Lectura de Verano
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¿Qué tenemos? Índice Editorial Brenda Emilia Brenda (2) Pablo Martín <3 Vero Carlaina Alita Mariana Omar Martín (2) Paula Lucía Lucía (2) Seelvana Silvia Eliana Cin Diana Mere Aline Geor Pepita
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Editorial -a modo deEstamos parados en el borde -del lado de adentro- de la estación más clichetosa del año. Todo lo que se me ocurre escribir está ligado con las flores, la piel, las tardecitas, ir al trabajo de día, los pájaros mariposas flores verde rosa vinoblanco la vida el pelo sin gorros el pasto flores espárragos helados frutillas piel estampas findeaño feliz flores postre ventisca sol picnic flores collares polen flores colores flores flores flores. Puro cliché. Y no me da culpa. Bienvenidos a la primavera. Atchís.
Seelvana Baylac
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¡¡GRACIAS JOHANNNA y MAGALÍ!! La lovely fotografer Magali Polverino aportó la tapa colmada de primaverez y me dí el lujo de usar otras de sus fotos como contratapa por aquí dentro también.
La magnificent illustrator Johanna Rambla colaboró en esta entrega con los retratos de todos y cada uno de los escribas. Es del 87, es zurda, es fotógrafa, es estudiante de diseño gráfico y le gusta dibujar. Tiene 2 gatos, estudia acordeón y vive en Villa Urquiza. =)
www.cargocollective.com/shoshana
www.cargocollective.com/donalaboratorio
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Brenda Fontán. Coordina la sección de fotografía de una revista. Estudió periodismo, teatro, dramaturgia. Hizo y vivió de hacer y vender ropa muchos años hasta que entró en el mundo gráfico. Le encanta hacer manualidades (bordar, coser, tejer, armar, bla ble bli) y se dedica a iluminar.
www.iluminadastres.com.ar
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ilustraci贸n by Seel para Efecto Bling.
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Voy lento pero voy. Y esa velocidad no se debe a la maternidad, no. Siempre me cayó la información un toque más tarde. Pero cuando me cae la ficha no puedo no empezar ya a probar, a ver si puedo, si podemos, si me gusta, si entra o no en nuestra rutina. Y atrás de eso hay un montón de horas leyendo, investigando, preguntando (me). Puede ser de lo más trascendental hasta algo super básico como adoptar en el día a día hacer leche de vegetales, y con eso generar mil de miles de recetas más. Y tal vez fue así como entre en un submundo que me está fascinando.
Recién ahora estoy terminando de volver rutina muchas innovaciones alimenticias (gracias a Jana, a la necesidad de que se alimente -a mi parecer- cada vez mejor y a él que acepta todo). Entonces me escuché diciéndole una vez más a novio que la próxima estación son los germinados y los productos de limpieza ecológicos. Sí, reíte, reíte más fuerte. Pero ahora que voy más al grano que nunca, con menos rosca, y más puntillosa con ciertas cosas, eso puede ser todaaa una batalla. Mi yo de hace unos años se retuerce en su tumba, mi yo actual tan presente y decidido sonríe y sigue pal frenchi siempre.
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ilustraci贸n by Seel para Plenitud.
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Un viaje de ida Escribo esto a medianoche. Acabo de pelar cuarenta almendras activadas Una por una, sí. ¿La podés creer? Con eso hice leche de almendras, como hacemos en casa día por medio. Mientras hacía ese pequeño laburito pensaba quién me mandaba a ocuparme de esto, como si tuviese pocas actividades. La respuesta fue simple: nadie. Para ser sincera la respuesta es yo, me lo mando yo, es decir lo que creo, siento. Después licué y filtré la leche. De ahí la mitad fue a parar a postrecitos (Jana los ama) y la otra fue a una botella a la heladera.
La satisfacción que me genera saber que la peque tiene listo para dos días algo que le hace tan bien y que encima le encanta me genera un noséqué indescriptible. En el medio de tamaña meditación (je) recordé la charla a la que asistí (gracias gracias gracias) de una mujer increíble de esas que hablan sobre la maternidad, crianza y demás, de esas que te hacen sentir que no estás sola en la forma que elegís, de esas que te recuerdan el porqué de las cosas, de las que te guían por donde sabés que está bien, de las que te hacen emocionar por las palabras tan certeras y de las que le saca peso a todo esa presión que la mayoría te impone. Ella -tan genial y bella- en un momento dijo que este camino (el de criar con respeto, el de... pelar almendras por ejemplo jejjeje) es un viaje de ida. Casi lloro a moco tendido. Así me siento. En un viaje intenso de ida. De ida porque está claro que no hay regreso a aquella que fui, quiera o no, voy para allá. Y que la cantidad de puertas internas que se me abrieron son tan grandes y variadas que no paro de viajar. Así que si me buscan sepan que acá ando. De viaje por el mundo. Ese mundo interno y no tanto donde podes elegir hacer tours armados o calzarte la mochila y caminar. Son elecciones, ninguna mejor que la otra, eso es claro. Hay montañas, mar, bosque, desiertos, hay de todo todo. En el medio del proceso de la peladura de almendras -que por momentos se vuelve casi un mantra- pelar, licuar, filtrarme pregunté por qué estaba haciendo eso, y de nuevo la respuesta: porque estoy de viaje de vida o ida, es igual.
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Un amigo es unaaaaa... Veinte años. Tal vez veintidós. Más de una vida pasó y el tiempo hizo (y nosotras claro) que me vuelva a encontrar con aquella gran amiga de la adolescencia. Pero lo más mágico fue (es, por suerte es) que nos riamos como aquel momento pero ahora, bien presentes. Gracias a que me invitó a cenar pudimos sortear los encuentros con sus tres hermosos hijos y con mi bella hija, que por más que son de lo más divertidos nunca podíamos terminar un tema o profundizar en algo o estar ahí, y solo estar charlando. Es alucinante encontrarnos todos, sí. Pero también es tan pero tan lindo y reparador haber ido a cenar solas, y más de veinte años después. Ser aquellas pero grandes y tan iguales y diferentes. Y conectar. Sobre todo conectar a tal punto de confesarnos cosas inconfesables de las lindas y las feas. Y reirnos. Gracias.
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Emilia Roggiero. Se formó en comunicación publicitaria y marketing. Sus últimos trabajos estuvieron relacionados con la producción y comunicación de moda, algo que disfruta muchísimo. Tiene algunos blogs en los que escribe sobre distintos temas y diariamente visita a otros tantos para absorber imágenes y otros contenidos como una esponja. Le gusta el color rosa y es fanática de las cosas lindas, las ilustraciones ajenas, la siesta y el chocolate. Ahora vive en Montevideo pero se reparte entre esa ciudad y Buenos Aires.
www.emiliaroggiero.com
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Todos los días extraño. Extraño el sonido de tus pantuflas caminando desde el cuarto a la cocina. Extraño levantarme y tomar un café con leche juntas, compartiendo el vicio por las harinas, sobre todo por el pan solo, así pelado, aunque hicieras trampa y cada tanto le pusieras mermelada. Extraño el estampado de la bata con la que salías de la cama, esa que quedó colgada dos meses después que te fuiste, hasta que la saqué con una furia llena de dolor y la metí en una bolsa negra. Extraño que me llames para contarme que viste un vestido precioso, re barato y que me apures a comprarlo “porque es perfecto para vos”. Extraño el composé con el que te vestías, ahora veo a la tía así vestida y entiendo de dónde salió. Extraño que me preguntes qué ponerte, sugerirte cosas, que te pruebes y “desfiles” imitando a los desfiles de canal 12 en los 90’ así nos reíamos de nosotras. Extraño la mierda de Miss Atlántico Internacional y tu fanatismo por los trajes típicos que no tenían nada que ver. Extraño reírnos de Victoria Rodríguez y su doblaje en los
desfiles y jugar a adivinar las estupideces que repetirían las Miss Universo. Extraño la comida casera, pero si vieras a papá encarando ahora no podrías creerlo. Pienso que te miraba de costado y aprendió sin que nos diéramos cuenta. Te ganó con el guiso de lentejas, boluda. Extraño el “estoy orgullosa de vos”, las caricias en la espalda mientras lloraba en la cama por alguno que me había roto el corazón, mientras me explicabas que ya iba a llegar quien me amara de verdad, que ahora éramos chicos y que los varones son tarados, porque ellos se lo perdían. Extraño las cartas que nos dejábamos a escondidas de papá. Siempre fuiste la cómplice de todos. Extraño que te sientes a contarme cosas, a preguntarme aunque fuera incómodo, a escucharme aunque no entendieras. Extraño que no me dejes aflojar, que me empujes y me levantes una y mil veces. Extraño que me enseñes el valor de las cosas y las relaciones, pero por suerte algo creo que aprendí. Gracias por enseñarme que el amor, en su sentido más amplio, es casi mágico. Una de las últimas cosas que me dijiste fue “no aflojes”. En eso estoy, má. A veces me cuesta, pero en eso estoy.
