Abril 10 a 16 de 2012
El anรกlisis y la informaciรณn semanal de la Iglesia Catรณlica en el Mundo
Ediciรณn 11
ยกESPECIAL! SEMANA SANTA EN CIUDAD DEL VATICANO
Esta pรกgina es para que usted promocione sus eventos o servicios, desde U$ 5 durante 4 ediciones. ยกAproveche esta promociรณn!
SUMARIO
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EL PAPA BENEDICTO XVI PRESIDIÓ TODAS LAS CELEBRACIONES DE LA SEMANA SANTA EN LA CIUDAD DEL VATICANO.
8 Los ataques de Anonymous a la Iglesia Católica
Benedicto XVI reza junto al Arzobispo Anglicano.
Entrevista EXCLUSIVA de SEMANA CATÓLICA con representante de Anonymous.
Dos veces en cinco días fue hackeada la web vaticana.
En el Vaticano blanquean dinero, dice el Departamento de Estado en EEUU.
Católico asesinado acusado de brujería.
Masacre en Iglesia de Nigeria.
El sacrificio espiritual.
Cine: John Carter
No te pierdas lo mejor de EWTN y su transmisión de la visita papal a México y Cuba.
Iglesia firma acuerdo contra violencia a mujeres.
El gobierno británico no protegerá el crucifijo en el trabajo.
Presentado el anuario pontificio 2012.
El día internacional de la mujer, feliz día todas! Por: Fabián Andrés Hernández Ospina.
Vivir y morir por Cristo en Pakistán. Por: José Luis Restán. Seminarios San José de fiesta.
Semana Católica Revista de Información y opinión Católica independiente Roma, Italia Abril 10 a 16 de 2012
DIRECTOR GENERAL Daniel Alejandro de Roux
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JEFE DE REDACCIÓN Albert Van der Vaart
FACEBOOK: facebook.com/SemanaCatolica
EDITOR WEB Paolo Mattei
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EDITORIAL
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EN CUBA Durante su visita a Cuba, el
de las siete pala-
Santo Padre Benedicto XVI,
bras,
solicitó al Presidente de la
por el Cardenal
Isla Raúl Castro proclamar
Cubano
el Viernes Santo de cada
Ortega.
año como festivo, de manera que los fieles pudieran asistir con mayor libertad y facilidad a las celebraciones litúrgicas de este día fundamental para la Iglesia Católica. El Gobierno Cubano, tres días después de la visita, declaró que el Viernes
presidido Jaime
El Sermón de las siete palabras también fue transmitido por la televisión pública
Poco a poco los cubanos
cubana,
muchísimas
van recibiendo una mayor
más personas pudieron en-
libertad que les permite ex-
trar en contacto con la Igle-
presarse de mejor manera
sia a través de este medio
ante la comunidad local e
de comunicación.
internacional, sin embargo,
así
Santo es festivo en todo el
Realmente, que el Viernes
país.
Santo haya sido feriado no
El pasado viernes 6 de Abril –Viernes Santo– la comunidad católica cubana pudo participar del Santo Viacrucis realizado por las calles de las distintas ciudades y municipalidades,
además
de la celebración de la Pasión del Señor y el Sermón
visión.
ayudó mucho a la participación de los fieles en la liturgia Católica. Unos 200 fieles participaron en la Catedral de La Habana y unos 80 o 100 en el Viacrucis. Lo
continúan las restricciones en diversos ámbitos y urge un mayor respeto por los derechos humanos de personas que luchan por la dignidad de los demás, pero que la suya es mancillada y menospreciada.
que no se sabe es cuántas
Cuba sigue esperando y su
personas y familias siguie-
fe mantendrá viva la espe-
ron el Sermón de las siete
ranza.
palabras a través de la tele-
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Consejo de Redacción ABRIL 10 A 16 DE 2012
EDITORIAL EMAILS Y CARTAS
4 5 4.
Otros factores
50%
Comentarios
Pregunta
Porque no saben lo que se están perdiendo es la me-
¿Por qué ha bajado la cantidad de jóvenes que quieren jor opción que podamos tomar en nuestras vidas. Y ser Sacerdotes?
Respuestas
PAUTE CON
1.
Hay otras opciones
2.
Mal ejemplo de Sacerdotes
3.
Mediocridad juvenil
18,75% 25%
6,25%
algo muy importante para ser sacerdote es la fe en Dios y hoy en día son muchos los jóvenes que no creen y debemos orar mucho por ellos para que se arrepientan y se conviertan, por nuestra salvación, la extirpación de los caprichos y apegos. Jhon Edisson Ramírez García Vía Facebook
B.NO
¿Crees que sirve de algo la visita del Papa a México y Cuba?
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A.Sí
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IMAGEN DE LA SEMANA
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Un sacerdote católico de Nueva York fue condenado "a una vida de oración y penitencia" por el Vaticano, por la violación de 10 niños en la barrio de Harlem durante la década de los 80. Se trata del monseñor Wallace Harris, quien recibió el menor de los posibles castigos de Roma y logró evadir el sistema penal estadounidense, debido a la prescripción de los delitos.
West Side de alta en la década de 1980. Se convirtió en pastor de la Iglesia de St. W. 141a en 1989, y más tarde dio la invocación en la inauguración el gobernador David Paterson. El
sacerdote
Robert
Hoat-
son expuso que "monseñor Wallace Harris debería ser apartado del sacerdocio por el Vaticano y el arzobispo (Timothy) Dolan debería pedir al santo padre que lo hiciera".
Harris era un maestro en la escuela
EN ROMA DESPIDIERON AL COCODRILO CUBANO QUE VISITÓ AL PAPA BENEDICTO XVI DURANTE LA AUDIENCIA GENERAL DEL 11 DE ENERO, EL EJEMPLAR EMPRENDE UN VIAJE QUE LO TRASPORTARÁ DE NUEVO A CUBA, SU PAÍS DE ORIGEN, A UNA SEMANA DEL VIAJE APOSTÓLICO QUE EL SANTO PADRE REALIZARÁ A LA ISLA CARIBEÑA.
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EL PAPA BENEDICTO XVI PRESIDIÓ LAS CELEBRACIONES CORRESPONDIENTES A LA SEMANA SANTA EN LA CIUDAD DEL VATICANO. Miles de personas disfrutaron de la celebración del Semana Santa en la Ciudad del Vaticano entre el 01 y el 08 de Abril. El Papa Benedicto XVI presidió la Eucaristía y Procesión en el Domingo de Ramos y todas las celebraciones del Triduo Pascual: Misa Crismal, Cena del Señor, Pasión del Señor, Santo Vía Crucis, Vigilia Pascual, Eucaristía en el Domingo de Pascua y la Bendición Urbi et orbi. Luego de realizar su exitoso viaje por México y Cuba, el Santo Padre llegó a Roma para presidir las celebraciones de la Semana más importante para el mundo católico.
“Padre bendito, mi transferencia en este momento provocaría confusión
SEMANA CATÓLICA presenta sus homilías en cada celebración de la Semana Mayor. Email: semanacatolica@gmail.com / Twitter: @SemanaCatolica / Facebook: SemanaCatolica
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¡Queridos hermanos y hermanas! El Domingo de Ramos es el gran pórtico que nos lleva a la Semana Santa, la semana en la que el Señor Jesús se dirige hacia la culminación de su vida terrena. Él va a Jerusalén para cumplir las Escrituras y para ser colgado en la cruz, el trono desde el cual reinará por los siglos, atrayendo a sí a la humanidad de todos los tiempos y ofrecer a todos el don de la redención. Sabemos por los evangelios que Jesús se había encaminado hacia Jerusalén con los doce, y que poco a poco se había ido sumando a ellos una multitud creciente de peregrinos. San Marcos nos dice que ya al salir de Jericó había una «gran muchedumbre» que seguía a Jesús (cf. 10,46). En la última parte del trayecto se produce un acontecimiento particular, que aumenta la expectativa sobre lo que está por suceder y hace que la atención se centre todavía más en Jesús. A lo largo del camino, al salir de Jericó, está sentado un mendigo ciego, llamado Bartimeo. Apenas oye decir que Jesús de Nazaret está llegando, comienza a gritar: «¡Hijo de David, Jesús, ten compasión de mí» (Mc 10,47). Tratan de acallarlo, pero en vano, hasta que Jesús lo manda llamar y le invita a acercarse. «¿Qué quieres que te haga?», le pregunta. Y él contesta: «Rabbuní, que vea» (v. 51). Jesús
le dice: «Anda, tu fe te ha salvado». Bartimeo recobró la vista y se puso a seguir a Jesús en el camino (cf. v. 52). Y he aquí que, tras este signo prodigioso, acompañado por aquella invocación: «Hijo de David», un estremecimiento de esperanza atraviesa la multitud, suscitando en muchos una pregunta: ¿Este Jesús que marchaba delante de ellos a Jerusalén, no sería quizás el Mesías, el nuevo David? Y, con su ya inminente entrada en la ciudad santa, ¿no habría llegado tal vez el momento en el que Dios restauraría finalmente el reino de David?
