rase una vez una Huerta donde vivían y crecían muchas verduras, que reían y jugaban todos los días. También juntas aprendían unas de otras, y compartían los problemas que diariamente se les presentaban.
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Para los habitantes de la huerta iba a ser un día muy divertido. Champiñón les había dicho que iba a venir, pero les pidió que no le contaran nada a las personas grandes. Champiñón era entretenido y misterioso. “Puede que Champiñón quiera contarnos un secreto”, dijeron los amigos de la huerta. Rabanito quería levantarse primero, pero esa mañana no se despertó, hasta que Papa tropezó con él. Se hizo el despierto y trató de que no se notara que se había quedado dormido. 4
Zanahoria se arregló muy cuidadosamente, ella siempre quería llamar la atención. Tomate no quería perderse nada y se fue sin esperar a los demás. El primero en llegar fue Pepino y detrás de él, Repollito. “Espera ahí”, ordenó Pepino. “Voy a buscar un lugar para mí”.
“Si yo fuera grande como Don Repollo, Pepino no me trataría así”, pensó Repollito. Don Repollo era grande y sabio, todos lo querían y lo respetaban. Después llegaron, Poroto, Choclita y Haba, sólo faltaba Zanahoria, pero justo en ese momento apareció haciendo su pirueta preferida.
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Con tan mala suerte que se cayó y empujó a Tomate. Todos se rieron.
Rabanito dijo: “silencio que alguien nos puede escuchar”, entonces todos se sentaron junto al agujero de la reja a esperar a Champiñón. ¿Qué será lo que Champiñón les va a contar? ¿Por qué debe ser tan secreto?.
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Estaban esperando a Champiñón en silencio. Nadie quería que llegara Don Repollo y los descubriera. Les encantaban las visitas de Champiñón porque les contaba historias extrañas y misteriosas. Esta vez les había prometido hablarles de una poción mágica y de una huerta maravillosa, en la que todas las personas eran siempre felices. De repente Champiñón apareció al otro lado de la reja. Se sentó frente al grupo, los miró y empezó a hablar.
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“Érase una vez una huerta donde había problemas y las personas no eran felices. Un día llegó un simpático Champiñón para ayudarles. Les dió una poción mágica y todo cambió”. “¿Cómo cambió?”, preguntó, Choclita. “Bueno”, dijo Champiñón “La poción mágica hizo que olvidaran todos sus problemas. Estaban siempre contentos y podían convertirse en lo que quisieran. Se dice que tenían todo cuanto querían en el mundo”. Bajó la voz y dijo: “Vine a ofrecerles la poción mágica. Si quieren ser felices, sólo tienen que pedírmela”. Choclita no estaba muy convencida. “No te creo”, dijo. “Tiene que haber trampa”. “Traigo la poción mágica en la bolsa”, dijo Champiñón, “¿por qué no la pruebas?”.
“¡Silencio, alguien viene!”, dijo Rabanito. Inmediatamente Champiñón desapareció.
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Era el señor Coliflor. “¿Qué está pasando aquí?”, preguntó con un gruñido. “Nada”, respondió Rabanito, “sólo estábamos jugando”. Rabanito esperó que el señor Coliflor se alejara y preguntó: “¿Qué piensan de la poción mágica de Champiñón?”. “¿Para qué la queremos?”, dijo Tomate. “Vámonos a jugar”. Zanahoria pensó un rato y dijo: “Yo no quiero tomar esa poción mágica, siempre estoy contenta”. Pero ella en realidad sabía que no era verdad.
“Yo creo que la poción es una idea genial”, dijo Repollito. “Imagínense, ¡poder convertirte en lo que quieras!”, Choclita movió la cabeza y dijo: “No es tan simple Repollito, siempre se paga un precio”.
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Al día siguiente Rabanito y Zanahoria decidieron jugar juntos. “Vamos a hacer una carrera hasta el estanque”, dijo Zanahoria. Rabanito pensó: “¿Por qué querrá correr conmigo, si siempre le gano?”. Rabanito corría tan rápido que siempre ganaba el primer premio en la Gran Carrera. La Gran Carrera se hacía una vez al año y participaban atletas de cada huerta. “De acuerdo”, dijo Rabanito, “correremos por el camino. Uno ... dos... tres!”. Y salieron disparados.
