los esquemas organizativos de la guerra que acababa de finalizar, las enormes cantidades de cañones antiaéreos aún perfectamente adecuados, los radares copiados de modelos suministrados a través de la ley de préstamo y arriendo, y luego los primeros cazas a chorro y misiles, todo era empleado para resistir a los bombarderos norteamericanos. Usualmente, la reacción defensiva sirve para disminuir el efecto neto de armas nuevas, pero ello no ocurrió con las armas nucleares. Ni siquiera las defensas aéreas mucho más efectivas que antes tenían capacidad suficiente, porque un solo bombardero que sobreviviera podía causar enormes daños. Por más que la inevitable respuesta de protección se pusiera en marcha, el efecto neto de la nueva arma era apenas disminuido por las defensas antiaéreas. Autonomía disminuida: Inhibiciones y represalias Ya con anterioridad a la existencia de algún peligro de represalias del mismo tipo, las inhibiciones autoimpuestas establecieron límites para el empleo de la bomba de fisión. No es que fuera a destruir al mundo, pero varias de ellas podían devastar una ciudad grande, y la gran magnitud de su potencia destructiva excedía en muchos casos el punto culminante de utilidad militar, independientemente de la reacción que pudiera desencadenar. Tan colosales efectos infligidos aun en enemigos declarados serían políticamente aceptables dentro y fuera del país únicamente en caso que intereses vitales estuvieran en juego. Entonces, aun cuando persistía el monopolio nuclear norteamericano, el excesivo poder destructivo de la bomba de fisión dejó espacio para toda una categoría de guerras posibles, de escasa magnitud; que serían libradas por fuerzas armadas "convencionales". Por supuesto que sucederían en lugares remotos, contra enemigos de segundo orden y con aliados marginales que valieran la pena pero sin bombas atómicas. Así fue que la autonomía estratégica que algunos atribuyeron entusiastamente a las armas nucleares, y que de poco servía contra formas de ataque indirectas y disimuladas, quedó aún más reducida. Pero una disminución todavía mayor de la autonomía estratégica originalmente atribuida a la bomba atómica estaba por producirse. La reacción simétrica provocada por el monopolio norteamericano aun antes de 1945 produjo muy pronto sus primeros frutos, y en 1949 la Unión Soviética había ensayado su primer artefacto de fisión. Pese a que no había ninguna paridad entre ambas fuerzas de bombarderos, una todavía pequeña pero la otra aún embrionaria, el panorama de la disuasión nuclear fue inmediatamente afectado; así como el valor
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actual de la moneda futura sufre un descuento, en la conformación de percepciones queda anticipado el poderío militar futuro. (21) Una vez que se hizo realidad la represalia del mismo tipo, los planificadores de la guerra debieron ser más circunspectos en el uso previsto de las armas nucleares, y los líderes políticos mucho más prudentes en la emisión de amenazas con fines persuasivos. La posibilidad de que las bombas de fisión impongan una acción (compulsión) o una inacción (disuasión) ha quedado siempre limitada por la credibilidad que recibe en el otro bando su uso real, y dicha credibilidad disminuyó apreciablemente desde el momento que pudo anticiparse una respuesta nuclear. Hasta cierto punto, las opiniones sobre el carácter de los dirigentes de la potencia que intenta persuadir deben incorporarse a la evaluación; aquellos considerados especialmente nriJdentes serán menos i_nt.i_mi_rlatorins nue los f. mernrios_ Tejando de lado la especulación sobre los usos políticos de la locura, lo que puede obtenerse mediante la disuasión no será muy afectado por variaciones en la prudencia atribuida a los gobiernos generalmente moderados de los Estados Unidos y la Unión Soviética. En cambio, el campo y los límites de la disuasión con bombas de fisión sería principalmente determinado por las percepciones de la i mportancia de los intereses en juego para el otro bando. Una amenaza idéntica puede parecer muy plausible si trata de evitar un ataque soviético directo contra el territorio norteamericano, pero mucho menos convincente si es para proteger a un aliado marginal de una intervención periférica. Entonces, el "equilibrio de intereses percibidos" se une al equilibrio de capacidades técnicas para definir lo que puede lograrse a través de amenazas nucleares, descartándose cualquier relación simple entre magnitud y calidad de la fuerza disponible y su potencialidad disuasoria. La evaluación soviética de los intereses norteamericanos desde el punto de vista norteamericano, y la evaluación norteamericana de los intereses soviéticos según son vistos desde el Kremlin, son susceptibles de manipulación por uno u otro bando mediante una postura habilidosa, (22) pero dentro de ciertos límites: no toda localidad en peligro puede transformarse en Berlín, y no toda conexión internacional de la Unión Soviética puede elevarse al grado de alianza sacrosanta. No hay duda que algunos intereses de ambas partes podrían ser satisfechos mediante la disuasión con armas de fisión, en otros habría cierta posibilidad, y muchos más quedan totalmente fuera de la cuestión una vez que se tiene en cuenta la factibilidad de represalias. También hizo aparición una categoría diferente de guerras que podrían ser libradas por fuerzas convencionales, reduciéndose aún más la autonomía estratégica anteriormente atribuida al arma nuclear. Es verdad que la posibilidad de que se incremente la espiral de violencia
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y al menos el perdedor recurra al uso de bombas de fisión, virtualmente ha prohibido hostilidades directas aunque fuera en mínima escala entre fuerzas norteamericanas y soviéticas, respecto a intereses considerados secundarios por ambas partes. Por lo tanto, las aventuras expedicionarias, las incursiones y sus réplicas que podrían haber indicado la confrontación de la guerra fría en regiones periféricas, quedaron totalmente excluidas: la posesión previa, confirmada por la presencia física militar, alcanzó mayor importancia que nunca. Sin embargo, lo que resulta cierto para posturas y valores marginales no responde del mismo modo a los intereses realmente vitales para ambas partes, que podrían desencadenar el conflicto a pesar del riesgo del recurso desesperado a las bombas de fisión por el perdedor. Por lo tanto, esos intereses tienen que protegerse mediante la ubicación en el lugar de fuerzas armadas convencionales. El estacionamiento de tropas y aviación norteamericanas en Europa a partir de 1949 y el comportamiento en la guerra de Corea después del 26 de junio de 1950, señalaron la retirada de la disuasión con bombas de fisión, y asimismo la magnitud de su pérdida de autonomía estratégica. El arma excesiva Las bombas atómicas originales fueron grandes, toscas y escasas. La transformación de las capacidades nucleares durante los primeros años de la década de 1950, con el desarrollo de artefactos de fusión que producían cincuenta o cien veces la energía de las primeras bombas, y con la producción masiva de bombas pequeñas, granadas de artillería, cargas de profundidad, minas y cabezas de combate, tuvo efectos contradictorios sobre la autonomía estratégica del arma nuclear, Por una parte, el potencial destructivo de las grandes bombas de fusión, con la respectiva represalia debidamente incluida, excedía completamente cualquier punto culminante de utilidad para la disuasión. Indudablemente, la curva descendía tan abruptamente que era menos lo que podía esperarse de esas bombas que de las de fisión, con apenas una fracción de su energía destructiva. Los intereses que pueden justificar el riesgo de iniciar una guerra que quizá signifique el fin de la civilización son naturalmente más reducidos que aquellos que sancionarían el peligro de las armas de fisión, donde los efectos de 1945 serían reproducidos, si bien con mayor velocidad. La incorporación de armas en cada sector de las fuerzas armadas, por otra parte, disminuyó apreciablemente el significado del desequilibrio no nuclear. Con la presencia de armas nucleares en el inventario de alas aéreas y cuerpos de ejército, de buques de guerra mayores y en cada submarino, se estableció un mecanismo directo para convertir la derrota no nuclear
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inminente en combate nuclear, anulando lo obtenido por el vencedor hasta ese momento. Ambos efectos se pusieron de manifiesto en la experiencia de las potencias nucleares desde el comienzo de la abundancia de armas a mediados de la década de 1950 hasta el presente. La Unión Soviética nunca ha sido capaz de rechazar la intrusión nuclear en el equilibrio de fuerzas terrestres no nucleares, por lo que su constante ventaja no ha logrado un efecto definido. Por otra parte, el intento norteamericano de anular el equilibrio general de poder no nuclear bajo la política de "represalia masiva", fiándose "primariamente en una gran capacidad de represalia instantánea, con medios y en lugares de nuestra propia elección", (23) tampoco tuvo éxito. De haberlo obtenido, la represalia masiva hubiera sido verdaderamente la máxima afirmación posible de la autonomía estratégica de las armas nurl_eáres. Pero nunca se cabrá si los líderes soviéticos podrían haber sido disuadidos por medios nucleares únicamente, ya que esa política no fue implementada: los Estados Unidos redujeron sus fuerzas no nucleares a los mínimos niveles requeridos para asegurar la "gran capacidad de represalia". En cambio, durante varias décadas y a través de ciclos de rearme, una guerra perdida, desarme, inflación y más rearme, el esfuerzo militar no nuclear norteamericano ha tendido en general a incrementarse, al menos en cuanto a lo indicado por su presupuesto, como demostración cabal de la desgastada situación de la disuasión nuclear. Las armas nucleares se hallan totalmente sujetas a la misma lógica de la estrategia aplicable a las demás armas, tal como lo muestra tan claramente la paradójica decadencia de su utilidad militar, causada por su exagerado poder destructivo. Una contienda en que se empleen muchas cabezas de combate grandes de fusión, como ser una de cada diez actualmente existentes en el inventario, serían tan diferente de las guerras anteriores que se justificaría una descripción en sus propios términos. Ni economía de guerra ni poesía épica, ni propaganda bélica ni legislación marcial, ni ninguna otra de las familiares actividades dependientes de la guerra tendrán lugar alguno en la aniquilación resultante. Pero no por ello es aplicable una lógica distinta. La misma lógica que hemos explorado hasta aquí, a través de los niveles técnico, táctico, operacional y de teatro, explica muy bien la autonegación de esa clase de lucha, cuando alcancemos el nivel de la gran estrategia.
III
RESULTADOS: LA GRAN ESTRATEGIA
Introducción
Ahora estamos por fin listos a encontrarnos con la gran estrategia, el nivel supremo de los resultados definitivos. Es también la forma cotidiana de la estrategia, porque el funcionamiento. dinámico de la lógica paradójica continúa aún en ausencia de guerra. La política internacional de tiempo de paz queda asimismo condicionada por la lógica, mientras el uso de la fuerza sea todavía un recurso posible. Al examinar los niveles previos de la estrategia, del técnico al estratégico del teatro, tuvimos a mano etiquetas muy útiles para diferenciar entre las doctrinas normativas promulgadas por una u otra institución militar, el análisis positivo de observadores interesados en tratar de explicar o incluso predecir fenómenos particulares dentro de determinado nivel, y la realidad objetiva de cada nivel, algo así como una tajada de estrategia cuya lógica tiene su efecto condicionante, aunque nadie observe el proceso. Entonces, tenemos una muy simple distinción entre las tácticas o maniobras prescritas en los manuales de cierto ejército o armada, para determinado tipo de fuerza y quizás en un ámbito específico ("tácticas urbanas para blindados"); el análisis de tácticas efectuado para evaluar un arma, explicar un episodio de combate, o discernir las implicaciones de algún acaecimiento institucional o ambiental; y el nivel táctico de la estrategia en sí, según existe en la realidad, se hayan recomendado o no algunas tácticas en particular para la acción a ese nivel. Sería semejante para la trilogía de técnicas aplicadas, el estudio de sus resultados mediante un análisis técnico, y el nivel técnico de la estrategia en sí. Tampoco hubo gran dificultad en diferenciar entre métodos operacionales, como "defensa en profundidad" o "ataque contra fuerzas", el análisis a nivel operacional de acciones tales como la ofensiva de penetración profunda de Patton en Francia, y el nivel operacional en sí, cuya importancia, según descubrimos, era función del contenido de maniobra correlativa. En el nivel siguiente, la necesidad de aclarar impuso algunas distinciones un poco molestas, como "estrategia de teatro de la Alianza", por ejemplo, el análisis a nivel del teatro, y el nivel de estrategia de teatro en sí, dentro del cual el fenómeno militar queda condicionado en el espacio.
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Sin embargo, al máximo nivel de la estrategia carecemos de términos convenientes para diferenciar entre gran estrategia como doctrina declarada por un Estado determinado o que se le imputa ("gran estrategia soviética"); gran estrategia como nivel de análisis, donde examinamos la totalidad de lo ocurrido entre Estados y otros entes participantes en política internacional; y la realidad de la gran estrategia como el nivel concluyente de la estrategia en su conjunto. Por supuesto que sólo esta última posee existencia universal: pocos son los Estados que participan en política internacional y disponen de una gran estrategia propia bien elaborada. Mi propósito, como siempre, es dejar en descubierto la realidad interior de la lógica al nivel de gran estrategia, y de ninguna manera recomendar un curso de acción para los Estados Unidos, ni para ningún otro país.
CAPÍTULO 12
EL CAMPO DE LA GRAN ESTRATEGIA
Si
recordamos la imagen anterior de la estrategia corno una especie de edificio de múltiples niveles, con pisos que se mueven con el flujo y reflujo de acción y reacción, encontraremos que su nivel superior es mucho más espacioso que los inferiores, en tal forma que ninguna arquitectura lo permitiría. Porque al nivel de gran estrategia, las interacciones de los más bajos, los niveles militares, sus sinergismos o contradicciones, producen resultados definitivos dentro del amplio marco de la política internacional, con renovada interacción en las relaciones no militares de los Estados: las formalidades de la diplomacia, la difusión pública de propaganda, las operaciones secretas,* las percepciones de la inteligencia oficial y no oficial, y todas las transacciones económicas de importancia más que puramente privada. Por consiguiente, en este desproporcionado piso superior emerge el resultado neto de lo técnico, táctico, operacional y estratégico de teatro, en continua interacción con todos aquellos tratos entre Estados que son afectados y también afectan lo que se hace o deja de hacer en el aspecto militar, dentro de cada uno de ellos. En una imagen diferente, que capta la naturaleza dinámica del tema, la gran estrategia puede verse como la confluencia de interacciones militares que fluyen hacia arriba y abajo, nivel por nivel -for mando la dimensión vertical de la estrategia-, con las correspondientes relaciones externas que forman la dimensión horizontal de la estrategia a su máximo nivel. En esta imagen, los ríos y riachos de las transacciones internacionales vertirían desde un flujo vertical central, vulnerando las leyes de la hidrodinámica en sus movimientos recípro* Término empleado aquí como denominación genérica para todas las intrusiones hostiles dentro del territorio de otros Estados (excepto ataques militares directos y propaganda abierta), usualmente categorizado por un lado como acción política encubierta, incluyendo los subsidios no declarados, la desinformación y el uso de agentes de penetración y por el otro, como acción paramilitar, que abarca el apoyo de insurgentes locales y toda forma negable de violencia, desde la intimidación individual al combate en gran escala. Como se dijo, la subversión combina ambas clases de operaciones secretas.
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cos, tal como las preparaciones y acciones militares producen efectos en los tratos no militares entre estados, y estos últimos a su vez afectan los aspectos militares. ESTRATEGIA EN LA POLÍTICA INTERNACIONAL Por consiguiente, los límites de la gran estrategia son muy amplios, pero no abarcan todas las relaciones de todos los participantes, dentro del contexto global de la política internacional. Cualesquiera que sean los tratos que pudieran existir entre Suecia y Costa Rica, es difícil que puedan resultar afectados en grado significativo por temores de ataques recíprocos o por expectativas de asistencia militar. Entonces no están condicionados directamente por la lógica de la estrategia, aunque ni la neutralidad autodeclarada de Suecia, ni el desarme autoimpuesto por Costa Rica, los eximen de otras numerosas relaciones estratégicas con enemigos y aliados potenciales, y que se intersectan en algún punto. Sin embargo, tales conexiones indirectas raramente afectarán las relaciones bilaterales entre ambos países. Así es que la gran estrategia existe dentro de la política internacional, pero no coincide con sus límites. Al respecto, debemos tener en cuenta que unaformade establecer algún índice normativo de progreso dentro de la sociedad de naciones consiste en examinarla cantidad de relaciones que poseen cierta significación estratégica., Seguramente que la gran estrategia también existe fuera de la política internacional,ya que comprende el máximo nivel de interacción entre cualesquiera de las partes que sean capaces de usar la fuerza en forma recíproca, sin sujetarse a normas. La misma lógica paradójica se manifiesta asimismo al nivel de gran estrategia en el marco interior de cada país y siempre que el monopolio.d e Iaierza por parte del Estado sea incompleto, ya sea en sierra civil o en acciones ilegales. En * Como muchas reyertas interregionaleshan quedado suprimidas porla aparición de unas pocas confrontaciones mayores, en el orden transregional, podría servir de consuelo alguna mejoría estadística, si no se considera el concurrente peligro de catástrofe nuclear. Establecemos la condición de miembros de las Naciones Unidas para determinar en forma aproximada el número de Estados existentes, descartando a numerosos actores capaces de emplearla fuerza pero que no son Estados territorial mente constituidos; la combinación indica que habría más de veinte mil relaciones bilaterales entre Estados, de las cuales no más de unos pocos cientos tienen contenido estratégico que pueda percibirse. Dentro de Europa existían muchas disputas históricas, como entre Francia ,y Alemania, que han caído en la obsolescencia ante el impacto predominante de la confrontación este-oeste; lo mismo ha sucedido en el sudeste de Asia, y hasta en el conflictivo Medio Oriente la confrontación árabe-israelí, y posteriormente la guerra entre Irán e Iraq, han contribuido a suprimir muchas más reyertas existentes entre los mismos árabes.
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realidad, hasta se podría identificar el nivel de gran estrategia en una riña cuchillera entre dos criminales, en un callejón: sus gritos y gruñidos serían una forma mezclada de diplomacia y propaganda; uno o el otro podrían tratar de emplear alicientes económicos, ofreciendo dinero al rival para parar la pelea; algo de inteligencia y de engaño estarán presentes cuando se observan e intentan confundirse mediante fintas. Y podemos reconocer en el combate un nivel diferente por encima de lo táctico, constituido por sus recíprocas arremetidas y paradas, o de lo técnico, definido por la calidad (le sus cuchillos. Hasta los mismos protagonistas admiten distinciones entre niveles, desde el momento en que suplican, amenazan y negocian en plena pelea. Así es como la gran estrategia puede hallarse aun a escala mínima, siempre que los individuos actúen como Estados independientes, al menos hasta que arribe la policía. Pero si la lógica que funciona allí es la misma que en el marco de la política internacional, el fenómeno que se condiciona es muy diferente, no sólo por lo trivial de la escala sino porque se refiere a actos y reflexiones individuales. Entonces se halla ausente todo el aspecto político e in stitucional que caracteriza la conducta de los Estados, y de ese modo falta la permanente contradicción entre situaciones políticas de lógica lineal y la lógica paradójica que rige en las regiones conflictivas externas. Mi investigación quedará confinada al trato entre sí de los Estados, pero no porque la estrategia encuentre allí su sitial natural, sino precisamente por la razón opuesta: solamente los Estados regidos por reyes-estrategas podrían imitar la conducta espontáneamente estratégica de dos cuchilleros enfrentándose en un callejón, para quienes la acción paradójica de engañar y aventajar surge con total naturalidad. Ya sea que lo imaginemos en términos estáticos, como un edificio con forma extraña de mesa velador, o en términos dinámicos como una especie de fuente complicada, la gran estrategia es el nivel concluyente, donde todo lo que ocurre en las dimensiones vertical y horizontal se reúne finalmente para adquirir un significado definitivo. Logros brillantes al nivel técnico, táctico, operacional o estratégico de teatro, o para el caso tropiezos diplomáticos, pueden trasladarse directamente para quizá tener un efecto totalmente opuesto, o incluso permanecer sin consecuencias en la confluencia de la gran estrategia. OBJETIVOS LINEALES EN UN MEDIO PARADÓJICO Desde ya que los resultados de la gran estrategia serán considerados benéficos o perniciosos según la interpretación subjetiva de cada uno: el modo de observar las con secuencias depende de los objetivos que
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se persiguen, y hayan sido establecidos por tradición, antojo dictatorial, preferencia de burócratas o elección democrática, la lógica de la estrategia nada tiene que opinar sobre ello. Al nivel de la gran estrategia, algunos gobiernos buscan principalmente ejercer poder sobre otros Estados o la expansión territorial; otros se conforman con el poder y la influencia externa con que ya cuentan, y dedican sus mayores esfuerzos a propósitos internos, especialmente el incremento de la prosperidad; hay quienes actúan en la escena mundial primariamente para reclamar ayuda económica, y miden sus logros con rara precisión, mientras que otros ven colmadas sus expectativas si pueden simplemente vivir tranquilos; por último, existen quienes piden que se les ayude justamente para que los dejen tranquilos los Estados que temen. Cada uno posee sus propias metas, a veces implícitas, y por consiguiente se buscan resultados diferentes; por ejemplo, una misma consecuencia tal como la preservación de un statu quo invariable puede ser considerada como gran triunfo por un gobierno, y fracaso tremendo por algún otro. Lo que resulta verídico sobre el fracaso y el éxito dentro del alcance de algunas cuestiones simples, también lo es respecto a los demás objetivos que se deciden internamente antes de ser lanzados al conflic tivo medio de la estrategia. Es bastante obvio que los "intereses nacionales" sean definidos subjetivamente en un proceso político en el cual nada tiene que ver la lógica de la estrategia; cuando los partidos políticos rivales persiguen la aprobación de sus propios objetivos por la ciudadanía, presentándolos como intereses nacionales, normalmente lo hacen en términos de sentido común y lógica lineal, donde lo bueno es bueno, lo malo es malo, y un gran beneficio es méjoi - que el pequeño. También la "seguridad nacional" debe definirse dentro de la lógica lineal de la política interna, donde más es más y menos es menos. No es necesario citar infinitos ejemplos que demuestren las consecuencias de esta absoluta contradicción. Si la historia es en gran parte el registro de las tonterías de la humanidad, entonces la línea divisoria entre ambas clases de lógica ha motivado muchas de ellas (como algún líder político exitoso en cuestiones internas habrá descubierto al intentar aplicar su talento en asuntos exteriores, y algún héroe de la guerra o la diplomacia lo habrá aprendido al asumir el gobierno de su país). En algunos asuntos específicos, la repetición sucesiva de un mismo y trágico error a través de los siglos, ha dejado la impresión de que es discutible la proyección de objetivos lógicos lineales en la escena del conflicto. Si x divisiones de ejército o y misiles se creen necesarios para la seguridad nacional, es posible que ahora no se dé por sentado que el doble sería mejor si no fuera por su costo. Por lo menos hay que sospechar que la formación de divisiones adicionales o la construcción de más acorazados podrían provocar reacciones adversas, ya sean
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competitivas o peor aún preventivas, que pueden significar que más divisiones o acorazados sean menos deseables que pocos. Resulta sumamente irónico que tal esclarecimiento haya surgido por vía de la simple y mecánica noción de que las "carreras armamentistas" son autopropulsadas, estrechamente interactivas y sin un propósito válido en cada uno de sus pasos, como sugiere la imagen de "dos monos en una rueda". El antagonismo de ambiciones políticas que es la verdadera causa de competición en todas las categorías del armamento, así como en muchas otras cosas, queda entonces ignorado, como es el caso de la innovación: el mono al que otro corre tiene buenas razones para seguir adelante, esté o no en una rueda, porque nunca existe una escalera salvadora mientras persista la confrontación política. Una categoría de excepciones más obvias al irreflexivo traslado de la lógica lineal a través de la línea divisoria resulta evidente para cualquier viajero por tierras que hayan sido muy disputadas en algún tiempo. Alrededor del Mediterráneo, innumerables villorrios parecen colgados de las laderas; ahora resultan pintorescos, y son fácilmente alcanzados en auto o tractor, pero durante siglos estuvieron muy incómodamente alejados de campos de labranza y rutas en los valles de allá abajo. Las ruinas de establecimientos en las tierras bajas que se remontan a períodos muy diferentes, muestran que a través de amargas experiencias fue que los sobrevivientes aprendieron que un buen sitio es malo y un mal sitio es bueno, cuando surge el conflicto. En las épocas seguras de los romanos, el uso del mero sentido común había favorecido la conveniente ubicación en los valles. En épocas recientes, cuando la guerra no suele respetar las tierras altas, el valle puede nuevamente ser elegido por su conveniencia. Mas durante los siglos transcurridos entre ambos períodos, los habitantes de las colinas estuvieron constantemente expuestos a la fatal tentación de establecerse en tierras bajas, donde el agotador ascenso no se agregaría al término de la jornada de labor; que algunas veces cedieron, lo demuestran ruinas todavía visibles. Las cosas no son diferentes para aquellas naciones incómodamente atrapadas por conflictos, divididas por intereses comunes que no son mutuos, usualmente en perfecto acuerdo sobre la bondad de la paz y la maldad de la guerra, sobre los indeseables costos del armamento y los beneficios del desarme, y de todos modos impedidas de actuar siguiendo conclusiones tan sensatas por la verosímil expectativa de que la búsqueda unilateral de paz y desarme serviría de poderoso incentivo para el esfuerzo adversario que quiere superar sus defensas; así es sin duda, y por la plena fuerza de la lógica paradójica. Pero si tal es la norma entre los sobrevivientes, no constituye una regla universal. Con frecuencia se trata de proyectar la lógica lineal a través de la línea divisoria, intentando soluciones cooperativas muy
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atinadas cuyos méritos parecen exasperantemente evidentes a quienes las proponen. Si queremos la paz, ¿por qué simplemente no hacerla? Si estamos de acuerdo en que las armas son caras y peligrosas, ¿por qué simplemente no desarmarse? Y si existe un conflicto de intereses i mportantes, ¿por qué no resolverlo mediante procedimientos legales de arbitraje y negociación que a diario se aplican en la esfera interna? La persistencia con que son propuestas esas soluciones cooperativas no resulta sorprendente, porque el concepto de que la misma prosecución de la paz y el desarme conduce lógicamente a sus opuestos suena grotesco desde la perspectiva de la lógica lineal. Pero por supuesto, no es un error intelectual lo que induce a intentar el descenso hacia ese valle confortable, sino más bien la aguda tentación de escapar de la lógica paradójica, donde la mera inactividad queda prohibida por la evidente necesidad de afrontar el peligro, mientras que la acción siempre tiene un costo, y puede con facilidad hacerse contraproducente. Los anales de la diplomacia moderna están colmados de intentos por desarrollar soluciones sensatas y disminuir la hostilidad mediante demostraciones de buena voluntad, como si las expresiones negativas no fueran un mero síntoma del conflicto causado por algún i mportante antagonismo de propósitos. Recién cuando las causas del conflicto se han eliminado puede resultar productiva la diplomacia cooperativa, además de los gestos de buena voluntad. Fiel a esta tesitura, la diplomacia franco-germana posterior a 1945 ha tenido éxito al promover iniciativas conjuntas en variados campos, las numerosas reuniones en la cumbre, visitas de Estado con participación popular, intercambios juveniles y otras medidas similares que contribuyeron a disipar la ya anticuada hostilidad. Pero fue solamente la supresión del viejo conflicto, ante la aparición del nuevo y más generalizado del este contra el oeste, lo que aseguró el éxito de la diplomacia franco-germana y de todos los gestos de buena voluntad, al trasladarse la relación entera a través de la línea divisoria, hacia donde lo bueno es siempre bueno, lo malo es malo, y los intereses comunes pueden también ser mutuos. Cuando idénticos procedimientos fueron intentados antes de la Segunda Guerra Mundial, por una persistente diplomacia formal, reuniones en la cumbre (fue memorable en Munich), negociaciones de control de armamentos, y enorme despliegue de gestos de buena voluntad, incluyendo reuniones amistosas de veteranos dulas trincheras, el único efecto de otear el valle de las tentaciones fue aumentar la sensación de incomodidad ante las precauciones bélicas. Gracias a este famoso fracaso del arte del estadista, y al paralelismo anglo-germano que desacreditaría la antigua y honrosa práctica del apaciguamiento,* una corriente de mucha influencia se opuso a la proclividad a proyectar soluciones de lógica lineal dentro del dominio
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del conflicto. Las negociaciones para control de armamentos en los años entre arabas guerras, las reuniones cumbre, los gestos de buena voluntad, e incluso el mismo proceso de comunicación diplomática, fueron todos considerados procedimientos perniciosos ante una guerra que nada hicieron por evitar, presuntamente por la intensidad del efecto soporífero. En consecuencia, muchos años después de la Segunda Guerra Mundial, cuando se dedicaba al antagonismo de propósitos con la Unión Soviética, la diplomacia de las potencias occidentales fue conducida por exagerada circunspección, siempre recordando la "lección de Munich". Es posible argüir que en ese proceso quizá se perdieron valiosas oportunidades de arreglo mutuo, al menos durante la época de Krusche£ Pero se ha dicho correctamente que la historia no enseña nada, excepto que no enseña nada; por supuesto, los sucesivos líderes soviéticos no tuvieron la belicosidad de Hitler, y el programa para la consecución de sus propias ambiciones estaba ciertamente desprovisto de la urgencia de ese personaje. (1) En realidad, la diplomacia sirve para múltiples propósitos en toda situación de conflicto, y puede ser especialmente benéfica en medio de unaguerra, aunque no necesariamente logre sufinalización. El entrevero de hostilidades con negociaciones directas en los conflictos de Corea y Vietnam significó el retorno a los procedimientos clásicos. Más bien fue atípica la ausencia de diplomacia directa durante ambas guerras mundiales. Al menos en el caso de la Primera Guerra Mundial, la renuncia al uso de la diplomacia fue en general considerada retrospectivamente como una concesión de la elite al sentimiento popular (inflamado desde un comienzo por la propaganda dispuesta por la misma elite) y una demostración de la particular crueldad de la guerra "democrática". EL CASO DEL CONTROL, DE ARMAMENTOS Si queda confinada a asuntos limitados y bien definidos, una diplomacia totalmente cooperativa, con lógica lineal, puede coexistir con conflictos irresolutos y prolongados sobre intereses mayores. Esa diplomacia puede servir a una o más de las partes para obtener algunas ventajas, aunque más no sea de propaganda, mediante la canalización de la continuada rivalidad fuera de senderos que serían indeseables * Un término de suficiente utilidad como para que valga la pena rescatarlo de las connotaciones peyorativas derivadas del fiasco de Munich. El apaciguamiento implica que las causas del conflicto pueden ser identificadas y removidas mediante el bisturí diplomático, en mutua cooperación; pero es un procedimiento imposible cuando la causa principal del conflicto es inherente al carácter de la otra parte.
