Nuestra Cultura N° 18

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diciembre de 2012 / año 4 / nro. 18 Revista de distribución gratuita

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JOVEN NARRATIVA ARGENTINA RELATOS DE JULIÁN TROKSBERG, HERNÁN RONSINO, LIZA PORCELLI PIUSSI, ALEJANDRA ZINA, ÁNGELES YAZLLE GARCÍA, MARIANO ABREVAYA DIOS, JUAN DIEGO INCARDONA, MARIANA DIMÓPULOS Y SONIA BUDASSI.


NUESTRA FOTO

EL GRAN CIERRE DE LA SEGUNDA EDICIÓN DE TECNÓPOLIS Ante una multitud presente en el arco que corona la entrada principal de Tecnópolis, el sábado 10 de noviembre, se realizó la clausura oficial de la megamuestra de arte, ciencia y tecnología, que contó con más de 3.500.000 visitas durante los 89 días que permaneció abierta. El espectáculo contó con las presentaciones de El Choque Urbano, la Fanfarria Alto Perú de Granaderos, el grupo de teatro aéreo Prix D´Ami y Catupecu Machu, banda ovacionada por los miles de personas que siguieron el recital. En la segunda edición de Tecnópolis, el Skate Park, la pista más grande de la Argentina; el Galpón Joven, sede de shows programados por la Secretaría de Cultura de la Presidencia de la Nación, visitado por más de 350.000 personas; y los espacios verdes, donde se practicaron diversos deportes urbanos, fueron las atracciones más importantes que ofreció el Mundo Joven. En el anfiteatro construido sobre el techo del pabellón de la Secretaría de Cultura de la Presidencia de la Nación, actuaron, ante más de 1000 personas, La Bomba de Tiempo, la Orkesta Popular San Bomba, Metabombo y el Combinado Argentino de Danza.

AUTORIDADES NACIONALES PRESIDENTA DE LA NACIÓN Cristina Fernández de Kirchner VICEPRESIDENTE DE LA NACIÓN Amado Boudou

STAFF DIRECTOR NACIONAL DE ARTES José Luis Castiñeira de Dios

DIRECTORA NACIONAL DE POLÍTICA CULTURAL Y COOPERACIÓN INTERNACIONAL SECRETARIO DE CULTURA DE LA NACIÓN Mónica Guariglio Jorge Coscia DIRECTOR NACIONAL DE SUBSECRETARIA DE GESTIÓN CULTURAL INDUSTRIAS CULTURALES Marcela Cardillo Rodolfo Hamawi SUBSECRETARIA DE POLÍTICAS DIRECTORA NACIONAL DE SOCIOCULTURALES ACCIÓN FEDERAL Alejandra Blanco María Elena Troncoso JEFE DE GABINETE JEFE DE COMUNICACIÓN Y PRENSA Fabián Blanco Alejandro Obeid DIRECTOR NACIONAL DE PATRIMONIO Y MUSEOS Alberto Petrina

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NUESTRA CULTURA ES UNA PUBLICACIÓN DE LA SECRETARÍA DE CULTURA DE LA NACIÓN. AV. ALVEAR 1690, (C1014AAQ) CIUDAD AUTÓNOMA DE BUENOS AIRES. PRENSA@CULTURA.GOB.AR / WWW.CULTURA.GOB.AR REALIZACIÓN INTEGRAL: ÁREA DE COMUNICACIÓN Y PRENSA. STAFF. DIRECTOR: ALEJANDRO OBEID / REDACCIÓN: SOFÍA ARUGUETE, BETTINA BARBIERI, LEILA GANEM, PAOLA MOLINA, EUGENIA PÉREZ ALZUETA, ANA QUIROGA, MARTÍN REYDÓ, BÁRBARA SCHIJMAN, FÁTIMA SOLIZ, GABRIEL TRIPODI Y MARÍA JOSÉ VERNA / DISEÑO Y DIAGRAMACIÓN: ORLANDO GOLDMAN, MARTÍN MAROTTA, GUSTAVO WALD Y ARIEL ZALECHAK / FOTOGRAFÍA: SILVINA FRYDLEWSKY, ROMINA SANTARELLI Y AUGUSTO STARITA / LOGÍSTICA Y COLABORACIÓN: SOLEDAD AMARILLA, MARCELO D'AMATO, ADRIANA DAOIZ, ALEJANDRO GIMÉNEZ, PABLO MALDONADO, NAHUEL MOROZ, SOLEDAD OBEID Y NICOLÁS RANDO. ADMINISTRACIÓN: GEORGINA IBARROLA Y TRINIDAD MASSONE. ILUSTRACIÓN DE TAPA: GUADALUPE HAEDO. ISSN 1852-8651

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EDITORIAL

diciembre de 2012 / año 4 / nro. 18 Revista de distribución gratuita

Sumario 04

“EL LECTOR ES HOY MÁS INDISPENSABLE QUE EL ESCRITOR” Miguel Vitagliano analiza la experiencia de la lectura y piensa la literatura argentina actual.

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NARRATIVA ARGENTINA Dossier especial, con relatos de Hernán Ronsino, Ángeles Yazlle García, Mariana Dimópulos, Juan Diego Incardona, Liza Porcelli Piussi, Sonia Budassi, Mariano Abrevaya Dios, Julián Troksberg y Alejandra Zina.

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UN PASEO POR LA IDENTIDAD CULTURAL ARGENTINA Los museos nacionales abrieron sus puertas en una noche única.

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“NUESTRA POLÍTICA ES DE DIVERSIDAD CULTURAL” Gestión cultural y desarrollo sustentable en Francia, según Christopher Miles.

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ESTADO, CULTURA, TECNOLOGÍA: LAS CLAVES DEL DEBATE Textos de Rodolfo Hamawi, Damián Loreti y Luis Lozano, del libro En la ruta digital.

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ESCRIBIENDO EL OFICIO Guillermo Saccomanno, Guillermo Martínez y Washington Cucurto: literatura en los Pre MICA.

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“EL TEATRO NACIONAL ES UN FENÓMENO ABSOLUTAMENTE INÉDITO” El dramaturgo Mauricio Kartun mapea la actualidad del género.

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LA CULTURA, GALARDONADA Un recorrido por la entrega de los Premios Nacionales 2012.

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NUESTROS ARTISTAS “Mi arte crece del constante despertar a la lucha cotidiana”, por Nora Patrich.

Jorge Coscia. Secretario de Cultura de la Presidencia de la Nación

Leer como argentinos a autores argentinos es un gesto de confianza en nosotros mismos. ¿Por qué el adjetivo “nacional” asociado a la literatura la hace en algún sentido mejor? “Jóvenes escritores argentinos”, así como una descripción y una promesa a la vez, es el tema del dossier central del decimoctavo número de Nuestra Cultura. Juventud (como promesa) y nacionalidad (como afirmación identitaria) son valores para ser cultivados por una política cultural que se piense estratégicamente en el largo plazo. Sobre todo porque es difícil para nuestros jóvenes escritores publicar sus obras y darse a conocer. Especialmente en un sistema editorial como el que heredamos de los 90, tan concentrado en grandes multinacionales extranjeras que dificulta la difusión de nuevos talentos entre los lectores cada vez más tomados por los “grandes tanques” de las dos o tres editoriales de siempre. Decíamos en el primer editorial de esta revista, allá por 2010, que pretendíamos que esta publicación fuera una ventana al mundo de los talentos más jóvenes, de quienes se inician y tienen la capacidad y la irreverencia necesarias, en definitiva, de las nuevas voces que empezaron a florecer en este país de un tiempo a esta parte. Creo que este número, muy en especial, está por encima de las expectativas de aquella lejana intención. Estos escritores son bastante más que “promesas”. Son realidad constante y sonante, y aquí están sus relatos para dar cuenta de la validez de su gesto literario. Abrir puertas. Inaugurar espacios. Reconstruir, en la modestia de nuestras posibilidades, algunos circuitos donde se reúnan los nuevos talentos. Esa es la tarea de un Estado activo en materia de política cultural. Ese es el espíritu que anima nuestra gestión, y nuestra revista, desde que comenzamos. Porque la creatividad ya está, ahí disponible. A la espera de nuevos lectores. De lo que se trata es de hacerla circular y convertirla en industria cultural. Para la Argentina y para el mundo.

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NARRATIVA ARGENTINA

PASADO, PRESENTE Y FUTURO DE LAS LETRAS LOCALES

“El lector es hoy más indispensable que el escritor” CONVOCADO A PENSAR LA ACTUALIDAD DE LA LITERATURA ARGENTINA –Y, EN ESTE MAR DE LETRAS, EL CUENTO, UN GÉNERO QUE HA COSECHADO HISTORIA EN EL PAÍS–, EL ESCRITOR, DOCENTE, TEÓRICO Y, SOBRE TODO, LECTOR MIGUEL VITAGLIANO DIALOGÓ CON NUESTRA CULTURA ACERCA DE SUS RECORRIDOS EN LA LECTURA, LAS POSIBILIDADES QUE ESTA ABRE SOBRE EL MUNDO, Y UNA VIDA MARCADA POR LOS LIBROS Y LOS AUTORES.

FOTO: Editorial Norma.

-¿Cómo fue su encuentro con la literatura? -Mi primer recuerdo consistente como lector es estar sentado, a los cinco años, en el primer piso de una escalera larguísima leyendo una historieta. Era de día cuando me senté a leer y ya caía la tarde cuando levanté la vista. Jamás, ni siquiera en ese momento, tuve idea de haber entendido lo que leía, apenas recuerdo que era una historia de cowboys; el western tampoco sería un género que me interesaría de ahí en más. Lo que permanece consistente hasta hoy es la sensación de que algo había cambiado para siempre en mí esa tarde y que yo era responsable de ese cambio. El resto era un asunto secundario comparado al descubrimiento de que ya no era el mismo. Había descubierto una máquina invisible para empezar a leer todas las cosas. Desde luego, en ese momento creía que leer era otro modo de decir “comprender”, de encontrar un sentido. Después fui descubriendo que leer era encontrar intensidades, correspondencias inesperadas, palabras calladas, y que el sentido no le pertenecía a la naturaleza de las cosas, sino a las decisiones impuestas por los hombres.

MIGUEL VITAGLIANO NACIÓ EN BUENOS AIRES, EN 1961. ES PROFESOR DE TEORÍA LITERARIA EN LA FACULTAD DE FILOSOFÍA Y LETRAS DE LA UBA. INTEGRA LA COMISIÓN DIRECTIVA DE LA MAESTRÍA EN ESTUDIOS LITERARIOS DE ESA UNIVERSIDAD. EN 1996, EN BERLÍN, RECIBIÓ EL PREMIO ANNA SEGHERS POR SU NOVELA LOS OJOS ASÍ (1996). PUBLICÓ, ADEMÁS, POSDATA PARA LAS FLORES (1991), EL NIÑO-PERRO (1993), CUELO SUELTO (1998), VUELO TRIUNFAL (2003), GOLPE DE AIRE (2004), LA EDUCACIÓN DE LOS SENTIDOS (2006), CUARTETOS PARA AUTOS VIEJOS (2008) Y EL OTRO DE MÍ (2010). DESDE 2009 PARTICIPA DE LA REVISTA-BLOG “ESCRITORES DEL MUNDO” (WWW.ESCRITORESDELMUNDO.COM).

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-En relación con ese lector previo a la academia, al estudio de la crítica y la teoría, ¿qué permanece y qué cambió en su forma actual de leer? -El cambio más importante es que ya no puedo leer ciertos libros por primera vez. El lector que fui está contenido en el lector que soy. Uno no deja de recordarle constantemente al otro que “yo”, diría parafraseando a Freud, no es el amo y señor en su propia morada, que siempre hay otro, y otro… Lo que es, además, una experiencia clave en la lectura, ¿no? Porque no leemos para jugar a ser otros, leemos para ser a pesar de lo que los otros nos imponen, de lo que el mundo nos impone. Lo que el estudio de la crítica y la teoría cambió en mi experiencia fue el hecho de elegir “leer” el mundo desde esa perspectiva. Ubicar la atención en la len-

gua, como aquello que define nuestra posición en el mundo, no como un instrumento de ideas y pensamientos que son ajenos a ella. Cuanto pensamos está atravesado por la lengua, no está desligado ni fuera de ella. Barthes decía que la lengua era fascista, no porque nos obliga a callar, sino porque nos obliga a decir. -En su opinión, ¿qué es leer? ¿Cuáles son sus efectos? -La lectura de la literatura produce interferencias en medio de ese bombardeo constante en el que estamos sumidos y que nos invita, obligatoriamente, a estar adheridos, pegados, confundidos con lo que “se dice”. La lectura, entonces, interfiere el flujo de esa conexión y hace de la intimidad un espacio de resistencia. Un modo de escapar al control. Cada vez están más restringidos los espacios de la intimidad, ese espacio propio donde ensayamos quiénes queremos ser. Hoy, en cambio, todo tiende a ser expuesto en “el muro” de las redes sociales de Internet. Los diarios íntimos, en buena medida, le han cedido todo su lugar a la virtualidad que se hace pública. -El lector es también una figura analizada intensamente por la crítica y la teoría literaria. ¿Cuál es su imagen del lector actual? -En términos sociales, me animaría a decir que el lector es hoy más indispensable que el escritor. No me refiero en un sentido, digamos, literario, sino a las prácticas de producción y recepción más allá de la literatura. No creo estar exagerando si digo que, desde la irrupción de los mensajes de texto de los celulares y los twits, hay un buen número de personas que escriben mucho más hoy de lo que harían sin mediar esa tecnología. Tampoco creo exagerar si digo que la mayor parte de ellos no es consciente de esa situación. Se trata de una práctica automatizada tanto en la producción como en la recepción. Nos consume el

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mensaje que consumimos. Necesitamos lectores para que, ante ese acto de consumo, tengamos la alternativa de un acto de lectura. En el acto de consumo no hay distancia, se arrasa con todo para llegar a la inmediatez de lo que “se dice”; en el acto de lectura, en cambio, no puede sino haber reflexión sobre la propia práctica. Fuera de esa situación, creo que también hay una tendencia creciente a que el lector de “libros” consuma y no que se comporte como un lector. Basta observar un instante el modo en el que se suele hablar de los libros en los medios y también de promocionarse. Se habla de lecturas ágiles, o de libros que parecen películas… Lo que no es necesariamente un disvalor, pero sin duda jamás podría tomarse como un valor en sí. -¿Considera que esa situación lleva a que se escriba en busca de un lector para el mercado? -Es posible, pero en tren de subrayar lo importante, apuntaría a señalar otro aspecto: la necesidad de trabajar en las destrezas de lectura. Es decir, en lo que significa la lectura como un acto de libertad individual. Cuando leemos, estamos interpretando y confrontando nuestras ideas con el mundo, y si la capacidad de lectura se reduce, disminuye también la capacidad de interpretar lo que nos rodea. Los problemas de la lectura, llamémosla literaria, son cuestiones sociales. Si la capacidad de lectura decrece, corre el riesgo de restringirse a la capacidad de criticar, interpretar lo que rodea, y también la capacidad de inventar alternativas. Uno de los problemas serios que atravesamos en el presente se vincula con la comunicación: cómo logramos hacer entender lo que queremos a los demás, cómo nos encontramos con los demás en las ideas y proyectos. Y también cómo hablamos. Vivimos en un tiempo de profunda devaluación del lenguaje. Trata-

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mos de agrandar las palabras creyendo que así vamos a llegar a las cosas. Es como los adolescentes cuando al referirse a un amigo, dicen “es un re amigo”, lo que no hace sino devaluar la palabra amistad. ¿Qué sucede entonces en la sociedad cuando oímos que para hablar de nuestra cotidianeidad se usan términos como “el desastre”, “no se puede salir a la calle”, etcétera? Los problemas de comunicación son políticos, y acaso por eso debamos convenir que el trabajo con la escritura es, digamos, trabajar en la cantera de las posibilidades por venir.

que viene, en medio de la concentración de las editoriales transnacionales.

-¿Podría caracterizar el panorama actual de la narrativa argentina? -Cortázar sostenía que cuando un lector argentino lee el libro de un escritor argentino lo que hace es poner en evidencia la confianza que tiene en sí mismo. Consideraba eso porque, como solía decir, pertenecía a una generación que por lo general no leía, salvo excepciones, autores connacionales ni latinoamericanos. Era una generación, digamos, sin confianza en sí misma, en lo que la rodeaba, por lo tanto era difícil que leyera a quienes la rodeaban. Los que nacimos a partir de los años 60 tuvimos una experiencia distinta a la de aquellas generaciones, porque crecimos leyendo también literatura argentina y latinoamericana, entre otras, a la generación de Cortázar. Y los seguimos leyendo, y buscando nuevos escritores, durante los años de la dictadura. Es decir, en esos momentos también confiábamos en lo que debía venir después. Pero mucho ha cambiado desde entonces en lo que atañe al lugar que ocupa la literatura en la historia. Con la generación de García Márquez, Fuentes, Vargas Llosa, Viñas, se cierra una etapa histórica decisiva para la literatura: la de los escritores que tenían una gravitación pública con sus decisiones. De allí en más va a resultar muy difícil que la voz de un escritor y sus posiciones tengan peso en la agenda de una comunidad. Es un hecho histórico. Ya no podrá ser como antes. No podríamos interpretar lo que sucede en la serie literaria a partir de entonces con expectativas que están fuera de su tiempo y que pertenecen a otro. El espacio simbólico que hasta los 80 o los 90 ocupó la literatura en la sociedad ya no se parece en nada a lo que conocimos anteriormente. Hemos dejado atrás un tiempo sin tener idea de cómo será el que viene.

Lo fundamental está, de todos modos, en que exista el escrito y el deseo de seguir escribiendo. Prefiero las asociaciones entre escritores. Si no hay editoriales, inventarlas, construir las posibilidades. A principios de los 90 creamos, con Rubén Mira y Aníbal Jarkowski, una editorial, Tantalia. Después se sumó Martín Kohan al proyecto. Los cuatro publicamos allí nuestras primeras novelas. Hoy, esa editorial sigue existiendo, pero conducida por otros escritores, y nosotros estamos muy orgullosos de haber participado en esa experiencia.

-¿Cuáles son los relatos y autores que marcan los últimos años de la literatura argentina? -Estamos inmersos en el presente, y a mí se me hace imposible tener una visión acabada de lo que ocurre como si fuese pasado. No sé, por otra parte, si la mención de un grupo de autores sea consecuente con lo quiero pensar hoy de la literatura. Como decía recién, estamos ante un momento de profunda transformación de lo que entendemos por literatura y arte, y es difícil saber hasta dónde alcanzará ese cambio. Prefiero destacar las fuerzas que se concentran en las editoriales independientes que han aparecido en estos años, y que podrían abarcar desde Eterna Cadencia, La Bestia Equilátera o Entropía hasta Eloísa Cartonera. Son asociaciones de confianza sobre lo

-¿Cuáles son los caminos de edición que encuentra quien, por ejemplo, termina una novela? -Hay momentos en que un escritor no tiene posibilidades de tener un editor que quiera publicar sus textos. Eso puede suceder en distintos momentos o por distintas razones. Pero se trata de algo secundario, y más en estos días, cuando aparecen otras posibilidades de difundir escritos.

-Interviene en la revista-blog “Escritores del Mundo”. ¿En qué consiste esta iniciativa? -El proyecto surgió en 2009 entre un pequeñísimo grupo y ahora ya somos más de cien los que colaboramos en Escritores del Mundo. Es una iniciativa donde lo que se destaca es la multiplicidad. Se publican pequeños textos inéditos de autores de generaciones, tendencias estéticas, géneros y países diferentes. La mayoría somos argentinos, o argentinos que residen en otras partes del mundo, pero también colaboran escritores alemanes, españoles, chilenos, brasileños, bolivianos, rusos, estadounidenses, etcétera. Es un proyecto en el que no circula el dinero, en el que prima la horizontalidad. Es un desafío, en realidad: ¿podrán las palabras corroer las paredes de opacidad y sordera? Quién lo sabe. Lo indudable es que día a día resulta más imprescindible salvaguardar el lenguaje. No para conservarlo como un posesión, sino para mantener el sentido de la diferencia y el sentido crítico. -Si tuviese que elegir algunos cuentos argentinos que hayan impactado en su relación con la literatura, ¿cuáles serían? -Además de pensar en los cuentos de Borges y Cortázar, armaría una serie con relatos vinculados al mundo del trabajo. Y en esa serie incluiría, al menos, a “Desamparados”, de Elías Castelnuovo, “La última huelga de los basureros”, de Bernardo Kordon, “Nota al pie”, de Rodolfo Walsh, “El aprendiz de brujo”, de Rodrigo Fresán, y “Memorias de un pigmeo”, de Hebe Uhart. -¿Qué sabe gracias a la literatura? -Si creyera que la literatura tiene un saber, ¿cree que lo andaría repitiendo por ahí como si fuese un fantasma del siglo XIX? Prefiero decir que el saber de la literatura es recrear la necesidad de la incertidumbre como un antídoto contra los dogmas y la posibilidad de ensayar mundos posibles.

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NARRATIVA ARGENTINA: RELATOS

“LA DESCOMPOSICIÓN”, DE HERNÁN RONSINO

La descomposición Amanecía en el campo. Íbamos en la camioneta de Teodoro Kieffer a cazar liebres. Una película opaca, de luz, cubría el reborde de los árboles. El camino de tierra era llano, lineal. Teodoro Kieffer, con la voz gruesa de la mañana, y una cara todavía no reconciliada con la vigilia, me hablaba del caballo de Saturnino Pérez: un zaino, de un pelaje hermoso, que le salvó la vida a su dueño. Una noche, Saturnino Pérez escuchó que los perros andaban inquietos. Y las vacas un poco alborotadas. Entonces supo que seguro eran cuatreros los que andaban en su campo. Montó el zaino y salió, a lo oscuro, armado. Era un hombre guapo, Saturnino. Parece que en la zona de la laguna vio un bulto raro. Entonces levantó la voz: “Quién anda ahí”, dijo. El bulto se quedó quieto, pero no emitió sonido. Las cosas no le estaban gustando nada. Gritó de nuevo: “Quién” . Y el bulto amagó un gesto, digamos, un movimiento. Saturnino desenfundó, apuntó, y en ese momento vio que el bulto salía corriendo. Dudó, pero decidió tirar a lo oscuro. Se detuvo. Trató de escuchar algo, un ruido, un gemido, una queja. Pero lo único que se oía era un sonido conjunto de sapos y grillos dispersos. Entonces, la noche, traicionera, le devolvió la agresión. En eso sintió el pinchazo en el pecho. Fue lo primero. Después un frío que le subió hasta la cara, hasta la misma boca, cada vez más reseca con el sabor agrio de la sangre. Y el zaino, como dándose cuenta de todo, empezó a trotar por el medio del campo. Parece ser, porque, es lógico, después fueron reconstruyendo el destino que tomó, que enfiló para el camino real. Era una noche cerrada. Antes de llegar al camino real se empezó a ver, flotando en la masa oscura, informe, una luz. Saturnino Pérez, gravemente herido, no podía tomar las riendas, solamente, dice, se aferró con fuerza al animal que, sabía, era su única salvación. El zaino galopaba en la noche, con pasos firmes. Cuando se detuvo, Saturnino Pérez, mareado, sangrando por la boca, cayó al suelo. Estaba en las puertas de un rancho. El zaino relinchó. Era la casa de Castillo: así fue que le salvó la vida. A ese caballo lo crié yo y después se lo vendí a Pérez, me contaba, entonces, Teodoro Kieffer, mirándome por encima de sus hombros, orgulloso, con una voz cada vez más parecida a la suya. Dejábamos el camino de tierra. Estábamos entrando al campo de Saturnino Pérez. Yo tenía ocho años. Íbamos a cazar liebres, con escopetas.