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Pero lo que Rabanito no sabía era que Zanahoria lo quería engañar: había descubierto un atajo para llegar antes al estanque. Zanahoria adelantó a Rabanito. “Siempre es muy rápida al principio”, pensó Rabanito, “Pero pronto se va a cansar y la voy a pasar”. Zanahoria dobló en una curva del camino y se escondió detrás de un arbusto. Después de esperar a que pasara Rabanito, Zanahoria tomó el atajo.
Ya llevaba un rato corriendo cuando Rabanito se dijo: “¡ya tenía que haber alcanzado a Zanahoria!”. Corrió más rápido que nunca, pero no pudo alcanzarla. Rabanito llegó al estanque sin aliento. Allí estaba esperándolo Zanahoria. “Te gané”, dijo Zanahoria. Rabanito se tiró al suelo, agotado sin entender lo que había pasado. 11
Esa misma tarde Rabanito habló con Papa. “No entiendo cómo me pudo ganar Zanahoria”. “Puede que haya ido por el atajo”, dijo Papa. “¿Qué atajo?”, preguntó Rabanito. Con una risita Papa respondió: “El que va por entre los árboles”. “¡Así que era eso!”, dijo Rabanito. “Zanahoria me engañó, ... pero ya vera”.
Rabanito fue a ver a Zanahoria. “Tengo buenas noticias para ti Zanahoria”, dijo Rabanito. “Vas a ocupar mi lugar en la Gran Carrera”. “Ay, no”, pensó Zanahoria, “ahora estoy metida en un gran problema”.
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A medida que se acercaba el día de la Gran Carrera, Zanahoria se desesperaba más. “Voy a perder la carrera” pensaba, “ y se van a reír de mí, ¿qué voy a hacer?”.
Zanahoria decidió hacerse la enferma. Unos días antes de la carrera, se metió en la cama. “¿Qué te pasa?”, le preguntó Rabanito. “No me siento bien”, respondió Zanahoria. “¡Qué pena!”, suspiró Rabanito, tratando de no reírse, “hoy vamos a bañarnos al estanque”. Zanahoria no pudo ir a nadar con sus amigos.
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Al día siguiente, Zanahoria seguía en cama. Esta vez Rabanito le dijo: “¡Qué pena que sigas enferma, hoy vamos a la fiesta de cumpleaños de Tomate.” Y Zanahoria siguió en cama aburriéndose. El día de la Gran Carrera, Rabanito corrió a ver a Zanahoria.
“Levántate, Zanahoria. Hoy es tu gran día.” “No puedo”, dijo Zanahoria, “estoy muy enferma.” “No te preocupes”, dijo Rabanito, “yo correré en tu lugar.” Zanahoria tuvo que quedarse en la cama otro día más, mientras el grupo lo pasaba muy bien en la carrera. ¡¡Rabanito ganó el primer premio y toda la gente lo aplaudió!!
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Zanahoria y Repollito habían estado juntos y era hora de irse a casa. Mientras Zanahoria le decía adiós con la mano, Repollito tomó el camino de vuelta. Tengo que estar en mi casa antes que sea de noche pensó. De repente se encontró con Pepino. “¡Ven!”, gritó Pepino. Repollito se asustó. Dio media vuelta y se puso a correr lo más rápido posible. Y corrió, corrió, corrió... 15
Repollito se detuvo y miró a su alrededor. Estaba en una zona extraña de la huerta. Nunca había visto árboles tan altos ni hierba tan espesa. “¡Oh no, me perdí!”, dijo. Se estaba haciendo de noche y Repollito tenía miedo a la oscuridad. Oyó que alguien venía por el camino. ¿Será Pepino?. Repollito se escondió detrás de un árbol y esperó. Era Betarraga, la vecina de Repollito.
