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Colaboradores
+ Anahí Flores + Brenda Fontán + Esteban Seimandi + Geor Grosso + Johanna Rambla + Leandro Suárez + Lucila Yañez + Luli Escalante + Martín Pato + Maxi Galín + Paula Siracusa + Augusto de la Serna + Mere Echagüe + Flor Luque + Paul Maril + Lupita Rolón
Intro Hemos hibernado. Es innegable. El frío retrasó la cocción de esta revista. Por fin está lista pero afuera hacen 20º C. Momento da loucura. Primer excusa: hablar de verano en invierno es confuso. Se me complicó el concept. Segunda excusa: somos argentinos, perdimos durante un mes -y en modo exponencial- la cabeza con el mundial. Por suerte. Así que ahora que no tenemos motivos albicelestes y es el frío quien hiberna, amanecemos radiantes, con cara de oso poco avispado, reciencito salido de la madriguera, con la marca de las sábanas en la cara, y en un movimiento desperezante te decimos “Hola, tomate los últimos tecitos de la temporada, con el calefa a mínimo de nuevo, o disfrutando los primeros soles de la printemp. Leenos, somos breves, estamos acá para entretenerte”.
Seelvana Baylac
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¡¡GRACIAAAAAAAS JOHANNNAAAAA!! La magnificent illustrator Johanna Rambla colaboró en esta entrega con los retratos de todos y cada uno de los escribas. Lo hizo por amor al arte y con una prontitud y voluntad des-ta-ca-ble. Por eso la amo para siempre y le debo un par de brindis. ¡Salud!
Johanna Rambla es del 87, es zurda, es fotógrafa, es estudiante de diseño gráfico y le gusta dibujar. Tiene 2 gatos, estudia acordeón y vive en Villa Urquiza. =)
www.cargocollective.com/shoshana
Brenda
Brenda coordina la sección de fotografía de una revista. Estudió periodismo, teatro, dramaturgia. Hizo y vivió de hacer y vender ropa muchos años hasta que entró en el mundo gráfico. Le encanta hacer manualidades (bordar, coser, tejer, armar, bla ble bli) y se dedica a iluminar. Vos fijate.
www.iluminadastres.com.ar
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Brenda
Siento Inestabilidad Emocional Sobre Todo cuando Anochece *en realidad la mayor parte del dĂa Ăşltimamente. a veces es muy bueno, otras no tanto.
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Brenda
Luuuuunesooootraaaaaveeeeeezzzzzz “Estoy en el lugar que quiero estar”, esta peli (Eterno resplandor...) y esa frase dice -hablatanto y tanto.
Imposible que todo sea color rosa, y en caso de que lo sea, ¿lo elegiríamos realmente?, yo no. Todo rosa no, paso. No lo creo, y se aprende bastante menos.
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Ilus para Efecto Bling!
Brenda
Bebolución Tal vez es un sentimiento común a todos los padres. o quizás lo sienten las mujeres. Otra posibilidad es que piré y se me plantó esto en la cabeza. Siento que criar un hijo (un futuro adulto) es una forma de hacer la revolución. Me da un toque de vergüenza que se rían, pero siento eso. Acompañar el crecimiento de una persona, me hace sentir que podemos o que es una forma de revolucionar la especie. Por la elección de las cosas que les mostrando y el cómo se las vamos presentando. Incluye la dedicación, las ganas, las formas y todos los verbos que estuvieron presentes (y ausentes) el lunes pasado en este mismo lugar. Ella (ellaellaella)
está absorbiendo con sus ojos y con su cuerpo entero constantemente todo. De a poco da señales de cómo procesa, cómo entiende, cómo se posiciona frente a cada situación sea linda o fea, No puedo parar de observarla. Ella, con su manera de (empezar a) ver la vida ya demuestra que todo puede cambiar. La revolución, su revolución, la empezó en mí -eso está claropero hace unas semanas me di cuenta que viene de onda expansiva, y no es chiste. Fue entonces cuando pensé que si todos estamos haciendo de a poco la revolución con cada crianza, no tenemos forma de perder.
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Esteban
Esteban Seimandi. 1 esposa, 2 hijas, 1 gato, 8 libros, 2 ĂĄrboles, 45 aĂąos. Publicitario, guionista, escritor, director de comerciales, autor de Proyecto Cartele y de algunos cuentos y novelas. Estate atento a www.proyectocartele.com que pronto va a sacar un nuevo libro.
elgatofenix.tumblr.com
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Cuando no tengo nombre.
nombre.
Una vez le preguntaron a una feminista por qué usaba el apellido de su marido. Ella respondió que todos los apellidos son apellidos de hombre. Y que, al menos, el de su marido era un apellido que ella sí había elegido.
Cuando nació mi primera hija, mi mujer y yo buscamos y rebuscamos nombres entre listas, libros, recuerdos, parientes y amigos. Queríamos un nombre original, simple, corto, que no terminara por transformarse en un apodo. Llegamos a su precioso nombre luego de tachar listas y listas. Hoy, que tiene algunos sobrenombres, siento que todo ese trabajo podría haberse reemplazado por mucho menos afanes, ya que ella igualmente lo hubiera llenado de todo su ser como lo hizo. Sería la misma dulce, suave, silenciosa e inteligente niña que es hoy. Y eso sería el sinónimo de su nombre, sea cual fuere. De hecho, su hermana menor heredó su nombre de alguna de las listas de la primogénita. Nos habíamos quedado con las ganas de ponerle el nombre que al final tuvo su hermana, como los vestidos y zapatos que también heredó. Pero, sin embargo, la menor llenó su nombre de tanta energía, histrionismo y gracia, que bien podría haberse llamado Mía o Chiara o algunos de esos nombres que yo nunca hubiera elegido. Y sé que también sería la persona que es hoy.
Llenamos los nombres con lo que somos. Mi hermano tiene dos nombres, uno por cada uno de sus abuelos. En casa siempre lo llamábamos por el segundo nombre, Antonio, bajo el apodo de Tonio. Así es su nombre en casa, Tonio. Pero fuera de casa, en el pueblo donde crecimos, sus amigos lo llamaban – y aún lo llaman – Chavo. En la adolescencia, ambos nos vinimos a Buenos Aires a estudiar y nos quedamos acá. Y a partir de ese momento, Tonio se transformó en Carlos o Carlitos entre sus compañeros de universidad. Y en el trabajo pasó a ser Charly. Tonio en casa, Chavo en el pueblo, Carlitos en la facultad y Charly en el trabajo. Y un solo apellido. Hoy cumple años y mi madre lo saludó a través de Facebook como Carlos Antonio SeimandiPayba. Le agregó el apellido materno, con justicia y derecho. Aunque en Argentina no se acostumbra demasiado. Pero es su apellido también. Y es un apellido raro, que se va a perder en nuestra familia, porque tanto los hijos de mis hermanos como mis hijas, no van a heredarlo. Sumamos nombres y restamos y repetimos y quitamos. Hace años estaba de moda tener tres nombres. En otra época, dos. Ahora, la mayoría de los chicos tiene un solo
Leí ayer una frase de C. S. Lewis que me gustó: No tenés alma, sos un alma. Tenés un cuerpo. Algo que también sucede con los nombres. No somos un nombre, apenas lo tenemos. Camus, en el Primer Hombre, desarrolla la idea de ser libre por no tener pasado. Qué le espera a un hombre cuyos antepasados fueron pre-
Esteban
sidentes, gobernadores o héroes. Sólo la decadencia. Qué le espera a alguien que se llame Elvis, sin ser Elvis Presley. Zapatos imposibles de llenar. Ser huérfano, sin pasado, sin antecedentes, sin historia, sin nombre, es una sensación de enorme libertad. Como decía Camus, ser el primer hombre. Poco importan los nombres. Soy Esteban para algunos. Seimandi para otros. Para dos o tres amigos del secundario soy Cocho. Para algunos compañeros de trabajo y para mi cuñado soy Sei. Para dos amigos muy específicos soy Chucho y para algunos soy Steve. Para otros soy Seimandor. En mi mente, soy la voz de mi padre diciéndome Estebancito, en los últimos días de su vida. Pero lo que más me gusta es cuando mi mujer me habla sin necesidad de llamarme de ningún modo. O cuando mis hijas usan una de las palabras genéricas más perfectas: Papi.
