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Violencias e interseccionalidad
El enfoque interseccional es clave a la hora de comprender y abordar las violencias hacia las mujeres ya que puede afectar a algunas mujeres en distinta medida o en distintas formas en función de otras relaciones de desigualdad como el origen étnico, la edad, la procedencia urbana o rural, la discapacidad, la orientación sexual, la identidad de género, la condición de refugiada, desplazada interna o migrante.
La Recomendación General Número N.° 28 de CEDAW destaca la centralidad del concepto de interseccionalidad en el abordaje de las violencias, señalando que la discriminación de género, está unida de manera indivisible, con otros factores como la dimensión étnico racial, la religión o las creencias, la salud, el estatus, la edad, la clase, la casta, la orientación sexual y la identidad de género, entre otras. La discriminación por motivos de sexo o género puede afectar a las mujeres de algunos grupos en diferente medida o forma que a los hombres. Los Estados partes deben reconocer y prohibir en sus instrumentos jurídicos estas formas entrecruzadas de discriminación y su impacto negativo combinado en las mujeres afectadas (CEDAW, 2010:5).
El concepto de interseccionalidad, es acuñado por Kimberlé Crenshaw en 1989, quien hace un análisis, sobre cómo operan de forma intrincada las distintas desigualdades. Esta perspectiva teórica parte de los análisis del movimiento afro feminista estadounidense, donde autoras como Angela Davis y el colectivo Combahee River, han formado parte de la influencia afro feminista lesbiana, que dio visibilidad a la perspectiva interseccional.
Autoras como Guzmán (2013) plantean que debatir en torno a la interseccionalidad implica un cambio de paradigma que tiene fuertes implicaciones tanto en la comprensión del fenómeno de la violencia de género como en la adecuación de las estrategias políticas para combatirlo. La interseccionalidad es una herramienta analítica para comprender la forma en que los sistemas de poder se articulan con otros; permite analizar la complejidad sobre las experiencias de las mujeres en su totalidad, sea por raza, género, clase social u otras formas de dominación.
Si las violencias de género son la expresión más brutal de la desigualdad entre hombres y mujeres, parece necesario indagar en cómo operan las distintas desigualdades entrelazadas con la persistencia del patriarcado considerada determinante y estructurante. Se requiere entonces pensar en quienes sufren situaciones de violencia como sujetos “situados”; importa el contexto, las ideas dominantes en un país determinado, en una cultura: pensar en clave territorial, tener en cuenta la condición social, la ubicación geográfica, la orientación sexual, las situaciones de discapacidad, el ciclo de vida, la pertenencia étnico racial; en definitiva todos los factores de exclusión y dominación que convergen con el sexismo y nos desafían a complejizar la mirada sobre la discriminación y la violencia que engendra (Beramendi, Fainstain, Tuana, 2015:65).
La interseccionalidad, retomando las palabras de Platero (2012: 27) “se utiliza para señalar cómo diferentes fuentes estructurales de desigualdad mantienen relaciones recíprocas”. Para el autor, la perspectiva interseccional, no solo desnaturaliza las distintas categorías sociales-identitarias (género, etnia, raza, orientación sexual, etcétera), sino también identifica una interrelación entre ellas. Asimismo, plantea que no se trata de superponer, cruzar o enumerar dichas categorías sociales, sino que se trata de entenderlas en cada contexto y sujeto, generando así un diálogo entre la macroestructura social y la particularidad.
Un aporte clave de la perspectiva interseccional a la hora de pensar las políticas públicas, en especial aquellas que apuntan a la prevención y erradicación de la violencia de género, tiene que ver con la posibilidad de trascender una idea de identidad simple a la hora del diseño de la política. En este sentido, se plantea el desafío de poder transitar hacia: “una política de la identidad en la que las categorías se entiendan como coaliciones y constructos socio-discursivos” (Cruells, 2015:77).