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Brenda L贸pez. Es periodista. Toca la guitarra y canta con amigos. Le gusta el verano y andar en bicicleta. Es coleccionista amateur de libros e historias. Escribe, trabaja escribiendo, lee y estudia. Es diestra. Vive con su pr铆ncipe gris, su gato Rodolfo.
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Hoy iba pisteando con mi bicicleta por las rotondas anchas de la Base Naval Puerto Belgrano, entre aviones y fusiles. Atrás de mí se acercaban autos de alta gama y combis de gran porte llenas de andá a saber qué. Me aceleraban los motores en la espalda y cuando me pasaban me hacían “finitos” con caras largas a través de sus ventanas. Miradas fijas, frías. Fue a la altura del cañón negro que apunta derecho a la pensión militar de calle Colón, donde me detuvo un policía (que en verdad no es policía, si no que es solo policía adentro de la Base, pero mantiene su función; ya que vigila, te detiene y te escarmienta; como me pasó a mí, hoy a la mañana). Policía de destacamentos navales. Así se llaman.
escuela hechos momias invernales por el abrigo. Todos, de todo, por la bici senda. Por la calle ancha, solo los autos que van rápido. Lo entendí, al azul le prometí y lo practiqué. No fue difícil entenderlo. Aunque acá en Punta Alta, al ladito nomás de la Base Naval, la calle para la bici y el auto es la misma. La vereda es solo del peatón acá afuera. Por ahí van las viejas con los mandados y la gente sin apuro. Algunas viejas hasta enceran la vereda con inmaculada dedicación. Qué me dirían si paso yo con la bici y luego la gente, todos por ahí. En Punta Alta la gente no va apurada por la vereda, si tiene apuro va en auto o en remis, por la misma calle que van las bicis. Pero yo ya entendí lo de la bici senda en la Base y prometí usarla de ahora en más. Para que no me maten, para no morirme en la Base.
Ese policía me dijo: D:< “Señora, use la bici senda o la van a matar.” Señalando una veredita al costado del camino entre los árboles. Yo le pregunté parada con la bicicleta entre las piernas y el gorro tapándome las cejas y la nariz roja del frío matinal: :D “¿y la gente que va caminando por dónde va para que yo no la pase con la bici?” D:< “Va por ahí también señora. Usted tiene que ir por ahí con la bicicleta. Está hecho para eso.” :D “Bueno, voy a ir por ahí entonces.” Le dije y agregué. “Se lo prometo”. “Muchas gracias y hasta luego”. Las 3 cuadras restantes las recorrí por la bici senda, con la gente que iba caminando, corriendo; los pibes iban a la
Es que el tiempo pasa y cuanto más tiempo llevo, más promesas hago. Cuantas más promesas hago, más compromiso tengo y vivo. Cuantos más compromisos tengo, más me esmero en estar viva. Cada promesa es la bici senda que se usa, la necesidad de cada día de buscar rutas seguras. Tengo que usar la bici senda y no morirme, para no hacer enojar al automovilista, ni al policía de destacamentos navales. Hay que vivir y evitar la muerte para poder cumplir las promesas, para eso está la bici senda. Hoy a la mañana, mientras iba por la bici senda cumpliendo la promesa de no morir, me puse a pensar en la bici senda y en la Base. Es que a veces, cuando cruzo el alambrado y me encuentro con estas cómodas rutas para seguir viva, pienso que en este rincón del mundo puede una confundirse y no
La base senda.
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saber por dรณnde ir; pero jamรกs se debe una olvidar hacia dรณnde se dirige, por mรกs que no se quiera recordar desde dรณnde se viene.
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Pablo Stasiuk. Tiene 46 años, está muy próximo a ser papá por primera vez y ésta es su primera publicación. Ama la poesía de Armando Tejada Gómez, poeta de América.
www.palabrasenruso.blogspot.com.ar
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Lugares No estaba en París ni en Roma. Tampoco en Londres
a las cinco de la tarde. No caminaba por los Jardines Colgantes en Babilonia, ni miraba el mundo desde la Gran Muralla. No respiraba el aire de Belén, donde nació tu dios. Mis ojos no contemplaban asombrados el rojo encantador de los tulipanes en Flevolanda. No estaba aturdido por el silencio del Gran Cañon ni por el estruendo de la Garganta del Diablo. Pero sí estaba en el patio de mi casa, acostado en el pasto. Un olor a humedad de caracol, el mismo de mi infancia, inundaba la sombra. Tierra de la calle, calle de tierra, me caía en los ojos. Boca arriba adivinando el sol entre las hojas, extendí largos los brazos sobre el verde. Entonces fui feliz, en el lugar donde viví todas mis vidas, y donde espero morir mi última muerte.
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Martín Abenel. Martin es de Géminis. A veces es realmente un geminiano. A veces no. Gusta de escribir aunque no lo hace muy seguido (casi nunca, bah). Aunque sí es adicto a leer casi cualquier cosa escrita sobre papel. Eso sí lo hace todo el tiempo. Su vida transcurre plácidamente entre 1 seelvana, 4 gatos (o +) y 1 huerta.
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Pan, cocina y primavera. Hay cosas que te gustan, que repetís todo año y, no por ello son rutina. En mi caso es placentero: ver películas (a veces ya vistas), escuchar bandas nuevas, cocinar, leer sobre cocina y, cocinar con música, sin olvidar que me gusta cenar viendo una peli (no tele, eh). Pareciera que no hay nada como cocinar para mí pero no. Lo que más mas prefiero hoy en día es, hacer PAN! En alguna de sus infinitas opciones. Entonces, ¿sobre qué estás leyendo? las keywords podrían ser: pan, cocina y primavera (¿porqué? por ser la estación en la que estamos). Confortable como el otoño pero más de afuera, a partir de septiembre la primavera nos cambia: abrimos ventanas, hacemos sol, sembramos tomates para el verano y, cocinamos, pensando en comer ahí afuera, en el patio, acompañados con una copa de vino (blanco o rosado acompañan bien la época) presta a inclinarse. En fin, este escrito propone ¡picnic en casa! Y que “llevamos”: esta opción sugiere un pan de cerveza, una ensalada con productos de estación. Y vino. O cerveza (mejor vino). Pero vayamos al pan que lleva su tiempo. Todo picnic comienza en sus preliminares Tomamos un par de cuencos y en uno disolvemos la mitad de un paquetito de levadura en 100 ml. de agua tibia, dejamos reposar tapado y reservamos. En otro bowl mezclamos 500 grs. de harina 000 con 1 cda. de sal, 2 de azúcar y 2 cdas. de semillas de eneldo –que si no sos fan del sabor levemente anisado las reemplazás por otras semillas.
En el centro de la harina volcamos la espuma de levadura y 150 ml. de cerveza sin enfriar –garantía por demás de que no habrás intentado tomártela-. Integramos todo con cuchara y agregamos un poco de agua si hace falta. Pasamos a la mesa y amasamos: al comienzo parece que nunca va a dejar de ser un engrudo pero en un momento hace click y sí, se transforma en una masa lisita y prometedora. Le damos forma de bollo, lo volvemos al bol y tapamos con film. En un lugar cálido (vamos precalentando el horno a 180º) lo dejamos hacer una siesta hasta que se duplique. No se podrán hacer los rulos (sí las trenzas) ¡Y el bollo se agrandó! Lo ponemos en la mesa, lo apretamos suave con la punta de los dedos y dejamos descansar la masa unos minutos. Luego la cortamos en 4 ó 5 pedazos parejos y trozamos a su vez cada uno de estos en 3 porciones, girándolos entre las palmas o sobre la mesa para que se afinen y tomen forma de bastones o dedos largos de unos 20 a 25 cm. Tomamos de a 3 palitos de masa a la vez y hacemos trenzas (sí, como las del pelo). Una vez todo trenzado colocamos las piezas en una placa enmantecada y las dejamos descansar sobre el horno, para que leude de nuevo al doble. Ahora sí llevamos al horno durante 20 a 25 minutos, o hasta que sientas olor a paaaaaaann! Y ahí estamos, se apaga el horno y dejamos que se enfríe tranquilo. Y para acompañar: un día despejado Supongamos condiciones óptimas: día templado, un lindo patio, improvisamos una mesa (o no) y extendemos el
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mantel típico a cuadros. Tenemos un cuenco con el pan cortado y tostado –o como quieras- y una ensalada preparada con verduras de estación (habas cocidas, rabanitos, unas lechugas), unos cherries de invernadero –faltan semanas para los tomates gustosos-, queso feta o de cabra suave, algunos pétalos de flores comestibles si te animás y, ¡una buena vinagreta a tu gusto! Postdata: blanco o rosado, vino o cerveza, lo que gustes vale para este comienzo de estación. Postpostdata: para el pan va bien una cerveza 100% malta -una Isenbeck sería ideal-. Hay muchas marcas que son de mezclas de cereales, que sirven, aunque no le aportarán el perfume buscado para el panecillo.