En ese momento, no hay millones de Papi en el mundo. Es una palabra solo mía. Mi mujer tiene un nombre que estaba de moda cuando nació. No tuvo nunca un aula en primaria, secundaria o universidad donde no hubiera otras amigas con el nombre Florencia. En ninguno de sus trabajos fue la única Florencia. Pero es Florencia para mí. O Flor. Pero ella es mucho más que eso. Es alguien sin nombre. Le digo Amor. O Amore. O Bombón. O Linda. O algún otra palabra que encuentre en la mitad de una frase. Y la mayoría de las veces no necesito nada. Es el tono con el que le hablo. Eso es suficiente para que ella y todos en casa sepan a quién le estoy hablando. Lo mismo sucede cuando ella me habla a mí. No tenemos nombres. No los necesitamos. La máxima individualización a la que podemos llegar es no tener nombre. No necesitarlo. Cuando alguien nos habla sin llamarnos, sin nombrarnos, estamos en casa.
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Augusto
Augusto de la Serna es porteño y conoció los tranvías. De chico soñó con ser marino, después se despertó. Es profesor. Los amigos y los libros lo pueden. Pasear a su perra es una excusa para recorrer las plazas de Buenos Aires. Es de Leo.
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Intervenciones La isla Leones regresó al estado salvaje cuando el último guardián de su faro la abandonó en 1968. La crónica perdió su nombre pero al partir este hombre, acostumbrado a la soledad, intervino el faro. “Si has perdonado, es que has dejado de amar” escribió en sus paredes. El faro parpadeó millones de veces por año, un guiño de luz cada diez segundos hasta que la serie se agotó en una cifra. Ahora es solo una estructura que recuerda el paso efímero del hombre cuya partida fue celebrada por la naturaleza. En unas pocas semanas pingüinos y lobos marinos ocuparon esa roca en el mar que les había sido arrebatada décadas atrás. Es suya ahora y no lo saben. Uno puede imaginar que así lucirá la tierra cuando el hombre se desvanezca algún día. El autor de la citaes un poeta de Viena, Arthur Schnitzler. La compleja tramaque llevó al viejo torrero a decirle a una mujer que no podía perdonar su ausencia no se puede conocer. …. Baterías es una antigua base naval en la costa argentina. Siete cañones alemanes Krupp – las siete baterías- fueron el origen de su nombre. Están emplazadas sobre severas fortalezas de roca que fueron construidas mirando al mar y que nunca conocieron el combate. Uno de estos recintos está abandonado, la naturaleza lo ha ido desgastando pero tiene aún siglos de silencio por delante mientras se agrieta.
Las santabárbaras donde se estibaba la munición están intervenidas. La mayoría son nombres propios de ocasionales curiosos. “Julio Roca de Sarandí, 2001 o Aquí estuvo Ernesto”. Una de éstas contrasta con el rigor militar del lugar. “El mejor lugar de la espada es el verso” escribió alguien en forma anónima eligiendo a Borges para protestar contra las armas hacia fines del siglo pasado. …. El hombre interviene el planeta a cada instante y cambia su significado. Tanto como puede hacerlo un hombre. Cada uno de esos actos es una crítica a la propiedad privada y una vindicación de lo público. Reprochada o exaltada, por unos y otros, toda intervención sobre la realidad es un desafío y una afirmación de lo individual. Lo único que Cristo dejo escrito fue una palabrasobre la arena y la borró antes que fuera leída por alguien humano. Ninguna de sus acciones fue casual, intervino como ningún otro sobre la realidad. El evangelista Juan – quien no fue testigo - da fe que lo hizo el día que pronunció uno de los versos más potentes de la Biblia, el que reza que quien esté libre de culpa arroje la primera piedra. ¿Qué intervención habrá sido la de Dios sobre la arena? Elijo imaginar que fue el nombre de una mujer, una manera de hablar del amor esencial. Le sumo un verso. Escribo tu nombre en la arena Y cambio el mundo. Imagino un instante que no soy tres sino uno Y caminamos junto a los mares que soñó mi padre.
Augusto
En la cruz buscarĂŠ tu rostro.
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Paula
Paula Siracusa tiene 24 años y es de muchas ciudades. Es tesista de la Licenciatura en Comunicación Social. Chocoadicta. Su día ideal: los pies sobre el pasto, el sol sobre la cara y en compañía del amor de su vida.
www.soytesista.blogspot.com
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Vacaciones: tesis intensa. Están todos onfire porque empezaron las vacaciones de invierno y repiten a cuanta persona ven: “¡Felices vacaciones!”. Pero, ¿de qué me están hablando? No sé, no entiendo a qué se refieren. El tesista es tesista siempre. La tesis no admite descanso ni distracciones hasta el día que sea entregada. ¡Que sea yaaaaa! Todos están preparando los bolsos para ir a visitar a los parientes a otras ciudades o para escapar de ellos a lugares remotos. Se están imaginando la manera desorbitante en la que van a dormir, hacer zapping y mirar películas, aunque sean las de Telefé... Pero eso sólo sucede en la vida real, en la de la gente afortunadamente normal. Pero los tesistas somos casi de otra especie, porque nos encontramos continuamente pensando en la metodología de nuestro proyecto de investigación, en esa palabra que no incluimos en los avances que le mandamos a nuestro director o, incluso, en la incesante espera de sus devoluciones. Y las vacaciones de invierno no califican como excusa para abandonar nuestro lugar. De hecho, creo que es una motivación para que nuestra situación se intensifique. Por supuesto que durante estas dos semanas no se para el mundo como pretexto de inspiración. Ya pasó el Mundial que paralizó al país y no sentí ninguna motivación para
escribir. Por lo tanto, sólo se mueve más lentamente y a nosotros nos parece que es el momento indicado para ponernos a escribir a full, cuando en realidad siempre fue el momento indicado, durante días hábiles y fines de semana, pero es lo que queremos creer. ¿Y si funciona? En realidad, no sé si va a funcionar, pero voy a poner lo mejor de mí, obvio. Capaz que el tiempo libre que disfrutan los otros me lleva por el mal camino de la imitación y decido irracionalmente “tomarme una semana”, pero lo dudo. No es que no quiera, lo deseo con todo mi corazón, como un frasco de kilo y medio de Nutella, pero mi carácter de tesista no me lo permitiría. Y menos mi director, quien justamente ayer me mandó veinte mil correcciones que debo hacerle a los avances que le mandé, así que no voy a poder escapar. De hecho, todas las indicaciones en color me motivan, porque, en cierto modo, tengo cosas que están bien y otras que necesitan revisarse. Lo que significa que estoy un casillero más cerca de la meta: terminar la tesis y entregarla, y por fin retomar el sentido que solían tener LAS VACACIONES. Me parece que el frío me va a mantener adentro de casa entre los apuntes y la compu. Así que no voy a tener excusa para ponerme a escribir... y de tomar chocolate con churros, ¡si no, no se puede!
Mere
Mere Echagüe es oriunda de Posadas, provincia de Misiones. Tiene 27 años y es fanática de helado de banana split. Es traductora de inglés y a veces juega a ser escritora. Sus objetos favoritos del mundo son la camisa roja -a la que le falta un botón- y el reloj que le regaló algún enamorado adolescente. Sus textos, en general, se basan en sueños que sueña cuando tiene sueño, en los seres animados o inanimados que se cruzan en su camino, o en situaciones que nada tienen de especial, salvo algún que otro detalle.
