Una Aventura Familiar

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UNA AVENTURA FAMILIAR Corría el año de 1913 cuando José Belisario López Garita contando con 20 años de edad contrajo matrimonio con Pilar Loría Bogantes de 15 años. De este matrimonio nacieron 5 mujeres y 5 varones:

Pilar Isabel

José Belisario

Alfredo Claudio que nació el 18-07-1914 y murió el 17-01-1990 María Ceferina que nació el 29-05-1916 y murió el 09-11-1989 Rafael Belisario que nació el 09-09-1918 y murió el 09-06-1993 María Donatila que nació el 08-12-1920 y murió el 26-01-2009 Dinorah que nació el 04-05-1923 y murió el 12-06-1928 José Ángel que nació el 02-08-1926 Blanca Ostelina que nació el 17-01-1929 y murió el 19-07-2002 Bolívar que nació el 09-09-1931 y murió el 06-11-1997 María Elizabeth que nació el 15-12-1932 y murió el 24-01-2002 Marcial que nació el 01-09-1935 y murió el 04-07-1999


Mi papá, Belisario López Garita era un hombre muy inteligente y a pesar de que académicamente solo pudo cursar hasta el tercer grado de la escuela; tenía la virtud de que dominaba las matemáticas; esto le valió para ser una de las pocas personas de la época que logró entender y manejar con gran propiedad la escuadra de Axces para sus diversos proyectos de construcción. En ese entonces él se dedicaba a construir carretas con todo y ruedas, yugos, pilones y era especialista en ruedas de agua para trapiche hechas en hierro o madera; instalaba las pailas de cocinar el dulce y hacía los moldes para chorrearlo. También se destacó por ser un excelente carpintero en construcción de


casas, bodegas, etc. y cuando escaseaba la construcción, no lo pensaba dos veces, iba pues a sembrar maíz, frijoles, camote, ñampí, tiquisque, etc. Mi papá era bueno en todo lo que hacía, en “Villa Quesada” participó en la construcción del Hotel Porfirio Rojas y siendo yo, Chango, su ayudante, trabajamos también haciendo el kiosco del parque. Allá por el año 1936 la Municipalidad de Alajuela lo llamó para ofrecerle el mantenimiento de la cañería del Coyol, La Garita y San Josecito de Alajuela. La familia López Loría se había mudado a Los Ángeles de Tilarán, allá por el año 1922, en ese lugar nacieron Dinorah (que murió siendo una niñita), yo Chango y Blanca y por el año 1929 regresó nuevamente al Barrio San Josecito de Alajuela. Muy pronto papá empezó a trabajar haciendo ruedas de agua para trapiche. Por este tiempo una señora josefina llamada doña Victoria Mayer era dueña de una finca, por cierto muy linda, que tenía cultivos de café, frutales, potrero, terreno para sembrar, algunas vacas, bueyes con sus carretas; ella le encargó a papá el cuidado de la finca con amplios poderes de uso y disfrute. ¡Cómo la disfrutamos! Tiempo después don Leonardo Villalobos le pidió que le cuidara la finca “El Rincón”; era una finca cuyo mayor cultivo era la piña, habían algunas vacas, gallinas y terreno para sembrar. Viviendo en esa finca, mamá sufrió una lesión en su pierna izquierda ya que ella padecía de várices y una vez que fue a recoger agua a un río llamado “El Itiquís” se rompió una várice con unas ramas de “escobilla” que había sido cortada recientemente y se le infeccionó; papá preocupado por esa situación, pensó que sería mejor salir más afuera donde mamá pudiera ser mejor atendida. Don Lorenzo Sancho que conocía muy bien a papá pues le había hecho muchos trabajos para su trapiche (la rueda de agua que movía el trapiche, moldes para chorrear el dulce, canoas de batido, etc.), le dijo: _”Belisario, por qué no me cuidás la finca de afuera (esto era a 800 metros del Barrio), si te parece te mando el peón con la carreta y te pasás”. Fue así como nos mudamos a esa finca. Debido a la lesión en su pierna, mamá padeció como 5 o 6 años, al final se puso tan mal que estuvo internada en el Hospital de Alajuela; posteriormente la enviaron a la casa. El 14 de setiembre del año 1938 en la noche le dije a mamá que mejor no iba a ir a la escuela al día siguiente porque yo la veía muy malita (yo cursaba el 5º grado y acababa de cumplir 12 años) pero ella me dijo:_ “Vaya tranquilo yo estoy bien”. Yo fui pero salí rapidito y como a las 10 de la mañana ya estaba en la casa, le pregunté cómo se sentía y


me dijo:_”Vaya a buscar a su papá y a sus hermanos que están trabajando afuera”, me dijo donde estaban unos y otros y agregó:_”Vaya rapidito”. Ellos se vinieron corriendo a ver qué era lo que estaba pasando. Mamá presintiendo su muerte se había despedido de todos y cuando yo llegué ella me agradeció el esfuerzo por el carrerón que me había pegado por cerca de 2 horas buscando a papá y a mis hermanos, me abrazó y teniéndome abrazado, entregó su alma al Señor en ese mismo momento.