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Vero Mariani. A veces escribo sobre otras cosas. Ă&#x2030;stas.
www.almasingersings.blogspot.com.ar
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1) Si algún día lees este blog... Sabé que lo vengo diciendo desde hace tiempo. Ceci preguntó, yo respondí: ¿y mi viaje? genial, íntimo, divertido, suave, fuerte, gracioso, silencioso, musical, dormido, despierto... todo eso y más. y me terminé de enamorar. ¿no es genial? 2) Coteando... El canasto de un flaco frente a mí tiene: nachos, 2 coronas, 2 sabores al wok y forros, caja grande. Hoy la pone. 3) ¿Usted tiene mucho trabajo? ¿y una contractura del orto? ¿y más cierres que una campera para montañistas? ¡¡¡¡pues no se preocupe!!!! llene su vaso de hielo, Campari y levité naranja, ponga tomates secos en remojo y siente su culo en la silla. Cuando termine estará borracha ¡¡¡y con la cena casi lista!!! 4) Yo sé que este no es un buen momento y no hay nada que yo diga que pueda cambiarlo. Pero sí puedo intentar sacar el foco de tu dolor un ratito, al menos lo que tardes en leer este mail. Voy a intentar decirte lo bien que me haces siempre, y lo bien que me hiciste particularmente aquel viernes 19 de noviembre, cuando lo invitaste a sentarse a tu mesa para compartir un té de a dos. Un té de a dos que se con-
virtió en un té para tres (no hay nada mejor que casa) y que hoy, por ahora, es algo real y muy especial. Algo que me hace feliz. Y vos estuviste ahí para generar la primera chispa. Voy a intentar decirte la felicidad que me dio untar con mermelada la primera tostada que comí en casa nueva. Tu cuchillo, junto al batallón de cubiertos que lo acompañan, fue el primero en convertir mi departamento en un hogar, cuando hizo ese ruidito crujiente al pasearse por mi tostada tibia. Vos estuviste ahí para generar esa sensación de estar en casa. Voy a intentar decirte la emoción que me dio entablar una relación por primera vez con la poesía, tan aparentemente arisca y sin embargo, tanto más cercana de lo que yo la creía. Leí tu libro en una noche, saboreando cada palabra en mi cama nueva, de “nena grande”. Y no me sentí sola. Vos estuviste ahí para acompañarme hasta que apagué la luz y me dormí. Yo sé que este no es un buen momento y no hay nada que yo diga que pueda cambiarlo. Pero quiero que sepas que en este mismo tiempo a mí me pasaron cosas maravillosas y todas tienen que ver con vos. Eso, espero, sirva de algo. Te quiero muchísimo nonna. 5) Soy muy pop para crecer
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6) No pienso pedir perdón por querer vivir una vida de película. Es muy fácil: creo en la magia, creo en las señales, creo que music will set you free, creo en los you complete me, creo en las harinas (más si están horneadas por manos artesanales), creo en que a Dios de alguna forma le caigo muy bien y me la está haciendo pasar de putísima madre. Creo en todo eso y no pienso pedir perdón por esperar algo más que levantarme, laburar, comer y dormir. He dicho.
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Carla Ferretti. Es emprendedora, estudiante de Letras, madre, blogger. Teje, escribe y a veces hace mĂşsica.
www.secretitosdealmohada.blogspot.com.ar
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Volver al futuro. Volverás con el frío volveremos con caricias debajo de nuestros abrigos con besos en colectivos con caminatas al sol. Volverás con el sol, volveremos con la primavera volver al nido. Mi nido son tus abrazos, el resguardo de cortos momentos cada día en la distancia son espacios que se esparcen son silencios que lo dicen todo. Volveremos con goles y sonrisas con canciones por privado con grabaciones por mensajes. Volver al ruedo cuando nadie nos vea y nadie sabe, todos callan nosotros callamos silenciar palabras que no pueden decirse. Te espero en el rincón que nunca nos vio en el atardecer de ratos sin nada en esos platos donde no comimos en esas sonrisas que cultivamos y no cosechamos. Futuro imperfecto de momentos que no vuelven porque no existieron te espero como una droga que no conozco veo lo que ves para sentirme más cerca,
para sentirte cerca, para sentirte.
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Uno cero uno cero uno cero Una palabra, una letra, dibujitos, todo viaja entre ceros y unos y unos coma cero cerocero. Un deseo, un sentimiento, una sonrisa, entre uno coma uno. Se hizo de noche, estoy llegando tarde, ¿me extrañas? Viajan entre cero y uno y cero coma uno. Tu foto y la mía viaja entre la galaxia y la Tierra, y llegan y despegan y te encuentro y me gustás tanto que me muero, me muero entre cero cerocero y uno coma uno. Me puse triste, abrazame, vení a dormir, es que no puedo porque nuestra distancia viaja entre unounouno y cero coma uno.
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Alita MuĂąoz. Nace en Posadas, Misiones donde se crĂa entre abuelos narradores de historias, padres con mucho tiempo fuera de casa y un barrio rodeado de monte donde pasa sus horas jugando a hacer pelĂculas. De grande sigue jugando a que saca fotos, escribe, hace videos y en sus ratos libres trata de ver el mundo desde los ojos de Paz.
www.facebook.com/FaunaMisionera
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Las retorcidas aventuras de ‘Sarita, La Maldita’ Era una apaciblemente anaranjada tarde de invierno en Posadas, y como todas las tardes desde hacía ya dos meses, las niñas del Colegio se alistaban para iniciar los ensayos de la estudiantina. Para aquellos no familiarizados con el término, la estudiantina es un evento anual que se celebra en varias ciudades de la Argentina en el que estudiantes de colegios secundarios eligen un tema es decir un tópico sobre el que desarrollaran su representación. Los temas son tan variados como colegios, clases sociales y económicas hay en el pueblo: no mucho. Así que cada año podemos observar muchachitas de entre 12 y 18 años bronceadas, tonificadas, y vistiendo diminutos trajes bordados en lentejuelas, saltando, bailando, agitándose … esperen! Me acabo de dar cuenta. Posadas es la capital nacional de los viejos verdes. No hay otra razón para que cada año miles de vecinos soporten entre 4 y 6 horas diarias de tontones, chanchas, cajitas y demases... Pero no quiero alejarme mucho del tema, mejor vuelvo a la historia. Sarita sentía hace un par de semanas un leve escozor en espalda y cuello, tensión en hombros y espalda, la garganta irritada y por qué negarlo, a veces le dolia un poco la concha también. Ella sabía que no podía atribuír estos síntomas al laburo. Y aquí he de detenerme nuevamente. Sarita no tenía cualquier laburo. Su trabajo consistía en llamar por teléfono a aquellos clientes deudores de cuentas hipotecarias para amenazarlos con que les quitarían todo aquello que poseían si no pagaban al banco. Realmente,
uno de los puestos más detestados en toda la Institución. Generalmente se lo utilizaba para los iniciados, cual prueba de fuego para demostrar carácter, o como castigo a algún cajero que no atendía lo suficientemente rápido, o alguna secretaria que se distraía más de la cuenta charlando con los guardias. Es que el solo hecho de tener que lidiar con el dolor de aquellos vecinos que vieron como la devaluación hizo añicos sus sueños, sus esperanzas, causaba congoja en los nobles corazones de aquellos banqueros. Pero no en Sarita. Ella AMABA su trabajo. A la semana de empezar a trabajar había alcanzado compromisos de pago equivalentes a un mes de labor. Cuando le propusieron trasladarla a una de las secretarías ella se negó. No solo eso, sino que solicito un permiso especial para poder realizar llamadas por la tarde desde su casa, alegando que deseaba dar todo de si al Banco. Sorprendió a todos tal actitud hasta que la verdad se hizo evidente. Sarita era Maldita. Se regodeaba masticando sus palitos de queso de California mientras elegía sus víctimas con mucho cuidado. Prefería llamar por la mañana a las casas donde vivían mujeres con muchos hijos, para que tengan un día miserable pensando en cómo habrían de pagar la hipoteca, olvidando recoger a sus hijos, quemando la cena a la noche … oh sí .. Sarita pensaba todo eso mientras refregaba sus piernas gorditas entre si y se acomodaba la falda. Es que Sarita es más bien rellenita, pero muy coqueta, y piensa que las mujeres que usan pantalones son marimachos, pero nunca lo dicen en voz alta. Por la tarde prefería llamar a los ancianos, sabiendo que una noticia así los descolocaría absolutamente debido a