www.elbonsaidelaventana.blogspot.com.ar
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Josefina es un ángel Cuando duerme, Josefina es un ángel. Cuando no duerme, su repertorio es infinito. ¿Por dónde empiezo? Todas y cada una de las veces que voy al baño, haga lo que haga y tarde lo que tarde, ella me espera sentadita al lado de la puerta -del lado de afuera, claro- y me charla de cosas inimaginables. Es nuestra forma de entendernos. Por momentos se desorienta y entonces me llama desde donde esté para que la vaya a buscar. Y cuando la encuentro, me muerde la mano a modo de agradecimiento y sigue su odisea por todos los rincones de la casa. Cuando cocino, no la dejo sentarse en la mesada. Ella insiste, pero intento explicarle que ese no es un lugar apropiado para sentarse. Y entonces lo entiende, y se acomoda donde corresponde. Y de nuevo, me da charla. Cuando me siento a comer, ella quiere comer conmigo sobre la mesa. Le indico dónde está su plato y a veces hasta lo pongo cerca mío para que comamos juntas, pero no quiere. Quiere mi plato. Y con la leche no hay caso. No le gusta y no le gusta. Prefiere agua, y si es de la bañadera, mejor. Cuando terminamos de comer, es momento de la siesta obligada. Nos acomodamos las dos en la cama, prendemos la tele y miramos pavadas hasta quedarnos dormidas. Yo me levanto unos minutos después, ella se queda un ratito más soñando lo que se le canta. Cuando me siento a tejer, se pone insufrible. Es que, según me cuenta, yo no logro entenderlo, pero los
ovillos de lana son su peor enemigo. Y no le gusta que llamen más mi atención que ella, aunque sea por un rato. Entonces ni bien me sorprende tejiendo, debo abandonar mi actividad y retomarla cuando ella esté ocupada recolectando biromes de abajo del sofá, o alguna otra actividad extremadamente entretenida según su gusto personal. Cuando me acuesto a leer algo, ella se convierte en saltamontes. Recorre todo el espacio disponible dando brincos. A veces los acompaña con gritos, otras veces con carreras contra nadie, y otras veces su único objetivo es tirar cosas de los estantes, lo cual le permito hacer sólo porque su gran capacidad de elección es tan buena que sólo arroja objetos que no se rompen, con excepción del incidente del plato ayer por la noche. Cuando yo duermo, aprovecha para jugar con los objetos no permitidos, creyendo tal vez que al día siguiente yo no encontraría la evidencia de sus actos. Cuando por fin se digna a venir a dormir conmigo, se toma los primeros quince minutos de relax para masticarme los pies. Según dice, es una actividad bastante común entre los suyos, esto de masticar pies ajenos. Luego hacemos nuestro saludo de chocar narices y nos sumergimos ambas en un prolongado sueño. Claro que al otro día, temprano, aprovecha mi guardia baja para morderme la nariz, y es así que todos los días arrancan con nuestra siempre chistosa guerra de estornudos, seguida de interminables conversaciones con esta gran compañera temporal que se hospeda en mi morada. Cuando está despierta, las posibilidades son insospechables. Cada día es una nueva incógnita para
Mere
ambas. Pero cuando duerme, Josefina es un รกngel.
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Sí al amor, no a las batatas Puré de batatas, batatas al horno, dulce de batatas… afables tubérculos que, culinariamente hablando, funcionan muy bien en cuanta receta se los incluya. Pero quienes hemos sufrido –y lo seguiremos haciendo, porque la vida es asísabemos que las batatas en la vida cotidiana no son del todo dulces. En el arte de amar, el abatatamiento nos juega, a quienes lo sufrimos, una mala pasada. Pero, ¿qué es el abatatamiento? La RAE (Real Academia Española), en su sede cibernética, nos explica que el abatatamiento es la acción de abatatarse; y el abatatarse es apocarse, confundirse. No sólo en el arte de amar algunos padecemos de esto. Al rendir un examen, en una entrevista laboral o en tantos otros momentos medianamente importantes de nuestra vida. Algunos se abatatan más, otros se abatatan menos, dependiendo de la personalidad, los nervios, la situación. En mi experiencia, este estado es completamente manejable, casi siempre. Pero ni bien me descuido, miro hacia mi derecha y viene caminando con aires de canchero el flaco que tanto me gusta, que tantos besos le daría, que tan lindos ojos tiene, e inmediatamente me vuelvo idiota: mi cara se convierte en una verdadera batata, mis palabras sin sentido no hacen más que decir pelotudeces y mi risa sin motivo se entrecorta por los nervios. Intento pilotearla; pienso que si pude remontar un final oral y sacarme un 8 en la última materia de mi carrera, esta situación la salvo de taquito. No. Estoy perdida. La última vez que me pasó de estar en una situación de “gustar de alguien”, no sé de
dónde junté coraje y encaré. Y salió todo de maravillas. Y me sorprendí a mí misma. En una charla virtual con mi amigo personal M. (para no ponerlo en evidencia, mantendré su nombre en secreto), comentábamos sobre la situación de abatatarse en el momento menos indicado. Tenés a la chica que hace tanto tiempo te gusta en frente, y entre risas y cháchara se te ocurre la gran idea de decir ¿por qué no? Yo me mando, total… Pero no. No te mandás un carajo. Te quedás en el molde de nuevo con la cara de batata, la risa de idiota y la verborragia sin sentido. Listo. Dormiste. Ahora, a esperar otra situación de cháchara descontracturada para encontrar el instante preciso en que largás el Hola, me gustás. Y vuelve a no salir. Y puede pasar, porque me ha pasado, de que se queden adentro esas palabras. El eterno abatatamiento que le dicen, producto de nervios, temor al rechazo, timidez y cualquier otro ingrediente de gusto personal. Al pensarlo un poquito más a fondo, el riesgo, en realidad, no es tal. A lo sumo puede suceder que la persona responda un clarísimo y hasta socarrón ¡JAJAJA, me estás jodiendo! Lo bueno de dicha situación es que se puede remontar con Jaja, te creíste… Pero ya pasa a ser un caso perdido. Ahora, si la respuesta es positiva y alentadora, nos sacamos de encima una mochila de hipótesis pelotudas, y pasamos a lo besos, o lo que venga. De todas formas, es un riesgo que debemos correr. A levantar la frente, a no intimidarse, que nada puede ser tan grave. Sí al amor, señores, no a las batatas. Y si todo sale mal, siempre se puede ahogar el sufrimiento con un sabroso y humeante compañero, y bajonear con un suculento dulce
Mere
de batatas. Y a otra cosa mariposa.
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Si fuera el aire más espeso. Si fuera el aire mas espeso Y mis piernas más ligeras Como en sueños saltaría Y correría con tijeras. Si fuera el aire mas espeso Y tu escudo aún más blando Volaríamos riendo Sin preguntarnos cuándo. Si fuera el aire más espeso Nadaría en una nube Cargaría en mis manos un sueño Sueño azul que nunca tuve.
Si fuera el aire más espeso Me dormiría en el pasto Flotando caminaría Sin que me queme el asfalto. Si fuera el aire más espeso A cualquier lado me escaparía Sin siquiera que me busques Pues en el bolsillo En ese mismo bolsillo Que nos sirve de cama, De patio, De refugio, De cueva, De diván Y de abstracto lugar del que sólo nosotros estamos al tanto, Conmigo te llevaría.
