Domingo 11 de octubre 2015
Semana XXVIII del Tiempo Ordinario
Ven Espíritu Santo a nuestras vidas, dispón nuestro corazón para hacer la voluntad del Padre y haz que al escuchar ésta Palabra se acreciente en nosotros el amor hacia Dios y hacia nuestros hermanos. Inspíranos al iniciar, acompáñanos al progresar y danos acierto para cumplir sabiamente tus enseñanzas. Amén.
El fragmento del evangelio de Marcos presenta a «uno» que se acerca a Jesús para preguntarle lo que debe hacer para heredar la vida eterna. Se trata de una pregunta sensata en la que oímos el eco de la voz de los 'anawim preguntando en los salmos: «Señor, ¿quién habitará en tu tienda? (Sal 15,1) y « ¿Quién subirá al monte del Señor? ¿Quién podrá estar en su recinto santo?» (Sal 24,3). Se preguntaban, por tanto, cómo «heredar» las promesas de Dios: sabían, en efecto, que en la «vida eterna» se encuentran condensados la benevolencia divina y el deseo de felicidad del hombre. Jesús, interpelado, rechaza para sí, en cuanto hombre, el atributo «bueno», y lo refiere explícitamente al único que es la Bondad absoluta, e invita a su interlocutor a observar los mandamientos, que son el don del Dios bueno. Sobre ese «uno» que puede responder que ha observado los mandamientos desde su juventud se posa ahora la mirada admirada y amorosa de Jesús, que le dirige una invitación precisa y clara: «Vete, vende todo lo que tienes y dáselo a los pobres; así tendrás un tesoro en el cielo. Luego ven y sígueme». Pero hay algo que impide al interlocutor acoger el amor de predilección del Maestro: posee «muchos bienes», pero no consigue comprender cuál es el bien verdadero, el verdadero rostro de la sabiduría que se le quiere dar, y se aleja «todo triste». Jesús explica a los asombrados discípulos cómo precisamente esas riquezas, que en el Antiguo Testamento eran consideradas un signo de la benevolencia divina, pueden convertirse en el obstáculo más grande para acoger el Reino de los Cielos.
Marcos 10, 17-30. Hay en el hombre una ineludible necesidad de vida, de plenitud, de felicidad. El hombre sensato es el que encuentra la manera de responder a esta pregunta, que la mayor parte de las personas ni siquiera sabe plantear y a la que responde de hecho con una búsqueda frecuentemente obsesiva de placeres efímeros y siempre nuevos. La palabra de hoy nos invita a situarnos en la actitud justa para discernir, ante todo, cuál es la verdadera sabiduría, que nos indicará, a continuación, cómo recibirla; porque, en el fondo, es un don, el don de una Persona que nos ama infinitamente. En el Antiguo Testamento se había ido perfilando la sabiduría a través de un progresivo crescendo de realidades exteriores ajenas a los bienes espirituales. Más tarde, en los umbrales del Nuevo Testamento, fue personificada como alguien que su «alegría era estar con los hombres» (Prov 8,31), pero es en Jesús donde nos revela plenamente su rostro. Y Jesús llama a cada uno valorando el empeño que ha puesto en su búsqueda del bien. A nosotros nos corresponde no detenernos, no dejarnos engañar por las falsas riquezas, no echarnos atrás ante sus exigencias. Si nos pide con imperativos apremiantes dejarlo todo por él, debemos tener el valor de hacerlo y de renovar continuamente esta decisión, porque ya no podremos ser felices si hemos alejado nuestros pasos de Jesús. Ninguna de las falsas y presuntas riquezas podrá resistir nunca la comparación con su pobreza, ni saciar nuestra hambre de amor, de verdad, de belleza. Su mirada continuará siguiéndonos, de una manera silenciosa, con un respeto infinito a nuestra libertad y no conseguiremos la paz hasta que no hayamos encontrado en él nuestra paz.
Francisco, Mensaje para la Jornada Mundial de la Juventud 2015
“Una vez les pregunté: ¿Dónde está su tesoro? ¿En qué descansa su corazón? Sí, nuestros corazones pueden apegarse a tesoros verdaderos o falsos, en los que pueden encontrar auténtico reposo o adormecerse, haciéndose perezosos e insensibles. El bien más precioso que podemos tener en la vida es nuestra relación con Dios. ¿Lo creen así de verdad? ¿Son conscientes del valor inestimable que tienen a los ojos de Dios? ¿Saben que Él los valora y los ama incondicionalmente? Cuando esta convicción desaparece, el ser humano se convierte en un enigma incomprensible, porque precisamente lo que da sentido a nuestra vida es sabernos amados incondicionalmente por Dios. ¿Recuerdan el diálogo de Jesús con el joven rico? El evangelista Marcos dice que Jesús lo miró con cariño, y después lo invitó a seguirle para encontrar el verdadero tesoro. Les deseo, queridos jóvenes, que esta mirada de Cristo, llena de amor, les acompañe durante toda su vida”.
Soy yo, Señor Maestro bueno, ese uno al que miras a los ojos con un amor intenso. Soy yo, lo sé, ese
¿Cuáles son las riquezas que me impiden
uno al que llamas a un desprendimiento total de sí
seguirte?
mismo. Se trata de un desafío.
Tú me sales al encuentro cada día para
También yo me encuentro cada día ante este drama:
darme otra oportunidad de responderte.
el de la posibilidad de rechazar el amor. Si en
Si a mí me parece imposible dar este paso,
ocasiones me encuentro cansado y solo, ¿no será tal
concédeme la humildad de creer que tu
vez porque no sé darte lo que tú me pides? ¿No será
mano siempre me sostendrá y me guiará
tal vez porque tú no eres todo para mí, porque no
hacia allí donde tú me esperas para darte
eres verdaderamente mi único tesoro, mi gran amor?
a mí, pues tú eres el único Bien. Amén.
«Si quieres ser perfecto» ¿A qué me invita hoy la Palabra de Dios? Repite con frecuencia y vive hoy la Palabra: «Concédenos, oh Dios, la sabiduría del corazón» (cf. Sal 89,12).
« Valoremos nuestra vocación y pidámosle a Dios la gracia de seguir respondiéndole con generosidad»