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para todos. En conflictos territoriales, la mejor expresión de tal cooperación ha sido la aceptación recíproca de los Estados tapones, que son dejados en paz por ambos bandos, aunque uno y otro continúan tratando de expandirse a expensas del contrincante por dondequiera. En el contexto del conflicto soviético-norteamericano (una luchabélica, pero sin guerra), que es principalmente de índole no territorial, el Tratado de Estados de 1955 que transformó a Austria en un estado tapón constituye un ejemplo de diplomacia cooperativa, no tan típico como el tratado de prohibición de ensayos atmosféricos de 1962. Las energías comprometidas en la competencia nuclear, que es una manifestación de la pugna, y además el más importante sustituto de la guerra no se redujeron, pero la canalización acordada de erradicar los esfuerzos competitivos de la atmósfera ha beneficiado a ambas partes .y también al resto del mundo. El error oculto a la vera de ese éxito consiste en mal interpretar la distracción de energías conflictivas como solución parcial del mismo conflicto, sugiriéndose en consecuencia que una progresión hacia otros tratados podría significar el fin del conflicto. Así es como a menudo se interpretan equivocadamente las negociaciones sobre control de armamentos como forma de resolver el antagonismo, mientras que en realidad sólo afectan a uno de sus síntomas, la rivalidad militar resultante. Por otra parte, puede argüirse que el mismo proceso de negociación quizá posea efecto tranquilizante. Como el control de armamentos no restringe el impulso competitivo, sino que meramente lo distrae, las consecuencias de un acuerdo limitativo dependen de que aquellos aspectos particulares de las armas que resultan efectivamente restringidos, y de las nuevas armas a que se dedicarán los recursos para su desarrollo. Como las primeras son ya conocidas y no así estas últimas, la prosecución del control de armas se convierte en un juego de apuestas para cada participante, aunque favorece sistemáticamente al bando mejor colocado para innovar (generalmente los Estados Unidos, en el caso soviético-norteamericano). El desarrollo acelerado de nuevos armamentos provocado por las prohibiciones acordadas sobre los anteriores, periódicamente generará nuevas tensiones en la relación conflictiva, especialmente cuando aparezcan detalles novedosos que perturben los patrones establecidos de interacción entre ambas fuerzas. Tales "golpes de innovación" también podrían ser previstos al evaluarse el efecto tranquilizante de las negociaciones para control de armamentos. La prosecución de ese control queda condicionada por la lógica paradójica, si es que realmente se negocian acuerdos efectivos que de algún modo limitan la competición. (Los acuerdos meramente cosméticos no son un fenómeno sustancial en sentido estratégico, y por lo tanto escapan de dicho condicionamiento.) Específicamente, como
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ocurre con cualquier otra actividad en el reino de la estrategia, todo control de armamentos proseguido con firmeza, en su momento debe hacerse contraproducente después de llegar a un punto culminante, en este caso alcanzado luego de cierto cúmulo de acuerdos limitativos. Es el mecanismo de "verificación" -los procedimientos y artefactos usados para garantizar el cumplimiento de las restricciones negociadas- el vehículo (no la causa) de la autoaniquilación del control de armamentos. Dependiendo de observación satelital, rastreo de radar, inteligencia de comunicaciones y cosas similares, la verificación es el sine qua non del control de armamento: lo que no puede verificarse no puede limitarse; ni todas las armas son fijas y visibles para detectarlas y contarlas con seguridad, ni todas las formas de performance tienen tanta transparencia como para evaluarse. Si toda arma existente cuyas cantidades .y características son verificables resultara restringida por un acuerdo mutuo, las energías dedicadas al desarrollo y los recursos productivos serían dirigidos hacia la adquisición de nuevos armamentos que aún estuvieran fuera de control, algunos de ellos fijos como para ser contados y cuya performance pueda ser evaluada con sensores remotos; para otros no será tan sencillo. Si las nuevas armas verificables resultaran a su vez limitadas, se dedicaría mayor esfuerzo hacia otras más nuevas, algunas de ellas verificables, otras no. Finalmente, al continuar el proceso y cuando toda arma verificable esté debidamente sujeta a limitaciones efectivas, los recursos de producción y desarrollo se habrán encaminado de todos modos hacia la adquisición de armas que por una u otra razón no puedan ser verificadas ni por consiguiente sujetas a limitaciones. En ese punto, la competencia por los armamentos continuaría su marcha. Pero el control se hubiera terminado, aniquilado por su propio éxito, tal como el arma antitanque perfecta que causaría la desaparición del tanque de los campos de batalla, o el ejército que avanza tanto que marcha hacia su propia destrucción. Que la diplomacia del control de armamentos pueda a lo sumo lograr sólo restricciones específicas sobre armas particulares, no invalida su prosecución, porque ese es precisamente su propósito declarado. Cier tamente, el proceso en sí no puede ser acusado por la propen sión crónica a mal interpretarlo como un dispositivo para la resolución de la hostilidad fundamental, ni como preludio del desarme. Pero no hay error más natural para la política interna de los países de gobiernos consensuales y prósperos, donde la reconciliación de intereses conflictivos es el objetivo cotidiano de la política. Las tensiones entre metas de origen interno que responden al pensamiento lineal y los aspectos conflictivos de la política internacional no es una condición universal. Aquellos gobiernos que se guían para el ejercicio interno de su autoridad por métodos semejantes a los bélicos, son mucho menos propensos a seguir metas lineales dentro de
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la escena internacional. Sus líderes no necesitan tener una gran comprensión intelectual de la lógica paradójica;* sin duda, puede tratarse de hombres rudimentarios que no piensen en esos términos. Pero el uso habitual del secreto, el engaño, la intimidación y la violencia para el control interno, les engendra cierta educación estratégica, ya que la sucesión de éxitos y fracasos sugiere los contornos de esa lógica. Así como la política interna consensual inspira un enfoque de lógica lineal en política exterior, la política interna de control rígido prepara a sus autores para la lógica del conflicto externo. No indica ello una predisposición particular para la conducta agresiva. Simplemente, porque no existe conexión entre el estilo político interno y la propensión a recurrir a la guerra por propia decisión. Tal como lo demuestra el registro histórico, las dictaduras pueden ser impecablemente pacíficas y las democracias cruelmente agresivas. Era Gran Bretaña cada vez más democrática durante el siglo XIX, pero cada vez más agresiva para subyugar las extensas regiones australes de Asia y África; asimismo, su principal rival en la expansión imperial era Francia, especialmente con posterioridad al advenimiento del gobierno democrático en 1871. Tampoco es válido invocar al espíritu de la época para explicarlo: los electorados de ambos países aprobaban con entusiasmo el uso de la fuerza en ultramar cada vez que surgía oportunidad. Por consiguiente, no existe la asimetría de intenciones, pero puede haberla en cuanto a efectividad. Sus consecuencias se ponen de manifiesto en la pugna de los países que buscan la. prosperidad, con gobiernos consensuales, para contener a gobiernos que propenden al aumento del poder y deciden aplicar hacia afuera lo que practican rutinariamente en casa. Los primeros fomentan el mayor ingenio en la producción, y prevalecen fácilmente en cuanto al progreso científico; pero en el uso del secreto, el engaño, la intimidación y la violencia, naturalmente son los gobiernos poseedores de mayor práctica quienes demuestran mayor habilidad. La lucha puede anular diferencias, y en la Segunda Guerra Mundial las democracias anglo-norteamericanas fueron muy superiores, precisamente en el empleo del secreto y del engaño, hasta el punto de que alemanes y japoneses parecieron casi ingenuos, en visión retrospectiva. Pese a todo, para afrontar los aspectos conflictivos de la política internacional en tiempos de paz, las actitudes de lógica lineal son una fuente innegable de debilidad, que puede pesar gravemente en el equilibrio del poder. * Si bien la dialéctica hegeliana contenida en la doctrina marxista favorece el enfoque estratégico. Existe una obvia semejanza entre esa dialéctica y la lógica paradójica que aquí se propone.
CAPÍTULO 13
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No i mporta cómo se los interprete, ya sea a la luz de metas inapropiadas de lógica lineal o las correspondientes al conflicto, los resultados que emergen al nivel de gran estrategia son sólo "definitivos" en el sentido de que marcan el cumplimiento del proceso interactivo en ambas dimensiones, vertical yhorizontal, cuando ya todas las otras transacciones exteriores han provocado sus efectos particulares en los niveles militares. Como la lógica dinámica de la estrategia no tiene fin, al menos para quienes sobreviven a sus procesos, todas las conclusiones -incluso la victoria y la derrota certificadas mediante tratados formales- son solamente resultados transitorios destinados a modificarse por las reacciones que inmediatamente ellos mismos originan. De acuerdo con esto, los resultados normales manifestados al nivel de gran estrategia, aquellos de la "sua Sión armada" en oposición al combate, no pierden importancia por la ausencia de choques armados: sin duda, la suasión armada es nada menos que el poder, o más bien esa porción del poder de los Estados que deriva de su fuerza militar. A pesar de que este neologismo fue introducido por primera vez juntamente con el impacto novedoso de las armas nucleares en la política mundial, la suasión armada es tan vieja como la violencia misma; no existe capacidad de violencia que no provoque alguna reacción en aquellos que esperan que se use en su beneficio, ni tampoco de quienes temen el empleo en su contra. Ya vimos la necesidad de utilizar el nuevo término para superar la propensión política y cultural que tanto destaca una sola de sus formas, ocultando el fenómeno general: la suasión armáda es a la "disuasión" como el poder en general es al poder defensivo. Una vez introducido el concepto general, ahora puedo volver al lenguaje llano para describir sus diversas formas; comencemos diciendo que la disuasión es la forma negativa del poder, mientras que la persuasión es su forma positiva, y ambas se manifiestan cuando los adversarios se sienten compelidos a actuar por obligación, y los amigos alentados a persistir en la amistad por expectativas de ayuda militar en época de necesidad.
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Entonces, tanto adversarios como amigos pueden ser persuadidos, pero solamente los adversarios disuadidos, y siempre por su propio accionar: la suasión no se halla en la existencia del poder armado, sino más bien en la respuesta de los demás ante ese poder, en el resultado de sus decisiones, conformado por sus cálculos y emociones; esas decisiones reflejan su perce )ción del mundo, incluso su propia opinión ante el poder armado que se despliega ante elles, su previsión sobre la posibilidad y circunstancias del combate, y su estimación de las ganas de emplearlo, a favor o en contra. La descripción que se hace de una fuerza como disuasiva (o presumiblemente "compulsiva"), implicaría que la acción de disuadir queda satisfecha por su mera existencia; encierra una confusión entre sujeto y objeto que puede conducir a peligrosas confusiones. El presunto disuasivo es el objeto pasivo, y quien se supone que ha de ser influido es el sujeto consciente y_activo, que puede decidir si quiere o no ser disuadido. (1) La percepción de poderío militar real o virtual puede originar la suasión. Según la duración que se prevé para cualquier guerra posible, la capacidad económica y demográfica de cada nación que se considera disponible para movilizarse, puede inducir a una suasión anticipada equivalente, inferior o quizá ninguna. Por ejemplo, la extendida creencia de la década de 1950 en cuanto a que una guerra soviético-norteamericana sería nuclear desde el principio y sumamente breve, tuvo el efecto de socavar la suasión que los Estados Unidos hubieran podido ejercer gracias a su enorme superioridad en capacidad de movilización industrial. Desde entonces ocurrieron hechos doblemente irónicos, porque la política militar soviética ha incrementado la preparación para una guerra prolongada y no nuclear,* y la capacidad de movilización norteamericana ha sido ratificada en una época en que se halla en erosión acelerada. En el combate, la fuerza es una realidad objetiva en acción, cuya única medición válida y sin ambigüedad se halla en los resultados obtenidos. Sin embargo, con la suasión armada solamente existe la estimación subjetiva de cierto potencial de combate para los ojos ajenos, tanto amigos como enemigos. La exactitud de tales estimaciones no pasa a ser simplemente incierta sino verdaderamente indeterminada, porque el potencial únicamente puede medirse ante la realidad de la guerra, que quizá nunca ocurra, y en caso de que sí suceda su resultado recibirá la influencia de todos los factores imprevistos de tiempo, espacio y circunstancias. Desde ya que suele haber casos extremos en los cuales las incertidumbres y las indeterminaciones * Como lo revela la cambiante estructura del ejército soviético, especialmente en la restauración de formaciones de artillería de escalón superior para tratar de proveer potencia de fuego costosa pero no nuclear. Ver Apéndice 2.
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pierden importancia ante una abrumadora superioridad materia}; tal como si estallara una guerra nuclear entre la Unión Soviética y Albania (no nuclear), o una guerra naval entre los Estados Unidos y el mediterráneo Nepal. Pero los anales de la historia militar muestran irrefutablemente que en cuanto se contemplan casos menos exagerados, que no sean totalmente absurdos, comienzan a aparecer incertidumbres e indeterminaciones, mucho antes de lo que cualquier lectura razonable de las evidencias previas al combate haría suponer. Entonces ocurriría que si el resultado del combate fuera menos incierto, habría mucho menos combate y muchos más arreglos para evitar esa comprobación. (2) No hay forma de eludir la indeterminación esencial de la contienda, pero se han hecho grandes esfuerzos para reducir la incertidumbre. Se cuentan minuciosamente las cantidades de hombres, armas y pertrechos. y se trabaja intensamente para evaluar la calidad de los armamentos y sus elementos de apoyo. Pero todavía permanece gran parte dentro de lo c+Iesconocido, los factores intangibles como organización, moral, cohesión y conducción qué pesan mucho más que los materiales, y sólo pueden conjeturarse; tampoco se garantiza mucho mayor precisión en la evaluación de la aptitud de tácticas, métodos operacionales y estrategias de teatro en la escena del combate que se imagina, si se consideran los factores materiales y los intangibles. DIPLOMACIA, PROPAGANDA Y ENGAÑO A falta de alguna medición objetiva para el poderío militar que no llega a ser utilizado, la estrategia sin la guerra es una especie de comercio realizado con tantas monedas corno partes interesadas existen. Inevitablemente, diferentes valores-algunos muy divergentes-son asignados a unas mismas fuerzas militares, ,y cumplen importante función la diplomacia y la propaganda precisamente al manipular esas evaluaciones subjetivas. En raras oportunidades, tienen como objetivo devaluar las fuerzas próximas a ser empleadas, para poder lanzarlas con poderío inesperado, (3) pero más a menudo se trata de provocar tanta suasión como sea posible. Esto explica por qué un gobierno invariablemente sigiloso como la Unión Soviética desde hace tiempo ha decidido montar lucidos despliegues públicos y desfiles en la Plaza Roja a los que son invitados los agregados militares de las potencias occidentales y se autorizan las fotografías -para observar flamantes aviones, tanques, cañones y misiles-, en un país donde normalmente está prohibido tomar imágenes hasta de estaciones de ferrocarril. Si el secreto puede frustrar la posibilidad de provocar suasión, y en cambio una advertencia adecuada sirve para garantirla en su, justa medida, mucho más puede obtenerse si se recurre a maquinaciones.
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Así fue que durante la década de 19301a diplomacia de la Italia de Mussolini resultó considerablemente acrecentada por su postura de indeclinable belicosidad y por un milagro del poder militar: un ejército de "ocho millones de bayonetas", cuyos desfiles conformaron vistosos espectáculos de bersaglieri a la carrera y rugientes columnas motorizadas; una fuerza aérea sumamente respetada, en parte por sus extraordinarios vuelos al Polo Norte y América del Sur; y una armada que pudo incorporar varios buques impresionantes, porque era mínimo el presupuesto que se derrochaba en pruebas de tiro y navegación. Por medio de una política militar en que la manipulación escenográfica predominaba sobre las sórdidas necesidades de la preparación bélica, (4) Mussolini sacrificó su verdadero potencial en beneficio de imágenes enormemente exageradas de su escasa fuerza, pero los resultados de la suasión provocada fueron muy reales: Gran Bretaña y Francia fueron exitosamente disuadidas de interferir con la conquista italiana de Etiopía, con su intervención en España y en el sometimiento de Albania; y nadie osó oponerse a la demanda para que Italia fuera aceptada como Gran Potencia cuyas intereses debían ajustarse alguna vez en forma concreta (como las licencias obtenidas por bancos italianos en Bulgaria, Hungría, Rumania y Yugoslavia). Sólo la decisión de último minuto de Mussolini de entrar en la guerra en junio de 1940 -cuando su habitual prudencia fue superada por la irresistible tentación de compartir el botín del colapso francés- terminó con varios años de exitoso engaño (y autoengaño). Lo que hizo Mussolini, y muchos otros antes que él, fue también repetida desde entonces, siendo el egipcio Nasser su más cercano imitador, y Kruschef un profesional más exitoso durante los años de la brecha misilística. Según sabemos ahora, el presunto gran poderío soviético entre 1955 y 1962, en primer término en bombarderos, y luego en "cohetes atómicos" consistió en unos pocos aviones, y posteriormente apenas un puñado de misiles enormes e ineficientes que difícilmente podían apuntarse; pero con un discurso cuidadosamente orquestado, y la imagen espectacular de la exploración pionera del espacio, que fue también manipulada para amplificar algunos logros muy reales. (5) Mas así son las cosas de la suasión armada: cuando no se manifiesta la verdad objetiva mediante la acción, sino a través de una multitud de impresiones a partir de las cuales hay que deducirla según se pueda, el margen de error es muy grande, y también el engaño. VOLUNTAD NACIONAL Como el poder militar no sirve para disuadir ni persuadir, salvo que se vislumbre la posibilidad de su empleo, el gran sujeto de la especu-
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lación metapolítica, la "voluntad" de líderes y naciones, queda reducida a simple problema matemático en el fenómeno de la suasión: además de muchas otras consecuencias, el efecto que las fuerzas armadas inducen en otros depende del poderío percibido multiplicado por la voluntad percibida de su utilización; si se carece de esa voluntad, ni siquiera las fuerzas más poderosas cuya capacidad sea totalmente reconocida podrán disuadir o persuadir de manera alguna. El significado de este asunto para naciones que se presentan como pacifistas a ultranza hacia el mundo exterior, es muy claro: poco esperan obtener por vía de la suasión de sus propias fuerzas. Suecia, por ejemplo, pese a ser una potencia militar considerable desde el punto de vista europeo, no ha sido capaz de disuadir a los submarinos soviéticos que violaron sus aguas territoriales en años recientes. Al menos desde la estrecha óptica de la suasión, una política demostrativa pacifista puede resultar demasiado exitosa. Pero son muy pocos los países satisfechos de desplegar una susceptible belicosidad para maximizar su potencial para la suasión a expensas de sus demás prioridades. El resto, la vasta mayoría de países que no desean la paz a cualquier costo ni la guerra ante la primera ocasión favorable, se enfrentan con uno de los típicos dilemas de la estrategia, la otra cara de la moneda paradójica; para proteger sus intereses sin recurrir al empleo efectivo de la fuerza, deben mantener cierta reputación violenta, si es que pretenden persuadir o disuadir mediante el poder de las armas; pero ésta no es la clase de reputación que les gusta exhibir a aquellos más cuidadosos en evitar la guerra, ni a quienes están en condiciones de sostenerla. Con cierta frecuencia, los imperativos políticos internos y las urgencias derivadas de sentimientos reñidos con lo estratégico e imágenes de sí mismo socavan profundamente el potencial suasorio, pero no necesariamente sin efectos concretos. En su forma usual, el dilema presenta dos caras como Jano; se proclama por un lado absoluta dedicación a la paz, descartándose totalmente la agresión, y por el otro se demuestra una gran capacidad de respuesta en caso de ser atacado. Esta simple fórmula resulta válida para países que sólo tienen que protegerse a sí mismos, pero no tanto para las grandes potencias, que precisamente lo son porque también protegen a otros. En cambio, son presas del dilema y deben mantener una postura declaratoria perfectamente ajustada para garantizar un delicado equilibrio entre una tranquilizadora actitud pacífica, y otra que precisamente tranquiliza porque no es completamente pacífica. En las alianzas multilaterales, este esfuerzo para evitar la necesidad de aplicar la fuerza merced a los resultados de la suasión se halla en crisis perpetua, con algunos aliados marginales contemplando la separación porque les espanta la belicosidad excesiva, mientras otros se encuentran en idéntica situación por razones exactamente opuestas.
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En última instancia, según la paradoja habitual, aquellos considerados con mayor deseo de emplear la fuerza soti quienes tendrían menor probabilidad de utilizarla; indudablemente, allí reside el secreto de los imperios militares, cuyas muy extendidas intrusiones sobre otras naciones podían únicamente tener como consecuencia una guerra endémica en todos los frentes; de no haber sido por el ahínco con que sus deseos resultaron satisfechos sin lucha. Son bastante raros los intentos francos para inducir a la suasión positiva o negativa, mediante demandas declaradas y expresos rechazos a tolerar esto o aquello, porque la suasión latente es el fenómeno generalizado. En verdad, la suasión que produce silenciosamente la percibida existencia del poder armado es el principal resguardo del orden mundial, justamente del mismo modo que en última instancia la existencia de tribunales y policías protege la propiedad privada. Ese efecto continuo y tan discreto no es sólo indirecto, sino que además puede ser inconsciente. Las fuerzas armadas son usualmente mantenidas para preservar la continuidad institucional ante una posible contienda futura, para la represión interna, y hasta con fines tradicionales,°pero muy raramente con el propósito deliberado de suasión. (6) LA LÓGICA PARADÓJICA EN LA SUASIÓN Sea o no intención consciente, la suasión armada funciona si hay países que ven al poder militar de otros como tranquilizante y se persuaden a sí mi smos de corresponderles en alguna forma, o si existen adversarios que lo consideran una amenaza y por lo tanto son disuadidos de cometer algún acto hostil. Como fenómeno conflictivo --cuya existencia deriva enteramente de la posibilidad de guerra, aunque sea mínima-, la suasión armada está condicionada por la lógica paradójica, y tan pronto como aparece en mentes y obras ajenas, queda desplazada la lógica lineal. Así como las acciones bélicas conducen a reacciones que inician la secuencia lógica particular de la estrategia, también la suasión armada produce además de las respuestas deseadas, algunas reacciones desconcertantes, y para nada interesa si la suasión es inducida espontáneamente por un reflejo imaginario del poderío militar destinado a otros propósitos. Al excluirse -l a lógica lineal e incluirse la lógica paradójica, ocurre el resultado usual. Desde el punto de vista estático, más puede ser menos y viceversa, como sucede comúnmente en el caso de la amenaza menos destructiva, que suele producir mayor suasión porque una acción menos catastrófica parece más plausible. Por otra parte, en términos dinámicos encontramos nuevamente la conjunción de los opuestos que puede alcanzar el punto de la reversión total. Cuanto mayor efectividad
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consigue un esfuerzo disuasorio en el logro de su objetivo, es más probable que sea evitado o directamente atacado por el frustrado agresor potencial: si la Unión Soviética no hubiera sido disuadida con tanto éxito en el período inicial de posguerra de emplear la fuerza en Europa Oriental, no hubiera colaborado tanto con la subversión. Aún hoy, de no haber sido tan bien disuadida por la Alianza en Europa, se hubiera aventurado en menor grado por el Tercer Mundo. En general, ya hemos visto cómo la disuasión nuclear ha sido eludida a escala global, por medio de todas las indirectas y negables formas de agresión, tanto cuasipolíticas como paramilitares, tanto incruentas como asimismo muy encarnizadas. Mientras que ambas superpotencias se han disuadido recíprocamente de recurrir a enfrentamientos directos por la presencia de armas nucleares, su hostilidad ha encontrado una salida en las guerras libradas por sus aliados, clientes y agentes de transición. Por consiguiente, la contrapartida de la paz sin precedentes de las grandes potencias ha sido la gravedad sin precedentes de las guerras entre potencias menores. (7) Ya no hay refriegas esporádicas donde se emplean armas de segunda mano, sino combates subrogados muy intensos, como las guerras árabe-israelíes posteriores a 1967, donde han aparecido en forma creciente armas de primera calidad; también los interminables conflictos de desgaste, como en Kampuchea y la guerra iraní-iraquí. Así que el triunfo de la disuasión nuclear se manifiesta paradójicamente en la violencia no nuclear, que aparentemente no hay manera de disuadir. El ataque de segundo golpe como solución paradójica El ataque del imperio japonés contra la flota de los Estados Unidós que se hallaba estacionada en Pearl Harbor a partir de mayo de 1940 incorporó la confluencia del éxito y el fracaso en la suasión. Si la presencia de la flota en esa base avanzada hubiera revestido menor efectividad en su intención disuasoria de la invasión japonesa a Malaya británica e Indias Orientales Holandesas, no se las hubiera atacado. (8) Naturalmente, el ataque produjo una impresión profunda y perdurable, pese a que no se consideró como "lección" de Pearl Harbor que a los antagonistas no debe privárseles de toda opción que no sea la guerra, como le ocurrió a Japón después del embargo comercial de abril de 1941 que esencialmente cortó su abastecimiento de petróleo, a menos que se quiera comenzar las hostilidades y se esté preparado para ello; si bien no se vio ninguna "lección" en la negativa de los Estados Unidos a declarar la guerra para oponerse a las conquistas de Alemania o Japón que sometieron a la mayoría de Europa y gran parte de China, hasta que el gabinete de Tojo tomó esa decisión en perjuicio de Norteamérica.