Lupita
Lucila Rolón Lupita se llama Lucila, pero se cambió el nombre en Internet porque nunca nadie se lo acordaba. Lucía Luciana Ludmila Lucrecia, le decían. De Lupita, hasta ahora, no se olvida nadie. Y Lucía Luciana Ludmila Lucrecia aparecen sólo en sus textos. Para variar. La encontrás como @lupittar
santosimulador.tumblr.com
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Tres botellas. Había dos perritos. Ladraban sin parar, horas ladrando sin parar y nadie hacía nada. Nosotras nos dimos cuenta a eso de las nueve de la noche, cuando llegó Luli y dijo che, hay dos perros a los gritos afuera, parece que los están torturando ¿no escuchan? Sh, sh, escuchen. Pero no le hicimos caso, Paula le sacó el vino de las manos y se metió en la cocina, agarró el destapador y me lo dio. Abrilo vos que te sale precioso, me dijo. Nos sentamos las tres en el sillón grande. A la media hora llegó el delivery y nos peleamos para ver quién bajaba. Paula dijo que hagamos lo de siempre: la última que llega hereda las llaves y tiene que bajar a abrirle al que sigue, pero ninguna quería bajar y subir los seis pisos por la escalera. Estábamos en la casa de una amiga de Paula, así que Luli y yo le dijimos que ella tenía que bajar, pero al final tiramos una moneda y perdí. Llovía. Cuando volví, habían subido el volumen y una cantaba y la otra hacía que tocaba una guitarra. El vino se había acabado y fui a la cocina a buscar otro. Me gusta destapar vinos. Me gusta la atención que pongo en clavar bien el gancho en el corcho, prácticamente en el medio, no tan profundamente. Una vez que lo clavo se para el mundo: me acomodo de frente a la botella, fijo las piernas en el piso y con la mano izquierda sostengo el pico de vidrio para que no resbale mientras giro el destapador despacito, muy despacito hasta esconderlo casi todo adentro el corcho. Tres, cuatro, cinco vueltas le doy hasta que veo que entró y que es hora de
abrir la pinza del destapador, apoyarla contra el borde de la botella, con cuidado porque tiene que quedar a la distancia justa para hacer palanca dos, tres veces, nada más, y tirar y que el corcho salga. -Tengo treinta años y nunca pude destapar un vino. -Yo tampoco. -Tengo 31 años y no sé andar en bici sin manos. El próximo lo destapan juntas. Seguimos comiendo y hablando estupideces. Luli, de Julián; Paula, de su jefa; yo, de congelarme los óvulos el año que viene. Quisimos hacer una pausa para fumar y tuvimos que salir al balcón porque la dueña de casa no fuma. Hacía frío. La baranda estaba mojada por la lluvia. Los balcones de enfrente estaban a oscuras, todas las ventanas de alrededor estaban a oscuras menos nuestro departamento. Pero abajo había luz. Me asomé y miré la vereda brillosa. Las bolsas de basura todavía estaban ahí. -Cerrá un poco que hace frío. -Sí, no aguanto más, yo entro también. -¿Vamos a salir más tarde o no? Yo quería salir. Tenía franco al día siguiente, así que, esa era mi noche sin reloj. Propuse tres bares, Paula se entusiasmó
Lupita
enseguida. Luli, no. Guardé lo que sobró de sushi en la heladera y cambié la música. Puse el disco favorito de Luli. Hacía un mes que se había separado de Julián y esa tarde había ido a buscar lo último al departamento de Talcahuano. Le dijimos que la acompañábamos pero quiso ir sola. Cuando llegó a mi casa llena de bolsas tenía los ojos desarmados. Me baño y después voy, me dijo. Paula me apostó que no venía. Le gané cincuenta pesos. Vino número tres. Las intenciones de pensar dos veces antes de hacer cualquier cosa habían desaparecido. Quise ordenar un estante y tiré varios libros al suelo. Me agaché a juntarlos y me di la cabeza contra la punta de un escritorio. -¡Un clásico! ¡Eso te pasa hasta cuando no tomás! En talentos, anótale romper cosas, gritó Paula y, como si hubieran sido palabras mágicas, se me vino a la mente la lista de cosas que rompí en los últimos meses: tres pares de zapatos, una hornalla, decenas de vasos, el candado de la bici, el nebulizador, dos promesas, la cámara de fotos de mi hermana, un contrato de alquiler, el corazón de Damián y el mío. No veía bien, así que como no pude hacerlo alfabéticamente, ordené los libros por colores. Iba a ordenar todo el estante pero empezó a sonar mi canción preferida y me puse a bailar. Luli trataba de cantar conmigo pero no modulaba y
Paula la cargaba, se reía a los gritos. Cuando notó que se iba a poner a llorar salió corriendo para el baño. En el segundo en que quedó sola, parada sin gracia en el medio del comedor, Luli se zambulló en su cartera para agarrar el celular. Se cayó contra el borde del sillón pero lo agarró. Desde el piso trataba de apretar Send. -¿A quién llamás? ¡A quién llamás, Luciana! ¡Soltá ese teléfono! A Luli le temblaban las manos. Yo no tenía reflejos para arrancárselo. Paula gritaba desde el baño ¡cortá o te lo tiro al inodoro, Luciana, voy a salir en tres segundos! -Dame el teléfono, amiga. Por favor. Me lo dio. Estiró los brazos y la ayudé a levantarse. Le di un abrazo pero, de repente, la que quería llorar era yo. Nos sentamos en el piso con Paula, que había desplegado su kit completo de maquillajes: lápices de labio, rubores, brochas, delineadores líquidos, pestañas postizas, pegamento, rímel azul, plateado y negro. -Trame ese espejo pero no lo rompas. Luli no decía nada pero tomaba más vino. -Te voy a dejar preciosa, vas a ver. Ya sos preciosa, amiga, pero hoy te voy a pintar como si fueras Kate Moss, los ojos
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Luli cerró los ojos. Paula iba relatando el paso a paso.
mos un estallido y nos miramos. Venía de afuera. ¡Corré, hijo de puta! ¡Mejor corré!, la voz de un hombre subía hasta el balcón. Y otro estallido.
-Primero, el corrector. Tenemos que tapar bien esas ojeras.
-¡Qué pasa, chicas! ¡Qué está pasando!
Le pasaba la yema de los dedos por el contorno de los ojos con ternura. Desde la nariz hacia afuera, iba estirando el corrector hasta formar una capa prolija y uniforme color piel.
Miré para abajo y el de seguridad del edificio de enfrente cerraba la puerta de un portazo. ¡Sorete, la concha de tu madre!, escuchamos más gritos.
-No te duermas, eh.
-¡Se pudrió todo abajo!
Paula intentaba hacerle chistes. ¡Después me pintás a mí!, le dije, bueno, pero a vos te cobro cincuenta pesos, me dijo. Nos reímos. Luli no nos vio. Seguía con los ojos cerrados. La veía tan quieta y delicada, sentadita en el piso como un pájaro embalsamado, un colibrí, un pájaro lindo y chiquito pero seco y duro. Así que, así es como me veía el mundo hace un par de meses, pensé. Me paré y fui fumar al balcón.
Un chico saltó de una moto y salió corriendo. La moto quedó tirada, en marcha, en el medio de la calle. Vi un revólver en el piso.
-¿Me das?
Otro estallido. Las tres reaccionamos al mismo tiempo. Luli se tiró arriba de Paula y yo salté atrás del sillón.
de Kate Moss te voy a hacer, cerralos un poquito.
Luli salió en remerita y le dio varias pitadas seguidas sin tragar el humo. Después se apoyó contra la pared. Tenía los ojos chinos. Muy bien pintados pero hundidos, como si no existieran. Paula la vio a punto de refregárselos y casi la mata. Todavía me falta pintarte los labios, le dijo, y empezó a probarse colores en la palma de la mano. Lo que pasó después fue cuestión de segundos. Escucha-
-¡¿Qué pasa, por Dios?! -¡Entrá! ¡Entrá!
-¡Son tiros, boluda! ¡Están disparando! -¡Bajá la persiana! Me gritaban a mí, yo estaba más cerca que ellas. Me paré de un salto y tiré la lámpara de pie, que cayó sobre la mesa ratona y rompió dos copas de vino. Luli y Paula pegaron un
Lupita
grito y se taparon la cabeza. -¡Fui yo! ¡Fui yo! -¡Dale, boluda, bajá la persiana! -¡Bajala! ¡Bajala! Abajo gritaban ¡Basta! Otro estallido. Luli pateó los maquillajes de Paula, Paula se arrastró por el piso hasta la mesa grande. ¡Dónde estás, negro de mierda! ¡Te voy a matar! Me colgué de la soga de la persiana y traté de bajarla. En esos segundos, con la mente en blanco y el cuerpo flojo pensé
¿y si me dan a mí? Cerré los ojos. La soga me quemó las manos. -¡No puedo creer! ¡Se están cagando a tiros! Me tiré de nuevo atrás del sillón. -¡Cuidado con los vidrios! Hicimos silencio. Nos quedamos las tres quietas no sé por cuánto tiempo. Luli y Paula eran la escultura de un abrazo sin cabezas. Yo estiré las piernas y las toqué con mis pies. Afuera los perros seguían ladrando.
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Lucila
Lucila Ya単ez es guionista, redactora, cofundadora de la editorial Bigote Falso y piba buena.
www.facebook.com/BigoteFalso
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Hombre de las mil pecas Había algo extraño en él. Lo supo en cuanto lo vio. La disposición de sus pecas era sumamente excéntrica, todas y cada una de ellas se ubicaban sobre su piel de manera estratégica. Y no sólo eso. Eran manchas diminutas. Diminutas y combativas. Se concentraban extrañamente por sectores; era evidente que tenían un mensaje para dar, una sentencia insolente. Ella las recorrió pausadamente con sus descreídos dedos. Ahí estaban. Tan auténticas, tan impertinentes. Él le advirtió que no era nada personal. Ella no pudo evitar sentirse ridiculizada. No era capaz de soportar semejante sarcasmo.