“Ella me dirá por dónde se va a mi casa”, pensó Repollito. Estaba a punto de preguntarle a Betarraga cuál era el camino de vuelta pero se arrepintió. “No quiero que Betarraga piense que soy una guagua. Si no, le dirá a toda la gente que me perdí”. “¡Eh, Repollito!”, dijo Betarraga, “¿Sabes dónde estás? ¿necesitas ayuda?”. “No”, dijo Repollito, “ya sé donde estoy”. Repollito estaba sólo otra vez. 16
Ya se había hecho de noche. Imaginó un montón de cosas que le asustaban y oía sonidos muy extraños. “¡Socorro!” gritó, “¡socorro, auxilio!” “¿Quién pide socorro?”, preguntó una voz en la oscuridad. “¡Estoy perdido!” “Tranquilízate!”, dijo la voz, “Te voy a enseñar el camino a tu casa”. Era Don Repollo. Repollito suspiró con alivio. Don Repollo acompañó a Repollito hasta que llegaron cerca de su casa. “Ahora puedes seguir tú solo”, dijo. “No, acompáñeme”, pidió Repollito. Se sentía avergonzado de reconocer que le asustaba la oscuridad. “Bueno”, dijo Don Repollo, “voy a esperar aquí hasta que llegues a tu casa sano y salvo. Yo también tenía miedo a la oscuridad cuando era chico. No te preocupes, lo vas a superar”. Repollito se fue solo y se sintió más valiente. Cuando llegó a su casa se dio vuelta y dijo adiós con la mano. “Don Repollo es lo máximo”, pensó. “Me gustaría ser como él cuando grande”. 17
Al día siguiente, Repollito contó a sus amigos cuánto admiraba a Don Repollo. “Don Repollo es maravilloso, algún día seré como él”. “¿Oyeron?”, dijo Pepino. “Repollito cree que cuando sea mayor va a ser grande y fuerte”. Repollito se sintió dolido y enojado. No podía soportar que le tomaran el pelo. Entonces se acordó de la poción mágica. “Champiñón dijo que podía convertirme en lo que quisiera. A lo mejor me puede convertir en Don Repollo”, pensó.
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Entonces Repollito corrió hacia la reja a buscar a Champiñón. Después de esperar muchísimo tiempo, Champiñón apareció. “¡Champiñón!”, gritó Repollito, “¡Necesito tu ayuda!”. “¿Qué puedo hacer por ti?”, le preguntó Champiñón. “Dame tu poción mágica. Quiero ser grande, fuerte y tan bueno como Don Repollo”. “¡Claro!”, dijo, “Pero antes me tienes que pagar. Dame tu sombrero”. “¡No nos dijiste que había que pagar!”, exclamó Repollito. “Siempre hay que pagar”, sonrió Champiñón. Repollito dudó. Le gustaba mucho su sombrero, pero se decidió y se lo dio a Champiñón, que se lo puso sobre su cabeza. “Aquí tienes”, dijo, dándole la poción mágica. “¿Crees que va a resultar?”, preguntó Repollito. Champiñón simplemente sonrió y desapareció. 19
Ahora que Repollito tenía la poción mágica, empezó a pensarlo dos veces: “¿Qué pasa si no funciona como se supone?”, pensó, “Bueno, es demasiado tarde para pensar, ya pagué”. Y se tomó la poción mágica de un trago.
Por el camino se encontró con Pepino que estaba molestando a Papa. “Déjala tranquila”, dijo Repollito Pepino no le hizo caso. “¿Qué dijiste?”, preguntó.
“Dije que dejes tranquila a Papa. ¡Peléate con alguien de tu tamaño!”.
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Al oírlo Pepino se rió a carcajadas, mientras Papa se escondía dentro de la tierra. Sabía que iba a haber problemas. “¡Corre!”, gritó Papa, “ ¡escápate Repollito!”. En ese momento Pepino le dio una patada a Repollito y lo lanzó volando por el aire. Repollito cayó muy fuerte. Cuando abrió los ojos, Papa estaba a su lado.
“¿Estás bien?”, le preguntó. Repollito asintió con la cabeza. “¿Qué te pasó?”, preguntó Papa. “Tomé la poción mágica”, respondió Repollito, “pensé que me convertiría en Don Repollo, pero la poción no tuvo efecto”. Papa estaba impresionada. “¿Por qué querías ser otra persona?, a mí me gustas como eres”. “¿De verdad?”, pregunto Repollito. “¡Claro que sí!”, respondió Papa. “Me alegra”, dijo Repollito, “¡porque a partir de ahora voy a ser yo
mismo”!. 21
Poroto corrió hacia su mamá. Quería decirle algo muy importante. “¡Mamá, mamá!”, gritó Poroto. Mamá Poroto estaba demasiado ocupada para escucharlo. Estaba preparando a Porotito para la siesta. “Ahora no, Poroto, ven más tarde”. “¡Pero mamá, es muy importante!”, dijo Poroto. “Estoy segura de que puede esperar”, respondió su madre. Poroto bajó la cabeza, triste y se fue. “Porotito es más importante que yo. Mamá nunca me hace caso”, pensó. Poroto se sentía triste y enojado. 22
“Haré que me eche de menos. Me voy a escapar de la casa”, pensó. “Me llevaré a Samuel conmigo y me voy a ir a la casa de Haba”. Samuel era el pez rojo de Poroto. Poroto no se iría nunca sin él. Poroto estaba seguro de que todo sería diferente en casa de Haba. La mamá de Haba era muy buena con él y escuchaba todas sus historias.