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Lo que se aprendió de la experiencia fue que una fuerza armada que es tan amenazante como para disuadir de atacar a otros blancos, evidentemente invita a que se la ataque a ella misma, a menos que su potencia residual posataque sea evaluada por los presuntos agresores como de magnitud considerable, y así se vean disuadidos. De allí se desprende el concepto de "capacidad de segundo golpe", que ha jugado un gran papel en la conformación de la política militar norteamericana para la construcción y el despliegue de armas nucleares. (9) Su percepción consiste en que únicamente el poderío de posataque puede emplearse en forma segura para ejercer amenaza, porque el poderío de preataque genera provocación en lugar de suasión. La consecuencia práctica ha sido la protección físicay la abundante multiplicación de las armas nucleares y de sus medios de control, para conseguir la supervivencia de una cantidad importante en caso de ataque generalizado. Pautas de la suasión Además de sus efectos cotidianos, silentes, difusos y casi siempre oscuros, la suasión armada también ha tenido victorias rotundas y fracasos estrepitosos, cuyas consecuencias podrían resultar idénticas que en las guerras, una vez reparado lo destruido y enterrados los muertos. Los romanos tuvieron que combatir durante dos siglos para subyugar África del Norte y la totalidad de Iberia, mientras que su dominio de las comarcas helenas se obtuvo mediante pocas batallas y mucha intimidación. (10) En forma semejante, Hitler ganó Checoslovaquia sin pelear, enteramente por suasión armada, mas los alemanes se vieron obligados a invadir Polonia. Pero aparte del daño infligido en el proceso, en última instancia no hubo mayor diferencia, porque ambas naciones permanecieron cautivas. En otra vertiente, podemos notar la equivalencia entre los resultados de la exitosa defensa de Corea en la contienda de 1950-1952, y la protección igualmente exitosa pero mucho menos costosa durante los años transcurridos desde entonces, mediante suasión armada. El ejemplo coreano es especialmente instructivo, no porque tipifique el funcionamiento de la disuasión, sino precisamente porque no lo hace: en el contexto coreano, el punto de vista distorsionado y casi mecánico de la disuasión como acción de uno mismo, en lugar de respuesta política intencional, no es tan mal interpretadacomo resulta usual, de modo que la magnitud de la distorsión habitual queda totalmente en descubierto. En primer lugar, la percepción del peligro que emana de Corea del Norte no es una amenaza teórica, derivada de cómputos del potencial militar enemigo bajo premisas seleccionadas y sutiles conjeturas, tales como las hipotéticas circunstancias en que una hipotética conducción
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política podría decidirse a atacar. Empero, el peligro se manifiesta en forma física inmediata: gran parte del enorme ejército norcoreano está desplegado muy cerca de la frontera, visiblemente listo a atacar. Respecto a la intención invasora de los jerarcas norcoreanos, como han declarado a menudo a través de los años, confirmándolo persuasivamente mediante preparativos reales de invasión (incluso cavando túneles por debajo de la línea desmilitarizada), ataques de fuerzas especiales, y reiterados atentados para asesinar funcionarios surcoreanos, (11) forma de guerra que aun los Estados árabes e Israel han evitado constantemente, a pesar de otros excesos. Además, el punto de vista surcoreano sobre la amenaza no es una construcción mental egocéntrica impuesta para controlar energías hostiles que podrían dirigirse en otras direcciones. Nada más que por razones geográficas, las fuerzas norcoreanas sólo podrían combatir en gran escala hacia el sur, y no satisfacen ningún otro propósito exterior. Así que la amenaza norcoreana puede realmente describirse con precisión por esa palabra, porque es continua y sólo puede dirigirse hacia una dirección específica, tal como siempre lo supone la perspectiva mecánica de la disuasión, y es tan raro que se dé el caso. Desde va que normalmente no hay un peligro continuo, sino una posibilidad que podría materializarse en las hipotéticas circunstancias de una severa crisis; no existe definición en cuanto aforma, intensidad o dirección, así que tampoco habría una réplica claramente apropiada; por lo tanto, se planifica sobre la base de amenazas teóricas que a veces corresponden a casos límites. (12) En el caso coreano, hay otro aspecto en que la disuasión resulta inusual. Pese a que persiste la posibilidad del bombardeo, incluso con armas nucleares, para imponerle un castigo a Corea del Norte después del hecho, lo que realmente disuade la invasión es la posibilidad de una defensa exitosa de Corea del Sur. Todo potencial defensivo tiene inherente un elemento de disuasión por negación, al contrario de la disuasión por castigo (o "represalia"), así como existe en forma inherente un elemento de persuasión en el potencial ofensivo. Pero ambos modos de intención disuasiva se diferencian en principio, y ello puede reflejarse en la composición detallada de las fuerzas. Una política de disuasión mediante negación parece a primera vista siempre preferible a la alternativa de disuasión por castigo, no sólo para el caso particular de Corea, sino como cuestión de principio. También es aplicable para la Alianza en Europa, que por ahora confía en una combinación de la negación que ejercen inicialmente las fuerzas frontales y luego las armas nucleares del campo de batalla, y el castigo infligido por las fuerzas nucleares de largo alcance norteamericanas, británicas, e implícitamente francesas. En forma semejante, una política de disuasión no nuclear por negación parece aún más claramente
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preferible en principio a la disuasión por castigo nuclear. Sin duda, tal es la meta de las diversas propuestas de defensa no nuclear de la Alianza que hemos examinado. En primer lugar, bajo una política disuasoria por negación todos los recursos militares disponibles pueden emplearse para proveer la defensa más efectiva contra la invasión. Si esos preparativos disuaden de intentarla, tanto mejor; de lo contrario, todavía se puede resistir la invasión físicamente con plena fuerza. En otras palabras, ningún recurso militar tiene que distraerse del esfuerzo defensivo para mantener fuerzas de represalia, quizá de gran capacidad destructiva pero de escaso valor para resistir físicamente a fuerzas enemigas que avanzan (aunque sirven para castigar a quienes las enviaron). Segundo, la disuasión por negación no necesita confiar en el tenue cálculo psicológico que constituye el mecanismo esencial de la disuasión por castigo. En su formulación clásica, para lograr disuadir el castigo debe ser verídico y capaz de infligir "daño inaceptable";:'Aparte de sus requisitos físicos, o sea la aptitud para replicar después de un ataque, la certeza del castigo implica también una inversión peculiar, e indudablemente paradójica, en las características habituales de víctimas y agresores. La víctima tiene que proclamar su decisión,de atacar con el máximo poder destructivo, y como se espera la correspondiente represalia, debe actuar realmente con temeridad, casi de manera autodestructiva, para lograr disuadir. En cambio, el agresor tiene que mostrarse prudente para ser disuadido, y de ningún modo debe ser autodestructivo. En el caso de la Alianza Europea, un conjunto de países democráticos a la defensiva, la simulación de una personalidad colectiva temeraria es especialmente dudosa, y sus miembros nucleares individuales no se hallan mucho mejor situados al respecto. Además, la formulación clásica deja abierta la cuestión de qué y cuánto daño será considerado inaceptable, y por quién. Los blancos de una fracasada defensa por negación son obvios: las fuerzas invasoras que deben ser derrotadas en la batalla. Pero ¿cuál es el blanco apropiado para el castigo? Los más fáciles son las ciudades, que pueden atacarse con fuerzas mínimas, elementales e imprecisas. Sin embargo, ello significa matar civiles inocentes/cosa especialmente difícil en el caso de la confrontación de la Alianza con una dictadura burocrática a la que no haría ninguna falta la aprobación popular de una invasión. La industria en general tiene alguna relevancia militar si la guerra es prolongada. Asimismo, ofrece blancos que demandan apenas un poco más de precisión y cantidad de armas que las ciudades. Pero a los efectos prácticos, también el ataque a industrias normalmente significa el ataque a la población, porque los blancos serán áreas específicas, más que plantas individuales. Luego se hallan las instalaciones, fuerzas y bases militares, que resultan menos inocentes y más rele-
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vantes para la invasión en marcha, pero asimismo mucho más dificiles, exigentes, hasta el punto de que podría ser imposible diferenciar entre una fuerza de castigo y otra con la misión de efectuar un primer golpe. Finalmente, se encuentra la misma conducción nacional, o sea la suma de las sedes políticas y militares, los centros de comando y de comunicaciones. Esos blancos no son inocentes, y no sería muy complicado mantener fuerzas de castigo con la precisión requerida para la tarea, que no tendrían que ser demasiado numerosas para un primer golpe. No obstante, si la conducción es atacada, no hay posibilidades de negociar el término de la guerra. En realidad, no se cumplirían los propósitos de la estrategia, porque presumiblemente se disiparía la moderación remanente una vez que se ataque en forma directa a quienes tendrían que ejercerla. Surge entonces la cuestión de la magnitud del castigo. Hemos visto que debe ser suficientemente grande para que resulte inaceptable, pero ¿cuánto significa eso y para quién? Próximo al fin, Hitler declaró que la destrucción de la nación alemana era aceptable y hasta deseable, porque los germanos se habían mostrado decadentes al fallarle en ganar la guerra. Stalin nunca llegó basta el borde de la autodestrucción, pero no sólo consideraba aceptable la muerte de varios millones de sus compatriotas, sino que buscó deliberadamente ese resultado. En forma semejante, Mao aprobó la matanza de decenas de millones, mas no en guerra como Stalin sino con posterioridad a ella, así que esos millones de chinos muertos por poseer media hectárea siguieron con pocos años de diferencia a muchos otros matados en guerra por el simple hecho de ser chinos. Hitler, Stalin y Mao han tenido sus respectivos imitadores en África, y recientemente, Pol Pot de Camboya fue digno émulo de los tres. Entonces ¿cuál es la amenaza que excede el límite de lo aceptable? Aquí la paradoja resulta vital, y no es sencillo descartarla: son precisamente los Hitler, los Stalin, los Mao y los Pol Pot quienes deben ser disuadidos, no almas tiernas que de cualquier manera encontrarán inconcebible la agresión; y tal clase de hombres es la única a la que podría resultarle aceptable pagar un precio terrible por su aventura, mientras que su propio poder sobreviva, y acaso si tampoco ocurre. Como los moderados quedan totalmente excluidos de esta consideración, Hitler, Stalin, Mao y Pol Pot no son casos poco representativos que pueden pasarse por alto. Tipifican a los personajes que deben ser disuadidos, y resulta claro que solamente el ataque contra blancos de la conducción nacional les resultará inaceptable. Pero si se ataca a los jefes, como vimos, se anula toda esperanza realista de disuasión para detener una guerra antes que su destrucción exceda todo límite. En cuanto a líderes y grupos gobernantes menos sanguinarios, para quienes, por ejemplo, la destrucción de algunas de sus ciudades sería
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inaceptable en circunstancias normales, puede que tampoco se disuadan por ese castigo en el curso de una crisis intensa. La prudencia puede socavarse por la misma dinámica del proceso de compromiso, cuando cada bando maniobra hacia posiciones desde las cuales la retirada es emocionalmente dificultosa y políticamente peligrosa. Las crisis son raras, especialmente aquellas con gran contenido emocional,* pero hay que repetir que la disuasión no se requiere para épocas de normalidad, sino precisamente para tiempos anómalos en que aún dirigentes bastante razonables pueden actuar irrazonablemente. Contra todos los graves defectos de la disuasión nuclear por castigo; la disuasión no nuclear por negación tiene una deficiencia: fracasa, o mejor dicho ha fracasado a menudo y puede fracasar nuevamente, simplemente porque el agresor llega a la conclusión, correcta o errónea, de que puede ganar. Por supuesto que también puede perder, pero para ello se hace necesario pelear y sufrir una guerra, que la disuasión por castigo pudo evitar, aunque a riesgo de una falla catastrófica. DISUASIÓN NUCLEAR EN EUROPA En Corea, la demografía y la geografía facilitan la defensa en un frente estrecho muy sólido. Pero en el caso de Europa la relación de fuerzas terrestres no resulta favorable a la defensa, y las ventajas del campo de batalla y del poder aéreo no son suficientes para compensar el déficit, si se incluyen las defensas aéreas soviéticas en la evaluación. Aunque la Alianza incrementara notablemente sus fuerzas, todavía estaría en desventaja al nivel estratégico del teatro, como vimos, porque debe proveer defensa adelantada en todo el territorio mientras que los soviéticos pueden concentrar su ofensiva sobre sectores angostos del frente de su propia elección. Si se abandonara la defensa adelantada (paso que fracturaría la Alianza) y mejorara sustancialmente la relación de fuerzas, la disuasión no nuclear por negación podría todavía fracasar ante una evaluación diferente por parte de la conducción política y militar enemiga. Como lo han hecho otros antes que ellos, los jerarcas soviéticos podrían creer que un ataque sorpresivo bien preparado derrotaría a fuerzas aliadas superiores a las actuales, y quizá tuvieran razón. * Las crisis del período de posguerra que involucraron a los Estados Un¡ dos y tuvieron suficiente gravedad como para plantear consideraciones nucleares, fueron las siguientes: Irán (1946), Berlín (1948), Corea (1951), Corea (1953), Quemoy-Matsu (1954), Indochina (1954), Suez (1956), Quemoy-Matsu (1958), Berlín (1959), Berlín (1961), Cuba (1962), Pueblo/Corea (1968), India/Paquistán (1971), Yom Ki ppur (1973). De todas ellas, únicamente las tres crisis de Berlín y la crisis de los misiles en Cuba entran sin ambigüedades en esta categoría.
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Si la disuasión por negación es tan poco confiable, y la disuasión por castigo está plagada de desconcertantes incertidumbres, no resulta asombroso que la Alianza haya intentado desde 1967 combinar ambas formas de disuasión. En realidad, se apoya en una combinación de medios: fuerzas frontales no nucleares e inadecuadas, un complemento bastante vulnerable de armas nucleares del campo de batalla (también con propósitos disuasivos por negación), un dispositivo de fuerzas nucleares de alcance limitado al teatro y asimismo bastante vulnerables, y las fuerzas nucleares norteamericanas de gran alcance, sin duda enormes y mucho menos vulnerables que las demás, pero sin la certeza de que serán utilizadas en beneficio de Europa. Lo que parece un cúmulo de insuficiencias es congruente con la lógica paradójica. Precisamente porque las defensas frontales no nucleares son inadecuadas resulta creíble el emt)leo de armas nucleares del campo de batalla. En el curso de un combate desesperadamente perdido, con las columnas invasoras quebrando después de varios días de lucha la denodada resistencia, es plausible el disparo de artillería nuclear y de misiles nucleares de corto alcance. En cambio, si fuerzas de defensa frontal más poderosas pudieran contener a la oleada inicial de invasión, dando lugar a una pausa deliberativa, los gobiernos aliados probablemente no serían capaces de resistir la oposición al uso de armas nucleares, aunque el arribo pendiente deformaciones soviéticas del segundo escalón lo haga necesario. Por otra parte, si las fuerzas no nucleares de defensa frontal se robustecieran mucho más de los que son, haciendo innecesario el empleo de armas nucleares, la Unión Soviética dejaría de planificar para obtener una rápida victoria no nuclear y se revertiría a la estrategia de la década de 1960, basada en el uso prematuro de sus propias armas nucleares del campo de batalla para abrir brechas en el frente. Por lo tanto, en la misma forma paradójica usual, si el poderío de las fuerzas no nucleares de la Alianza se incrementara más allá del punto culminante de una defensa que puede detener intrusiones y a una ofensiva que no comprometa a la totalidad de los efectivos, el resultado sería la debilitación de la disuasión, al reducir la credibilidad del empleo de las armas nucleares del campo de batalla. Entonces, si la potencia de las fuerzas no nucleares es incrementada hasta niveles mucho mayores para resolver el problema sin necesidad de utilizar armas nucleares, no será ése el resultado, sino que por el contrario se asegurará su uso, pero por iniciativa soviética. Por supuesto que la Unión Soviética tendrá mucho que perder en el proceso, particularmente la posibilidad de obtener una clara victoria no nuclear, pero ello sólo adquiere significado si se cree que podría atacar a la Alianza luego de una cuidadosa evaluación, y no presa de la desesperación. Entonces, es posible que el rechazo de los gobiernos aliados para mantener
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mayores fuerzas no nucleares refleje cierta conciencia, si bien poco sistemática, de la lógica paradójica de la estrategia, y no responda meramente a consideraciones económicas; de nuevo, más puede ser menos. En forma serlejante, la vulnerabilidad de los misiles con alcance dentro del teatro y de los aviones de ataque nuclear de la Alianza no es necesariamente una desventaja; tampoco lo es su limitado alcance, que no llega muy lejos dentro de la Unión Soviética. Como están las cosas, las armas nucleares aliadas en el teatro representan la amenaza del castigo, lo que significa disuadir los ataques nucleares contra bases aéreas, puertos de entrada, centros de comando y otros blancos militares, incluyendo armas nucleares del campo de batalla. Pero ellas no llegan a las ciudades soviéticas en la forma en que sus contrapartes alcanzan a toda ciudad europea. Además, en una etapa de la guerra tan grave que el enemigo amenace a las ciudades para lograr que la Alianza no emplee sus propias armas nucleares para resistir la invasión, esa amenaza de última instancia no podría resultar negada por la amenaza recíproca de ataques aliados contra ciudades soviéticas sin gran riesgo de precipitar un primer golpe contra las mismas armas nucleares del teatro. Solamente las armas nucleares intercontinentales norteamericanas pueden representar una amenaza recíproca totalmente persuasiva, porque poseen alcance, protección y abundancia como para destruir todas las ciudades soviéticas aun después de absorber el pleno impacto del primer golpe. Es precisamente esta amenaza recíproca lo que especificamente conforma la esencia de la garantía nuclear de los Estados Unidos a sus aliados europeos: las ciudades norteamericanas corren riesgos ante la amenaza a las ciudades soviéticas, para disuadir a las amenazas soviéticas contra las ciudades europeas, lo que a su vez sirve para disuadir el uso de las armas nucleares de la Alianza contra un ejército invasor. Por consiguiente, el regateo fundamental que sostiene la Alianza es el intercambio de la promesa europea de resistir la intimidación militar soviética en tiempo de paz, y oponerse a la invasión en tiempo de guerra, a cambio de la promesa norteamericana de compartir el riesgo de guerra nuclear en caso que los ataques nucleares excedan el marco del campo de batalla. Las armas nucleares aliadas del teatro tienen capacidad para extender la guerra nuclear hasta la Unión Soviética, pero no son suficientes para contrarrestar toda amenaza nuclear contra Europa. En consecuencia, hay simultáneamente un poderío y una debilidad que sostienen la conexión de la supervivencia norteamericana y europea. Si las fuerzas nucleares del teatro fueran mucho más fuertes y autosuficientes, ello debilitaría el lazo de la Alianza. Más sería menos, como manda la paradoja.
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SUASIÓN NUCLEAR ASIMÉTRICA Tal como lo revela por implicancia el inusual caso de Corea, en la mayoría de las circunstancias la disuasión no es más que la aplicación mecánica de lafuerza militar potencial contra una amenaza vigente de ataque. En muchas ocasiones en que se dice que se obtiene disuasión, no hay una amenaza actual que sea evitada, sino apenas una posibilidad, quizá remota, de que se concrete alguna vez. Por cierto que éste es el caso del eje central del equilibrio mundial del poder militar, el esfuerzo recíproco de suasión nuclear entre la Unión Soviética y los Estados Unidos. Imágenes tales como "dos escorpiones en una botella", de Oppenheimer, y el verdadero concepto del "equilibrio del terror" implican amenazas simétricas para las respectivas poblaciones, mas en realidad predomina la asimetría. Para la Unión Soviética, la amenaza de un ataque nuclear norteamericano o de la Alianza contra blancos tales como bases militares se convertiría realmente en un peligro en caso de un previo ataque soviético, quizá no nuclear pero de todos modos irresistible sin recurrir a esas armas, y dirigido contra intereses que los Estados Unidos no estén dispuestos a sacrificar. Una invasión de Europa constituye el ejemplo más notorio, y una ofensiva a través de Irán hacia el Golfo Pérsico ha sido citada como posibilidad. Por otra parte, para los Estados Unidos la amenaza de un ataque nuclear soviético contra blancos militares se convertiría en peligro sólamente en caso de un previo ataque nuclear norteamericano contra blancos soviéticos tales como bases militares, en el contexto de una derrota inminente en Europa o en algún teatro de guerra de ultramar. Sería recién en una segunda, etapa que los ataques nucleares contra ciudades se convertirían en peligro inminente, con localidades norteamericanas y europeas bajo amenaza soviética para disuadir a los Estados Unidos y sus aliados de lanzar más ataques nucleares (no contra ciudades), y las ciudades soviéticas amenazadas por los Estados Unidos para afirmar esa misma respuesta nuclear pero no dirigida a ciudades. Entonces, la asimetría fundamental en fuerzas no nucleares rige el intercambio de amenazas nucleares implícitas, paso a paso. A causa de su debilidad no nuclear, la Alianza y los Estados Unidos que se encuentran a la defensiva, deben ser los primeros en plantear amenazas nucleares, aunque no contra ciudades. A su vez y por esta misma causa, la Unión Soviética, a pesar de dedicarse a la acumulación de potencia militar de empleo operacional, ha de ser la primera en amenazar con ataques nucleares contra ciudades norteamericanas y de la Alianza. La secuencia esquematizada hasta aquí no se refiere explícitamente a la etapa intermedia de amenazas recíprocas "contra fuerzas", que es
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en realidad el motor de la competición nuclear norteamericano-soviética. Porque la mayoría de las armas nucleares de cada uno están apuntadas a las del otro, y para esta función se producen los misiles más precisos y las cabezas más grandes. Pero tampoco existe simetría, y la rivalidad no es estimulada por insensatos deseos de supremacía, sino por motivos más importantes. El propósito principal de la amenaza soviética contra fuerzas nucleares norteamericanas, especialmente contra misiles de alcance intercontinental, es disuadir de su uso selectivo (en respuesta a una invasión no nuclear soviética o de ataques nucleares contra blancos militares en ultramar), amenazando su destrucción masiva si llega a ser empleada alguna de ellas. De esta forma, la Unión Soviética busca la negación de toda flexibilidad en el uso de fuerzas nucleares norteamericanas de alcance intercontinental, eliminando en consecuencia su utilidad, excepto para autodefensa. ( Ningún ataque contra fuerzas soviéticas podría privar a los Estados Unidos de un residuo posible de armas en buen estado de funcionamiento ampliamente suficiente para destruir ciudades.) El propósito principal de la amenaza norteamericana contra armas nucleares soviéticas de alcance intercontinental es precisamente afirmar su uso selectivo, amenazando con neutralizar los ataques contra fuerzas al destruir a su vez las armas soviéticas. Así es como se desarrolla principalmente la competición nuclear, teniendo en cuenta la libertad de acción de los Estados Unidos para emplear algunas armas nucleares en forma selectiva y no contra ciudades. De no haber sido por los requerimientos de designación de blancos contra fuerzas del otro bando, las capacidades nucleares intercontinentales de ambas superpotencias posiblemente no hubieran crecido tanto, ya que en la actualidad poseen casi veinte mil cabezas entre las dos. (13) Porque si las mismas armas nucleares fueran eliminadas de las listas de blancos, sencillamente no quedarían blancos que valieran la pena para la mayoría de las bombas y misiles intercontinentales hoy disponibles. Así que parecería existir una solución sencilla y unilateral por parte de los Estados Unidos en la carrera armamentista: renunciar al uso de armas nucleares intercontinentales excepto en caso de previo ataque soviético contra su territorio, y entonces utilizarlas contra ciudades. Al declarar esa política, los norteamericanos podrían proceder directamente a eliminar unilateralmente sus armas intercontinentales hasta una mera fracción de sus existencias actuales, o sea la cantidad requerida para lanzar un segundo golpe contra ciudades. Tomando en cuenta a lo sumo cincuenta ciudades, dejando un margen saludable para un posible ataque prematuro de los soviéticos y para fallas técnicas, harían falta algo así como quinientas cabezas nucleares, distribuidas para mayor seguridad entre bombarderos y misiles, de crucero y balísticos, basados en tierra .y en el mar. De este modo, una
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política norteamericana de "renuncia al primer uso" podría reparar rápidamente las consecuencias de varias décadas de acumulación; más de diez mil armas intercontinentales serían desmanteladas, excepto unas quinientas. Y sin que se requiriera un acuerdo negociado, la mayoría de las armas soviéticas serían a su vez desmanteladas oportunamente, o simplemente no se las reemplazarían al deteriorarse, porque ya no tendrían blancos rentables. (14) Lo que impide esta fácil solución es la misma estructura del equilibrio militar, en la cual es únicamente la amenaza asimétrica norteamericana de usar armas nucleares en forma selectiva como réplica de un ataque soviético aunque no sea nuclear, lo que enlaza el poderío nuclear con el no nuclear, permitiendo que el primero compense la debilidad del último. Es asimismo esa amenaza de uso selectivo en respuesta a un golpe soviético, aun contra blancos no norteamericanos, lo que engloba la conexión voluntaria entre los Estados Unidos y sus aliados europeos, anulando la proximidad natural y territorial con la Unión Soviética, que de otro modo sería decisiva. El relativamente pequeño número de cabezas involucradas cobra así un significado que trasciende totalmente esa cantidad. Ellas son la pequeña causa de la gran competición contra fuerzas que ha resultado en los enormes inventarios nucleares de hoy. Pero esa pequeña causa no puede eliminarse sin que tengan lugar efectos aún mayores sobre el equilibrio militar general y sobre la conexión con la Alianza, que simultáneamente arriesga a los Estados Unidos y hace que su poderío sea relevante en la escena mundial. Una vez más, se revela la confusión que produce el razonamiento lineal en el reino paradójico de la estrategia: si fuera la meta de los Estados Unidos lograr una drástica reducción del tamaño de los respectivos inventarios nucleares hasta niveles anteriores a las pautas actuales, solamente lo conseguirían incrementando sus propias fuerzas no nucleares, si todo lo demás -e incluso la Alianza-permanece igual. La guerra nuclear es imaginada con frecuencia como una sola de sus formas posibles, una inexorable escalada de pasos y contrapasos que alcanza en una última etapa el ataque generalizado sobre las respectivas poblaciones. En esa extrema situación, el efecto condicionarte de la lógica paradójica es asimismo extremo: el empleo del poderío nuclear de esa manera sobrepasa en forma tan exagerada el punto culminante de utilidad, que el resultado evoluciona a una completa inversión, siendo equivalentes los ataques más devastadores al que no se hubiera efectuado ninguno, desde el punto de vista de cada atacante-víctima. A los fines prácticos, una vez cumplido el propósito de destruir todos los centros poblados de tamaño suficiente para recibir una cabeza nuclear, ninguno de ambos bandos podría obtener el menor beneficio de la catástrofe mutuamente infligida, aunque quedaran sobrevivientes interesados en evaluar el asunto.
CAPÍTULO 14
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Puede que hayamos comprobado que no existe una armonía automática entre los niveles verticales de la estrategia, pero todavía tenemos que enfrentar el verdadero significado y las implicaciones de la desarmonía. Cuando un arma es técnicamente ineficiente, tácticamente inadecuada, de escaso valor operacional, y casi inefectiva al nivel de estrategia de teatro, podemos predecir con toda seguridad lo que sucederá al nivel definitivo de la gran estrategia, donde esa arma en particular, junto con todo lo que existe en las fuerzas armadas, logra su efecto final dentro del contexto mucho más amplio de todas las transacciones del Estado con el mundo exterior, en paz y en guerra. Sometida a errores de evaluación ajenos y también al engaño deliberado y exitoso, esta arma debiera agregar muy poco a la suasión que el conjunto de las fuerzas armadas confían que se provoque. Y sujeta a todas las contingencias del combate, el arma no hará mucho más para incrementar las probabilidades de lograr la victoria. Obviamente, una secuencia armónica de éxitos tendrá el efecto opuesto, cuyo mayor o menor significado al nivel de gran estrategia dependerá del enfoque del asunto en el contexto de la época. Cuando se introdujo por primera vez la humilde bayoneta a fines del siglo XVII, causó no obstante perceptible diferencia, porque permitió que todos los soldados de infantería fueran provistos de armas de fuego. Hasta entonces, cada formación de infantería debía tener cierta proporción de piqueros encargados de rechazar las cargas de caballería mientras los mosqueteros atendían a la lenta recarga de sus armas. El ejército francés fue el primero en dar uso generalizado al nuevo artefacto, y realmente le ayudó a ganar batallas en un principio, porque su infantería tenía mayor potencia de fuego que la tropa enemiga equivalente, donde todavía unos cuantos soldados arrastraban la robusta pica. Sin duda, esta última también contaba con defensores, pero es evidente que no constituían un grupo social suficientemente poderoso como para salvar lo viejo obstaculizando lo nuevo, como cierta vez los
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mamelucos egipcios salvaron sus espaldas resistiendo la introducción de armas de fuego. Sobretodo, la innovación era totalmente compatible con las tácticas, métodos operacionales y estrategias de teatro sin efectuar cambio alguno, ni tampoco en la organización regimental previa. Los ex piqueros podían ser adiestrados rápidamente para convertirse en mosqueteros, y, los mayores requerimientos producidos resultaban insignificantes en una época en que cien tiros por cabeza alcanzaban con amplitud para toda una campaña. Por lo tanto, el adelanto técnico no fue refutado ni aminorado en los niveles superiores de la interacción vertical, y sus efectos pudieron manifestarse completamente al nivel de gran estrategia, hasta que la bayoneta fue en su debido momento adoptada universalmente, y la ventaja francesa quedó así anulada. En nuestro siglo, la instalación de la red de estaciones de radar británica ("chain home") para la batalla de Inglaterra de 1940 tuvo resultados similares. La tarea de la defensa aérea no cambió al nivel de estrategia de teatro, y no hubo diferencia entre los niveles operacional y táctico; ocurriera o no alguna intercepción como resultado de la detección previa por el radar, tanto la misión en sí, como la naturaleza de las maniobras de combate y el trabajo en equipo de escuadrones y grupos era exactamente el mismo. Una vez más, la innovación técnica no fue estorbada en los tres niveles superiores de la estrategia, y nuevamente su efecto se puso totalmente de manifiesto al nivel de gran estrategia, en forma de ganancia numérica. Como se los podía enviar a donde se los necesitara de acuerdo con la información del radar, los cazas de la Real Fuerza Aérea no tenían que patrullar los cielos en busca de incursores enemigos. En cambio, permanecían en tierra hasta que se los dirigía hacia sus blancos desde la central de situación del Comando de Cazas, que recibía información del radar. La Luftwaffe pudo ser resistida a plena. capacidad, con todas las máquinas reabastecidas y alistadas, y los pilotos descansaban mientras el combate lo permitía. Así como el número de mosqueteros franceses fue incrementado efectivamente gracias a la bayoneta, también la cantidad de cazas británicos listos para volar resultó aumentada por el radar, cuyas consecuencias técnicas se elevaron hasta el nivel de gran estrategia, muy merecidamente. ¿Pero qué hay acerca de la desarmonía? Ya la hemos visto en forma simple y definitiva cuando lo conseguido en un nivel era totalmente desvirtuado en el siguiente, como en el caso de la mitrailleuse francesa de 1870, significativa innovación técnica cuyo efecto resultó nulo a nivel táctico por razones organizativas auto rrepresoras. El resultado de tan extrema desarmonía fue que el arma no logró el menor efecto que fuera perceptible al nivel de gran estrategia. Especialmente en lo referente a nuevas armas, esa negación absoluta no es demasiado rara;
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la innovación técnica y el cambio organizativo marchan a diferente ritmo, llevados por impulsos diferentes, y es muy fácil que se produzca entre ambos una disonancia fatal y perdurable. Pero existe una experiencia mucho más frecuente, que quizá sea el predicamento normal de quienes trabajan en el reino de la estrategia; se trata de una desarmonía mucho más sutil y mesurada, que no consiste en la negación absoluta sino en una compenetración del éxito y del fracaso. En los términos de nuestra imagen anterior de la estrategia, el oleaje en sentido contrapuesto de la acción y reacción a cualquier nivel, puede inmiscuirse en niveles inferiores y superiores, en extremos de éxito y fracaso. COMPENETRACIÓN ENTRE NIVELES DURANTE LA SEGUNDA GUERRA MUNDIAL Consideremos un caso clásico de desarmonía en la historia militar reciente: aquél de la fuerza expedicionaria germana que luchó en África del Norte al promediar la Segunda Guerra Mundial. Para la época en que el teniente general Erwin Rommel fue enviado a Trípoli, capital de Libia italiana, en febrero de 1941, con apenas una división mecanizada, Hitler ya había decidido que la conquista de Egipto no valía la pena; para entonces se hallaban muy avanzados los preparativos para el Plan Barbarossa, la invasión de la Unión Soviética. (,1) En consecuencia, la misión de Rommel quedaba estrictamente limitada: tenía que ayudar a los italianos a resistir la ofensiva británica que aparentemente se encontraba a punto de expelerlos de su colonia de África del Norte (un desastre que hubiera lesionado el prestigio del Eje), pero no debía avanzar hacia Egipto. Incluso la reconquista de Cirenaica, extensa y despoblada mitad oriental de Libia, no estaba siquiera prevista hasta el otoño siguiente. Difícilmente hubieran sido necesarias órdenes tan restrictivas. La fuerza de Rommel era demasiado pequeña para iniciar alguna acción ofensiva; él nunca había estado en la región, y por consiguiente carecía de experiencia bélica en el desierto. Además, el ejército alemán estaba totalmente falto de preparación para ambiente tan duro, y ni siquiera contaba con equipo imprescindible ni adiestramiento adecuado. (2) (Los vehículos carecían de filtros de arena, y los germanos ignoraban que una dieta magra en grasas era esencial para mantener saludable a la tropa en el tórrido clima del desierto). (3) El Alto Comando del Ejército Alemán (OKB) ya había evaluado que una ofensiva destinada a conquistar Egipto requeriría por lo menos cuatro divisiones blindadas can su correspondiente apoyo aéreo; pero no se podía privar de ellas a Barbarossa, y de todos modos no sería posible abastecerlas mediante
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el escaso transporte motorizado a través de la extensión libia, a lo largo de un único camino, la Vía Balbia, que seguía la costa por más de mil seiscientos kilómetros entre Trípoli y la frontera egipcia. (4) Además, la travesía desde los puertos de embarque italianos era precaria, porque constantemente daban cuenta de algunos barcos los submarinos británicos y los aviones basados en Malta. Finalmente, la capacidad de descarga en el único puerto de Trípoli era insuficiente para el tonelaje que se hubiera requerido. (5) A nivel de la estrategia de teatro, los británicos se encontraban en una posición totalmente superior. La región que controlaban se extendía a través de Egipto hasta Palestina, Transjordania, Iraq y el Golfo Pérsico hacia oriente, y a través de Sudán hacia el sur, todo el camino desde El Cairo hasta Ciudad del Cabo. Además, las fuerzas británicas con sus contingentes indios, australianos, neozelandeses y sudafricanos, ya eran mucho mayores que lo que pudieran enviar los alemanes, aun antes de Barbarossa, y en general la calidad de sus tropas era superior a la de las fuerzas italianas que tenía Rommel. La ventaja británica era todavía mayor en cuanto a abastecimientos, con una vía marítima larga pero segura alrededor del Cabo de Buena Esperanza, buenos puertos de acceso en ambas cabeceras del Canal de Suez, buenos caminos y ferrocarriles desde el canal hasta El Cairo y Alejandría, bases y arsenales bien equipados, y amplio transporte motorizado sin problemas de falta de combustible. Por lo tanto, a nivel de estrategia de teatro, dados los medios con que podía contar Rommel, no podía esperarse más que un esfuerzo defensivo limitado. Rommel arribó a Trípoli el 12 de febrero de 1941, con un pequeño estado mayor y el título de Comandante en Jefe de las tropas alemanas en Libia. (6) Dos días después, barcos de transporte de tropas trajeron a los batallones de reconocimiento y antitanque de la Quinta División "Ligera", unos 2000 hombres en total, con cañones y vehículos blindados, pero sin tanques; a pesar del peligro de ataque aéreo, Rommel ordenó que los buques se descargaran durante la noche, bajo reflectores. Al día siguiente, 15 de febrero, la pequeña fuerza alemana desfiló por las calles de Trípoli antes de dirigirse directamente hacia el este. Los británicos habían tomado Bengasi, capital de la mitad cirenaica de Libia, a mil kilómetros de Trípoli, y habían seguido unos 150kilómetros desde allí, pero no mostraban intenciones de continuar avanzando (la campaña griega estaba por comenzar, y se estaban retirando unidades británicas para llevarlas a Grecia). Rommel podría haber cumplido su misión sin necesidad de atacar. Se suponía que entonces habría de esperar por la segunda división que se le había prometido, la Decimoquinta Panzer que arribaría en mayo, antes de iniciar cualquier ofensiva; además, ni siquiera estaba previsto que fuera más allá de Agedabia, en las puertas de Cirenaica, sin que se le ordenara.