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la lentitud con la que ella estaba segura que procesaban la información. Para cuando finalmente entendieran la proximidad de su desalojo ya sería de noche y es entonces cuando llamarían a sus hijos pidiéndoles auxilio, haciéndolos movilizarse a altas horas de la madrugada , causando caos, y tristeza. Pero como todo trabajador promedio su horario preferido era la tardecita, no por el motivo que es común a los mortales, es decir, la finalización de la jornada laboral, sino por algo mucho más intrincado y retorcido. A la tardecita Sarita llamaba a los hombres y mujeres que vivían solos, sin familiares, sin hijos, sin madre, padre ni perro que les ladre. Los llamaba porque asumía que serían depresivos y al usar su frase ’30 días o en caso contrario …’ les asestaría el golpe de gracia que los llevara al suicidio. Si, así de Maldita era Sarita. Por eso, la conocían como Sarita, la Maldita. Aunque sólo a sus espaldas, obvio. Recuerden que esto ocurre en Posadas. Prosigo. Sabemos que no era estrés causado por el trabajo, por ende quedaban dos posibilidades, y como cojer no era una opción, Sarita decidió que la razón de ese malestar eran las agraciadas ninfas que se deleitaban danzando frente a su morada encantadas por el hechizante sonido de la percusión… bueno, a ser sincera sus verdaderas palabras fueron ‘estas pendejas de mierda que andan alzadas y a los grititos atrás de los pelotudos esos con tambores’. Pero como defensora de la belleza del lenguaje prefiero elegir el término ninfa. Una vez confirmada tal sospecha en su cabeza, es decir, una
vez que se convenció de que la causa de todos sus problemas eran estas pibitas se decidió a enfrentarlas. Y cual bola candente de magma que baja rodando por la montaña a una velocidad sorprendente, Sarita bajó del cuarto piso por escalera en el que vivía (su sueldo no le daba para mucho más) y con sus regordetas piernitas temblando todavía de cansancio y enojo recorrió airosa la cuadra que la separaba de la que ella consideraba una de las directoras. Stop. Aclaración: Directora: dícese de la enviada especial del universo que desciende en un narval levitante el día que se abren los cielos y un dedo gigante aparecido del mismísimo centro del universo designa a quienes dirigen al grupo de ninfas antes mencionado. -Tch! TCH! TCHHH! Si, a vos te digo. Vení... vení, te digo. -Hola señora, usted es vecina? -Lamentablemente diría yo. Mirá querida, yo estoy con mucho estrés causado por todo el barullo que USTEDES hacen en MI vereda, y la verdad es que yo así no aguanto más. - Pero señora, Ud. firmó el permiso que le trajimos hace meses. - Eso fue en ese momento. Esto es ahora. - Pero el permiso dice que... - El permiso nada, vayan buscándose otro lugar donde ensayar porque yo no doy más... Los días pasaron, los ensayos continuaron y la ira de Sarita se acrecentó. Ya no dormía de noche, y aun horas después de terminados los ensayos, escuchaba los ritmos mal acompasados retumbando en su bipolar cabecita. Sarita no tenía paz, ni siquiera los llantos desesperados y los ruegos del otro lado del teléfono la hacían feliz. ¿Habría perdido la
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magia? Una compañera de trabajo, de esas que siempre esperan lo mejor de todos, la vio muy cabizbaja y le regaló un librito pedorro titulado ‘Más moscas atrae la miel’ y que tenía en la portada una ilustración con moscas luciendo moños de colores danzando alrededor de un gran pote de miel. La historia era simple y cursi, de esas para niños de 4 años (si es que sos un hijo de puta limitador y te gusta llenar la cabeza de tu hijo de prejuicios). Sarita no captó mucho el mensaje del cuento, sin embargo la semillita ya había germinado en su pecho. La tarde siguiente era sábado, y al ser fin de semana, las
chicas se juntaban aún más temprano para extender el horario de ensayo aprovechando que al otro día no había clases. Fue así como Sarita preparó dos termolares con jugo exprimido, un par de galletitas y se acercó a las directoras una vez más. Les ofreció los dones en son de paz y se retiró. Sonriendo, con esas sonrisas de gratificación que solo aparecen cuando alguien sabe que está haciendo lo correcto. Al lunes siguiente Sarita estaba preparando una abundante merienda mientras repasaba en la mente las llamadas que haría por la noche cuando notó algo que hace días no escuchaba. Silencio. Mucho silencio. No había ninfas correteando, no había tambores sonando, no había ruido, ni mugre, ni olor a adolescentes hormonales… solo… silencio. Sarita sonrió y supo que quizás en los corazones de esas jóvenes colegiales brilló también aquella luz de reconciliación de la que ella había sido testigo. Sonrió y volvió a trabajar con la misma alegría de siempre. Fuera de esa realidad paralela en la que Sarita siempre encontraba justificación para todas sus maldades cuenta la historia que las directoras y el grupo más cercano a ellas denominadas por el resto de la plebe como ´las conchetas´, se intoxicaron con el jugo que consumieron teniendo que permanecer una semana internadas, luego de lo cual decidieron por voto unánime modificar el lugar de ensayo. Fue así mis queridos, que Sarita siguió haciendo sus llamadas, las chicas siguieron ensayando y en alguna calle de la Ciudad un viejo pervertido se toca feliz agradeciendo al Universo que su calle haya sido escogida para ensayar. El universo vuelve a su equilibrio original. Sarita sigue siendo maldita.
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Mariana Zanotti. Diseñadora gráfica de la UBA, ilustradora, y madre full time de 3. Amante del buen té, de la arquería y la naturaleza. Mujer maravilla. Desde 2009 el estilo freelancelife se apoderó de ella.
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Pequeño Big Bang. Durante los últimos meses de embarazo del chiquitín de la familia, no paré un segundo. Niños de vacaciones, entregas de trabajos, el verano, “mami quiero ir a tal lado”, “mami vamos a la pileta”, “mami mami” y en el medio mi superpanzota de 8 meses. Pesada pesada pesada, mi verano transcurrió entre mi dulce hogar y los dos escalones de la pileta, encallada, refrescándome :) Mi mente en cambio viajaba veloz entre el cielo y el adentro. El adentro, incierto y cierto al mismo tiempo, porque una madre no sabe qué es lo que ocurre allí, pero al mismo tiempo sabe: energía revoltosa, revoluciones invisibles. De a poco la expansión imperceptible comenzó a revelarse. Mi cuerpo dejó de ser solo mío para ser el nuestro, compartido tan solo por unos meses que al cabo de su vida serán solo un momento. La oscuridad en mi interior acompañada de grandes transformaciones luminosas, de voces lejanas y un ir y venir de mi sangre, arrullándote como el sonido del mar. La incertidumbre dura todo este período de preparación, y aún más, lo sé. Porque he traído otros dos planetas a este mundo. Sé que aún cuando la ciencia describa cada acontecimiento, una parte de mi pensará en la magia que une mi vida y la de ellos. Soy ese ser luminoso que se reproduce, que da vida y se expande. Soy el centro de tu vida solo en el comienzo, hasta que crezcas y entiendas que tu vida es tuya, y formes tu universo.
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Omar Sirena.
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los diarios como hojaldre, la balanza con los platos hacia la derecha, claro, las palomas santas, las gallinas muertas, las baldosas y los ladrillos huérfanos que desechados se enferman, un colchón de lana siniestrado por la higuera y las macetas rotas, secas, negras del olvido, blancas de la arena, un maniquí cadáver sin las piernas, un pañuelo arruinado en desamores, en la soga, en el rito de la escarcha y la sequía una tras otra, como la canilla abierta que no nos perdona un caballo de cartapesta, la salamandra inglesa, una ola de cartón prensado. 27.
La aventura de lo que se queda sin alguien que lo mueva.
El sol raya la máquina verde una hamaca silba hasta quedarse sin aire las herramientas rojas, la virgen de yeso la heladera blanca, funeraria, apoyada en el almendro que es un perchero de calamidades, la bicicleta de guano, deshilvanada, la puerta que aplaude a los vecinos que se marchan, los sifones como cactus,
Como el martillo y la jaula abierta y los nombres sin ruido que se amaban. El sol raya la máquina sin furia media pelota llena de agua, el patio se queja como un mercado insolente al mediodía el patio suburbio, azaroso, sin gente, afuera, sobre la sabana de cemento se golpean las noticias nuevas, las últimas palabras sobre nada.