mas de los árboles y comienzan a gritar las palabras del Salmo 118, las antiguas palabras de bendición de los peregrinos que, en este contexto, se convierten en una proclamación mesiánica: «¡Hosanna!, bendito el que viene en el nombre del Señor. ¡Bendito el reino que llega, el de nuestro padre David! ¡Hosanna en las alturas!» (vv. 910). Esta alegría festiva, transmitida por los cuatro evangelistas, es un grito de bendición, un himno de júbilo: expresa la convicción unánime de que, en Jesús, Dios ha visitado su pueblo y ha llegado por fin el Mesías deseado. Y todo el mundo está allí, con creciente exTambién la preparación del ingrepectación por lo que Cristo hará so de Jesús con sus discípulos conuna vez que entre en su ciudad. tribuye a aumentar esta esperanza. Como hemos escuchado en el Pero, ¿cuál es el contenido, la reEvangelio de hoy (cf. Mc 11,1- sonancia más profunda de este 10), Jesús llegó a Jerusalén desde grito de júbilo? La respuesta está Betfagé y el monte de los Olivos, en toda la Escritura, que nos rees decir, la vía por la que había de cuerda cómo el Mesías lleva a venir el Mesías. Desde allí, envía cumplimiento la promesa de la por delante a dos discípulos, man- bendición de Dios, la promesa dándoles que le trajeran un pollino originaria que Dios había hecho a de asna que encontrarían a lo largo Abraham, el padre de todos los del camino. Encuentran efectiva- creyentes: «Haré de ti una gran mente el pollino, lo desatan y lo nación, te bendeciré… y en ti sellevan a Jesús. A este punto, el rán benditas todas las familias de ánimo de los discípulos y los otros la tierra» (Gn 12,2-3). Es la properegrinos se deja ganar por el mesa que Israel siempre había entusiasmo: toman sus mantos y tenido presente en la oración, eslos echan encima del pollino; otros pecialmente en la oración de los alfombran con ellos el camino de Salmos. Por eso, el que es aclamaJesús a medida que avanza a gru- do por la muchedumbre como pas del asno. Después cortan ra- bendito es al mismo tiempo aquel
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cual será bendecida toda la humanidad. Así, a la luz de Cristo, la humanidad se reconoce profundamente unida y cubierta por el manto de la bendición divina, una bendición que todo lo penetra, todo lo sostiene, lo redime, lo santifica. Podemos descubrir aquí un primer gran mensaje que nos trae la festividad de hoy: la invitación a mirar de manera justa a la humanidad entera, a cuantos conforman el mundo, a sus diversas culturas y civilizaciones. La mirada que el creyente recibe de Cristo es una mirada de bendición: una mirada sabia y amorosa, capaz de acoger la belleza del mundo y de compartir su fragilidad. En esta mirada se transparenta la mirada misma de Dios sobre los hombres que él ama y sobre la creación, obra de sus manos. En el Libro de la Sabiduría, leemos: «Te compadeces de todos, porque todo lo puedes, cierras los ojos a los pecados de los hombres, para que se arrepientan. Amas a todos los seres y no aboABRIL 10 A 16 DE 2012
PORTADA rreces nada de lo que hiciste;… Tú eres indulgente con todas las cosas, porque son tuyas, Señor, amigo de la vida» (Sb 11,23-24.26). Volvamos al texto del Evangelio de hoy y preguntémonos: ¿Qué late realmente en el corazón de los que aclaman a Cristo como Rey de Israel? Ciertamente tenían su idea del Mesías, una idea de cómo debía actuar el Rey prometido por los profetas y esperado por tanto tiempo. No es de extrañar que, pocos días después, la muchedumbre de Jerusalén, en vez de aclamar a Jesús, gritaran a Pilato: «¡Crucifícalo!». Y que los mismos discípulos, como también otros que le habían visto y oído, perma-
13 es precisamente el núcleo de la fiesta de hoy también para nosotros. ¿Quién es para nosotros Jesús de Nazaret? ¿Qué idea tenemos del Mesías, qué idea tenemos de Dios? Esta es una cuestión crucial que no podemos eludir, sobre todo en esta semana en la que estamos llamados a seguir a nuestro Rey, que elige como trono la cruz; estamos llamados a seguir a un Mesías que no nos asegura una felicidad terrena fácil, sino la felicidad del cielo, la eterna bienaventuranza de Dios. Ahora, hemos de preguntarnos: ¿Cuáles son nuestras verdaderas expectativas? ¿Cuáles son los deseos más profundos que nos han traído hoy aquí para celebrar el
está presente. Por eso os saludo con gran afecto. Que el Domingo de Ramos sea para vosotros el día de la decisión, la decisión de acoger al Señor y de seguirlo hasta el final, la decisión de hacer de su Pascua de muerte y resurrección el sentido mismo de vuestra vida de cristianos. Como he querido recordar en el Mensaje a los jóvenes para esta Jornada – «alegraos siempre en el Señor» (Flp 4,4) –, esta es la decisión que conduce a la verdadera alegría, como sucedió con santa Clara de Asís que, hace ochocientos años, fascinada por el ejemplo de san Francisco y de sus primeros compañeros, dejó la casa paterna precisamente el Domingo
de Ramos para consagrarse totalmente al Señor: tenía 18 años, y tuvo el valor de la Domingo de fe y del amor de optar por Cristo, Ramos e iniciar la Sema- encontrando en él la alegría y la necieran mudos y desconcertados. na Santa? paz. En efecto, la mayor parte estaban Queridos jóvenes que os habéis Queridos hermanos y hermanas, desilusionados por el modo en que reunido aquí. Esta es de modo que reinen particularmente en este Jesús había decidido presentarse particular vuestra Jornada en todo día dos sentimientos: la alabanza, como Mesías y Rey de Israel. Este lugar del mundo donde la Iglesia como hicieron aquellos que aco-
gieron a Jesús en Jerusalén con su «hosanna»; y el agradecimiento, porque en esta Semana Santa el Señor Jesús renovará el don más grande que se puede imaginar, nos entregará su vida, su cuerpo y su sangre, su amor. Pero a un don tan grande debemos corresponder de modo adecuado, o sea, con el don de nosotros mismos, de nuestro tiempo, de nuestra oración, de nuestro estar en comunión profunda de amor con Cristo que sufre, muere y resucita por nosotros. Los antiguos Padres de la Iglesia han visto un símbolo de todo esto en el gesto de la gente que seguía a Jesús en su ingreso a Jerusalén, el gesto de tender los mantos delante del Señor. Ante Cristo – decían los Padres –, debemos deponer nuestra vida, nuestra persona, en actitud de gratitud y adoración. En conclusión, escuchemos de nuevo la voz de uno de estos antiguos Padres, la de san Andrés, obispo de Creta: «Así es como nosotros deberíamos prosternarnos a los pies de Cristo, no poniendo bajo sus pies nuestras túnicas o unas ramas inertes, que muy pronto perderían su verdor, su fruto y su aspecto agradable, sino revistiéndonos de su gracia, es decir, de él mismo... Así debemos ponernos a sus pies como si fuéramos unas túnicas... Ofrezcamos ahora al vencedor de la muerte no ya ramas de palma, sino trofeos de victoria. Repitamos cada día aquella sagrada exclamación que los niños cantaban, mientras agitamos los ramos espirituales del alma: “Bendito el que viene, como rey, en nombre del Señor”» (PG 97, 994). Amén.