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Rommel no obedeció: sin aguardar el acopio de abastecimientos, ni arreglar su transporte, ni detenerse para aclimatar las tropas, condujo su pequeña fuerza hacia adelante a la mayor velocidad posible. El 26 de febrero de 1941 se encóntraron por primera vez con los británicos y se produjo una escaramuza, a 750 kilómetros al este de Trípoli. Una semana después llegó el único regimiento Panzer de la Quinta División, con unos cincuenta tanques en total. También desfilaron por las calles de Trípoli antes de ser enviados directamente al este. Un mes más tarde, el 2 de abril de 1941, Rommel libraba su primera batalla para conquistar Agedabia, a 800 kilómetros al oriente de Trípoli, en la base de la gran saliente que conforma la península cirenaica, en poder de fuerzas británicas desplegadas a lo largo del camino costero, donde comenzaban las huellas del desierto que atravesaban la saliente hacia la costa cercana a Egipto, y presumiblemente allí se detendría. Actuando directamente en contra de una orden del mismo Hitler, (7) Rommel dividió su reducido ejército de una sola división para presionar la retirada británica a lo largo del interminable camino costero; mientras tanto, una fuerza más poderosa fue enviada por los rocosos senderos de camellos a través del desierto. En realidad, Rommel no enviaba sus tropas, sino que las dirigía en persona, a menudo viajando en un coche abierto a la cabeza de la columna, aunque la Quinta tenía su propio comandante que era perfectamente competente. Dos días después, el 4 de abril de 1941, los alemanes que avanzaban por la costa llegaron a Bengasi, capital de Cirenaica a mil kilómetros de Trípoli, y el día 9 la fuerza de envolvimiento emergió del desierto para quedar frente a Tobruk, puerto de Cirenaica oriental que era entonces la principal base británica, a 1600 kilómetros de Trípoli. Se suponía que Rommel estaba todavía en esa capital esperando el arribo de su segunda división. Para alcanzar el camino costero y Tobruk con tanta rapidez, hábía llevado sus fuerzas mucho más allá del punto de ruptura de sus incipientes líneas de abastecimiento que se originaban en Trípoli. Sus unidades obtenían el combustible mandándolo a buscar con los escasos camiones de transporte de tropas disponibles, y más tarde mediante captura; para entonces, lamitad de los tanques estaban descompuestos a lo largo de la ruta, los hombres se hallaban tan cansados que apenas podían quedarse despiertos, y la fuerza entera, ya muy pequeña, se encontraba dispersa por todo el desierto. Pero la acción paradójica obtuvo su recompensa, justo antes de que la ofensiva se derrotara totalmente a sí misma por sus excesos. Como los alemanes se habían desplazado mucho más rápido y más lejos de lo esperado, (8) todas las fuerzas británicas en Cirenaica, al oeste de Tobruk, fueron sobrepasadas y obligadas a retirarse presas del pánico, y allí abandonaron equipo en abundancia, más que el disponible por los alemanes en un principio, además de*grandes cantidades de comida;
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combustible y munición. Una y otra vez, pequeñas fuerzas germanas de infantería motorizada y artillería, con apenas un puñado de tanques, emergerían inesperadamente del desierto para sorprender, capturar, destruir o dispersar columnas de camiones, trenes de artillería y unidades de infantería que se retiraban por la ruta costera. Las unidades blindadas británicas; aunque numéricamente superiores, nunca parecían hallarse en el lugar ni en el momento correctos para apoyar a la infantería y la artillería; y caerían presa de los cañones antitanques alemanes cuando atacaban por sí mismas, sin ayuda de infantería ni artillería. (9) Queda claro que el método de conducción de Rommel y su franco dinamismo le conferían una enorme ventaja a nivel operacional. Con su presencia, los alemanes podían actuar con mayor velocidad que los británicos, tal como el mejor piloto de caza con el mejor avión puede girar dentro del círculo del oponente desprevenido en un combate clásico, dispararle desde su cola con impunidad y luego volver para un nuevo ataque, mientras el rival está todavía tratando de reaccionar del primero. La ventaja alemana a nivel operacional les hizo recorrer un largo camino para compensar su gran desventaja a nivel de estrategia del teatro, y esta compenetración del éxito de un nivel con el siguiente sirvió para modificar el resultado que razonablemente era de esperar. Pero el avance temerario de Rommel en la primavera de 1941 no finalizó con su entrada victoriosa en El Cairo, sino que entonVes comenzaron casi dos años de dramáticas ofensivas y precipitadas retiradas por parte de cada bando, a medida que uno y otro sobrepasaban su punto culminante de éxito, hasta la postrera derrota alemana en 1943. Si bien era importante la ventaja alemana a nivel operacional en África del Norte, es evidente que nunca hubiera podido penetrar hasta el nivel de gran estrategia para lograr una victoria decisiva. Obviamente, la razón estriba en que toda la campaña no fue más que una mera actividad lateral dentro del amplio contexto de la guerra mundial. Su resultado sería determinado por lo que ocurriera en los teatros bélicos primordiales: el frente oriental, donde los alemanes tenían cien veces más tropas; Europa Occidental, en menor grado después de los desembarcos en Normandía; los teatros asiáticos y del Pacífico que absorbían el poderío adicional norteamericano; el teatro del Atlántico Norte, donde la contienda entre el tránsito marítimo aliado y los submarinos alemanes habría de determinar los suministros de los cuales dispondrían los Aliados; y en los teatros aéreos sobre los países del Eje, donde tendría lugar la guerra de los bombarderos contra la industria.
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Éxito vertical y fracaso horizontal Verdaderamente, aun aquellas luchas militares mucho más importantes en la dimensión vertical, como la he denominado, estuvieron dominadas por el fracaso consumado de Hitler como estadista, en la dimensión horizontal; un fracaso diplomático, de inteligencia y propaganda, que virtualmente aseguró la derrota a pesar de grandes éxitos militares, al congregar a las mayores potencias industriales del mundo en contra de Alemania y su distante aliado japonés. Hubiera requerido un éxito excepcional en la dimensión vertical para poder sobrellevar las consecuencias de tan colosal error, pero un triunfo militar de tamaña magnitud era imposible por la inferioridad alemana en recursos materiales, lo que a su vez era la más obvia consecuencia de su debilidad en la dimensión horizontal. En la confluencia de ambas dimensiones, al nivel de gran estrategia, el éxito prematuro alemán y japonés en la dimensión vertical disminuyó en un principio el efecto del error fundamental en la dimensión horizontal. Específicamente, la ocupación de la mayoría de Europa Occidental y de las regiones del oeste de la Unión Soviética, con enorme capacidad industrial, así como la conquista japonesa de la producción malaya de caucho y estaño y de los yacimientos petrolíferos de las Indias Orientales Holandesas, redujeron en forma correspondiente el desequilibrio de recursos materiales originado por el fracaso de la política exterior alemana y japonesa. Por consiguiente, a nivel de gran estrategia durante la fase inicial de la guerra, la ventaja del Eje en la dimensión vertical derivada de los preparativos bélicos y la competencia superior, redujo la ventaja aliada en la dimensión horizontal, en la cual la exitosa cooperación de un gobierno conservador británico con la Unión Soviética de Stalin puede compararse con la gratuita declaración de guerra de Hitler contra los Estados Unidos luego de Pearl Harbor, y de la propia colosal falla de cálculo de Japón que provocó el ataque contra la flota norteamericana, cuando su objetivo era el sudeste de Asia. A medida que los aliados movilizaban recursos humanos, con la gran mayoría de sus recursos materiales todavía intactos, su superioridad derivada del éxito en la dimensión horizontal comenzaba a condicionar las luchas militares en la dimensión vertical, en un teatro tras otro, impidiendo así que el Eje obtuviera mayores ganancias al nivel de gran estrategia. En una etapa posterior, la creciente idoneidad de soldados, marinos y aviadores aliados, el surgimiento de competentes conductores militares y el desarrollo de tácticas y métodos apropiados, privó a alemanes y japoneses de su previa superioridad en los niveles táctico y operacional de la dimensión vertical, en una forma de guerra tras otra, en un teatro tras otro.
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Al sumarse a su favor la calidad además de la cantidad, los aliados ya no volvieron a perder en el campo de batalla la ventaja que obtenían por su superioridad en la dimensión horizontal. En la confluencia de la gran estrategia se estaba dando lo opuesto, con alguna reocupación de territorios, algún daño a la industria alemana por el bombardeo, y mucho más tarde por la interdicción submarina del tránsito marítimo japonés. Así fue que los países que habían elegido los peores aliados y enfrentado los peores enemigos empezaron a perder todo lo que habían ganado anteriormente por medio de osadas agresiones que expresaban la conjunción del talento militar y la incompetencia de sus estadistas. Por último, las victorias finales de 1945 resultaron tan absolutas por los efectos mutuamente reforzados de la superioridad en ambas dimensiones: las fuerzas del Eje eran crecientemente sobrepasadas técnica, tácticay operacionalmente, y también se hallaban en grave declinación numérica dentro de cada teatro bélico remanente a causa de las pér didas previas en ese teatro en particular o forma de guerra, y por las pérdidas acumulativas de los demás teatros, cuya multiplicidad expresaba su completo y continuado fracaso en la dimensión horizontal. Pero ¿dónde se hallaba entonces la lógica de la estrategia ante tal resultado? Por cierto que un único error de decisión no puede tener un efecto permanente en la dinámica continua de la gran estrategia. Después de todo, la creciente debilidad de alemanes y japoneses en la dimensión vertical debería haberlos beneficiado en la dimensión horizontal, como para desacelerar y hasta interrumpir la declinación. A medida que los aliados estaban progresando hacia la victoria total en los principales teatros, cuando el perfil de la distribución del poder en posguerra comenzaba a emerger, la misma alianza estaba próxima a la fragmentación; si la guerra hubiera simplemente continuado en igual forma, a su tiempo quedarían los Estados Unidos y Gran Bretaña enfrentados con la Unión Soviética en una nueva confrontación en la que cada bando tendría gran necesidad de alemanes y japoneses como aliados. Para la Unión Soviética, con su inferioridad técnica e industrial, eran imprescindibles los talentos industriales japoneses y alemanes. Para británicos y norteamericanos, serían las tropas alemanas y japonesas las que harían la diferencia al enfrentarse con una potencia continental territorialmente tan importante como la Unión Soviética. Y ninguno de ambos bandos podría satisfacer sus esperanzas en el mundo de posguerra si Japón y Alemania eran completamente vencidos y eliminados como potencias importantes. Era esta la apertura que los estadistas alemanes y japoneses pudieron haber explotado, si ambos regímenes no hubieran seguido previamente trayectorias tan extremas que ya no había arreglo posible. Si no hubiera sido por el efecto traumático sobre los norteamericanos del ataque a Pearl Harbor,
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con todas sus connotaciones que el racismo amplificó; sino hubiera sido por el efecto causado en el mundo entero de todo lo que los nazis hicieron, japoneses ,y' alemanes pudieron haber regateado su poderío remanente y su potencial futuro, para inducir a uno u otro bando a firmar la paz por separado. De tanta magnitud fue el colapso del arte de gobierno en Berlín y Tokio, que ni siquiera lo intentaron seriamente, pese a que Japón logró mantenerse en paz con la Unión Soviética hasta las mismas vísperas de la rendición. Parece que Stalin estaba bastante seguro de que los británicos se esforzarían para persuadir a los cándidos norteamericanos para establecer una alianza con la Alemania nazi antes de que su derrota fuera completa y su apoyo contra la Unión Soviética careciera de sentido. Desde el punto de vista de Stalin, era simplemente ilógico que los angloamericanos entraran en la próxima confrontación sin asegurarse una alianza valiosa que podían obtener con tanta facilidad; él mismo se había estado preparando para el nuevo conflicto de posguerra al menos desde 1943, y había tolerado los crímenes nazis sin dificultad para concretar una provechosa alianza con Alemania en 1939. Por lo tanto, asumió que británicos y norteamericanos harían lo. que él hubiera hecho en su lugar, probablemente ocultos tras la hoja de parra de un nuevo gobierno militar germano que derrocaría a Hitler mientras continuaba la guerra, pero solamente contra la Unión Soviética. Esto explica por qué la noticia del abortado golpe militar contra Hitler del 20 de julio de 1944 apenas causó suspicacias soviéticas, como lo hicieron los contactos británicos o norteamericanos con oficiales alemanes (que probablemente tuvieron lugar durante las últimas semanas de guerra, juntamente con negociaciones de rendición localizadas).* Stalin estaba equivocado al sospechar de norteamericanos y británicos, pero perfectamente correcto en su consciente entendimiento de la lógica de la estrategia. La alianza norteamericana con alemanes y japoneses se materializó exactamente como él (y Hitler en sus últimos días) había esperado, sólo que mucho después del fin de la guerra, y ya el carácter político de los nuevos socios había cambiado totalmente. Sin embargo, la tendencia a quebrar la alianza que se había manifestado en la dimensión horizontal fue deliberadamente resistida durante la Después de ser informado por los británicos de las negociaciones norteamericanas en Berna con los comandantes de las fuerzas alemanas en Italia que intentaban rendirse (no se les ofreció nada mejor que la rendición incondicional), el gobierno soviético denunció las conversaciones corro una conspiración antisoviética en una nota del 22 de marzo de 1945 de Molotov al e• bajadorbritánico en Moscú. En un mensaje del 3 de abril de 1945 a Roosevelt, Stalin escribió: "Tampoco puedo entender el silencio británico... a pesar de que es sabido que la iniciativa de todo este asunto de las negociaciones de Berna pertenece a los británicos". Churchill, 77 - iumph and T?-agedy, pág. 446.
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guerra, por lo que ninguna fuerza en oposición intervino para impedir la derrota del Eje, que en su debido momento se cumplió inexorablemente en la dimensión vertical de cada forma de guerra, en cada uno de los teatros bélicos. Los límites de la compenetración De modo que si Rommel hubiera vencido en su campaña del Norte de Africa, simplemente hubiera compartido la suerte de las incólumes guarniciones alemanas de las islas del Canal de la Mancha, Dinamarca y Noruega, que tuvieron que rendirse de todas maneras el 7 de mayo de 1945. Pera por supuesto que Rommel no triunfó. Fue enorme la superioridad de las fuerzas germanas sobre _las hr;tán_,cas a nivel operacional, pero no sobrepasaron completamente el efecto condicionarte de los factores espaciales a nivel de estrategia de teatro. Es necesario mirar más allá de Africa del Norte para comprender la magnitud del factor espacial contra el cual luchaban los alemanes. Podemos especular que si Rommel hubiera recibido mayor cantidad de efectivos y se lo hubiera abastecido apropiadamente podría haber alcanzado sus objetivos de última instancia, El Cairo .y el Canal de Suez, a 2400 kilómetros de Trípoli. Indudablemente que hubiera sido una gran victoria para un general cuyo talento no se extendía más allá del nivel operacional, y que obviamente no comprendía en absoluto la estrategia de teatro, al menos en el caso de Africa del Norte. (10) Pero esa hubiera sido aún la victoria en una batalla, o Pi resultado de varias victorias semejantes, y nunca el triunfo en una campaña, porque ésta no habría finalizado. Los británicos hubieran continuado la lucha, sin duda formando un nuevo frente al sur de El Cairo desde bases en el Alto Egipto y Sudán, y otro en el borde del Sinaí que da al Canal de Suez desde bases en Palestina y Transjordania, reabasteciendo ambos frentes por el Mar Rojo. Si los dejaban solos, hubieran desarrollado bases, talleres, hospitales de campaña, caminos, ferrocarriles, y puertos, con ayuda norteamericana, para acumular refuerzos para una oportuna reconquista. Sin capacidad para forzar una rendición británica que únicamente podría lograrse en Londres y no en El Cairo, los alemanes hubieran entonces tenido que elegir entre esperar pasivamente mientras que el despliegue británico ámenazara cada vez más su posición en Egipto, o lanzar nuevas ofensivas para capturar el área extensa donde se preparaba la contraofensiva. Semejantes conquistas épicas hubieran hecho a Rommel aún más famoso de lo que es, pero si Londres no se rendía la victoria en la campaña seguiría siéndole esquiva. Tal como hicieron cuando la caída de Malaya, Singapur y Birmania en manos japonesas los expulsara del sudeste de Asia, por cierto que los británi-
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cos no hubieran dejado de luchar, resistiendo en los vastos desiertos del oriente de Transjordania, así como en Siria, en la gran extensión del Sudán, y aun en Etiopía, abasteciendo al frente oriental por vía del Golfo Pérsico e Iraq, y al frente sur por el Cabo de Buena Esperanza y África Oriental. Como en otros tiempos, hubieran comenzado a acumular refuerzos para pasar oportunamente a la ofensiva, tal como se reforzaron en la India a partir de 1942 y luego se lanzaron a reconquistar Birmania en 1944, en vía hacia Malaya y Singapur (cuya inminente reconquista se volvió innecesaria por la rendición del Japón). Para entonces las fuerzas germanas se hallarían desplegadas en un área enorme, y una vez más deberían enfrentar la elección de luchar indefinidamente en dosfrentes contra un enemigo de creciente poderío, o lanzar otra serie de ofensivas para ocupar el espacio desde el cual los británicos seguían amenazando lo que habrían conquistado. Mientras no se diera por terminada la campaña, todo lo con seguido desde Trípoli en adelante se arriesgaría y sólo podría mantenerse mediante más combates, que siempre tendrían que ser ofensivos para los alemanes, que estaban nadando contra la corriente del poderío material por culpa de su falla fundamental en la dimensión horizontal de la política. En última instancia, Rommel hubiera debido avanzar a través de toda África Oriental hasta Ciudad del Cabo, y también hacia el este más allá de Iraq y a través de Irán para conquistar la entera inmensidad de la India, y realmente considerar ganada su campaña. Solamente entonces no habría más frentes abiertos para que los británicos siguieran combatiendo. A menos que los expulsaran totalmente de África y los echaran de la India mediante un avance alemán que se reuniera con los japoneses en la frontera de Birmania, Gran Bretaña hubiera continuado desafiando todas las conquistas previas, y siempre con el lejano Trípoli como su objetivo final. Cuando Rommel parecía encontrarse verdaderamente en la cumbre de su éxito a fines del verano de 1942, combatiendo dentro de Egipto, en el mismo momento en que los japoneses se hallaban a punto de invadir la India, en algunos círculos aliados se temió una ofensiva concertada del Eje en una escala mayor que la napoleónica, la cual lograría una conexión entre Alemania y Japón dentro de una India sojuzgada. Como ahora sabemos, nunca existió tal plan ni ningún otro de acción coordinada entre alemanes y japoneses, ya que combatieron como cobeligerantes más que conjuntamente como aliados propiamente dichos. También sabemos que ambas ofensivas habían pasado su punto culminante de éxito: quienes realmente constituían las puntas de lanza de esos espectaculares avances de 1942 eran tanques de Rommel completamente superados en número y faltos de combustible, y la hambrienta infantería japonesa al final de líneas de abastecimiento exageradamente extendidas.
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Pero aunque hubiera existido un poderío efectivo en ambas ofensivas, aunque hubieran contado con suministros para avanzar mucho más allá, aunque hubieran conquistado la India desde ambos lados, los aliados no estarían derrotados, y sus principales esfuerzos bélicos hubieran continuado sin interrupciones. Independientemente de la escala, toda la lucha entre Trípoli y la India no habría sido más que una acción colateral. Desde ya que mucho se habría perdido para los aliados: la fuerza efectiva del ejército indio, cuyos regimientos bien adiestrados agregaron considerable poder a los británicos, incluso fuera de su propio país; el petróleo de Iraq e Irán, en cuanto la escasez de buques tanques permitiera su uso fuera del Medio Oriente, y que los alemanes pudieron haber exportado para su propio consumo; y la pequeña pero creciente producción bélica industrial de la misma India. La t2nayoría de los recursos aportados a los alados por esas regiones era todavía consumido dentro de ellas, que además requerían ayuda exterior para su defensa. Por lo tanto, el equilibrio general de fuerzas y recursos para los principales esfuerzos aliados contra Alemania y Japón, pudo incluso haber mejorado. Esta transformación del fracaso al nivel del teatro en una ganancia neta al nivel de gran estrategia -siempre que la derrota no resulte demasiado costosa en fuerzas perdidas durante el proceso- es inevitable cuando los esfuerzos se consumen en teatros secundarios que no pueden conceder la victoria. Esto fue cierto para ambos bandos en la Segunda Guerra Mundial como en cualquier otra, pero en mayor medida para Alemania y Japón que para los aliados, debido a la fundamental asimetría de sus situaciones al nivel de gran estrategia. Victoria y derrota en dos dimensiones Por su gran superioridad en recursos bélicos, los aliados podían beneficiarse con cualquier encuentro militar que redujera el poderío enemigo, aunque sus propias pérdidas fueran mayores, siempre que la relación de pérdidas no excediera la relación general de fuerzas a su favor; o dicho con más precisión, mientras esas pérdidas no redujeran la brecha entre sus respectivas relaciones de crecimiento. Por ejemplo, en la época en que Alemania estaba produciendo unos quinientos aviones de caza por mes, y la producción norteamericana y británica destinada al teatro europeo era el triple, aun la pérdida de tres aviones aliados por cada dos alemanes resultaría en una ganancia que oportunamente se acumularía para redituar el triunfo, si se dejan de lado las desigualdades en la relación de recuperación de pilotos. Por otra parte, para los aliados ese desgaste resultaba provechoso de todos modos: no existen acciones colaterales para el desgaste. Era de todas maneras
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indeseable diversificar el esfuerzo de los teatros principales. No quiere decir con ello que la victoria fuera menos cierta, ya que el desgaste acumulativo continuaría de cualquier manera, pero se desaceleraría el progreso aliado hacia la victoria, por el simple hecho de que no era en los teatros secundarios donde las fuerzas enemigas se hallaban en mayor cantidad. Además, era únicamente en los teatros de máxima i mportancia, en los territorios metropolitanos del Eje, donde el poderío militar en la dimensión vertical de la estrategia podía ser aplicado para intensificar las debilidades de Alemania y Japón en la dimensión horizontal, mediante el bombardeo de industrias e infraestructura. Ambas naciones se hallaban en situación muy diferente. Las victorias militares, o sea los éxitos en la dimensión vertical, sólo podían ayudarles a ganar la guerra si asimismo afectaban la dimensión ho rizontal. La derrota de fuerzas aliadas en combate, como ocurrió una y otra vez durante la guerra, no fue suficiente porque nunca llegó a afectar el centro del poderío aliado a lo largo de la dimensión horizontal: este fue la alianza propiamente dicha, que a su vez brindó una capacidad conjunta superior para generar hombres adiestrados y pertrechos para las fuerzas combatientes.* En otras palabras; el Eje podía verdaderamente beneficiarse del éxito militar exclusivamente cuando lo empleaba como sustituto del arte del estadista, especialmente para deshacer las alianzas que había establecido la diplomacia enemiga. De hecho esto ocurrió cuando Alemania derrotó completamente a Polonia, Bélgica y Francia, obligándolas a abandonar la guerra y modificando de ese modo la situación en la dimensión horizontal. Tampoco podían conseguirse ganancias verticales en la posición alemana en África del Norte, que no contenía Estados que pudieran ser arrollados ni recursos bélicos de importancia. Así que el Alto Comando del Ejército Alemán tenía mucha razón en oponerse inicialmente a la aventura de Rommel en Egipto. Cuando Hitler rectificó esa orden, tampoco le proveyó todos los medios que requería, estimando sus triunfos principalmente por su valor publicitario: el audaz general en el romántico desierto permitía escribir excelentes artículos, en gran contraste con los acontecimientos del frente ruso, siniestros hasta en la victoria. (11) El avance hacia Egipto En teoría, las naciones del Eje pudieron haber ganado la guerra exclusivamente mediante batallas victoriosas, pero sólo si hubieran infligido más y más pérdidas con el transcurso del tiempo, hasta a lvanzar el nivel correspondiente a la máxima capacidad de los Aliados de aportar nuevas fuerzas. Gran Bretaña y la Unión Soviética no llegaron a sus máximas capacidades de generación de fuerzas hasta fines de 1943 o principios de 1944, mientras que los Estados Unidos nunca se acercaron siquiera a su propio límite. Y por supuesto que la capacidad del E;,e de obtener victo?-¡as y causar pérdidas entró en franca declinación a partir de 1943.
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no sirvió para mucho, ya que ni siquiera ayudó a los germanos el hecho de que absorbiera una cantidad de efectivos británicos desproporcionada en Africa del Norte, porque no disponían de ningún teatro importante de batallas en 1941 ni 1942, mientras que sí lo tenían los alemanes a poco del arribo de Rommel a Trípoli. Fue solamente en el frente oriental donde Alemania pudo haber logrado resultados definitivos de gran estrategia. Al luchar contra la Unión Soviética, los germanos tenían al menos una posibilidad de victoria, ya que el éxito vertical podía brindarles consecuencias horizontales en ese teatro: cualquier conquista de población y recursos reduciría a ese gran país tal como si se le hubiera separado un aliado gracias a la diplomacia, y simultáneamente se beneficiaba Alemania como si hubiera ganado un aliado, en la medida en que su gente y recursos pudieran contribuir al esfuerzo de guerra_ Por supuesto que la conquista total de la Unión Soviética hubiera compensado con creces la gran falla de Hitler corno estadista, ayudando a sobrellevar la falla adicional representada por el ingreso norteamericano en el conflicto, alineado con Gran Bretaña. En tal caso, el éxito en la dimensión vertical hubiera predominado al nivel de gran estrategia. Mientras que la inversión alemana en la campaña colateral de África del Norte fue al menos mantenida sin gran esfuerzo, el imperio japonés cometió una equivocación fundamental en la dimensión horizontal -una falla de inteligencia en el sentido más amplio- al dispersar su poderío militar en teatros secundarios. Después del ataque a Pearl Harbor los japoneses procedieron a ocupar Malaya, Singapur y las Indias Orientales Holandesas, logrando en la dimensión horizontal ganancias inducidas verticalmente. Pese a que no bahía enemigos a quienes vencer en esos territorios, cobraban importancia sus recursos naturales, caucho y estaño en Malaya y petróleo en la actual Indonesia. En cuanto a la conquista de las Filipinas, realizada con fuerzas reducidas, también se justificaba porque podía servir de base para bombarderos pesados que atacarían Japón, como sin duda hubieran intentado los norteamericanos. Por otra parte, la siguiente invasión a Birmania, la incursión de la flota en el Océano índico, el conjunto de invasiones en el Pacífico Sur, en especial el intento de conquista de Nueva Guinea, y sobre todo la guerra inacabable en China, fueron todas diversiones del único teatro donde en teoría los japoneses hubieran podido ganar la guerra: los mismos Estados Unidos. Una vez que hicieron por los norteamericanos los que éstos no podían hacer por sí mismos, o sea incorporarlos decididamente a la guerra, los japoneses únicamente hubieran podido superar su poca visión de estadistas invadiendo al país que en primer lugar nunca debieron haber desafiado. Sólo venciendo a los Estados Unidos en su propio territorio, y por consiguiente incapacitándolo para aumentar
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su poderío, hubieran podido convertir una superioridad temporaria en la dimensión vertical en victoria concluyente al nivel de gran estrategia. La única campaña que hubiera asegurado la victoria japonesa después de Pearl Harbor sería la invasión de California, seguida por la conquista de los centros vitales norteamericanos, y culminando con una paz dictada a algún gobierno colaboracionista en Washington. En realidad, las fuerzas japonesas jamás hubieran triunfado en tal aventura, aunque se retiraran de China y de todas partes, y por supuesto que tal invasión no fue siquiera contemplada. Así que la mejor opción que tenían después de Pearl Harbor era pedir la paz de inmediato, malvendiendo su capacidad para resistir durante varios años la inexorable derrota por lo que concedieran los Estados Unidos a fin de ahorrarse la lucha por la victoria. En las negociaciones previas a Pearl Harbor, el gobierno de Roosevelt había exigido mucho al imperio, incluyendo la retirada de sus fuerzas desde China. Después de Pearl Harbor, indudablemente le hubiera requerido además la retirada de Manchuria, y posiblemente de otras colonias como Corea y Taiwan. Asimismo, al descubrir los dirigentes norteamericanos la efectividad del poderío militar japonés, casi seguramente hubieran insistido en cierto desarme parcial. Tal fue el verdadero valor dei éxito táctico y operacional en el ataque a Pearl Harbor: en el contexto del mejor curso de acción después del hecho, más le hubiera servido a Japón que sus pilotos perdieran el rumbo o erraran los blancos. Al nivel de gran estrategia, en la confluencia de ambas dimensiones, la horizontal resultó tan adversa para Japón que hubiera sido preferible un fracaso antes que el éxito táctico y operacional de Pearl Harbor. Por cierto que no es el único caso. Suele ser común que los logros tácticos, aun siendo brillantes, se conviertan en contraproducentes al nivel de la gran estrategia. Todo lo que se necesita para conseguir menos con más de este modo es la suficiente desarmonía entre dimensiones. Por ejemplo, si los efectos diplomáticos y de propaganda fueran adversos en una campaña de bombardeo, más bombardeo sería peor que menos, y si se logra mucha precisión destructiva es peor que si fuera inefectivo. Si existe una grave desarmonía entre los niveles de la dimensión vertical, entonces simplemente fracasan las acciones militares, como hemos visto. Pero si la desarmonía ocurre entre dimensiones, el éxito vertical puede ser peor que el fracaso. Para empezar, dado que el imperio japonés fue derrotado en el momento en que no marchó sobre Washington después de Pearl Harbor, no hubo genuinas batallas decisivas en la guerra del Pacífico. La única diferencia que significaron las batallas navales y terrestres del Mar de Coral, Midway, Nueva Guinea, Guadalcanal y otras, fue en cuanto a la mayor o menor velocidad de la derrota japonesa. Ninguna
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de ellas, por más dramáticas que fueron, pudo ser decisiva al nivel de gran estrategia, porque no era posible que determinaran el resultado del conflicto del modo como ciertamente lo hicieron varias de las batallas germano-soviéticas en el frente oriental. Ni siquiera un completo triunfo de la armada japonesa en la batalla de Midway de 1942 hubiera obtenido más que resultados transitorios: si se hubieran hundido los portaaviones norteamericanos en vez de los japoneses, ello nunca hubiera impedido la supremacía naval de los Estados Unidos, que sus buques y aviones en producción y sus pilotos en adiestramiento le asegurarían de todos modos para 1944. Y si la derrota japonesa en Midway hubiera sido todavía más decisiva de lo que fue, no hubiera servido más que para acelerar un resultado ya inevitable, una vez que las fuerzas militares totalmente movilizadas de los Estados Unidos arribaran a 1-a escena. Asimismo, sin invadir América del Norte, Japón tuvo cierta oportunidad de negociar un arreglo aceptable. Si hubiera evitado las grandes batallas en lugar de buscarlas tan asiduamente, si hubiera eludido el poderío norteamericano y mantenido la lucha a nivel esporádico en aquellas remotas islas del Pacífico sudoeste, podría haber prolongado la guerra, año tras año. Tal como fueron las cosas, los Estados Unidos hubieran interrumpido el proceso de cualquier manera con sus bombarderos pesados y su arma atómica. Pero de no serasí, y si imaginamos un estilo de guerra japonés bastante diferente, podría muy bien haber obtenido un arreglo negociado al agotarse la paciencia de la ciudadanía norteamericana, y no sus recursos materiales, fragmentándose en consecuencia el consenso posterior a Pearl Harbor que apoyó el esfuerzo de guerra. Así que la falla de inteligencia y diplomacia del Japón pudo haberse redimido dentro de la misma dimensión horizontal, por la vía del efecto de la propaganda de modestos triunfos militares que hubieran confrontado a los norteamericanos con la perspectiva de una guerra indefinida. LAS RECOMPENSAS DE LA ARMONÍA Los norvietnamitas, que no tuvieron que borrar una contraproducente proeza militar inicial como Pearl Harbor, ganaron su guerra justamente de ese modo, mediante modestos pero constantes triunfos en la dimensión vertical, explotados en la horizontal por propaganda y diplomacia guiadas por buena inteligencia (en su significado más amplio). Tampoco fueron desafortunados en la dimensión vertical, siendo al menos iguales en los niveles táctico y operacional, y apenas inferiores al nivel de estrategia del teatro. (12) En cuanto al nivel técnico, su estilo de guerra le restó importancia para ambos bandos, a
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pesar del peculiar entusiasmo norteamericano por la acción justamente en ese nivel. Pero todavía no podían vencer por tener éxito nada más que en la dimensión vertical, una vez que intervinieron los Estados Unidos. Ninguna acumulación de victorias tácticas les hubiera concedido el triunfo en el conflicto, simplemente porque Vietnam no constituía el teatro principal de la guerra, sino la escena del combate. El poderío dirigido contra ellos venía de un teatro muy diferente, los mismos Estados Unidos, que desde el principio hasta el fin fueron la fuente primaria de pertrechos y abastecimientos para los survietnamitas, y el origen de las fuerzas militares norteamericanas entre 1966 y 1972. Aunque los norvietnamitas hubieran podido derrotar toda fuerza enviada en su contra, esas victorias en la dimensión vertical solamente les hubieran permitido resistir hasta que arribaran otras, para ser vencidos en última instancia. Tampoco tenían los norvietnamitas capacidad para interdictar el flujo de fuerzas mandado a través del Pacífico. Carecían de submarinos y de aeronaves que operaran en mar abierto, y su poderío terrestre no fue suficiente para clausurar puertos y aeródromos survietnamitas hasta el término de la guerra. Menos aún podía Vietnam del Norte haber aplicado algún poder en la dimensión vertical contra los mismos Estados Unidos; mientras que éstos los bombardeaban de vez en cuando, eran por supuesto inmunes a una réplica semejante. Pero la diplomacia y la propaganda norvietnamitas no conocían limitaciones geográficas similares, y comenzaron por deteriorar las relaciones de los Estados Unidos con sus principales aliados europeos, hasta que el efecto alcanzó al mismo territorio metropolitano, con poderosas consecuencias. Sin haber nunca derrotado a ninguna unidad importante de las fuerzas norteamericanas en combate, sin agotar el poderío material norteamericano, los norvietnamitas vencieron mediante la exitosa explotación diplomática y propagandística para fragmentar el consenso político norteamericano que sostenía la guerra, induciéndolos en primer lugar a retirar sus propias fuerzas y luego producir una drástica reducción del flujo de pertrechos y abastecimientos hacia Vietnam del Sur, mientras que su propio flujo procedente de la Unión Soviética y China continuaba sin interrupción. Cierto éxito militar era indispensable para los norvietnamitas, no para ganar batallas que de otros modos serían indefinidas, sino sencillamente para continuar las hostilidades y así crear condiciones en las cuales podían obtener réditos de diplomacia y propaganda. Como lo demuestra el ejemplo anterior, en la confluencia de la gran estrategia, hasta un triunfo modesto en la dimensión vertical sirve para lograr la victoria, si se halla en armonía con las exigencias de la dimensié,i horizontal; asimismo, los mayores triunfos militares no
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valdrán de mucho, e incluso serán contraproducentes, si ambas dimensiones divergen. El éxito egipcio en la guerra de Yom Kippur de octubre de 1973 es una clara demostración del mismo principio. Según reconocieron los mismos egipcios, no tenían posibilidades de ganar por una acción militar directa, cruzando el Canal de Suez para empeñarse y derrotar al ejército israelí en el Sinaí, para luego instalarse en la mejorforma posible o simplemente proceder a invadir al propio Israel. Si bien las fuerzas desplegadas por el ejército egipcio eran mucho mayores que las fuerzas en servicio activo estacionadas por los israelíes, cuando éstos movilizaron sus reservas pudieron formar siete divisiones de ejército que mandaron a enfrentar ocho divisiones egipcias con la certeza de derrotarlas, dada la superioridad aérea en todos los niveles y en blindados al nivel operacional. (13) Por otra parte, la situación internacional era potencialmente muy favorable para Egipto en ese momento. Los Estados Unidos acababan de retirarse de Vietnam y no deseaban ningún otro conflicto. La Unión Soviética se hallaba mucho más interesada en participar activamente, según parecía para afirmar en la realidad de la política mundial la paridad "estratégica" que los Estados Unidos le habían concedido, con cierta ligereza, en ios acuerdos de limitaciones de armamentos estratégicos de 1972. Con una creciente demanda mundial de petróleo, mientras declinaba la producción norteamericana, los exportadores árabes del Golfo Pérsico se habían convertido en proveedores marginales que establecían el precio, y su producción era en ese momento irreemplazable; además, cualquier interrupción del suministro revelaría inmediatamente su predominio. Israel, por su parte, se hallaba en una posición diplomáticamente débil, porque parecía satisfecho con el statu quo y no cooperaba para resolver el conflicto. Como hemos visto, la acción en la dimensión vertical puede tener efectos muy limitados ante circunstancias adversas, pero las potencialidades en la dimensión horizontal pueden no tener efecto alguno. Si Egipto no hacía nada, podría de cualquier forma esperar que la creciente presión diplomática bastara para inducir a su debido tiempo a los israelíes a devolver el territorio conquistado sin el reconocimiento diplomático que a cambio demandaban. Y el mero transcurrir del tiempo incrementaría la dependencia norteamericana, así como la europea y japonesa, del petróleo árabe, aportando más presión diplomática sobre Israel a largo plazo. Sin embargo, se trataba de un proceso no sólo prolongado sino además incierto: si los Estados Unidos volvían a participar activamente mientras la Unión Soviética se hallaba a su vez absorbida por sus propias dificultades, los productores árabes no afrontarían las consecuencias de tratar de explotar su control sobre los suministros petroleros en beneficio de Egipto. Tampoco su control sobre el mercado del petróleo iría a durar por siempre.