FOTO: Pocha Silva.

HERNÁN RONSINO NACIÓ EN CHIVILCOY, EN 1975. ES SOCIÓLOGO, ESCRITOR Y DOCENTE DE LA UBA. COEDITA LA REVISTA CULTURAL EN CIERNES EPISTOLARIAS. PUBLICÓ LAS NOVELAS LA DESCOMPOSICIÓN (INTERZONA, 2007) Y GLAXO (ETERNA CADENCIA, 2009), TRADUCIDA AL FRANCÉS, ITALIANO Y ALEMÁN.

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Nos esperaban abajo de un ombú. Leo Krause, las manos enguantadas, severo con la mirada, pero triste, apenas, en la curvatura de los labios, justo en esa mueca torcida debajo del bigote fino y rubio; y Eugenio Calderón, manco, ansioso, adolescente. Nos esperaban abajo de un ombú. Teodoro Kieffer, unos pasos más adelantado, ensayaba la postura que tanto le gustaba poner en práctica frente a los miembros del Munich, postura con la que se ganó, incluso después de muerto, un respeto exagerado. Sería por las botas, pensaba yo, por las botas blancas, sobresaliendo encima del pantalón también blanco. Saludamos. Se habló de mi primera vez, en la caza. Después decidieron ir hacia la zona de la laguna. El sol trepaba, en la mañana despejada. Mientras caminábamos, con las escopetas en la mano, veíamos, de a ratos, a Saturnino Pérez, como una sombra, un reflejo alargado en medio del campo, mítico, apareciendo, detrás de los corrales, montado en el zaino.

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La primera liebre que vimos apareció detrás de unos eucaliptos, antes de llegar a la laguna. Krause se puso delante. Teodoro Kieffer, unos metros detrás. Y apoyados en un alambrado, Eugenio Calderón y yo. Krause apuntó. Y largó el disparo. El tiro retumbó en el aire, temblando, para flotar atontado, un rato nomás. Le había pegado a la liebre, en la cabeza. Teodoro Kieffer le disparó a una, cerca de un senderito. Yo las guardaba en una bolsa. Arrastraba la bolsa, con las liebres muertas. Eugenio Calderón, que estudiaba en la Escuela Agraria de Gorostiaga, me decía que había que saber dónde pegarles para matarlas de un solo tiro. Tenía un lunar, Eugenio Calderón, justo debajo del ojo derecho, y una barba, dispersa, confundida todavía con un vello débil, oscuro, que le empezaba a cubrir el rostro redondo. Eugenio Calderón mató a una liebre, del otro lado de la laguna. Y fue con un solo tiro. La bolsa pesaba. Lo que pasó después seguro habrá sido a media mañana. Los informes médicos decían eso. Alguna vez escuché que Teodoro Kieffer trataba de entender la tristeza que llevaba puesta en la mueca torcida, debajo del bigote fino y rubio, Leo Krause; se decían cosas, diversas versiones, por ejemplo, en el amplio salón del Munich de la Norte, cuando, claro, Leo Krause no estaba presente o estaba de viaje o en la casa de verano en La Cumbrecita. Teníamos que cruzar un alambre de púa: eran tres hileras. Primero pasó Teodoro Kieffer, Leo Krause sostenía con el pie una de las hileras y levantaba, con cuidado, el alambre de arriba, formando un hueco, para que pasara el cuerpo de Teodoro Kieffer. Fue en ese momento cuando me puse a observar a Leo Krause: lo miraba desenvolverse, severo, pero frágil, un suave temblor en la punta de sus manos lo volvía frágil, más bien desesperado. Después pasó Eugenio Calderón. Y por último crucé yo. Primero pasé la bolsa con las liebres, arrastrándola. Y entonces me agaché. Atravesé una pierna y cuando quise pasar la cabeza y la espalda se oyó un tiro. El alambre de púa se me vino encima. Leo Krause y Teodoro Kieffer corrieron unos metros. Cuando comprendí lo que estaba sucediendo, vi el cuerpo de Eugenio Calderón, manco, ansioso, adolescente, desplomado en la tierra, con una mancha de sangre en la cabeza. Eugenio Calderón no murió como mataba a las liebres, de un tiro; murió, después, en mis brazos, mientras lo llevábamos al hospital en la camioneta; tardó un tiempo: primero largó un ronquido espeso, inolvidable, y enseguida un vómito de sangre que manchó mi ropa. Eso fue a la altura del puente Lago. Quedó con los ojos abiertos. Entonces en el hospital se habló de un accidente. Mientras yo cruzaba el alambrado, el gatillo de mi escopeta se enganchó en una púa y sacó el disparo. Había matado a Eugenio Calderón. Esa misma tarde, Teodoro Kieffer decidió que debíamos volver al campo de Saturnino Pérez. “Porque si no aprendés a tirar hoy, me dijo, no vas a aprender a tirar nunca más”. El camino de tierra, ahora con otra luz, un poco más lustrosa que la de la mañana, menos inocente, también, se prolongaba recto, sin relieves ni matices. Entramos al campo cuando la noche cubría, con una sombra levísima, la mayor parte de la cosecha. El rancho de Saturnino Pérez, luminoso, largaba un humo blanco desde una chimenea, pequeña, de chapa. No le pedimos permiso. Dejamos la camioneta a la vista, para que supiera, con solo verla, que estábamos cerca de la laguna o entre los bebederos de las vacas, cazando liebres. Teodoro Kieffer avanzaba por el campo, buscando, decía, los caminos de las vacas. Las liebres andan, decía, de noche por los

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caminos de las vacas. Eligió el lugar. Y antes de tirarnos al suelo como soldados atrincherados, me reiteró las instrucciones para usar la escopeta. Entonces esperamos. Desde el suelo, entre los cardos y los abrojos, una luz, agonizante, ardía esplendorosa en el crepúsculo, para, luego, consumirse sin remedio. Ahora quedaba el olor de la bosta en el aire, mezclada con el aroma del pasto y del agua estancada en los bebederos. La noche tenía un color propio. Surgió el primer movimiento. Unos pastos que se quebraban. Teodoro Kieffer me alertó. Se llevó un dedo a la oreja para que escuchara. Otra vez, el ruido más cercano. La vi en el camino de las vacas. De lejos, en esa penumbra flotante, la liebre se parecía a un conejo. Teodoro Kieffer me dio la orden, con un golpe en la espalda. Y así fue que sentí que asomaba la cara en un escenario inmenso; las luces, potentes, me encandilaban, y recortaban, detrás, a una masa oscura, sin forma, muda, que contenía la presencia imaginaria de tantos miles de fantasmas esperando el error para saltar al escenario, tomar el protagonismo y danzar, conmigo, sin escrúpulos. Abrí las piernas. Contuve la respiración. Apoyé la escopeta en el hombro. Había en los movimientos, hasta ahí, algo semejante a cuando jugaba a matar indios en el patio de la fábrica. Pero la diferencia se manifestaba en mi cuerpo. Apunté. Antes de tirar escuché a unos teros, sobrevolando la laguna. Tiré. El ruido se adueñó de la noche. Me volteó. “Le diste”, balbuceaba Teodoro Kieffer. La liebre estaba quieta, con una mancha de sangre en el cuerpo. Yo la veía desde el suelo, entre los cardos y los pastos secos. “Andá a buscarla, hijo, es tuya”, decía, ahora en voz alta, Teodoro Kieffer. Me paré. Los brazos me temblaban. Empecé a caminar hasta donde estaba la liebre. Un olor a zorrino, prepotente, me golpeó la

cara. Cuando llegué, la vi quieta. El tiro le había pegado en la cabeza. Entonces perdí la distancia, de la que hablaba Eugenio Calderón, entre el cazador y su presa. Arrastré el pie sobre el lomo de la liebre. Lo pasé dos veces. Primero, la liebre largó un aullido insoportable y, enseguida, empezó a girar, furiosa, sobre sí misma, herida en el ojo. Retardada, me llegaba la voz de Teodoro Kieffer que decía: “Tirelé, tirelé, carajo”. Apunté y saqué el disparo. El tiro repiqueteó en la tierra seca. La liebre, por eso, arrastrándose fuera del camino de las vacas –tuerta y moribunda– se perdió en la inmensidad del campo.

Fragmento de la novela La descomposición, de Hernán Ronsino, publicada por Interzona, en Buenos Aires en 2007.

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NARRATIVA ARGENTINA: RELATOS

“NO ESTÁ BIEN”, DE ÁNGELES YAZLLE GARCÍA

No está bien

Mi papá tiene puesto el anillo de casados, al menos se hablaban. Ahora también tiene un anillo, con su nueva esposa. Yo estoy arriba de él, sobre las rodillas, tirada hacia atrás, apoyada en su panza. Siempre arriba de los otros. Estamos todos sonriendo, éramos así, sonreíamos. Mi hermana, mi hermano, mi papá, mi mamá y yo. Con mi mano le toco la cabeza a mi tío Juan, mi preferido. Yo soy su preferida, dice que soy con la que más se divierte, y que nunca voy a tener novio, a menos que cambie mi personalidad. Mi papá nos dice que mis hermanos y yo somos lo más importante para él, a veces le creo. Le dije que quería estar solo con él, me gusta cuando está solo, si no no siento que sea mi papá. Vení a visitarnos, papá, tomate unos días, vení a estar con nosotros, salimos a caminar, yo te cocino, tomamos café. Vení solo y cantamos la canción del durazno, caminás agarrándome a mí el brazo. Hace diez años que no dormimos en la misma casa. Una vez dijo que extrañaba vernos dormir, yo también, pero no es mi culpa, es toda tuya y de mamá. Tenía la barba larga y negra, sin canas, ya era pelado. Siempre con los anteojos de aluminio redondos. Me dan ternura esos anteojos, se los saca para dormir la siesta, se los saca cuando se le cansa la vista, entonces con los dedos se toca los ojos, le quedan rojos, se vuelve a poner los anteojos. Mi hermano también usa anteojos, siento que está unido a mi papá. Y se parecen, el Turco y el Turquito. Cuando se ven se abrazan fuerte y yo los veo, lloro. Me da lástima la familia en la que nos convertimos. Me di cuenta un verano en la playa, vi a una familia jugando al vóley, abuelos, primos, tíos, todos juntos. Antes éramos así. Los vi y dije, nunca más. Me acuerdo de mi papá en la cocina, que llegaba de jugar al tenis a la hora de la siesta e iba directo a prepararse un licuado, lo veo ahí, con los pantalones cortos, la remera haciendo juego y las zapatillas manchadas de polvo de ladrillo. A mi papá con sus piernas chuecas, con las rodillas hacia afuera, haciéndose el licuado bien rápido, pelando una banana, miel, leche y todo a la licuadora que habíamos comprado en un anticuario en Estados Unidos. Una vez, que llegó antes, casi casi me descubre. Por suerte el olor ya se me había ido, pero mi hermano, que nos escondíamos juntos a fumar, todavía tenía. Mi papá le preguntó si fumaba. No papá, nada que ver, estábamos haciendo una fogata. Mi mamá. Ella también fumaba a escondidas. No de mi papá, solo mía y de mis hermanos. Me enojaba muchísimo cuando la descubría, pero no lo demostraba, para que no se sintiera mal, entonces cuando la veía, fumando rápido, pitadas profundas, una, dos, tres, me hacía la tonta, y le daba tiempo a que lo apagara, escondiera y pensara que no la veía. Tengo una familia, mi mamá, mis hermanos, mis tíos, primos, perros y abuelos. Y tengo a mi papá, y no los puedo unir. Le pregunté a mi hermana si pensaba que en algún momento esto iba a cambiar. Me dijo que no, vamos a estar siempre así An. Yo hago planes para que las cosas cambien. Le pregunté a mi hermana, ¿y si hago algo para quedar internada?; entonces papá y mamá se unirían.

ÁNGELES YAZLLE GARCÍA

Con mi hermana me siento segura, cuando ella está me tranquilizo, yo me encargo An, no te preocupes, me dice, y mientras lloro ella me abraza y me dice que si quiero me invita a cenar, o me compra mucha ropa y me asegura que todo se va a solucionar. Yo, solo porque ella lo dice le creo, empiezo a respirar, me calmo. Cuando la llamo y le digo que venga, que no quiero estar sola, ella deja todo y viene conmigo. Le pregunto qué pasó, cuándo fue que se empeoró todo, cómo, cómo fue. Ella, una vez más, me responde: “Fue con esto, cuando papá dijo que no a esto, entonces mamá decidió esto, y después esto”. O sea que no siempre fue todo un desastre. Y me quedo más tranquila. No siempre fuimos así.

NACIÓ EN RÍO NEGRO, EN 1985. EGRESADA DE LAS CARRERAS DE PERIODISMO (UCA) E HISTORIA DEL ARTE (MNBA). BAJO EL SEUDÓNIMO “NAOKO” COMENZÓ ESCRIBIENDO POESÍA EN EL BLOG CULTURAL DEL DIARIO RÍO NEGRO, A CARGO DE CLAUDIO ANDRADE. EN 2012 FUE CONVOCADA A LA RESIDENCIA CREATIVA INTERZONA Y PARTICIPÓ DE LA ANTOLOGÍA HISTORIAS DEL FIN DEL MUNDO. SU PRIMERA NOVELA, LASTIMA (INTERZONA), FUE PUBLICADA ESTE AÑO.

Para asegurarme que alguna vez estuvimos todos juntos, le pido a mi mamá que me cuente cuando éramos chicos, cuando estaba embarazada, para que lo nombre a mi papá. Dice que cuando nací, y tenía los problemas para respirar, el médico le dijo a mi papá que me iba a morir, que ya no había nada más que hacer, y que mi papá se encerró en una habitación de la clínica a llorar y no le dijo nada a mi mamá. Para protegerla. Recién se lo contó cuando cumplí 5 años y estaba curada.

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haber salido la noche anterior, está mi hermana abrazando a mi hermano, nuestra perrita, pero no puedo conectarlos. Nunca un abrazo, un beso, una sonrisa. Para mí siempre estuvieron separados. Mi mamá en su auto, mi papá en el suyo, mi mamá en su trabajo, mi papá en el suyo. A la noche me cuesta dormir, todas las noches, odio la noche. Odio intentar recordarlos y no poder, o buscar alguna imagen mía y de mi papá cuando yo era chica. Solo me acuerdo cuando le dije que no iba a su casamiento, cuando le digo que no me quedo a dormir, cuando lo imagino sentado en la mesa comiendo. Eso me da lástima, me da lástima ver a la gente comiendo. Se los ve tan indefensos. Tampoco me gusta soñar, me confunden los sueños, me hacen pensar en cosas que no quiero. Cuando estoy en la playa sueño con mi abuelo. Íbamos juntos todos los veranos, pero él se quedaba en el departamento leyendo el diario. Decía que la playa era para la mersada. Sueño que no se muere, pero que tengo que ayudarlo a caminar. Voy atrás de él, moviéndole las piernas y sosteniéndolo con mis brazos, y hacemos algo los dos, algo que no me acuerdo. No quiero soñar con mi abuelo, ni hablar de mi abuelo, ni escribir sobre mi abuelo. Todo culpa del sueño.

O que me cuente cuando nos llamaron a mi hermano y a mí para hacer una publicidad y ellos no nos dejaron, entonces mi mamá dice “no es que no los dejamos… solo que papá y yo…” y yo me quedo pensando “papá y yo”, mamá y papá, y qué lindo. Qué raro. Me levanté de mi cama un sábado a la mañana, caminé por el pasillo de mi casa, pasé por la habitación de mi hermana, por el baño y seguí. Hasta la de mis papás. Atravesé la puerta, descalza, pisando la alfombra azul, y me acosté. Pegada a mi papá. Me quedé en silencio, mi papá miraba fijo la televisión. Solo miraba. Hasta que le dije que me iba. Mientras, mi hermano se estaba despertando, mi mamá caminaba por los pasillos, recuerdo el sonido de sus pasos, pesados, rápidos, iba y venía, yo no la veía, pero ahí estaba, de un lado para el otro. Mi papá seguía mudo, y viendo que no podía, que no se animaba, le dije si quería que lo ayudara, ¿querés que te ayude, pa?, entonces se lo dije. “Se van a separar, vos y mamá”. Sí, mi papá dijo que sí. Tres imágenes. Almorzando con mi papá y mi hermano, en el departamento al que se había mudado cuando nos dejó. Yo estaba a dieta. Me había cocinado verduras hervidas con un caldo y decía que podía comer la cantidad que quisiera. Me acuerdo de la cebolla, mitad de una cebolla en mi plato, comiéndola mientras pensaba en que había cocinado eso especial para mí. Yo estaba tan triste, viendo a mi papá en esa cocina sin nada, pensando en la licuadora importada, y ahora solo veía una olla, solo una olla para mis verduras. Una tarde que fui a visitarlo de sorpresa. Toqué el timbre del departamento y me atendió, sonreía. Yo me enojé, ¿por qué estás tan contento?, le pregunté, y él se rio de mi pregunta y yo me enojé más y le dije que no, no quería entrar, y me fui. En el auto, volviendo de Neuquén, habíamos ido al cine y estábamos esperando que nos dieran las bolsas con los combos de Mc Donald´s. Sonó el teléfono, habló un rato y me preguntó si yo quería hablar. Agarré el teléfono y le dije a la voz de mujer del otro lado, “no vas a ser parte de mi familia así tan fácil” y corté. Trato de ver a mis papás juntos, pero no encuentro nada. Sé que cuando hicimos el asado en el autódromo estábamos todos. Fue el día del atentado a las Torres Gemelas. Tengo la foto, cada uno en una reposera, yo con cara de muerta por

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Mi papá me dice que necesito ir al psicólogo, mis amigas también. Porque soy demasiado sensible, y porque me afectan mucho las cosas. Hace tres años fui, con Marcelo, pero me hablaba de una manzana, y la usaba como metáfora para explicarme algo. Entonces un día le dije: “Marcelo, no entiendo nada, ¿la manzana soy yo, son mis papás, quién es la manzana?”. Me dijo, paciencia, paciencia, las cosas no se descifran de un día para el otro. No volví. Dejé el psicólogo y empecé a salir a bailar. Durante dos años lo único que hice fue bailar. Entraba al boliche y caminaba directo a la pista, me hacía lugar y empezaba. Veía a alguien que me gustaba cómo bailaba, le preguntaba si podía bailar con él, y ya me quedaba toda la noche hasta que empezaba la música de despedida. Llegaba a mi casa a la mañana, muerta de risa por lo bien que la había pasado. Me encontraba con mis hermanos, que enojados me retaban por no avisar dónde estaba o por no contestar el celular. La pasaba bien así. Hasta que empecé a enojarme con todos. Porque dije algo, entonces era culpa mía, y mi papá vino, pero mi mamá se enojó porque él se enteró primero y ella no pudo venir, porque no puede estar en el mismo lugar que mi papá, y mi mamá que no quiere que mi papá esté en el departamento que paga ella, entonces mi papá no puede venir más, y yo lloro y todos siguen así, normal, y mi papá que le manda carta documento a mi mamá, y mi mamá que jamás va a firmar eso, y yo lloro, porque cómo, cómo llegamos a esto. Y, preguntale a papá, acá hay un solo culpable, yo hice todo bien, yo también hijita, tu mamá es la que hace más lío, y Navidad, por qué con él, no pretendan que yo haga como si nada, y los autos, y la transferencia, la escritura, los departamentos, el acuerdo, las promesas. Entonces me harté, y les escribí una carta a cada uno y les puse que por su culpa ya no los quería más y que me iba. Y me fui al otro día. Y qué gracioso, mis papás se volvieron locos e hicieron una denuncia federal y en la frontera con Paraguay me agarraron y no me dejaron pasar. Dos hombres gordos me llevaron a un cuarto y me preguntaron si me estaba escapando. Yo dije que no, y les mostré la autorización de mis papás para viajar. Igual no me dejaron salir. Hasta que aparecieron, mi papá sosteniéndola a mi mamá que lloraba, y nosotros somos sus papás, sí, nuestra hija, sí, sí, nuestra, nuestra, decían. Los miré desde la ventana del cuarto, y un poco empecé a quererlos de nuevo. Me soné los dedos, me despeiné los rulos, y salí.

Relato inédito.