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MartĂn Pato.
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El Beer Pong. Esta semana que pasó tuve la oportunidad de aprender a jugar a un nuevo deporte etílico. Digo deporte porque los que conocía hasta el momento eran sólo juegos que, si bien algunos requerían de una destreza mínima, no era necesario contar con una habilidad diferencial. Se me vienen algunos a la cabeza como por ejemplo el “wish”, “la abuela”, “las señas”, el de los ruidos de animales sin abrir la boca bautizado por un selecto grupo de pares como “omeja omeja” y otros que no logro recordar sus motes con mucha claridad. No sé si existen nombres genéricos, ya que cada grupo de individuos que está inmerso en estas prácticas titula de manera diferente cada juego. Otro muy popular es el “tomatody” en el que se utilizan cartas. Haciendo un poquito de esfuerzo mental podría ir recordando más, pero no tengo ganas y tampoco viene al caso. De lo que sí me entusiasma hablar ahora es del Beer Pong y el día que lo practiqué por primera vez. Martes a la noche, 0:30hs (ya miércoles), llegamos con mi hermano a un bar en el que se encontraban varios extranjeros (creo que de Estados Unidos) despidiendo su estadía en Argentina. Entre saludos, birras, charlas y caladas, nos decidimos a desafiar a los hermanos Jonson a un partido de Beer Pong. El espacio de juego ya estaba armado y con varios partidos internacionales encima. Constaba de cuatro mesas típicas de bar, cuadradas, que formaban un gran rectángulo ideal para el juego. A esto se le sumaban diez vasos en cada extremo de la mesa, ordenados cual bolas de pool con el triángulo. Una
vez listo todo, comenzamos a cargar los vasos con cerveza hasta la mitad y sumamos dos más con agua para lavar las pelotitas cuando caían al piso, así no se contaminaba demasiado la cerveza que, luego, íbamos a tomar. Todo esto nos lo explicaba un yanqui tan borracho como confiado en que iba a ganar. Mi hermano, un poco más escabio que yo, le ponía una cuota de emoción a la previa bardeando a los Jonson Bros. en una mezcla de idiomas bastante digna. Principalmente dirigía sus esfuerzos hacia uno de los dos, al que cada vez que le decíamos que era igual a Harry Potter nos respondía con un efusivo ¡Fuck You! El juego consistía en tirar y tratar de embocar la pelotita, una vez cada integrante del equipo, en los vasos medios llenos del equipo competidor que se encontraban en el otro extremo de la gran mesa. Luego se abrían las variantes. Si embocábamos un solo tiro, uno de los hermanos Jonson le hacía fondo al vaso en el cual se había introducido la pelotita. En el caso que acertáramos los dos tiros, nuestros competidores debían tomarse ambos vasos de cerveza, y nosotros continuábamos tirando. Como incentivo a la destreza, y para estimular el profesionalismo de este deporte, si embocábamos las dos pelotitas en el mismo vaso, los Jonson debían hacerle fondo a tres vasos. Obviamente las mismas reglas corrían para el momento que sacaban ellos. La clave del juego está en no quedarse con los vasos vacíos antes que el equipo contrario. Durísima partida que acarició los 40 minutos. Ganamos. Creo que nos lo permitió la euforia etílica de los Jonson &
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Jonson. Nosotros mรกs recatados, o simulando una lucidez que se vio quebrantada en varios momentos, logramos una victoria digna de un juego que me sedujo con su nombre y me sorprendiรณ en su prรกctica.
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Paula Visnevetsky. Es argentina. Vive en Bruselas. Tiene 2 hijos. 1 marido. Le gusta sacar fotos, viajar, hacer cosas para el blog. Estudi贸 Licenciatura en Servicio Social. Algunos idiomas. Toma poca agua y come mucha fruta. Est谩 leyendo 1 libro por mes y rearmando una casa nueva y grande. Gato o perro... no sabe no contesta.
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Lucía Puiggrós. Tiene 26 años, es cat lover. El año del caballo la llevo a autodescubrirse y salirse de un pequeño termo en el que vivía. Saca fotos, diseña, corta, pega, crea, arma, desarma y a cachetazos y caricias descubrió que la escritura va sanando heridas viejas.
http://aufraise.tumblr.com/
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The Break-up. Qué difícil es perder el control, mucho más difícil que tomarlo. Control. Cómo me aniquila esa palabra. Perder el control. El famoso “deja que fluya”. Me mata. Me mata no estar, no saber, no ver, no tener ni idea. Confiar. En mi, en él, en todos, en el universo. Me pasaron tantas cosas buenas. Me pasan tantas cosas buenas que no sé porque dudo tanto. Pero es que también están las malas. Y es una cagada que las buenas se te pasan en un pedo y las malas se te estancan ahí, astillita molesta, andate de acá! Que será lo que tengo que entender yo de todo esto? Lo tengo en la punta de la lengua, pero antes de escupirlo lloro hasta quedarme sin aire, reteniéndolo. ¡Andate! Pero... quedate. Porque si te vas soy libre. No, no te vayas, me da miedo la libertad. Me da pánico. Qué voy a hacer yo sin vos, querida inseguridad. No conozco una vida sin vos, me acompañaste siempre. Y ahora te están queriendo arrebatar de mi, te quieren apalear, quieren llevarte. Y yo también, quiero que te vayas de una vez porque me haces llorar, me haces agarrarme de las cosas y no querer perderlas cuando vos y yo sabemos que un día me voy a morir y todo eso se va a quedar acá. Bancá un poco vieja! Dejame vivir. No me chupaste ya demasiada energía, lágrimas, horas de mi vida tiradas en la cama odiándonos y abrazándonos sintiéndonos chiquitas? No querés vos también ser libre y no joderme más? Entendé que es por mi bien, y no me llores porque entonces me siento mal y no te quiero dejar ir... porque me da miedo ya no tener miedo. ¿Qué es eso? No tener miedo. No tenerte. Es un lugar desconocido para mi, nunca fui y mirá si no
me gusta? Si no es tan increíble como me hacen creer. Es ridículo, el miedo a lo desconocido y lo desconocido es el no-miedo. Todas las de ganar, y aún así, miedo. Miedo, inseguridad, vos. Maldito fantasmita que vas a mi lado. Dicen que más vale malo conocido que bueno por conocer. Qué pelotudez. Yo prefiero que te vayas cuanto antes. Pero eso lo digo ahora, que me siento un poco bien. Porque te fuiste a dormir una siesta, pero en cuanto te despiertes me vas a hacer creer que te necesito. Porque sos mi lugar conocido, mi zona de confort, que cómodo es estar donde siempre estuvimos, juntitas de la mano. Pero no dejás de torturarme con tus ideas macabras, que son todas mentiras. La realidad es tan clara que asusta, la realidad es que todo está mejor de lo que yo creo, o mejor dicho de lo que vos me hacés creer y me mentís con que todo está mal. Te alimentás de mi agonía cuando yo como una boluda te doy asilo todo el tiempo. Manzana envenenada, dulce engaño. Ya me tenés cansada. Qué tregua podemos hacer? Yo sé que es difícil, tanto tiempo juntas y yo dándome cuenta, a los 26 años, que más que una compañera sos un parásito sin patas y yo tengo que arrastrarte conmigo, solo por un ridículo respeto a una unión de tantos años. Porque me abrazaste cuando me sentía sola, me convenciste de que eran los demás y no yo, me hiciste creer que yo no tenía nada que cambiar, nada estaba mal en mí, me mentiste, vilmente, y yo encontraba consuelo en esas ideas pelotudas que me metías en la cabeza. Pero aceptá vos también tu realidad, vos también estás mal, y vos también tenés que hacer un cambio en tu vida. Querida, es hora de que te deje ir, no protestes más. Si por mi fuera te dejaría tirada acá a tu suerte, pero sé que no
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puedo, es imposible porque ya casi que te pegaste a mi piel. Pero cada día, con paciencia, te voy a ir sacando. Con una espatulita, laburo fino, te vas a ir despegando, cada día un poquito más, hasta que te desprendas. Y seamos libres. Y a vos te crezcan patas y puedas caminar sola.