Sin embargo, al poco rato de estar en casa de Haba, Poroto empezó a sentirse mal. Todo lo que había en casa de Haba era mucho más grande que en la suya.
La silla donde estaba sentado era demasiado grande y la mesa demasiado alta. 23
Entonces, después de la comida, Poroto pidió una galleta. “No comemos galletas después de la comida”, dijo mamá Haba. “¡Oh!”, exclamó Poroto, que empezaba a extrañar su casa. Echaba de menos a su mamá y a su papá. Incluso echaba de menos a Porotito. “Va a ser la hora de acostarse”, dijo mamá Haba. “Vas a tener tu propia pieza”. “No, gracias. Creo que voy a volver a mi casa”, dijo Poroto. “¿Por qué?”, preguntó Haba, sorprendida. “A Samuel no le gusta estar aquí”, respondió Poroto, echándole la culpa a su pez. Poco tiempo después, Poroto tomó el camino a su casa. “En mi casa no se está tan mal, después de todo”, pensó. Cuando llegó a la puerta, su madre lo estaba esperando. “Es muy tarde”, le dijo. “¿Dónde estuviste?” . “Sólo fuí a la casa de Haba”, dijo Poroto. Mamá Poroto sabía que Poroto había querido escaparse y estaba bastante enojada. “Bueno, de ahora en adelante me tienes que decir a dónde vas a ir y a qué hora vas a volver”. “De acuerdo”, dijo Poroto, que había empezado a llorar. Mamá Poroto lo abrazó. “Estoy contenta de que hayas vuelto”, dijo. “Entra a casa y te daré una galleta”. 24
Hacía un día soleado y luminoso. Poroto y Haba estaban jugando con la pelota nueva de Poroto, y lo estaban pasando muy bien hasta que aparecieron Pepino y Papa. “¡Qué pelota tan bonita!”, dijo Pepino. “Me gusta”. “Es mi pelota”, dijo Poroto. Pepino se la quitó. “Mira esto”, dijo Pepino. “Y le dio una patada a la pelota lanzándola lejos”. Poroto empezó a llorar y a Papa le dio pena. “Esto no está bien”, pensó. “Voy a buscar la pelota de Poroto”. 25
Papa salió corriendo detrás de la pelota de Poroto, mientras éste lloraba desconsoladamente. Justo en ese momento llegó el Señor Coliflor y al verlo, Pepino se escapó. “¡Pero bueno!, ¿Qué es este escándalo?”, preguntó el Señor Coliflor. Poroto lloraba tan fuerte que no pudo responder. Lo único que hizo fue apuntar hacia Papa, que estaba recogiendo la pelota. “¡Basta ya!”, rugió el Señor Coliflor. “Trae aquí esa pelota”. Papa volvió corriendo y devolvió la pelota al Señor Coliflor, esperando que se lo agradecieran. Pero en lugar de eso, el Señor Coliflor la retó por tomar la pelota de Poroto. “¡Yo sólo quería ayudar!”, dijo Papa, intentando explicar que ella no le había quitado la pelota a Poroto, pero el Señor Coliflor no le creyó. La retó y le mandó que dejara tranquilo a Poroto.
¡Pobre Papa!. No había hecho nada malo, pero igual le echaron la culpa. 26
Al día siguiente, Papa estaba jugando al luche con Cebolla y Tomate. Tomate se estaba impacientando porque Papa se equivocaba mucho. “Tiraste el tejo al cuadro equivocado”, dijo Tomate. “Deja ya de pisar las rayas”. Papa intentaba hacerlo lo mejor posible, pero le estaba saliendo todo más mal que nunca. “Contigo no me entretengo”, dijo Tomate. “Ven Cebolla, vamos a jugar a otra cosa”. Y Tomate se fue con Cebolla. Papa se quedó sola. 27
“¿Por qué todo me sale mal?”, se preguntó. “Ayer, el Señor Coliflor me retó por algo que no había hecho y hoy no soy capaz de jugar bien al luche. Nadie quiere jugar conmigo”. Papa se sentía muy triste. Entonces se acordó de la poción mágica. Recordó que Champiñón les había dicho que con la poción mágica se sentirían mejor y se olvidarían de sus problemas. Papa pensó que sería una buena idea probar la poción, pero en ese momento se acordó también de que Repollito ya la había probado y no sólo no lo había ayudado, sino que además le había traído más problemas.