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NARRATIVA ARGENTINA: RELATOS

“UN PADRE”, DE MARIANA DIMÓPULOS

Un padre

La mujer, que había cobrado y no había trabajado, lo despidió sin mirarlo. Daniel cerró la puerta de la habitación y salió caminando del puerto; en la muñeca le pesaba como una piedra el reloj. Ni siquiera estaba sorprendido por aquel fracaso. Después de hablar con Rebeca había ido al puerto y había levantado a una mujer por primera vez en la vida. Habían entrado a un hotel por horas que ella le había indicado. Era tan mala esa sonrisa de la mujer. Poco había podido hacer con esa cara, con el escote, flaco y blando, con la espalda curvada y lustrosa. Todas esas sensiblerías había ido criando con los años. Dejó la zona del puerto y llegó al bar todavía temprano. Conocía la ciudad por otros congresos de sociología y de historia, pero esta vez el frío, que tanto había estado ponderando durante todo el verano en Buenos Aires, no lo había ni sacudido ni elevado. Pronto se le unieron dos que se llamaban mutuamente colegas; irradiaban esa satisfacción de los hombres dedicados a las ciencias sociales, a gusto con la propia humanidad. Uno era ancho y había vivido en España. Se la pasaba hablando del arte románico, y apenas podía sacaba de un bolsillo una ristra de postales para ilustrarse. El otro, que daba clases de alguna literatura, decantaba por el cinismo. Los tres se habían puesto de acuerdo en un vermut, y cada uno lidiaba a su modo con el vaso que le había tocado. El fútbol apenas si les interesaba, pero como era lunes comentaron los resultados recientes. Él estaba al tanto porque había pasado el fin de semana en largos malabares frente al televisor de su cuarto de hotel. Como Kant con el nombre de su amado criado, había estado a punto de escribir en una de sus libretitas: “Olvidar a Rebeca”. No tenía ese tipo de ingenuidad y no apuntó nada, ni en esa libretita que traía en el bolsillo ni en una servilleta de las tantas, aunque hubiera pagado con todo lo que tenía por un décimo de esa ingenuidad. ¿Había viajado esa mañana? No, dijo él. Estaba desde el viernes. Un hombre afortunado, dijo el otro. Pidieron otro vermut, o alguna cosa anticuada y amarga, a la que se dedicaron hasta que se les sumaron dos mujeres, una muy joven, que recién empezaba a dar clases. Había tantas mujeres jóvenes. Esta, ya se lo había confesado en otro congreso, lo admiraba de verdad. Siguieron hablando de fútbol. Una de ellas era muy versada y había visto tres partidos de la última fecha. El recurso de los autos tampoco las ahuyentó. Si Daniel tenía uno, preguntó la que lo admiraba. Lo había vendido. ¿Era pobre? Los hombres se levantaron. Uno le preguntó si iría a la mesa redonda de las siete. Las mujeres se pusieron a revolver maníes salados en un cacharro de metal que el mozo les entregó de mala gana. ¿Si estaba casado? No, no estaba casado. Hoy en día nadie se casa, comentó la otra mujer. ¿Si vivía en Buenos Aires?

MARIANA DIMÓPULOS NACIÓ EN BUENOS AIRES, EN 1973. ES TRADUCTORA DE FICCIÓN Y DE FILOSOFÍA, Y DOCENTE UNIVERSITARIA. COLABORA OCASIONALMENTE EN LA PRENSA. PUBLICÓ LAS NOVELAS ANÍS (ENTROPÍA, 2008) Y CADA DESPEDIDA (ADRIANA HIDALGO, 2010).

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Un poco, dijo él. Hacía dos semanas que no volvía a su casa; esa noche planeaba hacerlo sin falta, había un micro que salía a las tres. ¿Por qué, no daba su conferencia? Porque una mujer que había sido la suya estaba embarazada. Acababa de enterarse.

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Esto provocó un silencio. ¿Qué mujer? Una que había querido. Al rato se quedaron solos, la chica y él. Hablaron del sándwich que el mozo había traído a destiempo, para alguno de los hombres, y que ninguno se atrevió a tocar. La conversación era tan débil que él creyó merecerla. ¿Adónde se iba de vacaciones?, preguntó la chica. Tomaba una coca cola tras otra, sorbiendo de una pajita a rayas. Él no se iba de vacaciones. Tenía una casa en el Tigre, en el delta, en Buenos Aires. A ella le encantaba el Tigre. ¿Podría visitarlo algún día? No. Él ya no volvería a la casa en el Tigre. ¿Por qué no? A la chica no le gustaban del Tigre el color del agua, ni los mosquitos, ni la humedad. A él tampoco le gustaban los mosquitos.

Hubo un primer asalto infructuoso, contra el tabique de cartón que los separaba del baño. La chica se puso a fumar sin tragar el humo haciendo una pausa, acaso cuidando la garganta para mejores tragos. No le entregaría, dijo ella, ni la pierna ni el souvenir si él no le juraba inmediatamente que algún día la llevaría a la casa esa del Tigre de la que habían hablado. Ya le había dicho él que no tenía ninguna casa. La chica se rio. Era una gran satisfacción burlarse de un hombre admirable. ¿Sería por esa mujer que no venía ahora mismo a buscarla? La buscó, hubo otra escaramuza, pero triste al final, como una melodía. Después intentó cazarla del pelo, con una caricia fingida, y llevar esa boca al lugar donde desde el principio hubiera debido estar. Fue una mala maniobra, aunque podría haber sido buena. Ahora estaban, una vez más, tendidos como dos figuras de tiza en la cama, sin tocarse. Si ella conocía qué era el mar muerto, preguntó él. Por supuesto. Era un mar de sal en medio de un desierto. En la biblia decían que había sido en tiempos remotos un gran jardín.

Pero tenía una casa en el Tigre. No, no la tenía. Pero había dicho, hacía un momento. Estaba equivocado hacía un momento. La casa ya no existía. ¿Si quería ir a comer algo en serio? Algo en serio sí, dijo la chica. Había anochecido afuera; esa comprobación lo llenó de una felicidad pueril y benéfica. Caminaron varias cuadras hablando, ella sobre todo, del menú posible y de la validez de un restaurante o de otro en la calle principal. Él le pidió que fuese especialmente caro porque hoy le sobraba el dinero. Fue una cena melancólica a pesar del lujo de los cubiertos y los platos con frutos de mar, de infantiles colores. La chica se llamaba Carla y tenía una boca que invitaba a las aventuras. Era una boca perfectamente grosera y voluble, y él dedicó gran parte de la cena a estudiársela, tratando de no prestar atención a lo que profería.

La biblia es lo peor del mundo, dijo la chica. La biblia, insistió, era peor que Gramsci. Se levantó, y aunque no iba a ningún lado más que al cuarto mal empapelado que alquilaba en el centro, anunció que iría a bailar con alguno que tuviera sangre, y se pintó esa misma boca que había entregado a medias, para que el profesor supiese que siempre una boca algo vale. Al salir golpeó la puerta; Rebeca jamás habría cerrado una puerta de esa forma. Echado en la cama, hubiera preferido estar de pie. La televisión marchaba. Al pozo voraz de la imaginación se le podían dar tantas cosas de alimento, y ese pozo las iba tragando sin falta: los átomos que nunca nadie había visto, el número de todos los muertos de todos los tiempos, y con un poco de trabajo y si uno lo tenía bien amaestrado, el infinito de los infinitos mundos. Uno decía con fuerza, y el pozo hacía lo suyo. Y sin embargo ahora era incapaz de imaginar a Rebeca, al hijo prometido. Esa maniobra de estar tendido justo al borde de una cama de hotel no era sencilla. Ahí donde terminaba la frazada, empezaba la autocompasión. Por eso no había que moverse. Un viento le corría entre la nariz y la garganta, sin llegarle a los pulmones.

Antes del postre él dijo: nos vamos.

Tomó dos sorbos de un vaso. Hasta esa noche había sido un hombre que piensa, un hombre que lee, uno que si soñaba en vanidades volvía después apresurado, se escondía entre los pechos de su mujer.

Apenas salieron la detuvo, la llevó a un costado, la obligó a apoyarse contra una pared de ladrillos. Hizo uso entonces, y por primera vez en esos siete años de docencia, de una alumna, hizo un buen uso al principio, porque la besó largamente en la boca esa en donde había estado prometiendo zambullirse de varios modos, durante horas y cuanto antes.

Ah, pero ese hombre ya no existía, y era un alivio que así fuera. Ahora este hombre nuevo podía abrazarse a cualquier canallada. Era dulce como una lengua tibia esa libertad de no querer a Rebeca, de no creer en lo que se habían dicho diez años.

En el hotel, sin embargo, al entrar a la habitación le molestaron los libros y unos papeles que había dejado desparramados sobre la cama. Tuvo que recogerlos; la chica se burló de un autor estampado en una de las cubiertas, que le parecía marxista, inútil. Daniel se cuidó de no contradecirla. Hubo que jugar un poco a caperucita y el lobo, pero solo un poco. Después, a un costado, el teléfono se puso a sonar. ¿Por qué no atendía? ¿Quién era?, quiso saber la chica.

Apareció en la televisión una científica escena de sexo, donde enfermeras y médicos medían y levantaban instrumentos, bajo la iluminación tan eficiente de la pornografía. Se alivió en dos minutos de todos esos frotamientos, las crecidas y bajadas de la marea de la entrepierna de todo un día. Se preguntó entonces si ya era la mañana y el pozo dentado de la imaginación le dijo que no, con su terrible sonrisa. Estaba agitado por esa infamia a punto de cumplirse. Había que traicionarse y el pecho saltaba. Solo quien hubiera dejado de amar a una mujer era capaz de esta alegría. Miró lo que dictaminaba el reloj a un costado, si había tiempo o no había tiempo para ir a la estación.

Nadie, dijo él. Esto se repitió tres veces.

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Relato inédito.

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NARRATIVA ARGENTINA: RELATOS

“ATÓMICA MENTE”, DE JUAN DIEGO INCARDONA

Atómica mente Estaba en la vereda jugando con las hormigas. Las negras caminaban por las canaletas de las baldosas, las rojas por cualquier parte. En un momento, empezaron a trepar la pared hacia mi terraza, porque sabían que ahí mis abuelos tenían macetas. Yo no quise que subieran todas, para que no pelaran las plantas, pero como me dio pena que pasaran hambre, elegí algunas representantes y les abrí el paso solo a ellas, para que les trajeran comida a las demás. Después, levanté una negra y una colorada. A la primera, la subí en una hoja caída del gomero y la mandé por la zanja hacia Giribone, en bote, para que fuera a explorar; a la otra, la metí en el agujero del cordón, en busca de bichos muertos, porque sabía que su tribu era carnívora. Me acosté boca abajo en el piso y me asomé al desagüe para mirar: caracoles huecos y cucarachas patas para arriba. Le dije a la colorada que no se distrajera y siguiera más al fondo. Ella avanzó por el costado, porque en el caño corría un hilo de agua. Seguí su recorrido con atención. Al principio, el mal olor me hacía picar la nariz, pero de a poco me fui acostumbrando y no solo eso, porque después empezó a gustarme y a darme un sueño raro que, en vez de cerrarme los ojos, me los abría más grandes y me dejaba ver en la oscuridad y por adentro de las cañerías, como si la hormiga me hubiera prestado su vista.

FOTO: Clara Muschietti.

JUAN DIEGO INCARDONA NACIÓ EN BUENOS AIRES, EN 1971. FUNDADOR DE LA REVISTA EL INTERPRETADOR, PUBLICÓ OBJETOS MARAVILLOSOS (2007), VILLA CELINA (2008), EL CAMPITO (2009), ROCK BARRIAL (2010). COORDINA EL ÁREA DE LETRAS EN EL ESPACIO CULTURAL NUESTROS HIJOS (ECUNHI), TRABAJA EN EL PROGRAMA “MEMORIA EN MOVIMIENTO”, DE LA SECRETARÍA DE COMUNICACIÓN PÚBLICA, Y EN EL PROGRAMA “VIAJE DE IDA A LA MEDIANOCHE” (RADIO AMÉRICA AM 1190). ADMINISTRA EL BLOG “DÍAS QUE SE EMPUJAN EN DESORDEN”.

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Llegué a una curva. Una catarata cayó de repente y casi me arrastra, pero por suerte aguanté, agarrándome fuerte con las seis patas. Seguro arriba alguien estaba lavando en la pileta del patio. Me apuré antes de que volvieran a abrir la canilla. El hueco de la tubería se fue achicando a causa del sarro y, aunque mi cuerpo era pequeño, se me hacía complicado avanzar, de tan estrecho. En esa parte, además, el camino iba en subida. Probé clavando las dos patas de adelante, mientras me empujaba con todas las de atrás. Era muy cansador. Para colmo, las basuritas enganchadas y las piedras de cloro pegadas al caño me raspaban la cabeza, que pronto empezó a sangrar. Frené y me eché un rato, para reponer energías. Si en ese momento, hubieran abierto el agua otra vez, no habría podido hacer nada para impedir que la correntada me llevara hacia afuera. Tenía que levantarme. Instintivamente, me puse a romper las piedras con mis grandes mandíbulas, un ejercicio que no me causaba molestia alguna, al contrario, me hacía sentir mucho mejor. Mis mordidas explotaban el sarro y lo convertían en nubes de polvo. De este modo, logré seguir, hasta que llegué a una parte más ancha, donde la cañería se abría en dos caminos. Uno seguía derecho y al mismo nivel; el otro doblaba a la izquierda y bajaba. Preferí tomar este último. Pronto, las paredes dejaron de estar entubadas y el caño se convirtió en un túnel, donde había un arroyo subterráneo. Las orillas estaban llenas de hongos y a cada rato me patinaba. Era difícil moverse, así que me subí al techo y caminé al revés, pero la tierra, ablandada por la humedad, caía en pelotas de barro y yo corría peligro de morir aplastado. Bajé de nuevo y me quedé quieto, pensando qué me convenía, si los hongos o el barro, cuando, para mi sorpresa, me encontré una tapita de vino. No lo pensé dos veces y la empujé al agua con toda mi fuerza y después me subí. Los desagües empezaron a llevarme rápido, cada vez más abajo, atravesando pozos ciegos y descargas, por debajo de las casas y las calles.

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echándola en el Reconquista o en el río Matanza. Seguí adelante, hasta que choqué con una piedra que tapaba el camino. Miré a todas partes buscando una salida, pero no podía encontrarla. De a poco, empecé a escuchar voces nuevas, pero no entendía bien lo que conversaban porque todo lo decían por la mitad, como si fueran secretos, que había que esconder las cosas, que la habían agarrado a Moni, que había que rajar. Me acerqué a las paredes para escuchar mejor y descubrí que las palabras salían por un agujerito. Escarbé en los costados y de a poco fui agrandando la abertura. Junté las patas y metí la cabeza. Del otro lado, se abría un abismo inmenso, que parecía no tener orilla contraria. Quedé fascinado. Contemplé el vacío y pronto me puse a jugar con la imaginación. Primero pensé que era el Río de la Plata, el más ancho del mundo, que corría por debajo de mi barrio; después me inventé que mejor estaba parado en la cornisa de la atmósfera, frente al espacio. En esta galaxia ya no brillaban las estrellas ni giraban los planetas y las lunas, no viajaban los cometas ni se amontonaban asteroides, porque todos los astros se habían caído hacía rato, mucho tiempo antes de que yo llegara. Frente a mí, la oscuridad se movía, empujada por la fuerza del respiradero que la gente del conurbano había tirado, a propósito o sin darse cuenta, al incinerador del micromundo. Palabras y alientos vitales horadaban el barro, más abajo que los sótanos. Comprendí que nunca más iba a tener amigos ni a poder hablar con mi familia, que nunca llegaría a grande y que no tendría hijos. Padre nuestro, que estás en los cielos, santificado sea tu reino, hágase tu voluntad, así en la Tierra como en el Cielo, y entonces me arrojé, por la cueva láctea, en seis patas, dos antenas, un aguijón. Enseguida perdí la conciencia, pero como ni siquiera el universo es para siempre, en algún momento abrí los ojos de nuevo, frente al agujero del cordón de la calle Martín Ugarte. Alrededor, Villa Celina dormía la siesta. Apoyé las manos en la zanja y me puse de pie. Seguí la ruta de las canaletas y atravesé las baldosas de la vereda. Abrí la puerta de hierro, entré al porche; abrí la puerta de chapa, entré al pasillo; abrí la puerta de madera, entré al patio de mi casa. El calor del verano evaporaba las gotas que goteaban de la canilla antes de que el agua tocara el suelo.

La velocidad me echaba para atrás las antenas y me empecé a marear. El túnel cambiaba de color, primero rojo, al rato amarillo, después verde. La tapita se zarandeaba y yo tenía miedo de caerme, pero el tobogán me dio un respiro y cayó en un charco, adentro de una gran cueva. El golpe levantó agua y quedé empapado. El líquido tenía gusto a azúcar y huevo, muy rico. De pronto empecé a escuchar una voz que llegaba de arriba, quizás desde lejos, de alguna casa del Barrio Sarmiento o de La Salada, pero que se entendía igual que si hablara al lado mío, por lo bien que viajaba el sonido por los caños y a través de las grietas, rebotando en las bóvedas y las napas de agua. Era la voz de una señora que hablaba con alguien, le decía mijo, cuántas veces te lo pedí, te lo rogué, no te juntes con el Jorge porque vas a terminar mal, pero vos sos caprichoso y nunca me hacés caso, te vas de farra o andá a saber adónde, te metés con gente mala y después pasan estas cosas. ¿Y ahora quién va a pagar los platos rotos? Te lo voy a decir: nada más que vos, mijo. ¿O te pensás que el Jorge va a mover un dedo para ayudarte? Acordate cuando fue lo de. La voz se calló de golpe. Seguro algo había tapado el sonido en medio del recorrido, quizás una pelota de barro había caído sobre una grieta, o alguien había abierto una canilla y el agua, por las cañerías, se llevó la voz en otra dirección,

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Relato publicado en Rock barrial, de Juan Diego Incardona, La Otra Orilla, Norma, 2010.

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NARRATIVA ARGENTINA: RELATOS

“PELIGRO DE EXTINCIÓN”, DE LIZA PORCELLI PIUSSI

Peligro de extinción “Estoy morido”. Así decía yo de chico cuando no sabía. Después supe y ya no me equivoqué más: entonces decía “me morí”. Ahí empezaba mi juego preferido: jugaba a estar muerto. ¡Bah! En verdad no empezaba ahí. El juego ya era divertido desde el momento en que yo elegía el lugar donde me iba a morir: podía ser en mi propia cama cuando me iban a despertar a la mañana; o al lado de la heladera (que tenía ese poder de matarme por andar abriéndola descalzo); o en el patio de mis primos, mientras adentro todos jugaban a las cartas. Después tenía que pensar en por qué me iba a morir. A veces aprovechaba los zamarreos de mi hermana, y en uno de los empujones me caía al piso y ya no me levantaba. Otras veces me hacía el muerto cuando tardaban mucho en venir a limpiarme la cola al baño; hasta que por fin alguien entraba a rescatarme de “este olor que mata” y me encontraba despatarrado en el inodoro, con medio cuerpo afuera y medio adentro. Otra parte divertida del juego era pensar delante de quién me iba a morir. Ya sabía que a las señoras grandes mejor dejarlas vivir en paz, como decía mamá. Una vez se lo hice a una tía de ella, y como en esa época yo ya había aprendido a tirar los ojos para atrás y ponerlos en blanco, cuando la tía me vio en el piso pegó tal grito que fui yo el que salté del susto y salí corriendo como si hubiera visto un fantasma. La verdad es que al principio no me creía casi nadie porque yo nunca me aguantaba las ganas de verles la cara y, después de morirme, siempre abría un poco los ojos para espiar. O también, si alguien hacía un chiste muy gracioso, yo largaba la carcajada; o si empezaban con eso de que “ahora que se murió Sebi, comámonos su huevo de Pascua o abramos sus regalos”. Claro, yo no lo soportaba y revivía de golpe para defender mis cosas. Pero después, practicando y practicando, cada día me moría mejor y no me importaba nada más que mi juego: podían levantarse todos de la mesa del domingo para irse a dormir la siesta y dejarme abandonado en el piso como a un pobre cadáver huerfanito, que yo ahí me iba a quedar, por una hora capaz… hasta que mamá viniese preocupada –porque los muertos te remuerden la conciencia– a ver si realmente me había pasado algo. ¡Y qué placer cuando los engañaba una vez más! Encima les hacía decir cantidad de palabras terribles que al verme revivir se les escapaban de la boca como un tendal de ropa sucia. Era un momento fantástico… Y hoy no me importaría sufrir la peor de las penitencias, si solo pudiera jugar a estar muerto otra vez.

LIZA PORCELLI PIUSSI NACIÓ EN BUENOS AIRES, EN 1977, Y CRECIÓ EN BAHÍA BLANCA. ES LICENCIADA EN PSICOLOGÍA, Y SU VOCACIÓN ES LA LITERATURA INFANTIL Y JUVENIL. OBTUVO VARIAS DISTINCIONES, ENTRE ELLAS, EL PREMIO CASA DE LAS AMÉRICAS DE CUBA EN 2012. AUTORA DEL BLOG: WWW.NATURALIZAPURA.BLOGSPOT.COM.AR.

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Porque ahora ya está, no puedo divertirme más como antes. Y bueno, qué se le va a hacer… un día me tenía que morir en serio, ¿no? Me pasó en la escuela, de repente, sin permiso; ni nada que avisase “cuidado, niño en peligro de extinción”.

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tres partidos de fútbol, pero sin poder moverme. Mi cerebro decía “pierna correte” o “mano limpiate la baba que queda feo”, y nada: mi cuerpo era una bolsa de huesos pesadísima (porque para mí que cuando te morís de chico como yo, se te suman de golpe todos los kilos que ibas a tener de viejo). Al final, la maestra, después de cuatro veces que me llamó al frente (a propósito, claro, porque pensó que me había dormido), se me acercó hecha una furia. Me tocó en las costillas con una regla larga de madera que sostenía bien de la puntita. Y te imaginás que, si hubiera sido un juego, seguro que me hace cosquillas y chau, todos se dan cuenta. Pero yo ahí me quedé, duro como el títere de un titiritero muerto. Me di cuenta de que la maestra había entendido la verdad porque se le estaban poniendo los ojos rojos, pero como no quiso hacer alboroto, les dijo a todos: “Chicos, parece que Sebastián se cansó de la escuela y de nunca ser abanderado”. Les pidió entonces que terminaran de hacer las cuentas –que el primero tendría un premio–, mientras ella se iba a buscar a la directora. Muchos le hicieron caso y siguieron la tarea, pero mis más amigos me rodearon en un círculo. Pobres, intentaron mil cosas para traerme de nuevo. Hasta le hicieron decir a Cintia que sí, que ella gustaba de mí y que justo ese día se estaba por sentar conmigo pero que ahora –“¡qué lástima!, ¿no?”– se iba a tener que sentar con otro… Y yo te juro que hubiera llorado de alegría, pero las lágrimas sí que se te secan rapidísimo cuando te morís. Robertito, que era el científico del grupo, dijo que podían pedir permiso a mis padres para embalsamarme en posición de sentado; y así al menos los iba a seguir acompañando en los partidos de fútbol (o mejor dicho, lo iba a seguir acompañando a él, que siempre se quedaba en el banco por ser tan… ¡muerto! con la pelota). Laura, que de grande quería ser periodista, propuso llamar al fotógrafo de la escuela para que ya mismo les sacara una foto con “la momia” (por el guardapolvo), y entonces después tendrían la mejor noticia del periódico escolar. “Sobredosis de matemática mata niño”, dijo que podía ser el título.