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Queridos hermanos y hermanas En esta Santa Misa, nuestra mente retorna hacia aquel momento en el que el Obispo, por la imposición de las manos y la oración, nos introdujo en el sacerdocio de Jesucristo, de forma que fuéramos «santificados en la verdad» (Jn 17,19), como Jesús había pedido al Padre para nosotros en la oración sacerdotal. Él mismo es la verdad. Nos ha consagrado, es decir, entregado para siempre a Dios, para que pudiéramos servir a los hombres partiendo de Dios y por él. Pero, ¿somos también consagrados en la realidad de nuestra vida? ¿Somos hombres que obran partiendo de Dios y en comunión con Jesucristo? Con esta pregunta, el Señor se pone ante nosotros y nosotros ante él: «¿Queréis uniros más fuertemente a Cristo y configuraros con él, renunciando a vosotros mismos y reafirmando la promesa de cumplir los sagrados deberes que, por amor a Cristo, aceptasteis gozosos el día de vuestra ordenación para el servicio de la Iglesia?». Así interrogaré singularmente a cada uno de vosotros y también a mí mismo después de la homilía. Con esto se expresan sobre todo dos cosas: se requiere un vínculo interior, más aún, una configuración con Cristo y, con ello, la necesidad de una superación de nosotros mismos, una renuncia a aquello que es solamente nuestro, a la tan invocada autorrealización. Se pide que nosotros, que yo, no reclame mi vida para mí mismo, sino que la ponga a disposición de otro, de Cristo. Que no me pregunte: ¿Qué gano yo?, sino más bien: ¿Qué puedo dar yo por él y también por los demás? O, todavía
más concretamente: ¿Cómo debe llevarse a cabo esta configuración con Cristo, que no domina, sino que sirve; que no recibe, sino que da?; ¿cómo debe realizarse en la situación a menudo dramática de la Iglesia de hoy? Recientemente, un grupo de sacerdotes ha publicado en un país europeo una llamada a la desobediencia, aportando al mismo tiempo ejemplos concretos de cómo se puede expresar esta desobediencia, que debería ignorar incluso decisiones definitivas del Magisterio; por ejemplo, en la cuestión sobre la ordenación de las mujeres, sobre la que el beato Papa Juan Pablo II ha declarado de manera irrevocable que la Iglesia no ha recibido del Señor ninguna autoridad sobre esto. Pero la desobediencia, ¿es un camino para renovar la Iglesia? Queremos creer a los autores de esta llamada cuando afirman que les mueve la solicitud por la Iglesia; su convencimiento de que se deba afrontar la lentitud de las instituciones con medios drásticos para abrir caminos nuevos, para volver a poner a la Iglesia a la altura de los tiempos. Pero la desobediencia, ¿es verdaderamente un camino? ¿Se puede ver en esto algo de la configuración con Cristo, que es el presupuesto de toda renovación, o no es más bien sólo un afán desesperado de hacer algo, de trasformar la Iglesia según nuestros deseos y nuestras ideas? Pero no simplifiquemos demasiado el problema. ¿Acaso Cristo no ha corregido las tradiciones humanas que amenazaban con sofocar la palabra y la voluntad de Dios? Sí, lo ha hecho para despertar nuevamente la obediencia a la verdadera voluntad de Dios, a su
palabra siempre válida. A él le preocupaba precisamente la verdadera obediencia, frente al arbitrio del hombre. Y no lo olvidemos: Él era el Hijo, con la autoridad y la responsabilidad singular de desvelar la auténtica voluntad de Dios, para abrir de ese modo el camino de la Palabra de Dios al mundo de los gentiles. Y, en fin, ha concretizado su mandato con la propia obediencia y humildad hasta la cruz, haciendo así creíble su misión. No mi voluntad, sino la tuya: ésta es la palabra que revela al Hijo, su humildad y a la vez su divinidad, y nos indica el camino. Dejémonos interrogar todavía una vez más. Con estas consideraciones, ¿acaso no se defiende de hecho el inmovilismo, el agarrotamiento de la tradición? No. Mirando a la historia de la época post-conciliar, se puede reconocer la dinámica de la verdadera renovación, que frecuentemente ha adquirido formas inesperadas en momentos llenos de vida y que hace casi tangible la inagotable vivacidad de la Iglesia, la presencia y la acción eficaz del Espíritu Santo. Y si miramos a las personas, por las cuales han brotado y brotan estos ríos frescos de vida, vemos también que, para una nueva fecundidad, es necesario estar llenos de la alegría de la fe, de la radicalidad de la obediencia, del dinamismo de la esperanza y de la fuerza del amor.
sotros. El Señor lo sabe. Por eso nos ha proporcionado «traducciones» con niveles de grandeza más accesibles y más cercanos. Precisamente por esta razón, Pablo decía sin timidez a sus comunidades: Imitadme a mí, pero yo pertenezco a Cristo. Él era para sus fieles una «traducción» del estilo de vida de Cristo, que ellos podían ver y a la cual se podían asociar. Desde Pablo, y a lo largo de la historia, se nos han dado continuamente estas «traducciones» del camino de Jesús en figuras vivas de la historia. Nosotros, los sacerdotes, podemos pensar en una gran multitud de sacerdotes santos, que nos han precedido para indicarnos la senda: comenzando por Policarpo de Esmirna e Ignacio de Antioquia, pasando por grandes Pastores como Ambrosio, Agustín y Gregorio Magno, hasta Ignacio de Loyola, Carlos Borromeo, Juan María Vianney, hasta los sacerdotes mártires del siglo XX y, por último, el Papa Juan Pablo II que, en la actividad y en el sufrimiento, ha sido un ejemplo para nosotros en la configuración con Cristo, como «don y misterio». Los santos nos indican cómo funciona la renovación y cómo podemos ponernos a su servicio. Y nos permiten comprender también que Dios no mira los grandes números ni los éxitos exteriores, sino que remite sus victorias al humilde signo del grano de mostaza.
Queridos amigos, queda claro que la configuración con Cristo es el presupuesto y la base de toda renovación. Pero tal vez la figura de Cristo nos parece a veces demasiado elevada y Queridos amigos, quisiera mencionar demasiado grande como para atreverbrevemente todavía dos palabras clave nos a adoptarla como criterio de medi-
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PORTADA de la renovación de las promesas sacerdotales, que deberían inducirnos a reflexionar en este momento de la Iglesia y de nuestra propia vida. Ante todo, el recuerdo de que somos –como dice Pablo– «administradores de los misterios de Dios» (1Co 4,1) y que nos corresponde el ministerio de la enseñanza, el (munus docendi), que es una parte de esa administración de los misterios de Dios, en los que él nos muestra su rostro y su corazón, para entregarse a nosotros. En el encuentro de los cardenales con ocasión del último consistorio, varios Pastores, basándose en su experiencia, han hablado de un analfabetismo religioso que se difunde en medio de nuestra sociedad tan inteligente. Los elementos fundamentales de la fe, que antes sabía cualquier niño, son cada vez menos conocidos. Pero para poder vivir y
amar nuestra fe, para poder amar a Dios y llegar por tanto a ser capaces de escucharlo del modo justo, debemos saber qué es lo que Dios nos ha dicho; nuestra razón y nuestro corazón
17 han de ser interpelados por su palabra. El Año de la Fe, el recuerdo de la apertura del Concilio Vaticano II hace 50 años, debe ser para nosotros una ocasión para anunciar el mensaje de la fe con un nuevo celo y con una nueva alegría. Naturalmente, este mensaje lo encontramos primaria y fundamentalmente en la Sagrada Escritura, que nunca leeremos y meditaremos suficientemente. Pero todos tenemos experiencia de que necesitamos ayuda para transmitirla rectamente en el presente, de manera que mueva verdaderamente nuestro corazón. Esta ayuda la encontramos en primer lugar en la palabra de la Iglesia docente: los textos del Concilio Vaticano II y el Catecismo de la Iglesia Católica son los instrumentos esenciales que nos indican de modo auténtico lo que la Iglesia cree a partir de la Palabra de
Dios. Y, naturalmente, también forma parte de ellos todo el tesoro de documentos que el Papa Juan Pablo II nos ha dejado y que todavía están lejos de ser aprovechados plenamente.
Todo anuncio nuestro debe confrontarse con la palabra de Jesucristo: «Mi doctrina no es mía» (Jn7,16). No anunciamos teorías y opiniones privadas, sino la fe de la Iglesia, de la cual somos servidores. Pero esto, naturalmente, en modo alguno significa que yo no sostenga esta doctrina con todo mi ser y no esté firmemente anclado en ella. En este contexto, siempre me vienen a la mente aquellas palabras de san Agustín: ¿Qué es tan mío como yo mismo? ¿Qué es tan menos mío como yo mismo? No me pertenezco y llego a ser yo mismo precisamente por el hecho de que voy más allá de mí mismo y, mediante la superación de mí mismo, consigo insertarme en Cristo y en su cuerpo, que es la Iglesia. Si no nos anunciamos a nosotros mismos e interiormente hemos llegado a ser uno con aquél que nos ha llamado como
mensajeros suyos, de manera que estamos modelados por la fe y la vivimos, entonces nuestra predicación será creíble. No hago publicidad de mí, sino que me doy a mí mismo. El Cura de Ars, lo sabemos, no era un docto, un intelectual. Pero con su anuncio llegaba al corazón de la gente, porque él mismo había sido tocado en su corazón.
La última palabra clave a la que quisiera aludir todavía se llama celo por las almas (animarum zelus). Es una expresión fuera de moda que ya casi no se usa hoy. En algunos ambientes, la palabra alma es considerada incluso un término prohibido, porque –se dice – expresaría un dualismo entre el cuerpo y el alma, dividiendo falsamente al hombre. Evidentemente, el hombre es una unidad, destinada a la eternidad en cuerpo y alma. Pero esto no puede significar que ya no tengamos alma, un principio constitutivo que garantiza la unidad del hombre en su vida y más allá de su muerte terrena. Y, como sacerdotes, nos preocupamos naturalmente por el hombre entero, también por sus necesidades físicas: de los hambrientos, los enfermos, los sin techo. Pero no sólo nos preocupamos de su cuerpo, sino también precisamente de las necesidades del alma del hombre: de las personas que sufren por la violación de un derecho o por un amor destruido; de las personas que se encuentran en la oscuridad respecto a la verdad; que sufren por la ausencia de verdad y de amor. Nos preocupamos por la salvación de los hombres en cuerpo y alma. Y, en cuanto sacerdotes de Jesucristo, lo hacemos con celo. Nadie debe tener nunca la sensación de que cumplimos concienzudamente nuestro horario de trabajo, pero que antes y después sólo nos pertenecemos a nosotros mismos. Un sacerdote no se pertenece jamás a sí mismo. Las personas han de percibir nuestro celo, mediante el cual damos un testimonio creíble del evangelio de Jesucristo. Pidamos al Señor que nos colme con la alegría de su mensaje, para que con gozoso celo podamos servir a su verdad y a su amor. Amén.