“No”, pensó Papa. “Yo no voy a tomar la poción mágica. Voy a tratar de hacer mejor las cosas”. Al día siguiente, Papa fue a hablar con Tomate, y le prometió prestarle sus revistas nuevas si la dejaba jugar con él otra vez. 28
Entonces apareció Cebolla que quería jugar con ellos. Pero Tomate no quería compartir las revistas con nadie más, y dándose vuelta respondió: “Ya nos íbamos,... adiós”.
Tomate tomó a Papa rápidamente de la mano y se fueron. Esta vez era Cebolla la que se había quedado sola. Cebolla se sintió triste. No sabía qué era lo que había hecho mal. Más tarde, Papa pasó por ahí y vio que Cebolla seguía en el mismo lugar. “Si quieres, podemos jugar”, dijo Papa.
“Déjame tranquila”, respondió Cebolla. Estaba enojada y ofendida. Cuando Papa bajó la cabeza y se disponía a irse, Cebolla se sintió mal. “Espera Papa, perdona ... estaba furiosa contigo porque antes no habías querido jugar conmigo”.
Entonces Papa y Cebolla decidieron hacerse amigas de verdad e intentar no hacerse daño nunca más. 29
Ese día, Zanahoria, Papa y Rábano querían jugar a la escondida. “Invitemos a Zapallo”, dijo Zanahoria. “Bueno”, dijeron los otros, “vamos a buscarlo”. Cuando lo invitaron Zapallo se puso triste. Sabía que era demasiado grande para esconderse. Pero decidió intentarlo. 30
Papa podía esconderse dentro de la tierra. Zanahoria era delgada y podía esconderse detrás de un árbol. Zapallo no encontraba ningún escondite. “¡Te vi!”, dijo Zanahoria mientras salía corriendo y pillaba a Zapallo. “Odio este juego”, dijo Zapallo. “No juego más”. “¡Pues que te vaya bien!”, dijo Rábano. Zapallo se alejó, sintiéndose muy desgraciado, pensando que todo el grupo se reía de él. Estaba tan triste que decidió adelgazar, así podría jugar a la escondida. El primer día dejó de comer, pero le dio hambre, mucha hambre, y ni siquiera adelgazó un poco. Al día siguiente, Zapallo decidió hacer gimnasia. Se agachó y se levantó cien veces y corrió por toda la huerta, pero cuando se miró en el espejo, seguía igual de gordo. “Me siento bien y puedo hacer ejercicios”, pensó, “pero sigo siendo gordo”. Más tarde, Zapallo incluso se puso un cinturón para parecer más esbelto, pero le dio un mareo y sus amigos se rieron todavía más. 31
“No vale la pena”, se dijo. “Me iré a un lugar donde nadie me pueda ver más”. Tomó su maleta y se fue. “No puedo evitar ser gordo”, se decía, cuando oyó una voz. Era Espárrago, un amigo de la huerta vecina. Zapallo le contó su historia. “¡Qué raro!”, dijo Espárrago. “La gente se ríe de mí porque soy alto y flaco”. “¿Cómo?”, dijo Zapallo. “Estás muy bien así delgado”. Espárrago sonrió: “Y tú estás muy bien así gordo”. Se pusieron a reír. “¡Qué tontos!. Tú eres gordo y yo soy flaco, somos diferentes, eso es todo. De ahora en adelante, si se ríen de nosotros no les haremos caso”, dijo Espárrago. “Vamos a mi huerta”, dijo Zapallo. Al verlos acercarse Rábano empezó a molestarlos. Zapallo respondió: “Si tuviera una narizota como la tuya, no me atrevería a reírme de nadie”. Todo el grupo se rió, menos Espárrago.
“Eso no está bien, Zapallo. No te rías de él ahora”, dijo Espárrago. “Tienes razón”, dijo Zapallo. “Perdóname Rábano. No debía haberte dicho eso”.