Es verdad que yo había estado pensando en mi juego para hacerlo ese día, y hasta tenía elegido echarme sobre las camperas tiradas en el fondo del aula que no cabían en el perchero. Pero no tuve tiempo de seguir con mi plan. De golpe se me cayó la cabeza sobre la tarea de matemática y ahí quedé, babeando sobre las divisiones con decimales (porque la baba no se seca apenas te morís). Y era horrible porque ahora que tenían que creerme, nadie me creía. Me acuerdo de que mientras estaba ahí, inmóvil, escuché a una de las chicas del grado (típica chupamedias que se merece que uno después vaya como un espíritu y la asuste saliendo del placard) diciendo esa taradez del pastorcito mentiroso, y que de viejo nadie me iba a creer nada y me iban a sentar a la mesa ya con olor a muerto podrido pero pensando que yo solo estaba cansado. Y yo la escuchaba perfecto a la muy pava, porque aunque estaba más muerto que Colón, podía escuchar y ver sin siquiera abrir los ojos. Por eso, al darme cuenta de que alrededor mío todos seguían la clase como si nada, me empecé a desesperar: quería que llamaran a mi mamá antes de que las lombrices me fueran comiendo y mis hermanos se impresionaran al verme todo agujereado. Era terrible sentirme así, tan vivo todo adentro, con fuerza para jugar

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Yo empecé a aburrirme de escuchar tantas gansadas juntas, así que me metí para adentro como un caracol asustado y me puse a pensar en cómo iba a hacer para divertirme a partir de entonces. Ahí se me ocurrió que esto de morirse no podía ser tan malo y que desde ese día iba a ser todo al revés. Podría jugar a estar vivo: hacer ruido de niño viviente en mi cuarto y saltar como loco hasta que crujieran las maderas de mi cama, ¡ah! y también rebotar la pelota de básquet contra la pared… Y que después, cuando entrara toda mi familia corriendo para abrazarme, contentísimos porque “¡Sebi está vivo, Sebi está vivo!”, yo les mostraría que la pieza estaba más vacía que una calesita rota, y la pelota más quieta que una foto de esa calesita, y la cama más silenciosa que un mudo, dueño de la calesita. Y sabés que cuando pensé en todo eso, ayy… se me vino encima un maremoto de pena que me arrastró y me hundió en una ola-de-gigante-derecuerdos-de-chiquito, y me hizo rodar y rodar hasta primer grado, y por el jardín de infantes, y por la guardería… Hasta que por fin pude dar una bocanada de aire… Y, al abrir los ojos, vi a mi mamá que me tenía en brazos. Y entonces… ¡ni te imaginás!… La pena se me escurrió de repente… Porque así terminé esa mañana: en brazos de mi mamá, que fue a buscarme a la escuela cuando la llamó la directora… A vos también te terminé engañando, ¿no?

Relato publicado en Peligro de extinción y otros cuentos incómodos, de Liza Porcelli Piussi, Colección El Barco de Vapor, Ediciones SM, 2010.

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NARRATIVA ARGENTINA: RELATOS

“SEIS MENOS DOS”, DE SONIA BUDASSI

Seis menos dos

FOTO: Lorena Fernández.

SONIA BUDASSI PUBLICÓ LOS LIBROS DE RELATOS LOS DOMINGOS SON PARA DORMIR Y PERIODISMO; Y DE CRÓNICA MUJERES DE DIOS Y APACHE. EN BUSCA DE CARLOS TÉVEZ. ES COEDITORA DEL SELLO DE NARRATIVA TAMARISCO. COLABORA CON ARTÍCULOS CULTURALES EN DISTINTOS MEDIOS Y ACTUALMENTE ES DOCENTE DEL POSGRADO EN PERIODISMO CULTURAL DE LA UNLP.

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Otra vez polenta, se queja mi hermano; mi hermano Guillermo, no Andrés. Andrés es mi otro hermano pero ahora no está, y si estaba seguro no decía nada pero Guillermo sí dice por qué no hacés otra cosa y mi hermana Clara, que es la única hermana mujer que tengo, avanza con la olla hasta la mesa de la matera donde estamos Guille y yo. Clara todavía tiene el pelo húmedo por la pileta, y parece que no le importa que Guillermo le critique la comida. Yo tampoco me hago problema porque a mí la polenta y el arroz me encantan, en especial si la hace mamá, pero esta la hizo Clara que igual le sale bien. Traeme una cuchara, dice, y me doy cuenta de que faltan todos los cubiertos y tengo miedo de que me rete, pero en silencio se sacude el pelo rubio y me salpica un poco a propósito, cuando vuelve la cabeza para adelante se ríe y me mira y yo le digo basta sin enojarme del todo, mientras busco la cuchara de mango rojo de plástico que es la que usamos para servir. Andrés todavía no llegó del campo, ¿no lo vamos a esperar?, dice Guillermo y se levanta y va hasta la puerta. Tiene el short mojado, pero afuera hay viento y seguro que se seca enseguida, el sonido entra por las rendijas de los vidrios rajados de las ventanas y se escucha cómo crujen las ramas sobre el techo de chapa y siempre pienso que algún día el árbol va a caerse y va a hacer un agujero en el techo y entonces vamos a quedarnos sin la matera y sin la parrilla y la mesa larga de madera para cuando viene mucha gente pero eso si alcanzamos a salir, y puede que los recados también se rompan y entonces tendríamos que andar a caballo en pelo y eso sí es divertido, pienso y cuento seis y resto dos son cuatro, cuatro pares de cubiertos que faltan en la mesa, porque Andrés debe estar por llegar; más la cuchara para la polenta que ahora Clara revuelve y que ya no es amarilla porque se ve que tiene salsa. ¿Hay queso de rallar?, pregunta Guillermo desde afuera y le digo que no, que hay que comprar en el pueblo. Después le pregunto a Clara cuándo volvemos a casa y ella dice no sé, hay que esperar que lleguen mamá y papá de Buenos Aires, el fin de semana tal vez, dice y sigue revolviendo la polenta que ya revolvió como mil veces. Bueno, si van los chicos a comprar queso deciles que me traigan algo a mí, le digo a mi hermana y ella sabe que espero unos palitos de la selva o esas pastillitas que vienen con dibujos de animales. Cuando ya casi terminamos de comer se escucha la camioneta y el ladrido del Blanquito y del Negro. Andrés entra, Clara acaba de servirle el plato pero él dice vamos, Guille, vamos que una vaquillona está por parir, agarrá la caja de la veterinaria que está en el galpón, vamos rápido que si no hay que ir hasta el pueblo. Se lo ve nervioso, mira para todos lados como si se le hubiera perdido algo, me mira a mí, mira la olla, la cuchara, a Clara, mira para abajo, mira los salamines colgados del techo hasta que se pone los lentes oscuros y seguro que todavía los ojos azules, los más azules de la familia, se le mueven de acá para allá aunque ya no se los veo. ¿No vas a comer?, le pregunta Clara, y él dice ahora no. ¿Voy a ayudarles?, dice mi hermana, y Andrés, mientras Guille va para el galpón, le dice bueno, dale, vení que hay que hacer fuerza. ¿Qué hacemos con la nena?, pregunta Clara y Andrés dice traela también. Ahora es como una aventura: nos desviamos de la huella, cruzamos por el medio del campo y la camioneta salta todo el tiempo, casi me golpeo la cabeza con el techo; hay vacas por todos lados, trato de descubrir cuál está enferma pero todas parecen bien, como siempre paradas y comiendo el pasto amarillo, con cara de calor las pobres, siempre pienso que tienen calor, los chañares no dan mucha sombra y la aguada les queda lejos, pobrecitas, pienso eso y cuando estoy por bajar a abrir la tranquera porque estoy contra la ventanilla sentada sobre mi hermana y porque siempre soy yo la que tiene que abrir, ella me dice que no y se baja, cierra la puerta de un golpe y Andrés la reta por eso pero Clara no escucha porque ya llega a la tranquera, la abre corriendo, pasamos con la camioneta y la cierra también corriendo y al subir casi me aplasta, Andrés vuelve a arrancar y empieza a andar más rápido. La pobre vaquita me da impresión aunque tirada en el suelo la sangre no se le ve mucho porque es negra y parece mojada, pobre vaquita, muge sin parar, me da pena. Ahí se ve que está la cabeza, dice Andrés, mientras le toca la panza y Guille agarra a la vaca por las orejas para que no se mueva, igual parece que la pobre no tiene ni fuerza para levantarse, lo único que hace es quejarse porque seguro le duele y el ternerito seguro también sufre ahí en la panza. Trato de no mirar, meto las manos en los bolsillos de mi jardinero para hacer algo, me parece que a

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los pincho. Después todos vienen para la camioneta y suben; Guillermo es el primero que entra y dice y ahora qué hacemos la puta que lo parió y no me gusta que diga eso porque yo nunca digo malas palabras, después entra Clara y último Andrés que dice a Clara te dejamos a vos y a la nena en la casa y vamos a buscar al veterinario. Cuando la camioneta arranca nadie dice nada pero Guille enciende la radio. Pasan una canción triste, un tango o algo así, de esa música que parece vieja y todos seguimos sin hablar hasta que termina la canción y la radio dice treinta grados la temperatura, sensación térmica treinta y cuatro. Tengo ganas de preguntarle a Andrés si eso es mucho, él seguro que sabe porque ya casi termina la universidad, pero me acuerdo de que estamos peleados y no le pregunto nada a nadie porque aunque le pregunte a Clara o a Guille igual va a contestar él, no importa, total seguro que treinta grados es mucho calor. la mañana tenía un muñequito de los playmobil granjeros pero no, no lo traje. Mientras veo a mi hermana que va a buscar la caja de la veterinaria me transpiran las manos en los bolsillos, Clara sube y baja de la camioneta de un salto, tiene el pelo atado con la gomita azul que le regalé, papá dice que para trabajar y para comer hay que atarse el pelo, la gomita le queda floja pero me parece que no se da cuenta que se le está cayendo, corre hasta donde estamos con la vaca y los chicos. Yo la miro porque no quiero mirar lo que le pasa a la vaca y entonces puedo ver justo cuando se le cae la gomita a mitad de camino y cuando ella llega voy a levantarla con pasos grandes para esquivar los yuyos que pinchan, hay cardos y pajas vizcacheras y tengo que saltar porque están muy altos hasta que escucho a Andrés que grita ¿podés quedarte un poco quieta? Y al final no sé para qué la trajimos, dice ¿no ves que estamos trabajando? y cuando lo dice justo salto un cardo. Me asusto, me quedo quieta, me pinché, siento una espina clavada en la rodilla y en las medias tengo más, me duele mucho. Entonces me doy vuelta y los veo: la vaca ya no grita, tiene la cabeza en el piso y resopla por la nariz y se le salen los mocos que son como agua, tiene los ojos bien abiertos y parece como que no mira a nadie, como que ya no le importa lo que le hagan. Andrés tiene las manos llenas de sangre y Clara ahora agarra a la vaca de las orejas y Guille le enlaza las patas. A mí nadie me mira. Vení para acá y dejate de joder, dice Andrés y tampoco me mira porque está curando a la vaca y además está enojado, y cuando él se enoja no me mira y a veces ni me habla. Una vez estuvo como un mes sin hablarme porque le conté a la novia lo de la chica que nos acompañó esa vez a cenar, creo que se llamaba Any o Andy, y que después fuimos a casa y no había nadie y yo me fui a dormir porque era tarde pero antes esa Any o Andy me contó un cuento y después se quedó con él, no era para tanto, pero él siempre se enoja por cualquier cosa. Miro el cardo y me da bronca, veo los pinches en las zapatillas y la florcita violeta en la punta del tallo y pienso que además de pinchudo es horrible y me duele más, pero más horrible es mirar a la vaca. Vení para acá a ayudar a tu hermano con el lazo, grita Andrés. Por lo menos me habla. La vaca empieza a mugir de nuevo pero más fuerte. Se parece a los bebotes esos de Yolly Bell que las chicas llevan a la escuela, más que un mugido parece un grito de esos que después te duele la garganta y de tanto que gritaste tenés que tomar un jarabe de frutilla, pero a mí esas muñecas me gustan. Camino despacio y cada vez me duele más pero tengo que apurarme y aunque tengo ganas de llorar no voy a llorar, porque por ahí me retan y por ahí Andrés piensa que lloro porque soy una maricona porque me da impresión la vaca toda llena de sangre y no. Así que mejor pienso en otra cosa, en que mamá por ahí me trae de Buenos Aires un bebote de Yolly Bell, y mirá si en una de esas se vienen de sorpresa los dos hoy a la noche y podemos comer de nuevo todos juntos. Al final Andrés me mandó de penitencia a la camioneta. Mejor, así me saco las espinas y nadie me dice nada; igual ya no me duele, ya hace rato que no duele. Hay dos moscas. Me fijo a ver si se van pero se quedan, como tontas se golpean contra el vidrio del parabrisas y aunque abro la puerta no se dan cuenta y se quedan acá con el calor que hace, qué tontas son. Agarro una con la mano y le arranco un ala, total nadie me ve, y se queda haciendo un zumbido suavecito, la suelto y anda como renga por arriba del asiento y después se cae al piso y no la veo más, me saco las espinas despacio para no pincharme los dedos y no me

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Clara me pide que la ayude a llevar las cosas de la matera a la casa, los platos sucios, la comida que sobró que está en la olla toda llena de moscas chiquitas y Clara dice es una lástima, hay que tirarla. También quedan los repasadores a cuadritos para lavar, los huevos que están sobre la mesada y un montón de cosas más, son como dos viajes cada una. Cuando ya está todo me pregunta si quiero tomar la leche, ¿café con leche o Nesquik frío? dice y me acaricia la cabeza como hace mamá. Estás toda despeinada, andá y traeme un chuflo y el peine grueso que te peino, pero al final no me dijiste qué querés, dice Clara y le digo Nesquik y cuando le miro la cara está seria. Ella casi nunca se enoja conmigo, pero cuando jugamos se aburre enseguida. Yo a veces sí me enojo con Clara porque no me gusta que me peine cuando está mamá, y tampoco que me mire el cuaderno, porque las mamás sí tienen que mirar el cuaderno, o los papás, pero las hermanas no, igual ahora no importa porque ellos deben estar por venir y además para que empiecen las clases de nuevo todavía falta. Cuando se hace de noche vienen los chicos, Andrés va directo al lavadero y se lava las manos con detergente y Guille me grita desde la puerta que vaya a darle un beso y cuando voy tiene las manos escondidas atrás de la espalda. Se inclina y le doy un beso y pienso que seguro tiene algo para mí. Elegí una mano, me dice. Esta, digo y cuando le toco el brazo muestra una mano vacía. No, no vale, le digo y dice que ahora es todo para él, le grita a Andrés que las golosinas las van a comer ellos solos y cuando sale corriendo para adentro yo lo persigo, lo alcanzo y él dice está bien, ganaste y me da una bolsa gigante llena de golosinas y un muñequito vestido de astronauta. Lo compramos Andrés y yo, ¿te gusta? dice y me alza y escucho a Andrés que habla con Clara en la cocina y le dice hay que decirle, Clara, hay que decirle de una vez y ahora yo estoy altísima. De la cocina viene un olor rico de fideos con salsa blanca. Le pregunto a Guille qué pasó con la vaca y dice se murió, pobrecita, pero me sienta en sus hombros para hacerme caballito y empieza a correr, que es lo que más me gusta de jugar con Guille. Quiero comer un palito de la selva y le grito a Clara si me deja, yo sé que me va a decir que no hay que comer golosinas antes de comer pero le pregunto igual y me dice bueno, comé pero no muchos y dice Guille, vengan para acá. Guille me baja, me da la mano y vamos a la cocina mientras como mi palito de la selva. En la cocina Clara está sentada en la silla de mimbre y me sienta en sus rodillas y Andrés, que se queda parado enfrente mío, enciende un cigarrillo, respira fuerte, me mira y dice papá y mamá no van a volver. Guille se sienta junto a él y me mira. Sí, ya sé, le digo y leo el papelito del caramelo. Las jirafas tienen un cuello que mide más de un metro y medio. Papá y mamá no van a volver más, ¿entendés? repite Andrés y pienso que es un pesado, Clara me abraza y el papelito se me arruga y pienso que es una bruta. Andrés sigue con eso de que no van a volver más. Nunca más. Papá y mamá están muertos, dice Clara. Yo no digo nada y se me cae el papelito y me levanto de las rodillas de Clara para agarrarlo del piso y busco otro caramelo en la bolsa, ahora elijo el del buitre y pienso que ya es hora de poner la mesa. El buitre es un ave de gran tamaño y tiene la vista muy desarrollada. Abro el cajón de los cubiertos, pienso qué ricos los fideos con salsa blanca y cuento seis y resto dos son cuatro, cuatro pares de cubiertos que faltan en la mesa, y los vasos, son seis vasos, menos dos también, uno, dos, tres, cuatro.

Relato inédito.

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NARRATIVA ARGENTINA: RELATOS

“EL PADRE ENYESADO”, DE MARIANO ABREVAYA DIOS

El padre enyesado

Aquel domingo su madre me lo trajo a las cuatro de la tarde en la camioneta Civic de su novio. Julián tenía seis años, había empezado primer grado hacía menos de un mes, y por esos días parecía drogado. No había manera de que se quedase quieto. Yo no tenía ganas de ir a ninguna parte, ni de estar con él. Me había acostado con los pulmones infectados de tabaco, el estómago revuelto por el fernet, y una irritación todavía más tóxica porque en la fiesta de la noche anterior no me había animado a seducir a Catalina, una amiga de un conocido. Ahora lo tenía a mi hijo saltando sobre la cama, a los gritos. No importaba el Fútbol para Todos, la merienda con sus vainillas preferidas, o la lapicera Parker que le había comprado en el tren. Está bien, me resigné, dejá de saltar y vamos. Me puse la remera del Flamengo, los pantalones cortos y las zapatillas. Él agarró una pelota. No tuvimos que tomar colectivo, ni tren, porque el Parque Saavedra quedaba a cuatro cuadras de casa. En la calle Roque Pérez Julián me preguntó por la pelota pinchada. Me maldije en silencio. La había comprado dos meses atrás en Rivermanía y era la mejor que teníamos. Una réplica de la pelota Adidas con motivos azules y celestes que se usaba en el torneo de primera división. El fin de semana anterior se nos había pinchado y yo le había prometido que durante la semana me ocuparía de llevarla a la gomería de la avenida Balbín. Pero me había olvidado. Mirándole los ojos claros que heredó de su madre, le dije que no había tenido tiempo. Julián se puso a picar la pelota contra las baldosas de la vereda. Tengo una idea, contraataqué: vamos a ver al zapatero de la feria. La media sombra de color azul que coronaba los dos pasillos de la feria amortiguaba los rayos del sol. Pero también condensaba el calor como si estuviésemos dentro de un microondas. Me comprás una remera del Chelsea, papi, me pidió él, tironeándome del brazo. No, Juli. Vamos a ver al zapatero, insistí, distraído con las enormes bombachas blancas con volados que ofrecía en su puesto una señora que llevaba un cigarrillo barato colgado de los labios. Buscando al zapatero fuimos hasta el fondo del pasillo, y doblamos en dirección contraria. Desde algún lugar llegó el aroma de un sahumerio de vainilla. Avanzábamos a los empujones, mientras Julián picaba la pelota una y otra vez contra el pavimento caliente. Le pegué un grito. Sentí dolor en un pulmón. Mientras me juraba que no iba a volver a fumar tanto, divisé al zapatero. Disculpe, Don, ¿arregla pelotas de fútbol? Depende, dijo. Era un hombre del altiplano. Cejas muy frondosas y el pelo duro, muy negro. Estaba sentado sobre un banco de madera, y vestía un delantal de jean lleno de lamparones de grasa. Es una Jabulani, dije. Como pareció no entender, agregué: una de las pelotas que se usan en el fútbol profesional. No, esas no, contestó, levantando apenas la mirada. Su herramienta de trabajo era una vieja y maciza máquina de coser de color ocre. A su derecha había dos cestos de mimbre llenos de calzados. Si es una de esas, sí, dijo, apuntando la pera hacia la pelota que Julián tenía en las manos. Por qué no se pueden arreglar las nuevas, quise saber. Julián no le sacaba los ojos al botín que asomaba entre unos zapatos de mujer de cuero marrón muy gastado y unas botas de lluvia. Porque las nuevas son de sintético y no se pueden volver a coser, dijo el hombre. ¿Escuchaste?, le dije a Julián. Quiero esos botines, pá, respondió. Fuimos hacia el enorme pino donde siempre armábamos nuestra canchita. Todavía no había terminado marzo, no era un fin de semana largo, pero el parque parecía un hormiguero. Había muchas personas desparramadas sobre las reposeras con lentes oscuros para amortiguar el sol, leyendo Clarín. Otros estaban tirados sobre las lonas, o sentados en el pasto, tomando mate, o cerveza. Esa parte oeste del parque era de las más abiertas y cuidadas. En la semana, cuando iba a correr por la mañana después de dejar a mi hijo en la escuela, me quedaba varios minutos disfrutando de la imagen que se armaba en el horizonte con las cortinas de agua que escupían los regadores.

MARIANO ABREVAYA DIOS EN 2010 PUBLICÓ EL LIBRO DE CUENTOS FOGONAZOS (PÁNICO EL PÁNICO). ES EL EDITOR RESPONSABLE DE LA REVISTA POLÍTICOCULTURAL KRANEAR Y COORGANIZA EL CICLO DE LECTURAS EN VIVO “MÁS POESÍA MENOS POLICÍA”.

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De pronto vi que uno de los hombres de dos matrimonios que habían armado un picnic sobre unas lonas junto a sus hijas, al pie de una columna de luz, tenía puesta una remera de Argentinos Juniors. Raro, pensé. Los pibes de Platense podían tomarlo como un insulto y una provocación. Estaban a unos cincuenta metros de distancia, alrededor de sus motitos de 125 cilindradas. Vestidos con pantalones, remeras y buzos del club, siempre se hacían notar en esa zona verde que linda con los terrenos de la Asociación Civil “San Patricio”. Volví a mirar a los matrimonios del picnic. Por un instante tuve el deseo de prevenirlos.