Analizó la máxima que aquellas díscolas pintitas enunciaban. Esas ínfimas marcas que en cualquier niño resultan adorables, en aquel muchacho se mostraban perturbadoras. Para su sorpresa el pecho de ese misterioso hombre estaba poblado por cientos de pecas que, de manera explícita y organizada, articulaban la vulgar y tan conocida frase “Puto el que lee”. Sin dudarlo le abotonó la camisa, no estaba dispuesta a leerlo de nuevo. Fue suficiente con aquella única vez. Bien podía decirse que no era un simple preconcepto. Era la verdad más absoluta. Ya lo había confirmado. De hecho, lo supo en cuanto lo vio. Había algo extraño en él.
Geor
Geor Grosso es de naturaleza curiosa e investigadora. Una eterna buscadora. No se cansa de aprender, le gustan muchos los idiomas. Busca permanentemente excusas para ejercitar la escritura mientras se forma como periodista.
www.allmyhappiness.blogspot.com.ar
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Algunas veces me canso de escuchar a mí hermana decir lo mismo: “Odio el invierno”. Yo la escucho, me rio y le respondo que es genial, pero no lo entiende y me remata con una pregunta: “¿Qué puede tener el invierno de genial?” Entonces me quedo pensando, y puedo concluir lo siguiente: Tal vez todo haya empezado de niña, en las tardes de vacaciones en la plaza cerca de la casa de mis abuelos, con campera, bufanda roja larguísima y gorro, que solo dejaban que sintiera frío mi nariz. Pero sobre todo porque la preocupación más grande era, a la vez la mayor alegría: ganar la sortija de la calesita. Podía jugar con el tapado de piel sintética marrón de mi mamá, que muy pocas veces le vi puesto, sin tener calor. La chocolatada siempre fue más rica caliente, y en verano hacía mucho calor para disfrutarla en la versión que más me gustaba. Las siestas en esta estación del año siempre eran de verdad-en verano siempre me hacía la dormida para pasar la hora de más sol haciendo algo para luego poder ir a la pileta-. Ahora de grande me gustan otras cosas, como observar las cosas que pasan en mi casa mientras la naturaleza
está dormida. Entonces me doy cuenta de que: A las cuatro de la tarde la invade la luz dorada. Hay habitaciones que sufren porque no les llega a todas por igual el calor de la estufa. Los perros hacen siempre el mismo recorrido, del sillón verde a la estufa y de la estufa al sillón verde. Las pocas hojas de los árboles que quedan, medio amarillas, medio marrones, le juegan otro round a la muerte. La mejor parte se la lleva la cocina: el invierno tiene la comida más rica de las cuatro estaciones. Sopas, guisos, polenta. El horno siempre prendido. Siempre es momento para merendar con torta. Las siestas-re significadas a esta altura de la vida- parecen eternas debajo de la frazada azul francia y la manta de crochet. Tu brazo rodea mi cuerpo, siento tu respiración cerca de mi oído, nos volvemos a tapar y nos quedamos ahí hasta pasadas las seis. Entonces repaso para no olvidarme de ningún recuerdo u observación y sigo pensando lo mismo, el invierno es genial, aunque a mi hermana le cueste entenderlo.
Flor
Flor Luque es pareja, madre, amiga, hija y laburante de una manera bastante profesional. Cocina, saca fotos, decora y escribe de una manera bastante amateur. De todo disfruta, o al menos eso intenta.
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Ver sin Ver No sé que sintieron los espectadores que vieron la primer presentación de los hermanos Lumiere. Tampoco sé que sentí yo la primera vez que fui al cine, o leí un libro o fui a un recital. Pero la primera vez que fui a ver Teatro Ciego me la acuerdo perfecto. Incomodidad. Expectativas. Asombro. Magia. No es que me interese particularmente la vanguardia cultural ni la modernidad artística, aunque sí puedo ser bastante curiosa. Me acuerdo que leí sobre un espectáculo hecho por ciegos, súper experimental, con unas pocas funciones para pocos espectadores, para las que había que sacar entradas con mucha anticipación. Y como en ese momento empezaba a noviar con Esteban, que sí era (es) un tipo curioso, informado y culto, creí que era buena manera de sumar un poroto. Así fue que saqué entradas, cuatro, para un mes después. Llegamos con una pareja amiga al viejo Konex en calle Córdoba y un señor ciego nos explicó que la obra era completamente a oscuras, que no podíamos tener nada que ilumine (no reloj, no celular) y que si tenías claustrofobia era mejor no entrar. Pero que si decidías entrar igual y te dabas cuenta que no estabas cómodo ahí sólo tenías que susurrar su nombre e inmediatamente te sacaba de la sala. Dicho esto, fuimos entrando en grupos de a pocos, en fila india agarrada del hombro de alguien delante mío y guiando a alguien que se agarraba de mí. Todos en fila como en el colegio cuando pedían ¨distancia¨. Entramos
a un lugar tan oscuro como nada que haya visto antes. Jamás de los jamases. No había un reflejo, una sombra, nada. Nos dijeron que el piso era liso, que no había desniveles ni pozos ni nada que nos haga tropezar. Igual caminaba despacio, adelantado de a poco cada pie, aunque obligada a seguir el paso de mi guía. En algún momento llegué a mi asiento. Me senté. Una silla un poco dura, incómoda. O quizás era yo la que estaba incómoda sin poder ser totalmente yo, porque yo veo y ahí no. Palpé. Toqué. Con las manos, con los pies. Traté de imaginar dónde estaba. Si era un lugar grande o chico. Cuántos éramos ahí. Qué iba a pasar, y cómo. Risas nerviosas, propias y ajenas. Murmullos. La negrura es tremenda. No puedo dejar de pensar en la gente que vive así, sin ver. Me angustio pero a la vez relajo sabiendo que es algo momentáneo. Que si digo despacito ¨quiero salir¨ vuelvo al mundo que conozco. Qué injusto. El murmullo es cada vez mas fuerte. Todos estamos incómodos. El murmullo es un poco como el del cine, con la diferencia que ahí las voces se van apagando junto con las luces porque esa es la señal de que la película va a empezar. Pero ¿y acá? ¿Cómo sabemos? No se apaga la luz, no hay títulos, no hay telón ni actores entrando en escena. Hasta que empieza. Wow. Requetewow. Pasaron 12 años y la obra, La Isla Desierta (de Roberto Arlt) sigue en escena. Ahora en Ciudad Cultural Konex. La misma obra y muchos de los mismos actores. No se la pierdan. Posta.