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Al día siguiente por la tarde, a Rábano le dieron ganas de jugar y hacer alguna travesura. Lo único que se le ocurrió fue robarle el bastón al señor Coliflor. El primer paso era conseguir que otros amigos se unieran a él. Consiguió que Tomate y Zapallo aceptaran su idea pero fue más difícil convencer a Cebolla y Choclita. “Vamos a divertirnos un poco Cebolla”, dijo Rábano. “El señor Coliflor duerme siesta a esta hora. ¡Nos acercamos a él y le sacamos su bastón! ¿Qué te parece?”. 33
A Cebolla no le gustó la idea. No le parecía bien quitarle el bastón al señor Coliflor. Rábano intentó convencerla. “No nos quedaremos con el bastón, ¡jugamos y se lo devolvemos después de un rato!”. “De todas formas el señor Coliflor es bien pesado con nosotros así es que le viene bien una broma”, dijo Tomate. “¡Si, el señor Coliflor es muy gruñón!”, dijeron los demás. A Cebolla seguía sin gustarle la idea. “Bueno, allá tú”, dijo Rábano. “Si no quieres ser amiga nuestra peor para ti”. Al oir ésto Cebolla se sintió muy dolida y triste. Ella quería formar parte del grupo. Aunque sabía que quitarle el bastón al señor Coliflor estaba mal, aceptó. “Muy bien, voy”, dijo. “ Pero no me quiero meter en líos”. “¿Y tú Choclita vienes?”, dijo Tomate. Choclita respondió sin dudar. “No, no me parece bien lo que van a hacer, no me gusta la idea”. “¡Eres una miedosa!”, dijo Rábano muy enojado.
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Muy pronto encontraron al señor Coliflor que estaba profundamente dormido, con su bastón al lado. Rábano, entonces, ordenó a Cebolla. “Anda y quítaselo, ¿No me digas que tienes miedo?”. Dijo Tomate burlándose. “Sí, Cebolla es una gallina”, dijeron los demás. Entonces Cebolla aceptó nuevamente y con tan mala suerte que justo cuando se acercaba lo suficiente como para tomar el bastón, el señor Coliflor despertó. Se dio cuenta de lo que quería hacer Cebolla y la alcanzó de un brazo.
“¿No sabes que robar está mal?” gritó el señor Coliflor mientras sacudía a Cebolla. Tomate, Rábano y Zapallo, escaparon.
Más tarde, todavía temblorosa, Cebolla los encontró jugando a las bolitas con Choclita como si no pasara nada. “Tenía que haberme negado”, pensó, “¿cómo Choclita se negó e igual todos juegan con ella como si no pasara nada?”. 35
A los amigos de la huerta les llegó una invitación para mandar un representante a una Gran Reunión con miembros de todas las huertas de Chile. Don Repollo dijo, “¡Tenemos que elegir a alguien!, por eso vamos a hacer unas elecciones”. Se presentaron a las elecciones Rábano, Choclita y Zanahoria. Uno de ellos sería elegido para ir a la Gran Reunión de Huertas. Se había instalado un gran escenario y todo estaba adornado. Papa y Cebolla habían montado un toldo. 36
En frente del toldo Rábano había colocado una enorme pancarta que decía VOTEN POR RABANO. Zanahoria, que no quería ser menos, había pegado carteles con su foto donde había escrito: SOY LA MEJOR. Choclita había repartido chapitas en las que ponía ENVÍEN A CHOCLITA A LA REUNIÓN. Eran tan bonitas que toda la gente tenía una, Papa tenía ocho. Incluso algunos que no apoyaban a Choclita también tenían. Toda la zona estaba acordonada. Se oyó una trompeta que sonaba por toda la huerta. Cebolla tocaba muy fuerte. Los discursos iban a empezar. La gente que tenía derecho a votar estaba presente. Betarraga, toda emocionada le dijo a Tomate: “Estoy deseando oír los discursos. ¿Ya sabes por quién vas a votar?”. “No”, respondió Tomate, “cuando los oiga, voy a ver por quién me decido”. “Yo voy a votar por Choclita”, dijo Betarraga. “¡Orden en la sala!”, anunció Don Repollo, “Zanahoria va a decir el primer discurso”. Zanahoria dio dos saltos mortales hacia atrás y todo el grupo aplaudió. “Señoras y señores”, dijo, “es un placer estar aquí, y estoy segura que ustedes me elegirán porque ... porque ... porque ... soy la mejor”. Zanahoria volvió a saltar y cayó sobre su silla. Se escuchó una carcajada general. 37
El siguiente discurso era el de Rábano. “Señor presidente”, dijo, sacándole la lengua a Zanahoria, “Señoras y señores, supongo que ustedes no quieren que esta loca saltarina nos represente y tampoco veo ninguna razón para que voten por Choclita”. “¡¡ YO Sí!! “, dijo Papa. Rábano fingió no haber escuchado. Entonces llegó el turno de Choclita.