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Queridos hermanos y hermanas El Jueves Santo no es sólo el día de la Institución de la Santa Eucaristía, cuyo esplendor ciertamente se irradia sobre todo lo demás y, por así decir, lo atrae dentro de sí. También forma parte del Jueves Santo la noche oscura del Monte de los Olivos, hacia la cual Jesús se dirige con sus discípulos; forma parte también la soledad y el abandono de Jesús que, orando, va al encuentro de la oscuridad de la muerte; forma parte de este Jueves Santo la traición de Judas y el arresto de Jesús, así como también la negación de Pedro, la acusación ante el Sanedrín y la entrega a los paganos, a Pilato. En esta hora, tratemos de comprender con más profundidad estos eventos, porque en ellos se lleva a cabo el misterio de nuestra Redención. Jesús sale en la noche. La noche significa falta de comunicación, una situación en la que uno no ve al otro. Es un símbolo de la incomprensión, del ofuscamiento de la verdad. Es el espacio en el que el mal, que debe esconderse ante la luz, puede prosperar. Jesús mismo es la luz y la verdad, la comunicación, la pureza y la bondad. Él entra en la
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noche. La noche, en definitiva, es símbolo de la muerte, de la pérdida definitiva de comunión y de vida. Jesús entra en la noche para superarla e inaugurar el nuevo día de Dios en la historia de la humanidad. Durante este camino, él ha cantado con sus Apóstoles los Salmos de la liberación y de la redención de Israel, que recuerdan la primera Pascua en Egipto, la noche de la liberación. Como él hacía con frecuencia, ahora se va a orar solo y hablar como Hijo con el Padre. Pero, a diferencia de lo acostumbrado, quiere cerciorarse de que estén cerca tres discípulos: Pedro, Santiago y Juan. Son los tres que habían tenido la experiencia de su Transfiguración – la manifestación luminosa de la gloria de Dios a través de su figura humana – y que lo habían visto en el centro, entre la Ley y los Profetas, entre Moisés y Elías. Habían escuchado cómo hablaba con ellos de su «éxodo» en Jerusalén. El éxodo de Jesús en Jerusalén, ¡qué palabra misteriosa!; el éxodo de Israel de Egipto había sido el episodio de la fuga y la liberación del pueblo de Dios. ¿Qué aspecto tendría el éxodo de Jesús, en el cual debía cum-
plirse definitivamente el sentido de aquel drama histórico?; ahora, los discípulos son testigos del primer tramo de este éxodo, de la extrema humillación que, sin embargo, era el paso esencial para salir hacia la libertad y la vida nueva, hacia la que tiende el éxodo. Los discípulos, cuya cercanía quiso Jesús en está hora de extrema tribulación, como elemento de apoyo humano, pronto se durmieron. No obstante, escucharon algunos fragmentos de las palabras de la oración de Jesús y observaron su actitud. Ambas cosas se grabaron profundamente en sus almas, y ellos lo transmitieron a los cristianos para siempre. Jesús llama a Dios «Abbá».Y esto significa – como ellos añaden – «Padre». Pero no de la manera en que se usa habitualmente la palabra «padre», sino como expresión del lenguaje de los niños, una palabra afectuosa con la cual no se osaba dirigirse a Dios. Es el lenguaje de quien es verdaderamente «niño», Hijo del Padre, de aquel que se encuentra en comunión con Dios, en la más profunda unidad con él.
gelios, debemos decir: su relación con Dios. Él está siempre en comunión con Dios. El ser con el Padre es el núcleo de su personalidad. A través de Cristo, conocemos verdaderamente a Dios. «A Dios nadie lo ha visto jamás», dice san Juan. Aquel «que está en el seno del Padre… lo ha dado a conocer» (1,18). Ahora conocemos a Dios tal como es verdaderamente. Él es Padre, bondad absoluta a la que podemos encomendarnos. El evangelista Marcos, que ha conservado los recuerdos de Pedro, nos dice que Jesús, al apelativo «Abbá», añadió aún: Todo es posible para ti, tú lo puedes todo (cf. 14,36). Él, que es la bondad, es al mismo tiempo poder, es omnipotente. El poder es bondad y la Si nos preguntamos cuál es el bondad es poder. Esta confianza elemento más característico de la podemos aprender de la orala imagen de Jesús en los evanción de Jesús en el Monte de los
EL PAPA BENEDICTO XVI PRESIDIÓ UNA EUCAR PRIVADA EN LA CAPILLA DEL COLEGIO MIRAFL EL SÁBADO 24 DE MARZO EN LA MAÑANA
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PORTADA Olivos. Antes de reflexionar sobre el contenido de la petición de Jesús, debemos prestar atención a lo que los evangelistas nos relatan sobre la actitud de Jesús durante su oración. Mateo y Marcos dicen que «cayó rostro en tierra» (Mt 26,39; cf. Mc 14,35); asume por consiguiente la actitud de total sumisión, que ha sido conservada en la liturgia romana del Viernes Santo. Lucas, en cambio, afirma que Jesús oraba arrodillado. En los Hechos de los Apóstoles, habla de los santos, que oraban de rodillas: Esteban durante su lapidación, Pedro en el contexto de la resu-
21 la Iglesia naciente. Los cristianos con su arrodillarse, se ponen en comunión con la oración de Jesús en el Monte de los Olivos. En la amenaza del poder del mal, ellos, en cuanto arrodillados, están de pie ante el mundo, pero, en cuanto hijos, están de rodillas ante el Padre. Ante la gloria de Dios, los cristianos nos arrodillamos y reconocemos su divinidad, pero expresando también en este gesto nuestra confianza en que él triunfe. Jesús forcejea con el Padre. Combate consigo mismo. Y combate por nosotros. Experimenta la angustia ante el poder de la muerte. Esto es ante todo la
rada. Ve la marea sucia de toda la mentira y de toda la infamia que le sobreviene en aquel cáliz que debe beber. Es el estremecimiento del totalmente puro y santo frente a todo el caudal del mal de este mundo, que recae sobre él. Él también me ve, y ora también por mí. Así, este momento de angustia mortal de Jesús es un elemento esencial en el proceso de la Redención. Por eso, la Carta a los Hebreos ha definido el combate de Jesús en el Monte de los Olivos como un acto sacerdotal. En esta oración de Jesús, impregnada de una angustia mortal, el Señor ejerce el oficio del sacerdote: toma
sobre sí el pecado de la humanidad, a todos nosotros, y nos conduce al Padre.
turbación RISTÍA propia del hombre, Finalmente, debemos prestar más aún, de toda creatura virrección de un muerto, Pablo en viente ante la presencia de la atención aún al contenido de la LORES oración de Jesús en el Monte de el camino hacia el martirio. Así, muerte. En Jesús, sin embargo, Lucas ha trazado una pequeña se trata de algo más. En las no- los Olivos. Jesús dice: «Padre: tú historia del orar arrodillados de ches del mal, él ensancha su mi- lo puedes todo, aparta de mí ese cáliz. Pero no sea como yo quie-
ro, sino como tú quieres» (Mc 14,36). La voluntad natural del hombre Jesús retrocede asustada ante algo tan ingente. Pide que se le evite eso. Sin embargo, en cuanto Hijo, abandona esta voluntad humana en la voluntad del Padre: no yo, sino tú. Con esto ha transformado la actitud de Adán, el pecado primordial del hombre, salvando de este modo al hombre. La actitud de Adán había sido: No lo que tú has querido, Dios; quiero ser dios yo mismo. Esta soberbia es la verdadera esencia del pecado. Pensamos ser libres y verdaderamente nosotros mismos sólo si seguimos exclusivamente nuestra voluntad. Dios aparece como el antagonista de nuestra libertad. Debemos liberarnos de él, pensamos nosotros; sólo así seremos libres. Esta es la rebelión fundamental que atraviesa la historia, y la mentira de fondo que desnaturaliza la vida. Cuando el hombre se pone contra Dios, se pone contra la propia verdad y, por tanto, no llega a ser libre, sino alienado de sí mismo. Únicamente somos libres si estamos en nuestra verdad, si estamos unidos a Dios. Entonces nos hacemos verdaderamente «como Dios», no oponiéndonos a Dios, no desentendiéndonos de él o negándolo. En el forcejeo de la oración en el Monte de los Olivos, Jesús ha deshecho la falsa contradicción entre obediencia y libertad, y abierto el camino hacia la libertad. Oremos al Señor para que nos adentre en este «sí» a la voluntad de Dios, haciéndonos verdaderamente libres. Amén.