Leandro
@LeandroSuarez Eeehhh coso
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La miel Pamela, tu nombre significa “Llena de miel” y yo aborrezco la miel. Sonrio como un tonto porque pienso que esto no tiene sentido, ya que me doy cuenta que hay mil cosas que si me gustan de vos: tu sonrisa, tu buen humor, tu simpatía, tus ojos, tu alegría, tu tristeza, tu risa, tu llanto, tu preocupación ante todo, tu pantalón rojo ¿como no te das cuenta que te queda tan bien?, tus: “¿comiste?; ¿llegaste?; tenés que dormir; tratame bien; tengo hambre; tengo sueño” y me generas ternura y me alegrás, hasta tu mal humor me encanta, me haces reír, te vas, volvés. Y quiero que me hables y no lo haces ó me hablas mucho y quiero que no te calles. También podemos hablar de mis celos, esos que siento cuando te miran o te hablan, esos celos que me doy cuenta que no quiero tener, me enojo conmigo y con todos y empieza una guerra en mi cabeza. Empiezo a matar a esas personas telepáticamente, con furia, con rabia... pero de pronto mi cabeza reacciona, me doy cuenta que no es una película de mutantes y que solamente estoy escribiendo unas líneas en un papel blanco. Que me tengo que serenar, pero no puedo, siento celos nueva-
mente. Te molesta y a mi me molesta que a vos te moleste, discutimos por eso, peleamos, parecemos nenes de 11 y 6 como esa canción del pelotudo de Fito Paez. Dejamos de hablar y cuando no me hablás escucho como el corazón hace ese ruido horrible, el que hace un papel todo estrujado, ese gastado, ese que no podés usar para escribir ni siquiera un Te odio, ese que tirás al tacho de basura porque ya no sirve. Ese ruido molesto que escuchás cuando pasan una tiza fuerte por un pizzarón crujiendo. Ese ruido, si hicieras silencio lo escucharías, pero sos caprichosa y nunca querés hacer nada, dejá. Y entonces eso me genera rabia, todo tiene sentido ahora, ya que me doy cuenta que hay mil cosas que no me gustan de vos: tu sonrisa, tu buen humor, tu simpatía, tus ojos, tu alegría, tu tristeza, tu risa, tu llanto, tu preocupación ante todo, tu pantalón rojo ¿como no te das cuenta que te queda tan mal?, tus: “¿comiste?; ¿llegaste?; tenés que dormir; tratame bien; tengo hambre; tengo sueño” y no me generás ternura y no me alegrás, me ponés de mal humor y me repugna, no me haces reír, te vas y quiero que no vuelvas. Y quiero que no me hables y lo hacés o me hablás mucho y quiero que te calles. Entonces me doy cuenta que te empiezo a extrañar. Me voy a acostar sin comer, escribo algo en un blog, me duermo. El sol pega en la ventana, otro día de mierda comienza... claramente despierto de mal humor, hace frío, bostezo, me lavo la cara, tengo hambre, me dispongo a desayunar, agarro una tostada y veo sobre la mesa la miel... y sonrío como un tonto porque recuerdo que aborrezco la miel.
Anahí
Anahí Flores escribe casi todos los martes en “La lectora en la ciudad”. Es egresada de la carrera de escritura creativa en Casa de Letras (2010). Sus libros publicados son: los cuentos “Todo lo que Roberta quiere” (Textos Intrusos, 2013), el poemario “Catalinas Sur” (Eloisa Cartonera, Buenos Aires, 2012) y “Limericks cariocas” (CakiBooks Editora, Rio de Janeiro, 2011). También tiene dos plaquetas: “Boomerangs”, plaqueta que salió con la revista Letra Clara (Granada, 1998) y “La plaza“ (una serie de cuatro poemas), de Paisanita Editora (2013). Entre 2003 y 2010, publicó seis libros sobre la filosofía del
Yôga, en Brasil y Argentina. Algunos de sus cuentos y poemas aparecen en antologías o recibieron premios y menciones en: Argentina, Brasil, México, España, Perú y República Checa. Hizo o hace reseñas de libros para El Planeta Urbano, Esencia Patagonia, CatamarcaPress, Revista Limonada, TrashWedd Magazine, Comunidad del trueque y El almacén de libros. En este momento está revisando “Láctea”, su primera nouvelle y la serie de poemas “Se durmió”.
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Un pedazo de mar Desde que descubrió que la bañadera de su casa no es sólo una bañadera, Sofi hace todo lo posible por esquivar la hora del baño. Porque parecerá una bañadera pero, adentro, uno se encuentra con olas, peces, pulpos y otros bichos marinos. Hay que tomar coraje antes de meterse. No es cosa que uno quiera hacer todos los días. Cuando el baño toca con la abuela, no reclama: entra al agua, esquiva una ola y se sienta en su pequeño barco. Desde la proa, Sofi ve a su abuela que la saluda, agitando la toalla como si fuera un pañuelo blanco y estuvieran, las dos, en una película antigua. Sofi zarpa mientras la abuela canta:
La bañadera de casa es un pedazo de mar. Yo navego en mi barcaza cuando me voy a bañar. La primera estrofa de la canción se escucha clarita. Pero a medida que el barco se aleja de la costa, el sonido de las olas y las gaviotas es más fuerte que la voz y Sofi no llega a entender cómo sigue. Por eso decidió que hoy, sólo por hoy, no va a alejarse. Se quedará cerca de la orilla y descubrirá el resto de la letra. Es el momento de entrar al agua, esta tarde parece que el mar está calmo: no hay olas ni gaviotas. Pero ¿qué hace la abuela? ¿por qué justo hoy no canta? ¿por qué le está pasando la esponja con jabón como si estuviera en una simple, vulgar y común bañadera?
...
Anahí
Copacabana Las olas eran tan pequeñas que parecían caricias del agua. Sofi, a upa de su tía Mel, subía y bajaba con cada ondulación del mar. ¿Mel haría pie? Prefería no preguntarle. A lo lejos, se veía la costa con los edificios iluminados. Era de noche. Las dos cantaban una canción que Sofi jamás había escuchado. Sin embargo, era como si la conociera desde siempre.
Una ola me llevó a nadar en mar abierto y luego me devolvió… ¿a la orilla? No me acuerdo. El olor a mar se desprendía del agua y podía verse, como una nube blanca. Sofi sintió cómo la nube se le metía por la nariz, iba directo a los pulmones y la refrescaba. Esa niebla se llama maresía, le explicó Mel. Un barco pequeño, del tamaño de una cama, pasó a pocos metros de ellas. En el barco o la cama iba su tío. Iba tocando una música en el acordeón. -¿Quieren que las acerque hasta la playa? Ya es tarde –dijo. Los tres navegaron y navegaron, hasta que mamá la sacó a Sofi de la bañadera. Era hora de comer e ir a dormir.
Ambos pertenecen al libro inédito “Las cuatro estaciones de Sofía”.
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Maxi
Maxi Galin es psicodramatista, periodista, comunicador integral, hincha de Independiente, apasionado del teatro y del helado de limón (al agua, no a la crema). Ser multifacético, actualmente estudia dramaturgia con Javier Daulte, dirección de actores en el CELCIT (Centro de Estudios Latinoamericano de Creación e Investigación Teatral) y técnicas de actuación.
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Un sueño despierto Me levanto y estoy en un cuarto, grande, imponente, donde se reunirán los jefes de gobierno y militares de todos los países del mundo. Mesa semiredonda, con ramificaciones que dan espacio a cada uno, como los rayos de un sol. Y se hacen presentes los líderes. Cada uno está representado por un hombre con la vestimenta oficial, medallas en su chaqueta y al lado una bala que los acompaña, cuyo tamaño decide la potencia de cada país para hablar y hacer valer su opinión. Van pasando, miran los cartelitos de sus respectivos Estados y toman asiento. Cada cual habla en su idioma, y parecen entenderse los unos a los otros, con la salvedad de que no llegan a un acuerdo jamás. Se paran, algunos muestran más sus dotes armamentísticos, otros se refugian en la diplomacia lingüística, en la lógica y el sentido común, pero la cuestión es que no tienen pensado ponerse de acuerdo en lo que deben decidir. Las energías disponibles de cada país del planeta pueden verse en una pantalla, algunos con batería baja tras hablar mucho sin conseguir adeptos, otros que al tener más grande su bala simbólica se creen, con vehemencia, que tienen más poder para sentenciar. Ahí me paro, y trato llamarles la atención. Hacer mi aporte, mi granito de arena. Pero no me ven. Siguen hablando, me convierto en un fantasma que pulula por la oficina hecha
mega estudio de producción de mundo, donde parece que se decide el destino del planeta, pero no se está hablando de nada serio. - ¡Acá no van a decidir nada! –empiezo a gritar como un desaforado, mientras me creo arrastrado por guardias de seguridad que me impiden decirlo y la verdad es que nadie me ve, directamente. Soy transparente. Me saco. Creo entender que entre lo que esa gente muy bien vestida se dijera no cambiará nada, no es que se está jugando la vida de nadie allí. Y ahí, en esa creencia, se apaga todo. Negro. Apagón. Aparezco durmiendo, en un colchón junto al baño de un patio de comidas. Camino entre desconcertado y cuidando mis pertenencias, que quedan atrás tras pensar que nadie las tocará porque no van a revolver en los andrajos de un linyera que recién se levanta. Sigo caminando hasta el patio central. Un techo todo de vidrio redondeado, tipo una bola de Epcot o el Planetario, y las mesas corridas a un costado para sentarse en el suelo y ver una pantalla gigante que muestra “los resultados”. La gente se está enterando, como quienes miran la final de un mundial de fútbol en un cine, cómo se desarrolla la reunión en la que había estado espiando. Siguen el cabeza a cabeza en las estadísticas publicadas con la fuerza de la comunicación mediática para todo oído
Maxi
que se preste. Y el mundo está ahí, consumiendo en vivo y en directo lo que allí dentro pasa.
ahí, porque no tienen interés que eso pase. Que el cambio tiene que venir de cada uno.