“Señor Presidente, Señoras y Señores. Mis dos rivales hicieron buenos discursos. Yo no podría saltar como Zanahoria. Y tampoco sería capaz de conquistar el mundo corriendo como Rábano”. ¡¡APLAUSOS!! “Pero me gusta esta huerta y haré todo lo posible por representarlos muy bien en la gran Reunión de Huertas. Así es que voten por mí”. “¡¡BRAAAVOOO!!”, gritó la multitud. El Señor Repollo se puso de pié. “Ahora deben votar”, dijo. “Marquen el candidato o candidata de su preferencia en la hoja de papel y después echen la hoja en la caja secreta”. 38
Todos lo hicieron. Don Repollo contó los votos, mientras que el grupo esperaba ansiosamente, de pronto Don Repollo se paró y con voz muy fuerte dijo: La ganadora es ¡¡CHOCLITA!!
Rábano estaba triste, sin embargo, aceptó su derrota. Y le dijo a Choclita. “Te felicito, si la mayoría te apoyó es porque eres la mejor”. Zanahoria se sintió ridícula y no dijo nada. Choclita era feliz. Todos se fueron hacia el toldo para celebrar en una fiesta, pero Zanahoria no fue, se quedó sentada sola hasta que oscureció y la gente se fue a sus casas.
¡¡AQUELLA NOCHE ZANAHORIA DECIDIÓ PROBAR LA POCIÓN MÁGICA DE CHAMPIÑÓN!! 39
Todos los preparativos estaban hechos, Choclita estaba lista para viajar a la Gran Reunión. Sus amigas y amigos le desearon buena suerte. “¡Que lo pases bien!”, dijo Cebolla. “Vuelve pronto”. “Te vamos a echar de menos”, dijo Papa a punto de llorar. Choclita sonrió y dijo: “Cuando vuelva les contaré todo lo que vi”. Zanahoria les observaba desde lejos. No había podido dormir bien desde las elecciones, recordaba una y otra vez lo que había pasado ese día. 40
Cuanto más pensaba en ello, más triste se sentía. Pensaba que era ridícula y que nadie la quería. Toda la gente en la huerta parecía alegre y feliz. Zanahoria esperó a que todo el mundo se hubiera ido para acercarse a la reja. Se quedó sentada esperando que apareciera Champiñón. De repente, oyó una voz suave detrás de ella: “¿Qué estás haciendo aquí Zanahoria?”, era Don Repollo. “Estoy esperando a Champiñón”, dijo. “Va a traerme una poción mágica que me pondrá contenta. Le di mis lentes, y puede que me vaya con él”. Don Repollo estaba muy preocupado, “¡Piénsalo bien, Zanahoria! Quizás estés triste ahora, pero es mejor que te enfrentes a tus problemas ...” En ese mismo momento llegó Champiñón: “No lo escuches Zanahoria”, le dijo, “ven conmigo a la huerta dónde siempre serás feliz”. “También puedes ser feliz en nuestra huerta”, dijo Don Repollo. “Aunque haya momentos buenos y malos”.
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Champiñón no quería darse por vencido. “En mi huerta puedes convertirte en lo que quieras”, le dijo. “EN NUESTRA HUERTA PUEDES SER TU MISMA”, añadió Don Repollo. “Puedes huir del mundo”, dijo Champiñón. “O BIEN PUEDES ENFRENTARTE A ÉL”, dijo Don Repollo. “Y TUS AMISTADES PUEDEN AYUDARTE, TÚ DECIDES ZANAHORIA, SOLO TÚ PUEDES ELEGIR”. Zanahoria pensó en sus amigos y amigas. Aunque parecían felices también tenían problemas. Se sintió confusa. En la huerta, Papa y Cebolla estaban descansando debajo de un árbol. “Yo no me marcharía nunca”, dijo Papa, “creo que se vive bien en nuestra huerta”. “Lo mismo pienso yo”, dijo Cebolla.
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