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Únicamente la acción militar podía activar el potencial egipcio en la dimensión horizontal; no en cuanto a potencial industrial, como ocurrió con los aliados en la Segunda Guerra Mundial, sino a potencial diplomático, la habilidad de emplear la fuerza ajena. Y eso significaba el peso de la Unión Soviética en los asuntos mundiales y el "arma del petróleo" árabe. Pero como ya hemos visto, los egipcios no podían en realidad ganar la guerra, y lo sabían. Seguramente no necesitaban una victoria total para activar las presiones diplomáticas sobre Israel; indudablemente, si se hubieran sentido capaces de marchar hasta Tel Aviv, en primer lugar no les hubiera hecho falta el apoyo diplomático. Pero no podían confiar en despertar el interés de la Unión Soviética y los Estados Unidos mediante la escasa presión de incursiones esporádicas o bombardeo de artillería. Solamente podrían lograrlo si cruzaban el Canal de Suez, pero no en forma trasnochada, porque sobrevendría el contraataque israelí y era inaceptable que los expulsaran de manera humillante. Sadat requería entonces la victoria en una verdadera batalla, aunque no se concretara en una campaña triunfante al nivel del teatro. El Canal de Suez, unos cien metros de aguas calmas, no constituía en sí un obstáculo importante, y los israelíes ya no ocupaban las fortificaciones de su lado del canal, porquehabían pasado auna defensa móvil blindada basada en el pronto despliegue de una división reforzada de tanques en caso de cruce. También confiaban totalmente en su poder aéreo. (14) Así que los egipcios pudieron atravesar el canal con bastante facilidad, aunque eso no resolvía el problema inmediato de enfrentar a los tanques israelíes que los aguardaban. Menos todavía podían tener esperanzas de resistir el pleno contraataque (fue sería montado en cuanto se movilizaran las reservas israelíes, o sea unos tres días después del cruce. Mientras tanto, la fuerza aérea israelí, a la cual los cazas egipcios no podían enfrentar exitosamente en combate aéreo, bombardearía sistemáticamente las fuerzas egipcias, asumiendo que de algún modo habían prevalecido sobre los tanques que custodiaban los puntos probables de cruce. El plan egipcio para resolver este problema aparentemente insoluble es un modelo en su género, a causa de la armonía que lograba dentro de las dimensiones vertical y horizontal, y entre ellas mismas. En la dimensión horizontal, un elemento importante era de índole diplomática: el gobierno sirio, cuyas relaciones previas con Egipto estaban lejos de lo ideal, fue de todos modos persuadido para lanzar una ofensiva simultánea para que Israel tuviera que distraer parte de sus fuerzas de reserva en las alturas de Golán en lugar de mandarlas al frente del Sinaí. Así fue que dos de las cinco divisiones de tanques completas de reserva fueron enviadas contra los sirios durante la primera semana de
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hostilidades. Otro elemento del plan, también en la dimensión horizontal, combinó inteligencia, propaganda y engaño al intentar conseguir plena sorpresa para la ofensiva planeada, aunque la masa de tropas egipcias y los equipos de tendido de puentes acercándose al canal no podían disimularse. El intento tuvo éxito: los israelíes no decidieron la movilización hasta las 9.20 horas del 6 de octubre, el mismo día de iniciación de la ofensiva. Según la teoría generalizada, la sorpresa se obtiene en esas condiciones porque las "señales" portadoras de información correcta son enmascaradas por "ruido", o sea un gran volumen de datos erróneos, obsoletos y engañosos; una variante de la teoría destaca la importancia del engaño deliberado. (15) Pero puede haber una verdad más profunda en este asunto, que ya se ha sugerido: el engaño engaña cuando hay gran predisposición al autoengaño. Los israelíes veri_firaron mini,rincamente In-, nrángratipng áó prio$ durante varios meses antes de la sorpresa del 6 de octubre, justamente en la misma forma en que Stalin pudo seguir por mucho tiempo los aprestos alemanes antes de la sorpresa del 22 de junio de 1941, y así como los Estados Unidos supieron que Japón los atacaría en alguna parte, mucha antes del 7 de diciembre de 1941. Pero los israelíes no actuaron para interrumpir los preparativos egipcios, tanto por razones internas como externas. (16) Una vez que se acepta una situación en que se permite al enemigo montar una amenaza, sólo queda por justificar la inacción mediante una adecuada racionalización. Para los israelíes fue la creencia de que Sadat balandroneaba tal como lo había hecho antes, como para Stalin fue aparentemente su convencimiento de que Hitler enviaría un ultimátum y presentaría exigencias (que quería aceptar); para el gobierno de Roosevelt fue el cálculo consciente de que era políticamente conveniente que la guerra comenzara mediante una acción japonesa (pese a que el ataque a Pearl Harbor fue inesperado, por supuesto). Sucedió que la racionalización israelí fue tan potente que predominó sobre advertencias muy claras, si se ven las cosas retrospectivamente. Sin embargo, no es mucho lo que puede decirse de cualquier teoría sobre la sorpresa. Las advertencias verídicas que no se ignoran por culpa de alguna inhibición política y no son suprimidas pro alguna ra cionalización, pueden simplemente convertirse en falsas alarmas después del hecho, en una versión especialmente dirigida de la inversión de los opuestos en la estrategia. En las circunstancias de octubre de 1973, si los israelíes hubieran ubicado un espía o un micrófono en el despacho de Sadat para escuchar lo que se planeaba con algunas semanas de anticipación, y hubieran movilizado sus reservas para mandar alfrente dos o tres divisiones, Sadathubiera debido cancelar su ofensiva. Entonces nada hubiera ocurrido el 6 de octubre, transformando la información verídica en una falsa alarma. Por supuesto que la próxima
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vez la sorpresa podría lograrse, porque anteriormente había fracasado. Tal como ocurrió con la movilización de las divisiones de reserva israelíes demorada por la sorpresa, los egipcios todavía debían enfrentarse con los tanques y aviones. En realidad, el planeamiento de Sadat no presumía que su ejército fuera capaz de soportar un contraataque del ejército israelí completamente movilizado, aunque fuera tardío y parcialmente dividido hacia el frente sirio. Para ese problema aparentemente insuperable estaba a mano otra solución de la dimensión horizontal: luego de varios días de lucha, una vez que el apoyo de los productores de petróleo y de la diplomacia soviética fuera activado y los Estados Unidos correspondientemente alarmados, Egipto obtendría un cese del fuego obligatorio en el Consejo de Seguridad de las Naciones Unidas que congelaría las líneas posteriores al 6 de octubre y aseguraría sus conquistas. Pero todavía quedaba el problema de los tanques en posición del otro lado del canal, y de la siempre lista fuerza aérea israelí. En este punto, la armonía de las dimensiones no era suficiente, y había que planificar alguna solución dentro de la dimensión vertical exclusivamente. Esto también fue resuelto exitosamente en el plan egipcio, coordinando la acción a cada nivel. Lo más notable fue la provisión de gran cantidad de armas antitanques y misiles antiaéreos, una solución a nivel técnico. Sucedió que los misiles antiaéreos fueron mucho más exitosos de lo esperado, y las armas antitanques también superaron las expectativas, al menos al principio de la guerra. Pero todavía las armas de por sí no podrían haber significado una diferencia. Los planificadores todavía tenían una respuesta a nivel táctico para la amenaza de los tanques israelíes. Equipos de cazadores de tanques integrados por rudos soldados a pie, iban a atacarlos en sus posiciones de fuego a corta distancia con cohetes portátiles, aprovechando la falta de una escolta de infantería para la defensa cercana; en realidad, los tanques demoraron la llegada a sus posiciones, así que los egipcios se encontraron emboscándolos en condiciones inmejorables. Aún más importante fue una solución a nivel operacional, dirigida al poder aéreo israelí y también a los tanques. La fuerza de cruce egipcia consistió en infantería motorizada y a pie, inás que en unidades blindadas. Desviándose del planteo clásico, donde la infantería conquista cabezas de puente para que las columnas rápidas de blindados crucen dentro del día o poco más tarde, los egipcios quisieron privar a los tanques israelíes de los mejores blancos para su artillería,y además dispersar el efecto de sus ataques aéreos. Sucedió que los tanques se vieron obligados a dispararle a la infantería con tiros perforantes después de agotar enseguida la munición de las ametralladoras. En cuanto a los cazabombarderos israelíes, en lugar de atacar vehículos blindados bien delineados, se encontraron bajo la amenaza constante
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de los misiles mientras desparramaban sus bombas contra infantéría dispersa. El efecto se agravaba a nivel de estrategia de teatro porque los egipcios no intentaron concentrar el esfuerzo, sino que cruzaron por muchos puntos todo a lo largo de los 110 kilómetros del Canal de Suez. Entonces la fuerza aérea israelí fue incapaz de atacar los medios de cruce en sí: en vez de pocos puentes pesados y muy visibles para columnas blindadas, fáciles de destruir y difíciles de reparar, sus pilotos se hallaban ante muchos puentes livianos de pontones, cuyas secciones dañadas podían reemplazarse con facilidad, así como con denso tránsito de lanchas y veláculos anfibios que ni siquiera valía la pena atacar. Para el caso, las armonías del plan egipcio produjeron gran éxito. El cruce del Canal de Suez fue cumplido debidamente el 6 de octubre, y los egipcios soportaron tanto la resistencia de los tanques israelíes en la línea como los ataques aéreos. En el ascenso de la curva del éxito, inclusive derrotaron al primer contraataque de las fuerzas movilizadas, el 8 de octubre. (17) Ahora el "arma del petróleo" estaba siendo activada, los Estados Unidos se sentían alarmados, y la Unión Soviéticajugaba el papel señalado. Pero luego de tan inesperado triunfo, los egipcios que habían soportado tanques y aviones no pudieron soportar la tentación. En lugar de aceptar un cese de fuego favorable en el sitio en que se encontraban. decidieron forzar la fortuna de la guerra. El 14 de octubre lanzaron una ofensiva blindada clásica, tratando de combatir por encima de sus límites de competencia y sobrepasando su punto culminante de éxito. La pronta derrota de la ofensiva marcó el giro de los acontecimientos. Para el 15 de octubre de 1973, los israelíes habían cruzado a su vez el Canal de Suez, y en una semana eran los egipcios quienes estaban pidiendo un cese de fuego en una posición en que quedaba rodeada buena parte de su ejército, y los israelíes a apenas 110 kilómetros de El Cairo. supuesto que esafue solamente una victoria ál nivel operacional y nunca de gran estrategia, porque los israelíes no podían continuar y ocupar la capital para imponer la paz en sus propios términos. En cambio, fue Egipto quien obtuvo una victoria concluyente, si bien estrictamente limitada al nivel de gran estrategia, señalada formalmente por el acuerdo de desaferramiento de 1974 que dejó a Egipto con el control de ambas márgenes del Canal de Suez. Entonces, una vez más, los resultados obtenidos dentro de la dimensión vertical exclusivamente suelen tener efectos limitados para la gran estrategia, cuando las transacciones en la dimensión horizontal se inmiscuyen; en forma similar, las potencialidades en la dimensión horizontal no se desarrollan totalmente sin alguna transacción en la dimensión vertical. La guerra sin un buen uso de la política fracasa casi inexorablemente, pero la política no puede triunfar siempre sín guerra.
Por
CAPÍTULO 15
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Mi
propósito ha sido poner en claro el proceso de la lógica paradójica en sus cinco niveles y dos dimensiones, ofreciendo en el proceso una teoría general de la estrategia que describe pero no prescribe. En cuanto a la deducción de reglas de conducta, i mplicaciones prácticas, y hasta un esquema completo de gran estrategia, eso debe quedar para quienes tienen el poder de decisión en determinado tiempo y lugar, si bien la teoría sugiere claramente cómo pueden optimizarse los resultados: por cierto que nunca reduciendo asuntos complejos para extraer opciones definidas aplicables cada una a un tiempo, sino logrando decisiones concertadas cuidadosamente reiteradas a través de los cinco niveles y dos dimensiones, para asegurar una armonía tolerable entre todos ellos; además, nunca persiguiendo el éxito sin limitación alguna, sino ejerciendo una moderación deliberada en esas circunstancias, para evitar exceder puntos culminantes a cada paso. Pero todavía existen razones para vacilar antes de aplicar la teoría general. La primera consiste en la gran complejidad implícita en la tarea de armonización. Si se la tiene en cuenta, entonces la elección de una sola arma se convierte en una empresa trabajosa. Ya no bastan elaborados cálculos presupuestarios y ensayos técnicos. El arma tiene además que ser evaluada a nivel táctico, examinarse su empleo inicial, anticipar las reacciones del enemigo, y entonces cerciorarse del efecto global de sus consecuencias. Y esto es sólo el preludio del análisis al nivel operacional, y luego al nivel de la estrategia de teatro, que deberá repetirse para cada teatro de interés. Si el arma posee suficiente i mportancia como para hacerla conocer más allá de los estrechos círculos especializados, a causa de características novedosas, aspecto i mpresionante, gran tamaño, o por ser nuclear, las posibles repercusiones diplomáticas y propagandísticas en la dimensión horizontal tienen que ser también evaluadas antes de que pueda efectuarse una apreciación a nivel de gran estrategia. Así y todo, será únicamente una estimación provisional, dependiendo de una evaluación del -rango de las posibles reacciones futuras, tanto de aliados como enemigos. Si se
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adquiere la nueva arma, no sólo deben entrar a considerarse las fuerzas, armas, contramedidas ,y actitudes vigentes, sino además las nuevas configuraciones que su aparición pueda provocar. Seguramente que algunas de estas consideraciones ya se incluyen en las decisiones militares. Ni siquiera el pragmatismo más irresponsable permitiría que los temas nucleares fueran decididos exclusiva mente por razones operativas; tampoco es posible que las opciones técnicas en el diseño bélico ignoren totalmente las necesidades del empleo táctico. Sin embargo, todavía existe una ancha brecha entre la práctica actual y la completa reiteración a través de los niveles y dimensiones que requeriría la aplicación de la teoría. Bastante a menudo ocurre que los partidarios de tal o cual decisión se concentran en el análisis de uno o dos niveles, los que corresponden a su propia experiencia o aquellos en los cuales obtendrán resultados favorables. Los anales de la historia militar están repletos de casos de armas técnicamente impresionantes que nunca se hubieran construido de haberse tenido en cuenta reacciones tácticas elementales (como en el caso de los costosos tanques Ferdinando, perdidos en la batalla de Kursk por los alemanes en 1943, porque carecían de ametralladoras para enfrentar a la infantería rusa); o de armas táctica y técnicamente exitosas cuyo fracaso operacional debió anticiparse (el avión antitanque probado por cada bando en la Segunda Guerra Mundial y ahora reactualizado con gran costo, que en subúsqueda de concentraciones de tanques encontrará además concentraciones de cañones antiaéreos); o de armas exitosas en todos los niveles militares pero contraproducentes al nivel de gran estrategia, a causa de la reacción de otras potencias (los acorazados alemanes anteriores a 1914, que sólo sirvieron para concitar la hostilidad letal de Gran Bretaña). Si la teoría ha de ser usada para definir todo un esquema de gran estrategia, más que como guía para una simple decisión, entonces aguardan complicaciones mucho mayores. En primer lugar, las metas de la política nacional deben ser congruentes, aunque se hayan establecido por tradición, compromiso burocrático, voluntad del dictador o elección expresada democráticamente. No importa si se las considera sabias o tontas, sino que no se excluyan mutuamente ni se las clasifique en forma incoherente, porque en ese caso no es concebible la definición de una gran estrategia normativa. Luego es necesario elaborar precisas normas de conducta para las dimensiones vertical y horizontal de la estrategia, detallando completamente la política militar a cada nivel y la política exterior hacia todos los países relevantes. Además de la ingeniosidad elegante que ese gran esquema pueda contener, su implementación depende de una multitud de decisiones políticas detalladas. En política militar, las prioridades establecidas por el esquema, que irían desde el alistamiento inmediato para el
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combate hasta el potencial futuro, tienen que ser confirmadas en los centenares de rubros atinentes del presupuesto; las prioridades de las fuerzas que habrán de conservarse, por otra parte, darán lugar a complicaciones que no serán únicamente administrativas, ya que las ramasy servicios se resistirán a cualquier plan de reducción que tienda al desarrollo de otros. En el resultado de la ecuación militar, debe quedar definido el empleo previsto de fuerzas en los niveles estratégico de teatro y operacional, para fundamentar objetivos y métodos operacionales congruentes para cada teatro de interés. En la conducción de la política exterior, las pautas del esquema requerirán una implementación similar a la ya detallada para cada uno de los organismos burocráticos responsables de la diplomacia, propaganda, operaciones secretas y acción económica, con la posibilidad de que esta última encuentre resistencia o simplemente fracase cuando los propósitos estratégicos colisionen con los intereses internos. Aunque no exista un parlamento elegido para debatir la intención del poder ejecutivo y su esquema de gran estrategia, aunque no haya grupos de interés ajenos al gobierno con capacidad de desafiar sus políticas, el diversificado aparato burocrático de los Estados modernos constituye en sí mismo un poderoso obstáculo para la implementación de cualquier esquema general de gran estrategia. Cada departamento civil y militar está estructurado pára perseguir sus propias metas distintas, más que la optimización de objetivos de política nacional en forma global. Sean o no conscientes de ello, quienes atiborran los diferentes organismos tienden a resistir un esquema concertado siempre que se oponga a sus intereses burocráticos particulares, hábitos y urgencias; además, puede que carezcan de idoneidad o medios que hasta entonces no se necesitaron, pero que ahora son requeridos por el nuevo esquema. Ocurre de manera que la organización del Estado moderno es al mismo tiempo un instrumento esencial y un poderoso impedimento para la implementación de una gran estrategia normativa. Una segunda razón para la pusilanimidad en la aplicación de la teoría general es de fondo, más que de procedimiento. No resulta fácil pergeñar correctamente soluciones estratégicas que superen la mera i mprovisación pragmática. La percepción de la lógica paradójica de la estrategia en sus cinco niveles y dos dimensiones puede prontamente exponer el error de tomar decisiones en un solo nivel, o de formular políticas unidimensionales que ignoren las reacciones ajenas. Pero para proceder de lo negativo a lo positivo se hace necesario contender con todos los aspectos relevantes de un problema, a cada nivel, en ambas dimensiones, y todo a la vez. Las dificultades de procedimiento pueden ahora convertirse en la causa de información equivocada en la toma de decisiones, y de distorsiones a la hora de la acción. En otras
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palabras, el elaborado procedimiento de decisión y la estrecha coordinación de políticas que se requiere para aplicar la teoría, permiten que haya muchas más oportunidades de cometer errores. La superioridad teórica de una conducta estratégica adecuada puede de ese modo naufragar en la práctica, así como en el combate un plan de maniobra muy superior en teoría puede resultar tan cargado con fricciones agregadas, que en la realidad sea peor que un ataque frontal, con su brutal sencillez. El problema de fondo es enorme, obviamente, cuando se trata de planificar un esquema completo de gran estrategia. Ahora sabemos que los alegatos escuchados con frecuencia públicamente por una estrategia nacional "coherente" o "consistente" no son sólo necios, sino que realmente confunden. Sugieren que la política de cada organismo debiera ser coordinada estrechamente con una política nacional que tenga lógica en términos de sentido común, mientras que en estrategia solamente las políticas aparentemente contradictorias pueden eludir el efecto contraproducente de la lógica paradójica. Por ejemplo, si durante la consideración de un esquema de gran estrategia se alcanza un punto donde se estima necesario cierto incremento en el alistamiento bélico actual (pese a que no pueden aumentarse los gastos militares), habrá que elevar los niveles de personal, acopios y adiestramiento a expensas del desarrollo a largo plazo de cierto armamento, la construcción de instalaciones, o algo similar. Como el resultado tiende a aumentar el poderío actual a costa del poderío futuro, tal política militar demandaría una política exterior conciliatoria, para reducir eventualmente la intensidad del conflicto mediante una instancia diplomática apaciguadora, quizc; restringiendo la propaganda y las operaciones secretas, o directamente efectuando concesiones. Sujeta a muchas otras variables que aquí se ignoran, una política militar "dura" de poderío inmediato requeriría así una política exterior "blanda". Como resultado, la conducción global de la política nacional no parecerá coherente ni consistente, precisamente porque consigue armonizar ambas dimensiones de la estrategia. Este ejemplo en particular sugiere otro grave obstáculo a la conducción estratégica a nivel nacional: sería bastante complicado para los dirigentes políticos democráticos seguir políticas que tan fácilmente pueden tildarse de ilógicas y contradictorias (además, a través de este ejemplo y muy a menudo se los podría acusar de apaciguadores). En general, sería difícil mantener el apoyo popular a políticas paradójicas cuando inevitablemente pueden sólo explicarse a través del medio adverso del discurso con sentido común. Sin embargo, la dificultad no es universal. Los gobiernos dictatoriales tienen la ventaja de que pueden seguir políticas deliberadamente contradictorias sin necesidad de dar explicaciones. Pueden combinar una diplomacia conciliatoria y efectuar concesiones destinadas a relajar la vigilancia
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de sus adversarios, con un acelerado esfuerzo armamentista; pueden tronar y amenazar en una dirección mientras se preparan para actuar en otra; y pueden lanzar ataques sorpresivos en la mayor escala. Los gobiernos democráticos también pueden incrementar su alistamiento militar, por supuesto, pero no les es posible disimularlo, porque debe crearse una atmósfera pública de temor u hostilidad para justificar los sacrificios; pueden amenazar a otros países, pero sólo después que la acción ha sido justificada abiertamente; y no pueden lograr la sorpresa política (ni la estratégica) si deciden atacar; solamente conseguirán la sorpresa táctica en circunstancias en que una crisis ya ha ido preparando al pueblo para la guerra. No obstante, tantas complicaciones, obstáculos, fricciones y objeciones políticas que impiden el uso práctico de la teoría general no disminuyen de ningún modo su validez ni prohíben su aplicación. Significan simplemente que la conducción estratégica a cualquier nivel está cargada de dificultades, tal como la guerra y la diplomacia. Sin duda que en muchos casos todos los inconvenientes podrían y deberían ser superados para implementar la lógica y así obtener mejores resultados en cuestiones de disímil magnitud, desde la formulación de estrategias y métodos operacionales de teatro hasta el desarrollo de armas específicas, desde opciones tácticas hasta la conducción de aspectos conflictivos en política exterior. Aun si la meta es mucho más ambiciosa, tal como pergeñar e implementar una gran estrategia nacional que armonice la política en todos los niveles, es posible que los impedimentos puedan vencerse con un gran esfuerzo intelectual, una tenaz prosecución del propósito, y mucho ingenio político. Sin embargo, existe un peligro siniestro que amenaza tan excepcional conquista. De hecho, se involucran enormes incertidumbres en el planteo de cualquier esquema importante de gran estrategia. El éxito en la formulación e implementación encierra la real posibilidad de que el error esté sistematizado. Las decisiones pragmáticas de poco vuelo y las improvisaciones descoordinadas que marcan la conducta cotidiana del gobierno producen seguramente muchos errores, pero la mayoría son de escasa magnitud, y con un poco de suerte muchos se anularán recíprocamente. La aplicación exitosa de una gran estrategia normativa debería reducir apreciablemente la prevalencia de pequeños desfasajes de desarmonía, pero únicamente a riesgo de concentrar energías para perpetrar equivocaciones mucho mayores. POST SCRIPTUM A pesar de los obstáculos, fricciones y riesgos, la teoría general aquí presentada ofrece alguna oportunidad para su aplicación práctica.
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Puede que no sirva de ayuda a soldados y estadistas en idéntica forma en que los exploradores son auxiliados por un buen mapa topográfico, pero al menos les presta cierta utilidad, de manera semejante a una guía de plantas venenosas para exploradores de la jungla; los consejos negativos también pueden ser valiosos. Primero, una vez que se comprende que las condiciones de la lógica paradójica son siempre conflictivas, la práctica de la estrategia puede quedar liberada de la sistemáticamente confusa influencia de la lógica del sentido común. Para la conducción de la política exterior, esto ofrece la perspectiva de una eventual liberación de la falsa disciplina de la consistencia y coherencia, para dar campo a políticas concertadas que son deliberadamente contradictorias. Los líderes militares han sido siempre capaces de seguir tácticas y métodos operacionales paradójicos (tanto es así que los movimientos no con , , encion :les ahora coinciden con los conceptos del sentido común sobre cómo debiera combatirse), pero un nuevo reconocimiento del penetrante alcance de la lógica puede librarlos de la imposición del pensamiento de lógica lineal de la política militar de tiempo de paz, con sus dañinas derivaciones y su confuso criterio de eficiencia. Segundo, una vez que se comprenden las consecuencias dinámicas de la lógica, la aplicación de restricciones en la prosecución del éxito en l a guerra o en la paz, en la conducción de una ofensiva o en la construcción de armas, ya no dependerá de vagos instintos de moderación, sino que puede sostenerse por una apremiante racionalidad cuando se acercan puntos culminantes. Simplemente, el apercibirse de la inacabable dinámica de la lógica puede servir de alarma contra los excesos para proveer un firme muro de precaución contra el impulso instintivo hacia el éxito ilimitado. Tercero, una vez que se comprende la estructura de la estrategia, con sus distintos niveles y dimensiones, toda una clase determinada de errores puede ser expuesta, resistida, o directamente inhibida; se trata de esos errores frecuentes que surgen de decisiones tomadas arbitrariamente en algún nivel ignorando a los restantes, de la prosecución del éxito en una sola dimensión en desarmonía con la otra. Pero una disciplina no necesita poseer valor práctico para merecer nuestra atención: el estudio de la estrategia debería ser su propia recompensa, porque es lo único que puede explicar las exasperantes continuidades y las desconcertantes contradicciones que saturan la experiencia humana del conflicto.