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Lucía Aguilera. Atrás quedaron esos días en los que daba clases y tenía una mente veinteañera que planeaba vivir de la historia del arte. En el presente le da la espalda a esas antiguas proyecciones, aunque de los viejos tiempos aún conserva la falta de optimismo, el cuestionable perfil de comediante y la escritura sin coherencia ni solución de continuidad. Por eso la pueden encontrar en este blog olvidado:
www.diaslejos.blogspot.com.ar
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Cuando encontré mi casa. Hubo una época en la que la convivencia familiar me destrozaba los nervios, me puse de novia con un desgraciado, y empecé a tomar malas decisiones de forma compulsiva. Eso no iba a traer buenos resultados. Cuando perdí por completo la capacidad reflexiva decidí irme de casa, dejar la facultad a un año de licenciarme, y lo peor de todo: lanzarme a la ridícula aventura de convivir con quien estaba empezando una relación, y encima en una ciudad nueva. Desde la periferia de la ciudad de La Plata, me mudé a Capital Federal. Todo se vino abajo muy rápido, y después de un sinfín de eventos dramáticos, tuve que empezar de nuevo. Rearmé mi vida y decidí que iba a quedarme en ciudad capital. Mis ingresos eran escasos y me fui a compartir piso con un completo desconocido. Fue un año, difícil en donde solo pensaba en tener mi espacio. Algunos aumentos de sueldo más tarde, encontré un lugar al que podía acceder. Además era luminoso y cómodo. Acepté inmediatamente, sin darme cuenta de que lo bueno apenas comenzaba. Al principio fue el entusiasmo de tener por fin mi lo que quería, poder ir caminando al trabajo y además no tener que pagar expensas. Después caí en la cuenta de mi suerte: yo ya tenía una casa, y esa casa estaba en San Telmo*. Empecé a abrazar al barrio, y eso es algo que se siente genial, porque es el más chico de la ciudad de Buenos Aires. Cada vez que salía, tan solo con caminar unos minu-
tos alcanzaba para entrar en lo que quedó del siglo XVIII, y tratar de reconstruir (con más imaginación que rigor historiográfico) cómo habría sido la vida colonial cuando la ciudad empezaba a establecerse. La historia y su patrimonio me fascina en mil maneras, por eso habitar entre las manzanas en donde empezó una parte de la vida del país me entusiasma de una forma que puede resultar extraña. Yo nunca había vivido en un lugar que me gustara demasiado, y tenía que tomar el colectivo para ir a cualquier parte que yo quisiera. Pero entonces todo cambió. Llegaba gente de distintos lugares del mundo a conocer todo eso, o sea, pagaban para estar allí, en donde yo vivía. Después del malestar de los últimos dos años, la paz se restablecía de a poco, en parte debido a mi voluntad, pero también San Telmo fue un factor importante al momento de curar heridas. Cada día me hacía más ilusión que muchas de mis cosas favoritas estuviesen tan a mano y vivir la tranquilidad cotidiana entre las decenas de casas de antigüedades, la música de tango y las cuadras llenas de bares, antes de que llegara el domingo (y con él, las multitudes de visitantes). La singular convivencia entre los puestos de comida y los restaurantes de moda que salen en la tele, las señoras que hacen las compras y los modernos que andan de paseo con sombreros, las cafeterías de franquicia y los bares tradicionales o los balcones coloniales y locales ruidosos, es lo que hace latir el corazón del barrio. Debe ser ese encanto lo que me ayuda a ignorar las pilas de basura que se acumulan en las esquinas, o la forma en la que le dieron la espalda al patrimonio histórico, permitiendo que se construyeran cosas
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fuera de lugar o espacios incomprensibles. El límite de la fascinación, es la realidad. Ya pasaron cinco años desde mi llegada y aún espero con ganas los sábados, para salir por la mañana a regalarme un paseo sin apuro mientras me pega el sol en la cara, compro flores y despierto de a poco junto con el arrabal. Entonces ese momento es todo, no espero nada más. Y aunque parte de lo que más quiero sigue estando un poco lejos, entre las diagonales platenses que siempre añoro -y de las que nunca voy a separarme-, llegar al barrio diluye la melancolía, alivia el peso de los días que pasan en una ciudad tan caótica como ésta y me hace sentir pueden faltarme muchas cosas, pero no la certeza de que hoy, este es el lugar justo.
*Es un barrio de la Ciudad de Buenos Aires comprendido por las calles Chile, Av. Ingeniero Huergo, Av. Brasil, Av. Paseo Colón, Av. Martín García, Defensa, Av. Caseros y Piedras
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Seelvana. Dibujo. Me rĂo dormida.
www.seelvana.com.ar
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Pequeño salvavidas cotidiano. Con una libreta, lápiz, goma y marcadores me obligo a ver qué pequeñas pavadas me salvan la vida.
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Silvia Lopresti. Es fotรณgrafa freelance, estudiante de periodismo en escuela TEA. Nacida en Buenos Aires, la edad no se pregunta. Es escorpiana obsesiva e insegura (solo un poco, o quizรกs mucho, cree que poco o depende de como se mire). ยกCarpe Diem!
www.laplumabastarda.blogspot.com
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Se cambia el trimestre, se ingresa a otra cosa. Llegan los primeros calores de septiembre, seguido por supuesto de todos los demás encantos (¡Hola alergias!) En esta época del año aparece ese hastío que se torna insoportable. Desesperación latente de alivianar muy bruscamente la ropa, porque el almanaque avisa, y nosotros pelamos: queremos ese calorcito, queremos las manguitas cortas y las chanclas, queremos despertarnos un día sin tener necesidad de echarnos encima la camiseta, el pullover, la campera, las botas; queremos musculosa, los cortos, las sandalias y las panchas, el pantalón finito y la pollera de jean (sin las medias de nylon ¡las turras pican!). Y pelamos. Porque somos tan desesperados que el pronóstico tiró un grado 12 y vos mirás casi con cariño y hasta con indulgencia tu ropa de verano, recordando que pasó lo mismo ayer y que luego la temperatura subió y vos te moriste de calor. Esos 12 grados que tanto se van a transformar en 20°. Esa baja temperatura burlona que siempre te hace caer y abrigarte más de la cuenta. En un momento de iluminación, rebeldía, júbilo y descuido, olvidás que agosto recién terminó, que algo de frío aún
hace y que 12° son eso: DOCE GRADOS, que muy calurosos no son. Pero vos pelás. Y redoblás la apuesta. No sólo pelás brazos sino que te envalentonás como nunca y manoteás la pollera, total qué más da; seguro que al mediodía el calor pasa a ser agobiante (es septiembre: nada es agobiante, no nos engañemos). Y salís. Picás pecho en punta y avanzás y avanzás. Afuera el viento sopla, pero a vos no te importa. Afuera esta nublado y parece que va a llover, pero a vos no te importa. Afuera estaba más fresco de lo que apostaste, pero a vos no te importa. Es mayor la alegría por este calorcito que seguro hoy viene, que probablemente no te importe ni a vos, ni a tu remera y ni a tu pollera. Pasan las horas y el pronóstico marca otra cosa. Avisan sobre el descenso de temperatura, afirman sobre una inminente tormenta y calculan vientos fríos desde el sudeste. A vos algo te empieza a importar y más cuando el día es largo, cuando después del trabajo te vas a cursar, cuando sabés que no vas a terminar hasta las 23 hs. Y el frío se te empezó a colar por el cuello, por entre los hombros, por los tobillos; y es aquí, en este punto de no retorno en el que te prometés que hasta que no sea diciembre sin campera jamás vas a volver a salir. JAMÁS. Al otro día despertás, salís a trabajar, a enfrentar otro día largo. Ves las noticias y el meteorólogo canta unos agradables 13 grados. Vos no querés escuchar, vos no querés saber. Y salís a la calle. Y pelás.
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Eliana Ramponi. Nació en Mercedes en 1984. Ama a Don Julio Cortázar sobre todas las cosas. Le gusta el olor de la tinta, los libros viejos y el pasto recién cortado. Sus noches son de Pizarnik. Es viajera, con sangre poeta. Coordina el Ciclo CronopioCronopios y cuando sea grande quiere ser niña de nuevo.
www.lamaga1984.blogspot.com
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Dientes. Se incorporó bruscamente de la cama, todavía temblaba. Miró el reloj, las tres habían dado hace rato. Se tocó la cara con las dos manos, se frotó los dientes. Había llorado. -Una pesadilla la puta madre… Mayo empezaba a meter frío, pensó que tendría que prender la calefacción de una vez, poner frazadas. _Mañana… - PensóSe quedó un momento tomándose las rodillas, pensando en el sueño recurrente, el mismo que tenía desde que era muy chica, no recordaba cuando fue la primera vez que lo soñó, pero siempre era igual; corría desnuda fuera de su casa, se tropezaba de cara al piso mientras veía como todos sus dientes, se esparcían por la calle y no podía juntarlos, sí… Era desesperante, la gente los pisaba, no la escuchaban porque gritaba sin voz... Así siempre. Pero ya estaba, no volvería a soñar. Por lo menos la cuota de esa noche estaba saldada. Bastaba un vaso de agua, leer dos líneas de un libro cualquiera y se dormiría. Pero acabó tratando de entender qué había dentro de ese mar onírico que la sumergía hasta asfixiarla, para que en el colmo de la locura, la expulsara a su habitación otra vez, a la noche cerrada y al miedo. Nadie le explicaba el miedo. Ni el frío, ni el silencio, ni las sonrisas forzadas. Pensó varias teorías que explicaban la persistencia de los dientes, el horror de perderlos. En todas sintió vergüenza de lo que pensaría Freud si la oyera. Probablemente, volvería del más allá solo para romperle los dientes de una vez.