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mos heridas, la batalla ni siquiera la hemos visto, y he aquí que obtenemos la victoria. Suya fue la lucha, nuestra la corona. Y dado que hemos ganado Predicador del Papa también nosotros, debemos imitar lo que hacen los soldados en estos casos: con voces de alegría exaltamos la vicAlgunos Padres de la Iglesia encerra- toria, entonamos himnos de alabanza al ron en una imagen todo el misterio de Señor» (De coemeterio et de cruce: PG la redención. Imagina, decían, que 49, 596) haya tenido lugar en el estadio una No se podría explicar de una manera lucha épica. Un valiente ha afrontado mejor el significado de la liturgia que al cruel tirano que tenía esclavizada la estamos celebrando. ciudad, y con enorme esfuerzo y sufrimiento, lo ha vencido. Tú estabas en Pero lo que estamos haciendo, ¿es las graderías, no has luchado, ni te has también una imagen, la representación esforzado ni te han herido. Pero si de una realidad del pasado?, ¿o es la admiras al valiente, si te alegras con él realidad misma? Las dos cosas. por su victoria, si le tejes coronas, pro- «Nosotros —decía san Agustín al puevocas y agitas a la asamblea por él, si blo— sabemos y creemos con fe muy te inclinas con alegría ante el vencedor, cierta que Cristo murió una sola vez le besas la cabeza y le das la mano; en por nosotros (...). Sabéis perfectamente definitiva, si te exaltas por él hasta el que todo esto sucedió una sola vez y punto de considerar como tuya su vic- sin embargo la solemnidad lo renueva toria, te digo que ciertamente tú tendrás periódicamente (...). Verdad histórica y solemnidad litúrgica no están en conparte en el premio del vencedor. flicto entre sí, como si la segunda fuera Pero aún hay más: supongamos que el falsa y sólo la primera correspondiera a vencedor no tenga ninguna necesidad la verdad. La solemnidad a menudo del premio que ganó, sino que quiera renueva en los corazones de los fieles más que nada, ver honrado a su soste- lo que la historia afirma que sucedió, nedor y considere como premio de su en la realidad, una sola combate la coronación del amigo. En vez» (Sermón 220: PL 38, 1089). tal caso, aquel hombre ¿no obtendrá quizá la corona, incluso sin haber lu- La liturgia «renueva» el acontecimienchado ni haber sido herido? ¡Por su- to. Pablo VI precisó el sentido que la puesto que sí! (Nicola Cabasilas, Vida Iglesia católica da a esta afirmación usando el verbo «representar», entendien Cristo, I, 9: PG 150, 517) do en el sentido fuerte de re-presentar, Así, dicen estos Padres, sucede entre es decir, hacer nuevamente presente y Cristo y nosotros. «Él, en la cruz, ha operante lo sucedido (cf. Mysterium vencido a su antiguo enemigo». fidei: AAS 57, 1965, 753 ss). «Nuestras espadas —exclama san Juan Crisóstomo—, no están ensangrenta- Hay una diferencia sustancial entre das, no estábamos en la lucha, no tene- nuestra representación litúrgica de la
PADRE RANIERO CANTALAMESSA
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muerte de Cristo y, por ejemplo, la de Julio César en la tragedia homónima de Shakespeare. Nadie asiste vivo al aniversario de su muerte; Cristo sí, porque él resucitó. Sólo él puede decir, como lo hace en el Apocalipsis: «Estuve muerto, pero ahora vivo por los siglos de los siglos» (Ap 1, 18). En este día debemos estar atentos, al visitar los llamados «monumentos» o al participar en las procesiones del Cristo muerto, para no merecer el reproche que Cristo resucitado dirigió a las pías mujeres en la mañana de Pascua: «¿Por qué buscáis entre los muertos al que está vivo?» (Lc 24, 5). «La anámnesis, o sea, el memorial litúrgico —han afirmado algunos autores— hace al evento más verdadero de lo que sucedió históricamente la primera vez». En otras palabras, es más verdadero y real para nosotros, que lo revivimos «según el Espíritu», de lo que era para quienes lo vivían «según la carne», antes que el Espíritu Santo le revelara a la Iglesia su significado pleno. Nosotros no estamos celebrando solamente un aniversario, sino un misterio. En la celebración nuevamente san Agustín explica la diferencia entre las dos cosas. La celebración «como en un aniversario» —explica san Agustín— no requiere otra cosa —dice— sino «indicar con una solemnidad religiosa el día preciso del año en el que se recuerda ese hecho»; en la celebración como un misterio («in sacramento»), «no solamente se conmemora un acontecimiento, sino que se hace de tal manera que se entienda su significado y sea acogido santamente» (Epistola 55, 1, 2: CSEL 34, 1, p.
170). Esto lo cambia todo. No se trata sólo de asistir a una representación, sino de «acoger» su significado, de pasar de espectadores a actores. Por tanto, nos toca a nosotros elegir qué papel queremos representar en el drama, quién queremos ser: si Pedro, Judas, Pilato, la muchedumbre, el Cirineo, Juan, María... Nadie puede permanecer neutral; no tomar posición es tomar una bien precisa: la de Pilato que se lava las manos o la de la muchedumbre que desde lejos «estaba mirando» (Lc 23, 35). Si, al volver a casa esta noche, alguien nos pregunta: «¿De dónde vienes?, ¿dónde has estado?» respondamos, al menos en nuestro corazón: «¡En el Calvario!». Todo esto no se realiza automáticamente, sólo por el hecho de haber participado en esta liturgia. Se trata, decía san Agustín, de «acoger» el significado del misterio. Esto se realiza con la fe. No hay música si no existe un oído que escuche, por más fuerte que toque la música la orquesta; no hay gracia donde no hay una fe que la acoja.
EL PAPA BENEDICTO XVI PRESIDIÓ UNA EUCAR PRIVADA EN LA CAPILLA DEL COLEGIO MIRAFL En una homilía pascual del siglo IV, el EL SÁBADO 24 DE MARZO EN LA MAÑANA obispo pronunciaba estas palabras
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extraordinariamente modernas y, se
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diría, existencialistas: «Para cada hombre el principio de la vida es aquel a partir del cual Cristo fue inmolado por él. Pero Cristo se inmoló por él en el momento en que él reconoce la gracia y se vuelve consciente de la vida que le ha dado aquella inmolación» (Homilía pascual del año 387: SCH 36, p. 59 ss).
Mi mérito, por lo tanto, es la misericordia de Dios. No soy pobre en méritos mientras él sea rico en misericordia. Pues si es grande la misericordia del Señor (cf. Sal 119, 156), yo tendré abundancia de méritos. ¿Y qué es demi justicia? ¡Oh Señor, me acordaré solamente de tu justicia. De hecho, tu justicia es también la mía, porque tú eres para mí justicia de parte de Dios Esto sucedió sacramentalmente en el (cf. 1 Co 1, 30)» (Sermones sobre el Bautismo, pero tiene que suceCantar de los cantares, 61, 4-5: PL der conscientemente siempre de nuevo 183, 1072). en la vida. Antes de morir debemos tener la valentía de hacer un acto de ¿Acaso este modo de concebir la santiaudacia, casi un golpe de mano: apro- dad volvió a san Bernardo menos celopiarnos de la victoria de Cristo. ¡Una so de las buenas obras, menos comproapropiación indebida! Algo lamenta- metido en adquirir las virtudes? ¿Acaso blemente común en la sociedad en la dejaba de mortificar su cuerpo y de que vivimos, pero con Jesús no sola- reducirlo a esclavitud (cf. 1 Co 9, 27), mente no nos está prohibida, sino que el apóstol Pablo, quien antes que todos se nos recomienda encarecidamente. y más que todos había hecho de esta «Indebida» aquí significa que no nos es apropiación de la justicia de Cristo la debida, que no la hemos merecido finalidad de su vida y de su predica-
ción? (cf. Flp 3, 7-9).
nosotros, sino que se nos da gratuitamente, por la fe.
RISTÍA Pero vayamos a lo seguro; escuchemos a un doctor de la Iglesia. «Yo — escribe san Bernardo— lo que no pueLORES do obtener por mí mismo, me lo apropio (literalmente, lo usurpo) con confianza del costado traspasado del Señor, porque está lleno de misericordia.
