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C NOMUNIÓ Ven, EspírítuDívíno
La Iglesia celebra la fiesta de Pentecostés, cincuenta días después de la Pascua de Resurrección. Es la promesa de Jesús a sus apóstoles.
El relato que entrega Hechos de los Apóstoles es que después de la Ascensión de Jesús, se encontraban reunidos los apóstoles con la Madre de Jesús. Era el día de la fiesta de Pentecostés. Tenían miedo de salir a predicar. Repentinamente, se escuchó un fuerte viento y pequeñas lenguas de fuego se posaron sobre cada uno de ellos.
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Ahí se cumple lo que Jesús les había anunciado: “Mi Padre les dará otro Abogado, que estará con ustedes para siempre: el espíritu de Verdad” (Jn. 14, 16-17). “Les he dicho estas cosas mientras estoy con ustedes; pero el Abogado, El Espíritu Santo, que el Padre enviará en mi nombre, ése les enseñará todo y traerá a la memoria todo lo que yo les he dicho.” (Jn. 14, 25-26).
El Espíritu Santo es Dios, es la Tercera Persona de la Santísima Trinidad. La Iglesia nos enseña que el Espíritu Santo es el amor que existe entre el Padre y el Hijo. Este amor es tan grande y tan perfecto que forma una tercera persona. El Espíritu Santo llena nuestras almas en el Bautismo y después, de manera perfecta, en la Confirmación. Con el amor divino de Dios dentro de nosotros, somos capaces de amar a Dios y al prójimo. El Espíritu Santo nos ayuda a cumplir nuestro compromiso de vida con Jesús.
Los dones del Espíritu santo, que son siete, implican santidad en quienes los poseen. La sabiduría permite entender, experimentar y saborear las cosas divinas, para poder juzgarlas rectamente; por el entendimiento la inteligencia se hace apta para entender intuitivamente las verdades reveladas y las naturales de acuerdo al fin sobrenatural que tienen; la ciencia hace capaz de juzgar rectamente las cosas creadas de acuerdo con su fin sobrenatural; mientras que el consejo permite que el alma intuya rectamente lo que debe de hacer en una circunstancia determinada, ayuda a ser buenos consejeros de los demás, guiándolos por el camino del bien; la fortaleza practica toda clase de virtudes heroicas confiada en superar los peligros y dificultades; la piedad es un regalo para amar a Dios y a los hermanos a través del gusto por las cosas sagradas y, por último, el temor de Dios hace al alma dócil para apartarse del pecado por temor a ofender a Dios que es el supremo bien.
La disposición de este tiempo y de cada persona debe ser, no para recibir alguna gracia particular soli- citada, sino que va más allá, se trata de disponerse a recibir aquello que cada uno necesita para la propia conversión y camino de santidad.
Hay familias que adornan sus casas con el símbolo de la paloma o de siete flamas de fuego, las hay quienes vuelan un papalote rojo por aquello del viento de Pentecostés o incluso, ellas mismas, visten este color, recrean la historia con una puesta en escena familiar, preparan una comida festiva para festejar la manifestación de la Iglesia que nació del costado de Cristo. Otros arman una caja con tarjetas y regalos para cada miembro de su familia.
Pero sobre todo asisten a su celebración dominical para pedir con humildad: ¡Ven, Espíritu Divino!
Que el Babel de cada familia se convierta en Pentecostés.
“Espíritu Santo fuerza divina que cambia el mundo”. Papa Francisco, oración de Pentecostés.
Ven, Espíritu Santo, y envía del Cielo un rayo de tu luz. Ven, padre de los pobres, ven, dador de gracias, ven luz de los corazones. Consolador magnífico, dulce huésped del alma, su dulce refrigerio. Descanso en la fatiga, brisa en el estío, consuelo en el llanto. Oh luz santísima! llena lo más íntimo de los corazones de tus fieles. Sin tu ayuda, nada hay en el hombre, nada que sea bueno. Lava lo que está manchado, riega lo que está árido, sana lo que está herido. Dobla lo que está rígido, calienta lo que está frío, endereza lo que está extraviado. Concede a tus fieles, que en Ti confían tus siete sagrados dones.
Dales el mérito de la virtud, dales el puerto de la salvación, dales la felicidad eterna. Amén.
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