La muerte de mamá produjo un enorme vacío en nuestro hogar y la tristeza y el desconsuelo nos embargaba a todos, este vacío se acentuó debido a la salida repentina de Rafael, que contando apenas con 20 años se vino a trabajar a una famosa fundición de San José. Resulta que el dueño de esa fundición, don Alfredo Chávez, venía muy a menudo al Barrio San Josecito a cazar palomas, donde conoció a aquel muchacho Rafael, el cual le acompañaba en su cacería e hicieron una gran amistad. Ya en la fundición, Rafael que era muy avispado, aprendió el oficio de modelista y fundidor, oficio que nunca abandonó y permaneció viviendo en San José donde contrajo matrimonio con la señorita Marina Cascante, josefina, y aquí desarrolló toda su vida.

Por otra parte Alfredo que contaba con 24 años, a la muerte de mamá Pilar, como un trabajador de campo se destacó por ser un excelente ORILLERO, que son los que por su fuerza van chapeando delante de otros que le siguen, a los cuales por aventajarlos les va marcando el ritmo de trabajo. Cabe mencionar que Alfredo era muy ventajoso tanto en las faenas del campo como haciendo casas de madera y galerones, trabajos que aprendió estando al lado de papá Belisario. Tiempo después dejó las faenas del campo y se instaló un pequeño taller de muebles de cocina y otros.

A la muerte de mamá, Alfredo diseñó y fabricó una maceta con el fin de colocarla sobre su lápida, la maceta que estaba hecha de cemento y pintada de blanco le quedó tan bonita que muchas personas que la vieron le solicitaron les hiciera una, de ahí que logró en esa época vender muchas. Por otra parte como él era tan buen negociante, había logrado poseer dos vehículos, el primero fue uno marca OKLAND del cual se deshizo para comprarse un pick up de adrales marca STUDEBEKER, el cual sí poseía en ese momento. La adquisición de este vehículo se llevó a cabo mediante un trato que hizo con el señor Bolívar Leandro quien era dueño de la Panadería Leandro de Alajuela.


La ausencia de mamá continuaba creando un gran vacío en la familia incluyendo a la prima Trina la cual ya vivía con nosotros.

Es así como Alfredo se puso de acuerdo con papá para irse a Villa Quesada a buscar una opción para vivir, entonces decide vender el pick up y reúne ese dinero con lo que había hecho con la venta de las macetas de cemento. Le dio una parte a papá y enrumbó solo en busca de ese posible nuevo destino para la familia, la cual permaneció como un barco sin rumbo, solo esperando un ansiado telegrama que Alfredo enviaría con instrucciones para que nos fuéramos, ya que el plan era que cuando él estuviera acomodado, enviaría por nosotros.

Pasó más de un mes desde su partida cuando llegó el tan esperado telegrama, el cual me fue entregado por el telegrafista, un señor que se llamaba don Fabio Soto, para que lo trajera a la casa, en el mismo se nos decía que ya Alfredo había alquilado una casita la cual estaba ubicada 100 Norte y 75 Oeste del teatro Sauma, contiguo a la fábrica de refrescos gaseosos de don Emilio Hidalgo. La noticia fue acogida con gran alegría y la familia López Loría se aprestaba a emprender una gran aventura.

Los preparativos Alfredo había coordinado con la persona a la cual le vendió su pick up, un señor llamado Reinaldo Cascante, para que en este vehículo se realizara el transporte de la familia y sus bienes desde San Josecito de Alajuela a Tapezco que era la última parada, solo hasta ahí existía calle y podían llegar los carros en esa época, el resto del viaje debía hacerse en carreta, de ahí que los pocos chunches que podíamos llevar quedaban limitados a la capacidad de carga del pick up, considerando también la cantidad de personas que debía llevar, por ello nos vimos obligados a desprendernos de artículos tales como mesas, camones, juego de comedor, armario, colchones, la cocina que era asentada en cuatro piedras, entre otras cosas.

Artículos como cobijas, colchas, ropa, se metieron en sacos de gangoche, dejando algunas cosas para cubrirnos del frío del viaje.