En Roma, como por desgracia en todas las grandes ciudades, hay muchos que no tienen un techo. Tienen un nombre en todos los idiomas: homeless, clochards, barboni, me ndigos: personas humanas que lo único que tienen son unos pocos harapos que visten y algún objeto que llevan en bolsas de plástico. Imaginemos que un día se difunde esta voz: en vía Condotti (todos saben lo que significa en Roma la vía Condotti) está la dueña de una
boutique de lujo que, por alguna razón desconocida, por interés o generosidad, invita a todos los mendigos de la estación Termini a ir a su comercio, a dejar sus harapos sucios, a ducharse y después a elegir el vestido que deseen entre los que están expuestos y llevárselo, así, gratuitamente.
excelente teólogo. Solamente Dios, de hecho, sufre absolutamente siendo inocente; cualquier otra persona que sufre debe decir: «Yo sufro justamente», porque, aunque no sea responsable de la acción que se le imputa, nunca está enteramente libre de culpa. Solamente el dolor de los niños inocentes se asemeja al de Dios y por eso es tan Todos dicen en su corazón: «¡Esto es misterioso y tan sagrado. una fábula, no sucederá nunca!». Es verdad, pero lo que no sucede nunca ¡Cuántos delitos atroces, en los últimos entre los hombres, puede suceder cada tiempos, han quedado sin un culpable! día entre los hombres y Dios, porque, ¡Cuántos casos sin resolver! El buen ante él, aquellos mendigos somos no- ladrón hace un llamamiento a los ressotros. Es lo que sucede en una buena ponsables: haced como yo, salid al confesión: te despojas de tus harapos descubierto, confesad vuestra culpa; sucios, los pecados; recibes el baño de experimentaréis también vosotros la la misericordia y te levantas «con un alegría que yo sentí cuando escuché las traje de salvación y (...) envuelto con palabras de Jesús: «¡Hoy estarás conun manto de justicia» (Is 61, 9-10). migo en el paraíso!» (Lc 23, 43). El publicano de la parábola que fue al templo a rezar dijo simplemente, pero desde lo más profundo de su corazón: «¡Oh Dios, ten piedad de este pecador!», y «volvió a su casa justificado» (Lc 18, 14), reconciliado, renovado, inocente. Si tenemos su fe y su arrepentimiento, lo mismo podrán decir de nosotros al volver a casa después de esta liturgia.
¡Cuántos reos confesos pueden confirmar que eso mismo les sucedió a ellos! Pasaron del infierno al paraíso el día que tuvieron el valor de arrepentirse y confesar su culpa. También yo he conocido alguno. El paraíso prometido es la paz de la conciencia, la posibilidad de mirarse en el espejo o mirar a los propios hijos sin tener que despreciarse.
No llevéis con vosotros a la tumba vuestro secreto; os procuraría una condena mucho más temible que la humana. Nuestro pueblo no es despiadado con quien se ha equivocado, si reconoce el mal realizado, sinceramente, no sólo por conveniencia. Por el contrario, está dispuesto a apiadarse y a acompañar al arrepentido en su camino de redención (que en todo caso se vuelve más breve). «Dios perdona muchas cosas, por una obra buena», dice Lucía en «Los Novios» de Alessandro Manzoni, al hombre que la había raptado. Más aún, debemos decir: él perdona muchas cosas por un acto de arrepentimiento. Lo prometió solemnemente: «Aunque vuestros pecados sean como Entre los personajes de la Pasión con escarlata, quedarán blancos como nielos que podemos identificarnos me doy ve; aunque sean rojos como la púrpura, cuenta de que he omitido uno, el que quedarán como lana» (Is 1, 18). más espera que se siga su ejemplo: el Volvamos a hacer ahora lo que, como buen ladrón. El buen ladrón hace una hemos escuchado al inicio, es nuestra confesión completa de su pecado; le tarea en este día: con voces de júbilo dice a su compañero que insulta a Jeexaltemos la victoria de la cruz, entosús: «¿Ni siquiera temes tú a Dios, nemos himnos de alabanza al Señor. estando en la misma condena? Noso«O Redemptor, sume carmen temet tros, en verdad, lo estamos justamente, concinentium» (Himno del domingo de porque recibimos el justo pago de lo Ramos y de la Misa crismal del Jueves que hicimos; en cambio, este no ha Santo). Y tú, Redentor nuestro, acoge hecho nada malo» (Lc 23, 40 s). El el canto que elevamos a ti. buen ladrón se muestra aquí como un
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Queridos hermanos y hermanas Hemos recordado en la meditación, la oración y el canto, el camino de Jesús en la vía de la cruz: una vía que parecía sin salida y que, sin embargo, ha cambiado la vida y la historia del hombre, ha abierto el paso hacia los «cielos nuevos y la tierra nueva» (cf. Ap 21,1). Espe-
cialmente en este día del Viernes Santo, la Iglesia celebra con íntima devoción espiritual la memoria de la muerte en cruz del Hijo de Dios y, en su cruz, ve el árbol de la vida, fecundo de una nueva esperanza.
cil. Incomprensiones, divisiones, preocupaciones por el futuro de los hijos, enfermedades, dificultades de diverso tipo. En nuestro tiempo, además, la situación de muchas familias se ve agravada por la precariedad del trabajo y por otros efectos negativos de la crisis económica. El camino del Via Crucis, que hemos recorrido esta noche espiritualmente, es una invitación para todos nosotros, y especialmente para las familias, a contemplar a Cristo crucificado para
ner la fuerza de ir más allá de las dificultades. La cruz de Jesús es el signo supremo del amor de Dios para cada hombre, la respuesta sobreabundante a la necesidad que tiene toda persona de ser amada. Cuando nos encontramos en la prueba, cuando nuestras familias deben afrontar el dolor, la tribulación, miremos a la cruz de Cristo: allí encontramos el valor y la fuerza para seguir caminando; allí podemos repetir con firme esperanza las palabras de san Pablo: «¿Quién nos separará del amor de Cristo?: ¿la tribulación?, ¿la angustia?, ¿la persecución?, ¿el hambre?, ¿la desnudez?, ¿el peligro?, ¿la espada?... Pero en todo esto vencemos de sobra gracias a aquel que nos ha amado» (Rm 8,35.37). En la aflicción y la dificultad, no estamos solos; la familia no está sola: Jesús está presente con su amor, la sostiene con su gracia y le da la fuerza para seguir adelante, para afrontar los sacrificios y superar todo obstáculo. Y es a este amor de Cristo al que
EL PAPA BENEDICTO XVI PRESIDIÓ UNA EUCAR La experiencia del sufrimienPRIVADA EN CAPILLA DEL COLEGIO MIRAFL to y LA de la cruz marca la humanidad, marca incluso la familia; cuántas24 veces el ca- MARZO EN LA MAÑANA EL SÁBADO DE mino se hace fatigoso y difí-
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PORTADA debemos acudir cuando las vicisitudes humanas y las dificultades amenazan con herir la unidad de nuestra vida y de la familia. El misterio de la pasión, muerte y resurrección de Cristo alienta a seguir adelante con esperanza: la estación del dolor y de la prueba, si la vivimos con Cristo, con fe en él, encierra ya la luz de la resurrección, la vida nueva del mundo resucitado, la pascua de cada hombre que cree en su Palabra. En aquel hombre crucificado, que es el Hijo de Dios, incluso la muerte misma adquiere un nuevo significado y orientación, es rescatada y vencida, es el paso hacia la nueva vida: «si el grano de trigo no cae en tierra y muere, queda infecundo; pero si muere, da mucho fruto» (Jn 12,24). Encomendémonos a la Madre de Cristo. A ella, que ha acompañado a su Hijo por la vía dolorosa. Que ella, que estaba junto a la cruz en la hora de su muerte, que ha alentado a la Iglesia desde su nacimiento para que viva la presencia del Señor, dirija nuestros corazones, los corazones de todas las familias a través del inmenso mysterium passionis hacia el mysterium paschale, hacia aquella luz que prorrumpe de la Resurrección de Cristo y muestra el triunfo definitivo del amor, de la alegría, de la vida, sobre el mal, el sufrimiento, la muerte. Amén.