Me despabilo al toque. Ofuscado, me digo que les transmitiría a todos lo que vi. Me paro frente a la pantalla, como quien tapa la tele del living familiar para llamar la atención y anunciar algo. Mi figura abarca lo mismo que dos o tres pixels de la pantalla en su totalidad, me siento un punto en el planeta mismo.
Se nubla mi visión. Nuevamente paso a integrar la nada, el espacio fantasmagórico en donde estamos en el lugar pero sólo para ser contemplado, analizado, desgranado, sin intervenir, por más que gritemos, lloremos o pataleemos. Estás afuera. Y de entre las caras nubladas como un blur de televisión para no saber quién se oculta detrás de esa imagen, sale una figura más nítida. De una gran funda neblinosa que ocupa el llano, se empieza a desprender, como una oruga al querer ser mariposa, una persona que me invita a olvidarme de lo que les estoy queriendo mostrar a la teleplatea, al espectador, a la audiencia, y a que saliésemos a correr alrededor, a los saltos, alegremente; en movimiento ascendente, sin darnos cuenta, como una espiral, que supera la instancia relevante del más acá que vive en su día a día la gente, que les ocupa y hasta preocupa, pero los aísla de eso que está más allá, y que no todos quieren enterarse de su existencia.
“Gente, vengo de estar ahí, no van a decidir nada, están hablando temas teóricos y de buena verba pero no conducentes, no quieren llegar a un acuerdo, no es lo que les interesa”, llego a esbozar, para arrancar y sentirme encolumnado con la verdad que vengo a revelarles. Silencio por un rato en los que llegaron a escucharme, sin micrófono alguno, en semejante espacio envolvente. Vuelta al ruedo con el grito del conductor de turno que anuncia un “giro de los Estados Unidos -del Río de la Plata, de América, de Latinoamérica, del planeta tierra- en su diplomacia en la búsqueda del cambio y el bien común”. Me indigno. Apelo a lo más llamativo que podría hacer para no perder la atención que se empieza a dispersar nuevamente. Me pongo en bolas y a gritar. La gente se queda mirando entre sorprendida y espantada, y les explico que allí adentro las autoridades del mundo están reunidas, pero que no va a salir nada relevante de
Si cada cual viviera a conciencia no existiría el mundo de la industria armamentista, ni la farmacéutica, ni infinidad de cosas pensadas para protegerse del mal, pienso. Pero no es del mundo de los imposibles que quiero hablar, para eso buscaré otra rima. En lo concreto, salió ella de entre la multitud a hacerme olvidar por un rato el interés por transmitir lo que pienso y creo, apenas si me dijo “vení, vamos” y se largó a volar, a
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ver si la seguía, estirando la mano, invitando a ir. Y ahí se acabó. Se fue. Más que como un final feliz, de esos que la cámara sube y se pierde en una imprecisión, fue como un apagón, de esos que sorprenden en el momento
menos oportuno y hace que al instante estemos pensando dónde hay velas o alguna luz con la cual iluminarnos. A ver qué toca ahora. Acá estamos, poniendo la carita, a la cruel realidad.
Seelvana
Seelvana soy yo. Dibujo bocha. EstrenĂŠ web. Masomenos.
www.seelvana.com.ar
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Pequeño salvavidas cotidiano. Con una libreta, lápiz, goma y marcadores me obligo a ver qué pequeñas pavadas me salvan la vida.
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Luli Escalante es Diseñadora de Indumentaria, Emprendedora, mamá de Benja y aficionada a muchas cosas. Deseosa de gustarles, en su blog comparte su trabajo, artistas que valen la pena conocer, estilos, blogs que la enloquecen, fotografías, cosas ricas, buena música y sus habilidades mediante ataques “handmade”!
www.muyluli.blogspot.com.ar
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Si cliqueás en el link, aparte de todas éstas cálidas fotos, Luli te toca un tema. https://soundcloud.com/luli-escalante/fragmento-de-marea 71
Martín
Martín Pato es el antibío. Si querés saber de él, googlealo.
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Ceci volviendo del laburo Ceci salió media hora antes de su trabajo de tiempo medio como asistente en una productora de cine y TV. Su clase de yoga comenzaba a las 18hs y el reloj del celular le marcaba las 16:30. Con una peculiar ansiedad, ese día no pudo esperar sentada en algún zaguán de la cuadra del instituto, tal vez leyendo, a que se haga la hora de la clase. Se sentía muy abrumada, más de lo habitual. Su novio al que, dicho sea de paso, considera bastante insensible y poco tolerante a estos arrebatos ansiosos que cada tanto la toman por completo, iba a estar en el departamento que alquilan conjuntamente cuando ella llegara. Por eso, con más razón todavía, necesitaba despejarse un poco para poder volver a tener interacciones humanas relativamente normales. Combinaba una especie de ansiedad paralizante, consecuencia de pensamientos contradictorios que se sucedían unos a otros, con una tensión sexual que no entendía bien de donde venía, pero aun así, la podía reconocer con claridad. Pensó que masturbarse la hubiera ayudado a tranquilizarse y a estabilizar el flujo de energía y pensamientos caóticos que la desbordaban, como una forma conocida o un hábito para evadir sensaciones momentáneas que no le gustan y que no comprende del todo. Pero no, estaba volviendo del laburo caminando hacia su casa y esa no era un opción posible. Paso tras paso se repetía mentalmente “ yo puedo con
esto y soy capaz de conquistar lo trivial de la vida sin perderme en la fantasía y las idealizaciones”, frase que le había quedado resonando de su última sesión de terapia pero no lograba desencadenar ningún efecto positivo. Se sentía particularmente abrumada y vacía de cualquier indicio de sentido en su vida. Siguió caminando pero ya inevitablemente entregada al mundo onírico al que suele apelar inconscientemente - o no tanto- para evadirse un poco de la realidad. De repente, se imaginó en el parque Centenario donde se desvanecía sobre el pasto experimentando un estado sutil de consciencia y decidía quedarse a vivir ahí, ya que su vida corría riesgo si pasaban más de diez minutos y sus pies no hacían contacto con la tierra. Su mundo se armaba y cobraba sentido en ese lugar, en el parque. Veía todo muy claro, sus amigos la visitaban y su familia le llevaba comida. Era un caso único en el mundo y por eso se convertía en una atracción turística. Aunque todos dudaban de esa extraña situación, nadie se atrevía a insistirle deliberadamente a que pruebe estar más de diez minutos fuera del contacto con el pasto y la tierra. Hasta que un día llegó su novio, cargó dos bolsas de consorcio con tierra del parque, una para cada pie, y la llevó a lo de su terapeuta. Ambos, terapeuta y novio, dialogaban como si fueran amigos preocupados sin que ella pudiera captar demasiado sobre el contenido de la charla. Pero se sentía tranquila, percibía que estaban evaluando cual era la mejor forma de cuidarla de ahí en más. Fantasear con su terapeuta era algo bastante común en ella, pero fue la primera vez que psicólogo y novio
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compartían escena en uno de sus asiduos viajes oníricos en pleno estado de vigilia caminado por la calle. Llegando a una esquina, el ruido de los autos la devolvió en sí y se disiparon los pensamientos fantásticos. Mientras tanto, se acercaba al parque Centenario caminando por la calle Río de Janeiro en sentido contrario a los autos. De pronto, volvió a pensar en su terapeuta y en su proceso terapéutico, pero ya de forma menos mágica. Casi con la potencia de un insight, se dio cuenta que disfruta mucho las sesiones con él por el simple hecho de que son un tiempo en el que solo debe prepararse para hacer algo sin tener que hacerlo todavía. Un trago consciente y agridulce de saliva la llevó para otros pensamientos rápidamente. Ya llegando a Díaz Vélez, la catarata de ideaciones constantes se detuvo al percatarse que existía una calle llamada Epuyén. Esto la transportó inmediatamente a uno de los momentos más excitantes se su vida cuando tuvo sexo con un pibe durante sus últimas vacaciones en un pueblito, cercano al Bolsón, con el mismo nombre que estaba observando en el cartel de la calle que tenía frente a ella. No todo brillaba en ese recuerdo, dos sensaciones amargas condimentaron la autoanécdota. Una fue el gran sentimiento de culpa que aun la invadía por haber engañado a su novio, y la otra tenía que ver con una impresión de inmadurez, mezclada también con culpa y miedo, que la inundaba al recordar que no habían usado forro. Cojer a pelo era la especialidad de este tipo, un hippie muy atractivo que la perturbó a la hora de tomar una decisión adulta sobre el tema. Se dejo absorber por la dimensión sensorial, casi espiritual,