APÉNDICES OBRAS CITADAS NOTAS ÍNDICE ALFABÉTICO
APÉNDICE 1 Definiciones de Estrategia
Mi propósito es demostrar la existencia de la estrategia como un cuerpo de reiterados fenómenos objetivos que surgen del conflicto humano, sin prescribir cursos de acción. La mayoría de las definiciones corrientes son exclusivamente normativas, como si se hubiera asumido que no existen esos fenómenos objetivos, o quizá que son demasiado obvios para que valga la pena definirlos. Por supuesto que esto suscita la cuestión sobre si hay una base para establecer prescripciones generales, o si sólo puede brindarse algún consejo en asuntos específicos, sobre cómo tratar una cuestión particular en un contexto dado. Clausewitz, el más grande estudioso de la estrategia, simplemente no sintió ningún interés en definiciones generales ni abstractas; opin abaque intentarlos era fútily pedante. Supropiadefinición de estrategia, con la espontaneidad que lo caracterizaba, se origina para diferenciarla de la táctica, .y es presentada en forma común: "Todo el mundo conoce bastante bien adónde pertenece cada factor en particular... Cuando quiera que tales categorías son usadas a ciegas, debe haber una razón profunda para ello... Rechazamos, por otra parte, las distinciones artificiales de ciertos autores, ya que no se ven reflejadas en el uso general. De acuerdo con nuestra clasificación, entonces, la táctica enseña el uso de las fuerzas armadas en el combate; la estrategia, el usodeloscombatesparaalcanzar elobjetivo delaguerra".On War,libro 2, cap. 1, pág. 128 (edición Princeton). Como en el caso de muchos términos científicos, la palabra "estrategia" (en francés stratégie, en italiano strategia) deriva indirectamente del griego strategos (general), que no posee la connotación actual. El equivalente griego de nuestra "estrategia" hubiera sido strategike episteme (conocimiento de los generales) o strategon sophia (sabiduría de los generales). Analogías como strategkkos, como en el título de la obra de Onosander, o el muy posterior strategikon (de Mauricio), tienen una connotación didáctica. Por otra parte, strategemata (Strategematon es el título griego del trabajo en latín de Frontino) describe una compilación de strategema, precisamente "estratagemas" o ardides de guerra (ruses de guerre). Mucho más comúnmente usado por los grie-
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APÉNDICE 1
gos, a partir de Eneas en el siglo IV A. C. hasta Leo en el siglo VII D. C. y más adelante, fue taktike techne, que describe todo un cuerpo del conocimiento sobre conducción de la guerra, desde abastecimientos hasta retórica exhortatoria, incluyendo técnicas y táctica propiamente dicha, y así también diplomacia menor. Taktike techne, o más bien su traducción latina ars bellica, reapareció en 1518, siendo usado por Maquiavelo como "arte della guerra" en Los discursos sobre Tito Livio (quien en realidad empleaba ese término) y más tarde en el título de su Arte de la guerra, que se difundió ampliamente (Kriegskunst, art de la guerre, art of war). Ver Virgilio Ilari, "Politica e strategia -Iobale", Jean, ed., Il pensiero strategico (1985), págs. 57-59. Para Clausewitz la "estrategia" era normativa, y así sigue siendo en la definición contemporánea norteamericana: "Ciencia, arte o plan (sujeto o revisión) que dirige el reclutamiento, la preparación y la utilización de las fuerzas militares de una nación (o coalición) con el fin de que sus intereses sean efectivamente promovidos o protegidos contra enemigos reales, potenciales o meramente presumidos". King, ed., Lexieon of Military Terms (1960), pág. 14. En forma característica, una definición norteamericana moderna de origen militar oficial es mucho más amplia: "Arte y ciencia de desarrollar y usar fuerzas políticas, económicas, psicológicas y militares según se necesiten durante paz y guerra, para proporcionar el máximo apoyo a las políticas a fin de incrementar las probabilidades y consecuencias favorables de la victoria y aminorar las posibilidades de la derrota". Junta de Jefes de Estado Mayor de los Estados Unidos, Dictionary of United States Military Terms for Joint Usage (1964), pág. 135. Aún más amplia pero igualmente prescriptiva es la definición normal de estrategia del diccionario Webster's: "Ciencia y arte de emplear las fuerzas políticas, económicas, psicológicas y militares de una nación o grupo de naciones para proporcionar el máximo apoyo a las políticas adoptadas, en paz o guerra". La definición que se encuentra en la obra colectivay exageradamente oficialista Estrategia militar soviética, cuya autoría se atribuye al mariscal V. D. Sokolovsky, quien revela sus preocupaciones marxistas y burocráticas, diferencia entre el significado descriptivoy el prescriptivo: "La estrategia militar es un sistema de conocimiento científico que trata de las leyes de la guerra en un conflicto armado, en nombre de definidos intereses de clases. La estrategia estudia las condiciones y la naturaleza de la guerra futura, los métodos para su preparación y conducción, las ramas de las fuerzas armadas y los fundamentos para su utilización estratégica, así como los fundamentos para el apoyo material y técnico, de la conducción y lasfuerzas armadas, sobre la base de la experiencia militar, las condiciones políticas y militares, el
DEFINICIONES DE ESTRATEGIA
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potencial económico y moral del país, nuevos medios de combate y las opiniones y el potencial del probable enemigo. Al mismo tiempo, es ésta el área de actividades prácticas de la alta conducción política y militar, del comando supremo, y de los comandos superiores, que pertenece al arte de preparar un país y sus fuerzas armadas para la guerra y su conducción". Scott, ed., Soviet Military Strategy (1975), pág. 11. La sucinta definición del general André Beaufre, normativa pero basada en lo descriptivo, resulta congruente con mi propio propósito en este libro: "Part de la dialectique des volontés employant la force pour resoudre leur conflict" (el arte de la dialéctica de las voluntades que emplean la fuerza para resolver su conflicto). Introduction á la stratégie (1963), pág. 16.
APÉNDICE 2
El Ejército Soviético: un comentario
Ha persistido el hábito de medir al ejército soviético por el número de sus divisiones. Siempre tuvo muchas, en parte por la conscripción general de la juventud, y porque los ex conscriptos quedan asignados a unidades de reserva estructuradas y equipadas, mantenidas en variados Estados de alistamiento. Indudablemente, en gran medida este ejército puede contexiplarse como un enorme aparato de producción de reservas, en forma muy parecida al israelí. Los resultados son impresionantes: por ejemplo, en el momento en que esto se escribe, se estima que hay 51 divisiones de tanques, 142 divisiones de "fusileros motorizados" (realmente todas mecanizadas), y 7 divisiones aerotransportadas; tres cuartas partes de ellas están formadas solamente por cuadros en servicio activo, pero todas pueden salir a campaña a corto plazo. Las estimaciones occidentales sobre las demoras de lamovilización no son confiables; no entra en el estilo militar soviético insistir en el complicado milagro de unidades totalmente completas, adiestradas y equipadas, sino que prefieren mandar las unidades a la acción en cuanto adquieren la idoneidad mínima y el equipo básico. Y la estructura de la guerra de blindados favorece ese enfoque, porque si bien fuerzas de alta calidad son necesarias en las puntas de lanza, la embestida blindada en su conjunto puede también obtener masa y empuje de fuerzas de menor calidad. Sin embargo, en las operaciones bélicas el combate no se libra por divisiones, sino por cuerpos de ejército, o sea agrupamientos de cuatro o cinco divisiones bajo un solo comando, con su propio apoyo orgánico no perteneciente a las divisiones. Por ejemplo, actualmente se supone que cada cuerpo incluye un gran complemento de artillería, una unidad de misiles superficie-superficie, un gran complemento antiaéreo, un regimiento de 64 helicópteros, un batallón de elite de asalto aéreo y un regimiento blindado con nada menos que 150 tanques (algunas divisiones occidentales poseen sólo 200). Los cuerpos de ejército son a su vez reunidos en "frentes", la unidad de planeamiento para grandes operaciones, que nuevamente cuenta con su propio apoyo orgánico. Por ejemplo, actualmente se supone que
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APÉNDICE 2
cada frente incluye una división completa de artillería, con casi tantos cañones, obuses y morteros pesados como algunos de los cuerpos de ejército más pequeños de Occidente (240 en total), unidades antiaéreas en escala semejante, misíles superficie-superficie con cabeza nuclear, dos regimientos de helicópteros, una brigada de elite de asalto aéreo y una brigada blindada independiente con cerca de 200 tanques. Por consiguiente, se nota que la cantidad de divisiones se hace doblemente confusa en el caso del ejército soviético. Por un lado, porque sus divisiones son más pequeñas que las de los ejércitos occidentales más importantes, incluyendo el norteamericano; por el otro, porque el procedimiento desdeña el gran poderío de los elementos de apoyo de los estimados cuarenta "cuerpos de ejército" y dieciséis "frentes". Otro factor significativo en la capacidad bélica del ejército soviético es asimismo dejado de lado en las sumas de divisiones (y equipos): las fuerzas de elite, que se asemejan a las tropas de comandos, en un ejército por lo demás totalmente mecanizado. Reclutados, adiestrados e inspeccionados por una organización separada (VDV, Vozdushno Desantnye-Voyska), sirven por períodos mucho mayores que los demás conscriptos (cinco años) y son paracaidistas (aunque en casi todos los casos arribarán en aviones o helicópteros). Ha sido específicamente desarrollada para la VDV toda una familia de vehículos aerotransportables, blindados livianos de orugas. Sus fuerzas actuales son las siguientes: siete divisiones aerotransportadas con 7000 hombres cada una, vehículos blindados aerotransportables y artillería orgánica; brigadas de asalto aéreo de primera línea con 2000-2500 hombres y algunos vehículos blindados (son de transición o preparadas para frentes secundarios); batallones de asalto aéreo a nivel de cuerpos de ejército con menos de 500 hombres cada uno. Además, hay fuerzas especiales (Spetznats) tipo comandos, algunas de las cuales pueden operar disfrazadas. Al presente se cree que hay 19 brigadas y regimientos de Spetznats, pero esas designaciones exageran mucho los niveles reales de efectivas. Finalmente, la armada soviética cuenta con 18.000 hombres en su infantería de marina de elite. Fuentes: Instituto Internacional de Estudios Estratégicos, Military Balance, 1986-87, pág. 37. David C. Isby, "Brigadas de asalto aéreo y aerotransportadas del Ejército Soviético", AmphibiousWarfareReview (1985). Norman Polmar, "Infantería de Marina Soviética", ídem.
APÉNDICE 3
La NATO, el Ejército Soviético, y otras fuerzas del Pacto de Varsovia: términos de comparación
Las estimaciones comparativas del poder militar basadas en informaciones numéricas de unidades y equipos son sistemáticamente confusas, porque pasan por alto la parte principal del asunto: los factores intangibles tales como moral, disciplina, cohesión y conducción, así como la calidad de las tácticas, métodos operacionales y estrategias de teatro. Pero las comparaciones entre fuerzas terrestres de la NATO y del Pacto de Varsovia según esos parámetros suelen resultar más confusas que lo usual, porque la unidad habitual de cuenta, la división, en principio no es válida para el ejército soviético (ver Apéndice 2), y de cualquier modo combina una multitud de formaciones radicalmente diferentes en cuanto a efectivos, aunque se suponga que son del mismo tipo. Por ejemplo, al presente se estima que las divisiones blindadas de primera línea completas cuentan con 10.500 hombres y 322 tanques (hay otras mucho menores); su contraparte norteamericana, en cam bio, tiene 16.500 hombres pero solamente dos tanques más (324). Igualmente, ias divisiones de primera línea de "fusileros motorizados" (mecanizadas) completas poseen 12.500 hombres y 271 tanques, y las divisiones mecanizadas norteamericanas 16.000 soldados .y 270 tanques. Las divisiones alemanas, las más importantes del dispositivo de la NATO, cuentan con menos tanques, 300 en las divisiones Panzer y 250 en las Panzergrenadier, pero más hombres, 17.000 y 17.500, respectivamente. Las divisiones blindadas británicas con 16.300 hombres tienen sólo 285 tanques, apenas más que las de fusileros motorizados soviéticas, mientras que las francesas son mucho menores que éstas últimas, incluso en personal. En realidad, hay una diferencia estructural bastante importante entre las fuerzas terrestres de la NATO y las soviéticas: las divisiones de este último ejército, con cuatro regimientos, disponen de menos hombres y más armas pesadas que las divisiones de la NATO con tres brigadas, especialmente respecto a tanques y transportes de combate imprescindibles para operaciones ofensivas, pero además en artillería y armas antiaéreas. Las fuerzas de la NATO están equipadas con
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armas más costosas producidas en mucho menor escala, y poseen menor cantidad de todas ellas, incluso en el caso de armas puramente defensivas como los misiles antitanque. Así que la pobre Unión Soviética cuenta con fuerzas capital-intensivas, mientras que las fuerzas terrestres de la rica NATO son mano de obra intensivas. Si las cifras de personal se toman como medida principal del poder de combate, las divisiones soviéticas deben reducirse al 60 por ciento al compararlas con las norteamericanas y alemanas. Pero si se juzga por el equipamiento disponible, están a la par. En este caso, las cifras estimadas después de la plena movilización no son muy tranquilizadoras para la Alianza: 110 divisiones de tanques y fusileros motorizados para los soviéticos, contra 89 blindadas y mecanizadas de la NATO. Si se ensancha la comparación para incluir las divisiones no mecanizadas (fuerzas de infantería a pie o en camiones, aerotransportadas y de montaña), la suma divisional es mucho más favorable para la NATO: actualmente podría mandar a campaña 54 de esas divisiones después de la movilización, opuestas a sólo seis soviéticas. Mas mientras las primeras son casi todas de simple infantería de reserva, equipadas con poco más que sus botas, las últimas son divisiones aerotransportadas de elite, aunque muy pequeñas, con unos 7000 hombres cada una. De hecho, otra diferencia sistemática entre las fuerzas terrestres del Pacto de Varsovia y de la NATO es la homogeneidad estructural de las primeras y la enorme diversidad de las últimas. En el dispositivo completo de divisiones que cada bando puede movilizar para el combate, según estimaciones vigentes, son 143 para la NATO y 180 para sus oponentes, pero solamente hay tres tipos básicos (tanques, fusileros motorizados, aerotransportadas) que comprenden prácticamente a todas las divisiones del Pacto, en oposición a un verdadero muestrario de diversas clases en la NATO, incluyendo la infantería de alta montaña italiana (alpini), infantes de marina norteamericanos, divisiones Panzer alemanas, infantería a pie turca, divisiones griegas de reserva que existen principalmente en los papeles, y divisiones británicas compuestas por profesionales veteranos. En la medida en que la diversidad refleje la adaptación a los requerimientos locales del terreno y ciertas ventajas comparativas en el orden nacional -el ejército turco cuenta con excelente infantería, los alemanes son superiores en blindados, los italianos se destacan como montañistas-, eso favorece a la NATO. Pero la gran masa de divisiones no mecanizadas de la Alianza despierta sospechas; se cree que no representan una adaptación a circunstancias variables, sino una severa carencia de vehículos blindados en los ejércitos más pobres. La geografía indica otra asimetría más. Todas las divisiones del Pacto pueden llegar al frente desplazándose sobre el terreno, pero los refuerzos norteamericanos (incluidos los canadienses) deben cruzar el
EL EJÉRCITO SOVIÉTICO
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Atlántico, casi todos mediante un transporte marítimo lento e inseguro. Al presente, es presumible que 13 de las 89 divisiones de la NATO blindadas y mecanizadas, y 15 de sus 54 no mecanizadas, vendrán de los Estados Unidos. Una última diferencia entre la NATO y el Pacto de Varsovia en lo referente a sus fuerzas terrestres es la presunta lealtad a la Alianza de las primeras y la supuesta deslealtad potencial de las últimas. Ello no parece tan importante como a veces se sugiere. Primero, porque al fin .y al cabo el ejército soviético constituye gran parte del Pacto (41 sobre 57 divisiones de tanques y 74 sobre 112 de las restantes, según estimaciones actualizadas de movilización). Segundo, las peculiaridades de la guerra de blindados hacen posible que fuerzas de lealtad dudosa puedan emplearse provechosamente; puede que no sean de fiar como puntas de lanza en la penetración, pero servirían para mantener frentes secundarios, sumar masa e impulso a los vectores, ocupar ejes recién abiertos, y soportar contraataques occidentales que de otro modo irían hacia las fuerzas soviéticas. Tampoco resulta razonable creer que unas fuerzas armadas que hasta ahora se han desempeñado correctamente, puedan de súbito rebelarse en plena guerra, precisamente en el momento en que la cantidad de divisiones soviéticas (más la masa de fuerzas ajenas alas divisiones) desplegadas en los países satélites seha incrementado abruptamente, de 53 a 115 en total, según estimaciones recientes. La presunción más segura es que las fuerzas del Pacto de Varsovia responderán a los soviéticos mientras vayan ganando la guerra, y se inclinarán a la desobediencia en cuanto se vean perdiendo. En otras palabras, si la NATO hace las cosas bien recibirá la ventaja adicional de las defecciones del otro bando, pero si fracasa no puede esperar ningún alivio por ese lado. Fuente: Instituto Internacional de Estudios Estratégicos, Militan, Balance, 1986-87, pág. 226-227.
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Notas
Introducción, Parte I 1. En realidad, como F red C. Ikle hace notar enEvery WarMustEnd (1971), pág., 123, la más dudosa paradoja es la inversión implícita del trato normal entre víctima y agresor; si la disuasión tiene éxito, la víctima potencial debe mostrarse completamente decidida en circunstancias desesperadas, y hasta temeraria, mientras que el potencial agresor debe evaluar muy cuidadosamente riesgos, costos y beneficios.
1. El uso consciente de paradojas en la guerra 1. Este es el concepto de la "aproximación indirecta" de Basil Liddell Hart; sus ideas sobre el tema están diseminadas en biografías, apologías y artículos. Para un enunciado coherente con el contexto, ver Briand Bond, Liddell Hart (1977), págs. 37-61. 2. "Señales" y "ruido" son términos importados de la ingeniería en comunicaciones al discurso estratégico, en un trabajo de seminario sobre el ataque sorpresivo japonés: Roberta Wohlstetter, Pearl Harbor (1962). 3. Carl von Clausewitz, On IVar, libro 1, capítulo 7, pág. 119 en la edición de Pi-inceton. 4. Ídem, libro 2, capítulo 3 ("La guerra es un acto de relación humana"), pág. 149. 5. El camino Chouf, desde Jazzin a la autopista Beirut-Damasco, que a su vez conduce hacia el este hasta Shtawra, objetivo israelí del momento donde estaba ubicado el asiento del comando militar sirio en El Líbano. El avance israelí fue bloqueado en Ayn Zhalta, a pocos kilómetros de la carretera. Ver Zeev Schiff y Ehud Yaari, Israel's Lebanon War (1984), págs. 160-161. 6. La ofensiva del Cuerpo Ben-Gal 446, que comenzó al amanecer del 10 de junio de 1982. Ídem, págs. 117, 171-173.
2. La lógica en acción 1. La campaña no terminó oficialmente hasta el 25 de junio de 1940, cuando también Italia aceptó el ofrecimiento francés del armisticio; pero en la última
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NOTAS
semana de combate faltó ánimo por ambas partes, excepto en algunos sectores de la Línea Maginot, donde el Segundo Grupo de Ejército francés resistió tenazmente hasta el 22 de junio. 2. Al iniciarse las hostilidades en setiembre de 1939, de un total de 103 divisiones alemanas solamente 16 (Panzer, Motorizadas y Ligeras) estaban completamente motorizadas. Se suponía que cada una de las 87 divisiones de infantería contaba con 942 vehículos de exploración, coches auxiliares, tractores de artillería y camiones (suficientes para llevar a la sexta parte del personal), pero la mayoría de los abastecimientos eran portados en 1200 carros con caballos. Sin embargo, para mayo de 1940 el número de camiones se había reducido a la mitad por la gran cantidad de averías en los pésimos caminos polacos, y se habían agregado más carros. Desde las terminales ferroviarias a los depósitos de las divisiones, los abastecimientos eran transportados por camiones de regimientos logísticos no parte»ecientes a las divisiones; pero había solamente tres de ellos para la totalidad del ejército alemán, en todos los frentes, con únicamente 6600 camiones. Ver Martin van Creveld, Supplying War (1977), págs. 144-147. 3. Burkhart Mueller-Hillebrand, Das Heer, 1933-1945(1956), tomo 2, tabla 29, como es citado por Van Creveld, en Supplying War, n. 28; pág. 151. 4. En la mañana del 18 de octubre de 1941, las divisiones Décima Panzer y SS Das Reich entraron en Mozhaisk, sobre la principal autopista hacia Moscú. En ese momento, los alemanes estaban completando la destrucción de ocho ejércitos soviéticos en los sectores de Vyazma-Bryansk, en la que sería su última gran e ilimitada victoria en suelo ruso (declararon la captura de 665.000 prisioneros); ver John Erickson, The Road to Stalingrad (1975), págs. 216-220. Para entonces, los grupos Panzer segundo y tercero (Guderian y Holt), que marchaban a la vanguardia del Grupo de Ejército Central habían avanzado más de 800 kilómetros básicamente en línea recta, desde el 22 de junio de 1941, y las fuerzas de Guderian acababan de ser reorientadas hacia Moscú después de su maniobra en dirección sur para cerrar el enorme envolvimiento de KievRomny. 5. En realidad, solamente dos cuerpos pudieron atacar de algún modo, entre los dos ejércitos en ese sector. Ver Albert Seaton, TheBattle forMoscow (1983), pág. 165. 6. La contraofensiva del Grupo de Ejército Sur del 5 de febrero-18 de marzo de 1943, hacia el río Donets y Karkov, que agregó el nombre de Fritz Erich von Manstein a la lista de celebridades de la historia militar. Seis cuerpos de tanques del "Grupo Popov", a nivel de ejércitos que se habían aventurado demasiado lejos hacia el sur, fueron encerrados y destrozados, y otros dos ejércitos soviéticos fueron batidos en la reconquista alemana de la región de Karkov. Ver Earl F. Ziemke, Stalingrad to Berlin (1968), págs. 90-105. También Erich von Manstein, Lost Victories (1958), págs. 367-442. 7. Ziemke, Stalingrad to Berlin, pág. 501. 8. Ver Raymond L. Garthoff, Soviet Military Doctrine (1953), págs. 18-19 para una explicación de la doctrina. 9. Sin ferrocarril que atravesara Libia, ni tampoco pudiendo utilizar carros
NOTAS
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de caballos en el desierto falto de agua y pasturas, lo único que podía sostener a las fuerzas de Rommel entre el puerto de Trípoli y el frente era la circulación de columnas de camiones. A comienzos de la intervención alemana, en abril de 1941, disponía de una capacidad de carga de 6000 toneladas, que a lo sumo podían abastecer a las dos divisiones originales del Afrika Korps hasta unos 500 kilómetros, y por lo tanto le fue explícitamente prohibido a Rommel que atacara. Cuando a pesar de todo lanzó su primera ofensiva, sobrepasando a las fuerzas británicas (que también se habían sobreextendido después de su victoria anterior contra los italianos) que pronto se derrumbaron, su avance espectacular y sin antecedentes históricos de 1600 kilómetros, reconquistando la totalidad de Libia, penetrando en Egipto, dejó sus fuerzas de vanguardia varadas en el desierto, subsistiendo apenas con abastecimientos capturados y preparándose para su propia retirada. Van Creveld, Supplying War, pág. 186. 10. Significa para combatir contra otros aviones, así como para efectuar ataques a tierra, ambos a la luz del día. Ver Williamson Murray, Strategy for Defeat (1983), págs. 1-25. 11. El primer bombardeo de blancos en el interior de Alemania, en el Ruhr, ocurrió el 15 de mayo de 1940; la primera incursión contra Berlín voló en la noche del 25 de agosto de 1940. Desde la iniciación de la guerra, en setiembre de 1939, hasta marzo de 1940, el Comando de Bombarderos lanzó solamente 64 toneladas de bombas, y ninguna deliberadamente sobre ciudades alemanas, sino que lo único que se arrojaba en ellas eran panfletos. Así que la famosa bravuconada de Goering parecía justificada, pero terminada la "guerra falsa", invadida Francia, y con Churchill en el gobierno, fueron lanzadas 1688 toneladas sobre Alemania en mayo de 1940, que ascendieron a 2300 toneladas en junio, declinando a 1257 en julio (se habían perdido los aeródromos adelantados), y a 1365 en agosto antes de aumentar a 2339 toneladas en setiembre de 1940. Ver Charles Webster y Noble Frankland, The Strategic Air Offensive against Germany (1961), I, 144, 152 y IV, 455; en adelante citado como SAO. 12. Durante mayo de 1942, el Comando de Bombarderos británico envió 2702 salidas, perdió 114 aviones, y 256 fueron averiados seriamente; en junio se despacharon 4801 salidas, hubo 199 pérdidas y 442 averías; en julio las salidas declinaron a 3914, pero las pérdidas decayeron en menor proporción a 171, y 315 aeronaves fueron dañadas; solamente 2454 salidas fueron voladas en agosto (a diferencia de 4242 en agosto de 1941), con 142 aviones derribados y233 averiados. Ver SAO, IV, apéndice 40, pág. 432; y Alfred l'ri ce, Irzstruments ofDarkness (1977), págs. 55-111. 13. El monto total de bombas lanzadas por el Comando de Bombarderos había declinado a 2714 toneladas para diciembre de 1942, después de alcanzar un nivel máximo de 6845 en junio anterior; en cambio, durante 1943, las 4345 toneladas de enero fueron seguidas por 10.959 en febrero, aumentando progresivamente con un pico anual en agosto de 20.149 toneladas; durante el mismo mes, el total de la Octava Fuerza Aérea de los EE.UU. fue 3999 toneladas. Ver SAO, IV, apéndice 44, pág. 456. 14. El nombre código británico para las cintas metalizadas que reflejaban
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l as emisiones del radar cuando su largo coincidía con la longitud de onda era "window" (ventana); el término norteamericano, ahora usado universalmente, es "chafr'. 15. El efecto "tormenta de fuego" fue descrito por primera vez en un famoso informe del Jefe de Policía de Hamburgo, fechado el lro. d e diciembre de 1943. Ver el resumen en SAO, IV, apéndice 30, págs. 310-315; yMartin Middlebrook, The Battle of Hamburg (1981), págs. 214-240. 16. El Comando de Bombarderos perdió 314 aeronaves (416 resultaron dañadas) en enero de 1944,199 en febrero (264 averiadas), y 283 en marzo (402 deterioradas), proporciones totalmente insostenibles: en marzo la disponibilidad de aviones fue en promedio 974. Ver SAO, IV, apéndice 40, pág. 433; y apéndice 39, pág. 428. 17. Mientras se efectuaban las pruebas de "window", se descubrió que un antiguo radar británico de cazas nocturnos (Mark IV) no era afectado por la contramedida, y en cambio el más nuevo y mejor (Mark VII) quedaba inoperable. Price, Instruments, pág. 117. 18. Cuando un Ju-88 aterrizó por error en un aeródromo británico en julio de 1944, se encontró que tenía instalado un equipo conocido por el nombre en código "Flensburg", que servíapara detectar, clasificarylocalizarlasemisiones de "Mónica", el radar británico de alarma montado en la cola. Ídem, págs. 214215.
3. La eficiencia y el punto culminante del éxito 1. El torpedo autopropulsado Whitehead fue exhibido en Fiume (AustriaHungría) en enero de 1867; la Real Armada dispuso que se ensayara en 1869, compró torpedos en 1870, y los derechos de manufactura un año más tarde. Bernard Fitzsimons, ed., Encyclopedia o f 20th Century W eapons and War fare, tomo 23, pág. 2508; en adelante citada como WW. 2. V er la obra más reciente de Philippe Masson, Historie de la marine (1983), tomo 2. 3. Ver WW, tomo 23, pág. 2515. 4. Ver Avraham Adan, On the Banks of the Suez (1980), págs. 117-164. 5. El mortero, la primera de todas las armas de fuego, ha estado en uso desde el siglo XIV y continúa desempeñándose muy bien contra la última arma de la guerra terrestre. A diferencia de las ametralladoras, que no sirven para mucho a más de un millar de metros de distancia y quedan principalmente restringidas al fuego directo, los morteros podían llegar más lejos que el misil antitanque Sagger de los egipcios; sus proyectiles caían casi verticalmente sobre las trincheras y pozos de emplazamiento de misiles y cohetes antitanque. 6. No desde el punto de vista táctico, sino al nivel operacional de la estrategia, sobre el cual conviene ver la Parte II. Dicho sea de paso, las armas de carga hueca no guiadas de modelos antiguos demostraron su éxito relativo si se las usaba en condiciones idénticas a las que coronaron su actuación en la Segunda Guerra Mundial: combate en localidades y en áreas boscosas densas.