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Queridos hermanos y herma- totalidad, de la cual forma parte nas! la dimensión del tiempo. Los siete días son una imagen de un Pascua es la fiesta de la nueva conjunto que se desarrolla en el creación. Jesús ha resucitado y tiempo. Están ordenados con no morirá de nuevo. Ha desce- vistas al séptimo día, el día de rrajado la puerta hacia una nue- la libertad de todas las criaturas va vida que ya no conoce ni la para con Dios y de las unas para enfermedad ni la muerte. Ha con las otras. Por tanto, la creaasumido al hombre en Dios ción está orientada a la comumismo. «Ni la carne ni la sangre nión entre Dios y la criatura; pueden heredar el reino de existe para que haya un espacio Dios», dice Pablo en la Primera de respuesta a la gran gloria de Carta a los Corintios (15,50). Dios, un encuentro de amor y El escritor eclesiástico Tertu- libertad. En segundo lugar, que liano, en el siglo III, tuvo la en la Vigilia Pascual, la Iglesia audacia de escribir refriéndose a comienza escuchando ante todo la resurrección de Cristo y a la primera frase de la historia de nuestra resurrección: «Carne y la creación: «Dijo Dios: “Que sangre, tened confianza, gracias exista la luz”» (Gn 1,3). Como a Cristo habéis adquirido un una señal, el relato de la crealugar en el cielo y en el reino de ción inicia con la creación de la Dios» (CCL II, 994). Se ha luz. El sol y la luna son creados abierto una nueva dimensión sólo en el cuarto día. La narrapara el hombre. La creación se ción de la creación los llama ha hecho más grande y más es- fuentes de luz, que Dios ha paciosa. La Pascua es el día de puesto en el firmamento del una nueva creación, pero preci- cielo. Con ello, los priva premesamente por ello la Iglesia co- ditadamente del carácter divino, mienza la liturgia con la antigua que las grandes religiones les creación, para que aprendamos habían atribuido. No, ellos no a comprender la nueva. Así, en son dioses en modo alguno. Son la Vigilia de Pascua, al princi- cuerpos luminosos, creados por pio de la Liturgia de la Palabra, el Dios único. Pero están precese lee el relato de la creación didos por la luz, por la cual la del mundo. En el contexto de la gloria de Dios se refleja en la liturgia de este día, hay dos as- naturaleza de las criaturas. pectos particularmente importantes. En primer lugar, que se ¿Qué quiere decir con esto el presenta a la creación como una relato de la creación? La luz
hace posible la vida. Hace posible el encuentro. Hace posible la comunicación. Hace posible el conocimiento, el acceso a la realidad, a la verdad. Y, haciendo posible el conocimiento, hace posible la libertad y el progreso. El mal se esconde. Por tanto, la luz es también una expresión del bien, que es luminosidad y crea luminosidad. Es el día en el que podemos actuar. El que Dios haya creado la luz significa: Dios creó el mundo como un espacio de conocimiento y de verdad, espacio para el encuentro y la libertad, espacio del bien y del amor. La materia prima del mundo es buena, el ser es bueno en sí mismo. Y el mal no proviene del ser, que es creado por Dios, sino que existe sólo en virtud de la negación. Es el «no». En Pascua, en la mañana del primer día de la semana, Dios vuelve a decir: «Que exista la luz». Antes había venido la noche del Monte de los Olivos, el eclipse solar de la pasión y muerte de Jesús, la noche del sepulcro. Pero ahora vuelve a ser el primer día, comienza la creación totalmente nueva. «Que exista la luz», dice Dios, «y existió la luz». Jesús resucita del sepulcro. La vida es más fuerte que la muerte. El bien es más fuerte que el mal. El amor
más fuerte que el odio. La verdad es más fuerte que la mentira. La oscuridad de los días pasados se disipa cuando Jesús resurge de la tumba y se hace él mismo luz pura de Dios. Pero esto no se refiere solamente a él, ni se refiere únicamente a la oscuridad de aquellos días.
EL PAPA BENEDICTO XVI PRESIDIÓ UNA EUCAR PRIVADA EN LA CAPILLA DEL COLEGIO MIRAFL EL SÁBADO 24 DE MARZO EN LA MAÑANA
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PORTADA Con la resurrección de Jesús, la luz misma vuelve a ser creada. Él nos lleva a todos tras él a la vida nueva de la resurrección, y vence toda forma de oscuridad. Él es el nuevo día de Dios, que vale para todos nosotros. Pero, ¿cómo puede suceder esto? ¿Cómo puede llegar todo esto a nosotros sin que se quede sólo en palabras sino que sea una realidad en la que estamos inmersos? Por el sacramento del bautismo y la profesión de la fe, el Señor ha construido un puen-
te para nosotros, a través del cual el nuevo día viene a nosotros. En el bautismo, el Señor dice a aquel que lo recibe: Fiat lux, que exista la luz. El nuevo día, el día de la vida indestructible llega también para nosotros. Cristo nos toma de la mano. A
RISTÍA LORES
33 partir de ahora él te apoyará y así entrarás en la luz, en la vida verdadera. Por eso, la Iglesia antigua ha llamado al bautismo photismos, iluminación. ¿Por qué? La oscuridad amenaza verdaderamente al hombre porque, sí, éste puede ver y examinar las cosas tangibles, materiales, pero no a dónde va el mundo y de dónde procede. A dónde va nuestra propia vida. Qué es el bien y qué es el mal. La oscuridad acerca de Dios y sus valores son la verdadera
minar nuestras ciudades de manera tan deslumbrante que ya no pueden verse las estrellas del cielo. ¿Acaso no es esta una imagen de la problemática de nuestro ser ilustrado? En las cosas materiales, sabemos y podemos tanto, pero lo que va más allá de esto, Dios y el bien, ya no lo conseguimos identificar. Por eso la fe, que nos muestra la luz de Dios, es la verdadera iluminación, es una irrupción de la luz de Dios en nuestro mundo, una apertura de nuestros ojos a la verdadera luz.
misterio pascual de Cristo que se entrega a sí mismo, y de este modo da mucha luz. Otro aspecto sobre el cual podemos reflexionar es que la luz de la vela es fuego. El fuego es una fuerza que forja el mundo, un poder que transforma. Y el fuego da calor. También en esto se hace nuevamente visible el misterio de Cristo. Cristo, la luz, es fuego, es llama que destruye el mal, transformando así al mundo y a nosotros mismos. Como reza una palabra de Jesús que nos ha llegado a través de Orígenes, «quien está cerca de mí, está cerca del fuego». Y este fuego es al mismo tiempo calor, no una luz fría, sino una luz en la que salen a nuestro encuentro el calor y la bondad de Dios.
amenaza para nuestra existencia y para el mundo en general. Si Dios y los valores, la diferencia entre el bien y el mal, permanecen en la oscuridad, entonces todas las otras iluminaciones que nos dan un poder tan increíble, no son sólo progreso, sino que son al mismo tiempo también amenazas que nos ponen en peligro, a nosotros y al mundo. Hoy podemos ilu-
El gran himno del Exsultet, que el diácono canta al comienzo de la liturgia de Pascua, nos hace notar, muy calladamente, otro detalle más. Nos recuerda que este objeto, el cirio, se debe principalmente a la labor de las abejas. Así, toda la creación entra en juego. En el cirio, la creación se convierte en portadora de luz. Pero, según los Padres, también hay una referencia implícita a la Iglesia. La cooperación de la comunidad viva de los fieles en la Iglesia es algo parecido al trabajo de las abejas. Construye la comunidad de la luz. Podemos ver así también en el cirio una referencia a nosotros y a nuestra comunión Queridos amigos, quisiera en la comunidad de la Iglesia, por último añadir todavía una que existe para que la luz de anotación sobre la luz y la ilu- Cristo pueda iluminar al mundo. minación. En la Vigilia Pascual, la noche de la nueva creación, Roguemos al Señor en esta hora la Iglesia presenta el misterio de que nos haga experimentar la la luz con un símbolo del todo alegría de su luz, y pidámosle particular y muy humilde: el que nosotros mismos seamos cirio pascual. Esta es una luz portadores de su luz, con el fin que vive en virtud del sacrificio. La luz de la vela ilumina consu- de que, a través de la Iglesia, el miéndose a sí misma. Da luz esplendor del rostro de Cristo dándose a sí misma. Así, repre- entre en el mundo (cf. Lumen senta de manera maravillosa el gentium, 1). Amén.