La violencia hacia las mujeres provoca diversas secuelas, cercena vidas y deja a incontables mujeres viviendo con dolor y temor en todos los países del mundo. Causa perjuicio a las familias durante generaciones, empobrece a las comunidades y refuerza otras formas de violencia en las sociedades. La violencia contra la mujer les impide alcanzar su plena realización personal, restringe el crecimiento económico y obstaculiza el desarrollo.
La violencia impacta en la vida de las mujeres produciendo múltiples consecuencias en su salud física y mental y en diferentes ámbitos de su vida. La Organización Panamericana de la Salud (2013) identifica las siguientes:
Consecuencias físicas.
Lesiones físicas agudas o inmediatas, por ejemplo, hematomas, excoriaciones, laceraciones, heridas punzantes, quemaduras o mordeduras, así como fracturas de huesos o dientes. Lesiones más graves que pueden conducir a discapacidad, por ejemplo, lesiones en la cabeza, los ojos, el oído, el tórax o el abdomen. Afecciones del aparato digestivo, problemas de salud a largo plazo o mala salud, incluidos síndromes de dolor crónico. Muerte, por ejemplo, por femicidio o en relación con el sida.
Consecuencias sexuales y reproductivas. Embarazo no planeado o no deseado; aborto o aborto inseguro, infecciones de transmisión sexual, incluida la infección por el VIH, complicaciones del embarazo o aborto espontáneo. Hemorragias o infecciones vaginales, infección pélvica crónica, infecciones de las vías urinarias, fístulas (desgarros entre la vagina y la vejiga o el recto, o ambos tipos de desagarro), relaciones sexuales dolorosas y disfunción sexual. Mujeres que han sufrido maltratos físicos o abusos sexuales a manos de su pareja tienen una probabilidad 1,5 veces mayor de padecer infecciones de transmisión sexual, incluida la infección por VIH en algunas regiones, en comparación con las mujeres que no habían sufrido violencia de pareja.
Consecuencias mentales. Depresión, trastornos del sueño y de los hábitos alimentarios, estrés y trastornos de ansiedad (por ejemplo, trastorno por estrés postraumático), autoagresión e intentos de suicidio y baja autoestima. Las mujeres que han sufrido violencia de pareja tienen casi el doble de probabilidades de padecer depresión y problemas con la bebida. El riesgo es aún mayor en las que han sufrido violencia sexual por terceros.
Consecuencias sociales. La violencia impide que las mujeres participen plenamente en sus comunidades en los planos social o económico.
Consecuencias hacia sus hijos e hijas. A nivel del hogar la violencia, produce impactos graves en el desarrollo de los hijos e hijas que crecen siendo testigos de la violencia hacia su madre, y son considerados víctimas directas de la violencia. Crecer en un ámbito donde los niños y las niñas están expuestos/as a presenciar violencia en forma sistemática como ataques físicos, sexuales, descalificaciones, sometimiento y humillaciones ejercidas hacia su madre, produce efectos devastadores. Este tipo de violencia genera impactos emocionales que colocan a los niños, niñas y adolescentes en posturas diversas frente al contexto de violencia. El daño y el crecer en este contexto les puede generar:
• La naturalización y normalización de la violencia basada en género, internalizando y aceptando la subordinación de las mujeres como un hecho natural.
• Minimizar o negar la existencia de la violencia o adoptar una postura de rendición, indefensión y apatía como mecanismo de defensa.
• Sentirse culpable y responsable de la violencia que ocurre en el hogar o sentirse atrapado/a y tironeado/a por las lealtades hacia ambos progenitores.
• Identificación con el padre donde muchas veces es utilizado por éste para controlar a la madre, el niño puede adoptar actitudes hostiles y de rechazo hacia la madre.
• Identificación con la madre, donde es depositario de la angustia de su madre, intenta protegerla, en algunos casos han ocurrido enfrentamientos entre adolescentes y sus padres para defender a sus madres que han terminado en el asesinato del agresor o en el asesinato del hijo/a.
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