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En el camino hacia nuestro árbol nos cruzamos con varias parejas que llevaban a sus bebes dentro de sus cochecitos, o a señoras que paseaban a sus caniches blancos con correas elásticas que se estiraban como un chicle. También a varios nenes que corrían detrás de una pelota, o que jugaban debajo de una mesas de cemento que había al costado de un puñado de árboles. Algunos de los dueños de los perros que nos pasaban por los costados llevaban una bolsita de supermercado anudada entre los dedos de la mano. A nuestra izquierda, cerca de una despensa tradicional de la calle Roque Pérez, se estaba jugando un partido de fútbol con quince o más tipos por equipo. Algunos jugadores vestían jeans. Julián trotaba a mi lado. Practicaba “la bicicleta”, una jugada que exige velocidad y coordinación. Me sorprendió lo bien que le salía. Sentí orgullo. Quizás era lo único que yo le estaba brindando por aquellos días: herramientas para que se destacase en el fútbol. Me puse a trotar a su lado. Sentí el esfuerzo de los primeros movimientos de la tarde. Julián me pasó la pelota pero se distrajo con una nena de rulos que pasaba a velocidad crucero sobre una bicicleta de color rosa. Le vimos el perfil, después la espalda, y cuando lo miré a él, estaba estacado al suelo. Entornaba las cejas y fruncía la nariz. ¿Cuándo vamos a andar en bici?, le pregunté. No sé, contestó. Me acordé de Catalina, que no me había mirado una sola vez mientras bailaba en el patio junto a sus amigas. Encontramos lugar a un costado de nuestro pino. Se escuchaba el canturreo de los loros verdes que anidaban sobre la copa. No le podíamos pegar con fuerza a la pelota porque atrás del arco había una pareja de treintañeros que le sacaba fotos a los pasos todavía inseguros de su hija. Arrancamos con unos pases al pie. Después le dije a Julián que hiciésemos unos ejercicios para dominar la pelota. No quería. Le insistí. Me dijo que quería jugar a la pelota. Eso también era jugar a la pelota, le expliqué, que si la pelota le llegaba alta, o incómoda, tenía que saber bajarla. Eso es mentira, dijo Julián. Lo amenacé con volver a casa. Está bien, se resignó, pero después hacemos mete gol entra. Trato hecho, le prometí. El flaco tendría unos veinticinco años, el pelo muy corto y teñido de rubio. Vestía jeans y la remera de Platense. En el brazo derecho tenía un yeso, limpio, sin garabatos, y agarrado de la mano izquierda traía a un nene de unos tres años, también con la remera del Marrón. Preguntó si le prestábamos la pelota un minuto. Julián me miró. Le di el visto bueno haciendo un movimiento con la cabeza. Mi hijo le pasó la pelota. El tipo del yeso la levantó con el empeine de la pierna izquierda, hizo jueguito con los dos pies, luego con las rodillas y por último con la cabeza. Para cerrar el número pegó un cabezazo, la pelota se elevó por lo menos un metro y, al caer, la durmió con la nuca, después de agacharse y arquear la espalda como si fuese un escorpión. Julián lo miraba fascinado. El flaco del yeso no levantó la vista de la pelota, ni buscó ningún tipo de reconocimiento. Le pasó el balón a su hijo y se alejó unos metros. El nene le pegó con gracia y esfuerzo. Y ahí le dijo dale, guachín, y lo encaró. Con amagues, dejando que el petiso la recuperase, y volviéndosela a robar. Siguió así, a los gritos, durante casi un minuto, hasta que se dejó pegar una patada, y cayó, como un payaso sobre la lona de un circo: ¡foul, juez! Sonó mi teléfono: la madre de Julián. Me dijo que no me olvidase de hacer la tarea de matemáticas y que para el otro día anunciaban frío, que lo abrigase. Le recordé que yo también leía el cuaderno de comunicaciones, que ya estaba al tanto. Entonces escuché un grito. Era para el enyesado. Se acercó al trote otro hincha de Platense. No tenía más de veinte años. Zapatillas Nike, bermudas de color claro, y chomba. Le dijo algo al oído y apuntó hacia el poste de luz donde estaba el hombre con la camiseta de Argentinos Juniors. ¿Me escuchás, Adrián?, alzó la voz mi ex. No hace falta que me des discursos, sermoneó, solo quiero que hagamos las cosas bien. Corté la comunicación. Julián estaba en el arco. Varias personas miraban hacia el poste de luz donde estaban el flaco del yeso y el hombre de la camiseta colorada. El hijo del enyesado se enredó entre mis piernas y me sacó la pelota. Avanzó hacia el arco y pateó con ganas. Julián la atajó y el otro, como si fuese una babosa, se le pegó con la intención de sacársela. A unos veinte metros, el del yeso le había empezado a exigir al de Argentinos Juniors que le diese la camiseta. La esposa del hombre tenía puesta una pollera de jean y una

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musculosa, y se frotaba la nuca con las dos manos. El del yeso, con los brazos levantados, le gritaba que era un atrevido, que se sacase la remera y que se fuese ya mismo del parque. El tipo de Argentinos, que era más alto y panzón que el de Platense, le agarró la cara a su mujer y le dijo que se tranquilizase. Se sacó la camiseta y la entregó. Lo mismo tuvo que hacer con una gorrita Nike y unas gafas para el sol. El compinche de bermudas y chomba estaba cruzado de brazos, en silencio. Julián alternaba la mirada entre el nene, que no paraba de patearle al arco, y lo que sucedía a sus espaldas. Algunos otros hinchas de Platense, alrededor de las motos, miraban atentos. Otros seguían conversando como si nada pasase. Cuando el de la camiseta de Argentinos entregó su gorra y sus lentes, su mujer, el otro matrimonio, y las nenas, ya habían guardado sus cosas en las dos canastas de mimbre. Lo peor parecía haber pasado. Hasta que sin ningún tipo de aviso, el chico de la chomba le pegó al hincha de Argentinos que ahora estaba en cueros. La trompada entró de costado, resbalando contra la oreja. El hombre, entonces, retrocedió un metro, y dijo algo. Se puso en guardia y empezó a gritar, sin la compostura que había mantenido hasta ese momento. El enyesado, entonces, le tiró una patada voladora que lo hizo caer al suelo, y en un solo movimiento logró sentarse sobre su torso y ponerle dos golpes en la cara con cada uno de los codos. Los gritos de la mujer de musculosa amarilla, y su amiga, se confundían con el apremiante llanto de las nenas. Algunos vecinos que observaban la escena fueron a buscar a la policía. Julián dejó jugando solo al nenito y me abrazó las piernas. El amigo del que tenía puesta la camiseta de Argentinos, menudo, y con la cara llena de pánico, agarró por debajo de los brazos al enyesado, y logró separarlo. El compinche de la chomba Lacoste agarró del cuello a su amigo, y lo condujo a los empujones, persuadiéndolo al oído, hacia donde estábamos nosotros. A pesar de que no había más arquero, el hijo del flaco del yeso seguía pateando hacia el arco. Su padre apareció por ese lado, con la remera de Argentinos Juniors anudada al cuello, y los anteojos y la gorra en la mano del brazo sano. Exultante, cantaba por su club. Cuando lo vio a su nene, trotó hasta el arco, inclinó el torso hacia abajo como los arqueros cuando están por atajar un penal, y le gritó que le pegase. El chico se hinchó de emoción, tomó carrera y sacó un derechazo que terminó en las manos de su padre. Julián se me acercó, y en secreto me dijo que el yeso estaba manchado con sangre. El flaco del yeso se acercó, se puso de rodillas frente a mi hijo, y con una sonrisa que no tuvo ni una pizca de actuación ni falsedad, le puso la pelota entre las manos: tomá, capo. Tenía la frente transpirada y despedía un olor muy intenso. Los loros revolotearon por encima de la copa del pino y salieron despedidos en banda. El enyesado llamó a su hijo. Lo levantó, y lo llevó al trote hasta el espacio verde en el que estaban sus amigos. Salvo tres que le dieron unas palmadas en la espalda, el resto lo trató con indiferencia. Le pasó el nene a una chica de joggings y musculosa Adidas que tenía el pelo corto como un varón, y recorrió unos metros hacia la derecha, donde otros dos hinchas de Platense fumaban marihuana en pipa. Le dije a Julián que era hora de irnos. Había que hacer la tarea de matemáticas. Compramos una gaseosa en un supermercado de la avenida García del Río y la tomamos sentados contra el paredón de la entrada. Me volvió a llamar la madre de Julián pero no la atendí. Ya de noche, en casa, me enojé con mi hijo porque no se quería bañar. Tuvimos que volver a pactar: esta vez, la condición fue que le llenase la bañadera. Recién ahí, arrinconado contra la ventana de la cocina que daba a la calle, fumé el primer cigarrillo del día. Mientras, le escribí un mensaje de texto a mi amigo para ver si me averiguaba el apellido de Catalina para buscarla en el Facebook. A las diez y media de la noche, cuando apagamos la televisión y Julián se apoyó en mi pecho para mirar de costado las ilustraciones del cuento que estábamos por leer, me preguntó: ¿alguna vez te peleaste, pá? Sí, pero hace mucho. ¿Y te hicieron sangrar? No, mentí. Al chiquito de hoy lo quería patear, confesó, y se movió por debajo de las sábanas. Era insoportable, ¿no?, dije yo. Sí, asumió, pero no le hice nada por el papá.

Relato inédito escrito especialmente para este número de la revista Nuestra Cultura.

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NARRATIVA ARGENTINA: RELATOS

“RÚPER”, DE JULIÁN TROKSBERG

Mi abuelo Ruperto nació el 27 de agosto de 1914, en un poblado llamado Masa, o tal vez Maza, o incluso Mazza, en la provincia de Buenos Aires, o quizá de Santa Fe, no está del todo ubicado, porque nunca nadie de la familia se preocupó por encontrarlo en un mapa. Las dos fotos más antiguas que tengo de él, sin embargo, están sacadas en un lugar llamado San Estéfano.

Rúper

En una, fuera de foco, se pueden adivinar las figuras de un adulto y de un chico en una plaza desierta. Detrás, una iglesia o algún edificio con torre de reloj se recorta contra lo que parece un cielo sin nubes. Alguien me confirmó hace mucho que eso era el centro de San Estéfano y esos eran mi bisabuelo con uno de sus hijos, que debe ser Ruperto. El sol cae directo, de golpe, y apenas los cuerpos dibujan una escasa sombra hacia la izquierda. Parece el mediodía, y cuando muchísimos años después de esa escena imprecisa viajé a conocer San Estéfano sentí que el sol de las doce me caía de lleno encima, caluroso y recto, de la misma manera que les caía a los personajes de la foto. En la otra, un grupo de chicos juega en la puerta de una casa. Uno tiene la pierna derecha extendida, en el aire, como si acabara de patear una pelota que no se ve. A su lado, otro chico mira un punto fuera de cuadro, mientras otro más, algo adelante, gira la cabeza hacia ese lugar desconocido. Sentada en los escalones una nena lleva un vestido de volados exagerados. Pero hay otro chico más, a un costado, de perfil, que los mira jugar. Parece solitario, ajeno a lo que hacen los otros, distinto. Evidentemente no juega. Ese es mi abuelo. Ruperto creció en un San Estéfano que mantenía la promesa de un futuro excitante, vertiginoso, que transformaría el pueblo en una ciudad importante y trascendente. San Estéfano crecería para todos lados: no solo hacia arriba, en altura, sino hasta ensanchar sus límites hacia los sembradíos de duraznos y los campos ralos donde se criaban chanchos, desbordándose también sobre el río, en un puerto cardinal para la salida y entrada de productos. Llegarían barcos de gran calado, repletos de marineros rubios dispuestos a cargar lo que haya que cargar y a gastar sus días en el lugar, dándole a San Estéfano un toque cosmopolita, mundano, de urbe moderna y dinámica. Nada de eso ocurrió y San Estéfano se mantuvo chato, lento, siempre igual a sí mismo, con un ritmo soporífero. Es cierto que del pueblo lograron salir un par de entretenedores que con los años se convirtieron en estrellas televisivas y que, ya retirados, decidieron volver a San Estéfano a envasar mermeladas de diversas frutas y a hacer que el resto de los pobladores locales, que nunca salieron hacia ningún lado, tuvieran de quiénes hablar mal. Pero esos casos se cuentan con los dedos de una sola mano porque básicamente en San Estéfano nunca pasó nada. No hubo cine, ni teatro, y para darse una idea del estancamiento general hasta hace no mucho el teléfono seguía siendo un elemento raro: las hermanas de mi abuelo, que murieron ya nonagenarias, solteras, y todavía encerradas en la casa familiar, comentaban, con cierta delicadeza, que les transpiraba la entrepierna cuando el aparato sonaba y recibían algún llamado. Los hombres de San Estéfano, y mi abuelo entre ellos, podían agradecer que existiera el deporte.

JULIÁN TROKSBERG NACIÓ EN BUENOS AIRES, EN 1975. ES GUIONISTA Y ESCRITOR. FUE PROGRAMADOR DE UN CANAL DE CINE CLÁSICO, PRODUCTOR DE TELEVISIÓN Y, ACTUALMENTE, HACE DOCUMENTALES. SU LIBRO LA RUTA HACIA ACÁ GANÓ UN PREMIO DEL FONDO NACIONAL DE LAS ARTES Y FUE PUBLICADO EN 2011 POR EDITORIAL TAMARISCO.

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Era alto, fornido, con el tipo de cuerpo musculoso que se usaba antes, en los 30 o los 40. Esos cuerpos indudablemente torneados por el deporte o la actividad física, pero extrañamente distintos a las líneas musculares de la actualidad. Ese biotipo diferente, con pantaloncillos llevados por arriba de la cintura, encima del ombligo, era el que lucían no solo mi abuelo sino varios de sus amigos. Así se los puede ver en la foto que hoy encontré: sus torsos al sol, metidos en un arroyo escueto, el agua hasta las rodillas, sonrientes y jóvenes, festejando el aniversario de una institución deportiva a la que de manera insólita habían dado en llamar La Pileta, a pesar de que nada tenía que ver con la natación o con actividad acuática alguna. Puedo apostar que varios de ellos, Ruperto sin dudas, apenas sabían bracear para mantenerse a flote, y se hubieran ahogado de tener que nadar algunos

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metros seguidos. En el reverso de esa foto está anotada la fecha, la ocasión, los nombres (Ruperto ya es, por entonces, acortado a Rúper) y las ausencias. Y una inscripción enigmática que no pude descifrar y que quizás sea una clave de todo esto y que calculo que se perderá cuando yo muera y mis parientes dejen las cajas de fotos para que se las lleve el basurero, así como se empezó a perder cuando mi abuelo olvidó esta foto en un cajón repleto de rulemanes.

La descubrí en un cuaderno lleno de recortes de diarios: empezaba con notas funerarias sobre gente de la que nunca escuché hablar, y seguía con crónicas futbolísticas de la liga de San Estéfano. No se nombraba a La Pileta, y tampoco parecía guardar coherencia alguna. Recién cuando las releí, varios días después de encontrarlas, entendí que todas hacían referencia, de una manera u otra, al juez del partido. Generalmente de manera incendiaria o indignada, hablando pestes del referí.

Si bien La Pileta parece suponer una notoria inclinación atlética, qué era lo que verdaderamente hacían, o contra quién competían, es una incógnita. No hay huellas en San Estéfano de jornadas deportivas en las que hayan participado, ni rastros de esplendor de ninguno de los nombres anotados en el reverso de la foto. O por lo menos nada registran los archivos del diario de aparición semanal El Imparcial; ni las carpetas históricas que guarda el Museo de la Ciudad (o lo que queda de él: sufrió un derrumbe en el 67); ni los expedientes antiguos de lo que ahora es la Secretaría Municipal de Deportes, Recreación y Tiempo Libre, y durante medio siglo fue apenas un escritorio patrimoniado en la de Bienestar Social y Civismo.

Nunca lo ponían por su nombre, así que lo consulté con mi familia. Resultó que ni mi mamá ni mis tíos sabían nada de esto y, si me pongo más fino y exigente, tampoco sabían nada sobre La Pileta, sobre los años de Rúper en San Estéfano, ni sobre mi abuelo en general. O lo que supieron se lo olvidaron cuando mi abuela también murió y se dedicaron a vender todo lo que pudieran vender, y a tirar todo el resto.

Por lo poco que pude averiguar los integrantes de La Pileta conformaban un sólido equipo de fútbol, en el que Ruperto era confinado a jugar de arquero. No tengo muy en claro cómo lo hacía, porque siempre fue bastante corto de vista. Dicen que incluso atajaba bien: parado tres pasos adelante de la línea de gol para achicar la valla, buen salidor hacia los costados, capaz de jugar con los pies y también de volar de palo a palo de ser necesario.

Por eso reescribí algunos recuerdos que tengo de él. Como este:

Sin embargo, a pesar de sus aptitudes, la verdadera pasión de mi abuelo resultó ser arbitral: el referato. Lo descubrí de casualidad, como al menos yo suelo descubrir casi todo lo importante, cuando ya parecía que mi familia no tenía más cosas para descubrir. No eran muchas las ocasiones en que Rúper podía desarrollar su tarea y demostrar su don. Pero cuando lo hacía sus fallos eran ecuánimes, sus juicios inquebrantables y sus sanciones justas. No se dejaba amedrentar por centrofowards prepotentes, ni por zagueros bestiales. No cedía a la presión de favoritismos ni localías, y poco le importaban las parcialidades enardecidas. Su actitud solía ser reconocida como ejemplar. Por eso su trayectoria fue corta y, más que nada, accidentada. No era anormal que corriera para escapar de jugadores desaforados o hinchadas enfurecidas. Pero toda carrera es corta en un pueblo chico y el peligro nunca disminuía enseguida. Por eso alguna vez pasó cuatro días encerrado en un baúl, y luego un verano escondido en una chacra del otro lado del río, esperando que todo se calme, mientras sus hermanas le recomendaban en llanto no volver nunca más a San Estéfano. Creo que su pasión era tan genuina que por eso no llegó a nada. Después Ruperto se casó, se fue a vivir a Buenos Aires, tuvo hijos y después aparezco yo. Cuando lo conocí ya no era Ruperto, ni Rúper, sino el abuelo. Había perdido todo el pelo, vivía en un cuarto piso y tenía la particular capacidad de generar charlas vacías en los ascensores, para tapar la incomodidad que se da entre vecinos. Nunca le escuché decir nada sobre árbitros o jueces de línea. Había pagado durante años una platea en la Bombonera, hasta volverse vitalicio. En la bandeja media, ni muy arriba, ni muy abajo, del centro tirando hacia casa amarilla, en una zona en la que todos usaban sombreros gastados para no arruinar uno bueno con las meadas que venían de arriba. Ahí me colaba algunos domingos en la época que Boca no ganaba nada, y era un equipo que naufragaba por la mitad de la tabla jugando horrible. Siempre pensé que ese era su placer: ir a la cancha y seguir a Boca. Un entusiasmo controlado, medido, sereno, como para que de sus tres hijos uno saliera mujer, otro de River y recién el tercero hincha de Boca. Muchos años después, su verdadera pasión me estalló entre las manos. Ahí estaba su vida de referí, sepultada en medio de una valija de cartón con cosas viejas.

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Como tampoco sé mucho sobre mi papá, o tal vez justamente por eso, quisiera saber qué se escondía ahí de mi abuelo, aplastado por la normalidad de tipo de familia con un Peugeot y anteojos de marco marrón, que leía el diario La Nación.

Yo miro correr a los jugadores de Boca, parado delante de él, y él me agarra de los hombros. Mientras los plateístas putean (mucho a los jugadores visitantes, bastante a los locales, y en especial, y con constancia y fruición, al árbitro del partido), mi abuelo se concentra en ese tipo que corre la cancha solo, de indumentaria todavía de reglamento negra, impoluta, apenas acompañado por dos escuderos con banderines de colores. Disfruta de lo que no fue, absorto en un placer deportivo secreto, diría humillante, un poco porque no es obvio, como el que tenemos todos ahí en el estadio, y otro poco porque es un goce morboso, que no tiene nada de normal y casi todo de enfermizo, contra natura. Y tal vez sea esa justamente su gracia. Un entusiasmo íntimo, que no se comparte con nadie, en un país que siempre dio árbitros de mierda, y donde cualquier tipo de justicia fue siempre una quimera o una calamidad. Y ahí giro y lo veo. Tiene un gesto en la cara que en el momento confundo con agudeza pero no puede ser más que de dolor. Ahora volví a San Estéfano buscando alguna foto que me confirme lo que ya sé y que me muestre a mi abuelo vestido de negro en medio de un terreno de juego. Un tipo de El Imparcial al que le di 150 pesos para que busque me dice que no existe, que no hay, porque no hay fotos de árbitros ni referís en el archivo del diario. Me palmea en el hombro mientras agarra los billetes y me obliga a probar un bollo de crema espantoso, bajo los focos con dicroicas de un bar del centro. Anochece y en la calle nos damos la mano. Me explica que cuando sopla el viento del norte llega una brisa refrescante; pero cuando como hoy el viento viene del sureste, trae olor a pescado podrido, a lluvia y barro, a camalote, a la densidad de los granos fermentados en los silos del puerto. En la calle crecen esos árboles que son como brazos con reuma. Manchados, con el torso seco, como el de mi abuelo. Está enterrado en el cementerio de San Estéfano y ahí voy. A dejarle una camiseta negra, y tal vez unas flores, no sé, algo, un cariño. Cuando llego, un empleado del cementerio está cerrando la puerta con un candado oxidado. Me quedo ahí, parado, envuelto en la brisa pestilente que llega del río. Sin nada para decir. No le hubiera pasado a Rúper, siempre dispuesto a entablar una conversación plagada de frases hechas, cargadas de sinsentido, que llenaban cualquier silencio.

Relato inédito.

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NARRATIVA ARGENTINA: RELATOS

“LA SANGRE”, DE ALEJANDRA ZINA

-¿Quién hizo esto? Las hermanas, tiesas en el marco de la puerta, miraron sin contestar. -No me miren así, alguna de ustedes fue. Esto no se hizo solo. La mujer seguía parada junto al bidet. Los brazos cruzados sobre el pecho y el mentón rígido. Estaba a punto de llorar. A sus pies, una raya de sangre espesa partía en diagonal el piso de baldosas blancas.

