Domingo 22 de noviembre 2015
Semana XXIV del Tiempo Ordinario
Ven Espíritu Santo a nuestras vidas, dispón nuestro corazón para hacer la voluntad del Padre y haz que al escuchar ésta Palabra se acreciente en nosotros el amor hacia Dios y hacia nuestros hermanos. Inspíranos al iniciar, acompáñanos al progresar y danos acierto para cumplir sabiamente tus enseñanzas. Amén.
Estos pocos versículos nos ayudan a entrar más profundamente todavía en el relato de la Pasión y nos conducen casi hasta la intimidad de Jesús, en un lugar cerrado, apartado, donde Él se encuentra solo, cara a cara con Pilato: el pretorio. Aquí es interrogado, responde, pregunta, continúa revelando su misterio de salvación y a llamarnos para Él. Aquí Jesús se muestra como rey y como pastor. Aquí está atado y coronado en su condena a muerte, aquí Él nos conduce a las verdes praderas de sus palabras de verdad.
El pasaje forma parte de una sección algo más amplia, comprendida entre los versículos 28-40 y relata el proceso de Jesús ante el Gobernador. Después de una noche de interrogatorios, de golpes, desprecios y traiciones, Jesús es entregado al poder romano y condenado a muerte, pero precisamente en esta muerte, Él se revela Rey y Señor, Aquel que ha venido a dar la vida, justo por nosotros injustos, inocente por nosotros pecadores.
Juan 18, 33-37. En aquel tiempo, preguntó Pilato a Jesús:” ¿Eres tú el rey de los judíos?” Jesús le contestó:” ¿Eso lo preguntas por tu cuenta o te lo han dicho otros?” Pilato le respondió: “¿Acaso soy yo judío?”. Tu pueblo y los sumos sacerdotes te han entregado a mí. ¿Qué es lo que has hecho?” Jesús le contesto:” Mi Reino no es de este mundo. Si mi reino fuera de este mundo, mis servidores habrían luchado para que no cayera yo en manos de los judíos. Pero mi Reino no es de aquí”. Pilato le dijo: ¿tú eres rey? ” Jesús le contestó:” Tú lo has dicho. Soy rey. Yo nací y vine al mundo para ser testigo de la verdad. Todo el que es de la verdad escucha mi voz”. Palabra del Señor.
Para entender mejor… Dijo entonces Pilato: ¿Luego, tú eres rey? Respondió Jesús: tú lo has dicho, soy Rey.” Jn 18, 37. Pilato hizo escribir sobre la cruz: “Jesús Nazareno, rey de los judíos”. Jesús, quiere decir Salvador; de modo que murió por ser Salvador y para salvarnos tenía que morir. Rey de los judíos, quiere decir que es Rey y Salvador a un tiempo. Judío, quiere decir “el que confiesa”; por tanto es Rey, pero solamente de los judíos, o sea, solamente de los que le confiesan. Y para rescatar a esos que le confiesan, ha muerto. Sí, verdaderamente ha muerto. Y con muerte de cruz. Así que ahí están las causas de la muerte de Jesucristo. La primera, porque es Salvador, Santo y Rey; la segunda, porque quería rescatar a los que le confesasen, que eso significa la palabra judío, que Pilato escribió en el título sobre la cruz; cosa que hizo por inspiración divina. Su vocación ha sido esa, la de ser Salvador; por eso ha puesto tanto empeño en probársela a los hombres y no solamente por medio de los Patriarcas y Profetas, sino que lo hizo Él mismo; y cosa rara, hasta a veces se ha servido para ello de la boca de los impíos y de los mayores bandidos… Y ¡cómo lucha nuestro Dios para demostrar la verdadera vocación de su Hijo! Pilatos declaró muchas veces que nuestro Señor era inocente y que no encontraba ningún motivo para darle muerte; aseguró públicamente que aunque le condenaba, él sabía bien que no era culpable y que tenía que haber alguna otra causa que Pilato desconocía. El amor solamente se paga con amor, así que al devolver a nuestro Señor amor por amor y alabanzas y bendiciones, que todo eso le debemos por su pasión y muerte, le tenemos que confesar como nuestro Libertador, nuestro Salvador y nuestro Rey. (San Francisco de Sales, obispo Sermón: Demos a nuestro Rey el merecido tributo. Sermón. X, 360)
¿Me apasiona la posibilidad de transformar el mundo? ¿Creo en la fuerza oculta del Reino? ¿Apuesto con mi vida a un Reino que no es de este mundo?
¡Oh Cristo, Tú eres mi Rey! Dame un corazón caballeroso para contigo. Magnánimo en mi vida: escogiendo todo cuanto sube hacia arriba, no lo que se arrastra hacia abajo. Magnánimo en mi trabajo: viendo en él no una carga que se me impone, sino la misión que Tú me confías. Magnánimo en el sufrimiento: verdadero soldado tuyo ante mi cruz, verdadero Cireneo para las cruces de los demás. Magnánimo con el mundo: perdonando sus pequeñeces, pero no cediendo en nada a sus máximas. Magnánimo con los hombres: leal con todos, más sacrificado por los humildes y por los pequeños, celoso por arrastrar hacia Ti a todos los que me aman. Magnánimo con mis superiores: viendo en su autoridad la belleza de tu Rostro, que me fascina. Magnánimo conmigo mismo: jamás replegado sobre mí, siempre apoyado en Ti. Magnánimo contigo: Oh Cristo Rey: orgulloso de vivir para servirte, dichoso de morir, para perderme en Ti. Amen
«Un texto para contemplar» ¿Si hubieras tomado la espada y la corona, todos se hubieran sometido a ti de buen grado. En una sola mano hubieras reunido el dominio completo sobre las almas y los cuerpos, y hubiera comenzado el imperio de la eterna paz. Pero has prescindido de esto… No bajaste de la cruz cuando te gritaron con burla y desprecio: ¡Baja de la cruz y creeremos que eres el Hijo de Dios! No bajaste, porque no quisiste hacer esclavos a los hombres por medio de un milagro, porque deseabas un amor libre y no el que brota del milagro. Tenías sed de amor voluntario, no de encanto servil ante el poder, que de una vez para siempre inspira temor a los esclavos. Pero aún aquí los has valorado demasiado, puesto que son esclavos -te lo digo-, habiéndolos creado como rebeldes… Si hubieras tomado la espada y la púrpura del emperador, hubieses establecido el dominio universal y dado al mundo la paz. Pues, verdaderamente: quién puede dominar a los hombres, sino aquellos que tienen en su mano sus conciencias y su pan”. Dostoievski, Los hermanos Karamazoff.
“Oh Cristo Rey: orgulloso de vivir para servirte, dichoso de morir, para perderme en Ti”