Sí nos llevamos la máquina de coser que era del tipo de rueda de mando manual, una piedra de moler maíz y otra de moler café, una olla de hierro para cocinar verduras y olla de carne, comales de hierro, varios jarros de losa y unos taburetes (bancos); también se guardaron artículos arrollados en esteras de vástago de banano y petates.

La noche anterior a la partida las mujeres, Cefira, Dona y Trina se dedicaron también a preparar gallos de salchichón, tortas de carne, huevos duros y agua dulce, para hacerle frente al viaje ya que debíamos levantarnos a las tres de la mañana.

La partida Edades de la familia Alfredo 24 María Ceferina 22 María Donatila 18 José Ángel 12 Blanca Ostelina 9 Bolívar 7 María Elizabeth 6 Marcial 3 Esa madrugada, nos levantamos a la hora acordada y cargamos el pick up de chunches, dejando espacio para los chiquillos más pequeños, Bolívar, Licha y Chalupa y los hermanos mayores irían cuidándolos. Llevábamos a mano chales, sombreros y cobijitas para cubrirnos del frío y…PARTIMOS…

Cabe destacar que absolutamente todos íbamos descalzos. Recuerdo que cuando mamá me enviaba a buscar a papá para algo, ella me decía en qué lugar estaba y yo lo encontraba reconociendo sus huellas y siguiéndolas.

El viaje


Al arribar a Tapezco, Alfredo había coordinado con el boyero de don Higinio Vargas que una carreta nos esperara ahí para hacer el trasbordo de gente y chunches y llevarnos lo que faltaba del camino hasta Sucre, donde ya nos cogería la noche y tendríamos que dormir ahí para proseguir el viaje al día siguiente.

Cargamos la carreta, eso sí acomodando muy bien lo poco que llevábamos. Así, en los parales de la carreta colocamos las ollas y todo lo que pudiera ir guindando como las sillas. Solo los tres chiquillos menores viajarían dentro de la carreta, los demás haríamos el trayecto a pie. Yo, con doce años iba detrás de la carreta jugando a caminar sobre el surco que las ruedas de la misma iban dejando en el camino. El viaje era lento pero entretenido y llegamos a Sucre a eso de las 9 de la noche. Alfredo nos estaba esperando con unos gallos de salchichón para asistirnos. Ahí en Sucre dormimos todos en un galerón junto con el boyero, solo quedaron afuera los bueyes. El dueño de este lugar era don Higinio Vargas. Al ser las 5 de la mañana del día siguiente partimos hacia Villa Quesada a la cual fuimos arribando contentos y bajo la lluvia a nuestra nueva casa como a las 9 de la mañana.

Como no amainaba la lluvia, Cefira y Dona le preguntaron a una señora que si aquí llovía mucho, la señora les respondió: solo 13 meses al año.

La casa era de madera con muchas rendijas por donde entraba mucho chiflón, las cuales hubo que ir arreglando poco a poco.

Al día siguiente Alfredo se fue para su trabajo y el resto de la familia permanecimos dentro de la casa esperando todavía a que escampara para poder ir a conocer la gran ciudad de la Villa. Por cosas de la vida, al frente de esa casa, conoció Trina al que iba a ser su futuro esposo Casto Rodríguez.

Cabe mencionar que cuando Alfredo se vino a aventurar a Villa Quesada, llegó a trabajar a la hacienda de don Iginio Vargas, un hacendado ganadero y lechero de entonces. A él Alfredo le diseño un sistema para hacer natilla que consistía en un cajón con poleas y paletas que funcionaban como batidora, todo para lograr cuajar la leche de una forma más rápida y homogénea. Tan bien trabajaba esa máquina que pronto le salieron unos pedidos de la misma por parte de otros hacendados.


Posteriormente Alfredo conoció e hizo una gran amistad con don Rodolfo Bustamante con el que luego se asoció para formar una mueblería; en esa mueblería yo hacía banquillos y mesas pequeñas.

En el año 1969 papá trabajaba como guardalínea del telégrafo dando mantenimiento a las líneas de Ciudad Quesada a Buena Vista y después de Ciudad Quesada a Sucre; estando en esas labores subido en una escalera un conductor irresponsable lo arrolló y él cayó de la escalera golpeándose fuertemente contra el pavimento. Murió días después a los 76 años.

Algunas anécdotas En la familia éramos 9 y a mí me tocó ser el del centro; de cierto modo esta ubicación no era ninguna ventaja, si vemos para el lado de los mayores, habían 2 hombres y dos mujeres y a ellas se les tenía mucha consideración y los hombres no se dejaban mandar muy fácil y si vemos para el lado de los menores estaban los intocables, que eran los más chiquitillos y en el centro ¿quién estaba?... Sí yo. _“Changoooo vaya donde Jaime y me trae un diez de puros”_ me decía papá. No me gustaba para nada el asunto, pero colgando de un clavo en la pared estaba un cariñoso barzón de cuero crudo que con solo mirarlo se asomaba por ahí una lagrimilla adelantada.