que él supo crear y se entregó a la fusión cósmica que le propuso experimentar. Este recuerdo la enroscó aun mas durante el camino de vuelta a su casa. Ya en el parque, decidió sentarse un rato en uno de los bancos frente al lago y trató de relajarse practicando unos pranayamas que había aprendido en yoga. Frente al efecto casi nulo de las respiraciones, pensó en fumar unas florcitas que tenía en la cartera, obsequio de cumpleaños de un amigo que cultiva en su ropero. Recordó lo fuerte que eran, lo pensó mejor y decidió no hacerlo. Además sabía que su novio la iba a estar esperando porque tenían planes para la cena y no quería arruinar la salida si las flores le pegaban mal. Ahí estaba, mirando como nadaban los patos y percibiendo la niebla que comenzaba a zigzaguear los árboles del parque. Mientras tanto, el balbuceo mental y la auto observación seguían dominando la escena psíquica, a pesar de la inhalaciones y exhalaciones que hacía por el orificio izquierdo de la nariz. Por momentos se preguntaba qué la había hecho pensar tanto sobre estas cosas tan distintas y de forma tan mezclada. También se daba cuenta que, en realidad, tiene más una imagen de sí misma que una experiencia real de su persona. Se observó muy neurótica y se enroscó aun mas con eso, mientras se sentía cada vez mas parte de la audiencia que del elenco de su vida. Con estos pensamientos masoquistas pero un poco más tranquila, se paró y comenzó a caminar alrededor del lago. De repente se percató que pasaron más de cuatro horas desde que salió del trabajo. El parque comenzó a llenarse
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de agentes de la policía metropolitana dispuestos a iniciar el rutinario desalojo de las personas, que aún permanecían en el predio, para poder cerrar las rejas. Ceci tomó el celular de su cartera y vio que tenía varias
llamadas perdidas de su novio. Apenas intentó devolver los llamados y avisar que estaba en camino, se quedó sin batería.
Paul
Paul Maril es un jurisconsulto iconoclasta de tendencias renacentistas, reniega del mundo detrás de un teclado. Dueño de un sedentarismo incansable, vegeta con todo éxito en los más diversos foros. Una vez conversó con el Paz Martínez.
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RICARDO “CARUSO” VIZZOLINI Cuando las autoridades de Caldén Machao decidieron contratar a un joven egresado del Conservatorio Nacional para que creara y dirigiera el primer coro del pueblo, nunca imaginaron que estarían colaborando con el nacimiento de una leyenda sin fronteras. Advertido por el Intendente local (que a la vez era Secretario de Cultura y Director del Normal Nº 1) de la carencia de interesados en el canto coral, Ricardo decidió tomar el toro por las astas. Así, pidió prestado un Sulky viejo y se lanzó a recorrer los pueblos vecinos en busca de talentos vocales. Realizó convocatorias en Quemú Quemú, Huinca Renancó, Rancho Quemado y alrededores, sin despertar interés alguno de la población. Pero no se rindió, estaba dispuesto a utilizar todas las armas a su alcance para convencer a los rústicos campesinos. Y con esfuerzo, lo logró rotundamente. Es que junto a su escaso equipaje de maestrito de música, había traído consigo una maleta llena de conocimientos futbolísticos, una pelota de cuero flamante y el entusiasmo contagioso por este deporte, aún sin desarrollo en estos confines. De esta forma, con la excusa de formar un equipo para intervenir en la incipiente liga regional pampeana, Ricardo formó un plantel de fútbol, el recordado“Deportivo Machao” en el cual no solo oficiaba de Director técnico, sino que jugaba con la diez en la espalda. Y mientras dirigía el equipo, intentaba contagiar el gusto por la música clásica a sus compañeros, entonando arias de óperas
famosas en cada entrenamiento, incluso durante los encuentros de liga, con la lejana esperanza de finalmente conformar el coro local. Por ello recibió de la afición el apodo de “Caruso”, mote tan lírico como la música y el tipo de fútbol que se dedicó a pregonar. Integrante de la estirpe de los últimos soñadores, con buena técnica, gran movilidad, filigranas, ornamentos y mucha inteligencia táctica, “Caruso” soñaba y hacía soñar a los que creían que la estética poética debía formar parte del fútbol, el soñado y pocas veces visto “fútbol lírico”. Cierta vez, luego de una destacada actuación, Ricardo declaró al diario zonal “...El fútbol y la música lírica son dos auténticas pasiones. Y son realmente muy parecidos. Los cantantes también salimos a jugar un partido cada vez que se levanta el telón. El público de la ópera es tan fervoroso que llega fácilmente a los extremos. Tanto puede aplaudir durante media hora a sus cantantes favoritos, como reprobarlos de las formas más diversas cuando no les agradan. Eso sí, no comen chorizos en las butacas...” Era un placer verlo jugar y escucharlo cantar al mismo tiempo. Venían de todas partes para disfrutar la lírica en toda su expresión. La tarde en que debía jugarse el Derby de la zona frente a Chañar Ladeao, llegó el intendente corriendo al vestuario, a los gritos: ¡Llegaron los italianos! ¡Llegaron los italianos! ¡Te vienen a ver, Ricardo! ¡Te vas para Italia! La emoción y el nerviosismo invadieron a nuestro amigo, pero ni así menguó su calidad. Calentó los
músculos, vocalizó media hora y salió a la cancha. Y fue una fiera. Se puso el equipo al hombro, repartió instrucciones a todo el mundo, arengó constantemente a sus compañeros, conectó varias asistencias perfectas... ¡hasta hizo un gol!... Y todo en su estilo, a puro fervor y a todo canto: Bravo, bravissimo! entonaba cuando algún compañero llevaba a cabo una buena combinación. La donna è mobile qual piuma al vento... aconsejaba ante el entusiasmo desmedido del marcador de punta por una paisanita seguidora que observaba en la platea. Fortunatissimo per veritá! se lamentaba amargamente ante la suerte desmedida del arquero rival, que esa tarde las sacaba todas. Ridi, Pagliaccio, sul tuo amore infranto! le espetó a su marcador cuando convirtió el gol y se pusieron en ventaja, en lugar del más guarango ¡reíte ahora, payaso, cornudo!. Nessun dorma! Nessun dorma! arengaba cuando había que estar atento a defender el resultado.
Libiamo, libiamo ne’lieti calici! invitó a todos a festejar el triunfo logrado ante el clásico rival, ante una multitud de seguidores y los empresarios europeos. Los sueños de Ricardo se concretaron rápidamente, tras una breve charla en el despacho del presidente del club, donde se estamparon las firmas del contrato que llevaría al gran Caruso a triunfar en Italia. Una furtiva lagrima negli occhi suoi spuntò cantó en su partido homenaje, ante una muchedumbre agradecida que lo despediría con emocionada, aplaudiendo de pie y pidiendo bis luego de convertir un penal concedido para la ocasión. Ese día se despedía el jugador pero nacía la leyenda. Es así como, a sus 30 años, comenzó en Europa una rotunda y sostenida carrera… como Tenore di Forza, que lo llevaría a formar parte del elenco estable de la Scalla de Milán, donde aún se lo recuerda por su increíble interpretación de Vesti la giubba, un clásico que cantaba como nadie, con más fuerza y corazón que el mismísimo Corelli. Hoy, ya mayor y retirado de la música, se luce en la Televisión Italiana como jurado de un concurso de baile, con ragazzas en tanga y cosas por el estilo.
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fin