La sangre

Las hermanas seguían mudas. Desde hacía años ellas y la mujer intentaban quererse. Llegaron a tener buenos momentos, como la vez que juntas hicieron los reyes de tela y cartulina siguiendo el libro Cómo hacer y manejar marionetas. Pero dos por tres una se cansaba y cualquier cosa era motivo para reflotar el rencor, la cizaña, el ojo por ojo. El padre comparaba la paz de su casa con un ordenado juego de mesa. Un juego de dos parejas: él y su mujer por un lado; sus dos hijas por el otro. Si las cosas marchaban bien, las fichas se movían en el tablero. Cada uno a su turno. Siguiendo las reglas. Lo importante, decía el papá, no es ganar o perder sino jugar en familia. -¿Y? ¿Ninguna va a decir nada? Miren cómo me dejaron el baño –la mujer volvió a señalar el rastro de sangre que empezaba en sus pies y se esfumaba antes de llegar a la puerta–. Claro, en su casa no lo harían, ¿no? Lo hacen acá porque es mi casa. Lo hacen a propósito. Un rayo de sol dio de lleno en las baldosas manchadas. La veta roja, todavía húmeda, se iluminó como la herida de un animal recién cazado. Las hermanas seguían ocupando el ancho de la puerta, sus pantorrillas velludas se movían nerviosas en el lugar. Era un sábado de verano y recién se habían levantado. Andaban descalzas, aunque ellos no lo aprobaban. Decían que el piso de madera tenía astillas y se las podían clavar sin darse cuenta. Las dos estaban vestidas con la misma remera, larga hasta la rodilla. Una verde. La otra violeta. Y la palabra LOVE en relieve dorado sobre el pecho. Habían venido en la última partida de regalos que la tía mandaba de Estados Unidos. Nunca supieron por qué razón les compraba esa ropa elastizada o inmensa, de tela leopardo, transparente o brillosa, que solo podían usar para disfrazarse o andar de entrecasa. No era ropa para chicas de su edad, tampoco era ropa para chicas que vivían en Buenos Aires. -¿Están contentas con lo que hicieron? Esta vez la mujer preguntó sin esperar ninguna respuesta. Se abrió paso y salió en dirección al lavadero. Las hermanas entraron al baño, esquivando la mancha de sangre, y se pararon contra la pared. Tanto tiempo sobre el mosaico les había enfriado los pies y empezaron a dar saltitos cortos en el lugar. La mujer regresó trayendo un trapo de piso y un balde con agua que olía a lavanda. Tenía los ojos hinchados y la voz ahogada. Había llorado en el lavadero y seguiría llorando con su marido. No abrazada a él, sino contra él, contra sus hijas (que no eran sus hijas, sino de él) y contra los sábados de mierda. -Acá tienen. Después vayan a bañarse. En un rato salimos para la casa de los abuelos.

FOTO: Ana Portnoy.

ALEJANDRA ZINA NACIÓ EN BUENOS AIRES, EN 1973. LICENCIADA EN LETRAS, PUBLICÓ LA ANTOLOGÍA ERÓTICA ARGENTINA (ED. ATRIL) Y, CON GUILLERMO KORN, LA COMPILACIÓN EN PRIMERA PERSONA. CORRESPONDENCIA ARGENTINA EN DOS SIGLOS. EDITÓ EL VOLUMEN DE CUENTOS LO QUE SE PIERDE Y LA NOVELA BARAJAS. COORDINA TALLERES DE ESCRITURA DE FORMA PARTICULAR Y, EN LA ENERC, ES UNA DE LAS ORGANIZADORAS DEL CICLO CARNE ARGENTINA DE LECTURAS EN VIVO.

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La mayor se arrodilló junto al balde, metió el trapo de piso y lo hundió hasta el fondo. Se miró las piernas sin depilar y sintió vergüenza. Qué respeto le podían tener a una chica con piernas peludas. Su hermana la miraba sin mover la espalda de la pared. -Dejá que lo hago yo. Hundió y sacó el trapo varias veces. El aroma a lavanda era fuerte pero le gustaba. La hacía pensar en otros lugares. Otras personas. Estrujó el trapo y lo extendió

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-Me voy. La menor cortó la risa de golpe. -¿Adónde? -A la pieza. -¿No te vas a bañar? -No sé. -Si vos no te bañás, yo tampoco me baño. sobre el cuadrado de baldosas manchadas. Después atrajo los brazos hacia ella dejando una película rosada sobre el piso. Volvió a enjuagar el trapo y a pasarlo. Así varias veces.

-No seas copiona.

-¿Qué hiciste?

-¿Trajiste algodón?

-Nada. Me levanté de la cama y vine a hacer pis –contestó la menor sin moverse de la pared.

-No.

-Y vos no me mandes.

-Mamá no te compró? -¿No te diste cuenta que te había venido? A ver, mostrame tu pie. -Dijo que no tenía plata. -¿Cuál? -Bueno, ahora te busco. -Ese. -Si vas a su placard, te va a retar. La menor mostró la planta derecha. -Tiene muchos paquetes, no se va a dar cuenta. Vos quedate acá, ya vuelvo. -El otro. Mostró la izquierda. -Fue eso. Se te cayó sangre y la pisaste. -¿Cuándo?

Antes de salir, se bajó la bombacha y le mostró el culo. Era un saludo que hacían para divertirse y darse ánimo. Una forma de decirse “ya pasó”. Aunque después tendrían que escuchar el sermón del papá: No entiendo, veníamos bien y otra vez patearon el tablero. La menor cerró con llave, se sentó sobre la tapa del inodoro y estiró la remera sobre sus rodillas. Ahora cada letra de la palabra LOVE le llegaba a los pies.

-No sé, cuando viniste a hacer pis. La menor giró el tobillo y se miró con curiosidad la planta manchada. Debajo de la capa de tierra, descubrió el óvalo colorado.

Miró las baldosas secas y se las puso a contar, de pared a pared. Cuando terminó, siguió con los azulejos. No tenía que pensar en nada más. Solo contó hasta que su hermana volvió.

-Vení que te limpio. Se sentó sobre el borde del bidet, estiró la pierna y la mayor le pasó el trapo con olor a lavanda por la planta. La menor soltó una risita. -Me hace cosquillas. -Aguantá. La menor se volvió a reír con más fuerza. Hasta le saltaron algunas lágrimas. -¡Terminala! La mayor siguió pasándole el trapo hasta que la menor soltó una carcajada que le hizo temblar todo el cuerpo. -Así no se puede. Mejor limpiate vos. Dejó el trapo en el piso y se puso de pie.

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Relato publicado en Viscerales, Colección Viento Abierto, Ediciones Del Viento, España, 2010.

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PATRIMONIO

Un paseo por la identidad cultural argentina Una antigua Casa de Bombas que dotaba de agua corriente a la Ciudad de Buenos Aires en el último cuarto del siglo XIX; una pista de patinaje sobre hielo y club social, escenario de la belle époque porteña de comienzos del siglo XX; la residencia de una familia aristocrática de origen español; una manzana que el periódico El Argos, en 1821, bautizó como “De las Luces” por las instituciones intelectuales allí instaladas (una biblioteca, una escuela, una academia de dibujo, de idiomas, etcétera); un ámbito en la Ciudad de Buenos Aires dedicado a reflexionar acerca de las transformaciones políticas, sociales y culturales producidas en la Argentina en los últimos doscientos años; un petit hotel estilo francés, propiedad de una familia terrateniente, que se convirtió en hogar de tránsito y ayuda para mujeres durante el primer peronismo; un museo que, frente a la inmigración masiva del siglo XIX, buscó desarrollar una educación patriótica para las nuevas generaciones e impulsar un sentimiento de pertenencia nacional; y un edificio en cuyo suelo se hallaron fragmentos de piezas indígenas del período colonial, restos de cerámica española y otros elementos de la vida cotidiana virreinal. Estos son solo algunos ejemplos de la historia de los 26 espacios donde hoy se alzan los museos nacionales.

Viva Arirang, la muestra de arte contemporáneo coreano que celebró los cincuenta años de relaciones diplomáticas entre la República de Corea y la Argentina, en el Palais de Glace.

El Museo Evita cuenta con más de 3.000 objetos, entre indumentaria, fotografías, publicaciones y registros cinematográficos, dedicados a recordar la figura de Eva Perón.

Como expresiones testigo del proceso de formación de la identidad argentina, los museos nacionales presentan en la actualidad el desafío de adaptarse y enriquecerse proyectándose como renovadas plataformas de las actividades culturales con la mediación creciente de las Tecnologías de la Información y la Comunicación (TIC). El objetivo: incrementar la disponibilidad de los bienes y actividades para públicos cada vez más amplios e, incluso, virtuales. Aquí, un recorrido, durante la Noche de los Museos, por el Museo Nacional de Bellas Artes, el Palais de Glace, el Museo Nacional de Arte Decorativo, la Manzana de las Luces, la Casa Nacional del Bicentenario, el Museo Evita, el Museo Histórico Nacional, y el Museo Histórico Nacional del Cabildo y de la Revolución de Mayo.

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El Museo Nacional de Arte Decorativo, creado en 1937, fue la residencia de la familia Errázuriz Alvear y, hoy, sede de muestras nacionales e internacionales.

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LOS MUSEOS NACIONALES, EN NÚMEROS

26 EN TODO EL PAÍS 1.500.000 VISITANTES CADA AÑO 100.000 PIEZAS EN EXHIBICIÓN 1200 EXPOSICIONES, TALLERES Y ESPECTÁCULOS PARA DISFRUTAR La muestra “Caravaggio y sus seguidores”, en el Museo Nacional de Bellas Artes, fue visitada por miles de personas durante la Noche de los Museos.

Orquestas en vivo, exposiciones, narraciones, recreaciones históricas y teatro son solo algunas de las propuestas que ofrece a diario la Manzana de las Luces.

El Cabildo, edificio recuperado como museo del siglo XXI, es el único testigo arquitectónico civil de los doscientos años de vida independiente del país.

El Museo Histórico Nacional aspira a rescatar, investigar, valorizar e interpretar, con técnicas y métodos de vanguardia, la realidad pasada y presente de la Argentina.

La Secretaría de Cultura de la Presidencia de la Nación creó, en 2010, la Casa Nacional del Bicentenario en el marco de la conmemoración de los doscientos años de la Revolución de Mayo. Hoy, es un espacio cultural clave en la Ciudad de Buenos Aires.

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GESTIÓN CULTURAL

NUEVAS ESTRATEGIAS DE DESARROLLO SUSTENTABLE EN LA CULTURA: ENTREVISTA CON CHRISTOPHER MILES

“Nuestra política es de diversidad cultural” CHRISTOPHER MILES, SECRETARIO GENERAL ADJUNTO DEL MINISTERIO DE CULTURA Y COMUNICACIÓN DE FRANCIA, VISITÓ EL PAÍS EN OCTUBRE PARA PARTICIPAR DEL III SEMINARIO MALRAUX, ORGANIZADO POR LA SECRETARÍA DE CULTURA DE LA PRESIDENCIA DE LA NACIÓN JUNTO CON LA EMBAJADA DE FRANCIA EN LA ARGENTINA. LAS NUEVAS ESTRATEGIAS MINISTERIALES QUE COLOCAN LA CULTURA COMO PILAR DEL DESARROLLO SUSTENTABLE Y LAS CUESTIONES CLAVE QUE ATRAVIESAN LA GESTIÓN CULTURAL EN FRANCIA SON LOS TEMAS QUE RECORREN ESTA ENTREVISTA CON EL FUNCIONARIO EUROPEO.

-¿Cómo analiza la reciente apuesta del Ministerio de Cultura francés por un proyecto de política en desarrollo sustentable? -La estrategia actual del Ministerio fue elaborada durante 2008 y 2009 para el período 2010-2013. Emana de una estrategia nacional de desarrollo sustentable adoptada hace un año por el gobierno. Tenemos, por ejemplo, un conjunto de puntos en común con el resto de los ministerios respecto del “desarrollo ejemplar” de cada uno en cuanto al funcionamiento normal de una administración, al control de los desplazamientos para disminuir el consumo de carbono, al uso del papel y de la energía, a la adaptación de nuestros edificios, y en la formación de nuestros agentes en desarrollo sustentable, tomando los tres pilares que lo conforman: el económico, el ecológico y el social. Luego está la política específica del Ministerio de Cultura, que podría resumirse en tres grandes acciones: por un lado, creación artística; por otro, promoción y conservación del patrimonio; y finalmente, ayuda y desarrollo equilibrado de las industrias culturales. Entonces, es en estos tres campos donde aplicaremos los principios del desarrollo sustentable. Por ejemplo, en políticas patrimoniales, recientemente pusimos en funcionamiento las ayudas de valorización y acondicionamiento del patrimonio, que además de ocuparse de la cuestión estética, consideran otros aspectos del desarrollo sustentable, principalmente, el consumo de energía. En las políticas para la creación, por caso, realizamos encargos de obras de arte. Hace ya unos treinta años que el Ministerio encarga piezas a artistas para el espacio público. De lo que nos dimos cuenta es de que, cuando se hacía un encargo, se trabajaba sobre la puesta de la obra en el espacio público, pero no sobre cómo seguiría “viviendo” en el tiempo. Entonces, hace falta integrar las técnicas de desarrollo sustentable (de mantenimiento, preservación, restauración) para que, efectivamente, se pueda cuidar la obra en su vida dentro del barrio. En el caso de las políticas de industrias culturales, la situación es más compleja: nos apoyamos ma-

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yormente en lo social y, sobre todo, en los aspectos de promoción de la paridad y diversidad de las expresiones culturales. -Tradicionalmente, Francia es catalogado como un país modelo en gestión cultural. ¿Cuáles son los principales debates que atraviesan hoy las cuestiones culturales locales? -Existen varias discusiones en este momento. Uno de los principales debates es aquel ligado a la gestión de la excepción cultural en los nuevos medios de comunicación y a la manera en la que una creación puede ser remunerada justamente. En la actualidad, se puede encontrar en Internet música, videos, libros, y eso nos enfrenta a la pregunta de cómo seguir asegurando una remuneración a los creadores o artistas. El gobierno precedente, encabezado por Nicolás Sarkozy, construyó una autoridad de regulación que cumplía, sobre todo, una función punitiva, a través de la Ley Hadopi, en contra de la piratería en Internet. Esto genera ciertas preguntas alrededor de las libertades públicas, pero esta norma nunca fue aplicada en toda su profundidad. Lanzamos una gran comisión de reflexión; nuestra idea es ver cómo podemos hacer evolucionar las leyes de propiedad intelectual en Francia y encontrar un dispositivo justo para la remuneración de los creadores. Los incluimos en el debate junto con las sociedades que los nuclean, y también a los representantes de nuevas tecnologías, desde los proveedores de acceso a Internet hasta los responsables de los sitios de búsqueda. -¿Qué incidencias posee la actual crisis europea en las políticas culturales y cuáles son las estrategias planteadas desde el Ministerio? -Esa es otra de las cuestiones principales que nos afectan hoy en día. Con respecto a la crisis y al modelo de empresa cultural o de instituciones culturales, sabemos que, en los próximos tres años, el presupuesto del Ministerio de Cultura se verá reducido en un 7 %. Entonces, estamos trabajando en conjunto con todos los organismos culturales, desde los más

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LOS SEMINARIOS MALRAUX FUERON CREADOS POR EL MINISTERIO DE CULTURA Y COMUNICACIÓN DE FRANCIA EN 1994, CON EL FIN DE GENERAR ESPACIOS DE REFLEXIÓN SOBRE LA GESTIÓN CULTURAL. DESDE ENTONCES, SE HAN ORGANIZADO 85 ENCUENTROS MALRAUX EN 54 PAÍSES, EN LOS QUE SE ABORDARON LA DESCENTRALIZACIÓN Y LEGISLACIÓN CULTURAL, EL FINANCIAMIENTO DE POLÍTICAS CULTURALES, EL DESARROLLO URBANO CON PUESTA EN VALOR DEL PATRIMONIO EDIFICADO Y EL APOYO A LA CREACIÓN AUDIOVISUAL, ENTRE OTROS TEMAS CLAVE.

grandes, como el Museo del Louvre, hasta los más pequeños, para encontrar soluciones en la repartición del esfuerzo de las instituciones que dependen de nosotros. También debemos trabajar con las autoridades regionales, departamentales y municipales para buscar mecanismos que permitan que la oferta cultural no se vea afectada y que quede suficiente dinero consagrado a la creación artística.

EN LA TERCERA EDICIÓN DE LOS SEMINARIOS MALRAUX, ORGANIZADOS EN LA CIUDAD DE BUENOS AIRES EL 25 Y 26 DE OCTUBRE, EL INTERCAMBIO ENTRE EXPERTOS FRANCESES Y ARGENTINOS EXPLORÓ LA RELACIÓN ESTRATÉGICA ENTRE CULTURA Y DESARROLLO SUSTENTABLE, LOS PROCESOS DE RESIGNIFICACIÓN DE LOS ESPACIOS PÚBLICOS URBANOS Y LA TRANSFORMACIÓN DE LAS CIUDADES.

Otra cuestión es la forma en que las políticas culturales nacionales se articulan con la reglamentación europea, cada vez más importante en Francia: en términos de competitividad, a grandes rasgos, lo que se plantea desde la Unión Europea es que toda institución cultural es una empresa y, por ende, debe ser sometida a las leyes de competencia. Francia, en cambio, siempre sostuvo que todo lo relativo a la cultura, incluso lo producido por las industrias culturales, debe considerarse como parte de la excepción cultural, gracias a la que también pudimos conservar una industria de cine nacional fuerte. -¿Cuáles son los desafíos que implica el clima de debate respecto de las diferencias culturales existentes en Francia? -Se trata, efectivamente, de un gran desafío. Nuestras políticas han avanzado muchísimo en los últimos cincuenta años. Estamos en una etapa en la que buscamos, como se hace en la Argentina, estimular el desarrollo sociocultural a partir del público mismo, es decir, trabajando en políticas de educación artística a lo largo de la vida. Esto requiere una tarea conjunta con el Ministerio de Educación nacional y con el Ministerio de la Universidad. Luego, por supuesto, existen otras políticas más específicas y puntuales, en las que se trabaja con diferentes ministerios y que se relacionan con el acceso a la cultura en prisión, en hospitales, para las personas con capacidades diferentes, donde elaboramos protocolos interministeriales. Finalmente, Francia cuenta con una larga tradición de alojamiento de la inmigración, lo que hoy, de alguna forma, disminuyó levemente, pero contamos con muchas generaciones de inmigrantes que viven en el

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país. Las problemáticas que surgen respecto de este tema están ligadas a la composición socioeconómica de los barrios más marginados. Nuestro objetivo es que las políticas de desarrollo de estas áreas integren una rama cultural, lo que en Francia llamamos “la política de la ciudad”. Nuestra política es de diversidad cultural, es decir, de traducción de culturas: se parte de la cultura propia de las personas para que conozcan aquella del país que las recibe. -Sostuvo que la reglamentación de la Unión Europea en términos del rol del Estado en políticas culturales entra en conflicto, de algún modo, con cómo Francia piensa esta relación. ¿Cuáles son esas diferencias? -Se podría decir que, dentro de la Unión Europea, existen tres grandes modelos posibles de desarrollo cultural. Está el modelo anglosajón, que se basa en una presencia muy leve del Estado, que se contenta con ayudar a cierto tipo de instituciones importantes,

y eventualmente, establecer fondos para determinados proyectos culturales. Hay otro esquema, en el cual la mitad de los financiamientos públicos provienen del Estado, y el otro, de las comunidades territoriales. Y existe un tercer modelo basado, específicamente, en la participación de las comunidades, como puede ser el esquema federal de Alemania, donde cada land tiene su propio ministerio de Cultura y en el cual el Estado no provee más que un financiamiento residual, mientras que los otros tres cuartos provienen de las provincias. En Francia, por una razón de acceso igualitario de los diferentes públicos a la cultura, deseamos permanecer en un modelo de financiamiento cruzado y de diálogo con las comunidades, calculando que incluso hoy el Estado puede seguir contribuyendo, a través de su apoyo y de sus políticas culturales, a equilibrar la acción de las comunidades y garantizar el disfrute de los bienes y servicios.

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LIBROS

JORGE COSCIA, DAMIÁN LORETI, NATALIA CALCAGNO Y MARTÍN BECERRA, ENTRE OTROS, PARTICIPAN DE EN LA RUTA DIGITAL.

Estado, cultura, tecnología: las claves del debate EDITADO POR LA SECRETARÍA DE CULTURA DE LA PRESIDENCIA DE LA NACIÓN, EN LA RUTA DIGITAL. CULTURA, CONVERGENCIA TECNOLÓGICA Y ACCESO SE PROPONE ABORDAR LAS PROBLEMÁTICAS NACIDAS A PARTIR DE LA MULTIPLICACIÓN DE LAS PLATAFORMAS Y FORMATOS DIGITALES EN LA ERA DE LA CONECTIVIDAD. ESTA PUBLICACIÓN REÚNE LOS ANÁLISIS Y LAS COLABORACIONES DE QUINCE PENSADORES, INVESTIGADORES Y TRABAJADORES DEL ÁMBITO DE LA CULTURA, QUE SE PREGUNTAN POR LOS DESAFÍOS QUE ENFRENTA EL ESTADO PARA AMPLIAR Y DEMOCRATIZAR EL ACCESO A LA CULTURA.

Soberanía tecnológica e interconectividad planetaria: hacia un vínculo saludable Somos contemporáneos de una formidable transformación en las formas de producción y distribución de contenidos culturales. Día a día se multiplican los dispositivos, los programas y las formas de conectividad. Quizás, en términos de cultura y comunicación, la consumación de la “era de la técnica” tenga un nombre: Internet. La era digital multiplicó exponencialmente la posibilidad de grabar y distribuir sonidos e imágenes. Nunca como en estas últimas décadas la tecnología jugó un papel tan preponderante en las formas de intercambio de los bienes simbólicos. Todos estos saltos tecnológicos generaron polémicas –muchas no saldadas aún–, entre derechos y usos, entre lo regional y lo global, lo público y lo privado, los centros de poder y sus periferias. Cualquier discusión política acerca del rol de las nuevas tecnologías supone analizar el rol del Estado en la producción y distribución de estas creaciones culturales. Es sabido que las tecnologías avanzan más rápido que las políticas; pero también es cierto que sin la participación estatal esos desarrollos generan, invariablemente, modelos de concentración y exclusión. Esto es así, entre otras razones, porque aun con dispositivos que incluyen a millones de actores que pueden consumir y producir contenidos, el mercado concentra los canales de distribución y la selección de esos contenidos.