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7. Por consiguiente, la "administración" incluye todo lo que se haga en el ámbito militar y que üo refleje objetivos bélicos específicos del enemigo ni propósitos de disuasión o intimidación. Esto no se corresponde con la clasificación de Clausewitz: `las actividades características de la guerra pueden ser divididas en dos grandes categorías: aquellas que son meras preparaciones para la guerra, y la guerra propiamente dicha", con la implicancia de que lo que denomino "lógica lineal" ("ciencia", según su terminología) se aplica ala última pero no ala primera; On War, libro 2, capítulo 1, pág. 131. Mas indudablemente, las "preparaciones para la guerra" (políticas militares de tiempo de paz) se hallan también afectadas por los propósitos tácticos y operacionales específicos del enemigo, así como por las metas de la suasión que reflejan percepciones particulares de políticas y estructuras militares de otros actores determinados; tales preparaciones no quedan exclusivamente formuladas por las prioridades autónomas del enemigo, abarcando el interés en optimizarlas decisiones abase de criterios "científicos". Clauséwitz fue el primero en reconocer la distinción fundamental, pero aparentemente ubicó equivocadamente a la línea divisoria, circunscribiendo excesivamente los límites de la estrategia. Entonces, al diferenciar entre "la artesanía del herrero forjador de espadas" y el "arte de la esgrima", está combinando el diseño de espadas, que posiblemente refleje expectativas específicas de las espadas y de su manejo por parte del adversario, con la técnica metalúrgica de su manufactura, la cual debería tratar de maximizar en forma autónoma alguna efectividad genérica. On War, libro 2, cap. 2 ("originalmente el término arte de la guerra solamente designaba la preparación de las fuerzas"), pág. 133. 8. Quienes siguen estos temas se habrán visto sometidos a las quejas permanentes escuchadas en el Congreso de los Estados Unidos contra la "duplicación", término aplicado con disculpable imprecisión a la adquisición concurrente de varios tipos diferentes de aviones de caza, armamento antitanque, y otros semejantes. Igualmente, la asimetría entre las fuerzas del Pacto de Varsovia equipadas en forma homogénea con armamento soviético, y las fuerzas occidentales que cuentan con distintas variedades de equipos nacionales, resulta perpetuamente deplorada como un mal irredimible. Por cierto que el desaprovechamiento de economías de escala cobra demasiada importancia, mientras que el concepto de que dicha duplicación, o quizá triplicación, puede significar una ventaja positiva, no se compadece con la experiencia de las prácticas comerciales civiles. 9. Los portaaviones grandes pueden acomodartipos de aeronaves diferentes que sus contrapartes de menor dimensión, pero no hay ninguna razón apremiante para justificar destructores de 8000 toneladas (se supone que los destructores son sacrificables), ni buques de abastecimiento de 50.000 toneladas de los cuales sólo puede contarse con muy pocos (los portaaviones quedarían pronto inutilizables sin el combustible y las armas de aviación que los llevan), ni submarinos con misiles balísticos tan enormes que cada uno lleva 24 de los mayores. 10. El 25 de agosto de 1943 una bomba planeadora alemana Hs-293 erró al HMS Bideford, pero dos días después esa misma arma averió al Athabaskan y
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hundió al Egret, todo ello en el Golfo de Vizcaya. El 8 de setiembre de 1943 fue hundido el acorazado italiano Roma (que se dirigía a unirse a los Aliados) por misiles alemanes FX (también conocido como SD-100X), guiados y propulsados con cohetes; ver F. H. Hinsley y otros, British Intelligence in the Second World War (1984), tomo 3, pág. 220, 339-340; y WW, tomo 16, pág. 1754. El primer misil antibuque lanzado desde a bordo (Styx) apareció en la década de 1950, y se hallaba completamente operativo para 1959, mientras que el primer misil antibuque lanzado por aeronaves (Canguro) estaba en servicio para 1960; WW tomo 22, pág. 2419, y tomo 14, pág. 1558. Por si acaso todas esas advertencias fueran ignoradas, el 21 de octubre de 1967 el destructor israelí Elat fue hundido por misiles Styx egipcios frente a Port Said, fomentando el interés mundial por los misiles antibuque y sus contramedidas. Ver Edward N. Luttwak y Dan Horowitz, The Israel¡ Army (1975), pág. 316. 11. Para conocer la composición actual de una típica ala aeronaval norteamericana, verReport of the Secretary ofDefense to the Congress on the FY1987 Budget, 5 de febrero de 1986, pág. 197. 12. Los aviones de largo alcance basados en ti erra pueden ahora recorrerlos océanos para controlar desde arriba a las rutas marítimas, y tales "cruceros" aéreos ya han sido propuestos. En cuanto al transporte de fuerzas de desem barco, ya resultan suficientemente económicos los grandes submarinos no nucleares como para que se los haya considerado seriamente, incluso para llevar carga comercial. 13. Álistair Horne, The Price of Glory (1962), págs. 327-328. 14. Fierre Sergent, Je ne regrette cien (1972), págs. 149-150. 4. La conjunción de los opuestos l. SAO, 1, 1.52. 2. Ídem, 1, 182. 3. Martin Gilbert, F¡nest Hour (1983), págs. 1103, 11(,5. 4. SAO, 1, 182, 184-185. 5. Ídem, 1V, apéndice 39, pág. 428. 6. Ídem, 1, 347. 7. Arthur Harris, jefe del Comando de Bombarderos de la RAF durante los anos culminantes, y posiblemente el más subestimado de los líderes de guerra aliados, incluyó en sus memorias un excelente análisis del tema: Bomber Offensive (1947), págs. 220-234. 8. The Army Air Forces in World War II, (1949), 11, 682-684, 702-704. 9. El arquitecto de la producción bélica germana de la época, Albert Speer, ha expresado que el ataque pudo haber sido decisivo si hubiera persistido. Pero se equivoca, porque para entonces la descentralización ya era un hecho. Ver Speer, Inside the Third Reich (1970), págs. 284-287. 10. Para un breve repaso en retrospectiva historiográfica, ver David Maelsaac, Strategic Bombing in World War Two (1976). 11. La terminología del equilibrio e influencia del poder parece haberse
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publicado por primera vez en laStoria d'Italia, del embajadory eruditoflorentino Francesco Guicciardini (1483-1540); probablemente ya fuera usada por príncipes, diplomáticos y condotieros de la generación anterior. 5. El nivel técnico 1. Excepto por las fuerzas de elite y aquellas de apoyo de escalones superiores, actualmente el ejército soviético consiste enteramente de fuerzas blindadas y mecanizadas. Ver Apéndice 2. 2. Las armas de fuego llegaron por primera vez al Japón en 1542, y pronto se inició la producción local; para 1575, 3000 arcabuceros seleccionados de Oda Nobunaga (tenía 10.000) destruyeron a la caballería de Takeda Katsuyori, al poderío de los Takeda, y a todo un estilo de hacer la guerra en la batalla de Nagashino, en Mikawa. Ver George Sansom, AHistory of Japón (1961), págs. 263-264, 287. Hay una descripción detallada pero sin referencias en S. R. Turnbull, The Samurai (1977), págs, 158-160. Así como actuaron velozmente en el equipamiento de los plebeyos con las nuevas armas, los mismos samurai continuaron usando espadas y no pistolas, hasta que ese signo de privilegio fue abolido juntamente con toda la clase social después de la restauración Meiji en 1868. Los mamelucos de Egipto se resistieron a las armas de fuego con mayor empeño, y ni siquiera contaban con mosqueteros plebeyos sirviendo a su lado cuando marchaban al combate. Un ejemplo moderno comparable, más en el molde mameluco que samurai, es la obstinada resistencia de las burocracias aeronáuticas donde predominan los pilotos para la introducción de vehículos aéreos de control remoto. Recién cuando los israelíes los emplearon con efectos espectaculares en 1982 (la resistencia de sus pilotos se había moderado por las exigencias del estado de guerra crónico) comenzaron a utilizarse más ampliamente, en misiones que estuvieron disponibles desde hacía varias décadas. 3. A. M. Low, Musket to Machine-Gun (1942), págs. 66-67; Michael Howard, The Franco-Prussian War (1968), pág. 36. 4. Ver la interesante discusión en William McElwee, TheArt of War (1974), págs. 141-146. 5. Robert Jungk, Brighter than a Thousand Suns (1964), págs. 106-107. 6. Por cierto que es verídico en la "Iniciativa de Defensa Estratégica" anunciada por el presidente Reagan en marzo de 1983, luego de una decisión que no reflejaba el asesoramiento científico, con autoridad y amplitud. Es como si la misma ciencia se escapara de todos los intentos de toma de decisiones "científicas". 7. El nivel operacional 1. En alemán, operativ Kriegskunst; el ruso operativnoye iskusstvo es claramente una palabra derivada. Las "operaciones" que ocurren según el empleo administrativo-militar norteamericano del término, como en el "Teatro de
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Operaciones Europeo, meramente significan la realización de actividades de combate en general, tácticas, estratégicas y también intermedias. Desde la publicación de mi artículo "El nivel operacional de la guerra" en 1981, la frase ha tenido amplia circulación en las esferas militares americanas, debido a su subsecuente adopción en el manual de doctrina básica del Ejército de los EE.UU. (FM 100-5). Basil Liddell Hart intentó la introducción del término "gran táctica", con idéntico significado, pero no obtuvo aceptación oficial ni amplia circulación en las publicaciones militares británicas ni norteamericanas. 2. Un ejemplo contemporáneo lo constituye el tanque americano M-1, que entre otras cosas posee un novedoso motor de turbina a gas que brinda excelente aceleración al precio de una reducción del alcance sin reabastecerse. Para la época en que el nuevo tanque entró en servicio, la doctrina operacional del ejército había cambiado considerablemente, y mientras que la movilidad táctica-capacidad para desplazarse de prisa por el campo de batalla y trepar pendientes escarpadas- seguía siendo deseable, la movilidad operacional (alcance autónomo) se había vuelto esencial; para ello, un simple motor diésel hubiera sido preferible. De forma similar, el nuevo tanque posee además una excelente protección por medio de una nueva clase de coraza compuesta, pero de confbrmidad a viejas prioridades tácticas, casi toda ella se distribuye en la parte frontal, a expensas de la protección multidireccional que actualmente enfatiza la nueva doctrina operacional. 3. Ilustrado por el cruce con gran éxito y alto riesgo del Canal de Suez para envolver al "Tercer Ejército" egipcio (en realidad, un cuerpo de tres divisiones) por la ribera más alejada, mientras que el control egipcio de la ribera más cercana (por el "Segundo Ejército") no fue disputado. Como siempre ocurre en la maniobra correlativa, el punto inicial fue la apreciación de la vulnerabilidad enemiga, en este caso bastante sutil, o sea la incapacidad del comando egipcio de controlar sus fuerzas a través de todo el frente en forma oportuna. 4. No todos los oficiales del Comando de Cazas se sintieron satisfechos con ello; algunos propusieron una respuesta a nivel operacional. Específicamente, el comandante de escuadrón Douglas Bader y el comandante de grupo Traffbrd Leigh-Mallory defendieron el empeñamiento concertado de formaciones de bombarderos alemanes después que hubieran lanzado sus bombas, mediante grupos completos (que no podían reunirse a tiempo para la intercepción previa al bombardeo), en lugar de la intercepción previa por cada escuadrón aislado. El método estaba destinado a explotar una limitación germana, la escasa autonomía del mejor caza de la Luftwaffe, el monomotor Bf-109. Habían calculado que los resultados a obtener por cada caza serían mejores, porque para entonces la mayoría de los Bf-109 ya no podrían maniobrar libremente por falta de combustible, si es que todavía se encontraban en el lugar escoltando a los bombarderos. Ver la obra más reciente de John Terraine, The Right of the Line (1985), págs. 198-205. 5. Esto es lo que le sucedió al alto comando egipcio en la guerra de Yom Kippur (octubre de 1973), cuando los israelíes cruzaron el Canal de Suez para comenzar con su maniobra de envolvimiento. El cruce inicial, en la noche del
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15 de octubre, fue debidamente informado, pero desechado como una mera incursión que pronto se retiraría; en realidad, participaron desde un principio en la maniobra menos de tres mil hombres, con algunos pocos tanques que también cruzaron en balsas. Recién hacia el día 17 apreciaron en El Cairo que los israelíes continuaban reforzando su cabeza de puente; para entonces ya se había construido un puente de pontones, y una división completa se hallaba del otro lado. Los israelíes estuvieron destacando grupos blindados hacia todas las direcciones para atacar emplazamientos de misiles antiaéreos (por eso su presencia fue informada en un amplio arco), pero buscando principalmente avanzar hacia el norte por Ismailía, tratando de ensanchar la cabeza de puente y así lograr aislar a las fuerzas del Segundo Ejército en la costa del Sinaí del canal respecto a sus servicios de retaguardia en el lado egipcio. A pesar de la gran cantidad de informes confusos que estaba recibiendo (generados por los grupos de combate israelíes que se desplazaban en el área blanda de retaguardia para atacar emplazamientos de misiles), para el 18 de octubre el alto comando egipcio, de todos modos interpretó correctamente la intención israelí de dos días antes, y ordenó movimientos para asegurar el sector de Ismailía. Pero el día 17, contando con otra división al oeste del canal, los israelíes decidieron anular el avance hacia el norte, y se desplazaron en dirección opuesta para aislar al Tercer Ejército en el sector sur, alrededor de la ciudad de Suez. Para cuando el alto comando egipcio se dio cuenta del cambio, el 19 de octubre, ya sus expectativas se habían trastornado dos veces, y nada parecía seguro; imaginando que el mismo El Cairo se hallaba en peligro inminente, mandaron todas las reservas disponibles a defender la capital, en lugar de atacar a los israelíes que convergían sobre la ciudad de Suez. Ver el relato documentado en Hanoch Bartov, Dado (1981), pág. 482 en adelante. 6. Como anteriormente se hizo notar en otro contexto, la Unión Soviética tenía l a profundidad necesaria para afrontar l a blitzkrieg germana, pero no así Polonia y Francia, y por cierto que tampoco Bélgica ni Holanda. En realidad, el alto comando de Stalin (la Stavka) no trató de explotar la ventaja de su gran tamaño durante la campaña de 1941, en la cual se resistió obstinadamente a los alemanes durante todo su avance hacia el este, en busca de la línea entre Leningrado y Moscú; para el verano de 1942 ya habían aprendido la lección, y cuando los alemanes avanzaron nuevamente, esta vez en dirección sur hacia Stalingrado y los yacimientos petrolíferos caucasianos, las fuerzas soviéticas en retirada se movieron más rápido, y así preservaron su poderío para reconstruir otro frente sólido. 7. El efecto fue mucho más psicológico que fisico para la Wehrmacht en los años de la blitzkrieg, de 1939 a 1942, porque sus columnas de penetración profunda consistían principalmente en motocicletas, automóviles blindados, tanques livianos, vehículos de transporte de semi-oruga, tractores de artíllería, muchos camiones, y no tantos tanques de batalla (un regimiento de 100-150 tanques por división Panzer). Las columnas del ejército soviético, en cambio, contendrían una sólida falange blindada, con 322 tanques en las divisiones de primera línea.
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8. Estrategia de Teatro I 1. Al presente, las 30 divisiones soviéticas de primera línea de tanques y fusileros motorizados en Alemania Oriental (19 divisiones), Checoslovaquia (5), Hungría (4) y Polonia (2) incluyen 10.500 tanques; la cantidad de transportes decombate deinfantería esmayor. IISS,Military Balance, 1985-86,pág. 26. 2. Se asume totalmente que las fuerzas del Pacto de Varsovia, juntamente con unidades menores soviéticas que simulen formaciones completas, se emplearían para representar amenazas mediante demostraciones y fintas en los segmentos del frente donde no se intenten las embestidas principales de la ofensiva; oportunamente se descubriría el engaño, pero para entonces habría finalizado la lucha. (Dicho sea de paso, ese sería el mejor uso de tropas de lealtad dudosa). Actualmente, la cantidad de lanzadores de armas guiadas antitanques que se desplegarían en el frente central luego de la movilización y refuerzo es de alrededor de 2100, cifra que también incluye las fuerzas en Noruega y Dinamarca (ídem, pág. 186). Si las existentes fuerzas móviles de la Alianza (blindadas, mecanizadas y caballería blindada) fueran reorganizadas como infantería misilística, podrían representar 300.000 soldados en la línea del frente con 60.000 lanzadores como máximo (todavía se necesitarán para las fuerzas de artillería, antiaéreas e ingenieros, y para unidades de servicios); no resultan suficientes para cumplir el requisito de desgaste bajo condiciones realistas de relaciones de intercambio tácticas, a menos que haya barreras y fortificaciones que serán mucho más costosas que los lanzamisiles. 3. Ilustrado por el General Maurice G. Gamelin, jefe del Estado Mayor General Francés al comienzo de la Segunda Guerra Mundial. Ver los comentarios en la obra de Robert J. Young, In Comm.and of France (1978), págs. 48-51. 4. Muchas cabezas de combate intercontinentales v bombas están en el rango de equivalencia de un millón de toneladas de TNT (megatón), mientras que la mayoría de los artefactos del campo de batalla se hallan en el millar de toneladas de TNT (kilotón), o sea la decimocuarta parte de la energía liberada por la bomba de Hiroshima, y la decimonovena de la bomba de Nagasaki. Los efectos de soplo, calor y radiación inmediata son proporcionales, y excepto en el caso de los artefactos con radiación aumentada (bomba "neutrónica"), usualmente es el efecto de soplo el que establece los límites de efectividad contra blancos de fuerzas terrestres. 5. Sucede que la inercia causada por restricciones contradictorias mantiene en servicio en la Alianza una de las armas de principios de la década de 1950, el cohete de 40 kilómetros de alcance Honest John, desplegado por primera vez en 1953 y todavía en uso de los ejércitos griego y turco. Ver IISS, Military Balance, 1985-86, págs. 85-86. 6. La política actual se inició en 1967 para reemplazar la "represalia masiva", que preveía una recurrencia mucho más rápida alas armas nucleares. La represalia masiva fue abandonada por los Estados Unidos al término del gobierno de Kennedy, pero quedó retenida como política de la Alianza ante la insistencia de Alemaniay otros miembros hasta 1967, cuando el Comité Militar
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de la NATO finalmente aceptó la nueva política de "respuesta flexible" (oficialmente promulgada en 1968 como Documento NATO MC 14/3) y prometió proveer las fuerzas adicionales requeridas para una defensa no nuclear "fornida". Existe gran cantidad de obras; por ejemplo, ver de Raymond E. Burrel, Strategic Nuclear Parity and NATO Defense Doctrine (1978), pág. 13.
9. Estrategia de Teatro II 1. Jochen Lóser, Weder rot noch tot (1982). 2. Franz Uhle-Wettler, Leichte Infanterie im Atomzeitalter (1966). Una prescripción de amplia influencia para una defensa "amorfa" tipo esponja se halla en la obra de Guy Brosollet, Essai sur la non-bataille (1975), un trabajo de seminario. 3. Steven L. Canby, "Defensa territorial en Europa Central" (1980), y muchos otros trabajos del mismo autor. 4. William Scotter, "Un papel para la infantería no mecanizada" (1980). 5. En todos los esquemas se requerirán sistemas de abastecimientos apropiadamente descentralizados. La provisión deberá ser mucho mayor, para permitir la distribución en pequeños depósitos y escondites en toda la zona de combate, en lugar del actual sistema de abastecimiento a demanda, donde columnas de camiones y tuberías de combustible proveerían a las fuerzas en el frente desde grandes depósitos centrales y patios de tanques. En todos los esquemas tiene además que descentralizarse el comando y control en diversos grados, según las especificaciones de cada uno de ellos. 6. La sensación de rigidez tipo autómata puede que no sea más que el reflejo del proceso de deshumanización del enemigo que aparece en todo conflicto. Así fue que durante la Segunda Guerra Mundial, la información de que la mayor fortaleza del ejército alemán se encontraba en su excepcional flexibilidad, coexistió con imágenes de oficiales y soldados germanos parecidos a martinetes y robots. Por supuesto que en realidad el ejército alemán concedía gran amplitud a sus oficiales subalternos y suboficiales; en el comando y control, la autoridad jerárquica daba paso suavemente a la necesidad operacional, en forma que ni siquiera pudo emular el ejército norteamericano, ni hablar del británico. Sin embargo, parece que el ejército soviético está afectado por la rigidez, al menos en los niveles inferiores del mando donde las órdenes siempre se obedecen, sean o no apropiadas. Ello no es reflejo de limitaciones culturales innatas ni de la doctrina oficial (que por supuesto recomienda el uso de la iniciativa en todo nivel), sino más bien el equilibrio empírico de incentivos institucionales: aunque la iniciativa exitosa sea debidamente recompensada, tiene escaso efecto porque las penalidades por errores que sean consecuencia de actos no autorizados son sistemáticamente mayores que las penalidades por una obediencia contraproducente. El combate en Afganistán ha dado como resultado previsto exigencias oficiales por una "mayor iniciativa". Para un análisis comparativo del marco institucional, ver Richard A. Gabriel, The Antagonists (1984).
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7. Laqueur, Guerrilla, págs. 202-238. Para una detallada evaluación de la efectividad de la resistencia francesa en el cumplimiento de una tarea específica de urgencia excepcional, en las condiciones favorables posteriores a Overlord en junio de 1944, ver Max Hastings, Das Reich (1981). 8. Para el relato revelador de un participante, ver Stefan Korbonski, Fighting Warsaw (1968). 9. En Yugoslavia, la divergencia usual entre protección a la comunidad y resistencia ideológica fue particularmente aguda: los nacionalistas servios "cetniks" fueron virtualmente incapacitados por la política de represalias germana, y posteriormente obligados a colaborar de varias formas. 10. Históricamente, la necesidad de defensa puntual ha restringido la relación de conquista de los imperios militares, antes de fijar oportunamente límites definitivos a su expansión posible, mientras el monto promedio de intranquilidad en una u otra parte continuaba acumulándose. La norma romana era más o menos pacificar una provincia y obtener sus impuestos (o reclutas) antes de conquistar otra, pero aun así crecieron los requisitos de seguridad porque la quietud secular de algunas comarcas era acompañada por alzamientos recurrentes en otras. Cierto cálculo semejante debe haber motivado el mandato contra mayores conquistas en el testamento de Augusto. Registrado por Tácito, Anales 1. 11, .y criticado en su Agricola XIII. 11. Este fue el caso mucho antes del advenimiento de la moderna logística, de las radios y helicópteros. Los romanos, cuya movilidad física no era superior a la de sus enemigos insurgentes, habían desarrollado una ventaja estratégica de teatro con su red de torres de señales, cuyas emisiones de humo durante el día y de llamas durante la noche proveían advertencias y órdenes; con sus bien construidos caminos, cuyo uso por parte de los insurgentes era impedido por fortalezas: y por los graneros también fortificados, donde las tropas podían obtener comida y forraje, y que sólo quedaban en poder de los insurgentes después de prolongados asedios. 12. Durante la Segunda Guerra Mundial, los alemanes recibieron apoyo local en muchas áreas ocupadas, especialmente en la Unión Soviética. En algunos sitios, las milicias progermanas tuvieron suficiente efectividad como para reemplazar a la política de represalias, como por ejemplo en el "Distrito Autónomo Administrativo" de Lokot, en la región de Orel-Kursk al sur de Bryansk, con una población de 1,7 millones de habitantes y defendida por una milicia totalmente rusa de unos 10.000 hombres durante 1942-43. Aquí lábase de la colaboración fue política (anticomunismo), y la milicia Lokot, creada conjuntamente por el General Rudolf Schinidt del Segundo Ejército Panzer y un ingeniero ruso (más tarde reemplazado por el tristemente célebre Bronislav Kami n sky), fue conocida como la Russkaya Osvoboditelnaya Narodnaya Armiya ( Ejército de Liberación Ruso). Fue un elemento crucial de la negación que se prohibiera a la SS operar en el área, donde los alemanes aceptaron abstenerse de cualquier represalia por ataques guerrilleros que todavía tenían lugar. Ver M. Cooper, The Phantom War (1979), págs. 112-113. Tales arreglos, si bien usualmente con menos formalidades, se hicieron comunes en las áreas ocupadas por los alemanes y fueron vehementemente defendidos por muchos oficia-
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les de la Wehrmacht; ver H. K. Guenther, "Der Kampf gegen die Partisanen" (1968). Con idéntica vehemencia se opusieron los SS, quienes denegaban la necesidad de armas a "subhumanos", hasta que el empeoramiento de la situación bélica y la falta de personal indujo a la SS a revertir su actitud. Todavía se opuso a las milicias, pero solamente porque quería reclutar todo hombre disponible para sus diversas unidades étnicas. 13. Esta es la crítica expresada contra el elemento guerrillero (Jagdkamp f ) en el esquema de defensa en profundidad austríaco que constituye actualmente su política oficial. Ver R. S. Rietzler, "Erfahrungen aus Kleinkrieg und Jagdkampf" (1972), II, 155-156. 14. Clausewitz enumeró las condiciones necesarias para una exitosa resistencia guerrillera, como sigue: "(1) La guerra debe librarse en el interior del país. (2) No debe ser decidida mediante un solo golpe. (3) El teatro de operaciones debe ser bastante extenso. (4) El carácter nacional debe adaptarse a ese tipo de guerra. (5) El suelo debe ser escabroso e inaccesible, a causa de montañas, bosques, pantanos, o métodos locales de cultivo" (On War, libro 6, cap. 26, pág. 480). La resistencia guerrillera en Alemania podría satisfacer las condiciones 1, 2 y 3, pero por cierto que nunca la 4 y 5. 15. Luttwak, The Grand Strategy of the Roman Empire, págs. 159-170. 16. Las viviendas suburbanas y edificios comerciales de paredes blandas y escasa altura, a diferencia de las casas de piedra de las villas tradicionales, no sirven como obstáculos físicos contra tanques; pero proveen una cobertura compleja para las fuerzas defensoras que se desplacen entre ellas, permitiéndoles dirigir fuego cruzado sobre caminos y calles desde posiciones ocultas. Y los vehículos blindados no pueden avanzar derribando edificios para abrir sus propias avenidas, sin gran riesgo: las construcciones modernas con pisos delgados sobre los sótanos se convierten en excelentes trampas para tanques. 10. Estrategia de Teatro III 1. Estos esquemas de ataque profundo incluyen el Ataque de Fuerzas en Seguimiento (a veces confundido con el Plan Rogers), que es estrictamente no nuclear, considera ataques a través de un espectro de amplio rango, y requiere que las unidades soviéticas en movimiento también sean atacadas; AirLand Battle 2000 y AirLand 2000, conceptos teóricos discutidos en círculos del ejército de los EE.UU., enfatizan los ataques en profundidad coordinados a nivel de cuerpos; Deep Strike (Golpe Profundo), primariamente un esquema nuclear, pero con una variante no nuclear que destaca el empleo de misiles balísticos paralanzar submuniciones sobre blancos fijos; y CounterAir90, que dispone ataques contra aeródromos soviéticos. 2. Los misiles mas económicos para atacar grandes blancos fijos con submuniciones (bases aéreas, depósitos, playas ferroviarias), así como blancos muy fortificados (centros de comando), serían los misiles balísticos de trayectoria elevada, idénticos a los empleados para lanzamientos nucleares. Indudablemente, la solución más barata sería el redespliegue en Europa de modelos
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anticuados de misiles balísticos intercontinentales norteamericanos que ya no estén en servicio para misiones núcleares (Titán, Minuteman I), debidamente convertidos para alcances menores pero con cargas útiles mucho mayores y no nucleares. Pero si se emplazan esas armas en Europa se criticarán como obstáculo para las negociaciones de control de armamentos, por problemas de identificación. Cuando se los lance desde cualquier sitio, por otra parte, sus trayectorias podrían confundirse fácilmente como presagios de ataques nucleares, aunque sea por pocos minutos. Finalmente, los grandes misiles balísticos, ya convertidos o recién producidos, sólo serían económicos si se los emplazara en alojamientos fijos, y entonces quedarían vulnerables a varias formas de ataque, tanto nuclear como no nuclear, aunque se los fortificara. Los misiles crucero aerodinámicos con grandes cabezas no nucleares serían los más eficaces contra blancos pequeños y duros, como puentes y viaductos. Cargados con submuniciones serían tan efectivos (si bien posiblemente más caros por kilogramo lanzado) como los misiles balísticos para atacar blancos extensos y blandos, tales como depósitos, playas ferroviarias y bases aéreas. Una característica de la contienda es el costo de los misiles crucero, que sirven para una sola salida, mientras que las aeronaves tripuladas pueden realizar un número indeterminado de misiones antes de ser interceptadas o perdidas de alguna otra manera (los accidentes se multiplican en operaciones de gran intensidad). Otra es la vulnerabilidad de los misiles crucero ante las defensas aéreas (incluyendo las barreras de globos alrededor de blancos valiosos); aunque presentan una imagen radar y visual muy pequeña, estas aeronaves sin piloto son incapaces de realizar maniobras evasivas, como las tripuladas. Ver Fred N. Wikner, "Interdicción de blancos fijos con armas convencionales" (1983). Richard K. Betts, ed., Cruise Misiles (1981), págs. 184-211. Steven L. Canby, "Tecnología de la nueva fuerza convencional y el equilibrio NATOPacto de Varsovia, I", New Technology and Western SecurityPolicy (1985), págs. 7-24, y Donald R. Cotter, ídem, págs. 25-39. 3. La causa fundamental de la ventaja defensiva fue, precisamente, la relativa facilidad con que las líneas de trincheras podían reforzarse por tropas que marchaban desde el desvío ferroviario más cercano a pesar del fuego de artillería, en comparación con los múltiples obstáculos que se interponían en el camino de los atacantes, quienes también sobre sus pies trataban de alcanzar el frente de esas mismas líneas de trincheras. El propósito inicial a nivel táctico del tanque, acorazado contra el fuego de ametralladoras y provisto con orugas para cruzar cráteres de granadas y aplastar las alambradas de púas, estaba específicamente dirigido a superar esta asimetría. Sólo más tarde se reconocería la profundidad potencial del tanque detrás del frente, a nivel operacional. 4. Unas 220.200 del total de 399.600 salidas voladas por la Fuerza Aérea de los EE.UU. durante toda la guerra de Corea fueron clasificadas como ataques de interdicción; un esfuerzo enorme, que a veces contribuyó a contener la ofensiva china, pero significó principalmente que en lugar de emplear un millar de changarines en un caso determinado, los chinos tuvieron que duplicar la cifra. La interdicción demandó una proporción aún mayor de un total de salidas mucho más nutrido durante la guerra de Vietnam, con resultados
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todavía menos trascendentes. Para las estadísticas de la guerra de Corea y las estimaciones de Vietnam, ver la obra de William D. White, U. S. Tactical Air Power (1974), pág. 68. 5. Cierto tiempo atrás, antes de que se impulsara la construcción vial, se estimó que si la "capacidad de flujo" de las redes camineras y férroviarias desde la región occidental de la Unión Soviética hacia Alemania se destruyera en un noventa por ciento, y se mantuvieran inoperativas a pesar de las reparaciones, el diez por ciento remanente todavía sería suficiente para sostener una ofensiva soviética con todo su poderío. El estudio es citado por Alain C. Enthoven y K. Wayne Smith, How Much Is Enough? (1971), pág. 222. 6. Para una opinión positiva sobre lo que puede hacerse, ver Donald R. Cotter, "Tecnología de la nueva fuerza convencional y el equilibrio NATO Pacto de Varsovia, II" en New Technology and Western Security Policy (1985), págs. 25-38. Para una opinión pesimista, ver Steven L. Canby, ídem, págs. 724. 7. El concepto de que minibombas de carga hueca muy pequeñas y por consiguiente baratas, o de artificios de fragmentación que pueden ser letales contra tanques de batalla bien blindados porque hacen impacto sobre la delgada coraza superior, es reminiscente de la creencia de que los torpedos serían efectivos porque la coraza de los buques de guerra era delgada o inexistente debajo de la línea de flotación. Así como esa debilidad fue remediadatan pronto como se intentó explotarla, ahora también se están preparando sobretechos blindados para tanques, en una típica respuesta de amplia capacidad a un tanque estrecho. 8. Se necesitará personal y dinero para incrementar las fuerzas terrestres, y en este momento parecería que el completamiento de los cuadros del despliegue actual de fuerzas se ve perjudicado por las tendencias demográficas. Por otra parte, los fondos usados para desarrollar y construir sistemas de ataque en profundidad podrían servir para equipar con mejores medios a fuerzas existentes pero pobremente armadas. En realidad, los críticos temen que los parlamentos de la Alianza no aprueben los presupuestos extraordinarios requeridos para los nuevos armamentos, de modo que los fondos serán sustraídos de las fuerzas desplegadas. 9. Esta cifra incluye 51 divisiones de tanques y 142 de fusileros motorizados; el monto usual de 200 también incluye 7 divisiones aerotransportadas. Ver Apéndice 2. 111. Antiestrategias 1. Se trataba de poder aéreo "táctico" en la terminología oficial corriente, que abarca todas las formas de participación de la aviación en combate en determinado teatro, a diferencia del poder aéreo "estratégico", dirigido contra las poblaciones, industrias y aparato estatal, tanto civiles como militares. El poder aéreo táctico incluye por lo tanto todos los modos de "superioridad aérea", obtenida por cazas y cazabombarderos para el control del aire sobre el teatro
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bélico; "apoyo cercano", cumplido por cazas (actuando como cazabombarderos), bombarderos livianos, y aeronaves blindadas especializadas, para proveer poder de fuego directo en sostén de fuerzas en el terreno; "interdicción del campo de batalla", realizado por cazas y cazabombarderos livianos para atacar fuerzas terrestres enemigas en la retaguardia inmediata de las zonas de combate; e "interdicción", efectuada por cazas mayores desempeñándose corno cazabombarderos y bombarderos livianos, veloces y especializados, para atacar infraestructuras y fuerzas en la profundidad del teatro de guerra. 2. Alfred Thayer Mahan, Naval Strategy (1911), pág. 6, citado por Philip A. Crowl en Peter Paret, ed., Mahers of Modern Strategy (1986), pág. 458. Crowl demuestra que Mahan tomó el concepto de Henri Jomini (1779-1869); así que un simplificador se apropió de la idea de otro. 3. La prioridad absoluta asignada a este concepto en la época del submarino posterior a Mahan fue debidamente criticada después de la Primera Guerra Mundial. Ver John H. Maurer, "Concentración naval norteamericana y la flota de batalla alemana, 1900-1918" (1983), págs. 169-177. 4. Por obvias razones, muchos escritos institucionales entran en esta categoría. Ver, para información reciente, The Maritime Strategy, publicada por el U.S. Naval Institute (1986) y que contiene artículos del Secretario de Marina, del Comandante de Operaciones Navales y del Comandante de la infantería de Marina. El titulado de la mayoría de las obras eruditas evita el empleo confuso, tales como The Development ofNaval Thought (El desarrollo del pensamiento naval, 1977) y el clásico de L.W. Martin The Sea in Modern Strategy (El mar en la estrategia moderna, 1977). El importante estudio de Hervé CouteauBegarie, La puissance maritime: Castex et la stratégie navale (El poder marítimo, Castex y la estrategia naval, 1985), incluye el término irritante en el subtítulo, pero su formulación es equivalente a la de Rosinski (la pensée strategique navale). Una famosa excepción la constituyeA Layman's Guide to Naval Strategy (Guía para un profano en estrategia naval, 1942) de Bernard Brodie, reeditado más tarde con revisiones como A Guide to Naval Strategy ( Una guía para la estrategia naval, 1965), si bien su contenido es principalmente técnico, táctico y operacional. 5. Para el profeta del poder aéreo autónomo, Giulio Douhet, la selección de blancos constituía realmente la esencia de la "estrategia aérea"; ver Barry D. Watts, The Foundations of U.S. Air Doctrine (1984), pág. 6. Hay un nuevo análisis del pensamiento de Douhet en Ferruccio Botti y Virgilio Ilari, Il pensiero militare italiano (1985), págs. 89-139. 6. Ver The Maritime Strategy, pág. 13 (Almirante James D. Watkins, Comandante de Operaciones Navales). Trata claramente de justificar una alta prioridad para las fuerzas navales, a pesar de la marginal vulnerabilidad de la Unión Soviética a la negación del mar, al ataque anfibio y a la acción aeronaval en cualquiera de los principales teatros de guerra. 7. Mahan, The Influence of Sea Power upon History, 1660-1783 y The Influence of Sea Power upon the French Revolution and Empire, 1793-1812, y otros escritos de menor trascendencia. Para las fuentes intelectuales, ver Robert Seager, Alfred Thayer Mahan (1977), y más recientemente la revisión de Crowl, págs. 449-462.