Qué dirían sus compañeros de trabajo mañana si la vieran, así, con la mandíbula encogida como una vieja, a ella, la Perfecta como sabían decirle. Ni sonreírles podría y sinceramente, pensó si quería sonreírles. Capaz que esas mierdas se merecían una sonrisa sin dientes, un buen día con unas encías chorreantes, ah! Si… Así valdría la pena ese laburo, madrugar para ir a vender seguros de vida de 9 a 18, en vez de dejarse ir por la vida envejeciendo como se debe, despeinada y con la cara lavada, con las uñas sin forma y comidas, riéndose sin frenos aunque sonara como una foca. Solo había que dejarse ir. ¿Pero cómo? Tenía que dormirse. Pero el “Tener” lo único que le pedía era el desafío de la negativa, de seguir hablándose esa madrugada. Alguna vez, alguien le había dicho que de noche somos nosotros realmente. Volvemos a los temores más vergonzosos, a las esperas que desquician, a los pensamientos que desnudan lo que se cubre con tanto empeño. Mañana putearía al insomnio y a los dientes, cuando tuviera que levantarse y correr para no llegar tarde. Venía invicta este año, podría aspirar a cobrar una productividad que le sirviera para ahorrar dos pesos, pero peor era la nada. - “La nada es esto”… Se dijo en voz alta. No pensar,paradormir,parallegar,paracobrar,paraahorrar,p ara no ir a ningún lado, para salud,paraquiensabequepue depasarte... Nada. Ni para rebelarse le alcanzaba. No renunciaba a nada. - “Puedo renunciar a esta cara” ¿De qué le valía lo que todos consideraban hermoso? Por dentro estaba podrida, adentro había muerte. Claro, sonreía siempre y esa es la clave de entrada en el
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mundo racional. Ya no quería dormir y tampoco quería este mundo. Ahora temblaba de nuevo, pero no estaba soñando. ¿La amarían deformada? La única forma de saberlo era pasar al acto. Buscó las tenazas.
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Cintia Días. Techie neorenacentista, mamá y esposa, escribe para sentir que está viva. Ama dar abrazos y caminar descalza, cocinar y sacar fotos. Su deporte favorito es la siesta. Empolvoréa glitter de colores en Efecto Bling para ayudar a emprendedores a cumplir sus sueños.
www.efectobling.com
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El viajero feliz. Quizás tengas creencia de que la felicidad es un sitio a donde se llega. Pero no, la felicidad viaja siempre con nosotros: es la consecuencia de nuestras propias acciones y la manera de vincularnos con lo que nos rodea. Si tenemos una actitud positiva nos acercamos a la felicidad, mientras que una actitud demandante o separatista nos aleja de ella y, al hacerlo, nos hace miserables. Ser feliz es, de alguna manera, correrse de la categoría “turista” y adoptar el rol de “viajero”. Dejar de ser espectador y convertirnos en dueños de nuestra propia aventura. Si prestás atención, notás que los turistas se mueven en grupos cerrados, destinados a fotografiarse con cada monumento, punto panorámico y espacio “destacable” dentro de una ciudad o pueblo. Corren de aquí para allá subidos a autobuses que los trasladan velozmente de un punto a otro, comen todos juntos y todos juntos van de compras (un viaje así no es nada sin souvenirs). Llegan al hotel y se tiran a descansar exhaustos luego de un buen baño. Este esquema se repite cada uno de los días que lleve completar el viaje y retornar a “sus vidas”. La clave del turista es visitar la mayor cantidad de lugares en el menor tiempo posible y llevarse un documento fotográfico de cada uno de ellos... aunque luego termine por no recordar mucho de nada.
Un viajero es otra cosa. Un viajero es aquel que puede viajar sin ataduras y en libertad, lleva poco equipaje y valora la espontaneidad. Estima los lugares por su energía y se deja enamorar por ella. Puede quedarse 2 horas tirado en el césped de un parque, en medio de un camino o contemplando un edificio. Demora su caminata por la ciudad, se mezcla con sus habitantes, disfruta sus ritmos, su idioma, su comida, su idiosincrasia, su ”ser en el mundo”. Se interesa por su pasado y por su presente. Viaja en metro, en bici, camina... Camina mucho y hace picnics cuando tiene ganas. Disfruta de la lluvia y del sol; de la primavera y del verano, del otoño y del invierno. Deja que el viaje fluya, que las señales lo lleven a descubrir nuevas historias. Conoce gente de lo más variada; conversa. Amanece bien temprano y graba en su memoria cada instante del sol desperezándose sobre la ciudad. El viajero va a contramano del turista. Si el turista viaja en avión para “no perder tiempo”, el viajero viaja en globo y se deja llevar, sin prisas. El turista y el viajero nos hablan de dos estilos distintos de vivir: apurado y con objetivos demasiado estrechos, uno; apacible y con actitud de disfrutar y aprender, el otro. Vos ¿cómo vas por la vida? ¿Como un turista que colecciona sellos en su pasaporte y valijas llenas de chucherías o como un viajero que atesora instantes plenos de dicha y aprendizajes? El turista tiene la ilusión de felicidad (o de urgencia) el tiempo que dura su viaje; el viajero es feliz cada vez que
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cierra los ojos y siente en su piel todo lo que logró absorber de él. Te parecerá increíble, pero a medida que vamos adoptando el entrenamiento feliz en nuestra rutina cotidiana, comenzamos a convertirnos en viajeros de la vida: hacemos foco en el amor y nos entusiasma crecer en comunidad, aprendiendo de ella y disfrutándola. Ya no vamos corriendo tras la fama (la foto), ni las chucherías (las cosas materiales). Dejamos ir el exceso de equipaje y vamos más livianos aprendiendo a utilizar con inteligencia los recursos de los que disponemos y confiando que todo llegará a su debido momento. Nos dejamos enamorar por la vida y aprendemos a seguir sus ritmos. Todo ese amor transforma nuestras vidas en algo realmente maravilloso.
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Diana Danessa. Es publicitaria. Trabaja en el 谩rea de contenidos comerciales de un medio de comunicaci贸n. Le gustan las historias. Observar, leer y escribir. Ha participado de diversos talleres de escritura y hace poco inaugur贸 su propio blog.
www.solesdeletras.blogspot.com.ar
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En la vereda. Me acuerdo de estar en la vereda de la casa de mi infancia la casa en la que vivimos todos juntos y ver una señora en ojotas que camina por la calle con un bebé en los brazos. Detrás vienen dos niños, más o menos de mi edad juegan con unas botellas de plástico. Uno de ellos me mira al pasar me saca la lengua. El otro se para frente a mí y abre bien grande su mano. Sin saber que hacer me quito la gomita que sujeta mi pelo se la doy. Tiene plumitas rojas. Él la mira, se la pasa por la cara. Se ríe, cerrando los ojos. Después la pasa por la mía me río también. No sé cuánto tiempo pasa tengo la imagen de su madre volviendo del esmalte celeste de las uñas del ruido de las ojotas sobre el pavimento
estamos nosotros sentados en el cordón jugando todavía a ver quién aguanta más. Un viernes de agosto. Es un viernes de agosto. Mientras miro por la ventana con una taza de café en la mano pienso donde estarás. Me pregunto si te habrás levantado, si habrás visto el día de sol o estarás todavía durmiendo o trabajando. Me pregunto cuántos inviernos por delante quedarán sin que estés acá. A lo mejor el día es hoy en un rato, en la calle en el subte o en la cola del banco porque hoy tengo que ir al banco. Quizás, no falte tanto para cruzarnos que vos me veas y yo también. Y que nos demos cuenta que somos nosotros.
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Mere Echagüe. es oriunda de Posadas, provincia de Misiones. Tiene 27 años y es fanática de helado de banana split. Es traductora de inglés y a veces juega a ser escritora. Sus objetos favoritos del mundo son la camisa roja -a la que le falta un botón- y el reloj que le regaló algún enamorado adolescente. Sus textos, en general, se basan en sueños que sueña cuando tiene sueño, en los seres animados o inanimados que se cruzan en su camino, o en situaciones que nada tienen de especial, salvo algún que otro detalle.