Para descargar gratis En la ruta digital, ingresar en: www.sinca.cultura.gov.ar

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Al mismo tiempo, (…) se advierte que cuando las grandes corporaciones convirtieron Internet en la plataforma transnacional que hoy conocemos y usamos, se produjo consecuentemente una monumental transferencia de ingresos desde los intermediarios analógicos (editoriales, discográficas, librerías, disquerías, fábricas de soportes como CD y casetes,

etcétera) a los intermediarios digitales: fabricantes de dispositivos electrónicos y empresas proveedoras de conectividad. En sintonía con lo anterior, está muy vigente e irresuelta la tensión entre el acceso libre y los derechos de creadores y empresas, que culpabiliza al eslabón más débil de la cadena: el usuario. Es por lo menos perverso permitir que las empresas que venden conectividad publiciten su producto como aquel que posibilita “bajarse todo” y luego castigar a quien hace lo que ellas proponen. Es incorrecto plantear la discusión cultura paga versus cultura gratuita. La convergencia digital que nos permite acceder a producciones culturales desde múltiples dispositivos fijos y móviles se nutre de contenidos cuyos creadores observan cómo se lucra con sus obras sin recibir a cambio ninguna retribución. Tenemos que dar un amplio debate alrededor de estos temas, pues vivimos un momento de tránsito de lo analógico a lo digital, en el que conviven –y seguramente lo harán por mucho tiempo– el libro producido con material de reciclaje y el e-book; el teatro a la gorra y la TV vista en el celular; entre otras curiosas expresiones culturales. Partimos de la premisa de que es necesario anticipar escenarios, pensar esta transformación desde nuestra realidad y proponer políticas que democraticen la creación y el acceso a la cultura. Por eso convocamos a un grupo de destacados especialistas para reflexionar (...). Nos propusimos darnos un espacio para debatir y pensar las diversas problemáticas que venía suscitando y que continuará generando algo que comenzamos a llamar la cultura digital (…). Queremos proponer la reflexión sobre el estatus de Internet, como negocio privado o como servicio público; abordar el tema de la neutralidad de la red como garantía del reconocimiento de

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Nociones sobre justicia social digital en el entorno de la convergencia La multiplicidad de cuestiones que conviven al tratar la digitalización de los contenidos y su relación con el derecho de autor tienen, en todos los casos, algún parámetro reconocido en el derecho internacional por vía de tratados. Algunos de ellos, de derechos humanos; otros, específicos de derechos autorales y otros, menos denotados, de UNESCO, en referencia a la condición de los trabajadores.

los derechos de los usuarios; profundizar la creación de plataformas públicas de distribución de contenidos culturales y educativos con acceso universal, libre y gratuito; garantizar una retribución justa a los creadores. Con este espíritu, en la Argentina, por acción del Gobierno Nacional, la tecnología está puesta al servicio de la inclusión y la diversidad: Argentina Conectada, TDA, Conectar Igualdad o Igualdad Cultural son claras expresiones de cómo el Estado participa promoviendo el uso de nuevas tecnologías para achicar –y no ampliar– las brechas sociales y culturales. Pretendemos impulsar una discusión democrática y abierta con legisladores, juristas, artistas, sociedades de gestión y asociaciones de usuarios, entre otros, acerca de los cambios en la legislación del derecho de autor que imponen las nuevas tecnologías. El objetivo de este debate es proponer normativas que permitan ser justos con los creadores, a partir de la redistribución hacia los creadores de parte de los beneficios de las empresas proveedoras de equipamientos y conectividad, así como promover la generación de fondos para el desarrollo de la cultura digital. Es decir, impulsar mecanismos para que el nuevo modelo de negocio no excluya de sus beneficios a los trabajadores de la cultura. Intentamos aportar a la discusión sobre la soberanía tecnológica, sin desconocer la interconectividad planetaria. En este sentido, creemos necesario plantear formas de desarrollo digital autónomo, en el marco de modelos de integración latinoamericanos.

Fragmento del prólogo de Rodolfo Hamawi, director nacional de Industrias Culturales, al libro En la ruta digital, editado por la Secretaría de Cultura de la Presidencia de la Nación.

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El Pacto Internacional de Derechos Económicos, Sociales y Culturales (PIDESC), que en la Argentina tiene rango constitucional, otorga a todas las personas el derecho a la educación y a la participación en la vida cultural. También otorga derechos a los autores, “pero en nada ese reconocimiento se condice con lo que establece nuestra ley nacional. El pacto de Derechos Económicos, Sociales y Culturales se atiene a brindar a los autores un reconocimiento que garantice su nivel de vida adecuado, lo cual no necesariamente implica otorgarles un monopolio de por vida sobre sus obras”. (...) El derecho de los artistas a decidir sobre sus obras en condiciones casi monopólicas resulta ser un derecho humano, de la categoría protectoria de los derechos sociales, económicos y culturales. ¿Cómo se soluciona esta aparente colisión entre el derecho a la cultura y a contar con materiales educativos sin pagar y los derechos humanos de los artistas? Intérpretes o ejecutantes, periodistas, directores, locutores y personal técnico y creativo que participa de una obra son parte fundamental en la elaboración de ese producto. En el caso de los técnicos –entre los cuales se incluyen escenografistas, vestuaristas, maquilladores, realizadores de guión, iluminadores, etcétera–, aun cuando a la fecha no cuentan con un reconocimiento puntual, nada permite asumir que su tarea no involucre un talento artístico. De esta interpretación se desprenden algunos principios básicos: - El acto de trabajo no puede ser considerado una cesión gratuita a los empleadores o a los propietarios de los medios. - El hecho de que la participación de un trabajador esté destinada a su difusión no equivale a considerarla de dominio ajeno para cualquier cuestión. - Cuando un empleador revende el material producido por sus trabajadores, estos deben coparticipar de los beneficios como también deben ser capaces de conservar el derecho a autorizar o no su entrega bajo cualquier condición. - Los derechos de explotación económica de las obras no se manifiestan en función de las ideas que mo-

tivan, sino por el tratamiento que de ellas se puede realizar a partir del trabajo de creadores y técnicos. - El pago de salarios y la solicitud de participar en la explotación de derechos por la reexplotación del material difundido no significa doble pago por una misma tarea u obligación, sino el reconocimiento y compensación que se hace respecto de la explotación de la propiedad de la tarea intelectual efectuada. - Los empleadores tienen el derecho de explotar las obras en el marco de las relaciones pactadas en los convenios colectivos de trabajo. Toda explotación ajena a este ámbito excede el objeto del pago del salario, como ocurre con la reutilización del material en otro medio del mismo empleador, salvo convenio expreso en sentido contrario. - La aplicación de los principios de derechos representa una contención a la indiscriminada explotación múltiple de obras creativas audiovisuales. Además, es un método válido para elevar al máximo las oportunidades de empleo y de creatividad profesional. Este tipo de cuestiones resultan factibles de ser pautadas de manera concreta mediante Convenios Colectivos de Trabajo, como ya ocurre en diversas actividades vinculadas con la producción de bienes culturales en nuestro país. En la medida en que existen cláusulas convencionales que limitan el uso indiscriminado del trabajo fuera del área de cobertura o la oportunidad originalmente tenidos en consideración para el pago del salario, la reutilización de las obras se basa en el reconocimiento de esa explotación suplementaria. El fundamento de la reutilización tiene que ver con generar mayores ingresos por una obra ya difundida, o bien con evitar un dispendio de mayores gastos en la creación de obras nuevas. En ambos casos la decisión del empleador implica no generar nuevas oportunidades de empleo y creaciones. Es necesario pensar los principios de derechos humanos (civiles, políticos, económicos, sociales y culturales) como las fuentes para tomar en cuenta a la hora de zanjar los debates por la justicia social digital y garantizar su resguardo en los diferentes soportes. Lo expuesto hasta aquí no agota la amplísima lista de conflictos de derechos básicos puestos en debate por la absorción de fondos por parte de los poderosos y la redistribución de los contenidos, el acceso al conocimiento y los derechos de los trabajadores del sector. No obstante, entendemos que algunas de las cuestiones planteadas constituyen pisos mínimos para la discusión que aun distan de ser aceptados por los distintos actores con intereses contrapuestos que intervienen en este debate.

Fragmento del capítulo “Nociones sobre justicia social digital en el entorno de la convergencia”, escrito por Damián Loreti y Luis Lozano para el libro En la ruta digital.

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INDUSTRIAS CULTURALES

LA LITERATURA, OTRO EJE DE LOS PRE MICA

Escribiendo el oficio LOS AUTORES GUILLERMO MARTÍNEZ, GUILLERMO SACCOMANNO Y WASHINGTON CUCURTO PARTICIPARON DE LOS MERCADOS REGIONALES DE INDUSTRIAS CULTURALES QUE ORGANIZÓ ESTE AÑO LA SECRETARÍA DE CULTURA DE LA PRESIDENCIA DE LA NACIÓN. EN ENCUENTROS ABIERTOS AL PÚBLICO, LA LITERATURA, EL MERCADO EDITORIAL Y EL OFICIO DE ESCRITOR FUERON PUESTOS EN DISCUSIÓN. La diversidad de la cultura nacional fue protagonista de los Pre MICA (Mercado de Industrias Culturales Argentinas), desarrollados a lo largo de 2012 en las regiones NEA, NOA, Centro, Cuyo, Patagonia y provincia de Buenos Aires. Tan amplia y heterogénea como la propia cultura, la literatura dijo presente en cada uno de estos encuentros con figuras de la talla de Guillermo Saccomanno, Guillermo Martínez y Washington Cucurto. Los dos primeros participaron de la edición bonaerense del Mercado, en tanto que el último compartió sus experiencias en el encuentro celebrado en la región cuyana. ¿Quiénes son y qué piensan estos exponentes de las letras locales sobre el futuro de la literatura, el mercado editorial y los desafíos de ser escritor en la Argentina? En esta nota, una aproximación a las ideas, miradas y perspectivas de tres reconocidas plumas.

“ESCRIBO LO QUE SE ME DA LA GANA” Guillermo Martínez es matemático de formación y escritor por vocación. Nació en Bahía Blanca en 1962 y, en 1989, se editó Infierno grande, su primer libro de cuentos. “Para mí, fue casi una sorpresa publicar ese libro. Mi padre escribía por amor al arte, no se preocupaba por publicar, y yo pensaba de la misma manera. Si bien la escritura siempre estuvo en mi vida, publicar era una idea muy exótica para mí. Ya instalado en Buenos Aires, pensé en esa posibilidad. Pero en ese momento, las editoriales eran muy reacias a editar a autores nuevos. Luego, gané un premio del Fondo Nacional de las Artes y llegó mi primer libro de cuentos. Eso fue una divisoria de aguas”, explicó Martínez en una entrevista pública a cargo de la periodista Gabriela Borrelli en el marco del Pre Mica Buenos Aires, que se realizó en La Plata del 27 al 29 de septiembre.

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Matemático y escritor, Guillermo Martínez dio una entrevista pública en la que habló de su escritura.

Escribir sin ataduras ni preconceptos fue la fórmula que encontró Martínez para abrirse paso en un mercado poco receptivo a autores noveles. Así, su amor por la literatura se expresó en obras desprejuiciadas que ostentan una escritura minuciosa, reflexiva y atrapante. “Con cada libro pierdo lectores, pero escribo, esencialmente, lo que se me da la gana”, relató Martínez, responsable de una vasta y diversa obra que incluye libros como Crímenes imperceptibles, La mujer del maestro y La muerte lenta de Luciana B. Justamente, Crímenes imperceptibles saltó al mercado cinematográfico de la mano del afamado director español Alex de la Iglesia, quien adaptó el libro para la pantalla gigante con el nombre de Los crímenes de Oxford. Respecto de esta experiencia, relató: “Cuando la novela pasa al cine es un desprendimiento; uno no siente que es su propio libro”. Y agregó: “Hay una idea muy extendida de que lo mejor que le puede pasar al escritor es que su novela sea llevada al cine, pero esto no es así: al escritor le interesa que su libro sea leído. Lo mejor que le puede pasar a un libro es que haga su propio camino como texto escrito”.

La última novela de Martínez, Yo también tuve una novia bisexual, fue muy celebrada pero también cuestionada, tanto por la temática que aborda como por su título. “Lo que sucede es que el sexo todavía causa ese tipo de escozores”, argumentó el escritor. Consultado acerca del futuro del libro en la era digital, el escritor sostuvo: “No soy de los románticos que van a extrañar el olor a papel, pero si todo sucede de forma razonable, el e-book va a tener muchas más ventajas que el libro en papel, no hay nada que se pierda. Seguramente, dentro de cincuenta años, habrá olores a biblioteca o a papel nuevo con un solo click y llevarán a los chicos a un museo a mostrarles cómo se hacían el papel y el libro”. Cerrando su reflexión, acotó: “Cuando el e-book esté extendido, será necesario hacer un filtro porque, con el nuevo soporte, todos podrán ser publicados. Se acabará la figura del escritor frustrado”.

“ESCRIBIR TIENE ALGO DE DESAGRADABLE Y TRAIDOR” “Narrativa, entre la realidad, la política y la ficción” fue el tópico sobre el que discurrió el destacado escritor y guionista de historietas Guillermo Saccomanno en el Pre MICA Buenos Aires. En diálogo con el periodista Gabriel Lerman, trazó un recorrido por sus obras, en las que hay referencias a lo político, lo social y lo urbano, desde una mirada crítica. Nacido en Buenos Aires en 1948, se trata de autor de una extensa producción literaria, dentro de la que se destacan el libro de cuentos Animales domésticos, y las novelas La lengua del malón, El pibe, El buen dolor, 77, El oficinista y la recientemente publicada Cámara Gesell. “Me crié en Mataderos, en un barrio de calles de tierra, en el que todavía estaban los guapos, la patota de la esquina, y se sentía el olor de la curtiembre. En aquel momento, Mataderos no era la Capital, era suburbio. Había, además, solidaridad, algo que viene del anarquismo, del socialismo, y que va a nutrir al peronismo”, evocó Saccomanno sobre sus primeros años. “Tuve la suerte, y la desgracia, de tener un padre gremialista, dueño de una biblioteca proletaria, constituida por colecciones de libros rusos, de escritores argentinos, como los del grupo de Boedo, y esto constituía una situación extraña. Éramos pobres, comíamos paté de foie con pan y café con leche, pero se leía El Capital en la versión de Juan B. Justo. Esto me convirtió en un lector salvaje e indiscriminado. Y fue crucial el día que encontré El juguete rabioso: ese día descubrí la literatura”, rememoró el novelista consultado acerca de su infancia y su formación. En referencia a la movida literaria de aquel tiempo, añadió: “Para un pibe que recién conoce la calle, era un momento muy potente. Unos años después nació el Centro Editor, gracias al cual se conseguían en los quioscos, por dos mangos, los clásicos de la literatura universal. A pesar de la Noche de los bastones largos, Onganía no logró desmantelar este agite cultural que había en el país”.

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cios accesibles. Así, por pocos pesos, cualquier lector puede acceder a obras de Fabián Casas, Ricardo Zelarrayán o del propio Cucurto, entre otros autores consagrados y emergentes.

Continuando con el relato de su carrera profesional, que incluyó casi treinta años en el rubro publicitario, Saccomanno sostuvo: “Creo que en pocos lugares se aprende tanto sobre la relación entre lo cultural, la manipulación ideológica y el dinero como en una agencia de publicidad”. “Haber trabajado en publicidad y luego en historieta lo hace a uno perder el miedo a la página en blanco”, reveló. Ya desde La lengua del malón, una de sus primeras novelas, en la que intenta plantear la ligazón entre el bombardeo de junio de 1955 y la Conquista del Desierto, se advierte en Saccomanno la voluntad de plasmar la historia en la literatura. “Desde ‘El matadero’ hasta acá, pasando por Puig, la literatura argentina está atravesada por la relación con la violencia política”, sentenció. “Dos grandes literaturas me marcaron: la rusa y la norteamericana, ambas afines a la nuestra por sus enormes extensiones territoriales, que incluyen distintos acentos, idiosincrasias y maneras de interpretar el mundo. Pero, además, por ser literaturas que problematizan la identidad nacional. Todos estos elementos los conjugué cuando componía esta novela”, analizó. “Escribir tiene algo de desagradable y traidor, porque una palabra remite a lugares donde no pensaba que iba a volver. Cuando escribí 77, por ejemplo, me interesaba indagar acerca de los orígenes de la violencia, entender las contradicciones de este tiempo y, para eso, hay que retroceder en la historia. Por eso, en ese libro, abordo el 55, la resistencia peronista, la toma del frigorífico de Lisandro de la Torre y la Conquista del Desierto”. Sobre su última obra, Cámara Gesell, una novela polifónica acerca de la vida en el balneario bonaerense (donde reside hace más de dos décadas, y en el que trabajó los últimos seis años), Saccomanno contó: “Un libro que me ayudó mucho en el proceso de esta novela, y que además me parece uno de los textos capitales de estos tiempos, es Borges, de Bioy Casares. Todos los días, Borges comía en la casa de Bioy, y cuando se iba, este anotaba todo lo que habían hablado y discutido. Pocos escritores hubo en la Argentina con el oído de Bioy”. A esta reflexión, sobre el final del encuentro, agregó: “Si la filosofía te enseña a pensar, la poesía te enseña a escuchar. En la actualidad, la pa-

El escritor Guillermo Saccomanno habló de los lazos entre la narrativa y la política.

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Washington Cucurto, fundador de la editorial Eloísa Cartonera, también participó de la edición cuyana del Pre MICA.

labra tiene un valor desacreditado en la narrativa. No existe una búsqueda dentro del lenguaje por parte de los narradores, que sí realizan los poetas”.

“HAY QUE SACARLE SERIEDAD AL LIBRO” “¿Qué es un libro? ¿Para qué sirve? ¿Qué función tiene?”, se preguntó Washington Cucurto durante su participación en la edición cuyana del Pre Mercado de Industrias Culturales Argentinas, que se desarrolló del 1.° al 3 de noviembre en San Juan, abordando un tema que lo preocupa y ocupa desde que inició su carrera como escritor y editor. Cucurto nació en la ciudad bonaerense de Quilmes en 1973 y publicó su primer poemario, Zelarrayán, en 1997. Le siguieron los libros de poemas La máquina de hacer paraguayitos, Veinte pungas contra un pasajero, y las novelas Cosa de negros, Hasta quitarle Panamá a los yanquis y El curandero del amor, entre otras. Las culturas populares aparecen como temas recurrentes en todas sus obras: sus lenguajes, estéticas y músicas son descriptos de manera brutal y, al mismo tiempo, sutil. Y es que Cucurto las expone sin miramientos: recurre a las groserías, a lo escatológico y a lo sexual para señalar que estas expresiones no son versiones degradadas de la “alta cultura”, sino formas culturales con peso propio. Su reivindicación de lo popular también desafía preconceptos: “Hay que sacarle la seriedad al libro. Hay mucha gente que puede leer y comprender. Hay mucho prejuicio en torno a la lectura. Nosotros le vendemos a gente que jamás compró un libro, esa persona se lo lleva, lo lee, lo regala, lo presta. La alta cultura y la formación son importantes, pero también hay que tener en cuenta todo esto. Los libros no son solo para universitarios, son para todos”, señaló Cucurto Esos son los ideales que sostienen Eloísa Cartonera, el sello que inició en 2003. Se trata de la primera editorial cooperativa que realiza sus libros con tapas de cartón comprado a los recolectores informales conocidos como “cartoneros”. El funcionamiento de esta cooperativa de trabajo, en la que Cucurto oficia de editor, desafía la lógica del mercado por la forma de editar los libros y de distribuirlos de manera independiente, a pre-

Respecto de su vivencia al frente del sello, marcó: “Eloísa Cartonera me enseñó a trabajar en grupo, a pensar en la literatura como un proyecto de vida y, sobre todo, me enseñó a ver la vida de otra forma, a valorarla”. De esa misma manera transita Cucurto la experiencia de escribir: “En la escritura se pone en juego la identidad del escritor y se relaciona con la libertad, con la curiosidad, el juego, la inventiva y la emotividad. Es una experiencia de entretenimiento, de juego, de goce. La finalidad del libro es que la gente se junte”, reflexionó respondiendo a esas preguntas que, desde hace mucho, rondan la literatura universal.

Cuenta regresiva para el comienzo del MICA 2013 Los seis Pre MICA que se llevaron adelante durante el año en las distintas regiones del país fueron instancias preparatorias para la segunda edición del Mercado de Industrias Culturales Argentinas que, organizado por la Secretaría de Cultura de la Presidencia de la Nación, se desarrollará del 11 al 14 de abril de 2013 en el predio de Tecnópolis. El MICA es el primer espacio en la Argentina que concentra, en un mismo lugar, las diferentes actividades de las industrias culturales con el objeto de generar negocios, intercambiar información y presentar su producción a los principales referentes de todo el mundo. Los sectores que participan son artes escénicas, audiovisual, diseño, editorial, música y videojuegos. Este mercado cuenta con espacios de exposición que incluyen producciones culturales de todas las provincias del país y representan los distintos campos que componen el sector, a través de las cámaras empresariales, instituciones nacionales y pymes. Durante cuatro días, por medio de rondas de negocios, conferencias, seminarios y presentaciones de espectáculos en vivo, emprendedores culturales, productores y artistas tendrán la posibilidad de encontrarse con las principales empresas de industrias culturales de todo el mundo y abrir nuevas oportunidades. Para participar de las actividades propuestas, los interesados pueden inscribirse en www.mica.gob.ar. 31


TEATRO

LA ACTUALIDAD DEL GÉNERO EN LA MIRADA DE UNO DE LOS DRAMATURGOS MÁS RECONOCIDOS DEL PAÍS

“El teatro nacional es un fenómeno absolutamente inédito” MAURICIO KARTUN NACIÓ EN SAN MARTÍN, PROVINCIA DE BUENOS AIRES, EN 1946. ES DRAMATURGO, DIRECTOR, MAESTRO DE DRAMATURGIA, Y OCUPA UN LUGAR FUNDAMENTAL EN LA ESCENA NACIONAL CULTURAL. RECIBIÓ, ENTRE MUCHOS OTROS, EL PREMIO ARGENTORES (1983), EL PREMIO AL MEJOR AUTOR NACIONAL OTORGADO POR LA ASOCIACIÓN DE CRONISTAS DEL ESPECTÁCULO (1991), EL PRENSARIO (1993) Y EL PREMIO KONEX (1994 Y 2004). EL CAMINO QUE KARTUN HA EMPRENDIDO EN SU TEATRO (QUE INCLUYE HITOS COMO “EL NIÑO ARGENTINO”, “EL PARTENER” Y “SACCO Y VANZETTI”) POCO TIENE QUE VER CON LOS MECANISMOS HABITUALES DE PREPARACIÓN DE UNA OBRA. ASÍ, HA LLEVADO LA INDAGACIÓN SOBRE LA FORMA TEATRAL AL LÍMITE, HACIENDO DE ESTA BÚSQUEDA SU PRINCIPAL OBJETIVO ARTÍSTICO Y CREATIVO.