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8. En realidad, Mahan fue poco coherente en el uso del término poder naval, que consideraba como su propia contribución original al pensamiento estratégico; ver Couteau-Begarie, pág. 45, y Crowl, pág. 451. 9. Gerald S. Graham, The Politics ofNaval Supremacy (1965). 10. Para la secuencia, ver Mahan, TheInfluence, 1660-1783, págs. 222-223, citado en Crowl, págs. 451-452. ' 11. El título de un libro de gran venta en la Segunda Guerra Mundial, Victory through Air Power (1942), en realidad una colección de artículos, contiene la predicción de Douhet/Mitchell/Trenchard en algunos de los títulos de sus capítulos: "El ocaso del poder naval", "La emancipación del poder aéreo", "Organización para la supremacía aérea". 12. Para el resumen de esta divergencia, ver BarryD. Watts, The Foundations of U.S. Air Doctrine (1984), págs. 5-10. 13. Mitchell no compartía esta opinión: "una formación de bombardeo... por cierto que sufrirá grandes bajas si se somete al ataque incesante de una fuerza muy superior de persecución (cazas)". Ver Watts, Foundations, pág. 7, que cita un texto anterior a 1923. 14. Sin embargo, esto no era aplicable a los bombarderos de la Luftwafle, porque se exigía que tuvieran capacidad para el bombardeo en picada. Su resistencia estructural y aceleración les concedía cierta maniobrabilidad, a expensas del alcance y la carga de armamento. 15. Durante la noche, hasta que estuvieron disponibles cazas nocturnos equipados con radares efectivos alrededor de 1943, cada interceptor debía ser dirigido individualmente mediante lalocalización comparativadel radarhasta que entraba en contacto visual con su blanco, imposibilitándose la intercepción en masa; no obstante, los cazas sin radar operaban en fórmaciones nocturnas si había suficiente luminosidad provista por la luna, reflectores o incendios provocados por las incursiones de bombardeo. 16. Al refutar convincentemente el error ampliamente difundido respecto a que los jefes de la Luftwaffe con sus crónicas reyertas rechazaron en efecto la tesis, y se contentaban con una función complementaria de las fuerzas terrestres, Williamson Murray, en Strategy forDefeat (1983), págs. 8-9, 19-21, exagera la cuestión: se consideraba al bombardeo estratégico como una misión importante, pero nada más. Murray cita al cuatrimotor He-177 como palmaria evidencia de la intención estratégica (pág. 9), pero recibió baja prioridad; además, sus extremas complicaciones de diseño le fueron impuestas para efectuar bombardeo en picada, totalmente innecesario para propósitos estratégicos. 17. Según lo comprobó en posguerra la Comisión de Estudio sobre Bombardeo Estratégico de los EE.UU. (U.S. Strategic Bombing Survey); los resultados sobre lo realizado por el bombardeo siguen sujetos a gran controversia. Por ejemplo, ver de David Macl saac, StrategieBombing in World War Two (1976). 18. Como por ejemplo lo destaca Bernard Brodie en Strategy in the Missile Ame (1959), pág. 73; Watts, pág. 39, n.1, cita un memorándum de Brodie de 1952 titulado "La herencia de Douhet". 19. Bernard Brodie, TheAbsolute Weapon (1946), pág. 76, típicamente con
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una salvedad que entonces otros pasaron por alto: al divulgarse el concepto de la disuasión, que ya estaba en el aire, la describió como el principal propósito de la institución militar, pero no el único, agregando "no puede tener casi ningún otro propósito". 20. La suasión positiva (compulsión) es evidentemente de más difícil aplicación que la suasión negativa (disuasión); ésta es una de muchas aclaraciones que se encuentran en Thomas C. Schelling, The Strategy of Conflict (1960, 1980), págs. 195-199. 21. Ver Edward N. Luttwak, "Percepciones de fuerza militar y política de defensa de los EE.UÚ." (1977). 22. Investigado en muchas configuraciones por Thomas C. Schelling, Arms and Influence (1966). 23. Las palabras cruciales del discurso del Secretario de Estado JohnFoster Dulles sobre "represalia masiva" (Boletín del Departamento de Estado, 25 de enero de 1954).
12. El campo de la gran estrategia 1. Lavirtud de los imperios es su tenacidad. Para una opinión de la conducta soviética, ver de Edward N. Luttwak, The Grand Strategy of the Soviet Union (1983).
i3. Suasión armada 1. En un uso prematuro del término, el estacionamiento de la Flota del Pacífico en la base avanzada de Pearl Harbor luego de mayo de 1940 fue explícitamente definida como "disuasoria". Pero no podía disuadir más que cualquier otra fuerza por su mera existencia. Los japoneses decidieron no ser disuadidos, prefiriendo en vez de ello atacar a la fuerza que los había provocado al constituirse en una aparente amenaza para sus planes de invasión del sudeste de Asia. Pese a que perdura cierto descuido en el lenguaje, mucho se ha aprendido del episodio, como se verá luego. 2. El resultado de las guerras de mayor extensión que episodios aislados de combate es otro asunto, porque dentro de ellas la lógica paradójica tiende a revertir el efecto del resultado del combate; los victoriosos encuentran nuevos antagonismos y los derrotados concitan el apoyo de aquellos disgustados con la situación. También en este aspecto ambas guerras mundiales de nuestra centuria fueron atípicas, debido a las rigideces introducidas por el carácter político de los antagonistas; en consecuencia, las inversiones en hacer y deshacer alianzas únicamente pudieron realizarse después de que el fin de la guerra dio lugar a cambios políticos. La guerra Iraq-Irán concuerda con el modelo clásico de inversiones dentro del conflicto, como se observa en las abruptas alteraciones de las respectivas relaciones de suministro de armamentos.
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3. Esa fue una de las acusaciones árabes contra Israel como consecuencia de la guerra de junio de 1967. Verdaderamente, los israelíes mantuvieron un excepcional grado de reserva cuyo efecto fue indudablemente desvalorar su poderío, pero solamente hasta la crisis previa a la guerra, en mayo de 1967. Entonces, al observar la reducida disuasión que obtenían, se apresuraron a suministrar información y organizar visitas a unidades. Parecía como si su práctica habitual produjera una extensión espontánea de la seguridad del nivel operacional hasta el nivel de gran estrategia, en el cual el estricto secreto ocultaba el poderío que podría haber disuadido al agresor. 4. Entre otras cosas, la cantidad de divisiones italianas fue incrementada por el simple expediente de reorganizar divisiones de tres regimientos en otras con solamente dos. Dentro del ejército fue aguda la tensión entre el manejo de la escena política y la preparación profesional para la guerra. Ver Ferruccio Botti y Virgilio Ilari, Il pensiero militare italiano dal primo al secondo dopoguerra (1985), págs. 161-271. 5. Como en la primera misión orbital de tres hombres, lograda agregando un simple pasajero en un vehículo biplaza. Para la política de engaños de Kruschef y sus resultados, ver de A. L. Horelick y M. Rush, Strategic Power and Soviet Foreign Policy (1966). 6. Ahora que se estila manifestar públicamente los propósitos disuasivos en el diálogo entre Grandes Potencias, es mucho más posible que se los invoque al racionalizar la existencia de fuerzas militares. 7. Queda implícito un juicio sobre la gravedad de los enfrentamientos entre potencias pequeñas, tales como la guerra de los Balcanes de 1912 y la guerra del Chaco de 1932-1938. 8. De hecho, un motivo adicional para el fracaso en pronosticar el ataque preventivo del 7 de diciembre de 1941 fue debido a que las estimaciones norteamericanas sobre el poderío de su flota eran bastante pesimistas. Según palabras de un observador participante: "Me pareció completamente estúpido por parte de los japoneses atacar a los Estados Unidos en Pearl Harbor. No podíamos influir materialmente sobre el control que ejercían sobre las aguas que les interesaba, fueran hundidos o no los acorazados en Pearl Harbor". Testimonio del Capitán de Navío Vincent R. Murphy ante el Congreso, Audiencias de Pearl Harbor, parte 26, pág. 207, citado por Ronald H. Spector en Eagle against the sun (1985), pág. 3. 9. Su contraparte, "primer golpe", es una contracción de "primer golpe con intención de desarmar" (apuntado contra las fuerzas nucleares enemigas), a diferencia del "primer uso" de armas nucleares, que no se dirige contra fuerzas nucleares sino como reacción ante una invasión no nuclear de Europa que no puede ser contenida de otro modo. Estas distinciones fueron dilucidadas por primera vez en el célebre estudio RAND de Wohlstetter, Hoflinan, Lutz y Rowen, Selection and Use of Strategic Air Bases (1954), y publicadas por primera vez en "El delicado equilibrio del terror" de Albert Wohlstetter, Foreign Affairs (1959). No por coincidencia, Roberta Wohlstetter, esposa de Albert, ha realizado un análisis muy meticuloso del episodio de Pearl Harbor, publicado más tarde con ese mismo nombre (1962).
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10. En su mayor parte enmascarada por mojigaterías (fue el cónsul romano C. Flaminio quien proclamó la "libertad de todos los griegos"), pero a veces con brutalidad directa, como cuando al seléucida Antíoco Epifanio IV le fue ordenado lacónicamente que se fuera de Egipto y Judea en 168 A. C. por C. Laenas Popilio, quien lo enfrentó mientras avanzaba con sus tropas. A Popilio no lo acompañaba fuerza alguna, salvo el texto de una resolución del Senado que ofrecía una severa opción entre la retirada inmediata o la guerra con Roma. Antíoco pidió tiempo para considerar el asunto, pero Popilio trazó un círculo en la arena alrededor de sus pies con una vara, y le exigió respuesta inmediata. La humillación era intensa y la pérdida enorme, porque la gran riqueza de Egipto estaba a su alcance, pero Antíoco obedeció: los romanos acababan de derrotar y arruinar a un rey heleno, Perseo de Macedonia, y poco les costaría destruir a otro. Se presume que el episodio, vívidamente relatado por Polibio (libro 29) entraría dentro de la definición corriente de "compulsión". 11. Éstos incluyen el intento de asesinato del presidente Chun Doo Hwan de Corea del Sur y sus más importantes funcionarios civiles y militares en Rangún el 9 de octubre de 1983, en el cual murieron tres ministros coreanos y otros quince funcionarios, y muchos resultaron heridos. Después de ese episodio, Corea del Norte declaró que su política había variado, y actualmente continúan negociaciones intermitentes. 12. Por ejemplo, en el planeamiento de fuerzas "estratégicas" norteamericanos, los requerimientos de capacidades de segundo golpe se calculan con la premisa de un primer golpe soviético total, lanzado contra fuerzas norteamericanas que se hallan en estado de alerta normal y por consiguiente disponibles en forma parcial, con muchos submarinos misilísticos en puerto y pocos bombarderos alistados en pista. De modo similar, se supone que las tuerzas soviéticas se hallan totalmente operacionales, mientras que las fuerzas norteamericanas se ven aún más disminuidas, luego de las pérdidas por los ataques y por fallas predecibles. En cuanto alos misiles balísticos, los "factores de degradación" acumulativos para las fases de lanzamiento, impulso, vuelo, separación de ojiva, trayectoria terminal y detonación, pueden sumar más del 40 por ciento. Así que un mismo inventario de armas que parece groseramente exagerado para otros, puede resultar apenas marginal para la evaluación asimétrica global de prudentes asesores, quie nes calculan en forma conservadora tanto la supervivencia posterior al ataque como las fallas subsecuentes. El cálculo citado a menudo de exceso de armas ("overkill") simplemente ignoralos efectos acumulativos del ataque previo, los límites de disponibilidad, y las fallas de funcionamiento, y además asume que sólo las ciudades serán atacadas, en una comparación irrisoria de los inventarios completos de armas con el número mucho menor de ciudades designadas como blancos. 13. Para mediados de 1985, el IISS estimaba 10.174 cabezas nucleares para los Estados Unidos y 9987 para la Unión Soviética. Military Balance, 1985-86, pág. 180. 14. El lector con inclinaciones técnicas reconocerá el error puramente técnico: aunque las plataformas norteamericanas de lanzamientos intercontinentales quedaran reducidas a apenas una docena de submarinos misilísti-
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cos, una centena de bombarderos .y algunos más misiles terrestres, presumiblemente móviles, una ofensiva contra f'uerzas que les fuera destinada todavía podría involucrar tantas ojivas nucleares soviéticas como se deseara mediante ataques de barreras extensas de área contra las zonas de despliegue de misiles móviles, el espacio aéreo alrededor de los aeródromos (para atrapar a los bombarderos después del despegue), e incluso en alta mar, alrededor de l as presuntas posiciones de submarinos misilísticos.
14. Armonías y desarmonías en la guerra 1. A. Hillgruber, Hitler's Strategy (1965), págs. 190-192. 2. La apreciación de inteligencia británica del 17 de febrero de 1941 determinó que a causa de las preparaciones que demandaría la guerra en el desierto, "un lapso considerable debe transcurrir antes de que cualquier contraofensiva importante pueda ser lanzada desde Trípoli"; ver F. H. Hinsley y otros, British Intelligence in. the Second World War (1979), pág. 389. Esta opinión era compartida por el Alto Comando del Ejército Alemán. 3. Martin van Creveld, Supplying Vfar (1977), pág. 139. 4. Para l a opinión de OKH según la recordara el Jefe de Estado Mayor Fran z Halder, ver Larry H. Addington, The Blitzkrieg Era and the German General Staff (1971), págs. 162-163. 5. Van Creveld, Supplying War, págs. 184-185. 6. Lo que sigue se basa en Ronal_d Lew-in, Li. fe and Death of theAfrika Korps (1967), y David Irving, The Trail of the Fox (1977), pág. 67 en adelante (con
mucho colorido pero exacto). 7. Addington, Blitzkrieg Era, pág. 165. 8. Hinsley, British Intelligence, págs. 389-393. 9. La desorganización premeditada de Rommel de sus propias formaciones no se extendió hacia abajo hasta el nivel táctico, sobre el que tenía poca influencia: mientras que los británicos combatían mediante unidades separadas de infantería, artillería y tanques, los alemanes empleaban fuerzas de tareas de todas ellas mezcladas. Aplicando un elegante trabajo en equipo, cuando las fuerzas de tareas eran atacadas por tanques británicos se empeñaban con cañones antitanques bien protegidos en el terreno. Los tanques propios eran reservados para desplazamientos de flanco, y principalmente para ataques contra "blandas" columnas motorizadas e infantería, contra las cuales su superioridad técnica sería decisiva. La descripción clásica se encuentra en F. W. von Mellenthin, Panzer Battles (1971), pág. 71 en adelante. 10. De otro modo hubiera reconocido que las fuerzas que era posible abastecer a través de 2400 kilómetros desde Tripoli hasta el Canal de Suez serían demasiado pequeñas para derrotar a los británicos, mientras que fuerzas con magnitud suficiente para cumplir la tarea no podrían ser abastecidas. Ver Van Creveld, Supplying War, págs. 181-201. 11. Muchos historiadores han criticado el rechazo de Hitler a mandar refuerzos a Rommel en el verano de 1942, señalando que grandes fuerzas
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alemanas fueron enviadas después de la derrota de Rommel en El Alamein. Pero entonces el propósito germano ya no era conquistar Egipto, sino mantener a Italia como aliado en la guerra, impidiendo la caída de Túnez, último territorio de África del Norte en manos del Eje, frente a Sicilia. A diferencia de la conquista de Egipto, era éste un objetivo importante a nivel de gran estrategia. 12. La capacidad de los norvietnameses para desplegar sus fuerzas sobre sus propios pies desde un extremo al otro del país era muy inferior mecánicamente a la capacidad norteamericana-survietnamita para hacerlo mediante el transporte por caminos, aire y mar. Pero por otra parte, la evasión les concedía la iniciativa en cada movimiento, de modo que no quedaban en inferioridad en cuanto a su capacidad de concentrar fuerzas para cualquier empeñamiento. Su posibilidad de reforzar una acción en curso era muy inferior, con toda certeza, pero en su estilo de guerra los enfrentamientos planificados eran seguidos por la dispersión. 13. Los únicos documentos que alguna vez se publicaron sobre el tema se encuentran en Hanoch Bartov, Dado (1981); para la distribución divisional, ver los gráficos del 8 de octubre. 14. La mayoría de los puntos fuertes de la llamada línea Bar-Lev no estaban cubiertos. El 6 de octubre de 1973 había unos 450 soldados dispersos en los 14 puntos fuertes ocupados de un extremo al otro del Canal de Suez, una densidad de cuatro hombres por kilómetro. El plan defensivo israelí ("Dovecot") confiaba en cambio en los 290 tanques y 14 baterías de artillería de la división estacionada en el Sinaí. Bartov, Dado, gráficos del 6 de octubre. 15. Ver Barton Whaley, Codeword Barbarossa (1973). 16. Por ejemplo, ver Bartov, Dado, págs. 188-217. 17. Para un relato detallado, ver Avraham Adan, On the Banks of the Suez (1980), págs. 91-164. Ver también el excelente análisis de Martin van Creveld, Command in War (1985), págs. 218-231.
Indice Alfabético
Abadán, 136 Acorazados, 32-34, 75,154-155,161, 227 Administración militar, 39 Afganistán, 132-133, 261n6 Mica del Norte, 24, 51, 194, 206209, 213-217, 252n9 Albania, 189-190 Alemania, 59, 62; en la Segunda Guerra Mundial, 15, 21-30, 47, 49, 51, 54, 90, 92, 130, 161-165; defensa contra Rusia, 80,95,105108, 112-115, 117, 124-128, 140, 143, 150.; Afrika Korps, 24, 51, 206-209,213-217,252n9; Batalla de Berlín, 27, 136; crisis de Berlín, 198n; Blitzkrieg, 21-23, 88, 92, 96-105, 117, 123-125, 252n2; economía de guerra, 54-55, 164165, 216; en la Primera Guerra Mundial, 46, 142 Alianza, la (NATO), 69; defensa de Alemania, 80,95,105-108; defensa del teatro central europeo, 112115, 117, 140, 143; armas y fuerzas nucleares, 117-120, 146, 198199; defensa/fuerzas no nucleares, 69, 120-122, 198-199; respuesta soviética, 133-137; contramedidas técnicas, 141; poder/ defensa aérea, 141, 198; estrategia de ataque profundo, 143-152; movilización soviética, 149-151; producción de armas, 151; efectos de la suasión,195-196; disuasión, 198; blancos soviéticos; 200-203;
comparaciones militares, 241-243 Antiaéreos, misiles/defensas, 39, 4344,168; en la guerra árabe-¡ sraelí, 224 Antibuques, misiles, 43-44 Antisatélites, misiles, 147 Antitanques, misiles, 35-38, 42, 7274; infantería, 72-74, 83-87, 103107, 112-113; precisión, 72-74; contra blindados, 73-74, 82-83, 113; en la estrategia defensiva europea, 103-108, 112, 114; en la guerra árabe israelí, 224-225 Apaciguamiento, 182 Árabes, Estados, 61, 129, 194; guerra con Israel, 57,178n,193,195, 221-225, 269n3; producción de petróleo, 211, 224-225 También ver Irán; Iraq; Egipto; Siria; Sudán; Yom Kippur Ardenas, 92, 117 Argentina en la guerra de las Malvinas, 43-45 Armas nucleares del campo de batalla, 117-122, 151, 195, 198-199 Atómicas, bombas, 58, 78-79, 165166, 170-171, 219 Austria, 59, 112, 134, 184 Aviación: - ataque nuclear, 201; "estratégica", 87n; militar, 161; en la Segunda Guerra Mundial, 161165 También ver Bombardeo; Caza Barbarrosa, plan, 206-207 Bazookas, 36
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NDICE ALFABÉTICO
Bélgica, 21-22, 49, 87n, 92, 112, 130, 138,216 Berlín, Batalla de, 27, 136; crisis de, 198n Blindados, 72-74, 224-225, 227 Blitzkrieg, 21-23,88,92,96-105,117, 123-125, 252n2, 259n6-7 Bombardeo: en Afganistán, 133; métodos, 52-54; estrategia en la guerra aérea, 87n, 161-168; factores de degradación, 164,166; comando de la Real Fuerza Aérea, 2526, 49, 52-54, 253n11-18 Bulgaria, 190 Canadá:., 148 Carrera armamentista, 180-181 Caza: 53, 75-76, 147, 162-165, 205, 222; comando de la Real Fuerza Aérea, 96, 205, 258n4 Clausewitz, Karl von, 12, 16, 20-21, 110, 144-146, 235-236, 251n3, 255n7, 263n14 Coalición, 60-62 Control de armamentos, 183-186 Corea, 24-25, 57n, 90, 93, 95, 111, 170,183,194-195,198,198n, 218 Crisis, 198n Cuba, crisis de los misiles, 198n
Einstein, Albert, 78 Eisenhower, Dwight, 90 España, 59, 62, 162, 190, 194 Estados tapones, 184 Estados Unidos: 59, 76; en la Segunda Guerra Mundial, 15, 51, 8990,92,95,183,210-212,217-218, 223; armada y política naval, 43, 45, 95, 154-161; poder aéreo, 5354,95; Marine Corps, 93,95; ejército, 95, 148; guerra de Vietnam, 219-221; armas nucleares, 58,7879, 117-122, 151, 165-166, 170 171,195,198-199, 219; guerra de Carea, 24-25, 93, 95 Etiopía, 190, 214 Filipinas, 217 Fotografía aérea, 102, 145, 149 Francfort, 133-135 Francia: 59, 112, 138-139, 148, 186; guerra franco-prusiana, 77; Segunda Guerra Mundial, 21, 49, 51,81,92,116-117,130,139,216; guerra de Indochina, 47, 129 Fricción (según Clausewitz), 12
Desgaste, 89-96, 105, 113, 164 Dien bien Phu, 47 Dinamarca, 51, 92, 112, 130, 213 Dioclesiano, 134 Diplomacia, 159, 179-183,189-190 Dohuet, Giulio, 161-165
Gallípoli, 92,161 Golfo Pérsico, 92, 136, 201, 207, 221 Gran Bretaña: 95, 148, 159, 186; Se gundaGuerra Mundial, 25-30,5055; guerra de las Malvinas, 4345; armada y política naval, 49, 154-155,159-160; poder aéreo, 49, 51, 90, 96, 161-168, 205 Grecia, 51, 92, 130, 194, 207 Guerra aérea: 8; blancos, 157; defensa aérea, 162-165; estrategia de bombardeo, 52-55, 58; interdicción, 142-146: radar, 163; reacción enemiga, 142-143 Guerra de guerrillas, 128-133
Economía: 196; alemana, 54-55,164165, 216; japonesa, 165, 216; versus estrategia, 38-41 Egipto, 35-37, 92, 206-209, 213-216, 221-225
Hamburgo, 133-135 Harris, Arthur, 54 Hiroshima, 79 Hitler, 22, 51, 55, 59-60, 78-79, 139, 183, 194, 208, 210, 212, 216-217
Checoslovaquia, 112, 114, 134, 149, 167; 194 China, 25, 59, 61, 125n, 139, 161, 161n, 193, 197, 217-218, 220 Churchill, Winstori, 50-55, 212n
ÍNDICE ALFABÉTICO Holanda, 21, 49, 51, 92,130, 139 Hungría, 114, 149, 167, 190 Inchón, desembarco en, 24, 93 India, 125n, 214-215 _ Indochina, 47, 129 Inglaterra, batalla, 51, 96, 205 Interdicción, 140-148 Iraq, 178n, 207 Irán, 133, 136, 178n, 201, 214-215 Israel, 17, 35-38, 95, 194, 214-215, 221-225 Italia, 62, 90, 130, 190 _T -íin: .r_,9 C~-2 139, 154; Se i nda Guerra Mundial, 15, 214-215. También ver Pearl Harbor, ataque a Jeune Ecole, 32-35 Kampuchea, 193 Khuschef, Nikita, 148, 183, 190 Laos, 47 Líbano, guerra del, 1.7, 38 Libia, 206-209, 252n9 Luxemburgo, 112 MacArthur, Douglas, 24-25, 93, 95 Maginot, línea, 81, 116-117, 1.39, 252n1 Mahan, Alfred, 154-155, 158-161 Malaya, 92, 129, 213, 217 Malta, 207 Malvinas, guerra de, 43-45 Manchuria, 218 Mao Tse-tung, 197 Market-Garden, operación, 92 Mitchell, William, 162-165 Montgomery, Bernard, 24,90 Moscú, 22-23 Munich, 133-135,182-183 Mussolini, Benito, 190 Naciones Unidas, 3n, 178n, 224 Nagasaki, 79 Napoleón, 21, 51, 60, 78 Napoleón III, 77
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Nasser, Gamal, 190 Normandía, desembarcos, 24, 89, 209 Noruega, 51, 92, 130, 213 Nueva Guinea, 217 Nuremberg, 133-135 Oppenheimer, Robert, 201 Otomano, Imperio, 59, 92, 139 Paquistán, 133 Paradójica, lógica, 7-10, 15-21, 67, 76, 121, 130, 179-183, 186, 192194 Patton, George, 90, 92, 95 Póárl Hárhnr atan„— 1 R:3 210-212, 217-218, 223 Pedro el Grande, 139 Polonia, 51, 92, 114, 130, 14-9, 194, 216 Pol Pot, 197 Portaaviones, 45,75,156-158,255n9 Portal, Charles, 50-53 Rusia, 59, 77, 139 Puerto Arturo, 34 Rigdeway, Matthew, 90 Romano, Imperio, 60-62, 194 Rommel, Erwin, 24, 51, 206-209, 213 217,252n9 Roosevelt, Franklin, 78, 212n, 218, 223 Rumania, 167, 190 Rusia: 59, 61, 11.4; Segunda Guerra Mundial, 15,22-23,47,51-52 , 92, 119, 130; contra NATO, 72, 119; ejército, 239-243; en Afganistán, 132-133, 261n6 Saclls, Albert, 78 Sadat, Anwar, 223-224 Satélites, 143, 145 Singapur, 213, 217 Siria, 17, 214 Sorpresa, 9-10, 148-151 Stalin, José, 23, 78, 197, 210, 212, 212n, 223 Stalingrado, 22-23, 47, 124, 135 Suasión armada, 119, 187-203
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ÍNDICE ALFABÉTICO
Submarinos, 44-45, 75, 90, 155, 158, 220 Sudán, 214 Suecia, 54, 191 Suiza, 54 Szilard, Leo, 78 Taiwan, 218 Teller, Edward, 78 Tito, Josip Broz, 130 Tojo, Hideki, 193 Torpedos, torpederas, 32-34, 254n1 Trenchard, Hugh, 162-165
Ucrania, 136, 139 Varsovia, 130, 139, 164 Verdún, 46, 142 Vietcong, 129 Vietminh, 47 Vietnam, 90, 93, 129, 183, 219-221 Voluntad nacional, 190-192 Wigner, Eugene, 78 Yom Kippur, guerra de, 35-37, 221, 258n5 Yugoslavia, 51, 92, 130, 138, 190
Zompuesto, impreso y encuadernado en el mes de abril de 1992 en los talleres gráficos de Compañía Impresora Argentina S.A. Alsina 2049, (C.P. 1090) Capital Federal Teléfono 951-2308/7379 - Buenos Aires - Argentina.