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1.1.1 Consecuencias humanas

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GLOSARIO

GLOSARIO

Las consecuencias del uso de los artefactos explosivos, especialmente las MAP y los AEI, abarca una problemática de gran dimensión, pues la letalidad de estas armas no cesa durante los conflictos y, según su diseño, pueden permanecer activas durante décadas (no saben de negociaciones o tratados de paz). Son contundentes y eficaces y no distinguen entre militares y civiles, precisamente la población civil es su principal víctima.

En cuanto a los AEI, son un medio cuyo efecto destructivo y mediático ha cobrado en el mundo actual especial vigencia, por su capacidad desestabilizadora y facilidad para fabricarlos, cuyas técnicas se han masificado a través de los medios disponibles y las redes tecnológicas y humanas, obligando a incrementar los esfuerzos de cooperación internacional. Así mismo, el libre mercado que dificulta el control de los insumos para la fabricación de artefactos explosivos y su fácil acceso al ciudadano del común y a las redes de apoyo delictivas, implican la adopción de medidas trasnacionales que ataquen estructuralmente el problema.

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En el conflicto armado que afronta Colombia, el uso de los artefactos explosivos en los últimos años por parte de los GAOML continúa evolucionando de manera significativa en las técnicas, tácticas y procedimientos (TTP), pues han sido un elemento letal; su elaboración se caracteriza por tener desde métodos rudimentarios hasta los más sofisticados, causando terror, muerte y zozobra a las propias tropas y al personal civil.

1.1.1 Consecuencias humanas

El Comité Internacional de la Cruz Roja (CICR) calcula que mensualmente 800 personas (26 al día) pierden la vida a causa de las minas; el Departamento de Estado de los Estados Unidos habla de 26.000 muertos y heridos al año (72 víctimas diarias). Según cálculos publicados en la revista IDOC Internazionale, por cada víctima que sobrevive a la explosión de una mina, mueren dos y de los sobrevivientes, el 75 % requiere amputaciones.

Aun así, es difícil hacer cálculos porque la mayor parte de los países más minados, con conflictos recién concluidos o todavía sumidos en ellos, carecen de la infraestructura necesaria para que las víctimas sean trasladadas y atendidas a tiempo y, por consiguiente, no tienen los recursos para disminuir el número de afectados.

A la tragedia que supone haber perdido algún miembro, hay que añadir la marginación a la que este hecho condena. ―Las personas pierden toda esperanza cuando pisan una mina. Saben que su vida ha cambiado para siempre. Como la mayoría de ellos son agricultores, sin una pierna o un brazo ya no pueden proveerse de alimentos para ellos ni para sus familias‖ (Ollacarizqueta, 1995). En los países que sufren el flagelo de las minas

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antipersonal, perder una parte del cuerpo tiene el mismo significado que perder una parte del alma. Pero si para un adulto el verse repentinamente incapacitado es un hecho traumático, para un niño las consecuencias son todavía más graves. No obstante, ellos son reiteradas víctimas de las minas, porque son los más vulnerables. Primero, por su estatura, que les impide ver entre la maleza minas que un adulto distingue con facilidad. Segundo, por el hecho de ser niños; una de sus principales ocupaciones es jugar, y según las estadísticas, los juegos son la ―actividad‖ que con mayor frecuencia provoca accidentes de minas entre ellos. Para un niño, jugar supone desde explorar su entorno hasta coleccionar esos modelos que ha visto en las charlas de divulgación sobre los peligros de esas armas. Al igual que el entorno desconocido de un niño refugiado o desplazado que regresa a su lugar de origen puede ser extremadamente inseguro y ese artefacto que encuentra en el suelo no es el inocente modelo que le habían enseñado (Ollacarizqueta, 1995).

Dentro de las labores agrícolas típicas, los niños al igual que los adultos, realizan tareas que ante la presencia de minas pueden resultar sumamente arriesgadas: llevar el ganado a pastar, acercarse al mercado más próximo, desplazarse al colegio o simplemente salir a buscar agua o leña. Por lo tanto, en países con minas, como Angola o Camboya y en el nuestro, casi cualquier actividad que se desarrolla fuera de los límites del entorno probablemente despejado de minas puede ser riesgosa. A todo esto hay que añadir el continuo temor en el que vive la población afectada. Difícilmente puede explicarse la permanente intranquilidad que inspira un paraje aparentemente apacible del que no se sabe con certeza si esconde o no un área minada (Ollacarizqueta, 1995).

1.1.1.1 Lesiones

Las heridas de las MAP y los AEI pueden dividirse, básicamente, en dos categorías: las que son originadas por la sobrepresión-calor y las que se generan por los fragmentos que expulsan. El primer tipo de heridas (sobrepresión-calor) es, esencialmente, resultado de la onda expansiva. Los efectos de la inercia constituyen la causa principal de estas lesiones. La explosión acelera las partículas del cuerpo, especialmente las de piernas, brazos y dedos. Como consecuencia, las partes o tejidos más acelerados son literalmente arrancados o se revientan. La proximidad de la mina al cuerpo puede ocasionar también quemaduras de diversa consideración.

Al mismo tiempo, los fragmentos salen disparados por la explosión (piedras, arena, fragmentos de lo que antes era el artefacto explosivo, MAP, AEI, etc.) produce lesiones secundarias. Los fragmentos pueden variar en su tamaño y pueden o no penetrar el cuerpo. En el primer caso, la gravedad de las heridas depende del tamaño de los fragmentos y de la velocidad con la que se introducen en el cuerpo como consecuencia de la canti-

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