-¿Qué rol cumple la docencia en su vida de dramaturgo? ¿Repercutió en el proceso creativo? -En mi trabajo, la docencia se transformó en un escalón casi imprescindible. Llegué a ella desde un camino algo insólito, porque mi experiencia en el rol de alumno fue tremenda, de fracasos sucesivos, de mucha dificultad para incorporar orgánicamente aquello que la institución escolar entendía como conocimiento obligatorio. La pasé mal como alumno, nunca pude disfrutar del aprendizaje en el marco institucional. Curiosamente, con el paso del tiempo, descubrí que tenía ciertas condiciones pedagógicas, esa especie de don de poder transmitir algunos conocimientos de tal manera que el otro pudiese entenderlos, y a la vez disfrutar del proceso de aprendizaje. Así, me transformé insólitamente en maestro: salté de alumno fracasado a alumno gozoso. Una experiencia que tal vez no sea tan ingenua. Quizás haya que analizar en profundidad para descubrir que es un camino creativo importante. Con los años, entendí que aquella dificultad para incorporar el conocimiento venía de la falta de deseo, del concepto resignado de que el saber era una condena. Cuando empecé a enseñar dramaturgia, comprendí varias cosas. En principio, que el saber es el fenómeno que deviene naturalmente del deseo. Luego, que no hay nada que se aprenda mejor que intentando enseñarlo, por su carácter activo, penetrante. El conocimiento es algo que invade, que uno propone y proyecta. La enseñanza te obliga a generar la energía del saber. Lo paradójico es que, en la medida en que el otro reclama ese saber, tenés que incorporarlo de cualquier lado y darle forma, y lo milagroso es que

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cuando lo hacés para transmitírselo a otro, por primera vez lo entendés con claridad. Creo que para entender profundamente la profesión que ejercés es indispensable enfrentarte a los ojos del otro, del que quiere saber cómo es. En mi caso, además, enseñar es extremadamente placentero, y aporta a la hora de escribir. Buena parte de las cosas que se me ocurren como dramaturgo salen en el medio de una clase. -Su teatro circuló por todo el país, con grandes y pequeñas compañías. ¿Le resulta atractiva esta federalización que transitan sus obras y la posibilidad de ser representadas en las más disímiles condiciones? -Para todos los autores de cualquier parte del mundo, ser representados en un ámbito que no sea el propio significa la expansión de sus ideas y su imaginario a un lugar de casi omnipotencia. ¿Hasta dónde puedo llegar? Es extraordinario. No obstante, la modalidad de autor de escritorio que, como en mi caso, representa una de las realidades culturales del país (la de la exclusividad de la ciudad de Buenos Aires), más allá de que mi imaginario no es un imaginario ciudadano (mis obras, en general, transcurren en el campo, en zonas muy poco vinculadas a la realidad que transito), hace que mi trabajo no deje de ser el de un pensador de ciudad. El verdadero fenómeno del teatro se produce cuando cada uno de esos espacios son capaces de generar algo en el autor que, luego, da cuenta de ese espacio. De manera tal que el fenómeno de que representen

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mis obras es extraordinariamente gozoso, placentero, y levanta mi ego cada mañana. Pero si tuviese la necesidad de pensar el teatro desde un espacio trascendente para el fenómeno y no para el autor, pensaría más bien en aquellas provincias del país que han sido capaces de generar su propia dramaturgia. Córdoba, por ejemplo, tiene formas muy singulares, muy propias. Tiene talentos, pero a la vez tiene personalidad cultural. Santa Fe, Rosario, Rafaela, con su Fiesta Nacional de Teatro, organizada por el Instituto Nacional del Teatro (resultado de nuestra Ley Nacional de Teatro, probablemente, el gran paso adelante para el fenómeno en la Argentina). Creo que las autoridades, de a poco, van comprendiendo el extraordinario caudal que esta disciplina artística supone en términos culturales. Si este fenómeno absolutamente inédito e insólito de la vigencia del teatro en la ciudad de Buenos Aires tuviese verdadero espejo en el resto de las ciudades, nos convertiríamos en el país teatral por excelencia. La ciudad de Buenos Aires ya lo es, en el mundo, pero si esa realidad se federalizara, si en cada uno de los lugares de la Argentina hubiera un estímulo para que se arme un circuito de espectadores, para que haya festivales que permitan el intercambio, entonces el fenómeno comenzaría a cumplirse, y eso terminaría de transformar la Argentina en un país eminentemente teatral. Seríamos “Maradona, tango, teatro”. -Con su trabajo de dramaturgo, ¿hay una intención de poner una semilla en ese proceso? -Me corresponden las generales de la ley de cierto impulso ideológico federal que, de alguna manera, me permite entenderme también fuera de la pequeña pompa de jabón porteña. Lo porteño es tan esférico como una pompa de jabón y tan frágil como ella. Uno puede pasarse la vida encerrado en ella, creyendo que todo lo que se proyecta en esas paredes es la realidad, pero también puede hacerla estallar y comprender que el fenómeno cultural va bastantes miles de kilómetros más allá de la Avenida General Paz. Mi imaginario nunca ha quedado atrapado en la pompa, y disfruto muchísimo de esa apertura. No lo pienso como un compromiso ni mucho menos, sino simplemente como parte de entender y disfrutar de la posibilidad de apertura imaginaria que tal cosa supone. En ese sentido, en el lenguaje, en el imaginario, en las historias, en los personajes, en los paisajes, en las músicas, continuamente estoy mirando más allá de la pompa. -Su proceso creativo tiene una lógica casi lúdica. -Exactamente. En realidad, la creación es siempre juego. Cuando uno no la toma como tal, queda atrapado en el malentendido de querer hacer arte sistemáticamente, cosa que es un contrasentido hasta absurdo. En todas las disciplinas artísticas, lo que hacemos es jugar. Y en efecto, todo aquello que amplíe los límites del campo de juego es extremadamente beneficioso para el artista.

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-Cuando surgió Teatro Abierto, en la década del 80, el arte pasa a ser “llamado” por la política y se transforma en un campo de acción. ¿Cómo analiza la relación entre su escritura y la política en la actualidad? -Hay algo interesante en esto de pensar el arte llamado por la política. El teatro de los años 70 y 80, y el de la inmediata posdictadura es una dramaturgia de urgencia, que trabaja sobre un imaginario periodístico, ya que toma la realidad que está frente a sus ojos y poetiza, produce sobre ella. Eso corresponde a un montón de factores, a una urgencia histórica, pero también a la vigencia de ciertos modelos prestigiosos en lo ideológico. Tengo la sensación de que a aquel teatro político le corresponde las generales de la ley de la política. La política es sólida, es granizo. La ideología es líquida, es la lluvia que se va a transformar en el granizo. La filosofía es gaseosa, es nube. En aquel momento hacía granizo, y en este momento hago nube: hago algo extremadamente menos tangible, pero también más abarcador. -¿Qué opina del teatro argentino actual? -El teatro nacional es un fenómeno absolutamente inédito. Como suele suceder, no nos damos cuenta de la dimensión del fenómeno porque lo tenemos en la esquina. Aquellos que tenemos la fortuna de poder compararlo con otros fenómenos mundiales, sabemos que lo que está pasando en Buenos Aires es importante (y aquí, inevitablemente, me pongo unitario, no tengo más remedio que pensar en la ciudad-puerto). Buenos Aires es una especie de parque temático del teatro. Por cantidad de salas, de compañías, de ac-

tores, y lo que es más curioso: por cantidad de alumnos de teatro. Hay un cálculo general que dice que la ciudad de Buenos Aires tiene tres veces más estudiantes de teatro que cualquier capital europea. Cuando uno empieza a encontrar estos números y a mirar estas dialécticas, descubre que el teatro todavía está olvidado, que todavía no está aprovechado. Si todos pudiesen hacer esa comparación, descubrirían que tienen una pelota picando en la puerta del arco, que se les está escapando el gol, y que puede terminar el partido y encontrarlos mirando para otro lado. Lo que está sucediendo es notable: que puedas abrir la cartelera de un diario un sábado y descubrir que hay trescientos espectáculos simultáneos es fantástico. Un espectador de teatro en Buenos Aires no logra, ni aún en el mejor de los casos, ver el 20 % de lo que se hace, y estoy hablando de un espectador activo que sale todos los fines de semana. Incluso, se calcula que hay tanto público en la ciudad como había en los años 50, que era el momento del auge del teatro y, además, una época en la que no había televisión. Y siempre se habla de cómo esos cinco millones de espectadores, en la época de la dictadura, bajaron a setecientos mil. Hoy, volvimos a cinco millones. No hay mejor espacio para un espectador de teatro que la ciudad de Buenos Aires. Ser dramaturgo, ser teatrista, hacer teatro en la actualidad es disfrutar de algo que aquellos que tenemos muchas décadas trabajando y hemos pasado por momentos lastimosos descubrimos como verdaderamente milagroso.

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INDUSTRIAS CULTURALES

PREMIOS NACIONALES 2012

La cultura, galardonada EL ESCRITOR PABLO DE SANTIS, LOS ENSAYISTAS RICARDO MALIANDI Y SANDRA CARLI, LA JAZZERA ALICIA VÁRADY, Y LOS ARTISTAS JAVIER ESTRÍN, FLORENCIA STEINHARDT Y MARINA SAUBERT, ENTRE MUCHOS OTROS, FUERON PREMIADOS POR OBRAS ESTRENADAS O PUBLICADAS DESDE 2008 HASTA 2011. ESTA DISTINCIÓN SE ENMARCA EN UNA POLÍTICA PÚBLICA QUE APUNTA A RECONOCER Y FORTALECER LA CULTURA NACIONAL EN TODA SU DIVERSIDAD. Medulares en la configuración del canon de la literatura, la dramaturgia y la investigación científica; legitimadores de escritores y escrituras, de identidades melódicas y de modos de explorar las tensiones de clase, de género y las históricas, los Premios Nacionales se entregaron por segunda vez, luego de once años de ausencia. En esta oportunidad, fueron galardonadas treinta obras en siete disciplinas: literatura infantil, ensayo filosófico y pedagógico, música jazz y melódica, teatro musical e infantil. Los grandes ganadores de esta entrega fueron el escritor Pablo De Santis, los ensayistas Ricardo Maliandi y Sandra Carli, la jazzera Alicia Várady, y el trío conformado por los artistas Javier Estrín, Florencia Steinhardt y Marina Saubert, por obras que contribuyen significativamente al progreso de la disciplina a la que pertenecen. Escapando a las contingencias, los Premios Nacionales apuestan a la perdurabilidad, ya que no solo reconocen el valor artístico y cultural de las obras seleccionadas, sino que, además, estimulan la labor futura de los autores, con el claro objetivo de enriquecer al arte y la cultura nacionales. Así, una vez más, estas distinciones se encuentran en el centro de las políticas culturales: vuelven a impulsar y a reconocer la creación artística y el trabajo intelectual, desmarcándose de las reglas de juego impuestas por el mercado.

PREMIOS ILUSTRES Jorge Luis Borges, Arturo Capdevila, Ricardo Rojas, Eduardo Mignona, Baldomero Fernández Moreno, Juan Gelman, Silvina Ocampo, David Viñas, Manuel

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Mujica Láinez, Rodolfo Fogwill, Juan Falú, Carlos Gorostiza, Roberto Cossa y Mauricio Kartun fueron algunos de los consagrados por los Premios desde 1913, año en que comenzaron a entregarse como estímulo a autores que significaron una marca indeleble en la historia y el futuro de sus respectivos campos. Alternativamente, se premian las letras, las artes escénicas, el ensayo y la música. Un jurado por disciplina, conformado para cada entrega, elige tres premios y tres menciones por categoría. Cada uno de los distinguidos se hace acreedor de una suma en efectivo, mientras que los primeros galardonados reciben, además, una pensión vitalicia al momento de jubilarse. Durante la década de 1990, los avatares del campo sociopolítico colocaron los Premios Nacionales en los márgenes de la cultura. Como parte de una política pública que reconoce y fortalece la cultura nacional en toda su diversidad, en 2011, la Secretaría de Cultura de la Presidencia de la Nación volvió a entregarlos. “Los Premios Nacionales eran una deuda con los creadores, y están vigentes otra vez. Son un estímulo a la producción y contribuyen a las políticas de acceso a la cultura”, explica el director nacional de Industrias Culturales, Rodolfo Hamawi. El retorno de los Premios supuso un gran avance en materia cultural, y los creadores y productores los acogieron con entusiasmo. Para la primera entrega realizada luego de una prolongada ausencia, se presentaron cientos de obras de las categorías tango y folklore, poesía, texto dramático, ensayo político y ensayo psicológico. Los primeros galardones los obtuvieron los trabajos de la cantante y compositora

La entrega de los Premios Nacionales se llevó a cabo en el Palais de Glace durante noviembre.

Teresa Parodi, de la poeta y escritora Diana Bellessi, del dramaturgo Rafael Spregelburd, del pensador y teórico Eduardo Grüner y del ensayista Alejandro Antonio Dagfal. También fueron reconocidos el poeta sanjuanino Jorge Leónidas Escudero, el periodista Horacio Verbitsky y la filósofa Diana Cohen Agrest, entre otros. Para la segunda edición, se recibieron 318 obras, de las cuales 187 se enmarcan en el rubro literatura infantil; 40, en teatro musical e infantil; 27, en ensayo pedagógico y ensayo filosófico; y 37, en música melódica y jazz.

LO MEJOR DE LA MÚSICA Y LA LITERATURA INFANTIL Tanto el jazz como la música melódica son, actualmente, dos de los géneros con mayor proyección en la Argentina. Para el músico Walter Malosetti, “el jazz está atravesando un notable crecimiento; en nuestro país nunca tuvo gran masividad o popularidad, pero veo con buenos ojos que cada vez más músicos jóvenes se inclinen por este estilo y que se realicen grandes festivales con artistas nacionales e internacionales del género”. “Estos premios son muy necesarios para el desenvolvimiento de los artistas y de la música argentina”, señala el músico, quien recibió el Premio Nacional de música jazz y música melódica por Blues for Joe. Canciones para los niños del nuevo mundo se titula la obra de Alicia Várady que alcanzó el primer premio en la categoría infantil. El tercer galardón quedó en manos de Miguel Ángel Palma por Secretos. Recibieron menciones especiales Juan Cruz de Urquiza por Insomnio; Luis Alberto Chávez Chávez por Rayuela, un álbum inspirado en la novela homónima del reconocido escritor Julio Cortázar; y el músico Tomás Arinci por Receta y posología. Los jurados de esta categoría fueron los músicos Néstor Astarita, Sandra Mihanovich, Horacio Molina y Hugo Pierre. En el rubro literatura infantil la elección de los premiados estuvo a cargo de los escritores María Teresa

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Andruetto, Ana María Shua, Roberto Sotelo, Patricia Suárez y Ema Wolf. El primer premio fue para Pablo De Santis por su novela El juego del laberinto. Hay que ser animal, de la periodista y escritora Verónica Sukaczer, se alzó con el segundo galardón, en tanto que el tercero fue para Ruth Kaufman por Nadie les discute el trono. Obtuvieron menciones especiales El hormiguero, El libro de los fantasmas, La ciudad de las nubes y El último heliogábalo, de los escritores Sergio Aguirre, Nelvy Bustamante, Eduardo Abel Giménez y Sandra Siemens, respectivamente.

José Luis Castiñeira de Dios, director nacional de Artes, y el músico Luis Alberto Chávez Chávez.

En la apertura, el acto contó con la presentación de la Jorge Anders Big Band.

Integrantes del grupo Caracachumba, Marina Sauber, Florencia Steinhardt y Javier Estrín, ganadores del Primer Premio Nacional de teatro musical y teatro infantil.

APORTES A LA PEDAGOGÍA Y LA FILOSOFÍA En las categorías ensayísticas fueron premiados reconocidos autores de las provincias de Buenos Aires, Santa Fe, San Luis y Córdoba. La elección de los mejores ensayos filosóficos quedó a cargo de los especialistas Ernesto Laclau, Jorge Lovisolo, Claudia Mársico y Eduardo Rinesi, mientras que los pedagógicos fueron seleccionados por Gustavo Bombini, Daniel Filmus, Gonzalo Martín Gill, Stella Maldonado y Guillermina Tiramonti. El primer premio del rubro ensayo filosófico fue para Ricardo Maliandi por la obra Ética convergente. El segundo, por La muerte del héroe, quedó en manos de Ricardo Forster. Alejandra González recibió el tercer galardón por Simeone Weil y Etienne de la Boetie. Ensayo sobre el deseo de libertad y la voluntad de servidumbre. Las menciones especiales fueron recibidas por la docente y filósofa María Luisa Rubinelli, el ensayista Silvio Mattoni y el psicólogo Roberto Follari por sus obras Los relatos populares andinos, expresión de conflictos; Bataille. Una introducción; y La alternativa neopopulista, respectivamente. Cuestiones vinculadas con la educación y los procesos de lectura, dos temas clave para el progreso de la disciplina y para la cultura y la educación nacionales, inspiraron los ensayos pedagógicos premiados. Así, La memoria de la infancia. Estudios sobre historia, cultura y sociedad, de la docente y escritora Sandra Carli, logró el primer premio de esa categoría. En los trabajos de esta autora, está presente la reflexión sobre el rol de la escuela pública: “Sería bueno volver a identificar la infancia con los delantales blancos antes que con el marketing de un producto. El delantal blanco puede ser un emblema del pasado o puede ser la pieza de un discurso políticocultural de más largo alcance”, analiza Carli. El segundo galardón en este campo lo obtuvo Políticas y prácticas de la lectura, de la docente Valeria Sardi; y Lo dicho, lo escrito, lo ignorado, del ensayista Carlos Skliar, se consagró con el tercero de los premios. La construcción del camino lector, La pala-

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bra del maestro y Maneras de querer son los títulos de las destacadas obras que recogieron menciones en la categoría. Con estos trabajos, sus autores –María Laura Devetach, Viviana Mancovsky y Ana Abramowski, respectivamente– contribuyeron al progreso de la disciplina en la que desarrollan su labor.

TEATRO MUSICAL E INFANTIL: LOS DESTACADOS “Toda la vida nos gustó trabajar para los niños componiendo canciones, inventando, jugando. Un día tuvimos la necesidad de relacionarnos con los chicos también desde el escenario y creamos varias obras infantiles”, señala el grupo que obtuvo el primer premio por su obra Caracachumba a la carta, un espectáculo que incorpora distintos elementos del lenguaje teatral, dando forma a una propuesta cuya protagonista es siempre la música. Compuesto por Ana María Cores, Martín Bianchedi, Ariel Delmastro, Ana Padilla y Ricky Pashkus, el jurado también otorgó una mención especial a la tucumana Carina Fraszczak por su obra Un circo de los milagros (sueños de hadas III). Otra de las menciones fue para el musical infantil Tierra verde, creado y dirigido por los actores y cantantes chaqueños Sebastián Ibarra y Mauro Siri. Y Perdón por ser tan puta, de los artistas Gonzalo Demaría y Gerardo Gardelín, consiguió otra de las menciones.

Nueva convocatoria para creadores nacionales La Secretaría de Cultura de la Presidencia de la Nación convoca a participar de los Premios Nacionales 2013. En esta oportunidad, se premiarán obras que integren las categorías novela, guión literario cinematográfico, ensayo histórico, ensayo sociológico, y música rock y pop, estrenadas o editadas entre 2009 y 2012. Los interesados podrán inscribirse hasta el 30 de abril de 2013 en www.premiosnacionales.gob.ar (donde también encontrarán las bases y condiciones) o a través del correo electrónico premios2013@cultura.gov.ar. Además, pueden realizar consultas teléfonicas al (011) 4382-5841, o personalmente en Alsina 1169 2º piso, ciudad de Buenos Aires, de lunes a jueves, de 11 a 16 horas.

El tercer Premio Nacional de teatro musical y teatro infantil fue recibido por el actor y director Nicolás Manasseri, autor de Hora libre, rock en la escuela, mientras que el segundo galardón quedó en manos de Gastón Marioni y Tato Finocchi por Tanguito mío, un musical bien guapito.

Los jurados que tendrán a cargo la elección de los ganadores son Mario Goloboff, Noé Jitrik, Guillermo Martínez, Delfina Muschietti y Miguel Vitagliano, en la categoría novela; Aída Bortnik, Sergio Bizzio, Fernando Castets, Lucrecia Martel y Mariano Llinás, en guión literario cinematográfico; en la disciplina ensayo histórico, el jurado estará conformado por Araceli Bellotta, Aníbal Viguera, Raúl Fradkin, Federico Lorenz y Judith Casali de Babot; mientras que, en ensayo sociológico y rock y pop, los responsables serán María Pia López, Alejandro Kaufman, Emilio de Ípola, Federico Schuster y Eduardo Grüner, en el primer caso, y Rafael Arcaute, Rodolfo García, Juanchi Baleiron, Daniel Sbarra y Mavi Díaz, en el segundo rubro.

Obras para chicos y grandes, ensayos sobre la lectura y la educación, reflexiones filosóficas y composiciones literarias de todo el país fueron reconocidos por su aporte a la cultura y al arte. Una vez más, el Estado Nacional abre camino al estimular y valorar lo propio en toda su diversidad.

En cada una de las disciplinas, los jurados elegirán tres premios y tres menciones. El primer premio se hará acreedor a $ 50.000 en efectivo y una pensión vitalicia al momento de jubilarse, equivalente a cinco jubilaciones mínimas. El segundo recibirá $ 30.000 y el tercero, $ 17.000.

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NUESTROS ARTISTAS

“Mi arte crece dentro del constante despertar a la lucha cotidiana” Con mi trabajo, simplemente, busco formas de comunicación con la gente. Un diálogo sincero, evitando las confusiones creadas por las supuestas vanguardias. Hoy, a la vanguardia; mañana, obsoleto y desconectado. Creo que rodearnos de las artes aporta al desarrollo integral del ser humano. De ahí la importancia de que busquemos desarraigar la mediocridad en las artes plásticas y la cultura de nuestro país, para ser una sociedad no solo rica en cuanto a lo material, sino también plena y pensante. Atrás quedaron los días cuando pensar era peligroso. Un pueblo sin arte y sin cultura es un pueblo que no tiene nada que decir. Cuando pinto, desfilan ante mí las imágenes, sentires y momentos que me llevan a plasmar mi obra. A medida que veo cómo han ido cambiando los diferentes aspectos de mi vida, siendo una sobreviviente más de la Argentina de los 70, mi arte, a través de los años, continúa creciendo dentro de este constante despertar a la vida, a la lucha cotidiana que nunca se detiene, y a la que muchos optamos no dejar de lado. Por eso mi arte es... para “nosotras”, para “nosotros” y para “ellos”, los que son el futuro.

Nora Patrich Artista plástica www.norapatrich.com

Por sus aportes creativos y su destacada trayectoria en el campo de las artes plásticas, en noviembre de 2012, Nora Patrich fue distinguida con el Premio Ilustres de la Patria, que otorga la Secretaría de Cultura de la Presidencia de la Nación.

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“Por ellos”, de Nora Patrich.

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