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Los blandos somos nosotros. Sensibles, maricones, susceptibles, o simplemente blandos. Quienes sufren por nimiedades cotidianas, sabrán de lo que estoy hablando. La vida, de perra que es nomás, nos ha pegado en diferentes oportunidades, más duro de lo que varios merecemos. Sufrimos y nos sentimos caer, derrotados, ante tamaña
injusticia. Y nos volvemos a repetir ¡Qué dura es la vida! Sentimos que nuestra situación no podría ser peor y que nadie aguantaría tanto padecer… hasta que conocemos u oímos hablar de alguien que la pasa setenta y cuatro veces peor que nosotros, y pensamos en cómo puede una persona aguantar tanto y salir adelante. ¿Cómo demonios puede existir una persona con tanta fuerza de voluntad? No, no. No es posible. En mi caso, en reiteradas ocasiones, eché la culpa a la vida. Porque es dura, porque me juega sucio, porque está llena de crueldad. Pero cuando la vida es buena, sonriente, macanuda, no le doy un puto crédito al estilo ¡qué blanda es la vida! ¿Sabés por qué? Porque la vida no tiene consistencia, Mercedes. A todo el mundo le ocurren desgracias, todos se golpean el dedo chiquito del pie con un mueble, a todos se nos acaba el papel en el momento menos oportuno o se nos escapa un gas en la sala de espera del dentista y alguien se da cuenta quién fue. Por no mencionar desgracias mayores. El secreto está en no dejarse abatir por situaciones poco placenteras. El sufrir está bien; llorar, descargarse, putear, echar la culpa a Perenganito, deprimirse escuchando algún hit de Sin Bandera, canalizar la ira o el enojo haciendo crochet u origami. Listo. La cicatriz quedará por siempre en nuestros corazones, pero ante tantas pequeñas maravillas diarias –y no quiero sonar tan Paulo Coelho, pero es cierto-, no es justo para uno mismo rendirse frente al dolor. Arriba los corazones, que la vida nos quiere, la vida es compinche, la vida no es dura. Los blandos somos nosotros.
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Aline Gut.
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Nos conocimos hace seis años. Yo me había separado y no quería conocer a nadie, estaba feliz con mi libertad. Él insistía por msn: “vamos a tomar algo?”, como si supiese lo que iba a venir después. Los dos trabajábamos en un gris call center, que dejó en mi vida muchos amigos, buenos momentos, muchas risas, salidas y el gusto por trabajar de noche. Yo hacía terapia. Un día la terapeuta me pregunto porque no salía con él, “porque es para problemas, trabajamos en el mismo lugar, después si no funciona...” le aclare, tratando de que me diga una vez en la vida, que tenía razón. Pero no. Teresita, a quién llamo así como una ironía ya que es la terapeuta mas contundente, despiadada y mortífera que he
conocido, me respondió “bueno, hay problemas que pueden ser interesantes de resolver. Por hoy dejamos acá” . Y así, cerrando siempre la sesión con la ultima palabra, abrió la puerta para que me vaya. “Hoy es mi cumpleaños”, me dijo a los pocos días, “vamos a tomar algo?” . Le dije que no, que seguro él tenía amigos con quienes ir a tomar algo. Me dijo que era un día de semana, estaban todos ocupados. Igual le dije que no. No le creí. Salí del trabajo a las doce de la noche, como todos los días, crucé la calle y en el triángulo que forman Viamonte y 25 de Mayo paré a esperar el colectivo. Salí cinco minutos tarde y perdí el que tomaba siempre. Mientras esperaba el próximo lo vi salir. Iba solo. Como en una comedia barata, la voz de Teresita hizo eco en mi cabeza “puede ser interesante” y crucé a decirle que me iba con él a tomar algo por su cumpleaños. Me miró sorprendido y nos fuimos.
Conocerlo le dio a esa vida otro color, la llenó de posibilidades y de improbabilidad. La llenó de eternas reflexiones filosóficas, de lecturas durante la madrugada, de desayunos que se sentían extraños pero familiares, de cafés, de discos de Jazz, de cigarrillos en el break del trabajo. Yo le enseñé todo lo que sabía de cine, él me enseño un poco mas de filosofía, literatura e idiomas. Buenos Aires tomó un aire misterioso y los viajes diarios en el Roca pasaban como un video de Radiohead. Cambiamos juntos pero seguimos siendo los mismos. Las personas no cambian, solo se vuelven mas como son (*).
(*) Anne rice, del Libro :Queen of theDamned.
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Geor Grosso. Es de naturaleza curiosa e investigadora. Una eterna buscadora. No se cansa de aprender, le gustan mucho los idiomas. Busca permanentemente excusas para ejercitar la escritura mientras se forma como periodista.
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Lectura de Verano
Cerati y yo. Nací en 1988. No fui de la generación que fue joven a la par de Soda Stereo. Mientras crecía no formó parte de la música que escuchaba mi mamá, y mi papá estaba convencido de que Cerati era un cheto. Hice mío su gran aporte solista y poco a poco llegue a la banda que le abrió las puertas de Latinoamérica a todo el rock nacional que vino después. No sé que tenía, además de una pasión desbordante por la música. Quizás haya sido eso y nada más, después de todo no se llega a ser quién fue sin pasión corriéndote por las venas. Su música me interpelaba fuerte: se me metía dentro, interactuaba con mi biología entera y después no volvía a ser la misma. Mis oídos me hicieron entender que mi curiosidad entera tenía que prestarle atención cuando editó “Ahí Vamos”. Antes de ese gran disco, no había encontrado del todo interesante la música nacional, ni me había sentido identificada con las guitarras eléctricas del rock. Pero, me sentí libre de prejuicio alguno con “La excepción”. Estaba claro, tenía que ir por más. Luego me empezó a suceder algo mágico con “Me quedo aquí”, y durante estos cuatro años y algunos meses que estuvo dormido me emocioné y sorprendí con la determinación con la que cantaba: “No me voy, me quedo aquí” Sentí pena cada vez que sonaba “A veces no puedo con la soledad” y ternura con “Sos el paisaje más soñado” en Lago en el cielo y poco a poco fui entendiendo que el “Lenguaje
era otra piel”. Ese disco fue un pasaporte a descubrir otros discos… Poco a poco fui llegando a su “Amor Amarillo”, sus “Canciones elegidas”, su “Bocanada” y a su “Siempre es Hoy”. Incluso pude darme cuenta que Soda era bastante más que sólo “Música ligera”. Comprendí lo importante que era para mi propio proceso creativo- el de tratar de unir de manera armoniosa las palabras- ese mediodía lluvioso mientras los medios anunciaban que el día de su partida física había llegado. Recordé en ese momento, el día que necesitaba poner en palabras algunas cosas y no podía encontrarle la vuelta hasta que escuché “Puente” y conseguí mi texto. Pero sobre todo, porque me dejaba en un lugar de emoción extrema y era ahí cuando las palabras fluían seguras y livianas acomodándose a lo que necesitaba expresar. No tenía posters, ni su discografía entera, ni había podido verlo en vivo; pero lloré al darme cuenta de que lo más triste de todo no era su muerte en sí, sino el darnos cuenta de que se nos murió la esperanza de que un día despertara. Va a continuar entre nosotros, no tengo duda, muchos más van a querer seguir musicalizando sus vidas con su obra y van a recordarlo sonriendo agradecidos de la misma manera que lo voy a hacer yo cada día de mi vida llenando mi casa con su arte. Frente a la certeza de su muerte, se me dio por reflexionar sobre la música. Cómo hace trascender a los que la hacen y a los que la escuchamos. Es ahí donde se genera una comunión entre las dos partes, generando así un lazo irrompible, inconsciente-sobre todo para el que la hace- que no puede ser tocado por el paso del tiempo. Curioso poder,
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que surge de la combinaci贸n de siete notas, logra meterse por nuestros o铆dos, recorrernos el cuerpo, tocarnos el alma y hacer latir nuestros corazones.
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Pepita. Le encanta sacar fotos, aprender cosas nuevas e inventar otras. Nunca la vas a encontrar en un gimnasio y pocas veces cocinando. Hizo este wallpaper para que te acompa単e en tu trabajo y espera que te guste :)
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Si te mor铆s de ganas de participar de alguna futura e insospechada edici贸n de Lectura de Verano, mandame un email con tu textito o fotos o pieza de arrrrrrrte + retrato + mini bio!
seelvana@gmail.com
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