En algunas ocasiones mi hermana Dona y mi prima Trina al ver el pánico que me daba y que no podía disimular, ya que la noche estaba oscura y los cuyeos, los carbunclos y las candelillas presagiaban que algo podría suceder, le pedían a papá que las dejara acompañarme y papá a veces accedía.

Tengo un primo que era como una purruja, como todos los zancudos juntos que había en San Rafael de Platanar en aquellos tiempos del año 1950, se llama Delfín López; me dijo un día que las mujeres si que estaban salvadas con los perros, le dije: _ ¿Por qué? y me respondió: “_porque cuando el perro viene a morderlas se levantan los chingos y aquellos perros se pierden por no menos de 8 días”.

Recuerdo que mamá le decía a papá “Beli” y él cariñosamente le decía a ella “Pila”. _”Pila, decile a Chango que hoy estoy poco abajo de Eligio Cruz en el Coyol”. El


sufrimiento mío no era caminar, era el montón de perros con los que me encontraba en el camino; para solucionar en parte el problema me armaba de flechas y guayabas verdes para espantarlos.

Por estar en el “centro”, vean lo que me pasó: Trabajaba yo en la carretera que va de la Villa a Aguas Zarcas y me convence papá para que nos fuéramos a Altamira a trabajar haciendo 6 casas para peones. El patrón era un señor llamado don Manuel Peralta, quien nos facilitó unos caballos para que nos fuéramos hasta su finca. A papá le pagaría ¢ 5.50 por día y a mí ¢2.50 como ayudante. Empezamos el trabajo la primera semana pero al patrón se le ocurrió que a mí me pagaría menos porque yo era muy carajillo; papá se enojó y le dijo que si no me pagaba como habían acordado no le haría el trabajo; le dijo don Manuel que lo hicieran por contrato, que le dijera cuánto le costaría cada casa y papá le dijo que por la tarde le daba los datos sobre el costo. Así quedaron, acordaron cada casa en ¢200.00. Recuerdo que me llevó papá a un galerón con unas bolsas de cemento vacías y empezó a trazar en aquellas bolsas cada parte de la casa y me dijo: _”vamos a trazar con la escuadra cada parte abajo y las montamos después, pusimos manos a la obra y a las cuatro semanas y media estaban todas las seis casas montadas. Don Manuel estaba muy enojado, no me queda claro por qué, creo que fue porque consideró que todo el trabajo le había salido más caro de lo que él había planeado y el regreso tuvimos que hacerlo a pie, ya que por su enojo no nos quiso facilitar los caballos. Eran más o menos 6 Kms. de barriales con una caja de herramientas al hombro, eso sí con casi ¢1.200.00 en la bolsa.

Poco antes de llegar a Aguas Zarcas a papá se le acalambraron las piernas y entonces me dijo que siguiera yo solo el camino de regreso y que él pasaría la noche donde don Bolívar Salas y que al día siguiente continuaría; cogió la plata, la envolvió en un pañuelo y me dijo que lo guardara bien. Sacó el reloj Waltan y me dijo que eran las 5 y 10, que me fuera rapidito para que no me cogiera muy noche. Otra vez el del “centro” en problemas, ya veía carbunclos y cuyeos y no estaba ni Dona ni Trina, así es que, a correr Changuito.

Después de correr un buen rato alcancé a una partida de ganado que iba para La Villa y me alegró tanto ver que el dueño del arreo era don Salvador Campos, hombre muy querido y reconocido como uno de los mejores arrieros de aquellos tiempos. Bueno, yo iba muy alegre, muy contento, pero justo al llegar a La Marina, uno de los arrieros le dijo a don Salvador que venían unos novillos gafos y cansados y que qué hacían, a lo que él contestó que los dejaran ahí esa noche. De nuevo los problemas del hombre del “centro”;


aparté con la rama el ganado y empecé la mejor carrera de mi vida (media maratón) acompañado de cuyeos, carbunclos y candelillas, nada tenía que envidiarle a Nery Brenes. Al llegar al alto de la Quebrada del Palo pude ver las luces de la Villa, ¡Qué alegría! Al fin en casa.

Bueno, con estas anécdotas termino este relato, son pinceladas de la historia de un “valiente” de 14 años que sin ser Pancho López, sino Chango López, supo poner muy en alto a un pueblo y a una familia.

JOSE ANGEL LOPEZ LORÍA (Chango)

Desamparados, San José, 19 de julio de 2011


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