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mal, no de un modo superficial, mo-
Queridos hermanos y hermanas de Roma y del mundo entero
do el desierto de la Cuaresma y los días dolorosos de la Pasión, hoy abrimos las puertas al grito de labras que el victoria: «¡Ha resucitado! ¡Ha resuantiguo himno pone en labios de citado verdaderamente!». María Magdalena, la primera en Todo cristiano revive la experienencontrar en la mañana de Pascua a cia de María Magdalena. Es un Jesús resucitado. Ella corrió hacia encuentro que cambia la vida: el los otros discípulos y, con el coraencuentro con un hombre único, zón sobrecogido, les anunció: «He que nos hace sentir toda la bondad visto al Señor» (Jn 20,18). Tamy la verdad de Dios, que nos libra bién nosotros, que hemos atravesa-
mentáneo, sino que nos libra de él radicalmente, nos cura completamente y nos devuelve nuestra dignidad. He aquí porqué la Magdalena llama a Jesús «mi esperanza»: porque ha sido Él quien la ha hecho renacer, le ha dado un futuro nuevo, una existencia buena, libre del mal. «Cristo, mi esperanza», significa que cada deseo mío de bien encuentra en Él una posibilidad real: con Él puedo esperar que mi vida sea buena y sea plena, eterna, porque es Dios mismo que se
EL PAPA BENEDICTO XVI PRESIDIÓ UNA EUCAR «Surrexit Christus, spes mea» – PRIVADA EN LA CAPILLA DEL COLEGIO MIRAFL «Resucitó Cristo, mi esperanza» (Secuencia pascual). EL laSÁBADO 24 DE MARZO EN LA MAÑANA Llegue a todos vosotros voz exultante de la Iglesia, con las pa-
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PORTADA ha hecho cercano hasta entrar en sólo entonces– ha ocurrido algo nuestra humanidad. realmente nuevo, que cambia la condición del hombre y del mundo. Pero María Magdalena, como los Entonces Él, Jesús, es alguien del otros discípulos, han tenido que ver que podemos fiarnos de modo aba Jesús rechazado por los jefes del soluto, y no solamente confiar en pueblo, capturado, flagelado, consu mensaje, sino precisamendenado a muerte y crucificado. te en Él, porque el resucitado no Debe haber sido insoportable ver la pertenece al pasado, sino que está Bondad en persona sometida a la presente hoy, vivo. Cristo es espemaldad humana, la Verdad escarranza y consuelo de modo particunecida por la mentira, la Misericorlar para las comunidades cristianas dia injuriada por la venganza. Con que más pruebas padecen a causa la muerte de Jesús, parecía fracasar de la fe, por discriminaciones y la esperanza de cuantos confiaron persecuciones. Y está presente coen Él. Pero aquella fe nunca dejó mo fuerza de esperande faltar completamente: sobre za a través de su Igletodo en el corazón de la Virgen sia, cercano a cada María, la madre de Jesús, la llama situación humana de quedó encendida con viveza tamsufrimiento e injustibién en la oscuridad de la noche. cia. En este mundo, la esperanza no puede dejar de hacer cuentas con la Que Cristo resucitado dureza del mal. No es solamente el otorgue esperanza a muro de la muerte lo que la obsta- Oriente Próximo, para culiza, sino más aún las puntas que todos los compoaguzadas de la envidia y el orgullo, nentes étnicos, cultude la mentira y de la violencia. rales y religiosos de Jesús ha pasado por esta trama esa Región colaboren mortal, para abrirnos el paso hacia en favor del bien coel reino de la vida. Hubo un mo- mún y el respeto de mento en el que Jesús aparecía los derechos humanos. derrotado: las tinieblas habían in- En particular, que en vadido la tierra, el silencio de Dios Siria cese el derramaera total, la esperanza una palabra miento de sangre y se que ya parecía vana. emprenda sin demora la vía del respeto, del Y he aquí que, al alba del día desdiálogo y de la reconpués del sábado, se encuentra el ciliación, como auspisepulcro vacío. Después, Jesús se cia también la comumanifiesta a la Magdalena, a las nidad internacional. Y otras mujeres, a los discípulos. La que los numerosos fe renace más viva y más fuerte prófugos provenientes que nunca, ya invencible, porque de ese país y necesitafundada en una experiencia decisidos de asistencia huva: «Lucharon vida y muerte / en manitaria, encuentren singular batalla, / y, muerto el que la acogida y solidaries Vida, triunfante se levanta». Las dad que alivien sus señales de la resurrección testimopenosos sufrimientos. nian la victoria de la vida sobre la Que la victoria pasmuerte, del amor sobre el odio, de cual aliente al pueblo la misericordia sobre la venganza: iraquí a no escatimar «Mi Señor glorioso, / la tumba ningún esfuerzo para abandonada, / los ángeles testiavanzar en el camino gos, / sudarios y mortaja». de la estabilidad y del Queridos hermanos y hermanas: si desarrollo. Y, en TieJesús ha resucitado, entonces –y rra Santa, que israelíes
RISTÍA LORES
37 y palestinos reemprendan el proce- des Lagos, a Sudán y Sudán del so de paz. Sur, concediendo a sus respectivos habitantes la fuerza del perdón. Y Que el Señor, vencedor del mal y que a Malí, que atraviesa un mode la muerte, sustente a las comumento político delicado, Cristo nidades cristianas del Continente glorioso le dé paz y estabilidad. africano, las dé esperanza para Que a Nigeria, teatro en los últimos afrontar las dificultades y las haga tiempos de sangrientos atentados agentes de paz y artífices del desaterroristas, la alegría pascual le rrollo de las sociedades a las que infunda las energías necesarias pertenecen. para recomenzar a construir una Que Jesús resucitado reconforte a sociedad pacífica y respetuosa de las poblaciones del Cuerno de Áfri- la libertad religiosa de todos sus ca y favorezca su reconciliación; ciudadanos. que ayude a la Región de los GranFeliz Pascua a todos.
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OPINIÓN
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Por Cardenal Antonio Cañizares
Ahí está el hombre, ahí está Dios que es Amor: su amor entregado por el hombre, su rebajamiento hasta la muerte, su llenar todo con su amor hasta el vacío de la nada que es la muerte, la enemiga del hombre, la indefensión suprema o el desvalimiento más atroz. En la Cruz, Jesús callaba, guarda silencio, pero su silencio se hace palabra, palabra elocuente con la que Dios nos lo dice todo, palabra única, llena de gracia y de verdad. En la Cruz aparece, en la aparente debilidad del que cuelga del madero como un proscrito, la fuerza todopoderosa del amor y de la misericordia de Dios, que lo llena todo hasta el vacío y el abismo de la muerte, y la luz que disipa la espesa y negra oscuridad del pecado, de la injusticia y del odio, expresados en el mayor crimen de la historia, que es pretender la muer-
«Hasta cuándo, Señor, seguirás olvidándome, hasta cuándo me esconderás tu rostro?». Éste es el gran escándalo de la Cruz, y, por ende, de la fe cristiana: ¿cómo puede ser Dios uno que muere condenado a manos de unos poderes ciegos y de una muchedumbre manipulada, pero consiente, y sumido en un fracaso a los ojos de los hombres? ¿Puede revelarse y comunicarse Dios ahí? ¿Puede seguir creyendo en Dios en medio de ese lado tan oscuro de la vida que es el mal y el sufrimiento bajo tantas y tantas formas en número ilimitado? ¿Se puede creer ante la muerte, más aún si es violenta de los niños, o tras las grandes masacres destructoras de los siglos XX y XXI, que todos tenemos en la memoria? Si Dios es tan bueno, si Dios nos quiere tanto, ¿por qué permite tanto sufrimien-
“NO BUSQUEMOS ENTRE LOS MUERTOS AL QUE ESTÁ VIVO” te de Dios mismo. «¿Dónde, nos preguntan los hombres de nuestro tiempo, está vuestro Dios?». No podemos decirle, es cierto, sino que colgado del madero de la Cruz, crucificado en medio de dos malhechores como un malhechor más, condenado sin defensa ni protección y rechazado en juicio sumarísimo, tan sumarísimo que no se da lugar a que responda. Ahí está Dios en el silencio de la Cruz, en el grito desgarrador de su Hijo, y de todos los crucificados de la historia que con Él gritan al cielo y claman ante la tierra: «Dios mío, Dios mío, ¿por qué me has abandonado?».
to?, y si es tan poderoso, ¿por qué no interviene? Son quejas y preguntas amargas de la humanidad amasadas con dolor, llanto, sufrimiento. Que Dios no intervenga con su fuerza en favor de los que sufren, como no intervino en favor de Jesús, no significa que esté ausente o indiferente ante el sufrimiento de los hombres. Significa más bien todo lo contrario: que asume y hace suyo el sufrimiento de los suyos, como hizo suyo el sufrimiento de Jesús, para redimirnos con su amor. Este amor de Dios no podía hacerlo morir la muerte misma, ni podía derrotarlo como derrotado ha sido el hombre alejado de
Dios, engañado y seducido por el mal. «No tengáis miedo. Sé que buscáis a Jesús, el Crucificado. No está aquí; ha resucitado según lo había dicho». Éste es el gran anuncio para los cristianos de hoy; éste es el gran pregón para los hombres de todos los tiempos y lugares. La crueldad y la destrucción de esta crucifixión no han podido retener la fuerza infinita del amor de Dios, que se ha manifestado sin reserva ni límite en la Cruz, llenándolo todo, redimiendo todo. Los lazos crueles de muerte con que se ha querido apresar para siempre al Autor de la vida, Jesucristo, han sido rotos; no han podido con Él. No busquemos entre los muertos al que está vivo. «¡Ánimo, yo he vencido al mundo», asegura el Señor. Ésta es nuestra fe. Ésta es nuestra victoria: la fe de la Iglesia que vence al mundo, la que derrota al mal y la muerte. Ésta es la fe que hemos celebrados en la Semana Santa, que comenzando en la entrada triunfal de Jesús en Jerusalén sobre los lomos de un borriquillo, y pasando por la Cena del Señor, su pasión y muerte, culmina en la noche santa y en el día luminoso y sin ocaso de la Resurrección, desde la que todo lo creado y toda la historia de los hombres quedan bañados de esplendorosa Luz, la de Dios que es Amor. Esta es la gran esperanza, el verdadero y único futuro para el hombre: el que se abre con la resurrección de Jesucristo de entre los muertos. En Él y ahí, Resucitado, brilla ya la esperanza de nuestra feliz resurrección, de donde todo toma sentido y nos dice cuál es la vocación de gloria y felicidad a la que hemos sido llamados por Dios. Ahí está la verdad que nos hace libres, que se realiza en el amor: ahí, y sólo ahí, está la victoria sobre la muerte, ahí está la vida y la alegría que nadie nos puede arrebatar. Ahí está Dios, que así ama al hombre y lo ha creado para que tenga vida plena y dichosa sin límite de tiempo ni de privación alguna.
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ABRIL 10 A 16 DE 2012
SEMANA CATÓLICA
presenta la vivencia de la Semana Santa en el rito Tradicional. Próxima edición.
Colabora con las vocaciones sacerdotales y religiosas.
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